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sábado, 13 de mayo de 2023

“Yo le pediré al Padre que les envíe el Espíritu de la Verdad”

 


Jesús en la Sinagoga

(Domingo VI - TP - Ciclo A – 2023)

“Yo le pediré al Padre que les envíe el Espíritu de la Verdad” (Jn 14, 15-21). Antes de pasar de este mundo al otro, antes de sufrir su Pasión, su Crucifixión y su Muerte, Jesús revela que resucitará y que una vez resucitado, “le pedirá al Padre que les envíe el Espíritu de la Verdad”. En esta frase Jesús revela dos elementos sobre los cuales es necesario reflexionar, puesto que tienen relación directa con nuestra fe católica y con nuestro ser cristiano. Por un lado, revela la constitución íntima de Dios, como Uno y Trino: Él ya había revelado que Él era la Segunda Persona de la Trinidad, el Hijo, Dios Hijo, y ahora revela que en Dios hay una Tercera Persona, la Persona del Espíritu Santo; por otro lado, el Espíritu, además de ser el Divino Amor que une eternamente en el Amor Divino al Padre y al Hijo, es además el “Espíritu de la Verdad”, y esto en contraposición con el espíritu de la mentira, propia del Ángel caído, Satanás, quien es el “Padre de la mentira”. Es decir, Jesús revela que en Dios hay Tres Personas y que la Persona Tercera, el Espíritu Santo, es el “Espíritu de la Verdad”. La Verdad y la Mentira se auto-excluyen mutuamente; no pueden existir ambas al mismo tiempo y bajo el mismo aspecto: o algo es verdad, o algo es mentira, ya que una verdad a medias o una mentira a medias, es siempre una mentira completa. Así se auto-excluyen el Espíritu de Dios, el Espíritu Santo, que es “Espíritu de la Verdad”, con el espíritu demoníaco, que el espíritu de la mentira, el espíritu de la tríada satánica formada por Satanás, por el Falso Profeta y por la Bestia. El Espíritu de la Trinidad es la Verdad, mientras que el espíritu de la tríada satánica es la mentira.

El Espíritu enviado por Cristo, en unión con su Padre, a la Iglesia, es “Espíritu de Verdad”, de ahí que en la Iglesia no puede haber jamás error alguno en su doctrina, puesto que el error no es verdad y por lo tanto la Iglesia, si miente, dejaría de ser ipso facto la Esposa Mística del Cordero. Una Iglesia falsa, que proclama la mentira en vez de la verdad, no puede nunca ser la Iglesia Verdadera del Único Dios Verdadero. El Espíritu Santo se caracteriza entonces, no solo por ser el Divino Amor, sino por ser la Verdad en Sí misma, la Verdad Increada, de ahí que tanto la Iglesia como los bautizados que aman a Cristo y poseen su Espíritu, el Espíritu de la Verdad, se reconozcan entre sí por decir siempre la verdad y por no mentir jamás. Es tan opuesto al Espíritu de Dios la mentira, que es una falta grave y tan grave, que está sancionada en la Ley de Dios, en sus Mandamientos: “No mentirás y no levantarás falso testimonio”. El pecado de la mentira -cuyos primos hermanos son, por así decirlo, la calumnia y la maledicencia- es tan grave, que cierra las puertas del Reino de los cielos a los mentirosos. En el Apocalipsis se nombra a una serie de grupos de pecadores impenitentes que no entrarán en el Cielo: “(no entrarán en el Cielo) los que se embriagan, los hechiceros, los idólatras, los cobardes, los impuros, los que aman y practican la mentira” (cfr. Ap 22, 15). Es por esto que Santo Tomás de Aquino decía que prefería creer que una vaca vuela, antes que creer que un religioso estaba mintiendo. Y San Ignacio de Loyola decía que jamás había que decir una mentira, aún si de esa mentira dependiera la subsistencia del mundo entero. El cristiano que miente no solo demuestra que no tiene en sí al Espíritu Santo, que es el “Espíritu de la Verdad”, lo cual ya es grave, sino que demuestra algo todavía más grave y es que está asociado y participa de la mentira del Padre de la mentira, Satanás, el Ángel caído. Jesús llama a Satanás “Padre de la mentira” y la razón por la que Satanás es el Padre de la mentira es porque es el primer mentiroso, es la primera creatura, de entre las creaturas inteligentes creadas por Dios, el ángel y el hombre -dicho sea de paso, los extra-terrestres no existen, y la ufología es una secta ocultista que promueve la adoración de demonios bajo la pantalla encubierta de seres de otros planetas-, en decir una mentira y esa mentira le costó el perder el Cielo para siempre. Satanás dijo la primera mentira al decir, sacrílegamente: “Yo soy dios” y como Dios no puede soportar la mentira ni al mentiroso que miente a sabiendas y explícitamente, envió a San Miguel Arcángel para que expulsara del Reino de los cielos, para siempre, al Demonio y es por eso que San Miguel Arcángel, ante la mentira de Satanás de auto-proclamarse dios, San Miguel Arcángel, bajo las órdenes de la Trinidad, exclama con voz potente: “¿Quién como Dios? ¡Nadie como Dios!” y es en ese momento cuando, según el Apocalipsis, se entabla una "batalla en el Cielo" entre los Ángeles de Dios y los ángeles apóstatas, siendo estos expulsados definitivamente del Cielo. La razón de la victoria de San Miguel Arcángel no es solo la omnipotencia de Dios, sino la naturaleza misma de la Verdad de Dios, que en sí misma y por sí misma, es superior a la mentira. La lucha entre los ángeles, seres inteligentes caracterizados por ser solo espíritu, sin materia, no se lleva a cabo con armas materiales, sino con el intelecto y esta es la razón de la victoria de San Miguel Arcángel sobre Satanás y sus ángeles apóstatas, porque la Verdad Absoluta, Total y Plena, es siempre superior a la mentira.

