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miércoles, 9 de octubre de 2024

“Es más fácil para un camello pasar por el ojo de una aguja que para un rico entrar en el Reino de los cielos”

 


(Domingo XXVIII - TO - Ciclo B - 2024)

         “Es más fácil para un camello pasar por el ojo de una aguja que para un rico entrar en el Reino de los cielos” (Mc 10, 17-27). Un hombre rico, con muchos bienes materiales, pero que al mismo tiempo posee una intensa vida espiritual y que cree en la vida eterna, le pregunta a Jesús, de forma genuina y con genuino interés, sobre qué cosas hay que hacer para “ganar la vida eterna”. El hombre rico sabe que hay una vida después de esta vida terrena y que esa vida es eterna; sabe que esa vida hay que “ganarla” y como reconoce en Jesús a Dios encarnado, le pregunta qué es lo que debe hacer para poder llegar al Reino de la vida eterna. Jesús le responde diciendo que hay que cumplir los Mandamientos de la Ley de Dios y puesto que el hombre le responde que él cumple con los Mandamientos de Dios, Jesús agrega algo inesperado para el hombre: le dice que, para poder entrar en la vida eterna, debe “vender todo lo que tiene y dárselo a los pobres”. Esto último toca la fibra última del ser del hombre porque se da cuenta de dos cosas: una, de que él está muy apegado a sus riquezas materiales; la otra, que, si él quiere entrar en la vida eterna, tiene que desprenderse de esas riquezas materiales, dándolas a los pobres y eso lo “entristece mucho” y “se retira”, dice el Evangelio. Esto demuestra que el hombre rico era una buena persona, puesto que conocía la Ley de Dios y la cumplía, pero al mismo tiempo tenía apego a los bienes materiales y de tal manera que, aun cuando efectivamente deseaba la vida eterna, se presentaba en él un dilema tal que le hacía casi imposible despegarse de esos bienes, desde el momento en el que Jesús le dice que debe “venderlos a todos y darlos a los pobres” para poder entrar en el Reino de los cielos.

Jesús, por otra parte, para completar su enseñanza, trae una imagen conocida por sus interlocutores, la de un camello que no puede entrar por el ojo de una aguja, siendo “el ojo de una aguja” la puerta estrecha y angosta ubicada en la muralla de Jerusalén por la que pasaban las ovejas y corderos destinados a ser sacrificados en el templo[1]. El ejemplo dado por Jesús es perfecto: el camello no puede pasar por el ojo de la aguja porque es un animal alto y además va cargado con muchas mercaderías; viéndolo de esta manera, es imposible que pueda pasar. Con relación al camello, hay una forma en la que puede pasar y es quitándole toda la mercadería y además haciendo que doble sus patas, de esa manera disminuye su tamaño y el camello puede atravesar la estrecha puerta de las ovejas.

Esta imagen utilizada por Jesús se entiende mejor cuando hacemos una transposición y la aplicamos a las realidades espirituales: la ciudad de Jerusalén terrena es imagen de la Jerusalén celestial; la Puerta de la ovejas, o el ojo de la aguja, estrecha, es Jesús, quien se llama a Sí mismo “Puerta” –“Yo Soy la Puerta” (Jn 10, 9)-, por lo tanto, Él es la Puerta por la que debemos ingresar el Reino de Dios; el camello, el animal alto, imagen de la soberbia y cargado de riquezas, imagen del apego a los bienes terrenales, somos nosotros, que estamos apegados ya sea a nosotros mismos, ya sea a los bienes materiales o también a los bienes espirituales, como a la inteligencia, a las virtudes, o a cualquier bien espiritual; el camello despojado de sus bienes y con las patas dobladas y que se encuentra ya en condiciones de atravesar el ojo de la aguja, la Puerta de las ovejas, es el alma que, arrodillada, se humilla ante Cristo crucificado, Puerta de las ovejas y, despojado de su soberbia y desapegado de los bienes materiales y espirituales, está en condiciones de ingresar en el Reino de los cielos, por medio de la acción de la gracia santificante, que ha purificado su corazón y lo ha vuelto humilde y le ha hecho ver cuál es el verdadero Bien, el Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, en donde está contenida la Vida eterna y no los espejismos de los bienes terrenos de esta vida temporal.

“Es más fácil para un camello pasar por el ojo de una aguja que para un rico entrar en el Reino de los cielos”. Puesto que en ese rico estamos representados nosotros -no es necesario que seamos ricos materialmente hablando, basta con estemos apegados a nuestro propio “yo” para que seamos “ricos” en un mal sentido de la mala palabra y eso basta para que no seamos capaces de entrar en el Reino de los cielos-, debemos pedir la gracia de que Dios obre lo que es imposible para nosotros, para poder entrar en el Reino de los cielos. Y ya vimos cómo es posible: así como el camello se despoja de sus riquezas y dobla sus patas para pasar por la puerta de las ovejas, así nosotros, con la ayuda de la gracia, debemos despojarnos del apego a las riquezas y doblar nuestras rodillas ante Cristo crucificado, ante Cristo Eucaristía, Puerta de las ovejas, para poder ingresar al Reino de Dios.

 


sábado, 31 de agosto de 2024

“Este pueblo me honra con los labios, pero no con su corazón”

 


(Domingo XXII - TO - Ciclo B - 2024)

         “Este pueblo me honra con los labios, pero no con su corazón” (cfr. Mc 7, 1-8. 14-15. 21-23). Para contestar el falso reclamo de los fariseos acerca de por qué sus discípulos no se lavan las manos antes de comer, Jesús cita al Profeta Isaías, con lo cual los acusa implícitamente a los fariseos de hipocresía, porque estos pretenden mostrar que rinden culto a Dios, pero en sus corazones no hay amor a Dios, sino solo apego a sus tradiciones humanas: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de Mí”. Precisamente, la hipocresía es decir una cosa mientras se piensa o desea otra opuesta a lo que se dice. En este caso, su Pueblo dice una cosa, esto es, proclama que honra a Dios -“me honra con sus labios”- pero en realidad piensa y desea otra cosa distinta en su corazón -“está lejos de Mi corazón”-.

         Ahora bien, siendo Jesús el mismo Dios en Persona, a quien los fariseos decían honrar, conoce a la perfección sus corazones y esa es la razón por la que cita al Profeta Isaías: Jesús no solo pretende denunciar la hipocresía de los fariseos, sino que pretende algo mucho más profundo y es el reclamar por sus derechos, es decir, por los Derechos de Dios: siendo Él Dios Hijo en Persona, tiene derecho a ser honrado, amado, adorado y alabado, antes que exteriormente, con palabras, primero desde lo más profundo del corazón del hombre, de todo hombre, puesto que Él es Nuestro Creador, Nuestro Redentor, Nuestro Santificador. Al citar al Profeta Isaías, Jesús hace un reclamo por los Derechos de Dios, los Derechos Divinos, y el primer derecho de Dios es el de ser conocido, amado y adorado por todos los hombres, empezando por aquellos a quienes Él mismo ha elegido para ser, precisamente, su Pueblo Elegido. Pero al descender a la tierra desde el seno del Padre, Dios Hijo se encuentra con la noticia de que quienes deben adorarlo y amarlo “en espíritu y en verdad”, desde lo más profundo del ser, solo lo hacen exteriormente, es decir, de los labios para afuera, pero en sus corazones no solo no hay amor a Dios, sino que solo hay hipocresía, cinismo, falsedad, podredumbre espiritual, tal como Él mismo lo denuncia: “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos (…) que sois como sepulcros blanqueados, hermosos por fuera, pero llenos de podredumbre y de huesos de muertos por dentro!”.

         En una época en la que se reivindican los “derechos humanos” en exclusiva y solo para un sector ultra-ideologizado como lo es la extrema izquierda en la clase política y el progresismo-modernismo a nivel eclesiástico, resulta un tanto extraño hablar de los “Derechos de Dios”, pero cuando vemos cómo es la realidad, que el hombre no se explica sin la referencia a Dios, resulta que no existen “derechos humanos” si antes no se explicitan y ponen por encima los Derechos de Dios y cuando se explicitan los Derechos de Dios, nos damos cuenta que los tan declamados “derechos humanos” de la izquierda atea y comunista, son solo fantasías malvadas pergeñadas por los hombres y azuzadas por el ángel caído.

