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viernes, 16 de mayo de 2025

“Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado”

 


(Domingo V - TP - Ciclo C - 2025)

“Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado” (Jn 13, 31-33a.34-35). Jesús nos deja un mandamiento al que Él llama “nuevo”; “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado”, pero en este mandamiento debemos preguntarnos cuál es la novedad, en qué consiste lo “nuevo”, porque en el Antiguo Testamento ya existía este mandamiento, el del amar al prójimo; de hecho, el Primer Mandamiento de la Ley de Dios, practicada por el Pueblo Elegido, consistía en “amar a Dios y al prójimo como a uno mismo”. Si nos quedamos en este primer análisis superficial, podemos decir que el mandamiento de Jesús no es tan nuevo como Él lo dice. Sin embargo, el mandamiento de Jesús es nuevo y lo es de tal manera, que es completa y absolutamente nuevo, aun cuando en el Antiguo Testamento ya existiera un mandamiento que mandara amar al prójimo y es tan nuevo el mandamiento de Jesús, que podemos decir que es substancialmente nuevo, a pesar de que su formulación con el mandamiento de la Ley de Moisés es casi idéntica.

Si esto es así, si el mandamiento de Jesús es substancialmente nuevo y tan nuevo que es distinto al mandamiento de la Ley Antigua, debemos preguntarnos en qué consiste la novedad del “mandamiento nuevo” de Jesús. La novedad del mandamiento nuevo de Jesús radica, principalmente, en dos aspectos: el primero se refiere a la consideración del prójimo y el segundo, en la cualidad del amor con que Nuestro Señor Jesucristo manda amar al prójimo. Con relación al prójimo, hay que tener en cuenta que para los judíos se consideraba como “prójimo”, solo a quien pertenecía al pueblo judío -por eso los samaritanos no eran considerados prójimos y no estaban, por lo tanto, incluidos en el Primer Mandamiento-: así, el Primer Mandamiento quedaba limitado solo a los de raza hebrea o solo a quienes profesaran la religión judía; en el mandato de Jesús, queda suprimida toda barrera de raza, de nación, de edad, e incluso de amistad, porque el concepto católico de “prójimo” incluye a todo ser humano, por el solo hecho de ser un ser humano; la segunda diferencia, que hace verdaderamente nuevo al mandamiento de Jesús, se refiere a la cualidad del amor con el que se debe amar al prójimo: en el Antiguo Testamento, el mandamiento mandaba amar al prójimo -con las limitaciones que mencionamos- con las solas fuerzas del amor humano, ya que así lo dice explícitamente la formulación del mandato: “Amarás a Dios -y al prójimo- con todas tus fuerzas” y el amor humano, además de estar contaminado por el pecado original, está también condicionado por nuestra naturaleza humana, de ahí que el amor humano, aun cuando sea genuino, es limitado, se deja llevar por las apariencias, es superficial en muchos casos; en cambio, el tipo de amor con el que Jesucristo nos manda amar al prójimo es substancialmente distinta, porque Jesús nos manda a amar con el Amor con el que Él nos ha amado y ese Amor es el Amor de Dios, el Espíritu Santo, el Amor que el Padre dona al Hijo desde la eternidad y el Amor con el que el Hijo ama al Padre desde la eternidad y así lo dice Jesús: “Ámense los unos a los otros como Yo os he amado”, es decir, con el Amor con el que Jesús nos ha amado y ese Amor es el Amor de su Sagrado Corazón Eucarístico, el Divino Amor, el Espíritu Santo. Por último, hay otro elemento que estaba totalmente ausente en el mandamiento del Antiguo Testamento y ese elemento es la cruz: Jesús nos dice que nos amemos los unos a los otros “como Él nos ha amado” y Él nos ha amado con el Divino Amor, el Espíritu Santo, y hasta la muerte de Cruz, porque nos dona ese Divino Amor a través de la efusión de Sangre de su Corazón traspasado en la Cruz. Estas son entonces las diferencias que hacen que el mandamiento de Jesús sea verdadera y substancialmente nuevo, porque implica amar a todo prójimo, sin distinción de razas, es decir, implica amar a todo ser humano, incluido nuestro enemigo –“Ama a tu enemigo”-; el mandamiento nuevo de Jesucristo implica también amar no ya con el simple y limitado amor humano, sino con el amor de Dios, el Espíritu Santo; por último, implica amar a Dios y al prójimo, no hasta cuando nos parezca, sino hasta la muerte Cruz. Todos estos son elementos que hacen que el mandamiento de Jesús sea un mandamiento verdaderamente nuevo y de origen celestial, sobrenatural, divino.

Finalmente, cuando nos decidimos a cumplir este mandamiento nuevo de Jesús, nos enfrentamos con la realidad, la realidad de no tener un amor suficiente y capaz de cumplir el mandamiento como Jesús nos pide. Entonces, nos preguntamos: ¿dónde conseguir el Amor Divino, el Espíritu Santo, la Tercera Persona de la Trinidad, el Amor de Dios, con el cual sí podemos amar a todo prójimo, incluido el enemigo; con el cual podemos amar con el Divino Amor, el Santo Espíritu de Dios; con el cual podemos amar a nuestros hermanos hasta la muerte de Cruz? ¿Dónde encontrar este Amor verdaderamente celestial? Encontraremos este Amor Divino allí donde reside como en su sede natural, el Sagrado Corazón de Jesús. ¿Y dónde está el Sagrado Corazón de Jesús, vivo, glorioso, resucitado, palpitante con el Divino Amor? En la Sagrada Eucaristía. Entonces, si queremos vivir el mandamiento nuevo de Jesucristo, recibamos con el corazón en gracia al Divino Amor que el Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús derrama sobre nuestras almas, por medio de la Comunión Eucarística.

 


jueves, 31 de octubre de 2024

“El primer mandamiento: es amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser; el segundo es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo”

 


(Domingo XXXI - TO - Ciclo B - 2024)

“El primer mandamiento: es amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser; el segundo es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mc 12, 28b-34). Le preguntan a Jesús cuál es el primer mandamiento entre todos y la respuesta de Jesús es: “amar a Dios y al prójimo” (Jn 13, 34), tal y como lo conocían los hebreos. Sin embargo, en relación al prójimo, Jesús le agrega un nuevo aspecto, que no se encontraba en la Ley de Moisés y este nuevo aspecto determina que el mandamiento de Jesús sea totalmente nuevo en relación al de Moisés. Jesús dice así, en relación al prójimo: “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros, como Yo os he amado”. La novedad que introduce en relación al prójimo es la de amar al prójimo “como Él nos ha amado”, una condición que no se encontraba en la Ley de Moisés. Y con esta condición, también se modifica, implícitamente, el Primer Mandamiento, el de amar a Dios por sobre todas las cosas, aun cuando no lo diga implícitamente, porque en el amar al prójimo como Él nos ha amado, se encuentra el amar a Dios como Él lo ha amado.

De esta manera, los Mandamientos se dividen en antes de Jesús y en después de Jesús, porque aunque la formulación sea idéntica, Jesús introduce una condición que de ninguna manera se encontraba en la Ley de Moisés y es la que hace que los Mandamientos adquieran un sentido substancialmente distintos a los que eran antes de Jesús. En otras palabras, no es lo mismo “amar a Dios y al prójimo” según el Antiguo Testamento, es decir, antes de Jesús, que “amar a Dios y al prójimo” según el Nuevo Testamento, es decir, después de Jesús. Por esta razón, el cristianismo constituye una novedad radical en lo que respecta a los Mandamientos, entre el Antiguo y el Nuevo Testamento.

En el Antiguo Testamento se mandaba amar a Dios “con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser”, es decir, se manda amar con las fuerzas de la naturaleza humana, mientras que se consideraba como “prójimo” solo a aquel que compartía la misma raza y religión. En el Antiguo Testamento se hace hincapié en que es el hombre quien debe esforzarse en amar a Dios con las solas fuerzas de su amor humano, y lo mismo debe hacer con su prójimo, cuyo concepto de “prójimo” es muy limitado.

En el Nuevo Testamento, las cosas cambian radicalmente, tanto en relación a Dios como en relación al prójimo. El cambio lo introduce Jesús cuando dice que el cristiano debe amar al prójimo -y se entiende que a Dios, porque no se puede amar al prójimo si no se ama a Dios-, “como Él nos ha amado”; es esta nueva cualidad, esta nueva condición, “como Él nos ha amado”, la que cambia radical y substancialmente el Primer Mandamiento de la Ley de Dios y hace que el Mandamiento cristiano sea substancialmente distinto al Mandamiento de hebreo. Para entender la razón de la importancia de esta cualidad, es decir, para entender cómo nos amó Cristo, porque así es como debemos amar a Dios y al prójimo, todo lo que debemos hacer es arrodillarnos ante el Crucifijo y contemplar a Cristo crucificado, porque Cristo nos amó hasta la muerte de Cruz.