“Yo le pediré al Padre que les envíe el Espíritu de la Verdad”. Si queremos saber a quién servimos en nuestro corazón, si a Dios Uno y Trino o a Satanás, revisemos los Mandamientos, sobre todo el que dice: “No mentirás” y ahí sabremos si servimos al Padre de la mentira, Satanás, o al Espíritu de la Verdad, el Espíritu Santo. Pidamos la gracia de servir al Espíritu de Dios, el Espíritu de la Verdad.


viernes, 19 de noviembre de 2021

“Cuando vean que sucedan estas cosas, sepan que el Reino de Dios está cerca”

 


“Cuando vean que sucedan estas cosas, sepan que el Reino de Dios está cerca” (Lc 21, 29-33). Jesús profetiza acerca de dos eventos futuros: la destrucción del templo y de Jerusalén y su Segunda Venida en la gloria. El primer evento será local y los discípulos tendrán tiempo para huir en dirección opuesta al lugar en donde sucederá, para poder ponerse a salvo y ocurrirá en un momento determinado: “antes de que pase esta generación”. Esto ocurrió efectivamente en el año 70 d. C., luego de que las tropas del emperador romano sitiaran y luego arrasaran a Jerusalén y al templo. El segundo evento, su Segunda Venida en la gloria, no tiene un tiempo determinado, puesto que “nadie sabe ni la hora ni el día, excepto el Padre” y será un evento universal, pues comparecerá toda la humanidad ante Cristo, quien vendrá como Justo y Eterno Juez, para conducir a los buenos al Reino de los cielos y para condenar a los malos al Infierno eterno; al ser universal, de este evento nadie podrá “escapar”, por así decir, puesto que será el Juicio Final para toda la humanidad en general y para cada ser humano en particular.

Si bien Jesús no da una fecha para su Segunda Venida, sí da las señales que la precederán: “se oscurecerán el sol y la luna, los astros caerán”, habrá guerras, terremotos, tempestades, pestes, hambrunas, aparecerán falsos mesías, falsos cristos y, finalmente, precederá inmediatamente su Segunda Venida la última persecución sangrienta contra la Iglesia –anunciada en el número 675 del Catecismo- y la “abominación de la desolación”, es decir, la supresión del Santo Sacrificio del Altar, la Santa Misa, con la aparición del Anticristo, su auto-proclamación como Cristo y la entronización de un ídolo demoníaco, todo lo cual “conmoverá el cimiento de la fe” de muchos bautizados, provocando la apostasía de una gran cantidad de fieles. La apostasía hará que los fieles dejen de adorar a Cristo en la Eucaristía y dejen de adorar a la Santísima Trinidad, para adorar al Anticristo y a la tríada satánica: la Bestia –la Masonería-, el Dragón rojo del Apocalipsis –el Comunismo, que se implantará en todo el mundo como un Estado Comunista Universal, que es en eso en lo que consiste el Nuevo Orden Mundial anticristiano- y el Anticristo, cuyo camino al poder y al trono pontificio será allanado por el Falso Profeta.

