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sábado, 22 de junio de 2024

“¿Quién es Éste? ¡Hasta el viento y el agua le obedecen!”

 


(Domingo XII - TO - Ciclo B – 2024)

         “¿Quién es Éste? ¡Hasta el viento y el agua le obedecen!” (Mc 35-40). En este episodio del Evangelio, suceden varios hechos significativos: mientras Jesús y los discípulos se trasladan en barca “a la otra orilla” -por indicación de Jesús-, se produce un evento climatológico inesperado, de mucha violencia, que pone en riesgo la barca y la vida de los que estaban navegando. Dice así el Evangelio: “Se levantó un fuerte huracán, y las olas rompían contra la barca hasta casi llenarla”. Como consecuencia de este huracán inesperado, la barca corría un serio peligro de hundirse; pero lo más llamativo del caso es que, en medio de la tormenta, y con las olas llenando la barca, Jesús duerme y a tal punto, que los discípulos tienen que despertarlo: “Él (Jesús) estaba a popa, dormido sobre un almohadón. Lo despertaron, diciéndole: “Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?”. (Jesús) Se puso en pie, increpó al viento y dijo al lago: “¡Silencio! ¡Cállate!”. El viento cesó y vino una gran calma”. Él les dijo: “- ¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?”. Entonces, hay dos hechos llamativos: el repentino huracán, que pone en peligro a la barca y la vida de los que están en ella y el sueño de Jesús, Quien a pesar de la violencia del viento y de las olas, duerme. Un tercer hecho llamativo es la dura reprimenda de Jesús a sus discípulos, aunque cuando reflexionamos sobre esta reprimenda de Jesús, en la misma se encuentra tal vez la razón por la cual Jesús dormía mientras la barca corría peligro de hundirse: y la razón por la cual Jesús reprende a sus discípulos es porque Él confiaba en la fe de sus discípulos; Él confiaba en que sus discípulos tendrían fe en Él y que, a través de Él, actuando como intercesores, lograrían detener la violencia de la tormenta. La fe -en Cristo Jesús- es creer en lo que no se ve, es creer en Jesús y en su poder divino, la fe es creer en Jesús en cuanto Hombre-Dios, aun cuando no lo vemos, y es por eso que Jesús duerme, porque confiaba en que sus discípulos, ante la tormenta peligrosa, actuarían como intercesores, orando y obteniendo de Él el poder de Él, de Jesús, para detener la tormenta, para calmar el viento y el mar, sin necesidad de ir a despertarlo, por eso les recrimina su falta de fe, de lo contrario, no tendría sentido esta recriminación de parte de Jesús. Y cuando reflexionamos un poco más, nos damos cuenta que así es como obraron los santos a lo largo de la historia de la Iglesia Católica: rezaron a Jesús y obtuvieron de Él innumerables milagros, actuando así como intercesores entre los hombres y el Hombre-Dios Jesucristo.

         Otro paso que debemos hacer para poder apreciar este episodio en su contenido sobrenatural es el hacer una transposición entre los elementos naturales y sensibles y los elementos preternaturales y sobrenaturales, invisibles e insensibles.

         Así, el mar embravecido representa a la historia humana en su dirección anticristiana, en su espíritu anticristiano: es el espíritu del hombre que, unido y subyugado al espíritu demoníaco, busca destruir, mediante diversas ideologías -comunismo, marxismo, ateísmo, liberalismo, nihilismo- y religiones anticristianas y falsas -budismo, hinduismo, islamismo, protestantismo, etc.- a la Iglesia Católica, ya sea mediante revoluciones, guerras civiles, atentados, o persecuciones cruentas o incruentas, etc.; el viento en forma de huracán, el viento destructivo, que embiste con violencia a la Barca de Pedro, la Iglesia Católica, representa más directamente al espíritu luciferino, esta vez por medio de la Nueva Era y sus innumerables sectas y representaciones malignas y sus prácticas paganas y supersticiosas -ángeles de la Nueva Era, ocultismo, Wicca, hechicería, brujería, satanismo, esoterismo, coaching, viajes astrales, árbol de la vida, ojo turco, mano de Fátima, atrapasueños, duendes, hadas, unicornios, etc.-; la Barca de Pedro, en la que van Jesús y los discípulos, es la Santa Iglesia Católica, Apostólica y Romana, que navega en los turbulentos mares del tiempo y de la historia humana hacia su destino final, la feliz eternidad en el Reino de los cielos; Jesús Dormido y recostado en un almohadón, en la popa de la Barca, es Jesús Eucaristía, Quien parece, a los sentidos del hombre, estar dormido, en el sentido de que no podemos verlo, ni escucharlo, ni sentirlo, aunque también, vistos los acontecimientos en la Iglesia y en el mundo, parecería que está dormido, pero no lo está, Jesús es Dios y está observando atentamente cómo nos comportamos, en la Iglesia y en el mundo y registra cada movimiento, cada pensamiento, cada acto, cada palabra, de manera que todo queda grabado, por así decirlo, para el Día del Juicio Final, por lo que de ninguna manera Jesús está dormido, siendo todo lo contrario, somos nosotros los que, como los discípulos en el Huerto de los Olivos, cuando Jesús les pidió que orasen con Él, en vez de orar, se quedaron dormidos, así somos la mayoría de los cristianos, estamos como dormidos, mientras que los enemigos de Dios y de la Iglesia están muy despiertos, obrando todo el mal que les es permitido obrar.

         “¿Quién es Éste? ¡Hasta el viento y el agua le obedecen!”. El Hombre-Dios Jesucristo, oculto a nuestros sentidos, está en Persona en la Eucaristía. A Él le obedecen los Tronos, las Dominaciones, las Potestades, las Virtudes, los Ángeles, los Arcángeles; ante Él las miríadas de ángeles se postran en adoración perpetua y entonan cánticos de alabanzas y de alegría celestial; ante Él, el Cordero de Dios, los Mártires, los Doctores de la Iglesia, las Vírgenes, las multitudes de Santos, se postran en adoración y se alegran en su Presencia; ante Él, el universo se vuelve pálido y su majestad queda reducida a la nada; ante Él, el Infierno enmudece de pavor; ante Él, el viento y el agua le obedecen. Solo el hombre que vive en la tierra y más específicamente, el hombre de los últimos tiempos, no le obedece; solo el hombre de los últimos tiempos, el hombre próximo al Fin de fines -cada día que pasa es un día menos para el Día del Juicio Final-, no solo no le obedece, no solo no toma su Cruz y lo sigue por el Camino del Calvario, sino que, arrojando lejos de sí a la Cruz, la pisotea, reniega de la Cruz y sigue por un camino opuesto al Camino Real de la Cruz, un camino que lo aleja cada vez más de la salvación, un camino siniestro, oscuro, un camino en el que las sombras están vivas, porque son demonios y si el hombre no se detiene a tiempo, esas sombras vivientes serán su compañía para siempre, para siempre, y eso lo habrá merecido por la sencilla razón de no haber querido obedecer al Hombre-Dios Jesucristo, Aquel a Quien hasta el viento y el agua obedecen.


jueves, 7 de marzo de 2024

“No he venido a abrogar la ley, sino a perfeccionarla”

 


“No he venido a abrogar la ley, sino a perfeccionarla” (Mt 5, 17-19). Puesto que Jesús ha venido a fundar un nuevo movimiento religioso -que es la Iglesia Católica-, y es nuevo en relación al movimiento religioso existente, la religión judía, se ve en la obligación de explicar cuál es su posición en relación con la ley mosaica: Él “no ha venido a abrogarla, sino a perfeccionarla” y no podría ser de otra manera, puesto que Él es el Legislador Divino que ha sancionado primero, la primera parte de la Ley Divina, a través de Moisés y ahora, a través de Él mismo en Persona, viene a sancionar la segunda parte de esa misma Ley Divina y por eso es que no ha venido a abrogarla, a suprimirla, sino ha darle su pleno cumplimiento, ha venido para perfeccionarla, para hacerla perfecta. Este “perfeccionamiento” no se limita a los dos ejemplos que da Jesús –“no matarás” y “no cometerás adulterio”-, sino a toda la Ley, a toda la voluntad de Dios expresada en el orden antiguo y por eso dice “la Ley y los Profetas”[1].

