martes, 30 de julio de 2019

“El fin de los tiempos será como la cizaña que se arroja al fuego”



         Jesús explica cómo será el fin de los tiempos con la parábola del sembrador que siembra trigo, pero viene su enemigo y siembra cizaña -parecida al trigo, pero inútil-, haciendo que ambos crezcan al mismo tiempo (cfr. Mt 13, 36-43). Cuando se cumpla el tiempo en el que tenga que regresar el Hijo del hombre por Segunda vez, a juzgar el mundo –cuando termine el tiempo y comience la eternidad-, dará una orden a los ángeles, para que recojan la cizaña y la arrojen al fuego, mientras que al trigo lo almacenarán en los silos. La cizaña son los hombres malos, perversos, impenitentes, aliados con el demonio en la tarea de destruir su iglesia y consagrar a la humanidad a Lucifer: éstos serán derrotados de una vez y para siempre y serán arrojados al lago de fuego, el Infierno, para que nunca más salgan de allí. El trigo, a su vez, serán los hombres buenos, los que siendo pecadores sin embargo se esforzaron por adquirir la gracia, conservarla y acrecentarla, de modo que Jesús los encuentre en gracia en el momento de su Segunda Venida. Éstos serán “recogidos en los graneros”, es decir, llevados al Reino de los cielos, mientras que los malos serán “arrojados al fuego”, al estanque de fuego que es el infierno, en donde serán atormentados en cuerpo y alma por la eternidad.
“El fin de los tiempos será como la cizaña que se arroja al fuego”. Al final de nuestras vidas terrenas, nos esperan dos fuegos: el fuego que arde sin consumir, que provoca dolor y no cesa nunca, el fuego del infierno, y el fuego que arde sin consumir, pero no provoca dolor, sino gozo y alegría en el Espíritu Santo, el fuego del Cielo, el Amor de Dios. De nosotros y de nuestra fidelidad a la gracia depende de en cuál de los fuegos seremos envueltos para siempre. 


sábado, 27 de julio de 2019

En la Santa Misa se vive el Padrenuestro



(Domingo XVII - TO - Ciclo C – 2019)

         En el Evangelio (cfr. Lc 11, 1-13), Jesús enseña dos cosas: qué orar y cómo orar. Qué orar, porque nos enseña una oración nueva, el Padrenuestro, lo cual quiere decir que nos enseña a tratar a Dios como Padre; cómo orar, porque con la parábola del amigo que da a su amigo tres panes debido a la insistencia, sin hacer caso de lo inoportuno de la hora, Jesús nos enseña a que recemos a toda hora, en todo tiempo -a tiempo y destiempo- porque si el hombre de la parábola dio a su amigo lo que le pedía debido a su insistencia, también Dios nos dará a nosotros lo que le pedimos, si se lo pedimos con insistencia, también a tiempo y a destiempo. Por eso es que decimos que Jesús, en esta parábola, nos enseña a orar con insistencia, con constancia y con perseverancia.
         La otra cosa que nos enseña Jesús una oración nueva, propia del cristianismo y es el Padrenuestro: es nueva porque tratamos a Dios como a “Padre” y no solamente como a “Señor” y esto tiene fundamento en la realidad, porque por la gracia de la filiación adoptiva, somos verdaderamente hijos de Dios, no en un sentido meramente moral, de deseo o declarativo: verdaderamente somos hijos de Dios, porque hemos recibido, en el bautismo sacramental, la gracia de la filiación divina con la cual el Hijo de Dios es Hijo de Dios desde toda la eternidad. Por esto mismo es que con toda razón podemos llamar a Dios “Padre”. Ahora bien, la novedad del Padrenuestro no se termina ahí. Podemos decir, también con toda razón, que el Padrenuestro que rezamos, se realiza en la Santa Misa o, dicho en otras palabras, podemos decir que el Padrenuestro se vive en la Santa Misa. Veamos por qué.
         “Padrenuestro que estás en el cielo”: en el Padrenuestro nos dirigimos a Dios, que está en el cielo, pero en la Santa Misa, ese Dios al cual nos dirigimos está frente a nosotros, en el misterio de la liturgia, porque el altar se convierte en una parte del cielo, en donde se encuentra a Dios. Si en el Padrenuestro nos dirigimos a Dios, en la Santa Misa nos encontramos con Él, personalmente, porque si el altar es una parte del cielo durante la Misa, en el cielo está Él en su Trinidad de Personas.
         “Santificado sea tu Nombre”: en el Padrenuestro pedimos que el nombre de Dios sea santificado; en la Santa Misa, quien santifica por nosotros el nombre Tres veces Santo de Dios es el mismo Jesucristo, quien baja desde el cielo hasta el altar eucarístico, para dar gloria al Dios del cielo y así santificar su Nombre.
         “Venga a nosotros tu Reino”: en el Padrenuestro pedimos que venga a Dios su Reino; en la Santa Misa, esa petición se hace realidad, porque no sólo, como vimos, el altar se convierte en una parte del cielo en donde está Dios y por lo tanto su Reino, sino que en la Misa, por el misterio de la liturgia eucarística, viene a nosotros el Rey del cielo, Cristo Jesús en la Eucaristía.
         “Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo”: en el Padrenuestro pedimos que se haga la voluntad de Dios: en la Santa Misa esa voluntad se cumple, porque la voluntad de Dios es que todos seamos salvados y quien cumple ese deseo, renovando su sacrificio incruento en la cruz, sobre el altar, es Cristo Jesús, para que todos seamos salvados.
         “Danos hoy nuestro pan de cada día”: en el Padrenuestro pedimos el pan de cada día; en la Santa Misa, ese pedido se cumple, porque Dios, además de darnos lo que necesitamos en el plano material, nos da el pan Eucarístico, el Pan Vivo bajado del cielo, cada día, cada vez que celebramos la Santa Misa.
         “Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”: en la Santa Misa esta petición se cumple porque aun antes de que le pidamos a Dios que nos perdone, Él envía a su Hijo para que muera en la Cruz y así nos perdone los pecados, al mismo tiempo que nos da, desde la Cruz del altar y desde la Eucaristía, la fuerza sobrenatural que necesitamos para perdonar a nuestros enemigos, tal como Él nos perdonó desde la Cruz.
         “No nos dejes caer en la tentación”: en la Santa Misa se cumple esta petición, porque al comulgar la Eucaristía, recibimos no sólo los dones y las virtudes que nos fortalecen para no caer en la tentación, sino que recibimos al mismo Rey del Cielo, Cristo Jesús, quien nos comunica de su misma fuerza divina, para que no caigamos en la tentación y nos conservemos en estado de gracia.
         “Y líbranos del mal”: esta petición se cumple en la Santa Misa, porque Jesús, en el altar, renueva de modo incruento y sacramental su santo sacrificio del Calvario, sacrificio con el cual derrota para siempre al Demonio, que es el mal personificado, y así nos libra de este ángel caído, un ser  maligno que sólo busca nuestra eterna perdición. En la Misa, en cada Misa, se renueva el Santo Sacrificio de la Cruz, por el cual Cristo Jesús venció al Demonio de una vez y para siempre, librándonos del Príncipe del mal, el Demonio.
         “Amén”: el “Amén” que entonamos en la Santa Misa es el Amén con el cual nos unimos a la Iglesia Triunfante y a la Iglesia Peregrina, glorificando así nuevamente, al final del Padrenuestros, el Nombre Tres veces Santo de Dios.
         Por todas estas razones, no hay oración más hermosa que el Padrenuestro, porque no solo nos dirigimos a Dios como hijos adoptivos y muy amados suyos, sino porque también es una oración viva, que se vive en cada Santa Misa, que se realiza ante nuestros ojos, cada vez que rezamos como nuestro Padre.