Allí nos damos cuenta de que el Amor con el que nos amó Nuestro Señor Jesucristo no es un amor humano sino Divino, Sobrenatural, Celestial, porque es el Amor de Dios, el Espíritu Santo, el que lo lleva hasta la cima del Monte Calvario, para dar su vida por nosotros, para entregar su Cuerpo y derramar hasta la última gota de su Sangre por nuestra salvación y para aplacar la Ira de Dios Padre. Es en la Cruz en donde Cristo nos ama hasta el extremo de dar su Vida divina de Hombre-Dios, para lavar nuestros pecados con su Sangre, para aplacar la Ira de la Justicia Divina y para abrirnos las Puertas del Reino de los cielos. Entonces, si queremos saber cómo es que nos amó Cristo, solo debemos contemplarlo en la Cruz, para así poder amar a nuestro prójimo y a Dios “como Él nos amó”, hasta el extremo de la Cruz: “Ámense los unos a los otros como Yo los he amado”. Y Cristo nos ha amado hasta dar la vida en la Cruz por todos y cada uno de nosotros y si nosotros no amamos a nuestros prójimos -incluidos nuestros enemigos personales- hasta el extremo de la Cruz, entonces no podemos llamarnos verdaderos cristianos.

Por último, Cristo nos ama también desde la Eucaristía, porque si nos ama desde la Cruz, continúa amándonos desde la Eucaristía, donde se encuentra en Persona, con su Sagrado Corazón Eucarístico, vivo, glorioso, resplandeciente de la luz y de la gloria divina, esparciendo los rayos de Amor de su Sagrado Corazón, esperando por nuestra visita para colmarnos del Amor de su Sagrado Corazón.

“Ámense los unos a los otros como Yo los he amado”. Si queremos vivir el Mandamiento más perfecto de la Ley de Dios, que manda amar a Dios Trino por sobre todas las cosasy al prójimo como a uno mismo y si queremos vivir este Mandamiento “como Cristo nos ha amado”, puesto que carecemos en absoluto del Divino Amor necesario para vivirlo, debemos acudir a la Fuente Increada del Amor de Dios, que nos permitirá cumplir este mandamiento, el Sagrado Corazón de Jesús, que se encuentra en la Cruz y que late de Amor en la Sagrada Eucaristía.

 

 

jueves, 2 de mayo de 2024

“Les doy un mandamiento nuevo: ámense los unos a los otros, como Yo los he amado”


 

(Domingo VI - TP - Ciclo B – 2024)

         “Les doy un mandamiento nuevo: ámense los unos a los otros, como Yo los he amado” (Jn 15, 19-17). En este “mandamiento nuevo” de Jesús, debemos preguntarnos cuál es la novedad, cuál es lo “nuevo”, porque entre los judíos ya existía un mandamiento que mandaba amar al prójimo: “Ama a Dios por sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo”. Si ya existía un mandamiento en el que, por orden divina, se debía “amar al prójimo”, debemos entonces considerar en dónde está la novedad del mandamiento de Jesús.

         Un primer aspecto a considerar es que el mandamiento no se limita al prójimo que comparte la misma religión, sino a todo prójimo. Para los judíos, el prójimo era aquel que compartía la misma religión; en el catolicismo, el prójimo es el que comparte la misma religión, pero también todo ser humano, por el solo hecho de ser una persona humana. Por esta razón, el mandamiento de Jesús es nuevo en cuanto a que es universal, se extiende a toda la humanidad, el católico debe amar a todos los hombres, sin importar la raza, la religión, la condición social, etc.

Otro aspecto a considerar es que no es un amor natural. Hasta Jesús, se debía amar al prójimo, pero con un amor natural, el amor que surge del corazón humano que, si bien está hecho para amar, como consecuencia del pecado original, se vuelve un amor limitado, estrecho, egoísta, que se deja llevar por las apariencias, que ama con condiciones. A partir de Jesús, esto cambia radicalmente, porque el amor con el que se debe amar, tanto a Dios como al prójimo, ya no es el solo amor humano, ni siquiera el amor humano purificado del pecado por acción de la gracia:, sino que es un amor sobrenatural, el Amor de Dios, el Espíritu Santo.

Otra característica es que en el prójimo al que se debe amar, está comprendido aquel que, por alguna razón, es nuestro enemigo personal, según lo dice el mismo Jesús: “Amen a sus enemigos”. Esto porque, si hacemos así, si amamos a nuestros enemigos, estaremos imitando y participando del amor con el que Dios Padre nos amó en Jesucristo, porque siendo nosotros sus enemigos, los enemigos de Dios Padre, por causa del pecado, Dios Padre no nos trató como a sus enemigos, sino como a sus hijos, nos amó con su amor misericordioso, no solo no tratándonos como lo merecíamos por crucificar a su Hijo Jesús, sino perdonándonos por la Sangre de Cristo y concediéndonos la Vida nueva de los hijos de Dios. Entonces así debe hacer el católico con sus enemigos personales, amarlos, como Dios nos ha amado en Cristo. Pero este amor a los enemigos no se aplica a los enemigos de Dios, de la Patria y de la Familia, porque a estos se los debe combatir, a cada uno con las armas correspondientes, materiales y espirituales, pero se los debe combatir, aunque no odiarlos, porque se debe odiar la ideología que los convierte en enemigos de Dios, de la Patria y de la Familia, pero no se los debe odiar en cuanto seres humanos. Un ejemplo es la ocupación ilegal de Inglaterra en nuestras Islas Malvinas: se debe odiar la ideología criminal que los lleva a cometer la ocupación y usurpación ilegal de nuestro territorio patrio, pero no se los debe odiar en cuanto seres humanos; otro ejemplo, es la subversión marxista que pretende tomar el poder por la violencia: se debe odiar a la ideología comunista que atenta contra nuestra Patria, pero no se debe odiar al subversivo en cuanto ser humano. Entonces, se debe odiar a la ideología -comunismo, liberalismo, etc.-, pero no al ser humano.

Por último, se debe amar “como Jesús nos ha amado” y Jesús nos ha amado con dos características: hasta la muerte de cruz y con el Amor del Espíritu Santo, con el Amor Divino, que es la Tercera Persona de la Trinidad, el Amor que el Padre dona al Hijo y que el Hijo dona al Padre. Amar al enemigo hasta la muerte de cruz implica literalmente morir a nosotros mismos, en el sentido espiritual, es decir, morir al deseo de venganza, de rencor, de enojo, porque Jesús ha desterrado para siempre la ley del Talión del “ojo por ojo y diente por diente” y no solo debemos morir a este sentimiento, sino amar al prójimo que nos ha ofendido y amarlo no siete veces, sino “setenta veces siete”, como dice Jesús, lo cual significa “siempre”. Debemos entonces amar al prójimo “como Jesús nos ha amado”, hasta la muerte de cruz, muriendo a nosotros mismos y a nuestro deseo de venganza, deseo que debemos desterrar radicalmente de nuestros corazones. La otra característica de nuestro amor es la de amar con el Amor Divino, el Espíritu Santo, porque Jesús nos ha amado hasta la muerte de cruz y ha derramado sobre nosotros, con su Sangre Preciosísima, el Espíritu Santo, el Espíritu del Divino Amor, el Amor con el que se aman eternamente el Padre y el Hijo. Y debido a que, como es obvio, no tenemos ese Amor en nosotros, porque no somos Dios, debemos suplicar, en la oración, que, por medio de la Virgen, descienda el Amor del Espíritu Santo sobre nosotros, para que así seamos capaces de cumplir el “mandamiento nuevo, amarnos los unos a los otros, como Jesús nos ha amado”. Y si hacemos esto, si amamos a nuestros enemigos hasta la muerte de cruz y con el Amor del Espíritu Santo, entonces seremos verdaderamente hijos divinizados de Dios Padre, que nos amó hasta la muerte en cruz de su Hijo Jesús y con su Amor, el Espíritu Santo.


martes, 10 de mayo de 2022

“Ámense los unos a los otros como Yo los he amado”

 


(Domingo V - TP - Ciclo C – 2022)

         “Ámense los unos a los otros como Yo los he amado” (Jn 13, 31-33a. 34-35). En la Última Cena, antes de partir al Padre, Jesús deja un mandamiento nuevo, el cual será la característica de los cristianos: el amor de unos a otros como Él nos ha amado.

         Este mandamiento nuevo implica varias cosas: primero, amar como Él nos ha amado, hasta la muerte de cruz y con el Amor del Espíritu Santo; otro elemento es que en el prójimo está incluido el enemigo personal: “Amen a sus enemigos”; este mandamiento no se aplica a los enemigos de Dios, de la Patria y de la familia, sino solo a los enemigos personales. A los enemigos de Dios, de la Patria y de la familia se los combate, con la "espada de doble filo de la Palabra de Dios" y con la Fe de los Apóstoles; a los enemigos personales, se los ama como Cristo nos ha amado.