Con los ejemplos que Jesús da -que se extienden a todos los Mandamientos-, Jesús quiere demostrar que el orden moral antiguo no pasará, sino que surgirá a una nueva vida, que le será infundida con un nuevo espíritu. Es decir, no se inventarán nuevos mandamientos, sino que, a los mismos mandamientos, se les infundirá un nuevo espíritu, el espíritu de Cristo, por medio de la gracia santificante. Esto se ejemplifica con el mandamiento de “No matar”, tal como el mismo Jesús lo explica: si antes, para ser justos ante Dios, bastaba con el hecho de “no matar”, literalmente, es decir, con no cometer un homicidio, ahora, a partir de Jesús, ya no es suficiente con eso, porque el solo hecho de desear venganza o de guardar rencor contra el prójimo, es susceptible de castigo y esto porque por la gracia santificante, concedida por los sacramentos, el alma está ante la Presencia de la Trinidad de manera análoga a como los ángeles y santos lo están en el Cielo. En otras palabras, un ligero mal pensamiento o sentimiento de hostilidad hacia el prójimo, es un pensamiento proclamado delante de Dios, que es Bondad y Justicia infinitas y que por lo tanto, no tolera a los injustos e hipócritas que mientras claman misericordia para sí mismos, no son capaces de guardar la más mínima misericordia para con el prójimo, ni siquiera con el pensamiento.

A partir de Jesús, la observancia de los mandamientos en el Amor de Dios será mucho más rigurosa, tanto, que no pasará ante la Justicia Divina ni la letra más pequeña, la “i”, ni tampoco una coma, pues todo, hasta el más mínimo pensamiento, será purificado por el Fuego purificador del Divino Amor. Esto es lo que quiere decir Jesús cuando dice que “ha venido a perfeccionar” a la Ley de Dios; es una perfección en el Amor, tanto hacia Dios como hacia el prójimo: “Sean misericordiosos, como vuestro Padre es misericordioso” (Lc 6, 36).



[1] Cfr. B. Orchard et al., Verbum Dei. Comentario a la Sagrada Escritura, Tomo III, Editorial Herder, Barcelona 1957, 685.

lunes, 12 de febrero de 2024

“A esta generación no se le dará otro signo”

 


“A esta generación no se le dará otro signo” (Mc 8, 11-13). Los fariseos le piden a Jesús un signo del cielo para creer en Él, pero Jesús les responde que “no se les dará ningún signo”. La razón es que no es que no se les hayan dado signos o milagros, como para convencerlos de que Él es Dios, que Él es el Mesías que viene del cielo: por el contrario, se les han dado innumerables signos que indican que Él es el Mesías al cual esperan y del cual hablan los profetas, pero los fariseos son obstinados y enceguecidos y no quieren ver, porque no se trata de que no se han dado cuenta, sino de que se han dado cuenta, pero han rechazado los signos que Jesús ha hecho, sus innumerables milagros, como resucitar muertos, multiplicar panes y peces, curar enfermos, expulsar demonios. Los fariseos son obcecados y voluntariamente cierran sus ojos espirituales para no ver los signos que da Jesús.

Por último, no se les dará un signo, porque además de los signos o milagros que Jesús ha hecho, el mayor signo es Él mismo, Él, Jesús de Nazareth en Persona, es el signo más claro y evidente de que el Reino de Dios ha venido a los hombres y de que Él es el Mesías al que han esperado durante siglos. Pero como los fariseos, los escribas, los doctores de la ley, permanecen en su obstinación y en su ceguera, no quieren reconocer que Jesús es el Mesías y por eso piden un signo y Jesús les dice que “no les será dado”.

De manera análoga, sería como pedirle a la Iglesia Católica “un signo” que demostrase que Ella es la Verdadera Iglesia de Dios y tampoco se les daría ningún signo, porque ya los signos que la Iglesia da -los Sacramentos y el principal de todos, la Eucaristía-, demuestran que la Iglesia Católica es la Única y Verdadera Iglesia del Único y Verdadero Dios.

No repitamos los errores de los fariseos y no pidamos a la Iglesia signos que no serán dados; por el contrario, centremos la mirada del espíritu y del corazón en el Signo o Milagro por excelencia, la Sagrada Eucaristía, el signo que nos conduce al Reino de Dios.

lunes, 3 de abril de 2023

Martes Santo



    En este Evangelio Jesús anuncia la traición de uno de los Doce y la negación de Pedro; de esta manera, se muestra cómo obran conjuntamente, tanto la fragilidad humana, que cede ante la presión y persecución de los poderosos, como la actividad angélica del Ángel caído, Satanás, quien aprovechándose de la debilidad de los hombres, los induce no solo a abandonar a Jesús, dejándolo solo a merced de los enemigos, como sucederá en el Huerto de los Olivos, sino todavía más, los lleva a negar rotunda y explícitamente la Cruz, como en el caso de Pedro, que ya era Papa al momento de negar la Cruz, y también a pactar con el enemigo de Cristo, la Sinagoga, como en el caso de Judas Iscariote.

Si nos ponemos a considerar las palabras de Jesús, vemos cómo, desde el inicio mismo de la Iglesia, de su Iglesia, la Iglesia Católica, conspiran contra Ella dos grandes fuerzas, tanto humanas como angélicas, buscando su destrucción: conspiran desde afuera la Sinagoga, pero también conspiran desde dentro, desde el seno mismo de la Iglesia Católica, desde sus más encumbrados miembros, como Judas Iscariote, quien era sacerdote y obispo al momento de traicionar a Jesús y ambos enemigos, tanto externos como internos, cuentan con el apoyo incondicional del Ángel caído, Satanás. Así vemos cómo, desde su inicio primigenio, la Iglesia Católica es perseguida por sus enemigos, que no son solo externos, sino también internos, como Judas Iscariote, y son estos también los más peligrosos, como son mucho más difíciles de detectar y de combatir. Además, ambos, como ya lo vimos, cuentan con el apoyo y sostén del Infierno, en su lucha por ver destruida a la Iglesia Católica, la Iglesia del Hombre-Dios Jesucristo. Pero la defección de los miembros de la Iglesia se da también entre los buenos: el mismo Pedro, siendo ya Vicario de Cristo, cuando Cristo le profetiza su Pasión y Muerte en Cruz, rechaza de plano la Cruz, oponiéndose frontalmente a los planes salvíficos de la Santísima Trinidad, quien había decretado que los hombres fueran salvados por el sacrificio voluntario de Dios Hijo, a pedido de Dios Padre, en el Amor de Dios Espíritu Santo. 

Como vemos, los cargos eclesiásticos, por más altos que sean, tanto para laicos como para sacerdotes, no aseguran, de ninguna manera, la santidad y el seguimiento de Cristo por el Camino de la Cruz, el Via Crucis. Por el contrario, parecería que el orden sacerdotal muestra una fragilidad tan grande ante la tribulación -Judas lo traiciona, Pedro rechaza la Cruz, los Apóstoles se duermen en el Huerto de los Olivos, en vez de orar, en el momento de mayor peligro para Jesús, los Apóstoles lo abandonan, en el Huerto y en la Cruz-, que el hecho de que la Iglesia permanezca en pie, a pesar de los abandonos y traiciones desde su seno mismo, sumado esto a los ataques externos, es una comprobación del origen divino de la Iglesia Católica y de la asistencia a la Esposa de Cristo por parte del Espíritu Santo.

