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miércoles, 29 de julio de 2020

“¡Es un fantasma!”


Jesús calma la tormenta | Iglesia Santiago Apóstol

(Domingo XIX - TO - Ciclo A – 2020)

          “¡Es un fantasma!” (Mt 14, 22-33). En un momento de la noche, mientras Jesús ora a solas en el Monte, los discípulos se encuentran en la barca y es entonces cuando se desencadena una fuerte tormenta, con vientos muy intensos y olas altas y encrespadas. A medida que pasa el tiempo, la tormenta se hace más intensa, al punto que los discípulos piensan que van a hundirse. Cuando la tormenta arrecia, Jesús, que estaba orando en el Monte, se aparece a los discípulos en medio del mar, caminando sobre las aguas, en medio de la tempestad. Los discípulos, que están en la barca a punto de hundirse, al ver a Jesús, en vez de reconocerlo y alegrarse por su presencia, se asustan por el hecho de verlo caminar sobre las aguas y exclaman, llenos de terror: “¡Es un fantasma!”. Sólo se tranquilizan cuando Jesús les dice que es Él en Persona -y no un fantasma- y que por lo tanto no deben tener temor. Con su poder divino, Jesús además calma la tormenta, la cual cesa inmediatamente al subir Jesús a la barca.

          Esta escena del Evangelio, sucedida realmente, es prefiguración de lo que sucede en la Iglesia, con muchos católicos. Para poder entender lo que decimos, debemos reemplazar los elementos de la escena evangélica con elementos tomados de la realidad de la Iglesia y de los bautizados. Así, la barca de Pedro, donde están los discípulos, es la Iglesia Católica, con el Papa, Vicario de Cristo, a la cabeza; el mar encrespado es la historia humana, con los conflictos entre los hombres, provocados por el mal que anida en el corazón humano; la tempestad, esto es, el viento con las olas encrespadas, es el accionar del Demonio y sus aliados, los ángeles caídos y los hombres perversos aliados con la Serpiente Antigua, que conspiran para que la Iglesia, la Barca de Pedro, se hunda y desaparezca; una mención aparte merecen los discípulos que, en la barca, conociendo a Jesús, al verlo lo confunden con un fantasma: son los católicos que, conociendo en teoría a Jesús, al enfrentarse con las múltiples tribulaciones que se suceden a diario en la vida de todos los días, en vez de reconocer a Cristo Presente en la Eucaristía, piensan que es “un fantasma” y no un ser real, vivo, resucitado, glorioso y Presente en Persona en la Eucaristía y así se dejan atemorizar por las tribulaciones cotidianas. En estos discípulos podemos contarnos nosotros, toda vez que actuamos como si Jesús no fuera lo que Es, la Segunda Persona de la Trinidad, oculta en las especies eucarísticas, por lo que vivimos como si Jesús fuera un fantasma y no Dios en Persona, oculta en el Santísimo Sacramento del altar.

          “¡Es un fantasma!”. También a nosotros nos puede pasar que, preocupados en demasía por las tribulaciones cotidianas e inmersos en el turbulento mar de la historia humana, nos olvidemos que Jesús es una Persona divina, la Segunda de la Trinidad y lo confundamos y lo tratemos como si fuera un fantasma, es decir, como si fuera un ser que no tiene entidad real, ni en sí mismo ni en nuestras vidas. Cuando esto suceda, recordemos lo que Jesús le dice a Pedro, luego de que éste, al dudar, empezara a hundirse al intentar caminar sobre el mar: “Hombre de poca fe, ¿Por qué dudaste?” y pidamos la gracia de no solo no confundir a Jesús con un fantasma, sino de que nuestra fe en Él como Hijo de Dios encarnado, Presente y glorioso en la Eucaristía, sea cada vez más fuerte, tan fuerte, que nos permita dirigirnos a Él, que habita en el Reino de los cielos, caminando por encima del mar tempestuoso de la historia humana. Acrecentemos esta fe postrándonos ante su Presencia Eucarística, amándolo y adorándolo y diciendo a Jesús Eucaristía, junto con los discípulos: “Verdaderamente tú eres el Hijo de Dios”.


martes, 2 de julio de 2019

“Increpó a los vientos y al mar y vino una gran calma”



