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sábado, 16 de abril de 2011

Jueves Santo

Sólo Cristo en la Eucaristía es nuestra Pascua


No se puede entender la Pascua cristiana sino se tiene en cuenta aquello que era su sombra y figura, la Pascua Judía. Los judíos celebraban la Pascua Judía, en la cual conmemoraban las maravillas de Yahveh realizadas a favor del Pueblo Elegido. En esa Pascua, se comía un cordero asado, acompañado de hierbas amargas y de pan sin levadura, y se brindaba, con la copa de bendición, con vino.

“Pascua” significa “paso”, y era lo que los judíos conmemoraban: el “paso” de Egipto a la Tierra prometida, y el “paso” a través del Mar Rojo, en donde Yahvéh había abierto el mar en dos, para que los judíos pudieran pasar a través del lecho seco del mar; en el desierto, les había dado el maná, el pan bajado del cielo; les había dado codornices; les había hecho brotar agua de la roca; les había curado de la mordedura mortal de las serpientes con la serpiente de bronce hecha por Moisés. Ya incluso antes de salir de Egipto, Yahvéh había comenzado a obrar maravillas, al enviar al ángel exterminador, que preservó las casas de los hebreos, cuyos dinteles habían sido señalados con la sangre del cordero.

Al comer la carne de cordero, las hierbas amargas y el pan sin levadura, y al bendecir la cena pascual con el cáliz de bendición, los judíos recordaban todos estos maravillosos prodigios hechos por Yahvéh a favor suyo.

Yahvéh los había liberado, los había sacado de la esclavitud de Egipto, y los había liberado de sus enemigos, y los había introducido en la Tierra prometida. La cena pascual tenía este sentido de recuerdo, de memorial, en el sentido de traer a la memoria estos admirables hechos, para dar gracias a Yahvéh, el único Dios verdadero.

Con todo lo admirable que eran -y que continúan siendo- las maravillas de Yahvéh, la Pascua Judía, y los mismos hechos que la originan, eran solo una figura, una sombra, una prefiguración, de la verdadera Pascua, la Pascua de Cristo Jesús: todo lo ocurrido con el Pueblo Elegido, habría de verificarse con el Pueblo Elegido, no ya en sombras y figuras, sino en la realidad.

Si antes de salir de Egipto, las casas de los judíos habían sido señaladas en sus dinteles con la sangre del cordero pascual, ahora, para los cristianos, el Nuevo Pueblo Elegido, serían señaladas no sus casas materiales, sino las espirituales, es decir, sus almas, con la Sangre del Verdadero Cordero Pascual, Cristo Jesús, al mojar el cristiano sus labios con el Vino de la Alianza Nueva y Eterna.

Si al salir de Egipto, los judíos pudieron atravesar el Mar Rojo porque Yahvéh abrió sus aguas, de modo que pusieron atravesar el lecho seco del mar sin temor a ahogarse, para dirigirse a la ciudad de Jerusalén, con Cristo Jesús, Pascua y Paso verdadero, los cristianos pueden atravesar el mundo, para dirigirse hacia la Jerusalén celestial, la patria del cielo.

Si en la Antigüedad Yahvéh había abierto las aguas del Mar Rojo, para que los judíos fueran librados de sus enemigos, al ser estos inundados con las aguas del mar, ahora, Dios Padre, permite que una lanza abra el Corazón de su Hijo, para que el mundo sea inundado por las aguas celestiales, la gracia Divina, la Misericordia de Dios.

Si en la Pascua los judíos celebraban que, al atravesar el desierto, a ellos, fatigados por la travesía y sedientos por el sol del desierto, y hambrientos por el esfuerzo, habían recibido de Yahvéh la nube que los había protegido con su sombra, les había dado codornices, y les había hecho llover maná del cielo, y para su sed les había hecho salir agua de la roca con la vara de Moisés, ahora, en la Nueva Pascua, que es Cristo, Dios Padre da, al Nuevo Pueblo Elegido, la Iglesia Católica, algo más sabroso que carne de codornices, les da la carne del Cordero de Dios, asada en el fuego del Espíritu Santo, y les da un maná verdadero, el verdadero Pan del cielo, la Eucaristía, y les da algo que sacia la sed, no del cuerpo, sino del alma, la gracia divina, que sale no de una roca, sino del Corazón abierto del Salvador en la cruz.

Si la Pascua para los judíos consistía en atravesar el lecho seco del mar, para llegar a la Tierra Prometida, para el cristiano, la Pascua consiste en unirse, íntima y espiritualmente, por la fe y por la gracia, a Cristo, muerto y resucitado.