Al reflexionar sobre este Evangelio, nos damos cuenta que también nosotros podemos cometer los mismos pecados y errores; también nosotros abandonamos a Jesús, rechazamos la Cruz, lo traicionamos, cada vez que elegimos el pecado en vez de la gracia; también nosotros, como Judas Iscariote, nos dejamos tentar por el tintineo del dinero y no por los latidos del Sagrado Corazón. Al reconocernos capaces "de todo pecado", como decía San José María Escrivá de Balaguer, refugiémonos en el Corazón de quien nunca, ni lo traicionó, ni lo abandonó, sino que lo acompañó todo el tiempo, al pie de la Cruz, el Inmaculado Corazón de María.


jueves, 26 de agosto de 2021

“Por tu palabra, echaré las redes”


 

“Por tu palabra, echaré las redes” (Lc 5, 1-11). Jesús realiza el milagro de la pesca abundante: le ordena a Pedro que “navegue mar adentro” y que luego “eche las redes”. Pedro obedece a Jesús y de inmediato se produce la pesca milagrosa. Además del milagro realizado por Jesús, hay algo que se destaca en este episodio del Evangelio y es la fe y la confianza de Pedro en el poder divino de Jesús, lo cual indica que Pedro estaba iluminado por la gracia. En efecto, si Pedro se hubiera dejado guiar por criterios puramente humanos, podría haber objetado a Jesús que no tenía sentido echar las redes porque ellos ya habían intentado toda la noche y había sido en vano; por lo tanto, insistir en el mismo lugar, en donde en apariencia no había peces, sería hacer un esfuerzo inútil. Pero Pedro, como dijimos, iluminado por la gracia, confía en el poder divino de Jesús y llevado por su palabra, hace lo que Jesús le ordena, obteniendo una pesca super-abundante.

En el episodio se destaca, en primer lugar, el milagro de Jesús y la confianza de Pedro en la palabra y en el poder de Jesús, pero también se destacan otros elementos sobrenaturales: por ejemplo, no es casualidad que Jesús haya subido a la “barca de Pedro” y no a la de cualquier otro discípulo y esto porque la “barca de Pedro” es la Iglesia Católica y al subir Jesús a ella, indica que es Él quien conduce, con su Espíritu, a la barca de Pedro, la Iglesia Católica; otro elemento sobrenatural es que cuando Pedro obedece a Cristo, obedece a Dios Hijo encarnado y Dios Hijo encarnado hace, con su omnipotencia y con su amor, lo que el hombre, con sus fuerzas, no puede hacer: en otras palabras, el milagro de la pesca abundante está prefigurando la acción evangelizadora de la Iglesia en el mundo, que sale a pescar almas en el mar de la historia humana, bajo la guía del Espíritu Santo, el Espíritu del Padre y del Hijo. Un último elemento es la enseñanza que nos deja el milagro: con las solas fuerzas humanas, la Iglesia Católica se convierte en una gigantesca organización social, que no lleva almas al Reino de los cielos, pero cuando es guiada por el Espíritu Santo, la misma Iglesia, la Barca de Pedro, lleva a todas las naciones del mundo a adorar al Cordero en la vida eterna.

miércoles, 25 de agosto de 2021

“También tengo que anunciar el Reino de Dios a otros pueblos”

 


“También tengo que anunciar el Reino de Dios a otros pueblos” (Lc 4, 38-44). Los judíos habían sido elegidos por Dios para ser la nación que, en medio de pueblos paganos, creyeran y adoraran a un Dios Único y Verdadero y por eso eran llamados el “Pueblo Elegido”. Pero ahora, en Cristo, ese Dios Uno se revela como Uno y Trino; se revela como Dios Hijo encarnado por voluntad del Padre, para santificar a las almas con el Don de dones, Dios Espíritu Santo y para conducir a los hombres, así redimidos, al Reino de los cielos. Con la frase: “También tengo que anunciar el Reino de Dios a otros pueblos”, Jesús anuncia la construcción de su Iglesia, la Iglesia del Cordero, la Iglesia Católica, constituida por los integrantes del Nuevo Pueblo Elegido, los bautizados sacramentalmente en la Iglesia Católica. Y así como fue Jesús quien, con su actividad apostólica evangelizó a judíos y paganos, quienes se convirtieron al catolicismo, así la Iglesia Católica continúa esta actividad apostólica de Jesús y la continuará hasta el fin de los tiempos y hasta el confín de la tierra, anunciando a todos los pueblos que Cristo es el Mesías, que ha muerto en cruz para salvarnos, que ha resucitado y que se encuentra vivo, glorioso y resucitado, en la Eucaristía y que ha de venir por Segunda Vez en la gloria, para juzgar a vivos y muertos. Es en esto en lo que consiste el único y verdadero ecumenismo: que la Iglesia Católica anuncie a todos los hombres, de todos los tiempos, que Cristo es Dios y que ha venido para llevarnos a su Reino, el Reino de Dios, en la eternidad divina.

jueves, 10 de junio de 2021

“¿Quién es Éste, a quien hasta el viento y el mar obedecen?”

 


(Domingo XII - TO - Ciclo B – 2021)

         “¿Quién es Éste, a quien hasta el viento y el mar obedecen?” (Mc 4, 35-41). Jesús y sus discípulos deciden cruzar en barca hasta la otra orilla del lago. En el trayecto, suceden dos cosas llamativas: por un lado, Jesús se duerme profundamente, “reclinado sobre un almohadón”; por otro lado, se desata una furiosa tormenta, con vientos huracanados que crean y agigantan olas de tal tamaño, que amenazan con hundir a la barca. El peligro de hundimiento es tan real, que los discípulos mismos deciden despertar a Jesús: “Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?”. Es en ese momento en el que Jesús increpa al viento y al mar, cesando en el acto la tormenta y el peligro de hundimiento. Este milagro provoca la admiración de los discípulos quienes, no dándose cuenta todavía de que Jesús es Dios y que por eso le obedecen los elementos de la naturaleza –Él es su Creador-, se preguntan: “¿Quién es Éste, a quien hasta el viento y el mar obedecen?”.

Ahora bien, más allá del episodio y del milagro realizado por Jesús, la escena evangélica de la Barca de Pedro a punto de hundirse en medio de un mar enfurecido, es figurativa y representativa de realidades sobrenaturales: la barca de Pedro, en la que van Jesús y los discípulos, es la Iglesia Católica; Pedro es el Papa, el Vicario de Cristo; los discípulos son los bautizados; el mar embravecido es la historia de la humanidad y de cada hombre cuando se encuentran sin Dios y su gracia; el viento, que sopla con intensidad creando y agigantando las olas, es el Demonio, el Ángel caído, que así como el viento huracanado convierte el manso mar en un océano de olas inmensas que amenazan a la barca, así el Demonio, instigando a los hombres sin Dios, los incita para que ataquen a la Iglesia y traten de destruirla por todos los medios. Por último, hay una imagen que no pasa desapercibida y es el hecho de que Jesús, a cuyo mando está la barca, es decir, la Iglesia, está dormido e incluso sigue dormido, hasta un punto tal que la barca parece que va a hundirse por la intensidad del viento y la altura de las olas. El hecho de que Jesús duerma y parezca que la barca está a punto de hundirse, es la descripción de lo que sucede en nuestros días: Jesús está en la Eucaristía y en la Eucaristía, al no hablar ni mostrarse visiblemente, pareciera como si estuviera dormido, pero en realidad, no lo está y aunque parezca que la situación en la Iglesia y en el mundo están fuera de control, nada escapa, ni siquiera por un segundo, a su control total, puesto que Jesús Eucaristía es Cristo Dios. Sólo basta que Él “despierte”, por así decirlo, y con una sola orden de su voz, conceda a la humanidad la gracia de la conversión y condene al Demonio a lo más profundo del Infierno, con lo cual volverán al instante la calma y la paz más profundas, en la Iglesia y en el mundo. Ahora bien, podemos preguntarnos, visto y considerando que la gran mayoría de los católicos abandona la Iglesia, apenas terminan el Catecismo de Primera Comunión y la Confirmación, pareciera que quien está dormido, en la Iglesia, no es Jesucristo, sino el cristiano que, habiendo recibido la gracia de la filiación divina en el Bautismo, la gracia del Corazón de Jesús en la Eucaristía y la gracia del Amor de Dios en la Confirmación, vive como si fuera pagano, puesto que vive en la vida de todos los días como si Jesús Dios no existiera, como si nunca hubiera recibido la gracia de ser hijo de Dios, como si nunca hubiera recibido al Corazón Eucarístico de Jesús, como si nunca hubiera recibido al Divino Amor, el Espíritu Santo. Entonces, al revés del episodio del Evangelio, en la actualidad, quienes parecen dormidos, son los bautizados y no Jesús Eucaristía. Es por eso que el mundo se embravece, instigado por el Ángel caído, para tratar de destruir la Iglesia. Esto se ve, por ejemplo, en las marchas feministas, que incendian y destruyen iglesias por todas partes del mundo; se ve en las resoluciones de la Organización de las Naciones Unidas –organización masónica y anticristiana-, que declara a la Iglesia como “enemiga de los derechos humanos”, porque la ONU llama “derechos humanos” a todo lo que atenta contra la Ley de Dios, como el aborto, la eutanasia, la promiscuidad sexual, la manipulación genética humana, etc. Y dentro de la Iglesia, también hay enemigos que buscan hundirla, porque entre otras cosas, muchos buscan quitar todo vestigio de la Presencia real, verdadera y substancial del Hombre-Dios Jesucristo en la Eucaristía. Todo esto pasa porque quien parece dormido, en la Iglesia, la Barca de Pedro, es el propio católico y no Jesucristo. Entonces, ¿quién tiene que despertar, para defender a la Iglesia de sus enemigos? ¿Jesús Eucaristía o los católicos? Es obvio que los católicos, porque no hay católicos –o si los hay, son muy escasos- que salgan en defensa de la Iglesia, frente a la agresión laicista, materialista, atea y marxista que sufre la Iglesia en todo momento y en todo lugar. Es hora, por lo tanto, de despertar del letargo de creer que no existe el Demonio y que las ideologías humanas sin Dios no buscan destruir la Iglesia. Es hora de despertar, porque la Barca está en peligro. Jamás se hundirá, porque Jesús, el Hombre-Dios, es el Capitán de la Barca, en cuanto Hombre-Dios. Pero eso no significa que no debamos despertar del letargo en la verdadera fe católica en la que ha caído gran parte del Nuevo Pueblo de Dios.

