sábado, 31 de diciembre de 2022

Solemnidad de Santa María, Madre de Dios

 



(Ciclo A – 2022 – 2023)

          La Iglesia Católica celebra la Solemnidad de Santa María, Madre de Dios, al inicio del año civil, por dos razones. Por un lado, porque la solemnidad está en estrecha e íntima relación con la Navidad, desde el momento en que la Virgen es Aquella que hace posible la Navidad: con su “Sí” al anuncio del Ángel, la Virgen permite que el Espíritu Santo deposite, en su seno virginal, al Verbo de Dios Encarnado, para llevarlo consigo durante nueve meses y darlo a luz en la gruta de Belén. De esta manera la Iglesia, al colocar a esta solemnidad a continuación de la celebración de la Navidad, da una continuidad a la Navidad, puesto que la esencia de la Navidad consiste en el misterio de la Encarnación del Verbo y de su Nacimiento virginal y milagroso para redimir a la humanidad por medio de su Santo Sacrificio en la Cruz. Si la Virgen no fuera, al mismo tiempo que Virgen, Madre de Dios Hijo encarnado, la Navidad no tendría sentido de ser.

          A su vez, la Virgen es Madre de Dios en un sentido real y no figurado, metafórico o simbólico ya que, como afirma Santo Tomás de Aquino, se llama “madre” a la mujer que da a luz a una persona y la Virgen da a luz -milagrosamente, no como un parto humano natural- a una Persona, la Segunda de la Trinidad, la Palabra del Padre, el Verbo de Dios, que si bien es eterno y por esto su Ser divino trinitario no tiene principio ni fin, nace a su vez en el tiempo con la Humanidad Santísima de Jesús de Nazareth, humanidad que Él creó inmaculada y a la que santificó al unirla hipostáticamente a su Persona. Por esta razón, por el hecho de dar a luz en el tiempo a la Persona eterna de la Santísima Trinidad, la Segunda Persona, Dios Hijo, la Virgen es, al mismo tiempo que Virgen, Madre de Dios.

          La segunda razón por la cual la Santa Iglesia coloca esta solemnidad, al inicio del año civil, es para que sus hijos, es decir, los católicos, consagremos el año que se inicia -con un “Salve” rezado frente a la imagen de la Virgen, por ejemplo- al Inmaculado Corazón de María, de manera tal que todo el año terreno que nos toque vivir esté bajo el amparo y el cuidado maternal de nuestra Madre del Cielo. Entonces, en el primer segundo del Año Nuevo, no festejemos de modo pagano, no celebremos el paso del tiempo solo por celebrar, puesto que el tiempo sin Dios es de temer y no es para celebrar; lo que da sentido a la celebración del paso del tiempo es que consagremos el nuevo tiempo que se inicia, al Inmaculado Corazón de María, que es el Portal de la Luz Eterna, Cristo Jesús; en otras palabras, consagrando al Corazón de María el nuevo año que inicia, viviremos el tiempo terreno unidos a la Eternidad en Persona, Cristo Jesús. Y esto sí es motivo para festejar.

lunes, 19 de diciembre de 2022

Solemnidad de la Natividad de Nuestro Señor Jesucristo

 



(Ciclo A - 2022 – 2023)

         “Levántate y resplandece, Sión, porque la gloria del Señor resplandece sobre ti” (Is 60, 1). La visión del profeta Isaías, en la que contempla la luminosa gloria del Dios Único y Viviente, sobre Sión, se aplica, en términos sobrenaturales, a la Nueva Sión, la Iglesia Católica y de modo específico, para el momento en el que se produce el Nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo. La razón del porqué se aplica a la Iglesia Católica esta profecía, es que está dirigida a Ella, la Esposa de Cristo, la Iglesia Católica, es la verdadera y definitiva Sión, la Morada Santa del Redentor y Salvador de los hombres.

         Las palabras del profeta Isaías describen un contraste entre luz y oscuridad: por un lado, hacen referencia a la tenebrosa y siniestra realidad en la que la humanidad está envuelta desde el pecado original: “Las tinieblas cubren la tierra y una densa oscuridad se cierne sobre los pueblos” (60, 2). Se trata de una siniestra y tenebrosa realidad, porque las tinieblas que “cubren la tierra” y la “densa oscuridad que se cierne sobre los pueblos”, no son la descripción de un fenómeno meteorológico o cósmico, sino algo inmensamente más grave y peligroso para la salvación eterna de los hombres: esas tinieblas y esa oscuridad son tinieblas vivientes, son los demonios, los ángeles caídos, que salidos del Infierno, se han esparcido sobre la tierra para acechar a los hombres, para tenderles trampas, para hacerlos caer en la superstición, en el error, en el engaño, en la idolatría, en la magia, en el oscurantismo, en la brujería, en el satanismo, y así condenar sus almas por la eternidad.

