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domingo, 11 de abril de 2021

Jesús bendijo y multiplicó panes y peces”

 


"Jesús bendijo y multiplicó panes y peces” (cfr. Jn 6, 1-15). Jesús realiza el milagro de multiplicar panes y peces y así alimenta a una multitud de unas diez mil personas. Este milagro es, junto a otros similares, demostrativo del poder divino de Jesús, es decir, indica que Jesús es quien dice ser: Dios Hijo en Persona. Es un milagro asombroso, puesto que implica la creación, a partir de la nada, de la materia –los átomos, las moléculas-, tanto de los panes como de los peces. No se trata, como afirman algunos intérpretes protestantes, de que Jesús realiza el “milagro” de despertar en todos la generosidad y así todos comparten con todos el alimento que llevan. Interpretar de esta manera el milagro, es contradecir a la Palabra de Dios y es negar el sentido del milagro, que es demostrar la divinidad de Jesús y es negar el milagro mismo.

Además de demostrar la divinidad de Jesús, el milagro tiene otro sentido y es el de anticipar y prefigurar otra multiplicación, de otro alimento, pero para alimentar no ya el cuerpo, sino el alma: el milagro anticipa la multiplicación sacramental del Cuerpo y la Sangre de Jesús, realizada por Él, Sumo y Eterno Sacerdote, por medio de sus sacerdotes ministeriales, en cada Santa Misa, para alimentar no ya a una multitud de diez mil personas, sino a cientos de millones de personas, no en el cuerpo, como dijimos, sino en el alma, porque la Eucaristía es principalmente alimento del alma, la cual se nutre con la substancia divina del Cordero de Dios, oculto en apariencia de pan.

Jesús multiplica panes y peces y si los Apóstoles y la multitud se pueden considerar afortunados porque contemplan en persona el milagro y además son alimentados en sus cuerpos por los panes y los peces, nosotros podemos considerarnos infinitamente más afortunados, porque en cada Santa Misa, Jesús realiza un milagro infinitamente más grandioso que multiplicar panes y peces y es el de convertir el pan y el vino en su Cuerpo y su Sangre, para alimentar nuestras almas con la misma substancia divina, contenida en la Eucaristía y oculta en apariencia de pan.

 

lunes, 9 de mayo de 2011

Yo Soy el Pan de Vida

Yo Soy el Pan de Vida,
en la Eucaristía;
Yo Soy el Nuevo Maná
que sacia el hambre y la sed
de Dios;
porque el alimento que Yo doy
es mi Cuerpo, mi Sangre,
mi Alma y mi Divinidad.


“Yo Soy el Pan de Vida” (cfr. Jn 6, 30-35). Los judíos preguntan a Jesús “qué signo hace Él”, para que ellos “crean”. Le dan como ejemplo de signo el obrado por Moisés en el desierto, cuando hizo llover maná del cielo para alimentar al Pueblo Elegido, en su peregrinar a la Tierra Prometida.

Jesús les contesta que el signo que Él les da, es Él mismo, en Persona, puesto que Él es el verdadero Pan bajado del cielo. El pan que les dio Moisés, no era el verdadero pan, era solo una figura: Él es el Pan bajado del cielo, porque los israelitas comieron del maná, pero luego tuvieron hambre nuevamente, y murieron, mientras que el Pan que Él dará, el Nuevo Maná, saciará el hambre para siempre, y quien lo coma, no volverá a tener hambre ni sed.

“Yo Soy el Pan de Vida”. Jesús en la Eucaristía es el Pan bajado del cielo, el verdadero, el que da el Padre celestial, y quien coma de Él no tendrá más hambre, y no tendrá más sed, porque Él en la Eucaristía sacia por completo el hambre y la sed de Dios que todo hombre posee desde su nacimiento.

La Eucaristía es el Pan de Vida, que sacia el hambre y la sed de Dios, porque la Eucaristía contiene la substancia divina y la substancia humana divinizada del Hombre-Dios Jesucristo; quien come de este Pan, que no es pan, aunque lo parece, sacia su sed y su hambre de Dios, porque su alma es alimentada con la substancia misma del Ser divino de Dios, y con la substancia humana santificada y divinizada del Hombre-Dios; quien se alimenta con el Pan bajado del cielo, el Nuevo Maná, recibe la fuerza divina, la fuerza de lo alto, que le permite atravesar, no un desierto de arena, sino el desierto de la vida, y lo hace llegar no a la Jerusalén terrena, sino a la Jerusalén celestial, la comunión de vida y de amor con las Tres Divinas Personas, y lo hace entrar no en el Templo de Salomón, sino en el Templo celestial, el Cuerpo de Cristo resucitado.

“Yo Soy el Pan de Vida”, les dice Jesús a los israelitas. Ante su auto-declaración como Dios, le preguntan qué signo hace, y Jesús les dice que es la Eucaristía, el Nuevo Maná bajado del cielo, Él mismo con su Cuerpo resucitado, con su substancia divina y con su substancia humana divinizada.

Hoy, el mundo le pregunta a la Iglesia qué signo hace, para presentarse como la Única Iglesia verdadera del Dios Verdadero, y la Iglesia les contesta: “El signo que yo hago para que crean que soy la verdadera Iglesia, es la Eucaristía, el Nuevo Maná, Cristo resucitado, con su Cuerpo glorioso, con su Sangre, su Alma y su Divinidad”.