         Otro elemento a tener en cuenta en este mandamiento nuevo de Jesús es que es una ampliación y profundización del Primer Mandamiento: “Amarás a Dios y al prójimo como a ti mismo”. En cuanto a Dios, debemos amarlo porque Dios es Amor, o también, el Amor es Dios y el Amor no merece otra cosa que ser amado. Es imposible no amar al Amor, por eso, es imposible no amar a Dios. Luego, debemos amar al prójimo y esto es así porque, como dice el Evangelista Juan, nadie puede decir que ama a Dios, a quien no ve, si no ama a su prójimo, a quien ve. En otras palabras, no se puede amar, verdadera y espiritualmente a Dios Uno y Trino -a quien no vemos, porque no estamos en la visión beatífica- si no se ama al prójimo, a quien vemos. La razón es que el prójimo es una creación de la Trinidad, creado “a su imagen y semejanza”; es decir, cada prójimo es una imagen viviente, visible, de la Trinidad invisible, por eso es que no podemos decir que amamos a la Trinidad, a quien no vemos, si no amamos a la imagen de la Trinidad, que es nuestro prójimo, a quien sí podemos ver. Tratar mal a nuestro prójimo, imagen de Dios, no demostrarle amor cristiano, no obrar con él la misericordia, sería como si alguien abofeteara al embajador del presidente de un país, pero al encontrarse con ese presidente, del cual el embajador era el representante, se deshiciera en halagos y lo abrazara y palmeara fingiendo calidez y amistad. Es lo mismo en lo que se refiere a nuestro prójimo y Dios: nuestro prójimo es representante, embajador, vicario, de Dios y por eso, actuamos como hipócritas o cínicos cuando destratamos a su embajador, nuestro prójimo, pero luego en la oración nos deshacemos en alabanzas a Dios.

         Ahora bien, para los católicos, hay algo más que se debe tener en cuenta y es que el prójimo es imagen no solo de Dios Uno y Trino, sino de Dios Hijo encarnado, Jesús de Nazareth, porque Él se encarnó, se hizo imagen nuestra, por así decir, sin dejar de ser Dios. Esto quiere decir que el prójimo, para nosotros, los católicos, es imagen de Dios Hijo encarnado, por lo que el mandamiento nuevo de Jesús es todavía más novedoso, porque ya no sólo se trata de amar a Dios, a quien no se ve, sino de amar a su imagen, el prójimo, a quien se ve, y en quien Dios se encuentra, misteriosamente, presente. En otras palabras, si en la Creación, Dios Trinidad nos hizo a imagen y semejanza suyo, en la Encarnación, el Hijo de Dios “se hizo”, por así decir, a imagen y semejanza nuestra, ya que siendo Dios invisible unió a su Persona divina una humanidad visible, la humanidad santísima de Jesús de Nazareth. Por estas razones no hay que olvidar que Jesús, en el Día del Juicio Final, nos juzgará sobre la base de lo que hicimos o dejamos de hacer con nuestro prójimo, en quien Él estaba misteriosamente presente, tal como se desprende de sus palabras: “Toda vez que hicisteis algo (bueno o malo) a cada uno de estos pequeños, A MÍ me lo hicisteis”. Cada vez que interactuamos con nuestro prójimo, no estamos interactuando sólo con él, sino con Jesús, que está misteriosamente presente en él. Por ejemplo, cuando damos un consejo a un prójimo angustiado, cuando visitamos a un prójimo enfermo, damos un consejo a Cristo presente en el prójimo, visitamos a Cristo misteriosamente presente en nuestro prójimo. Pero también sucede con las obras malas: cada vez que alguien calumnia a un prójimo, calumnia a Cristo que está presente en ese prójimo; cada vez que alguien se enciende en ira con su prójimo, se enciende en ira con Cristo, que está misteriosamente presente en ese prójimo. De ahí la importancia de no solo medir las palabras con las cuales tratamos a nuestro prójimo, sino incluso de rechazar todo pensamiento o sentimiento maligno, perverso, negativo, contra nuestro prójimo, porque si consentimos a esos pensamientos malignos y perversos contra el prójimo, lo estamos haciendo con el mismo Cristo. Y con Cristo, que lee nuestros pensamientos y nuestros corazones, no se juega, porque de Dios nadie se burla.

         “Ámense los unos a los otros como Yo los he amado”. Sin embargo, no basta con no tener pensamientos ni deseos malvados contra nuestro prójimo; eso es apenas el inicio del mandamiento nuevo: para amar al prójimo como Cristo nos manda, debemos amarlo como Él nos ha amado primero: hasta la muerte de cruz y con el Amor del Espíritu Santo. Puesto que nuestro amor humano es absolutamente incapaz de cumplir con este mandamiento, porque se necesita el Amor de Dios, el Espíritu Santo, debemos implorar el Don de dones, el Espíritu Santo, que se nos dona en cada Eucaristía, para así poder amar al prójimo como Cristo nos amó, hasta la muerte de cruz y con el Amor de Dios, el Espíritu Santo.

 


jueves, 29 de abril de 2021

“Éste es mi mandamiento nuevo: que se amen los unos a los otros, como Yo los he amado”

 

(Domingo V - TP - Ciclo B – 2021)

         “Éste es mi mandamiento nuevo: que se amen los unos a los otros, como Yo los he amado” (Jn 15, 9-17). Moisés había dado a los israelitas las tablas de la Ley, en las que estaban contenidos los Diez Mandamientos. Esos mismos mandamientos son los que los hereda el cristianismo y la razón es que el Dios que los promulga por medio de Moisés, es Jesucristo, el mismo Dios que ahora, encarnado, habita en medio de los hombres, en la tierra, en el tiempo y en el espacio. Es decir, Dios había dado sus mandamientos  por medio de Moisés al Pueblo Elegido y ahora, los da al Nuevo Pueblo Elegido, pero no por medio de un profeta o un hombre santo, sino Él, personalmente: Dios promulga sus mandamientos en persona, por medio de la naturaleza humana de Jesús de Nazareth.

         Ahora bien, en la Ley que Dios dio a través de Moisés, figuran el amor a Dios y al prójimo, ya que el primer mandamiento dice: “Amarás a Dios y al prójimo como a ti mismo”. Si esto es así, ¿por qué razón Jesús dice que da un “mandamiento nuevo”? Es decir, si ya existía en la Ley de Moisés, que el mismo Dios había promulgado, el amar a Dios y al prójimo, ¿por qué Jesús dice que su mandamiento es “nuevo”? Alguien podría objetar la novedad del mandamiento de Jesús, diciendo que incluso hasta su formulación es la misma: “Amar a Dios y al prójimo como a uno mismo”. Volvemos entonces a preguntarnos: ¿hay alguna “novedad” en el mandamiento de Jesús? Y si hay alguna novedad, ¿en qué consiste?

         Para responder las preguntas, hay que comenzar diciendo que existen no una, sino varias razones por las cuales se puede decir que el mandamiento de Jesús, aun cuando la formulación sea la misma o parecida, es radicalmente nuevo, tan nuevo, que se puede decir que es substancialmente distinto al mandamiento que ya conocían los hebreos y veamos las razones.

         Por un lado, analicemos el concepto de “prójimo”: para los hebreos, el “prójimo” era aquel que compartía la raza y la religión y si había alguien que no era hebreo pero se convertía al judaísmo, entonces recién se podía llamar a ese tal “prójimo”. Mientras tanto, para el que no era considerado prójimo, porque no compartía ni la raza, ni la religión, se aplicaba la ley del Talión: “Ojo por ojo, diente por diente”. Esto cambia radicalmente con Jesús, porque a partir de Él, el prójimo al que hay que amar es todo ser humano, independientemente de su raza, de su religión, de su nacionalidad, de su condición social. Para el cristiano, todo ser humano, por el hecho de ser ser humano, es decir, creatura de Dios, es un prójimo al que hay que amar y aquí hay otra diferencia con el judaísmo: no solo se anula la ley del Talión, sino que al primer prójimo al que hay que amar, es al enemigo: “Amen a sus enemigos, bendigan a los que los maldicen”.

         Otra diferencia es el amor con el que hay que cumplir el mandamiento: antes de Jesús, se explicitaba que el amor con el que había que amar a Dios y al prójimo era el amor humano –“Amarás a Dios y a tu prójimo con todas tus fuerzas, con todo tu ser”-, con las limitaciones que esto implica, porque el amor humano, por naturaleza, es limitado y además, está contaminado, por así decirlo, por el pecado original: esto cambia con Jesús, porque el amor con el que se debe amar a Dios y al prójimo es el Amor de Dios, el Espíritu Santo, la Tercera Persona de la Trinidad. Es decir, ya no basta con amar con el simple amor humano: ahora hay que amar a Dios y al prójimo con el mismo Amor del Padre y del Hijo, el Espíritu Santo, el Amor Divino.