miércoles, 24 de julio de 2019

Un sembrador salió a sembrar...



Un sembrador salió a sembrar, pero una parte de sus semillas no dan fruto porque caen al borde del camino; otras en terreno pedregoso y otras entre zarzas y espinas. Sin embargo, una parte cae en “tierra buena” y la semilla germina, dando grano en diversos porcentajes: cien, sesenta, treinta (Mt 13, 1-9).
         El mismo Jesús explica la parábola: la semilla es la Palabra de Dios; el sembrador es Dios Padre; el terreno malo son los corazones en donde abundan las preocupaciones y las tentaciones y en donde el Demonio obra a sus anchas, todo lo cual impide que las semillas den fruto; el terreno bueno, en donde dan fruto las semillas, es el corazón del hombre en gracia. Es la gracia la que permite que la Palabra de Dios dé frutos de santidad, de paz, de caridad, de justicia, de amor.
         Ahora bien, en la realidad hay algo que no está en la parábola: en la parábola, las semillas caen aleatoriamente en terrenos que por sí mismos no son buenos y por eso no dan fruto: en la realidad, el hecho de que la Palabra dé o no dé frutos depende de nosotros, porque de nosotros depende estar o no estar en gracia, es decir, corresponder o no a la gracia que se nos ofrece gratuitamente. Si decidimos estar en gracia, adquirirla, conservarla, acrecentarla, la Palabra de Dios dará mucho fruto en nosotros; pero si rechazamos la gracia nuestros corazones se volverán infértiles, como los terrenos infértiles de la parábola.
        

sábado, 20 de julio de 2019

“Marta, Marta, te preocupas por muchas cosas, pero solo una es necesaria. María ha escogido la mejor parte y no le será quitada”



(Domingo XVI - TO - Ciclo C – 2019)

         “Marta, Marta, te preocupas por muchas cosas, pero solo una es necesaria. María ha escogido la mejor parte y no le será quitada” (Lc 10, 38-42). Jesús va a casa de sus amigos, Marta, María y Lázaro. Mientras Marta se ocupa de los quehaceres de la casa, disponiendo todo para que Jesús y sus discípulos se encuentren cómodos, María se queda a los pies de Jesús, contemplándolo y escuchando sus enseñanzas. Esto motiva la queja de Marta, quien le dice a Jesús que le diga a su hermana que la ayude, a lo que Jesús responde: “Marta, Marta, te preocupas por muchas cosas, pero solo una es necesaria. María ha escogido la mejor parte y no le será quitada”. Es decir, mientras Marta hace algo que es necesario –disponer la casa y preparar la comida para Jesús y los invitados-, María al parecer “pierde tiempo” o “no hace nada”, puesto que se queda a los pies de Jesús, contemplándolo y escuchando sus enseñanzas. Sin embargo, a pesar de que esto es –al menos en apariencia- verdaderamente así, Jesús, en vez de decirle a María que ayude a Marta, no sólo no le dice nada, sino que afirma que lo que María hace, contemplarlo y escuchar sus palabras, es “la mejor parte” y que “no le será quitada”.
         En esta escena evangélica se pueden ver dos cosas: por un lado, las dos caras de una misma alma en relación a Jesús; por otro lado, la división que existe entre los carismas de la Iglesia, entre apostólicos o activos, en medio del mundo, que estarían representados en Marta y, por otro lado, los contemplativos o religiosos de clausura, que estarían representados en María. Lo que hay que decir es que las dos acciones de las hermanas son necesarias, puesto que Jesús no dice que lo que hace Marta no tiene importancia: sólo dice que la contemplación de María “es la mejor parte”, lo cual quiere decir que la acción de Marta también es considerada positivamente por Nuestro Señor.
         En cuanto a la representación de dos facetas de una misma alma, Marta, en su ocupación con las tareas de la casa, estaría representando al alma que, en medio del mundo, se ocupa de las cosas de Jesús, porque Marta no trabaja para ella, sino para agradar a Jesús. Así, sería el alma que, en medio de sus ocupaciones según su estado de vida, dedica sin embargo un pensamiento a Jesús, ofreciendo su trabajo a Jesús y santificándose en medio del trabajo. Es necesaria esta ocupación de Marta, porque es de sentido común que de las cosas del mundo alguien debe ocuparse y es esto lo que hace Marta, aunque el detalle distintivo es que lo hace siempre pensando en Jesús. A su vez, María sería esta misma alma cuando, haciendo una pausa en las tareas del hogar, dedica un tiempo y una hora específicos para rezar, para leer la Escritura, para meditar en la Palabra de Dios, para leer vidas de santos, etc.  Es decir, Marta sería la faceta activa del alma, mientras que María sería la faceta contemplativa.
         En la otra interpretación, en la que Marta representaría a los religiosos activos, es decir, a los que desarrollan su tarea evangelizadora en medio del mundo, María sería la que representaría a los religiosos contemplativos, que dedican sus días a la oración, a la adoración eucarística y a la contemplación. También aquí no puede decirse que las dos no sean útiles y necesarias, porque ambas son útiles y necesarias, aunque en las palabras de Jesús, la contemplación –la adoración eucarística y la meditación de la Palabra de Dios- es “la mejor parte”. Los monasterios de monjes y monjas contemplativos son tan necesarios al cuerpo de una nación, como lo es el corazón al cuerpo de un hombre, de ahí su importancia.
         “Marta, Marta, te preocupas por muchas cosas, pero solo una es necesaria. María ha escogido la mejor parte y no le será quitada”. Si se toma la escena evangélica como dos aspectos de una misma persona, sepamos que la adoración eucarística es la “mejor parte” de todas las tareas que tengamos para hacer, por lo que debemos siempre dedicarle un tiempo de nuestras ocupaciones; si se toma como haciendo referencia a las dos ramas, la contemplativa y la apostólica, sepamos que la contemplativa es también “la mejor parte” y de tal manera, que podemos decir que si nosotros, el conjunto de la población que formamos a Marta, respiramos y podemos amar a Dios, se lo debemos a estos monasterios en donde el Amor de Dios lo ocupa todo, desde el primero hasta el último lugar. Por esto mismo, hagamos todo lo posible para apoyar su labor de contemplación y adoración.