 

jueves, 22 de abril de 2021

“Las obras que hago dan testimonio de Mí”

 

“Las obras que hago dan testimonio de Mí” (Jn 10, 22-30). Los judíos insisten en preguntar a Jesús si Él es el Mesías y Jesús les responde, invariablemente, de la misma manera: Él es el Mesías, el Salvador, el Redentor de la humanidad y la prueba de que Él es quien dice ser, son sus obras, es decir, sus milagros: “Las obras que hago dan testimonio de Mí”. En otras palabras, si alguien se presenta como el mesías de la humanidad, ese alguien tendría que hacer obras propias de un mesías: si las hace, es prueba de que es el mesías; si no las hace, es solo un embaucador. Jesús da pruebas más que suficientes para certificar que Él quien dice ser: el Mesías anunciado desde la Antigüedad, porque sólo Él puede hacer obras propias de Dios: resucitar muertos, curar toda clase de enfermos, expulsar demonios, multiplicar panes y peces.

La controversia suscitada entre los judíos en tiempos de Jesús, continúa hoy, a dos mil años de distancia, porque muchos, a pesar de los milagros realizados por Jesús, no creen en Él. Es así que, por ejemplo, en las grandes religiones monoteístas, como el protestantismo, el judaísmo y el islamismo, no creen en Jesús como el Mesías y cada una de estas religiones, a su vez, está todavía esperando la llegada del Mesías, una llegada que evidentemente no ocurrirá, pues el Mesías ya vino por primera vez y es Jesús de Nazareth y volverá, sí, nuevamente, por segunda vez, pero esta vez para juzgar al mundo. Como una muestra de la persistencia de los judíos en negar a Jesús como el Mesías, hay en estos días un grupo de rabinos ultra-ortodoxos que se están preparando para coronar al que ellos llaman el mesías, el cual será, por supuesto, un falso mesías, un anti-cristo.

“Las obras que hago dan testimonio de Mí”. Así como los milagros de Jesús dan testimonio de que Él es el Verdadero Mesías que debía venir al mundo, así también las obras que hace la Iglesia Católica dan testimonio de que es la única Iglesia verdadera del Dios verdadero. De entre todas las obras milagrosas que hace –los sacramentos, que dan la gracia-, la obra más grande que testimonia que la Iglesia Católica es la Iglesia de Dios es la Eucaristía, porque la conversión del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre del Cordero es un milagro que sólo puede ser hecho por el poder, la sabiduría y el amor divinos y la Iglesia Católica es la única que puede hacerlo. Aún así, muchos todavía dudan de que la Iglesia Católica sea la Verdadera Iglesia del Dios Verdadero, así como muchos todavía dudan, a pesar de sus milagros, de que Jesús sea el Mesías, el Salvador de los hombres.

jueves, 11 de marzo de 2021

“Al tercer día lo encontraron en el Templo”

 


“Al tercer día lo encontraron en el Templo” (Lc 2, 41-51). Los padres de Jesús, la Virgen Santísima y San José, suben a Jerusalén para las festividades de la Pascua. Esta peregrinación la hacían todos los años, porque eran, obviamente, fervorosos y piadosos practicantes de la religión de Dios Uno, el Dios del Pueblo Elegido. Cuando Jesús tenía doce años, les sucede un percance: al finalizar la Pascua emprenden el regreso, pero cada uno piensa que el Niño está con el otro y es así como transcurre un día de camino, sin Jesús. Cuando se percatan de la ausencia de Jesús, regresan a Jerusalén para buscarlo, encontrándolo al tercer día de la búsqueda.

El episodio, real, puede interpretarse de la siguiente manera, tomando como hecho central la pérdida de Jesús: puede suceder que una persona, por diversas circunstancias, pierda de vista a Jesús, tal como les sucedió a la Virgen y a San José -solo que en ellos se descarta el elemento del pecado, obviamente, porque la Virgen es Inmaculada y San José un santo, que vivía siempre en estado de gracia-. Es decir, reflexionando solo sobre el hecho de perder de vista a Jesús, este hecho se puede transpolar a lo que le sucede, en el plano espiritual, al pecador: a causa del pecado, cometido libre y voluntariamente, el alma se ve envuelta en las tinieblas del pecado y en este estado, pierde de vista a Jesús, no sabe dónde está Jesús. Esta pérdida de Jesús se da no solo en el plano existencial, sino ante todo en el plano ontológico: si por la gracia Jesús inhabita en el alma, por el pecado –sobre todo el pecado mortal- Jesús deja de inhabitar en el alma y se retira, puesto que no pueden convivir la santidad divina con la malicia del pecado y si la persona elige libremente el pecado, es porque elige el mal antes que al Bien Infinito y Eterno que es Jesús.

         “Al tercer día lo encontraron en el Templo”. La pérdida de Jesús a causa del pecado no es un hecho irreversible: así como la Virgen y San José lo encontraron en el Templo, porque Jesús en realidad nunca se perdió sino que estuvo siempre en el Templo, así también el alma, guiada por la Virgen y San José, puede encontrar a Jesús en el Templo, en la Iglesia Católica y más concretamente, en el sagrario, en la Eucaristía y en el Sacramento de la Confesión, en donde Jesús perdona los pecados por medio del sacerdote ministerial. Entonces, si hemos tenido la desgracia de perder a Jesús, le pidamos a la Virgen y a San José que nos conduzcan al lugar donde se encuentra Jesús: en el Templo, en la Iglesia Católica, en el Sacramento de la Eucaristía y en el Sacramento de la Confesión.

“Los judíos buscaban darle muerte porque se igualaba a Dios”


 

“Los judíos buscaban darle muerte porque se igualaba a Dios” (Jn 5, 17-30). Cuando se lee este Evangelio y en particular esta frase: “Los judíos buscaban darle muerte porque se igualaba a Dios”, no es difícil darse cuenta de la ceguera espiritual que envolvía a los judíos en los tiempos de Jesús: quieren darle muerte no porque Jesús haya cometido un delito, o una blasfemia, o algo que mereciera tan grande castigo, como es el de quitarle la vida, sino que le quieren quitar la vida porque Jesús revela una verdad: Él dice que es Dios, que es Hijo de Dios y por lo tanto, es igual al Padre. En otras palabras, Jesús revela, por un lado, que ese Dios Uno en el que creían los judíos, es, además de Uno, Trino, porque en Él hay Tres Personas Divinas, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo y por otro lado, revela que Él es la Segunda Persona de la Santísima Trinidad: “Mi Padre trabaja y Yo siempre trabajo”. Los judíos quieren dar muerte a Jesús –y finalmente lo conseguirán, mediante la traición y entrega del traidor y apóstata Judas Iscariote- no porque Él haya cometido un grave delito, sino porque dice la verdad: Él es Dios Hijo, igual en naturaleza, substancia, poder y gloria a Dios Padre y a Dios Espíritu Santo. La actitud de los judíos, de querer dar muerte a Jesús por decir la verdad, es incomprensible y sólo puede vislumbrarse a la luz del “misterio de iniquidad” –el pecado original- en el que está envuelta la humanidad desde Adán y Eva.

