Adorado seas, Jesús, Cordero de Dios, Segunda Persona de la Santísima Trinidad, Dios oculto en el Santísimo Sacramento del altar. Adorado seas en la eternidad, en el seno de Dios Padre; adorado seas en el tiempo, en el seno de la Virgen Madre; adorado seas, en el tiempo de la Iglesia, en su seno, el altar Eucarístico. Adorado seas, Jesús, en el tiempo y en la eternidad.

viernes, 24 de febrero de 2012
Viernes después de cenizas: las cenizas de Cuaresma, símbolo de esta vida caduca
martes, 8 de marzo de 2011
Miércoles de Cenizas

¿Por qué el rito de las cenizas? ¿Qué nos recuerdan las cenizas?
Las cenizas nos recuerdan la fugacidad del paso del hombre sobre la tierra; nos recuerdan que nacimos del polvo, es decir, de la naturaleza de nuestros padres, y que al polvo volveremos, es decir, nuestro destino es la muerte y ser sepultados en la tierra; nos recuerdan que la existencia humana, comparada con la eternidad divina, es como un soplo, como una brisa, que pasa y no vuelve; nos recuerdan, por lo tanto, que somos nada, pero al mismo tiempo, nos recuerdan nuestro pecado, nuestra maldad, porque esta nada que somos, que es “nada más pecado”, se ha atrevido a golpear en el rostro a su Dios, que se encarnó por nuestro amor, y no solo lo golpeamos, sino que lo escupimos, lo insultamos, lo flagelamos, lo coronamos de espinas, lo clavamos con gruesos clavos de hierro, le dimos a beber vinagre para su sed, lo dejamos agonizar, y le traspasamos su Corazón.
Nuestras cenizas nos recuerdan entonces que somos “nada más pecado”, y que nuestro destino irreversible es el dolor y la muerte, como consecuencias de habernos alejado voluntariamente de la santidad divina.
Las cenizas nos recuerdan el misterio de la iniquidad que anida en el corazón del hombre, ante el cual ni el mismo Dios encuentra explicación, y es por eso que desde la cruz, Jesús nos dice: “Pueblo mío, respóndeme, qué mal te he hecho, en qué te he ofendido; te guié por el desierto, te libré del mar y de tus enemigos, te llevé a tu tierra, y Tú me hiciste una cruz”. Ni siquiera Dios puede explicarse el misterio de iniquidad y de maldad que anida en el corazón humano, es decir, Dios no puede explicarse porqué ofendemos a Dios, siendo Dios un Ser de Bondad infinita, sin sombra alguna de maldad; porqué huimos del Hombre-Dios Jesucristo, como si Él fuera un malhechor, mientras que nos inclinamos por las obras de la oscuridad; por qué rechazamos su Presencia, fuente de Amor, de paz y de alegría, y nos dejamos seducir por los placeres del mundo, que solo saben a cenizas y que solo dejan en el alma angustia y dolor.
Pero al mismo tiempo, las cenizas nos recuerdan que en Cristo tenemos la esperanza, y que en Él nuestra muerte ha sido vencida, y nuestro pecado ha sido borrado, porque Él ha asumido esta naturaleza caída, este cuerpo de arcilla, esta alma inmortal envuelta en la oscuridad, y la ha santificado, la ha bañado con su sangre, la ha glorificado con su resurrección, la ha iluminado con su luz y la ha introducido en el seno de
lunes, 15 de febrero de 2010
Miércoles de Cenizas

Con el Miércoles de Cenizas, se inicia el tiempo litúrgico denominado “Cuaresma”. ¿Cuál es el significado de la Cuaresma, a la cual damos inicio? El significado de la Cuaresma es contemplar los misterios de la vida de Cristo desde un ángulo particular, el de la Pasión. En otras palabras, en el ciclo litúrgico de la Cuaresma, la Iglesia mira la vida de Cristo desde el punto de vista de la Pasión. Ése es el significado de la Cuaresma: mirar la vida de Cristo, enfocándola desde la Pasión; contemplar los misterios de Cristo desde la Pasión.
Pero para vivir la Cuaresma como nos pide la Iglesia, hay que considerar además otro elemento, que forma parte del misterio que contemplamos y celebramos: la liturgia no es sólo contemplación pasiva; no es sólo un recuerdo de la memoria: la liturgia de la Iglesia Católica es participación viva en los misterios y en la vida del Señor, por eso la Iglesia en Cuaresma –como en todo otro tiempo litúrgico- no solo mira, sino que participa, misteriosa y sobrenaturalmente, mediante la liturgia, de la misma Pasión del Señor, uniéndose a Él en su sacrificio redentor.
Al iniciar la Cuaresma, recordamos entonces la vida de nuestro Señor Jesucristo, pero lo hacemos desde la Pasión, y no hacemos un mero recuerdo, sino que, como Iglesia, por la liturgia, participamos de sus misterios; por la liturgia, nos adentramos, vivimos, los misterios salvíficos del Señor Jesús.
Es como si retrocediéramos en el tiempo y nos introdujéramos en los momentos más dolorosos y tristes de la vida de Jesús, para vivir, en Él y con Él, el dolor de su Pasión. Vivir la Cuaresma es entonces un don inapreciable, porque nos permite ser partícipes del misterio de la redención, obrado en la Pasión y muerte del Salvador del mundo, Jesucristo.
La Cuaresma se caracteriza por la caridad y el ayuno, pero no de cualquier manera: vividas en Cristo, siendo partícipes de su Pasión, la caridad se convierte en una prolongación de la caridad de Cristo, del amor de Cristo, que es lo que salva al mundo; el ayuno –corporal, pero ante todo, el ayuno de las obras malas- se convierte en un recuerdo del dolor que nuestros pecados le produjeron al Sagrado Corazón y lo llevaron a la agonía en el Huerto de los Olivos. El ayuno del mal se convierte en un pequeño alivio del inmenso dolor que le causamos a Jesús en su Pasión a causa de nuestra maldad, manifestada en nuestros pecados.
Si la Cuaresma no se debe vivir como un mero recuerdo, tampoco la ceremonia de las cenizas debe ser un rito vacío: las cenizas nos recuerdan que esta vida tiene destino de muerte: así como el olivo muerto se convierte en ceniza, así nuestra vida se disuelve en la muerte; pero también nos debe alentar el recuerdo de la resurrección del Señor, que imprime un nuevo giro y un nuevo sentido a nuestra vida, porque si morimos en Cristo, resucitaremos en Cristo, como si las cenizas se convirtieran en nuevos ramos de gloria que no se marchitarán jamás.
La Cuaresma no puede nunca ser vivida sin la perspectiva de la resurrección: a la cruz le sigue la luz; a la Pasión le sigue la Resurrección.
En la ceremonia litúrgica y en la Misa del Miércoles de cenizas, está compendiada toda nuestra existencia y nuestro destino eterno: si las cenizas nos recuerdan nuestra vida destinada a la muerte, la Eucaristía, mediante la cual ingresa en nosotros Cristo resucitado, no solo nos recuerda que a la muerte le sigue la resurrección, sino que nos concede la vida misma de Cristo resucitado.
Es con esta mirada centrada en la Resurrección, que se debe vivir el tiempo de la Cuaresma.