viernes, 19 de julio de 2019

“Misericordia quiero y no sacrificios”



“Misericordia quiero y no sacrificios” (Mt 12, 1.8). Jesús y sus discípulos se encuentran dando un corto paseo sabático –de no más de un kilómetro- por los campos. Debido a que el sábado era el día dedicado a Dios, había una serie de acciones que no podían hacerse en ese día, unas treinta y nueve en total y el segar y trillar eran parte de las obras prohibidas en el día de descanso[1]. Para la casuística rabina y también para los fariseos, la acción de arrancar las espigas era similar a segar y el frotarlas entre las manos era equivalente a trillar. Como los discípulos de Jesús tenían hambre, al pasar por el campo arrancan las espigas de trigo, las frotan entre sus manos y comen, con lo cual están técnicamente en falta ante la ley y es eso lo que le reprochan los fariseos. Jesús soluciona la cuestión basándose en el principio de que la necesidad excusa de la ley positiva: es decir, si tenían hambre, no cometían falta al comer el trigo. Para ello, cita el ejemplo de David (1 Sam 21, 1-6): huyendo de la ira de Saúl, David llegó adonde estaba el tabernáculo y allí el sumo sacerdote Abimelec le permitió comer de los doce panes llamados comúnmente “de la faz” –porque eran colocados en presencia de Dios en el santuario- o “de la proposición”, por el mismo motivo. Esta ofrenda se renovaba cada semana y por su carácter sagrado eran comidos sólo por los sacerdotes. Sin embargo, la presencia de David prevaleció sobre esta ley positiva y el sumo sacerdote determinó que convenía aplicar la excepción a la ley.
Nuestro Señor añade que el sacrificio del templo, ofrecido el sábado, es una transgresión literal del descanso sabático, desde el momento en que el servicio del templo es único y trasciende todos los demás deberes. Anticipándose a la réplica, Jesús hace una declaración sorpresiva: “Aquí hay alguien más grande que el templo”. Es decir, la presencia de Jesús hace del campo un santuario y presenta a la persona de Jesús como el gran sustituto del santuario, algo que estaba insinuado en las profecías mesiánicas[2].
Los fariseos que reprochan a Jesús no habían penetrado ni siquiera en el espíritu de la antigua ley, de lo contrario no habrían permitido que sus escrúpulos legales la privasen de un juicio prudente y caritativo respecto de los discípulos de Jesús. A su vez, Jesús tiene el poder de dispensarlos del descanso sabático porque Él es “Señor del sábado”, es decir, Él es Dios y en cuanto tal, puede hacerlo. El episodio finaliza con la frase de Jesús: “Misericordia quiero y no sacrificios”, es decir, la caridad prevalece sobre la ley positiva.
Para nosotros, discípulos de Cristo, no sólo no está prohibido comer los nuevos panes de la proposición, es decir, la Eucaristía, no el día sábado, sino el Día del Señor, el Domingo, sino que la Eucaristía es el fundamento y la causa para dar a nuestros prójimos, no la dureza de nuestros corazones, sino el Amor misericordioso de Jesús Eucaristía.