Por otro lado, las palabras del profeta Isaías describen la Obra de Dios ante esta situación de sombría tristeza en la que está envuelta la humanidad: Dios Uno y Trino, que ama al hombre de modo incomprensible, inagotable, inabarcable, movido por su infinito Amor, no puede permitir que su creatura se condene en las tinieblas eternas y es por eso que el Padre envía al Hijo, por obra del Espíritu Santo, para que se encarne en el seno virginal de la Virgen y Madre de Dios, para que ofrende su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad, como holocausto infinitamente santo, que además de salvar a los hombres, glorificará infinita y eternamente a la Trinidad.

A esta realidad, que es la historia de la salvación, es a la que hacen referencia las palabras del profeta Isaías: sobre Sión resplandece la gloria de la Trinidad y sobre la humanidad envuelta en tinieblas, aparece desde lo alto la Luz Eterna del Verbo Encarnado. ¿Por qué el profeta Isaías habla en términos de luz y oscuridad? Porque la oscuridad es lo propio del Ángel caído y es él, con sus ángeles apóstatas, quienes cubren la tierra y las almas de los hombres, sumergiéndolos en las tinieblas vivientes. La oscuridad del Ángel caído, que es odio preternatural a Dios Trino y a su creatura, el hombre, envuelve a la tierra y al ser de orden angelical, espiritual, no puede ser disipada por ninguna luz creada, solo puede ser disipada, vencida para siempre, por la Luz Eterna, la Luz que brota del Ser divino trinitario. Y es esto último lo que explica la referencia a la luz: la naturaleza divina trinitaria es luminosa, porque es la Gloria Increada en Sí misma y como la gloria es luz, el Verbo que se encarna y nace milagrosamente de la Madre de Dios es Luz, Luz Eterna, que vence para siempre a las tinieblas vivientes, Satanás y los ángeles apóstatas. Pero hay otro aspecto a considerar en las palabras del profeta Isaías y es la alegría: el profeta le dice a Sión -a la Iglesia Católica- que se “alegre”: “Verás esto (la Luz Eterna, el Niño Dios) y te pondrás radiante de alegría, vibrará tu corazón y se henchirá de gozo” y esto porque así como la luz trinitaria es inseparable de la naturaleza divina trinitaria, también lo es la alegría, porque “Dios (Trino) es Alegría infinita”, como dice Santa Teresa de los Andes. El Nacimiento del Niño representa, por lo tanto, no solo el fin de las tinieblas vivientes, sino el inicio de una nueva vida, la vida de la gracia, por la cual el hombre participa de la luz y de la alegría de la Trinidad. Esta es la razón de la alegría y del festejo espiritual, interior, íntimo, de la Esposa del Cordero, la Nueva Sión, la Santa Iglesia Católica.

sábado, 17 de diciembre de 2022

La verdadera fiesta de Navidad es la Santa Misa de Nochebuena

 



(Ciclo A – 2022 – 2023)

         En nuestros días, caracterizados por una siniestra oscuridad espiritual que se hace cada vez más densa, la celebración de la Navidad no se escapa a esta sombra preternatural que lo abarca todo. En lo relativo a la Navidad, la oscuridad preternatural -angélica y demoníaca- se observa en la distorsión explícita e intencionadamente buscada, del sentido, la naturaleza y el significado de la verdadera y única Navidad. Así, a través de los medios de comunicación, la Navidad se ha expandido, como antes nunca, a prácticamente cada rincón de la tierra y es así como vemos que países en los que el catolicismo es minoría absoluta, se “festeja” igualmente, la Navidad. Pero si observamos bien, esta navidad, no solo en los países paganos, sino incluso en los nominalmente cristianos o católicos, la verdadera Navidad ha sido reemplazada por una “neo-navidad” o mejor, una navidad pagana, una anti-navidad, que ha reemplazado a la verdadera Navidad.

         Esta neo-navidad o navidad pagana, celebrada en la inmensa mayoría de los países de la tierra, es una navidad que tiene las siguientes características: no hay ninguna referencia, directa o indirecta, al Único protagonista de la Navidad, el Niño Dios, la Segunda Persona de la Trinidad, encarnada por obra del Espíritu Santo en el seno de María Santísima; el Niño Dios es reemplazado por un espantajo caricaturesco, una abominación infantiloide, surgido en mentes ateas e impulsadas solo por el deseo de ganar dinero, esa caricatura llamada “Papá Noel”, “Santa Claus”, “Santa”, etc., una deformación del obispo San Nicolás, que en su deformación caricaturesca es acompañado por duendes -que en realidad son demonios-, se traslada en un trineo arrastrado por renos voladores y una cantidad innumerable de sinsentidos, surgidos de la simple imaginación humana: dicho personaje, creación de una multinacional de bebidas gaseosas, ha logrado imponerse en el imaginario colectivo, de manera que la navidad neo-pagana lo tiene por principal protagonista; en consecuencia, esta neo-navidad pagana consiste en recibir regalos, repartidos por “Santa Claus”; consiste en brindar, banquetear, festejar por festejar, alegrarse por alegrarse, sin motivo sobrenatural alguno, sino por motivos meramente humanos, pasajeros y superficiales; esta neo-navidad pagana celebra, baila hasta altas horas de la madrugada, ríe, reparte regalos, se embriaga, banquetea hasta el hartazgo, habla de mundanidades, desea mundanidades, festeja mundanamente; esta navidad pagana viene del mundo y finaliza en el mundo. Por esta razón, el católico no debe, de ninguna manera y bajo ningún concepto, festejar la Navidad de un modo pagano, puesto que si lo hace, ofende gravemente al Niño Dios, a la Segunda Persona de la Trinidad encarnada en el seno de María Purísima y nacido milagrosamente en la gruta de Belén para nuestra salvación, por medio de su sacrificio en la Cruz.