“Increpó a los vientos y al mar y vino una gran calma” (Mt 8, 23-27). Jesús, que dormía en la Barca de Pedro –aprovechando la oportunidad de un breve descanso[1]-, es despertado los discípulos, los cuales han entrado en pánico al desencadenarse una tormenta de tal magnitud sobre la barca, que amenazaba con hundirla. Jesús se levanta y luego de reprender con calma la falta de fe al gritar “¡Vamos a perecer!”, pues ellos debían saber que estaban seguros en su compañía, sea que Jesús estuviera despierto o dormido[2], increpa a los vientos y al mar e inmediatamente “sobreviene una gran calma”. El milagro en sí mismo muestra que Jesús es Dios, porque sólo Dios puede obrar un milagro semejante sobre la naturaleza. En efecto, siendo Él su Creador, a Él le obedece la naturaleza entera.
Pero además del milagro en sí, hay algo que se destaca y es el hecho de que cada elemento en el pasaje evangélico, hace referencia a una realidad sobrenatural. Así, por ejemplo: la Barca de Pedro en donde Jesús duerme, es figura de la Iglesia Católica; la tempestad que se abate sobre la barca -el fuerte viento y las olas enormes- y amenaza con hundirla, son los ataques que la Iglesia Católica sufre a lo largo de su historia, por parte de los hombres que odian a Dios, azuzados en su odio por el Enemigo de Dios y las almas, el Demonio; el hecho de que Jesús duerma mientras arrecia el peligro, significa que llegará un momento en que mientras la Iglesia será atacada de todas las formas posibles, Jesús Eucaristía parecerá callado, al punto de pensar todos que Dios mismo se ha dormido; el despertar de Jesús y su intervención consiguiente, que hace cesar la tempestad de inmediato luego de increpar al viento y al mar, hace referencia a una súbita y repentina intervención de Jesús, en momentos en los que el mundo, el hombre y el demonio ataquen con tanta fuerza a la Iglesia, que todo parecerá humanamente perdido. En ese momento, Dios intervendrá desde la Eucaristía, para derrotar a sus enemigos y para inaugurar una nueva era de paz y amor en su Iglesia.
“Increpó a los vientos y al mar y vino una gran calma”. Cuando todo parezca humanamente perdido, recordemos la intervención súbita de Jesús y tengamos confianza en su Amor Misericordioso, que late en la Eucaristía y nunca abandona.


[1] B. Orchard et al., Verbum Dei. Comentario a la Sagrada Escritura, Tomo III, Ediciones Herder, Barcelona 1957, 375.
[2] Cfr. B. Orchard, ibidem 375.

martes, 4 de julio de 2017

“¡Sálvanos, Señor, nos hundimos!”


“¡Sálvanos, Señor, nos hundimos!” (Mt 8, 23-27). Jesús sube a la barca con sus discípulos; en el transcurso de la navegación, se desata una “tormenta tan grande, que las olas cubrían la barca”, dice el Evangelio. Sin embargo, extrañamente, y a pesar de esta “gran tormenta”, Jesús duerme: “Mientras tanto, Jesús dormía”. Con toda seguridad, cansado por el caminar propio del apostolado, Jesús, rendido de cansancio, duerme, y duerme tan profundamente, que las olas, que con toda seguridad lo mojaban, no logran despertarlo. Entre tanto, es tal la cantidad de agua que entra en la barca, y tan intenso el oleaje y el viento, que los discípulos temen que la barca se hunda en pocos segundos. Por ese motivo, acuden a Jesús para despertarlo, con urgencia: “¡Sálvanos, Señor, nos hundimos!”. Jesús se despierta y ordena al viento y al mar que se calmen, con lo cual la tormenta cesa repentinamente, volviendo la calma a los discípulos. Sin embargo, antes de hacer cesar a la tormenta, Jesús, apenas despierto, se dirige a los discípulos con una frase que encierra un misterio: “Él les respondió: “¿Por qué tienen miedo, hombres de poca fe?”. Esta respuesta de Jesús deja entrever que sus discípulos no tenían fe en Él o su fe era muy escasa, y esto debido al hecho de que veían a Jesús dormido. Es decir, al estar dormido Jesús, los discípulos desconfiaban de que Jesús pudiera hacer algo, por lo que los invade el miedo a naufragar.
La misma situación se repite hoy: la barca, que es la Iglesia, y que navega en las procelosas aguas del mundo y de la historia, se encuentra agitada y vapuleada, en medio de una de las más grandes crisis de su existencia, y al contemplar la situación con ojos humanos, pareciera que está a punto de ser hundida, pues las fuerzas del infierno, representadas en la furia del viento y del mar, dan la impresión de hundirla en cualquier momento. A esto se le suma el “silencio de Dios”, es decir, es como si Dios estuviera ausente o distante de la crisis que amenaza con hundir a su propia Iglesia, lo cual puede conducir a que alguno de nosotros experimente la tentación de la desconfianza y, en consecuencia, el miedo al pensar que Jesús no intervendrá. Sin embargo, Jesús no está dormido; está en su Barca, que es la Iglesia, en el sagrario, y desde allí la gobierna, con su Espíritu. Por este motivo, acudamos al sagrario para adorar a Jesús y para pedirle serenidad y calma en estos tiempos de enorme tempestad.