[1] Cfr. B. Orchard et al., Verbum Dei. Comentario a la Sagrada Escritura, Tomo III, Barcelona 1957, Editorial Herder, 392.
[2] Cfr. Orchard, ibidem, 392.

martes, 16 de julio de 2019

“Vengan a Mí los afligidos y agobiados y Yo los aliviaré”



“Vengan a Mí los afligidos y agobiados y Yo los aliviaré” (Mt 11, 28-30). Si hay algo que caracteriza a la vida del hombre sobre la tierra, después del pecado original, es la aflicción y el agobio, precisamente por haberse apartado el hombre de Dios a causa del pecado. El hombre fue creado por Dios para Dios, para que el hombre encontrara en Dios todo su solaz, toda su alegría, toda su paz y todo su amor. Al alejarse de Él por el pecado original, toda la vida del hombre se sumerge en una inmensa oscuridad, en donde todo es tinieblas, tribulación, aflicción y agobio y en donde nada de lo creado ni de lo material puede remediar esta situación. Nada de lo creado ni nada de lo material puede conceder al hombre la paz que sólo Dios puede darle, la paz de Dios que Dios infunde en el alma por la gracia. Es por esta razón que Jesús nos invita a que acudamos a Él, para que Él nos conceda la paz del corazón y nos quite el agobio, la tribulación y la aflicción. Si los hombres acudiéramos a Jesús, que está en la Eucaristía y en la cruz, si nos postráramos ante Él y le pidiéramos que nos dé su paz, su alivio y su amor, muy distinta sería la vida en la tierra, ya que se convertiría en un anticipo del paraíso. Muchos, ante las aflicciones y tribulaciones, acuden vanamente a otros hombres para encontrar alivio, pero solo encuentran mayores cargas y mayores tribulaciones y aflicciones, porque sólo Jesús puede dar verdadero alivio al corazón.
“Vengan a Mí los afligidos y agobiados y Yo los aliviaré”. Para encontrar y recibir el alivio, la paz y el amor que sólo Dios puede dar, debemos acudir ante la Eucaristía y la Cruz y postrarnos ante Jesús, cargar con su yugo que es suave e imitarlo en la mansedumbre de su corazón, y Jesús hará el resto por nosotros, concediéndonos la paz del corazón que sólo Él puede dar.


“Padre, has ocultado esto a los sabios y lo has revelado a los sencillos”



“Padre, has ocultado esto a los sabios y lo has revelado a los sencillos” (Mt 11, 25-27). Jesús dirige una breve plegaria en acción de gracias a su Padre Dios y en la plegaria le agradece que haya ocultado “todo esto” a los sabios y lo haya revelado en cambio a “los sencillos”. En esta breve oración de Jesús, hay muchas cosas para considerar. Por un lado, lo que el Padre oculta; por otro lado, cómo lo oculta; por último, la razón por la que lo hace. ¿Qué es lo que el Padre oculta a los sabios del mundo? Lo que el Padre oculta a los sabios del mundo son los misterios sobrenaturales absolutos de Dios, esto es, que Dios es Uno y Trino y que la Persona del Hijo Unigénito se ha encarnado en la humanidad de Jesús de Nazareth para salvar al mundo; que prolonga su Encarnación en la Eucaristía, que inhabita en el alma del que está en gracia y que ha de venir al fin del mundo para juzgar a vivos y muertos. Estas verdades de fe quedan ocultas a los sabios del mundo porque estos, en su soberbia, las consideran como cosa de poca monta o sino como fábulas religiosas sin sentido. Los sabios del mundo confían más en su razón y en la ciencia, antes que en la fe y en la Revelación de Jesucristo y por eso las verdades de fe quedan ocultas a sus inteligencias y corazones. ¿Cómo oculta el Padre estas verdades de fe? Simplemente, no concediendo la gracia santificante, que es la que ilumina las potencias del hombre, tanto la inteligencia como el corazón: sin la gracia santificante, todo el misterio pascual del Hombre-Dios Jesucristo queda reducido a lo que la razón puede entender, convirtiéndose en una religión humana, que descarta todo lo que no puede comprender: así, las verdades de fe, como por ejemplo, que hay un cielo para ganar y un infierno para evitar y que ambos son eternos, quedan reducidos en las mentes de los mundanos a meras fábulas religiosas imposibles de comprender y carentes de sentido. En cambio, los que reciben la gracia santificante, son iluminados por la misma y así los misterios de la fe resplandecen ante los ojos del alma y son los que guían sus vidas terrenas hacia la vida eterna. Por último, queda por responder la pregunta de por qué el Padre de los cielos oculta a los sabios la Verdad sobre su Hijo Jesucristo, mientras que la revela a los sencillos y humildes de corazón. La razón por la que lo hace es que los sabios del mundo, henchidos por su sabiduría mundana, desprecian las verdades de fe: entonces, para evitar que estas verdades de fe sean escarnecidas y se conviertan en objeto de burla, es que Dios las oculta a los que se envanecen con las ciencias humanas; por otro lado, da su gracia a los sencillos y humildes de corazón porque estos, conscientes de su nada, aceptan y creen en las verdades de fe sin poner reparos ni vanos razonamientos humanos: creen porque es Dios quien, a través de su Hijo Jesús y de su Iglesia, ha revelado las verdades de fe.
“Padre, has ocultado esto a los sabios y lo has revelado a los sencillos”. Que Dios nos conceda la gracia, por intercesión de María Santísima, de nunca anteponer nuestros razonamientos humanos, ante los misterios incomprensibles de la fe.

sábado, 13 de julio de 2019

“¿Quién es mi prójimo?”



(Domingo XV - TO - Ciclo C – 2019)