         La verdadera y única fiesta de Navidad -fiesta entendida en el sentido litúrgico, sobrenatural, que no descarta la alegría sino que por el contrario, concede la verdadera Alegría, la Alegría de Dios, Quien es Alegría infinita- no radica en el comer, en el beber, en el bailar mundanamente: consiste en la Santa Misa de Nochebuena, en la que, por la acción del Espíritu Santo que obra a través del sacerdote ministerial por las palabras de la consagración, prolonga la Encarnación del Verbo en la Eucaristía, de manera tal que la Eucaristía Es el Niño Dios, el mismo Niño Dios nacido en Belén, que prolonga y actualiza su Encarnación y su Nacimiento milagroso en Belén, en el Santo Altar Eucarístico. Quien no crea en estos misterios sobrenaturales, absténgase, por amor de Dios, de celebrar la navidad neo-pagana, para no continuar ofendiendo a Nuestro Señor Jesucristo. Y quien crea en estos misterios sobrenaturales, celebre la Navidad, asistiendo a la Santa Misa de Nochebuena, recibiendo el verdadero manjar del Cielo, el Cuerpo y la Sangre, el Alma y la Divinidad del Niño Dios, la Sagrada Eucaristía. Y luego sí, sobria y mesuradamente, festeje al modo humano, con una rica comida y con serena alegría, el Nacimiento del Salvador del mundo, el Niño Dios, Nuestro Señor Jesucristo.

miércoles, 14 de diciembre de 2022

“José, no temas, el Hijo que lleva María en su vientre viene del Espíritu Santo (…) se llamará Jesús y salvará a su pueblo de los pecados”

 


(Domingo IV - TA - Ciclo A - 2022 – 2023)

          “José, no temas, el Hijo que lleva María en su vientre viene del Espíritu Santo (…) se llamará Jesús y salvará a su pueblo de los pecados” (Mt 1, 18-24). Las palabras del Arcángel Gabriel, pronunciadas a San José durante el sueño -aunque la aparición del Ángel no es un sueño, sino una aparición angélica con ocasión del sueño de San José-, no solo tranquilizan a San José -él había desposado a María Santísima pero todavía no convivían juntos, según la costumbre hebrea y al notar que estaba encinta, había decidido abandonarla en secreto, para no exponerla públicamente a María-, sino que revelan numerosos misterios sobrenaturales con relación a la concepción virginal y la condición de Mesías del Niño que la Virgen lleva en su seno.

          Los misterios sobrenaturales que revela el Arcángel Gabriel son: María, que está encinta sin haber comenzado a convivir, es Virgen, porque la concepción es obra de la Tercera Persona de la Trinidad, el Espíritu Santo, el Divino Amor; además de ser Virgen, es Madre y Madre de Dios, porque lo que ha sido engendrado en Ella es la Segunda Persona de la Trinidad, Dios Hijo, que se ha encarnado en la Humanidad Santísima de Jesús de Nazareth, creada por el Espíritu Santo en el momento de la concepción -esto quiere decir que los cromosomas paternos fueron creados de la nada por la omnipotencia divina, ya que San José no es el padre biológico del Niño Dios-; San José es padre adoptivo y no biológico de Jesús, por lo mismo que es solo pura y exclusivamente esposo meramente legal de María Santísima, cuyo esposo celestial es el Espíritu Santo; el Niño Dios, engendrado en el seno purísimo de María Santísima, es el Mesías, el Redentor, el Salvador de los hombres, que ha venido no para instaurar una sociedad humana más justa e igualitaria, mediante la “revolución del amor”, sino que ha venido a salvar a la humanidad de los “pecados”, de la muerte eterna, de la condenación eterna en el Infierno, del poder del Demonio, además de conceder la gracia que convierte al hombre en hijo adoptivo de Dios y heredero del Reino de los cielos, de modo que al final de la vida terrena, a cada hombre que acepte libre y voluntariamente a Cristo como su Salvador y Redentor, le espera en recompensa el Reino eterno de los cielos.