         Frente a los hombres que exigen falsos “derechos humanos”, porque estos no existen si no se reconoce a Dios en primer lugar, Jesús exige el derecho divino que Él, en cuanto Dios, posee sobre los hombres: Él tiene derecho a ser honrado, alabado, amado y adorado no solo por su pueblo, sino por toda la humanidad, más allá de su sacrificio, por el solo hecho de ser Él Quien Es, Dios de infinita majestad y bondad. Y ese reclamo de Jesús no se limita al Pueblo Elegido, sino que se extiende a la Iglesia y a toda la humanidad de todos los tiempos, una alabanza y adoración que se debe expresar en el corazón primero y luego en las obras y por último en las palabras.

         Desde antes de la Venida de Cristo, el Pueblo Elegido había reemplazado el principal mandamiento, “Amar a Dios” por “doctrinas humanas”, lo cual se traduce en el reemplazo del Amor a Dios, de la misericordia y de la fidelidad a Dios, por ritos externos inventados por hombres como la ablución de manos. Jesús revela que eso es lo que ofende a Dios, porque en el corazón del hombre, en vez de amor a Dios, solo hay maldad, la cual se expresa en una enormidad de pecados, que son los que manchan al hombre: idolatría, asesinatos, fornicación, envidia, soberbia y toda clase de maldades. Jesús denuncia que es eso lo que mancha al hombre: no la contaminación ambiental, sino la contaminación del corazón con el pecado, que hace brotar toda clase de obras malas desde lo más profundo del corazón del hombre, quien así se asocia al ángel caído en su ofensa infernal a Dios.

         Pero no solo el antiguo Pueblo Elegido ofende a Dios, sino también el Nuevo Pueblo Elegido, los bautizados en la Iglesia Católica, toda vez que estos prefieren los atractivos vacíos del mundo antes que su Presencia Sacramental en la Eucaristía. Al desplazar a Dios de su corazón, el hombre se cubre solo de oscuridad, las cuales se expresan en toda clase de actos malos, como los que denuncia Jesús: discordia, guerras, aborto, eutanasia, leyes contra la naturaleza, codicia de dinero, de fama, de poder y muchas otras maldades más.

         Solo existe un remedio para que el corazón del hombre se purifique de sus maldades y es la gracia santificante que otorgan los Sacramentos; sólo así, cuando el corazón del hombre se purifica por la gracia del Sacramento de la Penitencia, está en grado de recibir al Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús que funde al corazón del hombre purificado por la gracia consigo mismo, tal como el carbón se funde con el fuego y se convierte en una sola cosa con él. Solo el Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, envuelto en las llamas del Divino Amor, el Espíritu Santo, puede eliminar para siempre las impurezas del corazón humano y colmarlo al mismo tiempo del más puro Amor hacia Dios. Para no ser un Pueblo que honre a Dios con los labios pero no con el corazón, debemos morir al hombre viejo, debemos permitir que la gracia santificante purifique nuestros corazones y solo así, fundidos y siendo una sola cosa con el Sagrado Corazón Eucarístico del Hombre-Dios, estaremos en grado de amar y adorar a Dios con el corazón primero y con las obras de misericordia y finalmente, con las palabras.

viernes, 20 de octubre de 2023

“Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”

 


(Domingo XXIX - TO - Ciclo A – 2023)

         “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” (Mt 22, 15-21). En este Evangelio, los fariseos tratan de atrapar a Jesús con una pregunta. Para poder entender un poco mejor lo que ocurre entre Jesús y sus enemigos, es necesario colocar la escena en el contexto que la caracteriza. Por un lado, no hay que olvidar que Palestina estaba ocupada por un imperio extranjero, el imperio romano, por lo cual se debía pagar obligatoriamente un impuesto a Roma; de ahí la pregunta que harán los fariseos acerca de si debe pagar o no el tributo al César. Por otro lado, quienes van a preguntar a Jesús, son estudiantes del rabinato, es decir, son integrantes religiosos, que no han alcanzado todavía el grado de rabinos; estos van acompañados por el grupo de los herodianos, una secta política y no religiosa, partidarios de la dinastía de Herodes el Grande, los cuales quieren ver restablecido el poder político del rey de los judíos desde el punto de vista terreno, el rey Herodes. Es importante tener en cuenta que los fariseos, que eran antiherodianos, no compartían las creencias religiosas de los fariseos, o sea, eran enemigos entre sí; sin embargo, a pesar de esta enemistad, los dos grupos coincidían en su táctica de sumisión y obediencia transitoria a Roma y su imperio y puesto que los dos grupos -fariseos y herodianos- estaban satisfechos con este status quo, con esta situación de las cosas, los dos también estaban interesados en sofocar o reprimir cualquier movimiento que pudiera aparecer como amenazante de esta situación de conformidad con la sumisión a Roma.

Ambos grupos comienzan su interpelación a Jesús con un cumplido, con un halago, pero no porque realmente pensaran que tenían esta consideración a Jesús, sino para desarmar emocionalmente a su interlocutor -Jesús- tratando desde el inicio de ponerlo de su lado. Como saben que Jesús es un Maestro religioso que tiene independencia de juicio -no se deja arrastrar por las mentiras de ninguno-, tratan de sonsacar, de Jesús, una declaración que rompiera el status quo, el objetivo de estos dos grupos el de hacer decir algo a Jesús que fuera contra el Imperio Romano, con lo cual tendrían algo para acusarlo ante las autoridades romanas, como, por ejemplo, del delito de conspiración y de rebelión contra las autoridades romanas. Insisten tendenciosamente en la bien conocida independencia de juicio del Maestro y su franqueza frente al poder constituido. Insistiendo en esto, parece como si esperasen una declaración antirromana por parte de Jesús.

El uso de la palabra “tributo” parece abarcar, en este pasaje, no solo un impuesto, sino todos los impuestos que han de ser pagados por los judíos al poder civil, dominante, los romanos. La pregunta que le hacen los fariseos y los herodianos es hecha con total mala fe, puesto que hacía mucho tiempo que fariseos y herodianos habían acomodado sus conciencias al pago del tributo -en otras palabras, le van a preguntar a Jesús si se debe pagar el tributo a Roma, cuando ellos ya han decidido, desde hace tiempo, que sí se puede pagar; en consecuencia, le y plantean a Jesús un dilema. Si Jesús les a aconseja no pagarlo, que era la respuesta que ellos esperaban, para poder así acusarlo ante las autoridades romanas, acudirían de inmediato ante los romanos para acusarlo de sedición contra el imperio. Esta situación había ya ocurrido con el pseudomesías Judas el galileo, el cual, rebelándose contra el pago del tributo, había sido abatido por los romanos, hacía unos veinte años antes, el 7 d. C. y esta situación es la que los judíos quieren que se repita. La otra respuesta posible, es que aconsejara pagar el tributo, con lo cual vería su liderazgo y su imagen de Mesías perjudicadas ante el pueblo, puesto que para el pueblo el mesianismo es interpretado en un sentido terrenal, en el sentido de independencia del yugo extranjero. Nuestro Señor, conociendo la falsedad de la pregunta y la doble trampa que implica, podía negarse a responder, pero no lo hace.

         Como otras veces, pregunta a sus opositores para que contribuyan a su propia ruina y le para esto, le muestran un denario de plata, la moneda romana con la que era muy frecuente pagar las contribuciones. La moneda era probablemente de Tiberio (14-37 d. C.), con la cabeza laureada de este emperador, en el anverso, y la inscripción: “Ti (berius) Caeser Divi Aug (usti) F(ilius) Augustus”. La lógica de Jesús es que, la moneda, como se ve claramente, procede del César, es del César y es natural que deba serle “devuelta”. De esta manera, Jesús coloca a las transacciones civiles en un plano y a los derechos de Dios en otro, con lo cual no existe entre ambos ningún antagonismo inevitable, con tal que (como sucedía en el caso de las relaciones de Roma con los judíos) las exigencias políticas no obstaculicen los deberes de los hombres para con Dios. La respuesta es sencillísima, pero asombra a los adversarios porque ni siquiera habían pensado en el sencillo principio de donde brota. El mesianismo para ellos era inevitablemente un movimiento político y su dilema resultaba exhaustivo y fatal. Lo que ellos no tenían en cuenta es que la naturaleza del mesianismo de Nuestro Señor es del orden espiritual, con lo cual suministra la tercera alternativa, que consiste no en un compromiso, sino en una obligada delimitación de esferas de competencias: “Al César lo que es del César; a Dios, lo que es de Dios”. Con esta respuesta, Jesús desarma intelectualmente a sus opositores y desarma también la trama que le habían tendido: según ellos, si respondía que sí había que pagar el tributo, entonces era culpable del delito de sedición y de resistencia a la autoridad civil, en este caso el Imperio Romano; si respondía que sí había que pagar, entonces lo acusarían ante sus seguidores, diciéndoles que su Maestro era un servidor de Roma y no de Israel, con lo cual buscaban debilitar la fe que los discípulos tenían en Él y así disminuir en gran número a quienes se sumaban a Cristo.