“Cuando vean que sucedan estas cosas, sepan que el Reino de Dios está cerca”. Sólo la oración –sobre todo el Santo Rosario-, la Adoración Eucarística, la Conversión Eucarística, la frecuencia de la Confesión sacramental, la Comunión en gracia, con fe, devoción, piedad y amor, nos darán la luz divina suficiente para discernir la proximidad del Reino de los cielos y la inminencia del Día de la Ira de Dios.

domingo, 7 de febrero de 2021

“Curaba a la gente y expulsaba demonios (…) predicaba y expulsaba demonios”

 


(Domingo V - TO - Ciclo B  2021)

          “Curaba a la gente y expulsaba demonios (…) predicaba y expulsaba demonios” (cfr. Mc 1, 29-39). De entre todas las actividades de Jesús relatadas por el Evangelio, hay una que se repite con frecuencia y es la de “expulsar demonios”. Esto tiene varios significados: por un lado, forma parte de nuestra fe católica creer en la existencia del demonio y en su accionar en medio de los hombres; por otra parte, revela que Jesús es Dios encarnado, porque sólo Dios tiene el poder necesario para expulsar, con el solo poder de su voz, al demonio de un cuerpo al que ha poseído; por otra parte, revela que, aunque Jesús haya realizado exorcismos y expulsado demonios, la presencia y actividad de los demonios no ha cesado ni disminuido, sino que, por el contrario, se ha ido intensificando cada vez más y lo irá haciendo cada vez más intensa a medida que la humanidad se acerque al reinado del Anticristo, el cual precederá al Día del Juicio Final. Entonces, lejos de disminuir y mucho menos de cesar la actividad demoníaca, ésta irá en aumento con el correr del tiempo, intensificándose cada vez más hasta lograr su objetivo, que es la instauración del reino de Satanás en medio de los hombres. La actividad demoníaca está encaminada a lograr dos objetivos: el provocar la condena eterna en el Infierno de la mayor cantidad posible de almas y el instaurar, en la tierra, el reino de las tinieblas, en contraposición al Reino de Dios.

          Probablemente hoy no se vean posesos por la calle, como sucedía en el Evangelio, pero esto no quiere decir que la actividad demoníaca esté ausente o en disminución: todo lo contrario, podemos decir que en nuestros días, la actividad del demonio es tal vez la más intensa de toda la historia de la humanidad y esto se puede comprobar por la inmensa cantidad de males de todo tipo que se han abatido sobre la humanidad, males que son ante todo de tipo morales y espirituales, además de males físicos como la actual pandemia. Algunos de los males que podemos enumerar y que certifican la intensa actividad demoníaca son: el avance, prácticamente sin freno, de la cultura de la muerte, que promueve el aborto como derecho humano, algo que ha alcanzado ya niveles planetarios; la legislación de la eutanasia, de modo de terminar con la vida del paciente terminal; la proclamación de los pecados contra la naturaleza como “derechos humanos”, a través de la Organización de las Naciones Unidas, por medio de la difusión de la ideología de género y de otras ideologías que atentan contra la naturaleza humana y que están en abierta contradicción con los Mandamientos de Dios y los Preceptos de la Iglesia; la difusión, a través de los medios masivos de comunicación, de una mentalidad atea, materialista, agnóstica, relativista, consumista, hedonista, que busca instaurar la falsa idea de que esta tierra debe convertirse en un paraíso terrenal, con el goce y disfrute de las pasiones, el único paraíso para el hombre; el ocultamiento o silenciamiento de ideologías “intrínsecamente perversas”, como la ideología comunista, que es esencialmente atea y anti-cristiana y que con sus genocidios demuestra su origen satánico y su colaboración directa con el reinado del Anticristo (dicho sea de paso, la actual pandemia se atribuye a un virus de diseño de laboratorio, proveniente de un laboratorio perteneciente al Partido Comunista Chino, con lo que la actual pandemia se debe sumar a la larga lista de crímenes contra la humanidad cometidos por el comunismo a lo largo de la historia); la difusión masiva de las herejías, blasfemias, sacrilegios y errores de todo tipo de la secta planetaria Nueva Era, secta ocultista y luciferina, considerada como la religión del Anticristo, puesto que propicia todo lo que es contrario a Cristo. Todos estos elementos, junto a muchos otros más, nos muestran que la actividad demoníaca es la más intensa, en nuestros días, que en toda la historia de la humanidad, lo cual hace suponer que está cercano el reinado del Anticristo, junto al Falso Profeta y a la Bestia, nombrados y descriptos en el Apocalipsis.