“¿Quién es mi prójimo?” (cfr. Lc 10, 25-37). Le preguntan a Jesús qué es lo que hay que hacer para heredar la vida eterna y Jesús responde citando el primer mandamiento, en el que se manda amar a Dios y al prójimo como a uno mismo. Luego, le preguntan quién es el prójimo al que hay que amar para ganar la vida eterna y Jesús responde con la parábola del hombre que es asaltado y golpeado y dejado a un lado del camino, medio muerto y al que asiste un samaritano, después de haber sido dejado de lado por un sacerdote y un levita. Jesús dice que quien se comportó como verdadero prójimo del hombre herido, es el samaritano, puesto que lo asistió de manera concreta y real en sus necesidades. Para ganar la vida eterna, concluye Jesús, hay que hacer lo mismo que hizo el samaritano con el hombre herido, esto es, acudir y socorrer a quien está en necesidad. Entonces, la respuesta de Jesús ante la pregunta de quién es el prójimo, es todo aquel que se comporta con amor de caridad para aquel que está más necesitado.
Pero además de esta enseñanza, en la parábola hay otra enseñanza oculta y para poder desentrañarla y para comprender un poco más su alcance, debemos reemplazar a sus integrantes por otros actores sobrenaturales. Así, por ejemplo, el hombre que es asaltado en el camino y es despojado de sus bienes, además de ser golpeado por los asaltantes, quedando moribundo en la banquina, es figura del hombre que ha caído en el pecado y ha sido despojado de su bien más preciado, que es la gracia, quedando su alma sin vida, al serle arrebatada la gracia por el pecado; el camino por donde va el hombre es la vida terrena; los asaltantes, que despojan al hombre de sus pertenencias y lo dejan malherido, son los demonios, que atacan al ser humano porque lo odian en cuanto es imagen de Dios, descargando sobre el hombre toda su furia infernal; el sacerdote que pasa de largo y el levita que hace lo mismo, sin prestar auxilio, son hombres de la Iglesia que, a pesar de estar en la Iglesia, se comportan para con su prójimo más necesitado con un corazón endurecido, sin mostrar la más mínima compasión, comportándose así de manera cínica e hipócrita, porque mientras por fuera aparentan ser hombres religiosos, cuando llega el momento en que deben auxiliar a su prójimo poniendo en práctica su religión, miran para otro lado y lo dejan abandonado a su suerte; la hospedería en donde es llevado el hombre malherido, es la Iglesia Católica, en donde el alma recibe todo tipo de curaciones para las heridas espirituales y también corporales; el buen samaritano es figura de Cristo, el Hombre-Dios, que a diferencia del levita y del sacerdote, sí se compadece de la humanidad herida y la cura con el bálsamo de la gracia santificante, sanando sus heridas, llevándolo sobre sus hombros y conduciéndolo a un lugar seguro, que es su mismo Sagrado Corazón. El buen samaritano es figura de Cristo que, con su sacrificio en cruz y con su Sangre Preciosísima que hace caer sobre las almas, las cura quitándoles el pecado y las sana, devolviéndole al hombre caído en el pecado la vida que le concede la gracia santificante. La parábola nos enseña entonces que el amor a Dios que se manda en el Primer Mandamiento debe ponerse por obra concreta y práctica en el prójimo más necesitado; de lo contrario, si decimos que amamos a Dios, pero no amamos a nuestro hermano que necesita nuestra ayuda, nos engañamos a nosotros mismos y nuestra religión es falsa.
“¿Quién es mi prójimo?”. Precisamente, para que no nos engañemos con el Primer Mandamiento, pensando que lo cumplimos porque rezamos a Dios y tenemos amor de nosotros mismos, Dios ha dispuesto que para cumplir cabalmente este mandamiento, debamos además socorrer a nuestro prójimo más necesitado. Sólo si, por amor a Dios y en la imitación de Cristo Buen Samaritano, socorremos a nuestro prójimo más necesitado -con cualquiera de las catorce obras de misericordia, corporales y espirituales-, solo así, estaremos en condiciones de ingresar en la vida eterna, al final de nuestra vida terrena.


martes, 9 de julio de 2019

“No tengáis miedo a los que matan el cuerpo”



“No tengáis miedo a los que matan el cuerpo” (Mt 10, 24-33). Con esta advertencia, Jesús nos anima a no temer al hombre, puesto que el verdadero y único temor que debemos tener es el de ofender a Dios con el pecado. Es verdad que el hombre puede matar al hombre, pero no puede hacer nada más, porque el hombre no tiene ningún poder sobre el alma: una vez que una persona muere, su cuerpo queda en tierra para ser sepultado, mientras que su alma va directamente a la Presencia de Dios, para recibir su Juicio Particular. La advertencia de Jesús es necesaria, porque en la predicación del Evangelio, la Iglesia se encuentra con la resistencia violenta de quienes no quieren saber nada de la Buena Noticia, llegando incluso a dar la muerte física a quienes lo proclaman. Ante esta situación, dice Jesús, no debemos tener miedo, porque lo máximo que pueden hacernos es quitarnos la vida corporal, pero no la vida eterna, la cual será concedida por Dios como premio a quien dé su vida por el Evangelio. Sí debemos temer a quien puede condenar en la Gehena, es decir, a Dios, porque es quien verdaderamente tiene poder, más allá de esta vida, sobre las almas, y es el que puede condenar o salvar eternamente a un alma. No tengamos miedo de quienes sólo pueden quitar la vida corporal; tengamos temor de Dios y procuremos no ofenderlo con el pecado, para que así Él, que es el dueño de los cuerpos y de las almas, nos conceda la vida eterna al final de nuestra vida terrena.

“El Espíritu de vuestro Padre hablará por vosotros”