         Otra diferencia, que no existía en los mandamientos del Antiguo Testamento, es que el cristiano debe amar “como Cristo nos ha amado”: “como Yo os he amado”, dice Jesús y es por eso que debemos preguntarnos: ¿cómo nos ha amado Jesús? Porque según sea el amor con el que nos ha amado Jesús, así debe ser el amor con el que amemos a Dios y al prójimo. La respuesta es que Jesús nos ha amado doblemente: con el Amor de su Sagrado Corazón, que es el Espíritu Santo, el Amor del Padre y del Hijo, y “hasta la muerte de cruz”. Estas dos características del amor de Jesucristo hacen que su mandamiento sea verdaderamente nuevo, al punto de ser un mandamiento radicalmente distinto al mandamiento que tenían los hebreos, aun cuando su formulación sea, sino idéntica, al menos parecida: nos amó con el Amor de Dios, el Espíritu Santo, la Tercera Persona de la Trinidad y nos amó hasta la muerte de cruz. Así es como debemos amar a nuestro prójimo –incluido el enemigo-: hasta la muerte cruz y con el Amor del Espíritu Santo.

         Por último, surge una pregunta: si yo, como cristiano, estoy dispuesto a cumplir el mandamiento nuevo de Jesús, me encuentro con una doble dificultad: por un lado, no estoy crucificado, como lo está Jesús; por otro lado, no tengo el Amor de Dios, el Espíritu Santo, en mi corazón, porque en mi corazón hay solo amor humano. Entonces, ¿es imposible cumplir el mandamiento de Jesucristo? No es imposible, porque Jesús no manda nada imposible, pero para poder cumplirlo, debemos pedir dos cosas: postrados ante Jesús crucificado o ante Jesús Sacramentado, debemos pedir la gracia de ser crucificados junto a Jesús –se entiende que la crucifixión, al no ser en sentido material, es en sentido espiritual-; por otro lado, debemos pedir al Padre el Espíritu Santo, como nos enseña Jesús: “Pidan al Padre el Espíritu Santo y el Padre se los dará” y así, crucificados con Cristo en el Calvario y con el Amor del Espíritu Santo en el corazón –comunicado este Amor por la Comunión Eucarística-, entonces sí podremos vivir el mandamiento verdaderamente nuevo de Jesús: amarnos los unos a los otros como Jesús nos ha amado, hasta la muerte de cruz y con el Divino Amor, el Amor del Espíritu Santo.

        

“Ámense los unos a los otros como Yo los he amado”

 

“Ámense los unos a los otros como Yo los he amado” (Jn 15, 12-17). Jesús da un nuevo mandamiento: sus discípulos deben “amarse los unos a los otros”. Visto así, no parecería un mandamiento verdaderamente “nuevo”, porque ya existía un mandamiento que ordenaba el amor al prójimo; si lo vemos así, entonces el mandamiento nuevo de Jesús no sería tan nuevo como lo dice Jesús. Sin embargo, el mandamiento de Jesús es verdaderamente nuevo, por las siguientes razones: por un lado, el concepto de prójimo es distinto: antes, para los hebreos, se consideraba como “prójimo” sólo al que compartía la raza y la religión, el resto estaba excluido de este concepto: a partir de Jesucristo, el prójimo a amar es todo ser humano, independientemente de su raza, de su religión, de su condición social, de su edad, etc.; por otra parte, el amor con el que se mandaba amar al prójimo y también a Dios era puramente humano, ya que así lo especificaba el mandamiento: “Amarás a Dios con todas tus fuerzas, con todo tu ser”, es decir, se enfatizaba el carácter meramente humano del amor con el que se debía amar a Dios y al prójimo y esto es importante, porque el amor humano es limitado por naturaleza, además de estar contaminado por el pecado original: en el mandamiento de Jesús, el amor con el que hay que amar a Dios y al prójimo es el Amor de Dios, donado por el Sagrado Corazón de Jesús, traspasado por la lanza en el Calvario; por último, Jesús manda amar “como Él nos ha amado” y Él nos ha amado hasta la muerte de cruz, siendo nosotros sus enemigos, porque fuimos nosotros quienes lo crucificamos con nuestros pecados y esta condición de amar hasta la muerte de cruz, no estaba en el Antiguo Testamento.

Entonces, las novedades que hacen verdaderamente nuevo al mandamiento de Jesús, son: el concepto de prójimo, que se hace universal y trasciende los límites de la raza y de la religión; el amor con el que se debe amar a Dios y al prójimo, ya no es un amor puramente humano, sino que se debe amar con el Amor de Dios, con la Tercera Persona de la Trinidad, el Espíritu Santo, el Amor del Padre y del Hijo; por último, se debe amar incluso hasta a los enemigos y ese amor debe ser “hasta la muerte de cruz”, es decir, el amor cristiano implica la decisión de dar la vida por la salvación eterna de nuestro prójimo, incluso si este es nuestro enemigo. Por todas estas razones, el mandamiento nuevo de Jesús de “amarnos los unos a los otros”, es verdadera y realmente nuevo, inexistente hasta Jesús.

martes, 12 de mayo de 2020

“Amaos los unos a los otros como Yo os he amado”




“Amaos los unos a los otros como Yo os he amado” (Jn 15, 12-17). Jesús nos deja un “mandamiento nuevo” y es este mandamiento el que diferencia, de modo substancial, al judaísmo del cristianismo: “Amaos los unos a los otros como Yo os he amado”. Hasta Jesús, existía el mandamiento de amar al prójimo -así como el mandamiento de amar a Dios-, por lo que se podría pensar que no hay diferencia entre el cristianismo y el judaísmo, al menos en este punto.
Sin embargo, aunque la formulación es la misma -amar al prójimo-, el mandamiento de Jesús es tan radical y substancialmente diferente del mandamiento hebreo, que se puede decir que son dos mandamientos absolutamente diferentes. ¿En qué consisten estas diferencias? Ante todo, el concepto de “prójimo”: para los hebreos, el prójimo era sólo aquel que compartía la raza y la religión o, al menos, la religión. Tanto es así, que el mandamiento no valía para los samaritanos, a los cuales consideraban sus enemigos, no existiendo comunicación alguna entre ambos pueblos. Para el cristianismo, el “prójimo” es cualquier ser humano, sin importar la raza, la condición social, la religión: todo ser humano, por el hecho de ser un ser humano, es prójimo del cristiano y por lo tanto entra dentro del mandamiento. Por otra parte, entra en esta categoría de prójimo incluso aquel prójimo que es considerado “enemigo”, por algún motivo circunstancial: “Ama a tus enemigos”.
Otra diferencia es el amor con el que se debe amar al prójimo: antes de Cristo, el mandamiento implicaba amar al prójimo con un amor puramente humano y este amor estaba incluido en el mandamiento a Dios: “Amarás al Señor tu Dios con todas tus fuerzas, con todo tu ser, y al prójimo como a ti mismo”. Es decir, en el judaísmo, se mandaba amar con la sola fuerza del amor humano; en cambio, en el cristianismo, se manda amar no con la fuerza del amor humano, sino con la fuerza y el Amor de Dios, porque se manda amar “como Cristo nos ha amado” y Cristo nos ha amado con el Amor que inhabita en su Corazón, que es el Amor de Dios, el Espíritu Santo.
Por último, hay otra diferencia en el “mandato nuevo” de Jesucristo y el mandato del Antiguo Testamento y esta diferencia hay que buscarla en la frase de Jesús: “como Yo os he amado”. Es decir, el cristiano debe amar a su prójimo, incluido el enemigo, con el Amor del Espíritu Santo y además “como Cristo” lo ha amado y esto implica el amor hasta la muerte de Cruz, porque Cristo nos ha amado “hasta la muerte de Cruz”.
Por estas razones, el mandamiento de Jesucristo de amar al prójimo es radical y substancialmente distinto al mandamiento del Antiguo Testamento.


sábado, 18 de mayo de 2019

“Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado”



(Domingo V - TP - Ciclo C – 2019)

“Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado” (Jn 13, 31-33a.34-35). Jesús dice que deja un mandamiento nuevo, que es el amor al prójimo, pero en el Antiguo Testamento ya existía ese mandamiento, lo cual quiere decir que –al menos en apariencia- el mandamiento de Jesús no es tan nuevo como Él lo dice. En el Antiguo Testamento se mandaba amar al prójimo, al igual que lo hace Jesús ahora; por eso, visto de esta manera, no se entiende dónde está la novedad del mandamiento de Jesús, si éste ya existía. Muchos podrían objetar y decir: Jesús manda un nuevo mandamiento que no tiene nada de nuevo, porque ya existía el mandamiento de amar al prójimo en el Antiguo Testamento.
Sin embargo, el mandamiento de Jesús es nuevo y de tal manera, que es completamente nuevo, aun cuando en el Antiguo Testamento ya existiera un mandamiento que mandara amar al prójimo. La causa de la novedad de Jesús radica en dos elementos: en el concepto de prójimo y en la cualidad del Amor con el que Jesús manda amar al prójimo. Es decir, la diferencia con el mandamiento del Antiguo Testamento es en la consideración del prójimo y en la cualidad del amor con el que se manda amar al prójimo.
Con respecto al prójimo, hay que tener en cuenta que para los hebreos el prójimo era solo otro hebreo que profesaba la religión judía, con lo cual, el mandamiento estaba restringido solo a los de raza hebrea y de religión judía: la diferencia con el mandamiento de Jesús es que el cristiano ama a su prójimo sin importar la raza, la religión, la nacionalidad, la condición social, es decir, el concepto de prójimo es mucho más amplio, puesto que abarca a todo ser humano, que el concepto de prójimo que tenía el Antiguo Testamento. A esto hay que agregar que, en la condición de prójimo, está incluido el enemigo personal –no el enemigo de Dios y de la Patria-, porque Jesús también dice: “Ama a tu enemigo”.
La otra diferencia es la cualidad del amor: en el Antiguo Testamento, se mandaba amar con las solas fuerzas del amor humano, ya que el mandamiento con el que se mandaba amar a Dios y al prójimo decía: “Amarás a Dios con todas tus fuerzas, con toda tu alma, con todo tu corazón, con todo tu ser”, es decir, ponía el acento en el amor puramente humano, que debía dirigirse a Dios y por lo tanto también al prójimo. En el mandamiento de Jesús, en cambio, el amor con el que se manda amar –a Dios y al prójimo- no es el mero amor humano: es el Amor con el que Él nos ha amado y ese Amor es el Amor de Dios, el Espíritu Santo: en efecto, Jesús dice “amaos los unos a los otros como Yo os he amado” y Jesús nos ha amado con el Amor de su Sagrado Corazón, que es el Amor del Padre y del Hijo, el Espíritu Santo. El cristiano, en consecuencia, debe amar a su prójimo -incluido el enemigo- con el Amor de Dios, el Espíritu Santo. ¿Cómo conseguir este amor, que por definición no lo tenemos ni es nuestro? Postrándonos ante la Cruz de Jesús e implorando el Amor del Espíritu Santo, y recibiéndolo -en estado de gracia- en la Comunión Eucarística.
Por último, hay además otro elemento que no estaba presente en el Antiguo Testamento y es la Cruz: Jesús nos dice que nos amemos unos a otros “como Él nos ha amado” y eso implica que no sólo nos ha amado con el Amor del Espíritu Santo, sino que Él nos ha amado hasta la muerte de Cruz y es así, hasta la muerte de Cruz, como debe amar el cristiano a su prójimo, incluido el enemigo.
“Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado”. El mandamiento de Jesús es verdaderamente nuevo y radicalmente distinto del mandamiento del Antiguo Testamento y consiste, entonces, en amar a todo prójimo, sin distinción de razas, de religión ni de nacionalidad; amar con el amor de Dios, el Espíritu Santo; amar hasta la muerte Cruz. Todos estos son elementos que hacen que el mandamiento de Jesús sea un mandamiento verdaderamente nuevo y de origen celestial.

sábado, 5 de mayo de 2018

“Éste es mi mandamiento: Ámense los unos a los otros, como yo los he amado”



(Domingo VI - TP - Ciclo B – 2018)

“Éste es mi mandamiento: Ámense los unos a los otros, como yo los he amado” (Jn 15, 9-17). Jesús deja un mandamiento nuevo que, en cuanto tal, debe agregarse a los mandamientos de la Antigua Alianza. Si es nuevo, entonces debemos preguntarnos en qué consiste la novedad y cuál es la autoridad de Jesús para dejar un mandamiento nuevo. Con respecto a la autoridad de Jesús para dejar un mandamiento nuevo, está en todo su derecho, puesto que es Dios, el mismo Dios que estableció los mandamientos de la Ley Antigua y su condición divina está debidamente probada en los Evangelios por los “signos” y “obras” -es decir, milagros- que hace Jesús y que demuestran que Él es quien dice ser: Dios Hijo encarnado: “Si no me creéis a Mí, creedme al menos por mis obras”. En otras palabras, es evidente que Jesús hace milagros que sólo Dios puede hacer y por lo tanto, Jesús es Dios: es el mismo Dios que en el Antiguo Testamento promulgó los Diez Mandamientos a través de Moisés.
Con respecto a la segunda pregunta, acerca de que en qué consiste la novedad de este “mandamiento nuevo”, la respuesta es que la novedad del mandamiento nuevo de Jesús radica no tanto en la formulación, sino en la cualidad del amor con el que debe ser vivido. Es decir, en el Antiguo Testamento, el mandamiento central era el primero y estaba basado en el amor, por lo que para cumplir la Ley de Dios, había que amar en tres direcciones: a Dios, al prójimo y a uno mismo. Pero se trataba de un amor natural, puesto que todavía no estaba la gracia santificante, al no haber sido cumplido el misterio pascual del Hombre-Dios Jesucristo. En el Antiguo Testamento se cumplía el Primer Mandamiento con amor meramente humano, natural. Pero una vez que el misterio pascual de Jesucristo se cumple, Jesucristo adquiere, por mérito suyo en la cruz y gratuitamente para nosotros, la gracia santificante, la cual nos hace participar en la vida de Dios. Esto quiere decir que el hombre, por la gracia, participa de la naturaleza divina, con lo cual comienza a vivir con la vida misma de la Trinidad. Ama y conoce como Dios ama y conoce. Es decir, no significa que el hombre adquiere una capacidad infinita de amar y conocer al modo humano: por la gracia, adquiere una nueva capacidad, que antes no poseía, y es el amar y conocer al modo divino. Por la gracia, el ser humano ama y conoce como Dios ama y conoce. Es la gracia la que hace que el mandamiento dado por Jesús, sea verdaderamente nuevo, porque la cualidad del amor con el cual hay que vivir ese mandamiento es substancialmente distinta al amor humano e incluso angélico, porque es el Amor de Dios. En efecto, Jesús dice: “Ámense los unos a los otros, como yo los he amado”. Si tenemos que amarnos los unos a los otros “como Él nos ha amado”, entonces la pregunta es: ¿cómo nos ha amado Jesús? La respuesta a esta pregunta nos dará la clave de cómo tenemos que vivir el mandamiento nuevo de Jesús. Y la respuesta es que nos ha amado con el Amor de su Sagrado Corazón y ese Amor es el Espíritu Santo, la Persona-Amor de la Trinidad: significa que debemos amar al prójimo con el Amor de Dios, el Espíritu Santo, y no con nuestro simple amor humano, como en el Antiguo Testamento. La otra parte de la respuesta es que Jesús nos ha amado hasta dar su vida por nosotros, pero no de cualquier manera, sino con la muerte dolorosísima y humillante de la cruz. Para darnos una idea de lo que implica “amar hasta la muerte de cruz”, que es como debemos amar al prójimo, es necesario contemplar a Jesucristo crucificado, con su cabeza coronada de espinas, sus manos y pies traspasados y su Costado atravesado por la lanza. Jesús no nos ama hasta un cierto límite, pasado el cual nos dice: “Perdóname, pero mi amor por ti llega hasta aquí nomás”; Jesús nos ama con un amor ilimitado, infinito, pero también eterno, porque es celestial, divino, sobrenatural. Es un Amor que surge del Acto de Ser –Actus Essendi- divino trinitario como de una fuente inagotable; es un Amor del cual no podemos hacernos sino palidísimas comparaciones, haciendo analogías con los amores humanos más nobles que conocemos – el amor materno, paterno, esponsal, filial, de amistad-, pero se trata de analogías y comparaciones que son sumamente limitadas porque no alcanzan a expresar, ni siquiera mínimamente, el grado, la magnitud, la majestuosidad, del Amor divino con el cual Jesús nos ama.
Pero esto no significa que nos ame y que permanezca indiferente a nuestra indiferencia o malicia. Con la misma fuerza con la que nos atrae desde la cruz, con el Amor de su Sagrado Corazón, con esa misma fuerza, nos rechazará si nosotros permanecemos obstinados y cerrados a su amor. Dios actuará como un amante despechado, que se cansa de ofrecer su amor a su creatura que lo rechaza una y mil veces. Dios nos seguirá amando por la eternidad, pero al mismo tiempo respetará la libertad de quien no quiera amarlo y no quiera estar con Él por la eternidad.
“Éste es mi mandamiento: Ámense los unos a los otros, como yo los he amado”. En esta doble condición –el Amor del Espíritu Santo y amar hasta la muerte de cruz- radica entonces la novedad del mandamiento de Jesús: es nuevo por su formulación, pero sobre todo por la cualidad del amor con el que debemos amarnos unos a otros y es el Amor de Dios, el Espíritu Santo, siendo además nuevo por el modo de demostrar el amor, que es hasta la muerte de cruz. Sólo así se explica que, entre los prójimos a los que debemos amar, estén en primer lugar aquellos que son nuestros enemigos, porque solo con el Amor de Dios y el Amor de la cruz es que el alma se hace capaz de amar al enemigo –no significa complacencia con la injusticia que nos comete- y de perdonar setenta veces siete, porque así imita a Jesús, que nos ama siendo nosotros sus enemigos y nos perdona con un perdón infinito desde la cruz.


