Mostrando entradas con la etiqueta Confirmación. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Confirmación. Mostrar todas las entradas

martes, 18 de abril de 2023

“La Ira de Dios pesa sobre quien no cree en la Presencia del Hijo en la Eucaristía”


 

“La Ira de Dios pesa sobre quien no cree en la Presencia del Hijo en la Eucaristía” (cfr. Jn 3, 31-36). Para todos aquellos malos cristianos, incluidos sacerdotes y obispos, que niegan a Dios como castigador del mal, para todos aquellos que de forma errónea y herética consideran a Dios como un Dios todo bondad, dulzura, paciencia y misericordia, que no castiga al mal, que hace oídos sordos y cierra los ojos frente al mal provocado por los pecadores impenitentes, Juan el Bautista es muy claro: “Quien no crea en el Hijo de Dios, la Ira de Dios pesa sobre él”. Lo volvemos a repetir, son palabras de Jesús: “Quien no crea en el Hijo de Dios, la Ira de Dios pesa sobre él”. De esta manera, el Bautista revela que “de Dios nadie se burla”, porque puede haber alguien que, durante toda su vida terrena, viva totalmente desinteresado de Jesús; puede haber bautizados que, a pesar de haber recibido el Bautismo, la Comunión, la Confirmación, decidan no creer en Jesús y abandonar, como de hecho lo hacen en gran número en la actualidad, la práctica activa de la religión católica, pero estos tales no deben confundirse y pensar que se reirán de Dios, porque al final de sus vidas, luego de haber vivido como ateos prácticos, en el más craso materialismo y relativismo, se encontrarán cara a cara con Jesús, pero no con un Jesús manso, humilde, misericordioso, paciente, sino con un Jesús que es Justo y Eterno Juez, que dará a quienes obraron el mal, a quienes no quisieron saber nada de Él en esta vida terrena, a quienes lo ignoraron voluntariamente, lo que se merecieron con esta actitud, la Ira Divina, la Justicia Divina justamente inflamada en Ira Divina, que los castigará por toda la eternidad en el lago de fuego.

“La Ira de Dios pesa sobre quien no cree en la Presencia del Hijo en la Eucaristía”. Tengamos cuidado los católicos, no creamos en un Jesús de caricatura, en un Jesús que es solo risas y que se hace el que no ve el mal, porque es verdad que Dios es misericordioso y paciente, pero la paciencia y la misericordia de Dios se terminan cuando se termina esta vida terrena. Vivamos de tal manera que, creyendo en la Presencia real de Cristo en la Eucaristía, obremos la misericordia, para que en la eternidad no pese la Ira de Dios sobre nuestras almas.

lunes, 23 de septiembre de 2019

“(Herodes) Tenía ganas de ver a Jesús”



“(Herodes) Tenía ganas de ver a Jesús” (Lc 9,7-9). En el Evangelio se narra que Herodes “tenía ganas de ver a Jesús”, luego de escuchar cosas maravillosas de Él. Herodes sabía que no podía ser Juan, ya que él mismo lo había mandado a decapitar, por lo que quería, a toda costa, saber quién era Jesús, del cual oía hablar constantemente maravillas y por eso es que quiere verlo: “Tenía ganas de ver a Jesús”.
Frente a las ganas de Herodes de ver a Jesús y sabiendo lo que era Herodes, un disoluto y un asesino, pues había mandado decapitar a Juan, y que a pesar de eso “tenía ganas de ver a Jesús”, nosotros nos podemos preguntar: ¿tenemos ganas de ver a Jesús? Hemos oído hablar cosas maravillosas de Jesús, como por ejemplo, que nos quitó del dominio del Demonio y nos concedió la gracia de la filiación adoptiva en el Bautismo; que se nos dona en Persona, con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad en la Eucaristía; que nos dona el Amor de Dios, el Espíritu Santo en el Sacramento de la Confirmación; que nos perdona nuestros pecados en cada Confesión Sacramental y como estos, miles de hechos milagrosos más en nuestras vidas personales. Aún así, muchos parecerían que no tienen ganas de ver a Jesús; aún más, cuanto más lejos estén de Jesús, tanto mejor para ellos y esto es lo que explica la ausencia de tantos bautizados dentro de la Iglesia.
“(Herodes) Tenía ganas de ver a Jesús”. A Herodes, Jesús no le había hecho ningún milagro personal; sin embargo, “tenía ganas de verlo”, dice el Evangelio. Y si bien al parecer no quería verlo para convertirse, sin embargo, “tenía ganas de verlo”. ¿Qué pasa con nosotros? ¿Tenemos ganas de ver a Jesús, Presente verdadera, real y substancialmente en la Eucaristía, después que Jesús ha hecho tantos milagros por nosotros, dándonos muestras más que evidentes de su Amor? ¿O, por el contrario, somos como aquellos que, a pesar de haber recibido infinitas muestras de Amor de parte de Jesús, no tienen ganas de verlo en el sagrario?