          Si alguien se opone a la condición divina de Jesús como Dios Hijo encarnado, es decir, como la Segunda Persona de la Trinidad encarnada en la Humanidad Santísima de Jesús de Nazareth, que es concebido virginal y milagrosamente por obra del Divino Amor, el Espíritu Santo, por pedido de Dios Padre; si alguien niega que la Madre de Jesús es por lo tanto la Madre de Dios Eterno, nacido en el tiempo luego de la Encarnación en su seno purísimo; si alguien niega que el Padre de Jesús de Nazareth es Dios Padre Eterno y que San José no es padre biológico, sino padre adoptivo de Jesús; si alguien niega que el Niño de Belén, engendrado por el Espíritu Santo y nacido en la gruta de Belén, es el Mesías que, ya de adulto, entregará su Cuerpo y su Sangre, su Alma y su Divinidad, en el Santo Sacrificio del Calvario y en cada Santa Misa; si alguien niega estos sublimes misterios sobrenaturales de los cuales la Santa Madre Iglesia no solo los recuerda sino que los actualiza por medio de la liturgia eucarística de la Santa Misa, haciéndonos participar de estos sublimes misterios, como el del Nacimiento en Belén, entonces ese tal, no puede llevar el nombre de “católico”, sino de “apóstata”, puesto que se opone a los misterios centrales sobrenaturales que fundamentan la Santa Fe Católica; por lo tanto, ese tal, no debe celebrar, bajo ningún concepto, la Navidad, porque no se puede tomar a la Religión Católica y a sus sublimes misterios como pretexto para festejos mundanos. Quien no crea en estos misterios, absténgase de celebrar mundanamente la Navidad, para no ofender a la Santísima Trinidad.

viernes, 9 de diciembre de 2022

La Santa Madre Iglesia exulta de alegría por el Nacimiento de Dios hecho Niño, sin dejar de ser Dios

 


(Domingo III - TA - Ciclo A - 2022 – 2023)

         Este Domingo de Adviento, el tercero, es ya tiempo dedicado para la preparación espiritual para conmemorar la Primera Venida de Nuestro Señor Jesucristo en una humilde gruta de Belén.

         La Primera Venida se produce por obra de la Trinidad: Dios Padre pide a Dios Hijo que se encarne, por obra de Dios Espíritu Santo, en el seno de una Virgen, llamada María. La Encarnación del Verbo es entonces el acontecimiento más grandioso de la historia de la humanidad y también de la Creación, porque supera en grandeza, en magnificencia, en gloria, a la Creación del universo visible e invisible, incluida la creación del hombre a imagen y semejanza de Dios.

         El Verbo de Dios se encarna en el seno de la Inmaculada Concepción por pedido de Dios Padre y por obra del Espíritu Santo, lo que demuestra que Jesús de Nazareth es Dios Hijo encarnado, por un lado y por otro, que San José no es, de ninguna manera, el padre biológico de Jesús, sino solamente su padre adoptivo, que por encargo de Dios Padre, hace de padre terreno a Quien en el Cielo es su Dios y Creador.

         Otro elemento a considerar en la Encarnación del Verbo y en su posterior nacimiento milagroso, es la razón por la cual se encarna: por un lado, por su infinita misericordia, porque Dios no tenía ninguna necesidad de justicia de encarnarse para redimir al hombre: en otras palabras, podría no haberse encarnado, dejando al hombre librado a su propio libre albedrío, el mismo libre albedrío que, en Adán y Eva, lo había conducido a despojarse voluntariamente de la gracia divina y a arrojarse en los brazos del Demonio. Dios no tenía ninguna obligación de quitar el obstáculo que el hombre mismo, por propia voluntad, había puesto en su relación con Dios. Pero es precisamente su infinita misericordia, su infinito amor por su creatura, el hombre, lo que lleva a la Trinidad a idear el plan de salvación, que iniciaba con la Encarnación del Verbo por obra del Espíritu Santo y por pedido de Dios Padre. El primer motivo de la Encarnación es entonces la Divina Misericordia, el Divino Amor de Dios para con los hombres.

         El segundo motivo nos lo dice la Escritura: “Cristo vino para deshacer las obras del Diablo”. El Verbo de Dios se encarna en el seno de María Virgen y nace como Dios hecho niño sin dejar de ser Dios, para que el hombre se haga Dios por participación, al unirse a Él por la gracia y para lograrlo, se inmola en el Santo Sacrificio del Calvario, entregando su Cuerpo y su Sangre como ofrenda agradable a Dios Trino por la salvación de los hombres, destruyendo así a las obras del Demonio y venciendo para siempre a los tres grandes enemigos de la humanidad: el Demonio, la Muerte y el Pecado, pero además, abriendo las puertas del Cielo a los hombres, al derramar sobre la humanidad entera el Agua y la Sangre que brotaron de su Corazón traspasado en la Cruz. El Niño Dios que nace en Belén y que abre sus bracitos en cruz para abrazar a quien se le acerque con piedad, con fe y con amor, es el mismo Hombre Dios que en el Calvario abrirá sus brazos para extenderlos en la Cruz, para así abrazar a toda la humanidad, para perdonarla y llevarla consigo, ya vencidos sus enemigos para siempre, al Reino de los cielos, al seno del Padre Eterno, en el Amor del Espíritu Santo. Estos son los motivos por los cuales la Santa Iglesia se alegra y, en medio de la penitencia característica del Adviento, concede a los hombres una pausa en la penitencia, para meditar en la “Alegría que viene de lo alto”, el Hijo de Dios encarnado en el seno de una Madre Virgen, para rescatarlo de su pecado, para librarlo de la eterna perdición y para conducirlo al Reino de los cielos. El Niño que nace en Belén es nuestro Redentor, que viene a este mundo para conducirnos al Reino de su Padre, reino de bondad, de amor, de paz, de alegría, de justicia, en el que el llanto y las lágrimas de este mundo desaparecerán para siempre, para dar lugar a la Alegría sin fin. Como anticipo de esta Alegría Eterna que nos trae el Niño de Belén, la Iglesia se alegra, con gozo espiritual, por Nacimiento de Dios hecho Niño, sin dejar de ser Dios, en una humilde gruta de Belén. Es por esta razón que el tercer Domingo de Adviento es llamado "Gaudete" o de "Alegría", porque nos ha nacido un Redentor y si no hubiéramos sido redimidos, de nada nos valdría haber nacido.

