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jueves, 28 de noviembre de 2013

“El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán”


“El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán” (Lc 21, 29-33). Aunque el mundo en el que vivimos en este siglo XXI -neo-pagano, materialista, hedonista, relativista-, parece haber decretado tanto la muerte de Dios como de Cristo, su Mesías, al fin de los tiempos se verá que las palabras de Jesús eran verdaderas: “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán”.
Este mundo, tal como lo conocemos, tomado en sus dos acepciones, tanto en el sentido de creación como de construcción pecaminosa del hombre, desaparecerá, porque tiene que hacerlo para dar paso a “los cielos nuevos y la tierra nueva” prometidos en la Escritura.
El mundo, con toda su carga de malicia, de mundanidad y de pecado, debe desaparecer indefectiblemente, para dar paso a un mundo nuevo, regenerado por la gracia divina. El hombre ha demostrado que sin Dios, solo construye una catástrofe social, porque las leyes contrarias a la naturaleza humana, con las cuales el hombre pretende construirse su falso paraíso terrenal, solo le provocan angustia, dolor y muerte.
Parecerían ser nuestros días los días en los que el hombre, llevado por su ceguera y su necedad, ha conseguido construir un mundo sin Dios, un mundo al que él le llama “feliz”, porque los Mandamientos de Dios han sido suplantados por los mandamientos del hombre y la Voluntad de Dios ha sido suplantada por la voluntad del hombre. El hombre cree que puede legislar contra la naturaleza y por eso aprueba por ley toda clase de aberraciones: eutanasia, eutanasia infantil, aborto, fertilización in vitro, familias y matrimonios alternativos, consumo de drogas.

“El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán”. Pero cuando el hombre crea que es él quien ha triunfado con su malicia, Dios intervendrá en la historia humana de modo visible, haciendo desaparecer el mundo de perversión construido por la malicia humana. En ese momento, darán inicio los cielos nuevos y la tierra nueva prometidos en el Apocalipsis, en donde ya no existirá más el mal ni la perversión, sino que será Dios Uno y Trino, el Dios que es Amor, quien reinará en todo y en todos.

domingo, 6 de enero de 2013

Conviértanse porque el Reino de los cielos está cerca


El Reino de los cielos
“Conviértanse porque el Reino de los cielos está cerca” (Mt 4, 12-17). No es casualidad que el llamado a la conversión, por parte de Jesús, se vea precedido por la cita del profeta Isaías: “El pueblo que se hallaba en tinieblas vio una gran luz; sobre los que vivían en las oscuras regiones de la muerte, se levantó una luz”.
El llamado de Jesús a la conversión, se comprende mejor cuando se interpretan, en la fe de la Iglesia, las palabras del profeta Isaías: cuando Isaías habla de un “pueblo que se halla en tinieblas”, que “vive en las oscuras regiones de la muerte”, y sobre el cual “se levanta una gran luz”, está refiriéndose no sólo al Pueblo Elegido, sino a toda la humanidad, porque toda la humanidad, desde Adán y Eva en adelante, ha caído a causa del pecado original, pecado que significa “oscuridad” y “muerte”. El mundo entero, y sobre todo nuestro mundo actual, se encuentra envuelto en una enorme oscuridad, en una densa tiniebla, aun cuando se ilumine con la luz del sol y con las luces artificiales creadas por el hombre. La oscuridad y la tiniebla reinantes, son tan densas, que el mundo se ha acostumbrado a ellas, tomando todo como “normal”, como “derecho humano”, e incluso como benéfico y necesario. Así, el mundo justifica todo tipo de crímenes y aberraciones contra-natura: justifica el aborto, la eutanasia, la fecundación in vitro, la aparición de modelos alternativos de familias, la propagación del ocultismo, de la magia y del satanismo, bajo el disfraz de películas “familiares” de “magos adolescentes buenos”, la moda indecente, que cuanto más desviste, más éxito tiene, el consumo de drogas, el consumo desenfrenado de bebidas alcohólicas, la profanación de los cuerpos, principalmente entre los jóvenes, por la aceptación masiva del erotismo, la lujuria y la pornografía, el pago de sumas exorbitantes a futbolistas, artistas, deportistas, mientras una multitud de seres humanos viven en la indigencia, etc., etc. La lista de “estructuras de pecado” es tan grande, que sería interminable enumerarlas a todas, y sorprendería ver que la inmensa mayoría son cosas consideradas “normales”, ante todo y principalmente, por los cristianos.
El mundo –y por lo tanto nosotros, que estamos en el mundo, aunque sin ser de él- vive en sombras de muerte, en las más oscuras y espesas tinieblas que jamás haya conocido la humanidad, y esto se ve agravado porque quienes debían convertir sus corazones, es decir, quienes debían dejar las regiones de muerte para ser iluminados por la Luz eterna, Cristo, le han dado la espalda, prefiriendo las tinieblas a la luz, tal como lo dice el Evangelista Juan: “La luz (Cristo) vino a los suyos, pero los suyos no la recibieron” (cfr. Jn 1ss). Los hombres, o más bien, los cristianos, la gran mayoría de ellos, prefieren las tinieblas antes que la Luz eterna, que es Cristo, y por eso no convierten sus corazones, aumentando así cada vez más la potencia y densidad de las tinieblas. Es triste comprobar que muchos cristianos, en vez de preferir ser alumbrados por la luz que emana del Ser eterno de Cristo Eucaristía, elijan sumergirse en las más completas tinieblas y oscuridades del mundo, y encima sostengan que así se encuentran mejor y más a gusto.
“Conviértanse porque el Reino de los cielos está cerca”. El llamado de Cristo a la conversión es urgente, porque quien no quiera despegar su corazón de las tinieblas, se verá absorbido y engullido por estas para siempre, sin nunca jamás ser alumbrados por la luz que es el Cordero.