         Dada esta respuesta de Jesús y puesto que es la respuesta para nosotros, debemos entonces preguntarnos qué es lo que le corresponde al César y qué es lo que le corresponde a Dios, en nuestra vida personal. Al César, entendido como la autoridad civil, el gobierno actual, el régimen de gobierno, etc., le corresponde lo que es del César, es decir, los impuestos, tomados en sentido general, pero esto, también tiene sus límites, según la doctrina católica, como por ejemplo: no se deben pagar impuestos excesivamente gravosos, o a políticos corruptos, o impuestos que financien actividades homicidas y anticristianas, como el aborto, la eutanasia, la ideología LBGBT, o que financien cualquier actividad política dirigida a la sociedad pero que sea contraria a los principios cristianos, como las actividades de las ideologías anticristianas como el socialismo, el comunismo, el liberalismo, la masonería, etc. Nada de este debe solventar el verdadero cristiano, puesto que está incurriendo en falta con Dios. Si el impuesto es justo, regresa en obras para la sociedad y no es contrario a la doctrina de Cristo, entonces sí se debe pagar.

         ¿Y qué es lo que debemos dar a Dios? A Dios, lo que es de Dios: nuestro acto de ser y nuestra existencia, porque es nuestro Creador; debemos darle nuestra alma y nuestro cuerpo, porque nos rescató al precio de su Sangre Preciosísima derramada en la Cruz, convirtiendo nuestro corazón en sagrario viviente para la Sagrada Eucaristía y nuestro cuerpo en templo del Espíritu Santo. Puesto que somos suyos, somos de su pertenencia, somos más hijos de Dios que de los propios padres biológicos, debemos entregarle nuestros pensamientos, siempre elevados a Él, pensamientos que deben ser de adoración hacia la Trinidad, de agradecimiento, de reparación; pensamientos que deben ser, para con el prójimo, de perdón, de misericordia, de paz, de comprensión, de caridad; a Dios le pertenecen nuestras palabras, que siempre deben ser de bondad, de misericordia, de perdón, porque deben surgir del corazón renovado y purificado por la gracia; a Dios le pertenecen nuestras obras, las cuales deben ante todo demostrar la fe, ya que la fe sin obras está muerta y a Dios le pertenece nuestra fe, la cual debe demostrarse con obras de misericordia. Solo así daremos "al César lo que es del César, y a Dios, lo que es de Dios".

jueves, 28 de septiembre de 2023

“Ven a trabajar a mi viña”


 

(Domingo XXVI - TO - Ciclo A – 2023)

         “Ven a trabajar a mi viña” (cfr. Mt 21, 28-32). Con el fin de graficar ya sea el llamado de Dios a trabajar en su Iglesia, como también la respuesta de los elegidos, Jesús relata la parábola del dueño de una viña, que convoca a sus dos hijos para que vayan a trabajar en su viña. Al llamar al primero para que vaya a trabajar, éste le contesta que no va a ir, pero finalmente termina yendo. Acto seguido llama al segundo y lo invita también a que vaya a trabajar en su viña; le contesta que sí irá, pero luego no lo hace. Jesús pregunta a sus discípulos cuál de los dos cumplió el pedido del padre y estos le responden que el primero, es decir, el que había dicho que no, pero luego fue a trabajar. Como en estos dos hermanos están representados tanto los religiosos de vida consagrada como laicos, llamados desde el Bautismo para trabajar en la Iglesia, Jesús finaliza con una dura advertencia para quienes se niegan voluntariamente a ir a trabajar en su viña, que es la Iglesia: los publicanos y mujeres de mala fama entrarán antes que ellos al Reino de los cielos, porque estos escucharon la prédica de Juan el Bautista para la conversión del corazón al Mesías y realmente lo hicieron, mientras que aquellos que se tienen por religiosos, consagrados o laicos, entrarán mucho después. Jesús da el ejemplo de dos categorías de pecadores públicos porque, a pesar de no ser religiosos, se convirtieron por la prédica de Juan el Bautista, a diferencia de muchos que, sin ser pecadores públicos, no se convirtieron por la prédica del Bautista que anunciaba la llegada del Mesías.

La parábola se comprende y la podemos aplicar a nosotros, cristianos del siglo XXI, si reemplazamos sus elementos naturales por elementos sobrenaturales: así, el dueño de la vid es Él, Jesucristo, Dios; la viña es la Iglesia Católica; los hijos llamados a trabajar, somos los hijos adoptivos de Dios, los bautizados en la Iglesia Católica; el trabajo es el que se entiende tanto en sentido material (mantenimiento estructural de los templos) cuanto al trabajo espiritual, que es deber de todo cristiano y que implica el trabajar espiritualmente en la salvación de su alma y en la cooperación para la salvación de sus hermanos.

         En esta parábola se reflejan dos tipos de bautizados: muchos que aparentemente han respondido afirmativamente al llamado del Señor pero que sin embargo, con sus comportamientos anticristianos, como la falta de perdón, la acepción de personas, los juicios malévolos sobre el prójimo, la codicia, el deseo de cargos eclesiásticos para obtener prestigio y poder, y tantos otros anti-ejemplos, demuestran que no están trabajando para el bien de las almas, sino para sí mismos. Es el caso del hijo de la parábola que dice “Sí, voy a trabajar”, pero no trabaja para la salvación de las almas, ya que sigue su propia voluntad y busca su propio interés. En cambio, el otro hijo de la parábola, el que dice “No”, pero sí va a trabajar, representa a muchos bautizados que no están en la Iglesia por diversas razones, pero sin embargo se muestran caritativos, compasivos, comprensivos con el prójimo, demostrando así un corazón noble, al que solo le falta el acceso a los sacramentos, por lo que, con su buen obrar, aunque pareciera que no, sin embargo, trabajan para Dios.

         Al comentar esta parábola, Santa Teresa Benedicta de la Cruz reflexiona acerca del pedido de Jesús acerca de la voluntad de Dios: “que se haga tu voluntad”, resaltando el hecho de que el Hijo de Dios vino a la tierra no solo para expiar la desobediencia del hombre, sino para reconducirlos al Reino de Dios por medio de la obediencia. Dice así: “¡Qué se haga tu voluntad!” (Mt 6, 10) En esto ha consistido, toda la vida del Salvador. Vino al mundo para cumplir la voluntad del Padre, no sólo con el fin de expiar el pecado de desobediencia por su obediencia (Rm 5,19), sino también para reconducir a los hombres hacia su vocación en el camino de la obediencia”[1]. Entonces, en la obediencia a Dios y a su llamada a la santidad, es en donde el alma demuestra que ama o no ama a Dios: esto quiere decir que si alguien está en la Iglesia, pero no cumple los Mandamientos de Dios y de Jesucristo, entonces ese alguien no está haciendo la voluntad de Dios, y es como el hijo de la parábola que dice: “Voy”, pero no va, porque no hace la voluntad de Dios, sino su propia voluntad.