Ahora bien, la Iglesia Católica, lejos de distanciarse de las palabras de Jesús, en las que afirma que Él es el Hijo de Dios encarnado, ha profundizado en sus palabras y las ha convertido en dogma de fe, de manera tal que si alguien no cree en esta verdad, que Cristo es Dios, ése tal se aparta de la Iglesia Católica y se coloca fuera de ella. En los Concilios de Nicea y Constantinopla se afirma que Jesús es el Verbo de Dios, consubstancial al Padre y esta verdad la afirma el Catecismo de la Iglesia Católica, dedicándole toda una sección a desarrollar esta revelación[1]. Esta revelación, por otra parte, tiene una derivación explícitamente eucarística, porque si Cristo es Dios, entonces la Eucaristía es Dios, porque la Eucaristía es Cristo Dios encarnado, que continúa y prolonga su Encarnación en la Eucaristía. Y al revés, negar que Cristo es Dios, es negar que la Eucaristía sea Cristo Dios.

“Los judíos buscaban darle muerte porque se igualaba a Dios”. En nuestros oscuros y tenebrosos días, en los que se proclaman como “derechos humanos” el asesinato de niños por nacer y en los que se hace gala del ateísmo y del oscurantismo, es la Iglesia Católica la destinataria de la persecución iniciada contra Jesucristo. Por esta razón, debemos pedir la gracia de mantenernos fieles hasta dar la vida terrena, si fuera necesario, por esta verdad revelada por el Hombre-Dios: Cristo es Dios y la Eucaristía es Dios.



[1] Cfr. https://www.vatican.va/archive/catechism_sp/p1s2a3p1_sp.html ; Catecismo de la Iglesia Católica, 456ss.

jueves, 4 de marzo de 2021

“Si yo arrojo a los demonios con el dedo de Dios, es porque ha llegado a ustedes el Reino de Dios”


 

“Si yo arrojo a los demonios con el dedo de Dios, es porque ha llegado a ustedes el Reino de Dios” (Lc 11, 14-23). Las palabras de Jesús nos dejan muchas enseñanzas: por un lado, nos enseña que Él, en cuanto Hombre-Dios, es el Sumo y Eterno Sacerdote, quien con su omnipotencia divina expulsa a los demonios con el solo poder de su voz. En efecto, en la voz humana de Jesús de Nazareth, los demonios reconocen la voz del Dios Uno y Trino que los creó, que los puso a prueba luego de su creación y que los condenó en el Infierno luego de que éstos se rebelaran contra su voluntad. Por otra parte, nos enseña que el exorcismo, esto es, la expulsión de un demonio que ha tomado posesión de un cuerpo humano, es una señal de que el Reino de Dios está presente entre los hombres y esto nos conduce directamente a la Iglesia Católica, porque quien continúa con el trabajo de exorcismo, es la Iglesia Católica, por medio de sus sacerdotes ministeriales. Esto significa que la Iglesia Católica es, en sí misma, un signo no solo de la existencia, sino de la presencia del Reino de Dios ya en la tierra, en la historia humana. Este Reino de Dios irá creciendo a medida que se acerque el fin de los tiempos, puesto que en el Día del Juicio Final, desaparecerá esta tierra y terminarán el tiempo y la historia humana, para dar inicio a la eternidad de Dios y su Reino.

Por último, otra enseñanza que nos deja este Evangelio es la existencia de dos tipos de demonios, los demonios “hablantes” y los demonios “mudos”: los “hablantes” son demonios que se expresan con gritos, aullidos, blasfemias, voces guturales, utilizando los órganos del cuerpo del poseso y así se dan a conocer; los “mudos”, como el del Evangelio, son demonios que no se manifiestan sensiblemente y que por eso mismo parecería que no están en el poseso, pero sí lo están. Como sea, el poder de Nuestro Señor Jesucristo, que es la fuerza omnipotente de Dios Trinidad, expulsa a cualquier clase de demonio, sea “hablante” o “mudo”.

“Si yo arrojo a los demonios con el dedo de Dios, es porque ha llegado a ustedes el Reino de Dios”. Si los exorcismos de Jesús en su tiempo, son indicativos de la presencia del Reino de Dios entre nosotros, la acción exorcista de la Iglesia Católica es también señal de que el Reino de Dios ha llegado a nosotros. Pertenecer a la Iglesia Católica es, por lo tanto, pertenecer al Reino de Dios.

jueves, 10 de diciembre de 2020

“Vayan a contarle a Juan lo que han visto y oído"

 


“Vayan a contarle a Juan lo que han visto y oído: los ciegos ven, los paralíticos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia el Evangelio” (Lc 7, 19-23). Juan el Bautista envío a dos de sus discípulos para que le pregunten a Jesús si Él es el Mesías, o si deben esperar a otro. Jesús no les responde directamente, sino indirectamente, enumerando los milagros que Él hace –curar paralíticos, sanar a leprosos y sordos, resucitar muertos- y finalizando con su actividad evangelizadora: “a los pobres se les anuncia el Evangelio”. Con esta respuesta, es evidente que Jesús responde afirmativamente, es decir, dice que sí es Él el Mesías esperado, porque esas obras que hace Él, no las hace en cuanto hombre santo a quien Dios acompaña con su poder, sino que las hace en cuanto Hombre-Dios, que despliega su poder divino, un poder que está en su Ser divino y que Él dispone de la manera que quiere y cuando quiere. En otras palabras, las obras que hace Jesús sólo las puede hacer Dios; entonces, si Jesús se auto-proclama Dios y hace obras que sólo Dios puede hacer, entonces es Dios en Persona, tal como Él lo dice. De otra manera, si no hiciera estas obras divinas, sería sólo un falso profeta, como los falsos profetas y falsos cristos que han aparecido a lo largo de la historia y que continúan apareciendo en nuestros días.

Ahora bien, si las obras que hace Jesús son una confirmación de que Él es el Mesías y Dios Hijo encarnado, el anuncio que Él hace del Evangelio, es una obra que sólo el Mesías y Dios puede hacer: anunciar a los pobres el Evangelio. “Anunciar a los pobres el Evangelio” no hace referencia sólo a los pobres materiales, sino ante todo a los pobres espirituales, los que están privados de la riqueza de la gracia y anunciar el Evangelio significa revelar a los hombres el plan de salvación puesto en marcha por la Trinidad con la Encarnación del Verbo y sellado luego con el sacrificio del Cordero en la Cruz del Calvario. Ésta sí que es una noticia que sólo el Mesías Dios podía dar, porque es un plan del Padre y “sólo el Hijo conoce al Padre” y “el Hijo habla de lo que el Padre le dice” desde la eternidad.