“El Espíritu de vuestro Padre hablará por vosotros” (Mt 10, 16-23). Jesús envía a sus discípulos a misionar, pero les advierte dos cosas: que los envía como “ovejas en medio de lobos” y que “deben ser astutos como serpientes y mansos como palomas”. Con esto, les está anticipando el medio hostil que encontrarán frente a la predicación y la razón es que el mundo, hacia el cual va dirigida la predicación de la Buena Noticia, está bajo el poder del Maligno, del Príncipe de la mentira, Satanás, el Ángel caído. Por esta razón, porque está bajo el poder del Maligno, el mundo es absolutamente contrario a la Buena Noticia, la cual implica que el mundo dejará de estar bajo el poder del Maligno, porque éste será derrotado por Jesucristo en la cruz. En esta tarea de evangelizar, los discípulos tendrán que tener bien en cuenta los consejos de Jesús: deberán ser “mansos como corderos” para no responder con violencia a la violencia ejercida por los esbirros del Maligno; deberán ser “astutos como serpientes” para no caer en las trampas de aquellos que usan la mentira como forma de conseguir sus planes contra Cristo; por último, deberán ser como verdaderas “ovejas en medio de lobos”, porque el misionero, el que predica el Evangelio, es literalmente como una oveja en medio de lobos, porque su fortaleza es la mansedumbre y la humildad del Cordero de Dios, Jesucristo, frente a los dientes afilados y las garras de quienes se oponen a la Buena Noticia. En apariencia, la Iglesia de Cristo -esto es, los misioneros, los que anuncian la Buena Noticia en medio del mundo- están inermes, porque los que son partidarios del Maligno utilizan la violencia en todas sus formas para oponerse a la difusión del Evangelio de Jesucristo. Esto es patente en gobiernos de países comunistas, como Corea del Norte, Cuba, China, en donde existen campos de concentración para cristianos, en los que son recluidos y obligados a trabajos forzados e incluso hasta morir de extenuación y de hambre, no por haber cometido delitos, sino por el simple hecho de ser cristianos, esto es, de creer en Cristo como Salvador. En países no comunistas también se da la persecución, aunque incruenta, contra la Iglesia Católica y esto se ve en la sanción de leyes que atentan directamente contra la Ley de Dios, como el aborto, la ideología de género, la Educación Sexual Integral, el divorcio, la eutanasia y tantas otras leyes contrarias a la voluntad de Dios.
“El Espíritu de vuestro Padre hablará por vosotros”. Ahora bien, si bien es cierto que la persecución contra la Iglesia arrecia, tanto en países comunistas como en países no comunistas, es también cierto que la asistencia divina para quien proclame el Evangelio de Jesucristo no faltará en ningún momento. Esta asistencia del cielo se verá patente cuando los cristianos sean llevados ante las autoridades para dar cuenta de qué es lo que están diciendo -que Dios se hizo hombre para redimir al hombre y que ha de venir al fin del mundo para juzgar a vivos y muertos-, porque quien asumirá la defensa de los cristianos será el Espíritu Santo en Persona: “El Espíritu de vuestro Padre hablará por vosotros”. Es decir, cuando los cristianos sean apresados, será el Espíritu de Dios quien, supliendo la debilidad humana, hablará a través de sus frágiles hijos, los cristianos, para anunciar al mundo lo que está escrito desde el inicio en las Escrituras: el Hijo del hombre aplastará la cabeza de la Serpiente Antigua, el Príncipe de este mundo, para arrojarlo al lago de fuego ardiente y para instaurar un reino mesiánico de paz divina, de justicia divina, de amor divino.

“Id y proclamad que el Reino de los cielos está cerca”



“Id y proclamad que el Reino de los cielos está cerca” (Mt 10, 1-7). Jesús envía a los Doce discípulos a misionar, con un encargo muy específico: anunciar que “el Reino de los cielos está cerca”. Para los hombres que escuchan el mensaje, éste puede sonar un poco extraño, e incluso incomprensible: en efecto, todos tienen experiencia y conocimiento de reinos terrestres, pero ninguno sabe de qué se trata el reino de los cielos. Muchos, al escuchar este anuncio, tienen la tentación de confundirlo con reinos terrestres, porque es de lo que tienen experiencia. Por esta razón es que Jesús hará la aclaración, en otro lugar, acerca del reino, diciendo que “no está aquí ni allá”, porque este reino no tiene extensión geográfica, ni puede ser localizado en ningún lugar, ya que no se trata de un reino al estilo de los reinos humanos y terrestres.
El Reino de los cielos es de naturaleza celestial, es de origen sobrenatural y es eminentemente espiritual, de ahí que no pueda ser localizado en ninguna parte. Si esto es así, ¿a qué se refiere Jesús cuando dice que “el Reino de los cielos está cerca? Podemos comprender las palabras de Jesús cuando comprendemos que el Reino de los cielos está o comienza a estar en un alma que posee la gracia santificante. En efecto, es la gracia en el alma, la gracia conquistada por Cristo al precio de su Sangre Preciosísima, el Reino de los cielos en la tierra. Es decir, en toda alma en gracia, es allí en donde se encuentra el Reino de los cielos: aún más, no solo el Reino de los cielos, sino el Rey de los cielos en Persona, Cristo Jesús, porque Cristo Jesús, el Rey de cielos y tierra, inhabita en el alma en gracia. Por eso podemos decir que si bien el Reino de los cielos no tiene una localización geográfica, sí se encuentra cerca, tan cerca como cerca está un alma que está en gracia. Para pertenecer a este maravilloso Reino de los cielos, entonces, solo tenemos que tener nuestra alma en gracia de Dios.

Jesús expulsa a un demonio mudo



“Jesús expulsa a un demonio mudo” (Mt 9, 32-38). El episodio del Evangelio demuestra dos cosas: por un lado, que los demonios, es decir, los ángeles caídos, existen, puesto que se describe la posesión de uno de ellos, que se apodera del cuerpo de una persona; por otra parte, demuestra que Cristo es Dios, porque sólo Dios, con su omnipotencia, puede expulsar a un demonio del cuerpo de un hombre del cual ha tomado posesión. Un dato curioso es que el demonio es “mudo”, lo cual quiere decir que no se da a conocer y que toma posesión del hombre sin decir ni una sola palabra. Hay otros demonios, descriptos por los exorcistas, que son en cambio expresan, con gritos, con palabras ofensivas y con alaridos, su presencia, por lo cual no pertenecen a la categoría de “mudos”. Muy probablemente el hecho de que existan demonios mudos, que hacen que los posesos adopten actitudes extrañas, haya influido en la teología protestante y progresista para descartar su presencia, confundiendo los síntomas propios de una posesión con los síntomas de una enfermedad neurológica o con síntomas neurológicos, como la epilepsia. Sin embargo, el Evangelio no deja lugar a dudas y si dice que era un “demonio mudo”, es porque en realidad se trataba de un ángel caído que había tomado posesión de un hombre y no de una enfermedad neurológica.
“Jesús expulsa a un demonio mudo”. En nuestros días, las posesiones diabólicas han aumentado exponencialmente y esto se ve en numerosos signos, como por ejemplo, el abandono masivo de la Iglesia por parte de numerosos fieles y el hecho de que no se vean posesos que profieren gritos, alaridos y blasfemias como lo hacen los demonios que no son mudos, no significa que la acción de los demonios no sea real, efectiva y verdadera. Las posesiones demoníacas se dan, sobre todo, en el contexto de devociones supersticiosas y paganas, además de verdaderamente demoníacas, como las devociones neo-paganas a San La Muerte, el Gauchito Gil y la Difunta Correa, entre otros. A mayor presencia de estas devociones demoníacas, mayor serán las posesiones por parte de demonios mudos, como los del Evangelio. Y, al igual que en el Evangelio, sólo Cristo Dios, que con su poder divino expulsa a los demonios con el poder de su voz, sólo él, que transmite su poder a los sacerdotes ministeriales, puede librarnos del poder de los habitantes de las tinieblas, los ángeles caídos.