         Al respecto, dice Santa Edith Stein que la libertad dada a los hombres, no es para “ser dueños de sí mismos”, sino para unirse a la voluntad de Dios: “No se da a la voluntad de los seres creados, ser libre por ser dueño de sí mismo. Está llamada a ponerse de acuerdo con la voluntad de Dios”. Si el hombre, libremente, une su voluntad a la de Dios, participa de la obra de Dios: “Si acepta por libre sumisión, entonces se le ofrece también participar libremente en la culminación de la creación”. Pero si el hombre, haciendo mal uso de la libertad, rehúsa unir su voluntad a la de Dios, entonces pierde la libertad, y la razón es que se vuelve esclavo del pecado: “Si se niega, la criatura libre pierde su libertad”. La clave para discernir si se cumple la Voluntad de Dios en la propia vida, es el cumplimiento de la Ley de Dios, de sus Divinos Mandamientos. Así, el hombre que cumple los Mandamientos de Dios y de Cristo, es verdaderamente libre –“la Verdad os hará libres”-, mientras que el que no lo hace, el que no cumple los Mandamientos de la Ley de Dios, aun cuando esté en la Iglesia todo el tiempo, es esclavo de sus propias pasiones, del pecado e incluso del Demonio.

Si el hombre se deja seducir por las cosas del mundo, se encadena al mundo, pierde su libertad y se vuelve vacilante e indeciso en el bien, además de endurecer su inteligencia en el error. El mal católico, el que no cumple la voluntad de Dios, haciendo oídos sordos a su Ley de la caridad, se vuelve esclavo del error y además, su corazón se endurece, al no tener en sí el Fuego del Divino Amor. La única opción posible para que el hombre sea plenamente libre, es seguir a Cristo, quien cumple la voluntad del Padre a la perfección: Dice Santa Edith Stein: “Frente a esto, no hay otro remedio que el camino de seguir a Cristo, el Hijo del hombre, que no sólo obedecía directamente al Padre del cielo, sino que se sometió también a los hombres que representaban la voluntad del Padre”. Quien sigue a Cristo, dice Santa Edith Stein, no solo se libera de la esclavitud del mundo, sino que se vuelve verdaderamente libre y se encamina a la pureza de corazón, porque se une a Cristo, el Cordero Inmaculado y la Pureza Increada en sí misma y por la gracia se hace partícipe de la Pureza Increada del Cordero de Dios, Cristo Jesús: “La obediencia tal como Dios quería, nos libera de la esclavitud que nos causan las cosas creadas y nos devuelve a la libertad. Así también el camino hacia la pureza de corazón”. El peor error que puede cometer el hombre –y es lo que está haciendo el hombre de hoy- es dejar de lado la voluntad y los Mandamientos de Dios, para hacer su propia voluntad, constituyéndose en rey de sí mismo y cayendo en el mismo pecado de soberbia del Ángel caído en los cielos.

“Ven a trabajar a mi viña”, “Ven a trabajar en mi Iglesia”, nos dice Jesús a todos, laicos y religiosos y el bautismo sacramental constituye ya ese llamado a trabajar por las almas; Jesús nos llama a trabajar en su Iglesia, cada uno en su estado de vida, para salvar el alma propia y para ayudar a salvar las almas de nuestros hermanos, de la eterna condenación en el Infierno. Esto es lo que Jesús quiere significar cuando dice “trabajo”, es el trabajo para salvar el alma de la eterna condenación en el Infierno, el cual es real y dura para siempre, y no está vacío, sino que está ocupado por innumerables ángeles rebeldes y almas de condenados, de bautizados que precisamente se negaron a trabajar por su salvación y la de los demás. Jesús nos llama a trabajar en su Iglesia, para que ayudemos al prójimo, no a que solucione sus problemas afectivos ni económicos, sino a que salve su alma y llegue al Reino de los cielos, y el que esto hace, salva su propia alma, como dice San Agustín: “El que salva el alma de su prójimo, salva la suya”.

“Ven a trabajar a mi viña”, nos dice Jesús, y la única forma de decir “Sí” e ir, verdaderamente, es tomando la Cruz de cada día, seguirlo a Él camino del Calvario, cumplir los Mandamientos de la Ley de Dios y los Mandamientos de Cristo, evitar el pecado, vivir en gracia. Es la única forma en la que no defraudaremos el llamado de Dios a trabajar en su Iglesia, llamado que es para salvar almas y no para obtener puestos de poder.   



[1] Cfr. Santa Teresa Benedicta de la Cruz, Edith Stein, Meditación para la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz.

 

miércoles, 16 de agosto de 2023

“Perdona setenta veces siete”

 


“Perdona setenta veces siete” (Mt 18, 21-19, 1). Pedro le pregunta a Jesús cuántas veces debe perdonar a un prójimo que lo ofenda; llevado por la casuística judía o tal vez por la perfección del número siete para los hebreos, Pedro le pregunta a Jesús, de forma concreta, si debe perdonar “hasta siete veces”; esto quiere decir que, pasado este número, el ofendido podría aplicar la ley del Talión que indicaba una respuesta similar a la ofensa recibida: “Diente por diente, ojo por ojo”. En la mentalidad de Pedro y la de muchos judíos, la perfección del justo sería perdonar siete veces, pero a la octava ofensa, podría aplicar con tranquilidad de conciencia la ley del Talión.

Pero Jesús le responde algo que Pedro ni siquiera podía imaginar: “No te digo que perdones siete veces, sino setenta veces siete”. Manteniendo el número de la perfección para los hebreos, Jesús lo utiliza para indicar que el perdón que sus seguidores, es decir, los cristianos, deben dar a su prójimo, es “setenta veces siete”, lo cual quiere decir, en la práctica, “siempre”. El cristiano debe perdonar “siempre”. Esto es conveniente aclarar porque hay ofensas que duran toda una vida y por eso la aclaración de que el perdón debe ser “siempre” y no hasta un determinado número de ofensas o hasta un determinado paso del tiempo. Esta es la diferencia del perdón cristiano, del perdón del judío.

Ahora bien, hay que hacer otras aclaraciones para determinar el alcance del consejo evangélico de Jesús: el perdón es para las ofensas personales, es decir, para las ofensas que alguien recibe en persona propia y este perdón debe ser “siempre”, pero además, para que sea un perdón según Cristo y no según el propio hombre, debe ser hecho “en nombre de Jesús”: esto significa que el cristiano debe perdonar a su prójimo con el mismo perdón con el cual Cristo nos perdona desde la cruz; de otra manera, no es un perdón cristiano y tampoco válido.

Otra aclaración que debe hacerse es que el perdón cristiano, como dijimos, se aplica a las ofensas recibidas en persona, pero no se aplica a quienes ofenden a Dios, a la Patria y a la Familia: a estos tales, se les debe hacer frente, para no permitir que sean ofendidos. Como dice Jordán Bruno Genta: “Ni Dios, ni la Patria, ni la Familia, son bienes que se eligen. Pertenecemos a ellos y debemos servirlos con fidelidad hasta la muerte. Desertar, olvidarlos o volverse en contra es traición, el mayor de los crímenes”. Es por esta razón que el perdón cristiano no se aplica a quienes profanan el nombre de Dios, a quienes agreden injustamente a la Patria, a quienes pretenden destruir la Familia nuclear, formada por el varón-esposo, la mujer-esposa y los hijos, según el designio de Dios. A Dios, a la Patria y a la Familia, se los defiende, con armas materiales -por eso existen los ejércitos y las Fuerzas Armadas de cada Nación- y con las armas espirituales -Santo Rosario, Santa Misa, Adoración Eucarística, etc.-.

“Perdona setenta veces siete”. En lo que nos concierne como cristianos, debemos perdonar entonces siempre según el mandato de Cristo, pero para llegar a ese perdón, debemos nosotros, meditando a los pies de Jesús crucificado, la magnitud del perdón y del Amor Divino que cada uno de nosotros ha recibido desde el Sagrado Corazón de Jesús traspasado en la cruz.

domingo, 4 de junio de 2023

“Al César lo del César, a Dios lo de Dios”

 


“Al César lo del César, a Dios lo de Dios” (Mt 12, 13-17). Los escribas y herodianos tratan de tenderle una trampa a Jesús para tener algo de qué acusarlo. Para eso, le presentan una moneda con la efigie del César y le preguntan si sus discípulos deben pagar los impuestos o no. Es una pregunta con trampa: si Jesús contesta que sí hay que pagar, entonces lo acusarán de ser un traidor a la nación, porque está de acuerdo con el pago de impuestos a la potencia ocupante, el Imperio Romano; si Jesús dice que no hay que pagar los impuestos, entonces lo acusarán de ser un rebelde que busca formar un partido propio o una secta para luchar contra el emperador. En caso de respuesta positiva, lo acusarían de traidor ante su pueblo; en caso de respuesta negativa, lo acusarían de fomentar la rebelión contra el emperador.