“Vayan a contarle a Juan lo que han visto y oído: los ciegos ven, los paralíticos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia el Evangelio”. Si aplicamos esta respuesta a la Iglesia, tendremos como revelación que así como Cristo es Dios y Mesías, así la Iglesia Católica es la Única Iglesia del Dios verdadero, porque sólo Ella obra, con el poder participado de Cristo, la sanación de los enfermos con la gracia santificante y sólo Ella anuncia a los hombres, a toda la humanidad, que Cristo es el Mesías esperado. Y si nosotros vemos y oímos que sólo la Iglesia Católica es la Iglesia verdadera, entonces eso es lo que debemos comunicar al mundo.


domingo, 4 de octubre de 2020

“El Reino de los cielos es semejante a un rey que preparó un banquete de bodas para su hijo”

 


(Domingo XXVIII - TO - Ciclo A – 2020 9

“El Reino de los cielos es semejante a un rey que preparó un banquete de bodas para su hijo” (Mt 22, 1-10). Jesús compara al Reino de los cielos con un banquete de bodas que un rey prepara para su hijo. Para saber el significado de la parábola y su inserción en el misterio salvífico de Cristo, debemos saber cuál es el significado sobrenatural de sus elementos. Así, el rey que organiza el banquete de bodas, es Dios Padre; el hijo del rey es Jesucristo, Dios Hijo, la Segunda Persona de la Trinidad; las bodas, representan la unión mística y nupcial entre la Segunda Persona de la Trinidad, el Verbo de Dios y la naturaleza humana de Jesús de Nazareth, en el seno virgen de María; el salón de fiestas es el lugar de la Encarnación del Verbo, es decir, el seno purísimo de María Santísima; los mensajeros del rey que invitan a las bodas, son los ángeles buenos y también los justos y profetas del Antiguo Testamento, que anunciaron la Primera Venida del Mesías; los primeros invitados, que rechazan la invitación a las bodas, son los integrantes del Pueblo Elegido, que desconocen al Mesías y lo crucifican; el segundo grupo de invitados, entre los que hay buenos y malos, son los integrantes del Nuevo Pueblo Elegido, los bautizados en la Iglesia Católica, entre quienes hay, efectivamente, quienes siendo pecadores buscan vivir en gracia y quienes viven abandonados al pecado.

“El Reino de los cielos es semejante a un rey que preparó un banquete de bodas para su hijo”. Falta un elemento, y es la ira del rey hacia los primeros invitados, puesto que manda a sus ejércitos a que arrasen la ciudad y den muerte a los invitados. La imagen puede parecer fuerte y la reacción del rey, un tanto desproporcionada; sin embargo, es lo que sucedió en la realidad, ya que Jerusalén fue arrasada por los romanos en el año 70 después de Cristo y es un signo de cómo no puede el hombre burlar a la Justicia Divina: si rechazaron la Misericordia de Dios encarnada, Jesucristo, crucificándolo, entonces les queda pasar por la Justicia de Dios. La ciudad arrasada y sus moradores muertos son figura también de las almas condenadas, es decir, de aquellos invitados a las bodas, los bautizados, que en vez de aceptar vivir en estado de gracia, eligieron vivir y morir en el pecado y por eso son figuras de los hombres que se condenan en el Infierno por propia elección.

“El Reino de los cielos es semejante a un rey que preparó un banquete de bodas para su hijo”. Nosotros formamos parte del segundo grupo de invitados al Banquete celestial: no despreciemos el llamado a la conversión eucarística y recibamos, en nuestras almas y con el corazón en gracia, el manjar del Banquete celestial, con el que Dios Padre celebra la unión nupcial de Dios con la humanidad, el Pan de Vida Eterna, la Sagrada Eucaristía.

domingo, 13 de septiembre de 2020

“El Reino de los cielos es semejante a un propietario que, al amanecer, salió a contratar trabajadores para su viña”

 


(Domingo XXV - TO - Ciclo A – 2020)

“El Reino de los cielos es semejante a un propietario que, al amanecer, salió a contratar trabajadores para su viña” (Mt 20, 1-16). Para graficar al Reino de los cielos, Jesús utiliza una parábola en la que el dueño de una viña sale a contratar trabajadores para su viña a distintas horas del día; al final de la jornada de trabajo, da a todos la misma paga, es decir, reciben el mismo pago tanto los que comenzaron a trabajar a la mañana, como aquellos que comenzaron a trabajar ya casi terminada la jornada de trabajo. Para saber el significado de la parábola, debemos reemplazar sus elementos naturales por elementos sobrenaturales y así la parábola cobrará sentido en el misterio de la salvación de Jesucristo.

Cuando hacemos esto, es decir, cuando reemplazamos los elementos naturales por los sobrenaturales, nos queda lo siguiente: el dueño de la viña es Dios Padre; la viña es la Iglesia Católica; el trabajo en la viña es la actividad apostólica de la Iglesia, por medio de la cual busca la conversión eucarística de las almas, es decir, la conversión de las almas a Cristo Dios oculto en la Eucaristía; los trabajadores contratados al inicio del día son los bautizados que, desde pequeños, se integran a la Iglesia y obran desde el interior de la misma, sea como laicos o como religiosos, para salvar almas; los trabajadores contratados a última hora son católicos que se convirtieron tardíamente, incluso aquellos que se convirtieron recién en el momento de la muerte, y también pueden ser los paganos que, luego de estar en el paganismo, recibieron la gracia de la conversión y se hicieron bautizar, ya siendo adultos; la paga que reciben todos los trabajadores, tanto los que comenzaron a trabajar en la Iglesia a edad temprana, como quienes se convirtieron incluso en el lecho de muerte, es la gracia de Dios o, también, la vida eterna en el Reino de los cielos: Dios da a todas las almas la misma paga, su gracia y la vida eterna, la eterna bienaventuranza, y esto sin importar ni la edad, ni el tiempo en el que el alma estuvo en la Iglesia.

Lo que sorprende en la parábola es la queja egoísta de los primeros trabajadores, quienes se sorprenden que los que llegaron al último reciban la misma paga que ellos, que estuvieron trabajando durante todo el día. Esta queja se debe, como decimos, al egoísmo humano y a la incomprensión de la grandeza de la Misericordia Divina: Dios es Amor y es un Amor no humano, sino divino, lo cual quiere decir Eterno e Infinito y también incomprensible e inabarcable. La grandeza del Amor de Dios se manifiesta en que Él da su perdón y la vida eterna a cualquier pecador, sin importar su edad o el tiempo en el que estuvo en su Iglesia, con tal de que el pecador esté verdaderamente arrepentido de su pecado y desee vivir la vida de la gracia. A Dios no le importa si el pecador vivió noventa años en el pecado y alejado de Él: si el pecador, de noventa años, se convierte antes de morir, lo cual implica un acto de amor a Dios, que lo amó primero dándole su gracia y su Amor, Dios le dará en recompensa el Reino de los cielos, la eterna bienaventuranza en la vida de la gloria, que es el mismo pago que recibirá aquel que, tal vez desde la niñez, estuvo siempre en la Iglesia y nunca se separó de la Iglesia. Esto es así porque el Amor de Dios no es como el amor humano: además de infinito y eterno, es incomprensible, inagotable, inabarcable y se brinda a Sí mismo a cualquier alma, con tal de que el alma lo quiera recibir, sin importar su edad ni su tiempo de militancia dentro de la Iglesia.

“El Reino de los cielos es semejante a un propietario que, al amanecer, salió a contratar trabajadores para su viña”. Cuando veamos a alguien que se convierte; cuando veamos a un pecador salir de su pecado; cuando veamos a un pagano convertirse a la Eucaristía, no seamos egoístas, como el trabajador quejoso de la parábola y, en vez de quejarnos, nos alegremos por esa conversión eucarística, porque eso significa que el alma ha dejado el mundo para convertirse a Dios en la Eucaristía, lo cual equivale a vivir ya desde esta tierra, con el corazón en el Cielo. No seamos egoístas y cuando veamos que alguien se convierte a Jesús Eucaristía, alegrémonos por el alma de nuestro hermano, que así comienza ya a vivir su Cielo desde la tierra.

sábado, 30 de mayo de 2020

“Un hombre plantó una viña”