martes, 29 de noviembre de 2022

“Conviértanse (el Mesías vendrá y) reunirá el trigo en el granero y quemará la paja en una hoguera que no se apaga”

  

(Domingo II - TA - Ciclo A - 2022 – 2023)

          “Conviértanse (el Mesías vendrá y) reunirá el trigo en el granero y quemará la paja en una hoguera que no se apaga” (cfr. Mt 3, 1-12). Juan el Bautista predica en el desierto la conversión del hombre a Dios, advirtiendo que deben de cesar de obrar el mal y comenzar a obrar el bien, porque el Reino de Dios está cerca y, todavía más, el Rey del Reino de Dios está por venir y cuando venga, vendrá como Justo Juez y separará a los buenos de los malos: a los buenos, para conducirlos al Reino de los cielos; a los malos, para arrojarlos a la “hoguera que no se apaga”, es decir, el Infierno. Juan el Bautista utiliza, para graficar el Día del Juicio Final, la figura de un labrador que separa el trigo y lo almacena en su silo, de la paja, que no sirve, para quemarla. Es llamativo que utiliza una expresión que es: “una hoguera que no se apaga” y esto lo hace porque está hablando no de la hoguera material, terrena, la que todos conocemos, que indefectiblemente termina por apagarse cuando se combustiona el material que la alimentaba; se trata de una hoguera que no se apaga porque es el Infierno, en donde el fuego quema, combustiona, pero no consume aquello que quema, que son las almas y los cuerpos de los condenados; además, no se apaga, porque el castigo que sufren los condenados es eterno, porque eterna es la culpa y la pena y eterno es el peso de la Justicia y de la Ira Divina que se descarga sobre los impenitentes que, por propia voluntad, se condenaron, al no querer convertir sus corazones.

          “Conviértanse, el Reino de Dios está cerca”. La misma prédica y el mismo llamado a la conversión eucarística, que es la conversión al Cristo Eucarístico, hace la Iglesia al hombre de hoy. Y, así como el Bautista predicaba en el desierto, así la Iglesia predica en el desierto de un mundo sin Dios, que ha desplazado a Dios y a su Hijo, Nuestro Señor Jesucristo, rechazando su Cruz, rechazando su Presencia Eucarística, rechazando sus Mandamientos y sus Consejos Evangélicos. El mundo de hoy ha erigido falsos dioses, ante los cuales se postra en ciega y sacrílega adoración todos los días: el dinero, el poder, el éxito, la fama, la honra mundana, los bienes materiales, los ídolos demoníacos -Gauchito Gil, Difunta Correa, San La Muerte, atrapasueños, cinta roja, Buda, etc.- y esto le sucede como castigo al no querer arrodillarse y adorar a Cristo Dios Presente en Persona en la Eucaristía.

          “Conviértanse (el Mesías vendrá y) reunirá el trigo en el granero y quemará la paja en una hoguera que no se apaga”. Cada día que pasa, es un día menos que nos separa del Día del Juicio Final; cada día terreno que pasa, es un día menos para la Llegada en la gloria de Nuestro Señor Jesucristo, quien vendrá como Justo Juez, para dar a cada uno lo que cada uno libremente mereció con sus obras: a los buenos, el Reino de los cielos; a los malos, a los rebeldes, a los impenitentes, a los que no quisieron saber nada de Cristo Eucaristía, de la Santa Misa, de los Sacramentos, de los Mandamientos y a cambio obraron el mal, la impiedad y la iniquidad, a esos los arrojará en la “hoguera que no se apaga”, es decir, en el Infierno. En nuestra libertad está elegir adónde queremos ser llevados cuando venga el Justo Juez; por supuesto, que al Reino de los cielos, pero para eso, debemos hacer mucha oración y adoración eucarística, debemos frecuentar los Sacramentos y debemos ser misericordiosos con nuestros prójimos.

 

martes, 22 de noviembre de 2022

Adviento, tiempo de gracia para el encuentro personal con Cristo Jesús

 


(Domingo I - TA - Adviento - Ciclo A - 2022 – 2023)

          El Adviento, que tiene una duración aproximada de cuatro semanas, es un período de preparación espiritual para dos eventos: en las dos primeras semanas, la Segunda Venida de Jesús, y en las dos últimas semanas[1], de preparación para la conmemoración y participación de la Natividad de Nuestro Señor Jesucristo.