Lo que no tienen en cuenta los escribas y fariseos es que Jesús es Dios y su Sabiduría es infinita y que tratar de hacerlo caer en una trampa es de una ingenuidad propia de quien desconoce la inmensidad de la Sabiduría Divina. Jesús no responde, ni positiva ni negativamente; les dice que le muestren la moneda que lleva impresa la imagen del César y les pregunta de quién es esa imagen, respondiéndoles obviamente que del César; entonces Jesús finaliza el diálogo dándoles una respuesta que los deja con las manos vacías: “Al César lo que es del César; a Dios, lo que es de Dios”. Es decir, si la moneda es del César, puesto que lleva su imagen, entonces hay que dársela al César, pero al mismo tiempo, el cristiano no debe olvidarse de Dios y darle a Dios lo que es de Dios.

La respuesta de Jesús nos sirve a nosotros también, como no puede ser de otra manera: al César, al Estado, se deben pagar los impuestos que sean justos; al mismo tiempo debemos, como cristianos, darle a Dios lo que es de Dios. ¿Qué es de Dios? Nuestro ser, porque Él nos creó; nuestra alma, porque Él la purificó con su Sangre; nuestro cuerpo, porque Él lo convirtió en templo del Espíritu Santo; nuestro corazón, porque es sagrario viviente de Jesús Eucaristía; nuestro tiempo, porque fuimos rescatados en el tiempo para vivir en su reino por toda la eternidad.

lunes, 13 de marzo de 2023

“El que no está Conmigo, está contra Mí”

 


“El que no está Conmigo, está contra Mí” (Lc 11, 14-23). La advertencia de Jesús es más válida hoy que tal vez en cualquier otro momento de la historia. Jesús es muy claro: aquel que no esté con Él, es decir, aquel que no acepte sus palabras, sus milagros, sus enseñanzas, sus sacramentos, su Iglesia, la Iglesia Católica, está contra Él. También, dicho de otra manera, podemos afirmar que quien no está con Jesús, está con el Maligno, con el Ángel caído. Entonces, quien se oponga a Jesús, con toda certeza podemos decir que ha perdido la razón, porque oponerse a Jesús es oponerse a Dios Hijo encarnado, lo cual es peligrosísimo para la salvación eterna, ya que quien se opone al Salvador, no encontrará nada ni nadie, fuera de Jesús, que salve su alma. Ponerse en contra de Jesús es predisponer el alma para la eterna condenación.

¿Por qué decimos que esta advertencia de Jesús es más válida hoy, en el siglo XXI, que en cualquier otro momento de la historia? Porque en nuestros días han surgido una ingente cantidad de herejes y apóstatas que, desde dentro de la Iglesia, desde el seno mismo de la Iglesia, pretenden cambiar los Mandamientos, pretenden cambiar los Sacramentos, pretenden cambiar los dogmas de la Iglesia, pretenden, en definitiva, cambiar absolutamente todo el Magisterio bimilenario de la Iglesia, con el falso de pretexto de que la Iglesia debe “actualizarse” según los tiempos modernos y que lo que antes era considerado pecado, hoy ya no lo es. En otras palabras, los herejes y apóstatas pretenden que, lo que Cristo dijo que era “bueno” en su Iglesia, ahora se llame “malo” y que lo que Él dijo que era “malo”, ahora se lo llame “bueno”, en un clarísimo y burdo intento de poner, literalmente, a la Iglesia, cabeza abajo.

Como cristianos católicos, no podemos, bajo ningún concepto, aceptar esta burda maniobra de cambiar, suprimir, modificar, ni los dogmas, ni los Mandamientos, ni los Sacramentos de la Iglesia, porque si eso hiciéramos, nos pondríamos inmediatamente en contra de Cristo y nos encontraríamos con la mayor de las desgracias, que es el luchar vanamente contra Dios y del lado del Demonio.

“El que no está Conmigo, está contra Mí”. Nada ni nadie en el mundo puede cambiar los dogmas, los Mandamientos y los Sacramentos de la Santa Iglesia Católica, la Iglesia del Cordero. Elegimos estar con Cristo, contra sus enemigos. Los enemigos de Cristo son nuestros enemigos.

martes, 13 de septiembre de 2022

“No podéis servir a Dios y al dinero”

 


(Domingo XXV - TO - Ciclo C – 2022)

          “No podéis servir a Dios y al dinero” (Lc 16, 1-13). Jesús nos advierte acerca de una realidad presente en el mundo desde la caída de Adán y Eva en el pecado original: no se puede servir a Dios y al dinero. La razón es que el hombre debe elegir entre Dios y el dinero y lo que sucede es que en el corazón del hombre no hay lugar para dos amores, para el amor a Dios y el amor al dinero. Ambos amores, aunque son muy distintos porque los objetos de sus amores son muy distintos -no es lo mismo amar a Dios que amar al dinero-, ocupan la totalidad del corazón del hombre. Es decir, en el corazón del hombre sólo hay lugar, podemos decir así, para un solo amor; en otras palabras, el hombre puede tener un solo objeto de su amor y ese objeto puede ser o Dios o el dinero; no pueden ser los dos al mismo tiempo.

          Ahora bien, no es indiferente o indistinto el amar a Dios y el amar al dinero, porque no solo los objetos son distintos, sino que también, para conseguir ambos tesoros -el tesoro espiritual, que es Dios Uno y Trino y el tesoro material, que es el dinero-, el hombre debe realizar acciones que, en la mayoría de los casos, se contraponen entre sí. Además, no es indistinto amar a Dios que amar al dinero, porque la satisfacción que dan ambos amores son muy distintas.

          En cuanto a los objetos, quien ama a Dios, ama a la Santísima Trinidad, a las Tres Divinas Personas, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo y esto quiere decir que entabla con Dios una relación de tipo personal y por lo tanto es un amor personal; en cambio, quien ama al dinero, ama a un objeto inanimado, con el que por definición es imposible entablar una relación personal.

          En cuanto a las acciones que el hombre debe realizar para conseguir ambos tesoros, son muy distintas: para conseguir el Tesoro Espiritual infinito y eterno que es Dios Uno y Trino, el hombre debe observar la Ley de Dios, sus Diez Mandamientos, además de los Consejos evangélicos de Jesús; así, el hombre debe acudir al templo el Día de Dios, el Domingo, para adorarlo en la Eucaristía; debe cargar la cruz de cada día; debe amar a su prójimo como a sí mismo; debe amar a sus enemigos personales; debe perdonar setenta veces siete, y así con toda la Ley de Dios. Por el contrario, quien ama al dinero, no tiene una ley divina y por lo tanto moral y ética que regule su obrar, porque quien dicta los Mandamientos es Dios y no el dinero; quien ama al dinero y no a Dios, no guarda los Mandamientos de Dios, no acude a adorar a Dios el Día del Señor, no se preocupa por recibir al Don de Dios por excelencia que es el Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús y, lo más grave, como no tiene regla moral que ordene su actuar, con tal de conseguir el dinero, no dudará en cometer todo tipo de maldades contra su prójimo.

          En cuanto a las satisfacciones que brindan ambos tesoros, Dios y el dinero, son muy distintas: Dios concede, a quien lo ama, la Santa Cruz de Jesús, para luego coronarlo de gloria en los cielos por toda la eternidad, concediéndole, por una breve tribulación que supone la vida en esta tierra unido a Cristo en la Cruz, toda una eternidad de felicidad y de alegría para siempre. Por el contrario, el dinero, da satisfacciones meramente materiales, superficiales y pasajeras, porque aunque el hombre viva ciento veinte años en la tierra, siendo el hombre más rico del mundo, no se llevará a la otra vida ni un solo centavo, con lo cual todas sus posesiones en la tierra quedarán aquí en la tierra, mientras que el hombre que amó al dinero antes que a Dios, quedará con las manos vacías y, lo más grave, con el corazón vacío del amor de Dios y lleno del odio del Infierno, para toda la eternidad.