miércoles, 10 de abril de 2013

“El que viene del cielo habla del cielo; el que es de la tierra habla de las cosas de la tierra”


“El que viene del cielo habla del cielo; el que es de la tierra habla de las cosas de la tierra” (cfr. Jn 3, 31-36). Jesús revela su origen divino, porque Él es el que “viene de lo alto”, el que “viene del cielo”, el que “Dios envió”, a quien “Dios le da el Espíritu sin medida”, porque Él es Dios Hijo que procede del seno del Padre desde la eternidad y del Padre recibe su Ser divino trinitario, su Amor y su Poder: “el Padre ama al Hijo –le da el Espíritu Santo- y ha puesto todo en sus manos” –le da su omnipotencia divina-. En Él y sólo en Él está la plenitud de la salvación, porque sólo Él da “la Vida eterna” a quien cree en Él. Por este motivo, quien no cree en Él no puede salvarse de ninguna manera, puesto que desprecia la Misericordia Divina manifestada en Él, haciéndose merecedor de la “ira divina”.
Al revelar su origen divino y su condición de Dios Hijo, Jesús les hace ver a sus discípulos que sus enseñanzas no son las enseñanzas de ningún maestro terreno; sus revelaciones no son inventos de la razón humana; sus milagros no se deben a un despliegue desconocido de las fuerzas de la naturaleza humana. Jesús “viene del cielo” no como un enviado o un profeta más entre tantos, ni como un hombre santo, sino como el Hombre-Dios, como Dios hecho hombre sin dejar de ser Dios, y esta es la razón por la cual sus palabras y sus obras no son las del mundo, sino que dan testimonio de lo que Él “ha visto y oído” en la eternidad, y lo que Él ha visto y oído es que Dios es Uno y Trino, que ha enviado a su Hijo Jesús a encarnarse y morir en Cruz, para que todo aquel que crea en Él tenga “Vida eterna”.
“El que viene del cielo habla del cielo; el que es de la tierra habla de las cosas de la tierra”. Un cristiano, es decir, alguien que ha recibido la gracia de ser hijo de Dios  por el bautismo –“el don más grande del misterio pascual”, como dice el Santo Padre Francisco[1]-; que se alimenta con el Pan Vivo bajado del cielo, la Eucaristía; que ha recibido los dones del Espíritu Santo y al Espíritu Santo mismo en el sacramento de la Confirmación, no puede poseer el espíritu del mundo, espíritu que es radicalmente contrario al Espíritu de Dios.
Al igual que Cristo, cada bautizado puede decir que “viene del cielo” porque “ha nacido de lo alto” por el bautismo; al igual que Cristo, el bautizado también puede decir que  “contempla y oye las cosas del cielo”, porque por la gracia y la fe ha aprendido en el Catecismo y en el Credo las verdades celestiales y sobrenaturales de Jesucristo Hombre-Dios; al igual que Cristo, el bautizado “da testimonio” –o al menos debe darlo- de esas realidades celestiales que ha visto y oído en el Catecismo y en el Credo; al igual que Cristo, que no es de este mundo porque es del cielo, el cristiano “está en el mundo”, en la tierra, pero “no es del mundo” (cfr. Jn 15, 16), y por eso no puede “hablar cosas de la tierra”, no puede mundanizarse. Un cristiano mundanizado, es decir, un cristiano que consiente con lo que el mundo ofrece: sensualidad, materialismo, hedonismo, relativismo moral, agnosticismo, gnosticismo, ateísmo, paganismo, es un cristiano que ha traicionado su origen, que ha olvidado que es hijo de Dios y, mucho más grave todavía, es un cristiano que se ha convertido, por libre decisión, en un hijo de las tinieblas.