Etimológicamente, la palabra adviento proviene del latín adventus, que significa “llegada” o “venida”; de manera que en este período litúrgico se hace referencia a las dos Llegadas o Venidas de Nuestro Señor Jesucristo: la Primera Venida, en Belén y la Segunda Venida en la gloria[2], en el Día del Juicio Final.

Entonces, debido a su significado, el Adviento es una época o momento de gracia para la Iglesia Católica, en la cual la característica principal es la preparación espiritual para el encuentro personal con Cristo, ya sea en su Segunda Venida en la gloria o bien en la participación del misterio de la Primera Venida en Belén.

¿Cómo vivir espiritualmente el Adviento?

Lo primero a tener en cuenta es que es preparación para un encuentro personal con Cristo Dios, por lo cual, conviene tener en la mente y en el corazón la parábola del siervo que espera a su señor, el cual habrá de regresar en la hora menos pensada. Nuestra actitud espiritual en Adviento debe ser la del siervo que espera a su señor con la túnica ceñida -señal de actividad espiritual, de oración y de obras de misericordia- y con la lámpara encendida -la lámpara es símbolo de la fe, la luz, alimentada con el aceite de la gracia santificante-; esto quiere decir que debemos hacer oración -principalmente el Santo Rosario y la Adoración Eucarística-, frecuentar los Sacramentos -sobre todo la Confesión Sacramental y la Sagrada Eucaristía- y obrar obras de misericordia. De esta manera, seremos como el siervo de la parábola, que espera atento y vigilante la llegada de su señor, es decir, estaremos preparados para la Segunda Venida del Señor en la gloria. Esta es la forma de vivir el Adviento en su primera parte, las dos primeras semanas.

Para las dos últimas semanas del Adviento, la Iglesia nos recomienda prepararnos para la conmemoración y participación del Nacimiento del Señor, mediante el ayuno, la penitencia, las obras de misericordia, la observancia de los Diez Mandamientos y el vivir en estado de gracia. Para esto, debemos tener en cuenta lo siguiente: no se trata solo de una simple conmemoración o recuerdo del Nacimiento de Nuestro Señor, sino que se trata de una “participación” misteriosa en ese Nacimiento, a través del misterio de la liturgia eucarística de la Santa Misa, porque si bien la Santa Misa es la renovación incruenta y sacramental del Santo Sacrificio de la Cruz en el Calvario, en la Santa Misa también se hacen presentes las otras etapas de la Vida de Nuestro Señor Jesucristo, como la Encarnación y su Nacimiento por obra del Espíritu Santo. En otras palabras, por medio de la Santa Misa, nos hacemos presentes, misteriosamente, en el momento mismo del Nacimiento de Nuestro Señor en una humilde gruta de Belén, de ahí la importancia de la asistencia a la Santa Misa y de ahí el hecho de que, sin la Santa Misa de Nochebuena, la Navidad no tiene sentido. Solo por la participación en la Santa Misa de Nochebuena, no solo recordamos el Nacimiento de Nuestro Señor, sino que nos hacemos misteriosamente presentes en el momento en el que Nuestro Señora Jesucristo nacía, milagrosa y virginalmente, en la gruta de Belén.

 

 

 

martes, 15 de noviembre de 2022

Solemnidad de Cristo, Rey del universo



(Ciclo C – 2022)

Con la Solemnidad de Cristo Rey, la Iglesia Católica no solo finaliza el ciclo litúrgico, sino que principalmente proclama y reconoce públicamente a Cristo como Rey del universo, tanto del visible como del invisible, es decir, la Iglesia Católica reconoce a Cristo Jesús como Rey de los hombres y Rey de los ángeles. La razón por la que Cristo es Rey es doble: Cristo es Rey por derecho de naturaleza y por conquista: por derecho de naturaleza, porque Él es Dios, es la Segunda Persona de la Trinidad y en cuanto tal, Él es el Creador de todo lo que es y existe, tanto el universo visible, como el invisible, el mundo de los ángeles; es Rey también por derecho de conquista, porque Él derrotó en la Cruz a los enemigos de la humanidad, el Demonio, el mundo y la carne y concedió a los hombres la gracia divina, la cual los convierte en hijos adoptivos de Dios, consumando la redención[1] en el Santo Sacrificio del Calvario: en otras palabras, Cristo es nuestro Rey porque Él no solo venció en el Calvario a los enemigos de la humanidad, sino que conquistó a la humanidad para Dios Padre, al redimirla al precio de su Sangre derramada en la cruz.

Ahora bien, hay que decir que Cristo Rey reina en los cielos, glorioso y resucitado, sentado en un trono a la derecha del Padre, como dice el Apocalipsis, iluminando con la luz de su gloria divina a los ángeles y santos. Aquí en la tierra, Cristo Rey nos ilumina con la luz de la gracia y de la fe y así como Cristo reina desde la Cruz y desde la Eucaristía, así también quiere reinar en nuestras mentes, voluntades y corazones. Pero también Cristo debe reinar sobre nuestras familias y sobre nuestra Patria, y también sobre todas las naciones del mundo entero. Un ejemplo de testimonio público de la reyecía de Cristo son los cristeros, los fieles católicos mexicanos que, al grito de "¡Viva Cristo Rey!", se opusieron a la violencia del laicismo anticristiano, que trató de impedir precisamente la proclamación pública de que Cristo es Rey.