domingo, 8 de abril de 2012

Domingo de Resurrección



Si el Viernes Santo la Iglesia estaba sumida en la tristeza, el dolor, el llanto y la amargura, al contemplar a su rey muerto en la Cruz, con su Cuerpo cubierto de sangre, de heridas abiertas, de tierra, de barro, de golpes, de latigazos, ahora, el Domingo de Resurrección, la Iglesia exulta de alegría porque su rey ha triunfado sobre la muerte, resucitando con la vida y la gloria del Ser divino. La Iglesia canta de alegría al comprobar que la fuerza vital del Ser divino es infinitamente superior a la fuerza de la muerte, la cual queda destruida y reducida a la nada con la resurrección de Jesús. La Iglesia se alegra, el Domingo de Resurrección, por la resurrección de Cristo, que es el triunfo de la Vida divina sobre la muerte. La Iglesia exulta porque al final de los tiempos, no vencerán los que propician el aborto, la eutanasia, la eugenesia, y todo tipo de delitos que atentan contra la vida humana. La iglesia se alegra porque la muerte, producto y consecuencia del pecado original, ha sido vencida para siempre por la gracia divina, que brota del Corazón de Jesús resucitado como de su fuente.

Si el Viernes Santo la Iglesia contemplaba, atónita, sin palabras, el pavoroso espectáculo que significa ver al Hombre-Dios muerto en la Cruz, vencido en apariencia por las fuerzas del infierno aliadas con la malicia de los hombres, el Domingo de Resurrección, en cambio, exulta de gozo, al contemplar a Jesús resucitado, Invicto Vencedor del Demonio y de todo el infierno, y también de la malicia del corazón humano. La Iglesia celebra con gozo interminable el triunfo de la Bondad del Ser divino, que triunfa sobre el mal, producido y creado en el corazón del ángel negro y en el corazón del hombre caído en el pecado original. La Iglesia se alegra, con alegría celestial, al comprobar que la maldad angélica y la maldad humanas, unidas, son igual a nada frente a la poderosísima fuerza de la Bondad divina. La Iglesia se alegra, con alegría incontenible, porque en el Domingo de Resurrección el mal fue vencido para siempre por la fuerza incontenible de Dios Trino, infinitamente bueno y amable. La Iglesia se alegra el Domingo de Resurrección porque al final de los tiempos serán derrotados para siempre todos aquellos que rinden culto al demonio, invocándolo por medio de la música, la hechicería, la brujería.