“Un hombre plantó una viña” (Mc 12, 1-12). Jesús relata la parábola de los viñadores homicidas. Para comprenderla en su sentido celestial, debemos reemplazar los elementos naturales por elementos sobrenaturales. Así, el dueño de la viña es Dios Padre; su hijo es Jesús, Hijo de Dios; la viña es la Iglesia Católica; los viñadores homicidas son los fariseos y los escribas; los enviados por el dueño para intentar cobrar el arriendo y que luego son apaleados e incluso otros asesinados, son los profetas; la muerte del hijo del dueño de la viña es la Pasión y Muerte de Jesús en la Cruz; los nuevos arrendatarios de la viña, a los que les será dada la viña luego de quitársela a los actuales, son los bautizados en la Iglesia Católica. Es de esta manera que se comprende el sentido sobrenatural de la parábola: hace referencia al misterio pascual de Jesucristo por un lado y por otro, profetiza que quienes estarán detrás de la muerte de Jesús serán los fariseos y los escribas. Estos últimos, que son muy sagaces y astutos, se dan cuenta inmediatamente, al escuchar la parábola, que Jesús los está tratando a ellos de usurpadores de la viña y de asesinos de su Divina Persona y por eso es que comienzan a tramar un plan para matarlo.
“Un hombre plantó una viña”. No debemos pensar que los únicos viñadores homicidas son los fariseos y los escribas: cada vez que alguien comete un pecado, se convierte al mismo tiempo, más que en homicida, en deicida, porque Jesús, el Hombre-Dios, murió en la Cruz por nuestros pecados personales, por todos los pecados cometidos por todos los hombres de todos los tiempos, desde Adán hasta el último hombre que será concebido en el Último Día. Procuremos por lo tanto evitar el pecado y vivir en gracia, de manera que no solo no seamos deicidas, sino administradores fieles de la Viña de Dios, la Iglesia Católica, para recibir como premio, al fin de nuestra vida terrena el Reino de los cielos.


viernes, 2 de marzo de 2018

La parábola de los viñadores homicidas



"Los viñadores homicidas"
(Abel Grimmer)

         “Los arrendatarios mataron al heredero…” (cfr. Mt 21, 33-43.45-46). En la parábola de los viñadores homicidas, cada elemento natural representa una realidad sobrenatural. Así, por ejemplo: el Dueño de la Viña es Dios Padre; el Heredero es Dios Hijo; la Viña es la verdadera y única Iglesia de Dios, que antes de Cristo estaba formada por el Pueblo Elegido, los judíos, y después de Cristo, está formada por la Iglesia Católica; los viñadores arrendatarios y homicidas son los judíos; los enviados por el dueño para reclamar el pago del alquiler, son los santos y profetas del Antiguo Testamento; los nuevos arrendatarios, a los cuales el dueño entregará la viña luego de quitárselas a los antiguos, convertidos en homicidas, son los hijos adoptivos de Dios, los bautizados en la Iglesia Católica.



"Los viñadores homicidas"
(Abel Grimmer)

         La parábola de los viñadores homicidas nos revela entonces cómo los judíos mataron a Jesús, la Palabra de Dios, crucificándolo, al elegir sus propias tradiciones antes que la gracia del Hijo de Dios.
         Ahora bien, los católicos también matamos la Palabra de Dios en nuestros corazones, toda vez que rechazamos la gracia santificante y elegimos el pecado.
         La Cuaresma es el tiempo propicio para la conversión, que consiste precisamente en preferir la gracia antes que el pecado y desear la muerte terrena antes que cometer un pecado mortal o venial deliberado.


miércoles, 18 de mayo de 2016

“El que no está contra nosotros, está con nosotros”


“El que no está contra nosotros, está con nosotros”.  (Mc 9, 38-40). Frente a uno que “hacía milagros” en nombre de Jesús, pero que no pertenecía al círculo de sus discípulos, estos últimos “tratan de impedírselo”, argumentando precisamente que no forma parte de ellos: “no es de los nuestros”. La respuesta de Jesús abre el camino para comprender el verdadero ecumenismo: lejos de aprobar la conducta de sus discípulos, que pretendían callar a quien “no era de ellos”, Jesús les dice que “no se lo impidan”, porque –según da a entender-, si alguien hace milagros en su Nombre, no puede hablar mal de Él, lo cual quiere decir que, en cierta medida, está asistido por Él, ya que da buenos frutos: “No se lo impidan, porque nadie puede hacer un milagro en mi Nombre y luego hablar mal de mí”. Y quien está asistido por Él, como en el caso de la persona que hacía milagros en su Nombre, “está con Cristo”: “El que no está contra nosotros, está con nosotros”.  
Comentando este pasaje del Evangelio, el Beato Pío XII, en la Encíclica Mystici Corporis Christi, y parangonando la acción de la Iglesia con la de Cristo, da las claves acerca de en qué consiste el verdadero ecumenismo: la Iglesia Católica es la que posee la Verdad Revelada en su plenitud, mientras que las otras iglesias, en las que no se encuentra esta verdad plena, están llamadas a integrarse en esta plenitud. Dice así el Santo Padre: “La esposa de Cristo, la Iglesia, es única. Sin embargo, el amor del divino Esposo se extiende con largueza, de manera que, sin excluir a nadie, abraza en su Esposa al género humano entero”[1]. El Santo Padre extiende, por analogía, la actitud de Jesús de no rechazar a quien no forma parte del círculo más íntimo de los discípulos, con la actitud de la Iglesia que, en un verdadero ecumenismo, y sabiéndose portadora de la plenitud de la Revelación, abraza y llama a toda la humanidad, porque todos los hombres son “hermanos de Cristo según la carne” y están todos “llamados a la vida eterna”: “Cristo (…) abraza en su Esposa (la Iglesia) al género humano entero (…) (incluidos los hombres) todavía no incorporados al Cuerpo de la Iglesia, a los hermanos de Cristo según la carne, llamados con nosotros a la misma salvación eterna”[2].
Seguidamente, hace una velada alusión a las ideologías –liberalismo, marxismo, comunismo, socialismo, nazismo- que “exaltan el odio, la lucha, la violencia”, y por lo tanto enfrentan al hombre contra el hombre mismo, provocando crueles guerras fratricidas, y las contrapone con la Iglesia que, basada en el Mandamiento de su Señor, ama a todos los hombres, sin distinción alguna de ninguna clase, incluidos “a los enemigos”: “Nuestro Rey pacífico (…) nos ha enseñado no solamente amar a los que no son de los nuestros, de nuestra nación ni de nuestro origen (Lc 10, 33ss) sino (a) amar incluso a nuestros enemigos”[3].
“El que no está contra nosotros, está con nosotros”. Como miembros de la verdadera y única Iglesia de Jesucristo, el Hombre-Dios, nuestra misión es llamar a todos los hombres, cualquiera sea su raza, credo o condición social, para que ingresen a la Nueva Arca de salvación, la Iglesia Católica.



[1] Venerable Pio XII, Papa, Encíclica Mystici Corporis Christi.
[2] Cfr. ibidem.
[3] Cfr. ibidem.

jueves, 24 de marzo de 2016

Viernes Santo



(Ciclo C - 2016)