El hecho de que Cristo sea Rey, justifica la actividad misionera y evangelizadora de la Iglesia desde sus inicios, actividad que no debe cesar nunca hasta el fin de los tiempos, ya que si la Iglesia dejara de anunciar que Cristo en la cruz y en la Eucaristía es Rey de todos los hombres, aun de aquellos que todavía no lo conocen, estaría traicionando a su Rey y a su mandato de evangelizar a todos los hombres: “Id por todo el mundo anunciando el Evangelio”.

Cristo Eucaristía, Rey de cielos y tierra, Rey de los hombres y de los ángeles, baja cada día desde el cielo hasta el pan del altar, para convertirlo en su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, para quedarse en la Eucaristía y así ingresar en nuestros corazones por la Comunión Eucarística. Adoremos, entonces, a nuestro Rey en la Eucaristía y anunciemos a los hombres que Cristo es Rey y que quiere reinar en los corazones de toda la humanidad y digamos con la Iglesia y el Espíritu: “Cristo, Rey del universo, ven a nuestros corazones y haz de ellos tu altar, para que allí seas adorado en el tiempo y en la eternidad. Amén”.

 


martes, 8 de noviembre de 2022

“Muchos vendrán usando mi Nombre diciendo: “Yo Soy”, no los sigáis”

 


(Domingo XXXIII - TO - Ciclo C – 2022)

          “Muchos vendrán usando mi Nombre diciendo: “Yo Soy”, no los sigáis” (Lc 21, 5-19). Jesús nos revela una de las señales que, cuando aparezca, indicará que su Segunda Venida está cerca: la aparición de falsos cristos. Lo que nos quiere decir Jesús es que estos falsos cristos aparecerán antes de la Segunda Venida de Cristo en la gloria; luego aparecerá el Anticristo, implementará su reinado de terror infernal y luego será precipitado al Infierno junto al Demonio, al Falso Profeta y a la Bestia, por Cristo.

          Con relación a esta señal, la aparición de falsos cristos, si nos llevamos solo por lo que está pasando, podemos decir que esta señal ya está presente. En nuestros días, han aparecido una innumerable cantidad de falsos cristos, que se presentan a sí mismos diciendo: “Yo Soy el Cristo”, pero todos son falsos; estos falsos cristos anteceden a la aparición del Anticristo. Algunos de estos cristos falsos son: el cristo de los protestantes, el cristo del Islam,; los cristos de las sectas, como por ejemplo, Sergei Torop, arrestado en Siberia por daños psicológicos y físicos, que tenía y tiene miles de seguidores y decía ser la reencarnación de Cristo[1]; David Koresh, el fundador de la secta de los davidianos, que finalizó en una tragedia, con la muerte de casi treinta niños y cincuenta adultos; el fundador de la secta Templo del Pueblo, el auto-proclamado pastor Jim Jones, que provocó un asesinato o un suicidio masivo en Guyana[2]; el fundador de la secta “Creciendo en gracia”, José Luis de Jesús Miranda, que decía ser tanto Cristo como el Anticristo y se identificaba con el número 666[3]; el fundador de la secta “Nxvim”, Keith Rainiere, en México, quien también afirmaba ser cristo[4]; el cristo o mesías del judaísmo, como el que ha aparecido en estos días en Israel, un rabino llamado Shlomo Yehuda, al que le atribuyen decenas de curaciones milagrosas[5], sostenido política y religiosamente por el Sionismo Religioso, partido político de rabinos ultraortodoxos judíos[6]. Como estos ejemplos, podríamos continuar casi al infinito, exponiendo los casos de quienes se presentan como “otros cristos”, todo lo cual nos da una señal que indica que se está llevando a cabo una de las señales dada por el mismo Cristo en Persona y que indicarían que su Segunda Venida está cerca y es precisamente la aparición de falsos cristos.

          “Muchos vendrán usando mi Nombre diciendo: “Yo Soy”, no los sigáis”. Para no caer en el engaño de los falsos cristos y del Anticristo, debemos saber que el Verdadero y Único Cristo es el Cristo de la Iglesia Católica, el Cristo Eucarístico, la Segunda Persona de la Trinidad, encarnada en la humanidad de Jesús de Nazareth, que continúa y prolonga su Encarnación en la Eucaristía. El que no conozca a Cristo en la Eucaristía, será engañado por el Anticristo, de ahí la necesidad imperiosa, urgente, de hacer adoración eucarística, de rezar el Santo Rosario, de hacer penitencia, para que la luz de la gracia, la luz del Espíritu Santo, nos ilumine el intelecto y el corazón y nos de el verdadero conocimiento del verdadero Cristo, para no ser engañados por los falsos cristos y sobre todo, por el Anticristo. Es urgente e imperiosa la conversión eucarística del alma, la conversión del corazón y del ser al Verdadero y Único Cristo, el Cristo Eucarístico.

miércoles, 2 de noviembre de 2022

“Dios no es Dios de muertos, sino de vivos”

 


(Domingo XXXII - TO - Ciclo C - 2022)

         “Dios no es Dios de muertos, sino de vivos” (Lc 10, 20-27). La afirmación de Jesús se da en el contexto de la pregunta de los saduceos, que niegan la resurrección de los muertos, acerca de un hipotético caso en el que una mujer se casa con siete hermanos y los siete mueren; la pregunta de los saduceos es de quién será esposa la mujer, si ha estado casada con los siete y esto es solo para tender una trampa a Jesús y así poder seguir negando la resurrección de los muertos.