Si la Pascua, el “paso” para los judíos era pasar de la esclavitud de Egipto a la Tierra Prometida, la Jerusalén del Templo, la tierra que “mana leche y miel”, por la abundancia de sus bienes materiales, derivados de la Presencia del Señor en el Templo de Salomón, la Pascua para los cristianos, el “paso”, es pasar de la esclavitud del pecado, a la libertad de los hijos de Dios, libertad dada por la gracia, que destruye el pecado en el corazón del hombre, lo fortalece para luchar contra sus enemigos, el demonio, el mundo y la carne, y le concede una vida nueva, la vida de la gracia, que lo hace vivir con la vida misma de Dios Trino, y entrar en comunión de vida y de amor con las Tres Divinas Personas.

Si la celebración de la Pascua para los judíos consistía en comer carne de cordero, asada en el fuego, acompañada de hierbas amargas, de pan sin levadura, y el cáliz de bendición, para el cristiano, la Pascua consiste en comer sí carne de cordero, pero no la de cualquier cordero, sino la carne del Verdadero Cordero Pascual, asada en el fuego del Espíritu Santo, la Eucaristía, acompañada con las hierbas amargas de la tribulación, que acompaña a todo el que sigue a Cristo camino de la cruz; consiste en comer pan sin levadura, pero en realidad un pan que sólo parece ser pan, pues luego de las palabras de la consagración y de la transubstanciación obrada por el Espíritu de Dios, es el Cuerpo de Cristo resucitado, y por lo mismo es un Pan que da Vida eterna, la vida misma de Dios Uno y Trino; la Pascua cristiana consiste en acompañar la carne, las hierbas y el Pan de Vida eterna, con vino, pero no el que se elabora de la vid terrena, sino el Vino de la Alianza Nueva y Eterna, que se obtiene en la vendimia de la Pasión, después de haber triturado a la Vid Verdadera, el Cuerpo de Cristo en el sacrificio de la cruz, y es por lo tanto un vino que parece vino, pero es en realidad la Sangre del Cordero de Dios.

Cristo Eucaristía es nuestra Pascua; en Él, en la unión con su cuerpo, tenemos el “paso” de esta vida a la vida eterna; unidos a Él, por el sacramento del altar, somos llevados al seno del Padre; unidos a Él, en la comunión, por el Espíritu Santo, pasamos de esta vida a la eternidad feliz en Dios Padre.

Sólo Cristo Dios en la Eucaristía es nuestra Pascua.

miércoles, 13 de abril de 2011

Antes que naciera Abraham, Yo Soy



“Antes que naciera Abraham Yo Soy” (cfr. Jn 8, 51-59). Jesús se auto-declara como Dios en Persona, pues afirma que existe antes de Abraham -lo cual significa antes que toda la Creación-, y al mismo tiempo, refuerza esta convicción de su pre-existencia eterna, al aplicarse a sí mismo el nombre propio de Yahveh, "Yo Soy", con el cual los judíos conocían a Dios.

Para los judíos, Abraham era la máxima figura religiosa, pues en Él se originaba el Pueblo Elegido, y no podía haber nadie superior a él, humanamente hablando; por otra parte, al ser el único pueblo monoteísta de la antigüedad, no había nada ni nadie superior a Yahvéh, el único Dios por encima de toda creatura.

Jesús afirma la superioridad con respecto a Abraham, y su igualdad con respecto a Dios, a Yahveh, con lo cual los judíos quedan estupefactos, ya que, de ser verdad las afirmaciones de este hombre -"el nazareno", "el hijo de José, el carpintero"-, ellos se encontrarían con que están hablando, de igual a igual, nada menos que con el mismo Yahveh, a quien ellos adoran en el templo. Es decir, con su afirmación de que Él pre-existe a Abraham, Jesús no sólo afirma ser superior a Abraham en cuanto hombre, sino que afirma ser Dios en Persona, con lo cual se presenta como superior a Abraham absolutamente.

Jesús les está revelando su condición divina, su pre-existencia eterna en el Padre, y su procedencia eterna de su seno, pero los fariseos no quieren creer lo que oyen, como tampoco quieren creer en los milagros que ven, que prueban las palabras de Jesús, puesto que Él, afirma ser Dios, y hace milagros que sólo Dios puede hacer.

Lo mismo sucede con la Eucaristía: la Iglesia afirma que la Eucaristía pre-existe desde la eternidad, puesto que es Dios en Persona, y los mismos destinatarios de la Revelación, los bautizados, hacen caso omiso de lo que se les dice. La prueba son los niños, que prefieren sus juegos a la Eucaristía; la prueba son los jóvenes, que prefieren sus diversiones a la Eucaristía; la prueba son los adultos, que prefieren sus trabajos y sus entretenimientos a la Eucaristía.

“Antes que naciera Abraham Yo Soy”. Ante la revelación de Jesús, los fariseos reaccionan con enojo, fruto de su soberbia, que les ciega el espíritu y los incapacita para reconocer a Dios que se manifiesta en Cristo.