          “Curaba a la gente y expulsaba demonios (…) predicaba y expulsaba demonios”. No se trata de atribuir todo lo malo que sucede al demonio, puesto que el hombre, contaminado por el pecado original, obra el mal, la mayoría de las veces, sin necesidad de la intervención del demonio. Sin embargo, es necesario discernir el “signo de los tiempos”, como nos dice Jesús y lo que comprobamos es esto: que la actividad demoníaca es tan intensa en nuestros días, que pareciera que está pronto a instaurarse el reinado del Anticristo. Ahora bien, si esto es cierto, es cierto también que nada debemos temer si estamos con Cristo, si vivimos en gracia, si recibimos los Sacramentos, si nos aferramos a la Cruz y si nos cubre el manto celeste y blanco de la Inmaculada Concepción. Es la Iglesia la que continúa la tarea del Hombre-Dios de “deshacer las obras del diablo” y, por otro lado, es una promesa del mismo Jesús, que nunca falla, de que “las puertas del Infierno no prevalecerán contra la Iglesia”. Por eso, aunque las tinieblas parezcan invadirlo todo, debemos acudir a la Fuente de la Luz Increada y divina, Jesús Eucaristía y, postrándonos en adoración ante su Presencia sacramental, implorar su asistencia en estos tiempos de tinieblas.

 

jueves, 27 de noviembre de 2014

“El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán”