Si el Viernes Santo la Iglesia contempla, absorta, el Cuerpo muerto de Jesús, crucificado como consecuencia de la visión mundana del hombre, que lo lleva a negar la condición divina de Jesús, visión mundana que no se contenta con rechazarlo, sino que busca y consigue matarlo en la Cruz, el Domingo de Resurrección la Iglesia canta de alegría al comprobar que Cristo ha resucitado y que por lo tanto toda existencia humana está destinada no a esta vida mundana, terrena, caduca, superficial y efímera, sino a la vida eterna, a la feliz eternidad en la contemplación de Dios Uno y Trino. La Iglesia se alegra el Domingo de Resurrección porque el mundo, la vida mundana, que niega toda trascendencia, que condena al hombre a vivir una existencia sin esperanzas, y por lo tanto lo conduce a la desesperación, esa vida mundana, y ese mundo sin futuro, terminarán para siempre, y serán derrotados al fin de los tiempos, para dar inicio a la vida eterna en Dios, gracias a la Resurrección de Jesús.

La Iglesia se alegra en el Domingo de Resurrección porque los tres enemigos del hombre, la muerte, el demonio, y el mundo, han sido vencidos para siempre en la Cruz, y a partir de Jesús y su resurrección, una nueva fuerza, la fuerza del Amor del Ser divino, es la que conducirá a toda la humanidad a un nuevo destino, insospechado antes, el destino de feliz eternidad.

Finalmente, la Iglesia se alegra con alegría angélica el Domingo de Resurrección, porque su rey, Cristo, con el mismo Cuerpo glorioso, lleno de la luz y de la gloria del Ser divino de Dios Trino, con el que resucitó en el sepulcro, reina, majestuoso, en la Eucaristía.

Que nuestros corazones, que son muchas veces duros, fríos y oscuros como el sepulcro de José de Arimatea, en donde reposó el Cuerpo muerto de Jesús, sean como otros tantos sepulcros, esta vez de carne, que alojen al Cuerpo resucitado de Jesús Eucaristía, para inundados con su Luz celestial, con su Vida divina, con su Amor eterno, un Amor más fuerte que la muerte.



martes, 3 de abril de 2012

Martes Santo


“Judas tomó el bocado y Satanás entró en él” (Jn 13, 21-38). El evangelista Juan describe la posesión demoníaca de la que es objeto Judas Iscariote (al plasmar la escena en un cuadro, el artista alemán Ratgeb coloca, junto al bocado tomado por Judas, una mosca en la que representa al diablo que ingresa en el traidor). Es evidente que Juan está iluminado por el Espíritu Santo, y puede ver por esto mismo al demonio, en el momento en el que ingresa en Judas para poseerlo, lo cual sucede tan solo pocos momentos después del anuncio de Jesús de que uno de los Doce lo traicionará: “Uno de ustedes me entregará”.

La descripción de la posesión demoníaca, que se produce en el momento de la ingesta de un bocado de comida –“En cuanto recibió el bocado, Satanás entró en él”-, es completada por el evangelista con un detalle que puede parecer menor, pero que tiene un significado sobrenatural: “En seguida, después de recibir el bocado, Judas salió. Afuera era de noche”. La noche mencionada es la noche cosmológica, pero es también la noche del espíritu en la que se encuentra Judas, al haber despreciado escuchar los latidos del Sagrado Corazón, para preferir escuchar el tintineo metálico de las monedas de plata, el pago del Sanedrín por su traición, traición que finalizará con su muerte terrena y también con su muerte eterna, al condenarse en el infierno.

A medida que avanza la Semana Santa, las fuerzas de las tinieblas se van haciendo cada vez más audaces, al lograr introducirse en el seno mismo del Colegio Apostólico y obtener, desde ahí, la entrega y posterior condena a muerte de Jesús.