domingo, 3 de abril de 2011

Si no ven signos y prodigios, no creen

Antes, exigían signos para creer,
y cuando los recibían, creían.
Hoy, a pesar de que la Iglesia obra prodigios
y signos maravillosos,
los sacramentos,
los bautizados no creen
(Jesús cura al ciego de nacimiento - Duccio, témpera, )

“Si no ven signos y prodigios, no creen” (cfr. Jn 4, 43-54). Ante la petición de un padre de familia, que implora por la salud de su hijo que está a punto de morir, Jesús hace este reproche: “Si no ven signos y prodigios, no creen”.

Sin embargo, a pesar del reproche, Jesús le concede el milagro, y el niño se cura: cuando el padre se encuentra con los criados que le salen al encuentro, “cae en la cuenta” que su hijo había mejorado en el mismo momento en el que Jesús le decía que su hijo estaba curado.

El padre de familia, al ver el signo de la curación de su hijo, cree, y con él, toda su familia. Necesitaba del signo para creer, aunque no le hacía falta, y Jesús, a pesar de que no le hacía falta, le concede el signo, y cree. Es decir, el padre atribulado pone como condición un signo para ver, y cuando lo recibe, cree.

Hoy, la situación es peor, porque si antes, si no veían signos y prodigios, no creían -pero al final terminaban creyendo luego de verlos-, hoy, aún cuando ven signos y prodigios, no creen.

Hoy en la Iglesia de Cristo, la Iglesia Católica, se dan signos y prodigios infinitamente más grandes y asombrosos que la curación de un niño agonizante, pero aún así, los mismos bautizados, los mismos católicos, no creen.

Ven los signos y prodigios más grandes y asombrosos que jamás puedan se concebidos, y aún así no creen: ven a un alma ser convertida en hija adoptiva de Dios, naciendo del seno mismo de Dios, al recibir al Espíritu Santo en el Bautismo sacramental de la Iglesia, que sobrevuela sobre el alma del que se bautiza, como sobrevoló sobre Jesús en el Jordán, y no creen.

Ven al Espíritu Santo sobrevolar en el altar, por las palabras de la consagración, convirtiendo al pan en el Cuerpo de Cristo y al vino en su sangre, y no creen.

Ven a un Dios prolongar su Encarnación en el seno virgen de la Iglesia, el altar eucarístico, por el poder del Espíritu Santo, ante las palabras de la consagración, para manifestarse al mundo como Pan de Vida eterna, y no creen.

Ven al Espíritu Santo derramarse a sí mismo y a sus dones en el alma que recibe la Confirmación, para ser tomado con don personal del alma del que se confirma, y no creen; ven al Espíritu Santo descender como lenguas de fuego, espirado por Jesús Eucaristía en el alma del que comulga, convirtiendo a cada comunión sacramental en un Pentecostés personal, para cada uno, y no creen.

Ven signos y prodigios, en la Iglesia, y no creen. Y en cambio, se vuelcan a los ídolos del mundo, a quienes sí creen. Que Dios Trinidad se apiade de nuestra generación y derrame sobre nosotros su Misericordia.