“El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán” (Lc 21, 29-33). A medida que se acerque la Parusía o Segunda Venida de Jesucristo en la gloria, todos los acontecimientos profetizados por el mismo Jesucristo se cumplirán, tal como Él mismo los profetizó. Jesucristo no puede equivocarse, puesto que es Dios en Persona; es la Segunda Persona de la Santísima Trinidad; es Dios Hijo encarnado en una naturaleza humana, y todo lo que Él dijo y profetizó acerca de su Segunda Venida, se cumplirá, indefectiblemente, como indefectiblemente la naturaleza sigue su curso y a una estación le sigue la otra. No en vano Jesucristo utiliza la figura del brote nuevo de la higuera: así como sucede con el brote nuevo de la higuera, que pasado el invierno y llegada la primavera, y siguiendo el impulso vital biológico de la naturaleza inscripto por el Creador, comienza un nuevo ciclo de vida para el árbol, así también, en las edades de la humanidad, se suceden los siglos, unos tras otros, y se seguirán sucediendo, hasta que dejen de sucederse, cuando se cumpla el tiempo establecido por Dios, lo cual está indicado, veladamente, por Jesucristo, en las señales acerca de su Segunda Venida.
La Segunda Venida de Cristo, en gloria y poder, vendrá precedida por la conversión de Israel, según anuncia Cristo, y también San Pedro y San Pablo (Mt 23,39; Hch 3,19-21; Rm 11,11-36), y será precedida también por grandes tentaciones, tribulaciones y persecuciones (Mt 24,17-19; Mc 14,12-16; Lc 21,28-33), que harán caer a muchos cristianos en la apostasía. Según el Catecismo, será la “prueba final” que deberá pasar la Iglesia, y que “sacudirá la fe” de muchos creyentes: “La Iglesia deberá pasar por una prueba final que sacudirá la fe de numerosos creyentes (cfr. Lc 18,8; Mt 24,9-14). La persecución que acompaña a la peregrinación de la Iglesia sobre la tierra (cfr. Lc 21,12; Jn 15,19-20) desvelará “el Misterio de iniquidad” bajo la forma de una impostura religiosa que proporcionará a los hombres una solución aparente a sus problemas, mediante el precio de la apostasía de la verdad. La impostura religiosa suprema es el Anticristo, es decir, la de un pseudo-mesianismo en que el hombre se glorifica a sí mismo, colocándose en el lugar de Dios y de su Mesías venido en la carne (cfr. 2 Tes 2, 4-12; 1 Tes 5, 2-3; 2 Jn 7; 1 Jn 2, 18. 22)”[1].
Por tanto, continúa el Catecismo, “la Iglesia sólo entrará en la gloria del Reino a través de esta última Pascua, en la que seguirá a su Señor en su muerte y su Resurrección (Ap 19,1-19). El Reino no se realizará, por tanto, mediante un triunfo histórico de la Iglesia (13, 8), sino por una victoria de Dios sobre el último desencadenamiento del mal (20, 7-10). El triunfo de Dios sobre la rebelión del mal tomará la forma de Juicio final (20, 12), después de la última sacudida cósmica de este mundo que pasa (2 Pe 3,12-13)”[2].
Mientras esperamos su Segunda Venida en la gloria, Jesucristo reina actualmente en la historia, desde la Eucaristía, y muestra su dominio, sujetando cuando quiere y del modo que quiere a la Bestia mundana, que recibe toda su fuerza y atractivo del Dragón infernal, y si la Bestia -que se manifiesta en la política a través de la Masonería política, pero también en la Iglesia, a través de la Masonería eclesiástica-, obra haciendo daño, lo hace en cuanto Jesucristo la deja obrar, y no hace más de lo que Jesucristo la deja hacer.
La Parusía, la Segunda Venida gloriosa de nuestro Señor Jesucristo, según nos ha sido revelado, vendrá precedida de señales y avisos, que justamente cuando se cumplan revelarán el sentido de lo anunciado. Por eso solamente los que estén “con las túnicas ceñidas y las lámparas encendidas”, es decir, obrando la misericordia y en estado de gracia, y escrudiñando los signos de los tiempos, en estado de oración, podrán sospechar la inminencia de la Parusía, porque “no hará nada el Señor sin revelar su plan a sus siervos, los profeta” (Amós 3,7), y así, estos “siervos atentos y vigilantes”, podrán detectar la inminencia de la Parusía. Según el mismo Jesucristo, para su Segunda Venida, habrá conmoción en el Universo físico: “habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas, y sobre la tierra perturbación de las naciones, aterradas por el bramido del mar y la agitación de las olas, exhalando los hombres sus almas por el terror y el ansia de lo que viene sobre la tierra, pues las columnas de los cielos se conmoverán. Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube con poder y majestad grandes” (Lc 21,25-27).
Sin embargo, lo más grave, estará dado en el plano espiritual, porque la Segunda Venida, estará precedida por la ascensión al poder, en la Iglesia, del Anticristo, quien difundirá eficazmente innumerables mentiras y errores, como nunca la Iglesia lo había experimentado en su historia, y éste será el que provocará la “prueba final” que “sacudirá la fe” de “numerosos creyentes”, anunciado por el Catecismo[3], lo cual tal vez sea la modificación de algún dogma central, muy probablemente, relacionado con la Eucaristía.
La Parusía o Segunda Venida, será súbita y patente para toda la humanidad: “como el relámpago que sale del oriente y brilla hasta el occidente, así será la venida del Hijo del hombre… Entonces aparecerá el estandarte del Hijo del hombre en el cielo, y se lamentarán todas las tribus de la tierra [que vivían ajenas al Reino o contra él], y verán al Hijo del hombre venir sobre las nubes del cielo con poder y majestad grande” (Mt 24,27-31).
La Parusía será inesperada para la mayoría de los hombres, que “comían, bebían, compraban, vendían, plantaban, edificaban” (Lc 17,28), y no esperaban para nada la venida de Cristo, sino que “disfrutando del mundo” tranquilamente, no advertían que “pasa la apariencia de este mundo” (1 Cor 7,31). Por no prestar atención a la Sagrada Escritura que dice: “Medita en las postrimerías y no pecarás jamás” (Eclo 7, 40), el mundo se comporta como el siervo malvado del Evangelio, que habiendo partido su señor de viaje, se dice a sí mismo: “mi amo tardará”, y se entrega al ocio y al vicio. Sin embargo, como advierte Jesús en la parábola, “vendrá el amo de ese siervo el día que menos lo espera y a la hora que no sabe, y le hará azotar y le echará con los hipócritas; allí habrá llanto y crujir de dientes” (Mt 24,42-50). Por eso, la parábola finaliza con la advertencia: “Estad atentos, pues, no sea que se emboten vuestros corazones por el vicio, la embriaguez y las preocupaciones de la vida, y de repente, venga sobre vosotros aquel día, como un lazo; porque vendrá sobre todos los moradores de la tierra. Velad, pues, en todo tiempo y orad, para que podáis evitar todo esto que ha de venir, y comparecer ante el Hijo del hombre” (Lc 21,34-35).
Y esa es la razón por la cual el cristiano debe prestar atención a las palabras de Jesús, en las que nos previene y nos pide que estemos atentos a su Segunda Venida: “vigilad, porque no sabéis cuándo llegará vuestro Señor… Habéis de estar preparados, porque a la hora que menos penséis vendrá el Hijo del hombre” (Mt 24,42-44). “Vendrá el día del Señor como ladrón” (2 Pe 3,10). Todos los cristianos hemos de vivir siempre como si la Parusía fuera a ocurrir hoy, o mañana mismo o pasado mañana, porque “la apariencia de este mundo pasa” (1 Cor 7, 31), y cuando pasa la apariencia de este cielo y esta tierra, aparece la eternidad, aparece Dios, que es la Eternidad en sí misma, y para afrontar el Juicio Particular que decidirá nuestra eternidad, es que debemos prepararnos, viviendo en gracia y obrando la misericordia.