sábado, 6 de julio de 2019

“Los envió de dos en dos”



(Domingo XIV - TO - Ciclo C – 2019)

         “Los envió de dos en dos” (Lc 10, 1-12. 17-20). Tras el envío de los Doce (un número que recuerda y representa a Israel), ahora Jesús elige a Setenta y dos (un número que hace alusión a los pueblos paganos) y los envía a anunciar el Evangelio; más específicamente, los envía a preparar la Venida del mismo Jesús, los envía a anunciar que “el Reino de Dios está cerca”[1]. En este envío está entonces implícito el alcance universal de la misión de la Iglesia Católica, pues el mismo Jesús envió a la Iglesia primera a misionar, tanto a los judíos (envío de los Doce) como a los gentiles (envío de los Setenta y Dos).
         El discípulo que es enviado a la misión tiene algunos compromisos: primero la oración –explicitado en el “rueguen” de Jesús-, porque los frutos de la misión no dependen del obrar humano –lo cual sería caer en una especie de gnosis prometeica-, sino de la acción de Dios sobre las almas por medio de la gracia y Dios obra cuando las almas piden fervorosa y piadosamente su intervención. El pensamiento del misionero debe ser siempre preparar a las almas para la Venida del Salvador.
El segundo compromiso del misionero es anunciar el Evangelio con paz, serenidad y valentía, incluso ante la amenaza de persecución –los envío como “corderos en medio de lobos”-. No estamos lejos de esta realidad, porque la Iglesia atraviesa, en los inicios del siglo XXI, una persecución sin precedentes, tanto cruenta como incruenta y esta persecución es de tal magnitud, que muchos consideran que la persecución a la Iglesia en el siglo XXI supera a las persecuciones de los primeros siglos. Esta persecución es cruenta, como en los países comunistas –Corea del Norte, China, Cuba- o incruenta, como en los países occidentales.
Por último, el que está en la misión debe llevar una vida sobria y austera –“no lleven monedero, zurrón ni calzado ni se detengan a saludar a nadie”- y la razón es que la misión no es un encuentro fraterno con amigos, ni una ocasión para un intercambio cultural, sino que se trata de ingresar en un territorio espiritual en el que las almas deben ser conquistadas, una a una, con la oración y la gracia, para el Reino de Dios. Por esta razón, el misionero debe “asemejarse a un hombre que emprende un viaje urgentísimo, sin mirar a derecha ni a izquierda, puesto que su mensaje es verdaderamente urgente: el Reino de Dios está cerca”[2].
         Por último, el Evangelio nos dice que si se ven frutos de la misión, lo que debe alegrar al alma no es que se le sometan los demonios, ni que realice grandes curaciones, sino que “su nombre está inscripto en el cielo” y es por eso que está haciendo la misión.
         “Jesús eligió a setenta y dos y los envió de dos en dos”. Del mismo modo a como la Iglesia primitiva tenía la misión de evangelizar a judíos y gentiles, así también la misión de la Iglesia no ha cambiado y se dirige tanto a judíos como a gentiles, es decir, a todos los hombres, con el mismo anuncio: “el Reino de Dios está cerca” y con el mismo sentido de urgencia con el que predicaron los misioneros enviados por Jesús. Puesto que somos hijos de la Iglesia, también nosotros debemos considerarnos misioneros que anuncien que el Reino de Dios está cerca, en nuestros ámbitos de trabajo y estudio y según nuestro estado de vida. No hay nada más importante y más urgente para nosotros y para nuestro prójimo que anunciar que el Reino de Dios y la Segunda Venida de Jesucristo están cerca.
        


[1] B. Orchard et al., Verbum Dei. Comentario a la Sagrada Escritura, Tomo III, Editorial Herder, Barcelona 1957, 608.
[2] Cfr. Orchard, ibidem, 608.

“Los amigos del Esposo ayunarán cuando Éste les sea quitado”


        

         “Los amigos del Esposo ayunarán cuando Éste les sea quitado” (Mt 9, 14-17). Ante la pregunta de por qué sus discípulos de Jesús no ayunan, como sí lo hacen los discípulos de Juan el Bautista, Jesús responde con una figura, la del esposo, y con una profecía: “Los amigos del Esposo ayunarán cuando Éste les sea quitado”. La figura del esposo la utiliza Jesús para aplicársela a Sí mismo: Él es el Esposo de la Iglesia Esposa, que se ha unido a la Humanidad de modo nupcial en la Encarnación, para redimirla y conducirla al Reino de Dios. Él es, entonces, el Esposo de la Iglesia Esposa y mientras Él, el Esposo, esté en la tierra, entonces sus discípulos no ayunarán; pero cuando el Esposo –Él mismo- sea quitado de la tierra, por causa de su muerte en cruz, entonces sí ayunarán. Es decir, Nuestro Señor insinúa la Pasión, al responder que "ayunarán cuando el Esposo les sea quitado", puesto que “el ayuno, que hace aparecer triste el rostro, se aviene mal con la alegría que los discípulos sienten por la presencia de su Maestro; cuando les sea arrebatado el Maestro, les quedará tiempo para ayunar”[1].
         “Los amigos del Esposo ayunarán cuando Éste les sea quitado”. Nosotros pertenecemos a la generación de los amigos del Esposo a los que se les ha quitado el Esposo, porque Jesús ya ha sufrido su muerte en Cruz y, aunque ha resucitado y está vivo y glorioso en la Eucaristía, no podemos verlo sensiblemente, como sí podían sus discípulos; por esta razón, a nosotros nos corresponde el ayuno, porque nos ha sido quitado el Esposo. En la espera de la Segunda Venida del Esposo, y sabiendo que cuando venga nunca más se separará de nosotros, es que ayunamos, principalmente de toda obra mala, en el tiempo, para saciarnos de su gloria en la eternidad.