         El Viernes Santo, día de la muerte del Señor Jesús en la cruz, es el día más oscuro, más triste y más doloroso para la Iglesia Católica, porque es el día en el que las fuerzas de las tinieblas parecen haber prevalecido sobre ella, al dar muerte a su fundador. Sin Jesucristo, el Hombre-Dios, el ser humano está perdido, porque queda a merced de sus tres grandes enemigos: el Demonio, el pecado y la muerte; tres enemigos mortales que sólo buscan su destrucción, su ruina y su eterno dolor. Jesús, el Sumo y Eterno Sacerdote, muere en la cruz, y si los hombres, enceguecidos por el pecado, no pueden darse cuenta de que han matado a Dios Hijo encarnado, la naturaleza y el universo entero sí, y es por eso que, al morir Jesús, se produjo un eclipse del sol que “cubrió toda la tierra” (cfr. Mt 27, 45). Estas tinieblas cósmicas, que sobrevienen sobre toda la tierra al morir Jesús, son solo una figura, pálida, de otras tinieblas, mucho más densas y siniestras, porque son tinieblas vivientes, los ángeles caídos, que se abalanzan sobre los hombres a quienes ya nadie protege, porque ha muerto en cruz el Único que podía derrotarlos, Jesucristo, el Cordero de Dios. El Viernes Santo se eclipsó el sol cosmológico, el astro sol, cubriéndose la tierra de tinieblas, pero esas tinieblas son igual a nada, comparadas con las tinieblas vivientes, los ángeles apóstatas, y las tinieblas que significan el pecado y la muerte. Al morir Jesús en la Cruz, se abate sobre la humanidad el más completo terror, porque el Sumo y Eterno Sacerdote, Aquel que tenía el poder de Dios, porque era Dios, para vencer para siempre a los enemigos del hombre, ya no vive más, porque está muerto, con su Cuerpo sin vida, colgado sobre la cruz.
La Iglesia expresa este momento de triunfo aparente de las tinieblas sobre ella, con la ceremonia del Viernes Santo: por una lado, la postración del sacerdote ministerial, indica que el sacerdote, sin Cristo, cae por tierra, porque si el sacerdote tiene poder para convertir el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre del Cordero, es porque participa del poder sacerdotal del Sumo y Eterno Sacerdote, Jesucristo, pero ahora, en el Viernes Santo, el Sumo y Eterno Sacerdote ha muerto, por lo que el sacerdote ministerial queda reducido a la nada, ya que por sí mismo no puede, de ninguna manera, obrar el milagro de la Transubstanciación. La postración por tierra del sacerdote ministerial significa, por lo tanto, el momento más dramático para la Iglesia Peregrina, porque su Señor ha muerto en la cruz y ya no está, y sus enemigos parecen haber triunfado sobre ella.
El otro signo dramático con el que la Iglesia llora y lamenta la muerte de su Señor, a la par que advierte al mundo de la catástrofe espiritual que eso significa, es el hecho de que en este día, es el único en todo el año en el que no se celebra la Santa Misa, por el motivo de que el sacerdote ministerial, sin la participación al poder sacerdotal de Jesucristo, no tiene poder en sí mismo para convertir el pan y el vino en la Eucaristía, el Cuerpo y la Sangre de Jesús. Al no haber Sumo Sacerdote, no hay Misa, no hay Confesión sacramental, no hay sacramentos, no hay sacramentales, y la Voz de la Verdad eterna de Dios parece haber callado, por lo que la confusión reina entre los miembros de la Iglesia. Parece, el Viernes Santo, que la promesa de Jesús: “Las puertas del Infierno no prevalecerán contra mi Iglesia” (Mt 16, 18), no se ha cumplido y jamás podrá cumplirse. Todo parece humanamente perdido, por cuanto parece que hasta el mismo Dios ha sido vencido por las tinieblas, dando así razón a las palabras de Jesús al ser detenido: “Esta es la hora de las tinieblas” (cfr. Lc 22, 53).
La muerte de Cristo en la cruz nos tiene que hacer tomar conciencia, por lo tanto, acerca del poder del pecado, un poder tan grande, que es capaz de llegar al deicidio.
En el Viernes Santo, todo en la Iglesia es luto, dolor, tristeza, silencio, porque su Dueño y Señor, el Sumo y Eterno Sacerdote, el Cordero de Dios, el Hijo de Dios encarnado, el que venía a “deshacer las obras de Satanás” (cfr. 1 Jn 3, 8), ha muerto en cruz.
Pero hay alguien que da una esperanza a la Iglesia toda en medio del dolor y es la Virgen, Nuestra Señora de los Dolores, que está de pie, al lado de la cruz; a pesar de que a la Virgen le parece que muere en vida, porque ha muerto la Vida de su Corazón, la Virgen tiene esperanza porque confía en las palabras de su Hijo, que había dicho que al tercer día resucitaría, y es por eso  que, si bien su Inmaculado Corazón está triturado por el dolor, desde lo más profundo de su Corazón Purísimo, la Virgen conserva la esperanza, la serenidad e incluso hasta la alegría, porque sabe, con toda certeza, que su Hijo es Dios y que Él, cumpliendo su Palabra, vencerá a la muerte, al Demonio y al pecado, al surgir triunfante, glorioso y resucitado del sepulcro.

Pero mientras tanto, hasta que se cumpla el tiempo fijado para la Resurrección, la Virgen llora por la muerte del Hijo de su Amor, y también la Iglesia llora y hace duelo con María, al pie de la cruz, porque ha muerto el Redentor. 

miércoles, 22 de octubre de 2014

“Saben si llueve o si hace calor, pero no saben discernir los signos de los tiempos”


“Saben si llueve o si hace calor, pero no saben discernir los signos de los tiempos” (cfr. Lc 12, 54-59). Jesús les reprocha que saben interpretar el tiempo meteorológico, porque saben cuándo va a llover y cuándo va a “hacer calor”, pero no “saben interpretar el tiempo presente”, es decir, “el signo de los tiempos”, y esto constituye una falta deliberada, porque los signos de los tiempos pueden ser leídos por quienes quieran leerlos, puesto que son inteligibles para todo hombre y mucho más para nosotros, que estamos en la Iglesia Católica y que por lo tanto, poseemos la asistencia del Espíritu Santo. Si Jesús lo dice, es porque tenemos esa capacidad y poseemos además esta asistencia del Espíritu, y si no sabemos cuáles son, es porque no la ponemos en práctica y porque no pedimos la asistencia del Espíritu para conocer los signos de los tiempos. Desde el momento en que sabemos cuándo va a llover y cuándo va a hacer calor, debemos saber entonces cuáles son los “signos de los tiempos”.
¿Cuáles son estos signos de los tiempos, que debemos leer y discernir con nuestra razón y con la ayuda del Espíritu Santo?
Son signos de los tiempos, por un lado, las manifestaciones de la oscuridad, y las principales, son las de la Nueva Era: en nuestros días, proliferan, como nunca antes en toda la historia de la humanidad, la brujería, el satanismo, el gnosticismo, el ocultismo, el esoterismo, la religión wicca -que es brujería moderna-, el tarot, el culto a los extraterrestres –que es culto a los demonios-, la superstición desenfrenada y a cara descubierta –el Gauchito Gil, San La Muerte, la Difunta Correa-, y toda clase de religiones paganas y neo-paganas que manifiestan, de modo inocultable, que las fuerzas del Infierno se han desencadenado sobre la tierra y que buscan seducir a un gran número de almas, para perderlas por medio de la superstición, de la ignorancia, del error y de la herejía. Pero ante el gnosticismo, la superstición y la falsedad intrínseca de la Nueva Era, está la Palabra de Dios, que nos dice: “Las puertas del Infierno no prevalecerán contra mi Iglesia” (Mt 16, 18).
Son signos de los tiempos, por otro lado, las manifestaciones de la luz y la principal de todas, las de la Iglesia Católica, a través de sus sacramentos, sobre todo, la Eucaristía y el Sacramento de la Confesión: ambos sacramentos nos hablan de la Presencia del Emmanuel, de “Dios entre nosotros”. Los sacramentos –principalmente, la Eucaristía y la Confesión sacramental-, no son “cosas”, sino “eventos de salvación”, que actualizan y hacen presentes al Hombre-Dios Jesucristo con su misterio pascual salvífico y redentor; los sacramentos son acciones de la Iglesia por medio de las cuales ingresa, en nuestro tiempo humano y terreno, la eternidad salvífica de Jesucristo, el Cordero de Dios, quien derrama por medio de ellos su Sangre sobre las almas, lavándolas del pecado y purificándolas con su gracia y concediéndoles la gracia santificante, injertando en ellas la semilla de la vida eterna, concediéndoles la vida nueva de los hijos de Dios, la vida de la gracia, y preparándolas para la vida eterna, la vida en el Reino de los cielos. La Iglesia Católica y sus sacramentos, en este sentido, es el Gran Signo de los tiempos, y su presencia activa, nos está hablando acerca de la caducidad de esta vida terrena y de la proximidad inminente de la vida eterna en el Reino de Dios, vida beata y feliz para la cual nos prepara con los sacramentos, y éste es el signo de los tiempos por excelencia.

“Saben si llueve o si hace calor, pero no saben discernir los signos de los tiempos”. El “signo de los tiempos” más preclaro es la Iglesia Católica con sus sacramentos, puesto que nos habla de la vida eterna que nos espera, y es para esa vida eterna para la cual nos debemos preparar, a cada instante, en cada segundo de vida de esta vida terrena que nos queda por vivir. Ésa es la lectura y el discernimiento que debemos hacer del “signo de los tiempos”: vivir cada segundo de la vida terrena que nos queda, en la gracia de Dios, por medio de los sacramentos de la Santa Iglesia Católica –principalmente, Eucaristía y Confesión sacramental-, preparándonos para la vida eterna en el Reino de los cielos.