Mostrando entradas con la etiqueta generación malvada. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta generación malvada. Mostrar todas las entradas

miércoles, 25 de febrero de 2015

“A esta generación malvada no se le dará otro signo que el de Jonás"


“A esta generación malvada no se le dará otro signo que el de Jonás. Así como Jonás fue un signo para los ninivitas, también el Hijo del hombre lo será para esta generación” (Lc 11, 29-32). ¿Qué signo representó Jonás para los ninivitas? Ante todo, fue un signo de la Justicia Divina, porque Dios, cansado de los pecados de los ninivitas, envió a Jonás para advertirles que, de no cambiar y convertir sus corazones, habrían de perecer en poco tiempo. Los ninivitas, que eran pecadores, escucharon sin embargo la voz de Dios a través de la voz de Jonás y emprendieron un duro proceso de conversión, que comprendía ayuno, penitencia, oración y cambio de vida (lo cual constituye un ejemplo para todo cristiano que quiera vivir el espíritu cristiano de la Cuaresma).
Sin embargo, Jonás fue también un signo de la Misericordia Divina, porque Dios, al ver que los ninivitas hacían penitencia, “se arrepintió” del castigo que iba a infligirles, debido a su gran misericordia. De esta manera, Jonás se convierte en signo de la Justicia Divina y de la Misericordia Divina para los ninivitas, y éste es el mismo signo que constituye Jesús en la cruz, para los hombres de “esta generación”, es decir, para la humanidad de todos los tiempos.
En la cruz, Jesús es signo de la Justicia Divina, porque es castigado duramente a causa de la Ira de Dios, justamente encendida por los pecados de los hombres, y es castigado porque Él en la cruz, con los pecados de todos los hombres sobre sus espaldas, reemplaza a todos y cada uno de los hombres y se pone en su lugar, para que el castigo que debía caer sobre la humanidad, recayera sobre Él, que de esta manera se ofrecía como Víctima Inocente por la salvación de las almas. Así, Jesús es signo de la Justicia Divina, porque Él recibe el castigo que reclamaba esta Justicia Divina, al haber, todos y cada uno de los hombres, encendida la Santa Ira de Dios con nuestros pecados, con nuestra malicia, con nuestras abominaciones de toda clase, las que llevaron a Dios un día a “arrepentirse de habernos creado” (cfr. Gn 6, 6).
Pero al igual que Jonás, Jesús es también signo de la Divina Misericordia: su mismo sacrificio en cruz, su misma muerte, su misma Sangre derramada en el Calvario, constituyen al mismo tiempo el signo más elocuente del Amor, del Perdón, de la Bondad y de la Misericordia Divina, porque si nosotros le entregamos al Padre a su Hijo muerto en la cruz, por nuestros pecados -la cruz y la muerte de Jesús es obra de nuestras manos, porque somos deicidas-, Dios, de parte suya, no nos castiga ni nos fulmina con un rayo –como lo merecemos, por haber matado al Hijo de Dios, comportándonos como los “viñadores homicidas” del Evangelio (cfr. Mt 21, 34-46)-, sino que nos entrega a este Hijo suyo que cuelga del madero, y en quien inhabita “la plenitud de la divinidad” (cfr. Col 2, 9), como signo de su Amor y de su perdón.

“A esta generación malvada no se le dará otro signo que el de Jonás. Así como Jonás fue un signo para los ninivitas, también el Hijo del hombre lo será para esta generación”. Jesús, signo de la Justicia y de la Misericordia divinas, se nos ofrece en el signo de la Iglesia, la Eucaristía. Para nosotros, pecadores necesitados de la gracia de la conversión, no hay otro signo que la Eucaristía y nada más que la Eucaristía, y si buscamos “signos” en otros lados (en otras religiones, en sectas, en filosofías anticristianas, etc.), solo encontraremos la nada y la muerte eterna.