[1] 675.
[2] 677.
[3] Cfr. n. 675.

domingo, 25 de mayo de 2014

“Cuando venga el Paráclito, el Espíritu que Yo les enviaré desde el Padre, dará testimonio de Mí”


“Cuando venga el Paráclito, el Espíritu que Yo les enviaré desde el Padre, dará testimonio de Mí” (Jn 15 26- 16, 6. 4). Luego de morir en la cruz y resucitar, Jesús ascenderá al cielo y desde allí enviará, junto al Padre, al Paráclito, al Espíritu Santo, el Espíritu de la Verdad, que “dará testimonio de Jesús”. Esto será de vital importancia para la Iglesia de Jesucristo, sobre todo hacia el final de los tiempos, cuando surja el Anticristo, porque el Anticristo se presentará con toda clase de engaños y de falsos milagros, que confundirán incluso a los elegidos. El Anticristo engañará de tal forma a los hombres, que todos creerán que es Cristo, y cuando se manifieste, modificará la ley de Cristo y los Mandamientos acomodándolos a las necesidades y conveniencias de los hombres y lo hará de tal manera, que todos estarán convencidos que es el mismo Cristo en Persona quien lo está haciendo. Es por esto que la función del Espíritu Santo, enviado por Cristo y el Padre, el Espíritu de la Verdad, será la de iluminar las conciencias del pequeño rebaño remanente, el cual de esta forma será preservado del engañado y será advertido acerca del Falso Profeta, del Anticristo y de la Bestia, quienes tomarán posesión de la Iglesia de Cristo. Solo quienes estén en gracia, estarán inhabitados por el Espíritu Santo y solo quienes estén inhabitados por el Espíritu Santo, serán capaces de advertir el engaño, pero así mismo, serán, como dice Jesús, “echados de las sinagogas”, es decir, de las Iglesias, e incluso, serán perseguidos a muerte, y los que les den muerte, creerán dar “culto a Dios” con sus muertes, porque pensarán que están dando muerte a apóstatas, cuando en realidad, estarán dando muerte a mártires, a los verdaderos seguidores y adoradores del Cordero de Dios.

“Cuando venga el Paráclito, el Espíritu que Yo les enviaré desde el Padre, dará testimonio de Mí”. El mundo contemporáneo vive en las tinieblas, unas tinieblas que amenazan a la Iglesia y que por alguna grieta ha entrado en la Iglesia, según la denuncia del futuro beato Pablo VI: “A través de una grieta, ha entrado el humo de Satanás en el templo de Dios”. A estas densas y siniestras tinieblas vivientes del Infierno, que impiden la visión de Dios a las almas, solo las pueden vencer la Luz Increada del Espíritu Santo, el Paráclito, enviado por el Padre y el Hijo.