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sábado, 15 de mayo de 2021

“Que sean uno, como nosotros”


 

“Que sean uno, como nosotros” (Jn 17, 11b-19). Jesús quiere la unidad para sus discípulos, pero no es una unidad cualquiera: no es una unidad conocida por el hombre; no es una unidad de tipo moral, como la unidad que reina entre un grupo de amigos, por ejemplo; tampoco es una unidad de orden ideológico, como sucede entre quienes comparten una misma idea o un mismo proyecto de vida. La unidad que quiere Jesús es de tipo espiritual y es una unidad igual a la unidad que Él tiene con el Padre: “Que sean uno, como nosotros”.

Jesús quiere la unidad, en oposición a la división, pero esta unidad no puede ser dada ni construida por el hombre: se trata de una unidad ontológica, a nivel del ser; es una unidad en la que los hombres están unidos a Dios, pero no por el sentimiento, ni por el afecto, sino por la participación en el Ser divino trinitario y es por esto que se trata de una unidad ontológica y celestial, sobrenatural. No puede ser realizada por los hombres por tratarse precisamente de una unidad de origen celestial y de orden ontológico, que trasciende absolutamente el sentimiento y el afecto, porque es inmensamente más profunda.

Si no la puede proporcionar el hombre, ¿cómo se logra la unidad que Jesús quiere que se establezca, entre Dios y los hombres? Esta unidad, este ser “uno” con Dios Trino, lo lleva a cabo el Espíritu Santo, el Amor de Dios, la Tercera Persona de la Trinidad. Es el Espíritu Santo el que une, en el Amor Divino, desde toda la eternidad, al Padre y al Hijo; es el Espíritu Santo el que hace que Dios sea Uno en el Amor, porque es el mismo Amor el que une al Padre y al Hijo y al Hijo con el Padre. De esto se ve claramente la necesidad de que Jesús –junto al Padre-, una vez que resucite y ascienda al Cielo, envío desde el Cielo al Espíritu Santo, sobre su Cuerpo Místico, sobre su Iglesia, sobre los bautizados, para que estos, unidos por el mismo Espíritu y en el mismo Espíritu, sean unidos a Cristo y, en Cristo, sean unidos al Padre. Y esta unidad, dada por el Espíritu Santo, se manifestará por la profesión de una sola fe, la fe Católica, Apostólica y Romana, en un solo Señor, el Hombre-Dios Jesucristo, y será donada por la recepción de un único Bautismo, el Bautismo sacramental de la Iglesia Católica. La unidad que proporciona el Espíritu Santo es la que se revela en la Escritura: “Un solo Señor, una sola Fe, un solo Bautismo”. Quien profese otra fe que no sea la Católica; quien crea en un Jesús que no sea el Jesús de la Iglesia Católica, Dios Hijo encarnado que prolonga su Encarnación en la Eucaristía; quien no reciba el Bautismo sacramental, ese tal no es “uno” con Dios Uno y Trino.

jueves, 12 de mayo de 2016

“Que sean uno, como nosotros”


“Que sean uno, como nosotros” (Jn 17, 11b-19). Jesús pide al Padre que sus discípulos “sean uno”. ¿De qué unidad se trata? No es una unidad basada en comunión de sentimientos o pensamientos, tal como sucede en las comunidades humanas: se trata de la unidad en el Espíritu Santo. Que la unidad sea en el Espíritu se deriva de las palabras mismas de Jesús: “Que sean uno, como nosotros”: la unidad que Jesús quiere para sus discípulos es la que Él tiene con el Padre desde la eternidad –“como nosotros”- y esa unidad entre el Padre y el Hijo, está dada por el Espíritu Santo. Será entonces el Espíritu Santo, el Espíritu de Dios quien, enviado por Jesús y el Padre, unirá a los hombres en un solo cuerpo, el Cuerpo Místico de Jesús, la Iglesia. Así lo dice la Escritura: “Todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu” (1 Co 12, 13). Así como el alma une a los órganos en un solo cuerpo, así el Espíritu Santo, “Alma de la Iglesia”, une a los bautizados en un solo Cuerpo, el Cuerpo Místico de Jesús, la Iglesia Católica.
“Que sean uno, como nosotros”. La razón por la que el Espíritu nos une en un solo cuerpo, el Cuerpo Místico de Jesús es para que, como miembros de Jesús, no solo erradiquemos todo pensamiento y sentimiento contrario a la santidad de Dios, sino que, animados por el Espíritu e iluminados por su divina esencia, dejemos de pensar y de amar con nuestra naturaleza humana, para comenzar a pensar y amar con los pensamientos y el Amor de Cristo Jesús.

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jueves, 24 de mayo de 2012

Que sean uno, como Tú y Yo somos uno



“Que sean uno, como Tú y Yo somos uno” (Jn 17, 20-26). En la oración de la Última Cena, antes de su Pasión, Jesús pide por la unidad de los discípulos: “Que sean uno, como Tú y Yo somos uno”.
Esta unidad que pide Jesús no es una mera unidad de tipo moral, tal como se da entre los integrantes de cualquier sociedad humana, sea religiosa, política, o de cualquier orden. La unidad que desea Jesús para su Iglesia se da en Él: “Ellos en Mí, como Yo en Ti”. Quien vive unido a Cristo, vive unido a sus hermanos, y esta unidad con los hermanos de la Iglesia, es una unidad mucho más fuerte que la unidad biológica, la que es consecuencia de la filiación y del parentesco, de manera tal que los bautizados en la Iglesia, al unirse a Cristo, son verdaderamente hermanos entre sí, y no por un mero título, sino por un lazo espiritual y real, porque lo que concede esta unidad es el Espíritu Santo.
Es el Espíritu Santo el que, soplando sobre el hombre, lo convierte en una criatura nueva, en un hijo adoptivo de Dios, que forma parte del Cuerpo Místico de Jesús, y como Cuerpo de Jesús, pasa a estar animado y vivificado por el mismo Espíritu de la Cabeza, el Espíritu Santo.
La unidad entre los hermanos de la Iglesia no es algo artificial, sino que se da como consecuencia de poseer todos el mismo Espíritu Santo, Espíritu que es Amor en sí mismo, y por los signos de la fraternidad en Cristo son distintivos, y llevan a exclamar a los paganos: “Mirad cómo se aman”, porque el Amor que los une no es el amor humano, sino el Amor de Dios, el Espíritu Santo, que los lleva a mucho más que “soportarse” mutuamente: los lleva a comprenderse, a ayudarse mutuamente, material y espiritualmente, a perdonarse. La caridad, el amor sobrenatural de unos por otros, es el distintivo de las personas, de las comunidades parroquiales, de las instituciones, congregaciones y órdenes religiosas, en donde impera el Espíritu del Amor divino.
Por el contrario, cuando una persona, o una comunidad parroquial, o una institución religiosa, viven en lo opuesto, esto es, la soberbia, la discordia, el enfrentamiento, la división, la traición, la calumnia, la ausencia de compasión y de caridad cristiana, es clarísima señal distintiva de que en esos cristianos se encuentra presente y obra a sus anchas el espíritu maligno, el diablo.