          “No podéis servir a Dios y al dinero”. Cada cual tiene la libertad de elegir a quién servir, si a Dios, o al dinero. Dios nos ha elegido primero a nosotros, para que lo sirvamos en el amor en esta vida, unidos a Cristo en la Cruz, porque nos ha predestinado a la gloria y a la alegría eterna del Reino de los cielos. No cometamos la necedad de dejar de lado a ese Tesoro Infinito y Eterno que es Dios Uno y Trino, por unas miserables monedas de oro y plata que de nada nos servirán para la vida eterna. Sirvamos a Dios en esta vida terrena y la Santísima Trinidad nos colmará de dicha, de gloria y de felicidad para toda la eternidad, en el Reino de los cielos.

domingo, 31 de octubre de 2021

La viuda ha dado más que nadie, porque ha dado de lo que tenía para vivir”

 


(Domingo XXXII - TO - Ciclo B – 2021)

         “La viuda ha dado más que nadie, porque ha dado de lo que tenía para vivir” (). Jesús nos enseña que la viuda del Evangelio es un ejemplo para nosotros, tanto en generosidad hacia el templo, como en amor y confianza hacia Dios. La razón es que, aunque la viuda da materialmente muy poco dinero, en realidad es mucho, porque lo que da es lo que tiene para comer, para alimentarse, para subsistir. Es como si nosotros diéramos el dinero que tenemos para comprar el alimento del día: puede ser mucho o poco en cantidad, pero en términos cualitativos es mucho, porque es todo lo que tenemos. Si se compara lo que da la viuda con lo que dan los que son ricos, parece que está dando poco, pero como dijimos, está dando en realidad mucho más que los que ponen una rica ofrenda, porque estos dan de lo que les sobra, mientras que la viuda da todo lo que tiene para subsistir. En el fondo, los primeros dan lo que no necesitan, mientras que la viuda da lo que le sirve para poder vivir, con lo cual está dando, en cierto sentido, su vida. La viuda es ejemplo de amor al templo de Dios, porque contribuye al sostenimiento material del templo, lo cual es un deber de todo fiel y es además un ejemplo de amor a Dios, porque da la totalidad de lo que tiene, como muestra de agradecimiento y de amor a Dios, que es quien le da la vida y el ser. Por este motivo, la viuda del Evangelio es un ejemplo para nosotros en el sentido de que nos enseña cómo debemos no sólo estar desprendidos de los bienes materiales, sino también de cómo debemos contribuir, con esos bienes, al sostenimiento del culto católico, el único culto verdadero del Único Dios Verdadero y cómo debemos agradecerle por lo que nos da y sobre todo por lo que Es, Dios de infinito amor y misericordia.

Hay otro aspecto más profundo y sobrenatural que debemos considerar en la donación de la viuda y es que no sólo es un ejemplo de cómo debemos comportarnos con nuestros bienes materiales en relación al templo y a Dios: el don de la viuda, de dar lo que tiene para vivir y con eso, dar su propia vida, es en realidad una imitación y una participación a otro don, el don de Jesucristo, que ofrece a Dios en la cruz, mucho más que lo que tiene para vivir, porque ofrece su propia vida, en sacrificio por la salvación de todos los hombres, en otras palabras, la generosidad de la viuda es una participación a otro acto de oblación y de donación, y es el don de la propia vida a Dios, por el rescate de la humanidad, como lo hace Nuestro Señor Jesucristo en la cruz.

“La viuda ha dado más que nadie, porque ha dado de lo que tenía para vivir” (). A imitación de la viuda del Evangelio, no demos al templo de Dios lo que nos sobra, sino incluso lo que necesitamos para vivir y a ejemplo de Cristo crucificado, que ofreció a Dios su propia vida en la cruz para nuestra salvación, ofrezcamos nuestra propia vida, por la salvación propia y la de nuestros hermanos, a Cristo crucificado en el Calvario y el Altar Eucarístico.

jueves, 30 de septiembre de 2021

“Pedid y recibiréis (…) vuestro Padre dará el Espíritu Santo a quien se lo pida”

 


“Pedid y recibiréis (…) vuestro Padre dará cosas buenas a quien se las pida” (Jn 16, 24). Jesús nos anima no solo a dirigirnos a Dios como “Padre”, sino a que le “pidamos” lo que necesitamos; ante todo, lo que necesitamos para nuestra vida espiritual. Jesús nos anima a que ejercitemos, por así decir, nuestra condición de hijos adoptivos de Dios, porque nos dice que le pidamos a Dios por lo que necesitamos, así como un niño pequeño pide a su padre aquello que necesita. Ahora bien, ¿qué cosa pedir? Como dijimos, es necesario pedir, ante todo, lo que es necesario para nuestra vida espiritual y lo que necesitamos, esencialmente, es la vida de la gracia, porque es la gracia la que nos hace ser partícipes de la vida divina del Ser divino trinitario y es la gracia la que nos abre las puertas del Reino de los cielos. Otro elemento a tener en cuenta es que, como la misma Escritura lo dice, “no sabemos pedir” lo que nos conviene, porque, o pedimos mal, o pedimos lo que no nos es conveniente para nuestra salvación. Y en relación a lo que debemos pedir, es el mismo Jesús quien nos orienta en aquello que debemos pedir: “Pidan el Espíritu Santo y el Padre del cielo se los dará”. Es decir, nuestro Padre Dios no sólo nos dará todo aquello que materialmente sea necesario para nuestra subsistencia corporal, sino que nos concederá la gracia necesaria para salvar nuestras almas y de hecho lo hace, cada vez que tenemos a nuestra disposición los Sacramentos, sobre todo la Penitencia y la Eucaristía; pero todavía más, en el exceso de su Amor infinito por nosotros, Dios Padre nos dará su Amor, el Amor de su Divino Corazón, el Espíritu Santo.

“Pedid y recibiréis (…) vuestro Padre dará cosas buenas a quien se las pida”. Pidamos al Padre lo que necesitemos para vivir, pero sobre todo pidamos al Dador de dones, el Amor de Dios, el Espíritu Santo.

domingo, 26 de septiembre de 2021

“Que el hombre no separe lo que Dios ha unido”


 

(Domingo XXVII - TO - Ciclo B – 2021)

         “Que el hombre no separe lo que Dios ha unido” (Mt 19, 6). Ante la pregunta de si es lícito el divorcio que permitía la ley de Moisés, en caso de adulterio, Jesús responde negativamente y para fundamentar su respuesta, se remonta al inicio de la historia del ser humano sobre la tierra: cuando Dios Uno y Trino creó al ser humano, lo creó varón y mujer, para que se unieran en matrimonio y ya no fueran dos, sino una sola carne. Entonces, lo que caracteriza al matrimonio, la unidad –el matrimonio es uno- y la indisolubilidad –el matrimonio es indisoluble, aun cuando las leyes positivas humanas lo permitan; aunque se divorcian, el varón y la mujer unidos por el matrimonio sacramental continúan siendo esposo y esposa ante los ojos de Dios- y el hecho de que sea entre el varón y la mujer, no depende de una ley positiva, inventada por la mente humana o angélica, sino que es una disposición divina, porque Dios quiso crearnos, como especie, en dos sexos diversos, distintos, que se complementan entre sí. Y Dios quiso, además, que esta unión fuese indisoluble, porque naturalmente el varón está hecho para una sola mujer y la mujer está hecha para un solo hombre y nada más. De ahí la absoluta prohibición de la poligamia y por supuesto que del adulterio y de cualquier unión que no sea la del varón y la mujer, como lo prentenden la ideología de género y los grupos de presión homosexualistas.

         Ahora bien, hay una razón última, sobrenatural, que explica el matrimonio entre el varón y la mujer y es la unión esponsal, celestial, sobrenatural, entre Cristo Esposo y la Iglesia Esposa. Esta unión esponsal, que es eminentemente espiritual, es la que fundamenta las características del matrimonio entre el varón y la mujer: así como no se puede concebir a Cristo Eucaristía sin la Iglesia Católica, así también no se puede concebir a la Iglesia Católica sin Cristo Eucaristía. Sería un cristo falso, un cristo adulterado, un cristo adúltero, si además de la Iglesia Católica, estuviera en otras iglesias que no fueran la Católica y la Iglesia Católica sería una iglesia falsa, sin el Cristo Eucarístico, o si adorara a un ídolo como la Pachamama, en vez de Cristo Eucarístico, una Iglesia así, sería una iglesia adúltera.