La misma afirmación la repite Jesús, desde la Eucaristía: “Antes que naciera Abraham Yo Soy”. Desde la Eucaristía, Jesús nos repite, una y otra vez, que Él es Dios en Persona, el Dios eterno, el Dios que habita en una luz inaccesible, el Dios que no tiene necesidad de nada ni de nadie, ante quien las miríadas de ángeles se postran en adoración perpetua, y que pese a lo que es, viene a esta tierra, a nuestro tiempo, a nuestras vidas particulares, nos sale al encuentro a cada uno de nosotros, para mendigarnos un poco de amor, porque solo por medio del amor a Dios, demostrado en obras de caridad para con el prójimo, podremos salvarnos.

“Antes que naciera Abraham Yo Soy”. Cristo viene a nuestro encuentro en cada Eucaristía, desde su eternidad de eternidades, y a pesar de eso, nuestras comuniones siguen siendo tan rutinarias, tan mecánicas, tan faltas de piedad y de devoción, tan ocupados nuestras mentes y nuestros corazones en las tareas de todos los días, que parece como si la Eucaristía fuera un poco de pan bendecido, al que hay que consumir rápido para seguir ocupándose de las tareas cotidianas.

lunes, 11 de abril de 2011

Desde la cruz del altar, Jesús efunde su Espíritu para hacernos saber que la Eucaristía es Él en Persona

La crucifixión es un momento de iluminación,
porque Jesús infunde su Espíritu,
que hace saber a las almas que lo contemplan que Él es Dios.
Este misterio se renueva y se prolonga en la Santa Misa.

“Cuando hayan levantado al Hijo del hombre conocerán que Yo Soy” (cfr. Jn 8, 21-30). ¿Qué quiere decir Jesús con esta enigmática frase? ¿Cómo se explica esta afirmación de Jesús? Para entender qué es lo que Jesús quiere decir, hay que analizar la frase: en su primera parte, dice: “Cuando hayan levantado al Hijo del hombre”, esto quiere decir el momento de la crucifixión de Jesús; en ese momento, se producirá una iluminación interior en los discípulos, que les hará saber que Él “es”: “sabrán que Yo Soy”, lo cual constituye la segunda parte de la afirmación.

Ahora bien, si los discípulos sabían quién era Jesús, ¿porqué Jesús dice que sabrán quién es Él “cuando sea levantado en lo alto”, es decir, cuando sea crucificado?

Porque en ese momento, los discípulos recibirán un conocimiento por parte del Espíritu Santo, que les hará ver que Jesús no es un simple hombre, sino Dios Hijo hecho hombre, sin dejar de ser Dios. Esto explica la segunda parte de la frase: “sabrán que Yo Soy”. “Yo Soy” es el nombre con el cual los judíos conocían a Yahveh en el Antiguo Testamento; de esta manera, Jesús se aplica a sí mismo el nombre, y por lo tanto, la condición divina.

La frase: “Cuando hayan levantado al Hijo del hombre conocerán que Yo Soy”, por lo tanto, queda así: “Cuando me crucifiquen, les enviaré el Espíritu Santo, que les hará saber que Yo Soy Dios”.

La crucifixión representa entonces un momento de iluminación para el que ama a Jesús, puesto que Jesús infunde su Espíritu en ese momento, y es el Espíritu quien da un nuevo conocimiento acerca de Jesús. Jesús no es el “hijo del carpintero”, tal como sostenían sus contemporáneos, los vecinos de su pueblo, y mucho menos es un impostor, un mentiroso o un blasfemo, como sacrílegamente sostienen los miembros del Sanedrín que lo condenan. Jesús es el Hombre-Dios, es Dios Hijo, “engendrado, no creado”, como reza el Credo, en el seno de Dios Padre, en la eternidad, que inhabita en el seno del Padre desde la eternidad, que de Él recibe la naturaleza divina y la filiación divina; Jesús es el Hijo de María Virgen, que inhabita en su seno por el poder del Espíritu, y que de María Virgen recibe su naturaleza humana, porque María lo reviste con su propia substancia, y lo nutre con sus propias entrañas; Jesús es Dios eterno, muerto y resucitado, que inhabita en el seno de la Iglesia, porque prolonga su encarnación en la Eucaristía.

“Cuando hayan levantado al Hijo del hombre conocerán que Yo Soy”. Si la crucifixión es un momento de iluminación interior, porque Cristo efunde su Espíritu, que ilumina las almas, entonces la Santa Misa, con la consagración y la elevación de la Hostia, también es un momento de iluminación, porque en ese momento el Hijo del hombre es levantado en lo alto, en la cruz del altar.

Desde la cruz del altar, Jesús derrama su sangre, y con su sangre efunde el Espíritu, y el Espíritu irradia su divina luz, que ilumina las mentes y los corazones para hacer conocer, a los hijos de la Iglesia, que la Eucaristía es Cristo Dios.