domingo, 12 de octubre de 2014

“A esta generación malvada no se le dará otro signo que el de Jonás”


“A esta generación malvada no se le dará otro signo que el de Jonás” (cfr. Lc 11, 29-32). Ante la dureza de corazón y falta de fe y de deseo de conversión a Dios de parte del Pueblo Elegido, aun cuando Él, que es Dios en Persona, se les manifiesta con signos prodigiosos –multiplicación de panes y peces, expulsión de demonios, resurrección de muertos-, Jesús pone como ejemplo de fe y de conversión sincera del corazón a Dios, a dos pueblos paganos, quienes más parecían alejados de Dios, pero que en cuanto el cielo les da un signo para creer –Jonás para los ninivitas y la sabiduría de Salomón para la Reina del sur-, lo toman inmediatamente al signo, como proveniente del cielo y, atraídos por la belleza de lo divino, hacen penitencia y se convierten de su vida pecaminosa, como en el caso de los ninivitas, o bien acuden presurosos allí en donde se encuentra el signo divino, como en el caso de la Reina del Sur –el signo aquí es la Sabiduría divina que se expresa a través de Salomón-. Es decir, cansado de la dureza de corazón del Pueblo Elegido, que no quiere convertirse ni creer, a pesar de tener delante suyo signos que no los tiene ningún pueblo, Jesús da el ejemplo de los ninivitas, que se convierten por la predicación de Jonás, y de la Reina del Sur, que deja su reino “desde los confines de la tierra” para acudir “a escuchar la sabiduría de Salomón”. Entonces, de la misma manera a como Jonás fue un signo para los ninivitas, por cuya predicación ellos se convirtieron, sin necesidad de otros signos, así, de la misma manera, “el Hijo del hombre”, es decir, Él, con su misterio pascual de muerte y resurrección, será un signo para esta “generación malvada”, y no le será dado otro, porque Él “más que Jonás”, puesto que es Dios Hijo encarnado. También la Reina del Sur será un testimonio contra la impenitencia y dureza de corazón de esta “generación malvada”, porque ella acudió desde “los confines de la tierra” para “escuchar la sabiduría de Salomón”, y Jesús es infinitamente más que Salomón, puesto que Él es la Fuente de la sabiduría divina de Salomón, desde el momento en que Él es la Sabiduría Increada en Persona, y por ese mismo motivo, no les será dado otro signo de sabiduría divina que Él mismo.
“A esta generación malvada no se le dará otro signo que el de Jonás”. También en nuestros días se repite la misma incredulidad –falta de fe- y la misma dureza de conversión –falta de deseos de sincera conversión a Dios-, también en nuestros días, una inmensa mayoría de bautizados, buscan “signos” para creer, y si no le son dados esos signos, a su gusto y placer, entonces, ni quieren creer, ni quieren convertirse.

Pero Jesús nos vuelve a repetir: “A esta generación malvada no se le dará otro signo que el mío propio, no el de Jonás, ni tampoco se le dará otro signo que el de la sabiduría de Salomón, porque Yo en la cruz Soy quien predico la conversión del corazón, con mi Vida y con mi Sangre, y Yo en la Cruz Soy la Sabiduría Increada, de modo que quien Me contempla en la cruz, tiene el único signo divino que le será dado a todo hombre para su salvación, sin necesidad de ningún otro. Yo en la cruz Soy el Dios que anunciaba la conversión por boca de Jonás y que condujo a la conversión a los ninivitas, y Yo en la cruz Soy la Sabiduría Divina Increada, que hablaba a través de Salomón y cautivaba la mente y el corazón de la Reina del Sur. Para esta generación malvada, que pide signos para creer y amar, no se le dará otro signo que el Hijo del hombre crucificado; a quien no quiera convertirse por la Cruz y a quien no quiera recibir la Sabiduría Divina de la Cruz, no se le dará otro signo que el de Cristo crucificado, muerto y resucitado”.