Lamentablemente, la traición de Judas no es la única; a lo largo de los siglos, y aún en nuestros días, los nuevos judas conspiran en la sombra para intentar destruir, no ya el Cuerpo físico de Jesús, el que fue crucificado, sino su Cuerpo Místico, la Iglesia, por medio de la introducción de reformas que atentan contra su esencia, como el celibato optativo, la ordenación de mujeres, la comunión de divorciados, la aceptación como Iglesia del aborto y de la eutanasia.

Hoy, como ayer, Satanás intenta destruir los proyectos divinos de salvación, pero también hoy, como ayer, Dios triunfa desde la Cruz y desde la Eucaristía.



jueves, 29 de marzo de 2012

Antes que naciera Abraham Yo Soy


“Antes que naciera Abraham Yo Soy. Entonces tomaron piedras para apedrearlo” (cfr. Jn 8, 51-59). La auto-proclamación de Jesucristo como Dios desencadena una irracional reacción por parte de los judíos: recogen piedras del suelo para apedrearlo, aunque en realidad, más que apedrearlo, lo que quieren hacer con Jesús es matarlo.

Lejos de suscitar actos de amor y de adoración, el hecho de declararse Jesús como Hijo de Dios suscita entre los judíos un ardoroso deseo de matarlo. Este impulso homicida, que forma parte esencial y central del misterio de iniquidad que anida en el corazón del hombre, conducirá luego a la crucifixión y muerte del Hombre-Dios.

Pero el misterio de iniquidad y el odio deicida contra el Hombre-Dios no es, lamentablemente, privativo de los judíos. Muchos pueblos, a lo largo de la historia, han demostrado el mismo odio deicida, el mismo odio a muerte a Dios y a su Hijo, que se desencadena, no contra el Hombre-Dios, que ya no está corporalmente en la tierra, sino contra su imagen, contra su creación más amada, el hombre, y es así como pueblos llamados "cristianos", que deberían custodiar la vida humana -más que como imperativo de ley natural, por el hecho de ser la vida humana don y creación divina en la cual Dios quiere ver reflejada su imagen y semejanza-, se empeñan por denigrarla, invertirla, destruirla, destrozarla, por medio del aborto y la eutanasia, la fecundación in vitro, el alquiler de vientres y tantas otras leyes anti-naturales.

“Antes que naciera Abraham Yo Soy. Entonces tomaron piedras para apedrearlo”. Más que apedrear a Jesús, algunos desean destruir la imagen de Jesús en la tierra por medio de leyes inicuas. De esta manera, el odio deicida, disfrazado de derechos humanos, de igualdad y de inclusión, solo traerá desgracias, amargura, dolor y muerte para el hombre.

jueves, 15 de marzo de 2012

El exorcismo es signo de la presencia del Reino de Dios entre los hombres



Jesús expulsa un demonio mudo y los judíos lo acusan de estar Él poseído por Beelzebul (cfr. Lc 11, 14-23). Jesús les hace ver lo errado de su afirmación, debido que el exorcismo significa la realidad opuesta a la deducida por ellos: la expulsión de demonios es claro indicio de la llegada del Reino de los cielos. No puede el demonio luchar contra sí mismo, so pena de debilitarse así mismo.
Ahora bien, si el exorcismo es una señal de que ha llegado a los hombres el Reino de los cielos, por intermedio de Jesucristo y de su Iglesia, lo inverso también es verdad: la posesión demoníaca, y todas las obras de las tinieblas que combaten al Hombre-Dios y a su Iglesia, son obras del demonio y son indicio de la presencia activa de las fuerzas del infierno entre los hombres.
Así, los múltiples productos satánicos de la cultura moderna, como por ejemplo la cultura de la muerte, que propicia el aborto y la eutanasia como “derechos humanos”; la música perversa e inmoral, en la que se exalta el vicio y se considera a la inmoralidad como algo bueno y “normal”; el cine de inspiración ocultista, como la saga de Harry Potter y tantos otros; la difusión de la mentalidad agnóstica, atea, materialista y hedonista, y sobre todo la implementación de la cultura del entretenimiento y la diversión para todos los días de la semana, no solo ya del fin de semana, como instrumento de dominio y de manipulación ideológica de las masas, pero ante todo como medio para impedir y dificultar de todas las maneras posibles la asistencia a misa dominical por miles de cristianos, son señales ciertas de la presencia activa de las fuerzas del infierno entre los hombres.
“El que no recoge conmigo, desparrama”, el que no hace las obras de Dios, hace las del demonio. El que no busca vivir según la ley de la caridad, demostrando con obras el mandato del amor a Dios y al prójimo, frecuentando los sacramentos –principalmente la confesión y la Eucaristía dominical-, se hace cómplice de las fuerzas enemigas de Dios y de los hombres, los demonios.