[1] B. Orchard et al., Verbum Dei. Comentario a la Sagrada Escritura, Tomo III, Editorial Herder, Barcelona 1957, 379.

martes, 2 de julio de 2019

“Tus pecados quedan perdonados”



“Tus pecados quedan perdonados” (Mt 9, 1-8). Le presentan a Jesús un paralítico pero no para que le cure la parálisis, sino para que le perdone sus pecados: esto se deduce del hecho de que Jesús le dijera: “Tus pecados te son perdonados” y que no lo curara, en primera instancia, de su parálisis. Es decir, tanto el paralítico como los que lo llevan –y así lo interpreta también Jesús-, no buscan el milagro de la curación física, sino el perdón de los pecados. Por esta razón es que Jesús, sólo después de haber leído los pensamientos de algunos de los asistentes en los que era acusado de “blasfemo” -puesto que sólo Dios podía perdonar los pecados-, sólo entonces, es que Jesús realiza el milagro de la curación física del paralítico: “Para que veáis que el Hijo del hombre tiene potestad en la tierra para perdonar los pecados -dijo al paralítico-: Ponte en pie, recoge tu camilla y vete a tu casa”. Jesús hace el milagro de la curación del paralítico sólo después de perdonar los pecados de éste y lo hace para que los que dudaban acerca del poder de Jesús de perdonar los pecados, tuvieran una prueba sensible de su poder invisible. Es decir, Jesús realiza el milagro de la curación física del paralítico para demostrar que verdaderamente tiene poder para perdonar los pecados: si Él es Dios -sólo Dios puede hacer un milagro de tal magnitud, una curación física de esa envergadura-, entonces Él puede perdonar los pecados, porque sólo Dios puede perdonar los pecados.
Además de resaltar la condición de Jesús de ser Hijo de Dios, con el consecuente poder de perdonar los pecados, del episodio del Evangelio se destacan, por un lado, la conciencia delicada del paralítico y su amor por la gracia, puesto que él acude a Jesús no para que lo cure físicamente, sino para que le perdone Jesús los pecados; por otro lado, queda de manifiesto la malicia de los que murmuran contra Jesús, porque si es cierto que sólo Dios puede perdonar los pecados, al hacer el milagro de la curación física del paralítico, Jesús demuestra que Él es Dios y que puede efectivamente perdonar los pecados, con lo cual, si alguien persiste en el rechazo de Jesús, este rechazo es infundado y sólo revela malicia en el corazón.
Reconozcamos a Jesús en cuanto Dios y, a imitación del paralítico, que nos preocupe antes la salud del espíritu que la del cuerpo.


“Increpó a los vientos y al mar y vino una gran calma”



“Increpó a los vientos y al mar y vino una gran calma” (Mt 8, 23-27). Jesús, que dormía en la Barca de Pedro –aprovechando la oportunidad de un breve descanso[1]-, es despertado los discípulos, los cuales han entrado en pánico al desencadenarse una tormenta de tal magnitud sobre la barca, que amenazaba con hundirla. Jesús se levanta y luego de reprender con calma la falta de fe al gritar “¡Vamos a perecer!”, pues ellos debían saber que estaban seguros en su compañía, sea que Jesús estuviera despierto o dormido[2], increpa a los vientos y al mar e inmediatamente “sobreviene una gran calma”. El milagro en sí mismo muestra que Jesús es Dios, porque sólo Dios puede obrar un milagro semejante sobre la naturaleza. En efecto, siendo Él su Creador, a Él le obedece la naturaleza entera.
Pero además del milagro en sí, hay algo que se destaca y es el hecho de que cada elemento en el pasaje evangélico, hace referencia a una realidad sobrenatural. Así, por ejemplo: la Barca de Pedro en donde Jesús duerme, es figura de la Iglesia Católica; la tempestad que se abate sobre la barca -el fuerte viento y las olas enormes- y amenaza con hundirla, son los ataques que la Iglesia Católica sufre a lo largo de su historia, por parte de los hombres que odian a Dios, azuzados en su odio por el Enemigo de Dios y las almas, el Demonio; el hecho de que Jesús duerma mientras arrecia el peligro, significa que llegará un momento en que mientras la Iglesia será atacada de todas las formas posibles, Jesús Eucaristía parecerá callado, al punto de pensar todos que Dios mismo se ha dormido; el despertar de Jesús y su intervención consiguiente, que hace cesar la tempestad de inmediato luego de increpar al viento y al mar, hace referencia a una súbita y repentina intervención de Jesús, en momentos en los que el mundo, el hombre y el demonio ataquen con tanta fuerza a la Iglesia, que todo parecerá humanamente perdido. En ese momento, Dios intervendrá desde la Eucaristía, para derrotar a sus enemigos y para inaugurar una nueva era de paz y amor en su Iglesia.
“Increpó a los vientos y al mar y vino una gran calma”. Cuando todo parezca humanamente perdido, recordemos la intervención súbita de Jesús y tengamos confianza en su Amor Misericordioso, que late en la Eucaristía y nunca abandona.


[1] B. Orchard et al., Verbum Dei. Comentario a la Sagrada Escritura, Tomo III, Ediciones Herder, Barcelona 1957, 375.
[2] Cfr. B. Orchard, ibidem 375.