viernes, 22 de abril de 2016

“Les doy un mandamiento nuevo: que se amen los unos a los otros, como Yo los he amado”


(Domingo V - TP - Ciclo C – 2016)

         “Les doy un mandamiento nuevo: que se amen los unos a los otros, como Yo los he amado” (Jn 13, 31-33a).  Ante las palabras de Jesús en la Última Cena, surgen estas preguntas: ¿puede Jesús dar un “mandamiento nuevo”, que se agrega, como tal, a los Diez Mandamientos de Moisés? ¿No es una prerrogativa de Dios dar Mandamientos a los hombres? Si es verdaderamente un Mandamiento nuevo, ¿en qué consiste?
         Hay que responder que, por un lado, sí es prerrogativa de Dios dar Mandamientos a los hombres, pero puesto que Jesús es Dios, puede hacerlo, en cuanto Dios que Es; es decir, sí es su prerrogativa. Pero para entender un poco mejor este Mandamiento Nuevo de Jesús, hay que compararlo con el Mandamiento anterior y ver cuál es la diferencia, es decir, en qué consiste la novedad. Antes de este Mandamiento Nuevo, también existía el mandamiento del amor, puesto que el Primer Mandamiento mandaba “amar a Dios y al prójimo como a uno mismo”, pero este mandamiento tenía diferencias: Dios era sólo Uno y no Trino, porque todavía no estaba revelado que en Dios Uno hubiera una Trinidad de Personas divinas; por otro lado, el amor con el que se mandaba amar, era sólo el amor humano, con todos los límites que tiene el amor humano –a menudo, es superficial, se deja llevar por las apariencias, es débil, entre otras carencias-; por último, se consideraba “prójimo” sólo a quien perteneciera a la misma raza o a quien profesara la misma religión; para el resto, es decir, para los gentiles, se aplicaba la ley del Talión: “Ojo por ojo y diente por diente”. Éste era el mandamiento del amor según la Ley de Moisés.
A partir de Jesús, que es quien da el nuevo mandamiento -“Les doy un mandamiento nuevo: que se amen los unos a los otros, como Yo los he amado” -, hay que decir que este Nuevo Mandamiento, por un lado, no se contradice con el mandamiento del amor dado por Él mismo en el Sinaí, a Moisés, sino que se continúa en la misma dirección, que es la dirección del amor, pero ahora este mandamiento es verdaderamente nuevo, por varias razones. Por un lado, porque se trata de amar al prójimo –y a Dios, por supuesto, que ahora se revela como Trinidad de Personas-, con un nuevo amor, con una fuerza nueva, la fuerza del Divino Amor del Sagrado Corazón de Jesús; por otro lado, al ser un Amor que no es el amor meramente humano, adquiere nuevos límites y este límite nuevo no es ya el límite del amor propio de la naturaleza humana, como en sucedía en el mandamiento del Antiguo Testamento, sino que es el límite ilimitado –valga la paradoja- del Amor Divino –y, por lo tanto, infinito y eterno- con el que Jesús nos ha amado desde la cruz, ya que esto es lo que dice Jesús explícitamente: “Ámense los unos a los otros, como Yo los he amado”, y Jesús nos ha amado hasta la muerte de cruz. Por último, el amor con el que se debe amar al prójimo, no se circunscribe al amor del prójimo que es “amigo”, sino que se extiende a todo prójimo, empezando por aquel que, por motivos circunstanciales, es nuestro enemigo, porque el mandato de la caridad implica este amor: “Ama a tu enemigo” (cfr. Mt 5, 44).

“Les doy un mandamiento nuevo: que se amen los unos a los otros, como Yo los he amado”. A partir del Mandamiento nuevo, la Ley del Talión queda abolida para dar lugar a la Ley de la Caridad, del Amor sobrenatural de Dios, que exige amar a nuestro prójimo –incluido el enemigo- con el mismo Amor con el que nos amó el Sagrado Corazón de Jesús desde la cruz, el Amor de Dios, el Espíritu Santo. Es en esto en lo que radica el “mandamiento nuevo” que nos da Jesús. Por último, ¿dónde conseguir este Amor de Jesús, que nos permita cumplir el mandamiento nuevo, de amar al prójimo, incluido el enemigo, hasta la muerte de cruz? En dos lugares: arrodillados ante Jesús crucificado, y en la Eucaristía, recibiendo en gracia a Jesús Sacramentado.

viernes, 24 de octubre de 2014

“Amarás al Señor, tu Dios, y a tu prójimo, como a ti mismo”