         Otra pregunta que debemos hacernos es: ¿Por qué Jesús se pronuncia sobre el matrimonio? ¿Qué autoridad tiene Él para abolir el divorcio permitido por Moisés y restablecer la unidad y la indisolubilidad del matrimonio y establecer que el matrimonio sólo puede ser entre el varón y la mujer? Por el simple y maravilloso hecho de que Jesús es Dios; Cristo es Dios y es Él quien ha creado al ser humano como varón y mujer “en el principio”; es Él quien ha establecido que la unión matrimonial sea entre un varón y una mujer, como reflejo y prolongación, entre la sociedad humana, de su propia unión esponsal, entre su Persona divina y su humanidad, en la Encarnación y después entre Él, el Esposo celestial, y la Iglesia, nacida de su Costado traspasado en el Calvario, la Jerusalén celestial, la Iglesia Católica. Así como el Verbo de Dios no puede separarse de su humanidad, una vez asumida hipostáticamente en la Encarnación –ni la humanidad de Jesús de Nazareth no puede separarse del Verbo de Dios-, así tampoco puede el Cristo Eucarístico separarse de la Iglesia Católica, ni la Iglesia Católica del Cristo Eucarístico, y es de estos dos grandes misterios, la Encarnación esponsalicia del Verbo con la humanidad y el Nacimiento virginal de la Iglesia del Costado de Cristo en el Calvario, de donde se derivan la unidad y la indisolubilidad del matrimonio entre el varón y la mujer. Esto explica también que ninguna ley humana puede separar lo que Dios ha unido, al varón y a la mujer: “No separe el hombre lo que Dios ha unido”.

         “Que el hombre no separe lo que Dios ha unido”. Así como el varón ha sido creado para la mujer y la mujer para el varón, así Cristo Eucarístico es para la Iglesia Católica y la Iglesia Católica para el Cristo Eucarístico: no puede el hombre separar lo que Dios Uno y Trino ha unido.

miércoles, 28 de julio de 2021

“Mujer, ¡qué grande es tu fe!”

 


“Mujer, ¡qué grande es tu fe!”. (Mt 15, 21-28). Una mujer cananea se postra ante Jesús para implorar la liberación de su hija, la cual está poseída por un demonio. Luego de un breve diálogo con Jesús, la mujer cananea obtiene lo que pedía y además es alabada por Nuestro Señor en persona: “Mujer, ¡qué grande es tu fe!”. El hecho de que haya sido alabada por Jesús en persona, nos lleva a desviar nuestra mirada espiritual hacia la mujer cananea, para aprender de ella. En efecto, la mujer cananea nos deja varias enseñanzas: por un lado, sabe diferenciar entre una enfermedad y una posesión demoníaca, porque acude a Jesús para que la libere de un demonio que la “atormenta terriblemente” y este diagnóstico de la mujer cananea queda confirmado implícitamente cuando Jesús –obrando a la distancia con su omnipotencia- realiza el exorcismo y expulsa al demonio que efectivamente había poseído a la hija de la mujer cananea; otra enseñanza es que la mujer cananea tiene fe en Cristo en cuanto Dios y no en cuanto un simple hombre santo y la prueba de que lo reconoce como al Hombre-Dios es que lo nombra llamándolo “Señor”, un título sólo reservado a Dios y, por otro lado, se postra ante Él, lo cual es un signo de adoración externa también reservada solamente a Dios; otra enseñanza que nos deja la mujer cananea es que no tiene respetos humanos: ella es cananea y no hebrea, por lo tanto, no pertenece al Pueblo Elegido, es decir, era pagana y como tal, podría haber experimentado algún escrúpulo en dirigirse a un Dios –Jesús- que no pertenecía al panteón de los dioses paganos de su religión y sin embargo, venciendo los respetos humanos, se dirige a Jesús con mucha fe; otra enseñanza es la gran humildad de la mujer cananea, porque no solo no se ofende cuando Jesús la trata indirectamente de “perra” –obviamente, no como insulto, sino como refiriéndose al animal “perro”-, al dar el ejemplo de los cachorros que no comen de la mesa de los hijos, sino que utiliza la misma imagen de Jesús –la de un perro- para contestar a Jesús con toda humildad, implorando un milagro y utilizando para el pedido la imagen de un perro, de un cachorro de perro: “Los perritos comen las migajas que caen de la mesa de sus amos”. Esta respuesta es admirable, tanto por su humildad, como por su sabiduría, porque la mujer cananea razona así: si los hebreos son los destinatarios de los milagros principales –ellos son los hijos que comen en la mesa en la imagen de Jesús-, ella, que no es hebrea, también puede beneficiarse de un milagro menor, como es el exorcismo de su hija, de la misma manera a como los cachorros de perritos, sin ser hijos, se alimentan de las migajas que caen de la mesa de sus amos.

Fe en Cristo Dios; adoración a Jesús, Dios Hijo encarnado; fe en la omnipotencia de Cristo; sabiduría para distinguir entre enfermedad y posesión demoníaca; ausencia de respetos humanos, con lo cual demuestra que le importa agradar a Dios y no a los hombres; humildad para no sentirse ofendida por ser comparada con un animal –un perro-; astucia para utilizar la misma figura del animal, para pedir un milagro para su hija. Estas son algunas de las enseñanzas que nos deja la mujer cananea, tan admirables, que provocaron incluso el asombro del mismo Hijo de Dios en persona: “Mujer, ¡qué grande es tu fe!”.

sábado, 10 de octubre de 2020

“Den al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios”

 


(Domingo XXIX - TO - Ciclo A – 2020)

“Den al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios” (Mt 22, 15-21). Unos fariseos envían a unos comisionados suyos para que se presenten ante Jesús, con el encargo de tenderle una trampa dialéctica y así tener algo con lo cual “poder acusarlo”. Estos le tienden a Jesús una trampa, disfrazada de pregunta: si es lícito pagar los impuestos al César o no. Para entender tanto la razón de la pregunta, como la respuesta de Jesús, hay que retroceder un poco en la historia y remontarnos a la época de la ocupación de Jerusalén por parte de las tropas de la Roma Imperial: si Jesús responde que sí hay que pagar el impuesto, entonces, lo acusarán de colaboracionista con las tropas imperiales y su delito será el de cooperar con los que están ocupando militarmente la patria; si Jesús responde que no hay que pagar los impuestos, entonces lo acusarán de pretender sublevarse frente al César –una rebelión al estilo de los Macabeos- y entonces su delito será el de querer atentar contra el César. Es decir, visto humanamente, la pregunta es insidiosa por donde se la vea y no hay forma humana de escapar al dilema.

La respuesta de Jesús los deja atónitos, ya que su respuesta no viene de la mente de un hombre, sino de la Sabiduría Encarnada, Jesús de Nazareth. En efecto, Jesús no dice ni sí ni no, sino que dice: “Den al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios”. De esta manera, hay que dar al César lo que es de él, la moneda que lleva su efigie –es decir, hay que pagar impuestos-, y con eso se cumple toda justicia, porque si la moneda es del César, le pertenece al César y a él hay que dársela; sin embargo, también hay que cumplir con Dios y si cumplimos con el César, mucho más debemos cumplir con Dios, dándole a Dios lo que le corresponde a Dios. ¿Y qué le corresponde a Dios? A Dios le corresponde nuestro acto de ser y nuestra esencia y existencia, porque por Él fuimos creados; a Él le corresponde cada segundo de nuestra vida, cada palpitar del corazón, cada respiración de los pulmones, cada paso que damos, porque fuimos creados para Él; a Él le corresponde no sólo nuestra vida terrena, sino nuestra vida eterna, nuestra alma en gracia destinada a la gloria de los cielos, porque fuimos rescatados por Él, por su Santo Sacrificio en la Cruz: Jesús murió en la Cruz no sólo para que no nos condenemos, sino para que nos salvemos, es decir, compró nuestra vida eterna al precio de su Sangre en la Cruz, por eso a Dios le corresponde nuestro ser eterno.

