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miércoles, 28 de febrero de 2024

“Lázaro murió y fue al cielo; el rico murió y fue al tormento de fuego”

 


“Lázaro murió y fue al cielo; el rico murió y fue al tormento de fuego” (Lc 16, 19-31). Esta parábola de Jesús debe ser interpretada en su recto sentido, según la fe católica, porque de lo contrario se cae en una interpretación ajena a la fe católica, una interpretación de orden comunista-marxista, en la que el pobre se redime por ser pobre y el rico se condena por ser rico, lo cual es falso. Según la falsa Teología de la Liberación, el pobre, en sí mismo, solo por el hecho de ser pobre, ya merece el Cielo, mientras que el rico, solo por ser rico, merece la eterna condenación. Esta falsa interpretación conduce a una obvia lucha de clases en la que el odio y el resentimiento son el combustible que alimenta el deseo de la destrucción mutua de los seres humanos, solo por pertenecer a clases sociales diferentes.

La correcta interpretación de la parábola, la interpretación verdaderamente cristiana y católica, nos dice que Lázaro se salvó no por ser pobre ni por su pobreza, porque la pobreza no es redentora; se salvó porque era pobre, sí, pero sobre todo pobre de espíritu, lo cual quiere decir que era manso y humilde de corazón, semejante al Sagrado Corazón; Lázaro aceptaba con humildad, con paciencia, con serenidad, todas las calamidades y tribulaciones que padecía en esta vida -pobreza, enfermedad, hambre, miseria-, sin quejarse, sin culpar a Dios por sus desgracias, ofreciendo interiormente sus sufrimientos a Dios, reconociéndose pecador y pidiendo perdón por sus faltas. Es por esto que Lázaro se salvó y no por el hecho de ser pobre, porque se puede ser pobre materialmente, pero avaro de espíritu, codiciando con envidia malsana los bienes del prójimo y esta pobreza sí que condena al alma, es por eso que el ser pobre no es signo de ser redimido ni la pobreza es equiparable al estado de gracia.

Por otra parte, el rico Epulón se condena, pero no por sus riquezas materiales, sino por su egoísmo que no le permitía compartir sus bienes con Lázaro; se condena por su materialismo, que le impide desprenderse de las riquezas materiales para hacer con ellas obras de misericordia, lo cual podría haber con seguridad salvado su alma. El ser rico no es sinónimo de condenación, porque con las riquezas materiales se puede ser magnánimo, se puede ejercitar la virtud de la magnanimidad, auxiliando al prójimo más necesitado y así ha habido a lo largo de la historia reyes, nobles, empresarios acaudalados, que han salvado sus almas.

Esta parábola nos deja entonces esta lección: ni el ser pobre nos salva automáticamente, ni el ser ricos nos condena automáticamente, sino que la salvación o la condenación está en el ejercer las virtudes de la humildad, para la salvación, o el dejarse arrastrar por la avaricia, en el caso de la condenación.


viernes, 20 de octubre de 2023

“Cuídense de la levadura de los fariseos, que es la hipocresía”

 


“Cuídense de la levadura de los fariseos, que es la hipocresía” (Lc 12, 1-7).  Jesús advierte a sus discípulos acerca del rasgo distintivo, en el orden espiritual y moral, de los fariseos, los hombres religiosos de la época de Jesús, los hombres encargados del Templo, de la enseñanza y práctica de la Ley de Dios. De lo que deben cuidarse sus discípulos es de la hipocresía de los fariseos. Esto nos lleva a recordar y a repasar, brevemente, qué es el “ser hipócrita”.