jueves, 7 de julio de 2011

Quien persevere hasta el fin se salvará

Sólo en la Consagración
al Inmaculado Corazón de María
estarán las almas a salvo
de la inmensa corrupción
de cuerpo y espíritu
que se ha abatido
sobre el mundo entero.


“Quien persevere hasta el fin se salvará” (Mt 10, 16-23). Jesús habla de la persecución que habrá de sufrir la Iglesia naciente por parte de los judíos, ya que menciona a la sinagoga, pero habla también de la última persecución, la que sufrirá la Iglesia hasta el fin de los tiempos.

“Quien persevere hasta el fin se salvará”. ¿Por qué la advertencia de Jesús?

Porque antes de la persecución cruenta, final, habrá otra persecución, incruenta, orquestada y dirigida por los medios masivos de comunicación, tendientes a hacer desaparecer del horizonte de la humanidad hasta la idea de Dios y a corromper el alma y el cuerpo de los hombres. De esta manera, a medida que se acerque el fin, la presencia e influencia del infierno y de sus agentes se hará sentir cada vez más intensamente, al punto tal que no parecerá no haber nada sin corrupción, y tal será la situación, que si Dios no acortase los tiempos, se contaminarían con el mal hasta los elegidos.

¿Estamos viviendo esos tiempos? Sólo tres signos, de entre muchos, parecieran inclinarnos a responder afirmativamente.

Un signo es el intento de convertir, mediante la ideología del género, a todo el mundo en un inmenso Sodoma y Gomorra, por medio de las leyes de educación sexual y por la legalización del homomonio. Dentro de poco, de seguir la tendencia actual, no quedará nadie, ni siquiera los niños, puesto que se enseña esto desde el jardín de infantes, sin aceptar la liberalización total de la sexualidad humana.

El otro signo es el aparente triunfo de la “cultura de la muerte”, que busca eliminar a la vida humana en sus extremos, en la concepción y en la vejez, por medio de la legalización del aborto y la eutanasia.

El tercer signo se da dentro de la Iglesia Católica, y es la negación de la Presencia real de Jesús en la Eucaristía. Dice Ana Catalina Emmerich: “Vi a la nueva iglesia, la cual (los apóstatas) estaban tratando de construir. No había nada sagrado en ella... La gente estaba amasando el pan en la cripta de abajo... pero no recibían el Cuerpo del Señor, sino solo pan. Los que estaban en el error, pero sin culpa propia, y que piadosamente y ardientemente deseaban recibir el Cuerpo de Jesús, eran consolados espiritualmente, pero no a causa de su comunión. Entonces, mi Guía (Jesús) dijo: “Esto es Babel”.

La consideración, aunque sea ligera, de nuestros tiempos, nos lleva a recordar las palabras del Apocalipsis: “Fuera los perros, los hechiceros, los fornicadores, los asesinos, los idólatras, y todo el que ama la mentira” (22, 15).

Pero el Apocalipsis también describe a aquellos que perseveraron hasta el fin, que no se dejaron contaminar por la idolatría a la Bestia: “Estos son los que vencieron a la bestia y al Dragón con la Sangre del Cordero, y por el testimonio que dieron” (cfr. 15, 2. 12, 11).

“Quien persevere hasta el fin se salvará”. Sólo por medio de la Consagración al Inmaculado Corazón de María Santísima podrán los hombres salvarse, porque sólo ahí se estará al abrigo de la corrupción del alma y del cuerpo que ya inunda al mundo entero.