lunes, 27 de junio de 2011

Señor, sálvanos, que nos hundimos

Señor, auméntanos la fe
en Tu Presencia Eucarística;
Tú, que gobiernas la Barca
que es la Iglesia,
y dominas la tempestad,
el espíritu del mal,
danos más fe,
para que atravesando el mar de la vida,
lleguemos al feliz Puerto
de la Santísima Trinidad
en la eternidad.

“Señor, sálvanos, que nos hundimos” (cfr. Mt 8, 23-27). Jesús y sus discípulos suben a la barca, y mientras Jesús se queda dormido, por la fatiga del viaje, se desata un temporal que amenaza con hundir la nave. Los discípulos, asustados, despiertan a Jesús, pidiéndole auxilio, porque temen el pronto hundimiento. Jesús se despierta, increpa a las olas y al viento, y la tempestad cesa.

Toda la escena tiene una simbología sobrenatural: la barca es la Iglesia, las olas y el viento del temporal, son las tribulaciones del mundo y de la historia, que azuzados por el espíritu del mal, el ángel caído, buscan hundir a la barca de Pedro. Jesús dormido en la barca representa al Jesús Eucarístico, no porque Jesús en la Eucaristía esté dormido, que no lo está, porque está vivo y glorioso, resucitado, sino porque, por regla general, no habla sensiblemente, aunque sí en el silencio y en lo profundo del alma, y por esto no puede ser escuchado con el sentido de la audición.

Pero el hecho de que esté dormido, no significa que esté ausente de lo que sucede en su barca, puesto que apenas es despertado, calma la tempestad en un instante, y reclama a sus discípulos no el hecho de que lo despierten, sino que no tengan una fe fuerte, una fe firme, vigorosa. Por eso les dice: “¡Qué poca fe!”, y con esto les está diciendo que, si hubieran tenido una fe más firme en Él, ellos mismos hubieran calmado la tempestad, ya que su poder y su gracia se habría comunicado a ellos por la fe.

Los discípulos asustados ante el embate de las olas y la fuerza del viento, representan a los bautizados en la Iglesia Católica, que tienen una fe débil en Cristo como Hombre-Dios, y en consecuencia, su oración es inconstante, débil, apresurada, mezclada con asuntos y preocupaciones mundanas; aún cuando asistan a misa -y celebren misa, en el caso de los sacerdotes-, tienen una fe insuficiente en la condición divina del Hombre-Dios, y así, ante los embates del mundo y ante la violenta embestida de los poderes oscuros del infierno, piensan que Jesús duerme, o que se desentiende de los problemas de la Iglesia, de los hombres en general, y de su vida en particular, y así flaquean aún más, y se sienten desfallecer y morir.

“¡Qué poca fe!”. El reproche de Jesús a los discípulos se dirige también hoy a los hombres y mujeres de la Iglesia, y con toda seguridad, también a nosotros, que debilitamos la fe en Cristo por creer en los ídolos del mundo. Digamos entonces: “Señor, auméntanos la fe en Tu Presencia Eucarística, y así podremos atravesar la tempestuosa existencia terrena, que muchas veces amenaza con hundirnos; Señor, auméntanos la fe en Ti, en Tu Presencia en el Sagrario, para que recurriendo a Ti en tu prisión de amor, sepamos amar y abrazar la cruz de cada día, y no nos desanimemos en la prueba; auméntanos la fe en Ti, en Tu Presencia sacramental eucarística, y así podremos atravesar con serenidad y paz este mar tempestuoso que es la vida terrena, para llegar al Puerto de la Santísima Trinidad, en la feliz eternidad".