Según la definición de la Real Academia Española, el hipócrita es “el que actúa con hipocresía” y a la vez, la definición de hipocresía es: “Fingimiento de cualidades o sentimientos contrarios a los que verdaderamen-te se tienen o experimentan”[1]. Es decir, el hipócrita es aquel que, exteriormente, finge sentimientos opuestos a los que en realidad experimenta interiormente. Puesto que Jesús es Dios, Él conoce a la perfección el interior de cada persona, conoce cada pensamiento, cada sentimiento, desde que nace hasta que muere; conoce los pensamientos que tendremos hasta el fin de nuestros días y por esa razón es que acusa a los escribas y fariseos de “hipócritas” y esto en relación a la religión: mientras por fuera aparentan ser hombres piadosos y religiosos, que están en el templo orando todo el día, y así fingen virtud y piedad, en realidad, por dentro, como dice Jesús, “están llenos de huesos de muertos y de podredumbre”, porque están llenos de vicios y de pecados, de egoísmo y de orgullo; por esto es que Jesús los compara con sepulcros blanqueados, por fuera parecen piadosos y buenos, pero por dentro sus corazones son los corazones de víboras espirituales, oscurecidas por las sombrías tinieblas de la oscuridad del Abismo del Infierno.

“Cuídense de la levadura de los fariseos, que es la hipocresía”. Ahora bien, si Jesús nos advierte de que debemos “cuidarnos de la levadura de los fariseos, que es la hipocresía”, es porque también nosotros, si no estamos atentos a los movimientos de nuestro propio corazón, si no prestamos atención a las mociones del Espíritu Santo, si nos dejamos llevar por nuestro propio egoísmo, soberbia y orgullo, en donde en todo debe prevalecer lo que “yo” digo, podemos caer en el mismo error de los fariseos. La solución para no caer en la soberbia de los fariseos, que es en última instancia, participación en la soberbia del demonio, es la imitación del Sagrado Corazón de Jesús, según sus palabras: “Aprendan de Mí, que soy manso y humilde de corazón”.



[1] Hipocresía, Del gr. ὑποκρισία hypokrisía.1. f. Fingimiento de cualidades o sentimientos contrarios a los que verdaderamente se tienen o experimentan; cfr. https://dle.rae.es/hipocres%C3%ADa

jueves, 11 de febrero de 2021

“Cuídense de la levadura de los fariseos y de la de Herodes”

 


“Cuídense de la levadura de los fariseos y de la de Herodes” (Mc 8, 14-21). Para comprender la recomendación de Jesús a sus discípulos, hay que tener en cuenta que la levadura es la soberbia: así como la levadura, mezclada con la harina, hace que esta aumente su tamaño, así la soberbia, al entrar en el alma, hace que esta aumente su egolatría, hasta el punto de pensar que está por encima de Dios y de los hombres. Es lo contrario a la humildad y a lo que Jesús pide en el Evangelio: “Aprended de Mí, que soy manso y humilde de corazón”. Es también la soberbia el pecado capital del Ángel caído, pecado que le valió la expulsión para siempre del cielo y de la Presencia de Dios Trino y el que comete el pecado de soberbia, en cierto sentido participa del pecado de soberbia cometido por el Demonio en los cielos.

La soberbia es un pecado capital, porque es el mayor acto de malicia que puede el alma cometer libremente: por la soberbia, el alma no solo desplaza a Dios de su corazón, sino que se entroniza a sí misma, dejando de adorar a Dios y comenzando a adorarse a sí misma. Esta es la peor decisión que pueda una persona tomar, porque se priva libre y voluntariamente de la fuente de luz y de vida eterna que es Dios, para sumergirse en un abismo de tinieblas y de muerte espiritual; de ahí el consejo de Jesús de imitarlo a Él, que es “manso y humilde de corazón”, porque por la humildad y la mansedumbre el hombre se reconoce como lo que es, un pecador, y se postra ante la majestad de Dios, adorándolo como a su Dios, su Creador, su Salvador y su Santificador.

“Cuídense de la levadura de los fariseos y de la de Herodes”. La mejor forma de cuidarnos de la levadura de los fariseos y de la Herodes, esto es, la soberbia, es imitar a Jesucristo, que es “manso y humilde de corazón”. Éste debe ser nuestro plan de vida cristiano, no para un día o dos, sino para todos los días que nos queden por vivir en la tierra, hasta el feliz encuentro con Jesucristo, por su misericordia, en el Reino de los cielos.