(Domingo XXX - TO - Ciclo A – 2014)
         “Amarás al Señor, tu Dios, y a tu prójimo, como a ti mismo” (Mt 22 34-40). Un fariseo, para poner a prueba a Jesús, le pregunta cuál es el mandamiento más importante, y Jesús le contesta con un mandamiento que en realidad contiene a dos en uno solo: amar a Dios “con todo el corazón, con toda el alma y con todo el espíritu”, y también “amar al prójimo como a uno mismo”. Jesús finaliza su enseñanza diciendo que de este mandamiento “dependen toda la ley y los profetas”, es decir, en este mandamiento, en el amor a Dios y al prójimo, está contenida toda la ley de Dios, necesaria para alcanzar la vida eterna.
         Ahora bien, con respecto a este mandamiento, cabe hacer algunas preguntas. Una de ellas es la siguiente: si los judíos ya conocían este mandamiento, porque ya sabían que había que amar a Dios y al prójimo, según lo establecía el Deuteronomio: “Shemá, Israel, escucha, Israel: el Señor es nuestro Dios, el Señor es Uno. Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas[1]”; entonces, ¿cuál es la novedad de Jesús? En otras palabras, si los judíos ya sabían que había que amar a Dios y también al prójimo, ¿qué diferencia hay entre el mandamiento de Jesús y el mandamiento que ellos ya conocían? Porque muchos pueden decir que si el mandamiento más importante de la Ley Nueva de Jesús es amar a Dios y al prójimo y que los hebreos ya conocían este mandamiento, entonces Jesús no aporta nada nuevo a la Ley del Antiguo Testamento. A esto hay que responder que hay una diferencia substancial entre el mandamiento de Jesús y el de los hebreos y es tan substancial, que puede decirse que se parecen sólo en la formulación extrínseca, y son tan diferentes, que el mandamiento de Jesús es, como lo dice Jesús en la Última Cena, verdaderamente nuevo: “Os doy un mandamiento nuevo” (Jn 13, 34).
         ¿En qué consiste la novedad del mandamiento nuevo de Jesús?
La novedad del mandamiento nuevo de Jesús, la que lo hace substancialmente diferente al mandamiento de la Antigua Alianza, radica en la cualidad del amor con el que Jesús nos ama y nos manda amar para cumplir el mandamiento: “Os doy un mandamiento nuevo: amaos los unos a los otros, como Yo os he amado”. En esto radica la novedad del mandamiento del Amor de Jesús: en que el Amor con el que se debe vivir el Mandamiento Primero, el amor a Dios y al prójimo, no es un amor meramente humano, sino el Amor Divino, que es el Amor con el que Él nos amó desde la cruz. Jesús lo dice en la Última Cena: “Amaos los unos a los otros como Yo os he amado”. 
Aquí está la novedad radical del mandamiento de Jesús, que lo diferencia substancialmente del mandamiento de la Antigua Alianza, aun cuando en la formulación sean parecidos: en la Antigua Alianza, se debía amar a Dios y al prójimo con las fuerzas humanas, como lo establecía el Deuteronomio: “Amarás al Señor tu Dios “con todas tus fuerzas, con todo el corazón, con toda el alma y con todo el espíritu”; ahora, son las fuerzas humanas, sí, pero elevadas y potenciadas no al infinito sino elevadas cualitativamente a una capacidad de amor que supera infinitamente a la capacidad de amor de los ángeles, porque es la capacidad de amar de Dios Uno y Trino mismo. Por este motivo, el mandato de Jesús es substancialmente diferente al mandato de la Antigua Alianza. 
En la Antigua Alianza, el mandamiento debía ser cumplido con las solas fuerzas humanas: “con todo el corazón, con toda el alma, con todo el espíritu”, pero las fuerzas humanas son débiles y de muy corto alcance, y por mucho que se esfuerce el hombre por cumplir este mandato, al pretender cumplirlo con sus solas fuerzas humanas, será siempre limitado e imperfecto. Por el contrario, en la Nueva Alianza, Jesús nos da un mandamiento “verdaderamente nuevo”, porque el principio con el cual debemos vivir ese mandamiento, es verdaderamente nuevo, y ese principio, es el Amor Divino: “Os doy un mandamiento nuevo: amaos los unos a los otros, como Yo os he amado”. Y eso quiere decir: "Amaos los unos a los otros con el amor con el que Yo os he amado". Jesús nos manda amarnos los unos a los otros, como Él nos ha amado, y Él nos ha amado con el Amor de Dios, el Espíritu Santo, que procede del Padre y de Él, que es el Hijo, y además nos ha amado hasta el extremo de dar la vida en la cruz, hasta la muerte de cruz. Por lo tanto, el amor con el cual debemos vivir el mandamiento nuevo de la caridad, es el Amor del Espíritu Santo; no es ya el solo amor humano, como en el Antiguo Testamento, y no es hasta el límite finito del amor humano, sino hasta los ilimitados confines del Amor divino del Hombre-Dios, y no debemos amar desde la comodidad de la mera existencia humana, sino que debemos amar desde la cruz, porque Jesús nos dice: “Amaos los unos a los otros como Yo os he amado”, y Él nos ha amado hasta la cruz, hasta la muerte de cruz, con todo lo que esto significa, y por este motivo, el mandamiento de Jesús es radical y substancialmente nuevo, porque el Amor con el cual debemos vivir el Primer Mandamiento, el que manda amar a Dios y al prójimo, como a uno mismo, es el Amor de Dios y es un Amor de cruz, lo cual no existía en el Antiguo Testamento, sino que es propio y exclusivo del Nuevo Testamento.
La otra pregunta es con respecto al concepto de prójimo: ¿qué entendían los hebreos con la palabra “prójimo”? Para los hebreos, el “prójimo”, era el que pertenecía al Pueblo Elegido (cfr. X. León-Dufour, Vocabulario de Teología Bíblica, 730-731); en cambio, para el cristiano, el “prójimo” es todo ser humano, sin importar su raza, su condición social, su edad, su color de piel. Todavía más, el cristiano debe incluir en la categoría de “prójimo” a aquel hermano suyo con el cual, por motivos circunstanciales, está enemistado, es decir, aquel que es su enemigo, porque Jesús así lo manda: “Ama a tus enemigos” (Mt 5, 44), “Bendice al que te maldice” (Lc 6, 28), porque Él nos amó, nos perdonó, nos bendijo desde la cruz y todavía más, dio su Sangre y su Vida por nosotros, siendo nosotros sus enemigos, por lo cual no tenemos excusas para no hacer lo mismo con nuestros enemigos. El amor al prójimo que es enemigo no lo entienden quienes reducen el cristianismo a los estrechos límites de la razón humana, como por ejemplo, Sigmund Freud, el creador del psicoanálisis, quien sostenía que Jesús no podía mandar algo imposible, como era precisamente, el amor a los enemigos. En cierto sentido, tenía razón, porque humanamente, es imposible amar al enemigo, pero Jesús no manda algo imposible, porque si manda amar a los enemigos, es porque nos da aquello con lo cual podemos amarlos, y es el Amor de su Sagrado Corazón, el Amor de Dios, el Espíritu Santo, que no es un mero amor humano, sino Amor Divino.
“Amarás al Señor, tu Dios, y a tu prójimo, como a ti mismo”. El mandamiento nuevo de la caridad está formulado de manera tal que sea imposible el auto-engaño por parte del hombre, porque puede suceder, y sucede con mucha frecuencia, que creemos que amamos a Dios y que Dios está contento y satisfecho con nosotros –e incluso hasta creemos que Dios nos debe hasta pleitesía, de tan contento que está con nosotros-, porque hacemos unas pocas oraciones mal hechas, porque cumplimos a duras penas y con pereza el precepto dominical, porque damos, de vez en cuando, de lo que nos sobra –lo cual no es caridad, y ni siquiera justicia-, porque por fuera aparentamos ser personas piadosas y buenas, porque nuestra conciencia no nos reprocha nada malo, porque no hemos matado a nadie, ni hemos robado ningún banco. Sin embargo, lo que sucede, es que nuestra conciencia está adormecida y endurecida, y se vuelto fría como una roca, y en realidad, somos despreciables a los ojos de Dios, porque mientras cumplimos de forma mediocre y con tibieza los deberes para con Él, somos despiadados para con nuestro prójimo, al no socorrerlo en sus necesidades, al no preguntarle si tiene necesidad de algo, o si, sabiendo que tiene necesidad de algo, miramos para otro lado; nos volvemos despreciables a los ojos de Dios, y nuestras oraciones no llegan hasta sus oídos, cuando cerramos nuestras manos egoístamente, para no dar nada a nuestros hermanos que sufren, o cuando las cerramos en puño y la levantamos para descargarlas en forma de golpes contra nuestros hermanos, o cuando soltamos la lengua que sale como chasquido de látigo para golpear, con la calumnia y la difamación, el buen nombre y la honra de nuestros hermanos. Precisamente, para que no nos engañemos en nuestro amor a Dios, es que el Primer Mandamiento está formulado de manera tal que un mismo amor deba alcanzar dos objetivos o, lo que es lo mismo, que el amor con el que debemos amar a Dios, deba pasar primero por el filtro del amor al prójimo. De esta manera, se cumple a la perfección lo que dice el Apóstol San Juan: “Quien dice que ama a Dios, a quien no ve, y no ama a su prójimo, a quien ve, es un mentiroso” (1 Jn 4, 20). Así, quien quiera amar a Dios verdaderamente, deberá pasar su amor por el tamiz purificador del amor al prójimo, porque el prójimo es la imagen viviente de Dios: si no se es capaz de amar a la imagen viviente de Dios, entonces tampoco se es capaz de amar a Dios en Persona. Pero además, hay otro motivo más profundo para amar al prójimo, y es la Presencia Personal, invisible, misteriosa, pero no menos real, de Nuestro Señor Jesucristo, en nuestro prójimo, sobre todo en el más necesitado, según sus propias palabras, las palabras que Él dirá a los que se salven: “Tuve hambre, y me disteis de comer (…) Tuve sed, y me disteis de beber..”, pero también a los que se condenen: “Tuve hambre, y no me disteis de comer.. (…) Tuve sed, y no me disteis de beber…” (cfr. Mt 25, 35-45), lo cual está indicando que Él se encuentra verdadera y realmente Presente, de modo invisible, en el prójimo, sobre todo en el que sufre, y esto quiere decir que todo lo que hagamos a nuestro prójimo, en el bien como en el mal, se lo hacemos a Jesús, y Él nos lo devuelve, en el bien y en el mal, multiplicados al infinito, y para toda la eternidad.
Por último, ¿dónde conseguir este Amor, para poder vivir de modo radical el Primer Mandamiento?
En la Santa Misa, porque allí el Hombre-Dios Jesucristo actualiza el Santo Sacrificio de la Cruz, entregándose a sí mismo en la Eucaristía, donando la totalidad del Amor Divino del Ser trinitario de Dios en cada Eucaristía. En la Misa, Jesús hace lo mismo que hace en la cruz: derrama su Sangre en el cáliz y entrega su Cuerpo en la Eucaristía y en ambos, entrega su Amor, que es el Amor del Padre y del Hijo, el Espíritu Santo, el Amor de Dios, que enciende al alma en el Fuego del Amor Divino. “Amarás al Señor, tu Dios, y a tu prójimo, como a ti mismo”. Quien desee cumplir el mandamiento de la Ley Nueva de la caridad, el mandamiento que exige amar al prójimo con un amor de cruz, con un amor que exige amar incluso al enemigo; un mandamiento que exige amar al prójimo con un amor sobrenatural, celestial, que acuda a la Santa Misa, a alimentarse de la Fuente inagotable del Amor Divino, el Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús.




[1] Dt 6, 2-6.

jueves, 27 de marzo de 2014

“El primer mandamiento es: “Amarás al Señor tu Dios (…) y al prójimo como a ti mismo…”


“El primer mandamiento es: “Amarás al Señor tu Dios (…) y al prójimo como a ti mismo…” (Mc 12, 28-34). Un escriba se acerca a Jesús y le pregunta acerca del primer mandamiento. Jesús le dice que es amar a Dios por sobre todas las cosas, con todas las fuerzas del ser, del pensamiento y del corazón de que es capaz el hombre, y que el segundo es amar al prójimo. Luego, en el Catecismo, se enseña a los niños cristianos, estos mandamientos, con lo que alguien podría deducir que Jesús no enseñó nada nuevo y que entre la religión judía y la cristiana no hay diferencias esenciales, porque sus mandamientos centrales son substancialmente idénticos. Sin embargo, no es así, porque Jesús enseña un mandamiento verdaderamente nuevo y solo en su formulación es similar, y es tan nuevo, que se puede decir que es completamente distinto al de la religión judía. Primero, porque en lo que respecta a Dios, se trataba de Dios Uno y no Trino, y era el amor meramente natural que todo hombre debe a Dios por ser Él su Creador; y con respecto al prójimo, los judíos consideraban como “prójimos” solamente a los que pertenecían a su raza, de modo que quedaban excluidos de este mandamiento todos aquellos que no eran hebreos de nacimiento.
Pero la novedad radical del Mandamiento Nuevo de Jesús hay que buscarla en la Última Cena, cuando Jesús dice: “Un mandamiento nuevo os doy: ‘Amaos los unos a los otros como Yo os he amado’”. Jesús re-formula el mandamiento: ahora ya no se trata de amar al prójimo con las solas fuerzas del amor humano, como antes, sino “como Él nos ha amado”, es decir, con la fuerza del amor de la cruz, y como en este mandamiento está implícito el amor a Dios, también a Dios hay que amar ahora no como antes, con las solas fuerzas del ser humano, “con todo el corazón, con toda la mente”, es decir, con todas las fuerzas de que es capaz el hombre: ahora se trata de amar a Dios “como Él nos ha amado”, con la cruz, con la fuerza del Amor de la cruz, y es por esto que el mandamiento de Jesús es radicalmente nuevo, porque el Amor de la cruz es el Amor del Hombre-Dios, que es el Amor del Espíritu Santo, la Persona Tercera de la Trinidad, la Persona-Amor.