“Den al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios”. Un cristiano no puede conformarse con darle a Dios su ser, su vida, su respiración, sus pensamientos, sus pasos: debe darle a Dios, porque le pertenece a Dios, su alma en estado de gracia, para vivir luego en la gloria del Reino de los cielos. Démosle entonces a Dios lo que a Él le corresponde: nuestro ser y nuestra vida terrena y nuestra vida eterna y sólo así cumpliremos su voluntad. Por último, le demos, ya desde la tierra, en acción de gracias por su infinita bondad y misericordia, lo que le pertenece a Él, porque surgió de su seno eterno de Padre celestial: la Sagrada Eucaristía, el Cuerpo y la Sangre del Señor Jesús. Demos a Dios nuestra vida unida a la Eucaristía y así le estaremos dando a Dios Trino lo que a Él le pertenece.

 

viernes, 9 de octubre de 2020

“El interior de ustedes está lleno de robos y maldad”

 


“El interior de ustedes está lleno de robos y maldad” (Lc 11, 37-41). Un fariseo invita a Jesús a comer y antes de disponerse a hacerlo, el fariseo se asombra del hecho de que Jesús no cumpliera con el ritual de lavarse las manos antes de comer. Al advertir esta situación, el fariseo se lo hace notar a Jesús pero Jesús, lejos de darle la razón y proceder a lavarse las manos, aprovecha la ocasión para lanzar un duro reproche contra los fariseos en general: “Ustedes, los fariseos, limpian el exterior del vaso y del plato; en cambio, el interior de ustedes está lleno de robos y maldad”. Es decir, Jesús les reprocha a los fariseos el hecho de que han convertido la religión, que es la unión en la fe y en el amor del alma con Dios, en un mero cumplimiento externo de reglas, la gran mayoría inventadas por ellos mismos, al tiempo que han descuidado lo esencial de la religión, la caridad, la justicia y la misericordia.

“El interior de ustedes está lleno de robos y maldad”. Debemos estar atentos y prestar atención, porque el fariseísmo, que es el cáncer de la religión, puede afectarnos a los católicos, seamos laicos o consagrados. Es decir, también nosotros podemos caer en el error de pensar que la religión consiste en el mero cumplimiento de normas externas, mientras que nos olvidamos de la misericordia, esencia de la religión. A las normas exteriores –asistencia al templo, recepción de los sacramentos, oración vocal, etc.-, le deben preceder y acompañar el acto interior del amor misericordioso a Dios, que se expresa en las obras de misericordia para con el prójimo: esto está significado en las palabras de Jesús “Den más bien limosna de lo que tienen y todo lo de ustedes quedará limpio”. Esto está acorde a lo que dice la Sagrada Escritura: “La limosna cubre una multitud de pecados” (1 Pe 4, 8). Sólo así, si en nuestro interior hay amor a Dios y al prójimo, nuestra religiosidad será verdadera y no seremos el destino de los reproches de Jesús.

 

 

jueves, 2 de julio de 2020

“Si no los reciben ni quieren escuchar sus palabras, al irse de esa casa o de esa ciudad, sacudan hasta el polvo de sus pies”




“Si no los reciben ni quieren escuchar sus palabras, al irse de esa casa o de esa ciudad, sacudan hasta el polvo de sus pies” (Mt 10, 7-15). Jesús envía a su Iglesia a misionar y para que tengan credibilidad sus palabras, les hace partícipes de su poder divino, dándoles poder para curar enfermos, resucitar muertos y expulsar demonios: “Curen a los enfermos, resuciten a los muertos, purifiquen a los leprosos, expulsen a los demonios”. Es decir, el anuncio y la proclamación del Reino de Dios va acompañada de signos prodigiosos, que ocasionan un gran bien, corporal y espiritual, a quien lo recibe. Sin embargo, la gracia de Dios debe ser recibida de buena manera, con agrado, porque así se demuestra que se quiere a Dios y su gracia. En otras palabras, la gracia de Dios y el bien que esta proporciona al alma que la recibe, debe ser recibida con total libertad, sabiendo que viene de Dios y que es a Dios a quien recibimos, cuando recibimos su gracia. Esto es lo que explica la recomendación de Jesús a sus discípulos: “Si no los reciben ni quieren escuchar sus palabras, al irse de esa casa o de esa ciudad, sacudan hasta el polvo de sus pies”. El sacudir el polvo que se había adherido al calzado, era y es una expresión de desacuerdo con la persona que no quiere recibir el don que se le proporciona. Por eso, aquel que libremente rechace la gracia, también será libremente rechazado por Dios, por lo que no recibirá la gracia de ninguna manera. Esto quiere decir que a Dios y su gracia, o se los recibe de buen agrado y con amor, o no se los recibe, pero quien no reciba a Dios y su gracia, debe saber que debe atenerse a las consecuencias, que es la ausencia de Dios y la ausencia de su gracia.
“Si no los reciben ni quieren escuchar sus palabras, al irse de esa casa o de esa ciudad, sacudan hasta el polvo de sus pies”. Seamos muy cuidadosos en lo que respecta a las cosas de Dios y su Reino, pues puede suceder que, por exceso de presunción y de confianza en nosotros mismos, cometamos el grave error de rechazar a Dios y su gracia. Para que eso no suceda, pidamos todos los días a la Virgen, Mediadora de todas las gracias, la gracia de ser fieles a la fe y a las obras buenas hasta el final, hasta el último aliento de nuestras almas.

sábado, 30 de mayo de 2020

“Dios no es Dios de muertos, sino de vivos”




“Dios no es Dios de muertos, sino de vivos” (Mc 12, 18-27). Se acercan a Jesús unos saduceos, que no creen en la resurrección de los muertos y le presentan un caso a Jesús, para tenderle una trampa y corroborar su postura, es decir, que los muertos no resucitan. Le presentan un caso hipotético de una mujer que se casa siete veces, pues todos sus esposos, luego de casados, mueren; la pregunta de los saduceos es “de quién será esposa” esa mujer en el Cielo. Con esto, pretenden, según su pensar, demostrar que es algo absurdo porque una mujer no puede tener siete maridos y por lo tanto, la realidad es como ellos dicen, esto es, que no hay resurrección.
En la respuesta de Jesús se ponen de evidencia los errores de los saduceos: por un lado, un error de ellos es hacer una transposición de este mundo al mundo venidero, como si el mundo venidero fuera una mera continuación de este: así, si la mujer tuvo siete maridos en este mundo, también los tendrá en el otro mundo. Jesús les hace ver que la realidad del Reino celestial y de la vida eterna es distinta a esta: los hombres y las mujeres ya no se casarán, como sí lo hacen en la tierra, porque en el Cielo “serán como ángeles”. Es decir, tendrán un cuerpo glorioso y resucitado y por esto mismo, no habrá necesidad de matrimonio alguno. Por otro lado, Jesús les hace ver que sí existe la resurrección y para ello cita el libro de Moisés, en el episodio de la zarza, cuando Dios dice a Moisés que Él es el Dios de Abrahán, de Isaac, de Jacob, queriendo significar con esto que ellos están vivos en el Cielo y que por lo tanto Él “no es Dios de muertos, sino de vivos”.
“Dios no es Dios de muertos, sino de vivos”. No puede ser de otra manera, porque Dios es la Vida Increada en sí misma; Dios es Vida y Vida eterna, sobrenatural, celestial; la Vida de Dios brota de su Acto de Ser divino y perfectísimo, como de una Fuente inagotable y es el Autor y Creador de toda vida participada. Todo lo que tiene vida, la tiene porque es participación en la Vida de Dios; es participación de Dios, que es Vida en sí mismo. Por último, la resurrección existe -aunque puede ser para la eterna condenación o para la eterna salvación- y quienes continúan viviendo en el Reino de los cielos luego de morir a esta vida, lo hacen gracias a los méritos de la Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo en la Cruz. Cada vez que comulgamos, recibimos incoada la Vida eterna de Dios Uno y Trino, la misma vida gloriosa y resucitada que se desplegará en todo su esplendor si, por la Misericordia de Dios, nos hacemos dignos de ingresar, resucitados y gloriosos en el Reino de los cielos, al terminar nuestro peregrinar por la tierra.