“¿Cuál es el primero de los mandamientos?”. También nosotros le hacemos esta pregunta a Jesús en el sagrario y en la cruz, y Jesús nos contesta: “Amar a Dios y al prójimo, como Yo los he amado, desde la cruz, y como los continúo amando, desde la Eucaristía”.

sábado, 27 de abril de 2013

“Amaos los unos a los otros como Yo os he amado”



(Domingo V - TP - Ciclo C – 2013)
            “Amaos los unos a los otros como Yo os he amado”. Los judíos ya conocían el mandato del amor al prójimo, pero ahora Jesús da un mandamiento nuevo: “Amaos los unos a los otros como Yo os he amado”. No se trata de amar con un amor meramente humano, como el del Antiguo Testamento, y selectivo, porque era sólo para los que pertenecían al Pueblo Elegido. Ahora, es extensivo a todos –incluidos los enemigos, en primer lugar- y, principalmente, y en esto constituye su radical novedad, como Cristo nos ha amado.
¿Y cómo nos ha amado Cristo? Con un Amor de Cruz. ¿Cómo es el Amor de Cruz? Basta contemplarlo a Él crucificado: es un Amor hasta la muerte, literalmente hablando, porque vence a la muerte. Es un Amor de origen celestial, por eso es más fuerte que la muerte, porque aunque Cristo muere en la Cruz, con su muerte destruye a la muerte del hombre, ya que la fuerza del Amor divino que inhabita en Él y lo anima, es infinitamente más poderosa que la fuerza poderosa de la muerte; es el Amor del cual se habla en el Cantar de los Cantares: “Grábame como un sello sobre tu corazón, como un sello sobre tu lazo, porque el Amor es fuerte como la Muerte, inflexibles como el Abismo son los celos. Sus flechas son flechas de fuego, sus llamas, llamas del Señor. Las aguas torrenciales no pueden apagar el amor, ni los ríos anegarlo” (8, 6-7). Como dice el Cantar de los Cantares, el fuego ardiente del Amor es una llama divina, una llama de fuego que surge del mismo Ser divino, y es la razón por la cual el Sagrado Corazón está envuelto en llamas, llamas que al entrar en contacto con el alma de Santa Margarita María de Alacquoque, la enciende en el éxtasis de amor. Santa Teresa de Ávila, a su vez, compara al Amor de Dios con un brasero encendido: basta una pequeñísima chispa que salte de este brasero, para que el alma quede encendida en el más ardiente amor por Dios.
Este Amor divino, que es más fuerte que la muerte del hombre, es el Amor con el cual Cristo nos ama desde la Cruz, y es el Amor con el cual debemos amar al prójimo, en el cumplimiento del mandamiento nuevo del Amor.
Cristo muere en Cruz para dar muerte a la muerte; la muerte del Hombre-Dios mata a la muerte del hombre sin Dios, para donarle e insuflarle una nueva vida, la vida de la gracia, la vida participada de la Santísima Trinidad. El Amor de Cristo, siendo el Amor del Hombre-Dios, es un Amor de origen celestial; es el mismo Amor de la Santísima Trinidad, es el Amor-Persona, la Tercera Persona, de la Santísima Trinidad, y este es el motivo por el cual Cristo vence a la muerte en la Cruz. Además, vence al odio del infierno, con el poder del Amor divino, y vence al pecado, con el poder de la santidad divina. En la Cruz encuentran la muerte los tres enemigos mortales del hombre: el demonio, la muerte y el pecado.
         Es con este Amor de Cruz, un amor más fuerte que la muerte, un Amor que es de origen celestial, porque surge del Ser mismo trinitario, con el cual el cristiano debe amar a su prójimo. Para cumplir el mandamiento nuevo que deja Cristo, es necesario estar revestidos de ese Amor, y para estar revestidos de ese Amor, hay que acudir a la Fuente Inagotable de donde este Amor mana, y es el Sagrado Corazón traspasado de Jesús. Quien no acude a esta fuente, quien no bebe de este Amor, no podrá luego vivir el mandamiento nuevo, que es mandamiento nuevo porque es nuevo el Amor con el cual hay que vivirlo.
¿Cómo se manifiesta este Amor en la vida cotidiana?
Variará  según el estado de cada persona, pero es válido para toda persona de toda edad. Así, para los hijos, significará amar a los padres no con el solo amor humano, sino con el Amor de Cristo, y esto quiere decir no solo nunca levantar la voz, sino amarlos desde lo profundo del corazón, pasando por alto sus errores, agradeciendo sus correcciones, consolándolos en sus pesares, ayudándolos en todo momento, agradeciendo el hecho de ser progenitores, porque ellos cooperaron con Dios para traerlos a la vida. Cristo es Dios Hijo, que en la Cruz entrega su vida en obediencia a Dios Padre, movido por el Amor de Dios Espíritu Santo, y así es ejemplo para todo hijo que desee amar a sus padres según el mandamiento nuevo de Jesús.
Para los hermanos, significará amar a los hermanos con el Amor de la Cruz, que quiere decir ser pacientes, generosos, compañeros, amigos de los propios hermanos; quiere decir ser sostén en los momentos difíciles, alegrarse por sus triunfos, ser bondadosos y pacientes. Los hermanos están en la vida, puestos por Dios, para que aprendamos a amar, a ser bondadosos, a compartir, y no para rivalizar, pelear, o sentir envidia. Cristo en la Cruz es nuestro Hermano, que ha dado su vida para salvarnos, y por eso es el modelo para todo hermano que se pregunte hasta dónde debe amar a su hermano.
Para los esposos, amar como Cristo nos amó desde la Cruz, significa ser pacientes, caritativos el uno con el otro, dialogar, evitar la confrontación, evitar la discordia, evitar las rencillas, las impaciencias; significa perdonar y pedir perdón. Cristo en la Cruz es el modelo para todos los esposos que quieran amarse mutuamente con el Amor del mandamiento nuevo: Cristo es el Esposo de la Iglesia Esposa, que da su vida por Amor a su Esposa, entregando su vida en la Cruz; la Iglesia Esposa, a su vez, corresponde a este amor amándolo con su mismo amor y siendo fiel a su Esposo. Así como es impensable un Cristo Esposo sin la Iglesia Esposa, así es impensable una Iglesia Esposa, y de la misma manera, es impensable un matrimonio en donde no existan el amor y la fidelidad mutua, porque el amor y la fidelidad se derivan de Cristo Esposo en la Cruz.
Para todos los cristianos, amar como nos amó Cristo, hasta la muerte de Cruz, significa estar dispuestos a perder la vida antes que cometer un pecado contra el prójimo, ni siquiera venial, y mucho menos mortal. Significa no solo estar dispuestos a morir antes que faltar al amor contra el prójimo, sino ante todo obrar para con el prójimo obras de misericordia, tanto corporales como espirituales. Este Amor se extiende también hasta la otra vida, porque implica el amor a los prójimos que sufren en el Purgatorio, y la forma de ejercitar este amor a las Almas del Purgatorio es rezar y ofrecer sufragios por ellas. Si el amor al prójimo que vive en esta vida se manifiesta en dar de comer y de beber, el amor al prójimo que vive en el Purgatorio, se manifiesta en la limosna espiritual que significa el rezar por ellos, porque así se mitigan sus dolores y su hambre y su sed de ver a Dios cara a cara.
Jesús nos deja, entonces, un mandamiento nuevo, que es amar al prójimo como Él nos ha amado desde la Cruz: con un amor inagotable, un amor que va más allá de la muerte, porque es más fuerte que la muerte.
Pero Jesús no es solo ejemplo de Amor; Él es el Dador del Amor, porque siendo Dios Hijo, Él espira, junto a Dios Padre, a Dios Espíritu Santo, y así, desde la Cruz, y también desde la Eucaristía, nos infunde su Amor, con el cual podemos amar a los demás con su mismo Amor.
“Amaos los unos a los otros como Yo os he amado”. El mandamiento nuevo de Jesús es posible de cumplir sólo haciendo oración al pie de la Cruz, en donde se aprende cómo amar como Jesús, y recibiendo en estado de gracia la Eucaristía, en donde se recibe el Amor mismo de Jesús, el Amor con el cual Él nos amó desde la Cruz.