         El tema del Evangelio nos lleva a considerar no solo la resurrección, sino lo que la fe católica denomina “postrimerías”, es decir, muerte, juicio particular, purgatorio, cielo e infierno. Este tema es de particular importancia, dada la enorme cantidad de errores y de herejías que se han introducido dentro del seno mismo de la Iglesia Católica en relación a lo que sucede en la muerte y luego de ella. Uno de los errores más frecuentes es el de considerar que todo el que fallece, va directamente al Cielo y así es frecuente escuchar decir que fulano o fulana “han partido a la Casa del Padre”, como si el hecho de morir los condujera directamente al Reino de los cielos, lo cual es falso y temerario de afirmar; este error está reforzado por la introducción, dentro de los católicos, de una terminología confusa, que contribuye a difundir el error: en efecto, ahora, en vez de decir que fulano o fulana “ha fallecido”, se dice erróneamente: “ha cumplido su Pascua”, dando a entender falsamente que, al igual que la Pascua de Jesús, que lo condujo a la resurrección, así también cualquier fiel que muera, en el estado en el que se encuentre su alma, también “cumplirá su Pascua”, es decir, resucitará y resucitará para el Reino Dios, porque aquí también hay que señalar otro error y es el de creer que sí, hay resurrección, pero que todos vamos al Cielo, sin importar la vida de pecado o de gracia que hayamos llevado aquí, porque el Infierno no existe o si existe, está vacío, de modo que nadie va al Infierno porque “Dios es tan misericordioso, que no condena ni castiga a nadie”. Todos estos son errores gravísimos en la fe católica, que afectan directamente nuestro día a día, porque si esto fuera verdad, que todos nos salvamos, que no hay Infierno, que Dios no castiga el pecado, la injusticia y la impenitencia, entonces todos podemos hacer aquí en esta vida terrena literalmente todo el mal que deseemos hacer -mentiras, violencias, adulterios, robos, homicidios, estafas, engaños, etc.-, sin que nos importe demasiado, porque Dios no nos va a pedir cuentas, no nos va a castigar, y todos nos vamos a salvar. Esto es un gravísimo error, una enorme herejía y una falsificación completa de la Santa Fe Católica acerca de las postrimerías.

         ¿Qué es lo que nos enseña la Iglesia Católica en relación a las postrimerías? Nos enseña que, inmediatamente después de la muerte -de la separación del alma y del cuerpo-, mientras el cuerpo es dejado aquí para ser velado y sepultado, el alma es llevada de inmediato ante la Presencia de Dios, para recibir el Juico Particular, en el que se decide el destino eterno del alma, según sean sus obras libremente realizadas: el Cielo, si sus obras fueron buenas y el alma murió en gracia, o el Infierno, si sus obras fueron malas y la persona murió impenitente, en pecado mortal, sin arrepentirse de sus pecados. El Purgatorio está reservado para quien murió en gracia, pero con pecados veniales, de manera que necesita ser purificado por el fuego antes de poder ingresar en el Reino de los cielos.

         “Dios no es Dios de muertos, sino de vivos”. Los católicos no solo creemos en la resurrección de los cuerpos, sino que creemos también que esa resurrección puede ser para la salvación eterna o para la condenación eterna en el Infierno. Por supuesto que deseamos salvar nuestras almas, para ello, debemos hacer lo que Jesús nos dice: abrazar la Cruz de cada día, seguirlo a Él por el Camino del Calvario, vivir en gracia, frecuentar los Sacramentos, sobre todo Confesión y Eucaristía y obrar la misericordia según nos enseña la Iglesia. De esa manera, acompañados por nuestra Abogada celestial, nuestra Madre del Cielo, la Virgen, estaremos seguros de atravesar el Juicio Particular, para luego ingresar, con el cuerpo y el alma glorificados, al Reino de Dios, en donde adoraremos, en la alegría sin fin, al Cordero de Dios, por toda la eternidad.

 

miércoles, 26 de octubre de 2022

“Zaqueo, hoy tengo que alojarme en tu casa”

 


(Domingo XXXI - TO - Ciclo C – 2022)

           (Lc 19, 1-10). Para poder entender un poco mejor el episodio del Evangelio, hay que tener en cuenta quién era Zaqueo: era jefe de publicanos, un grupo de hombres dedicados al cobro de impuestos para el Imperio Romano; además, adquirió una gran fortuna por este trabajo, pero también porque como recaudador de impuestos exigía una suma de dinero adicional al tributo para así apropiarse de la diferencia[1]. Es decir, Zaqueo era doblemente despreciado por los judíos: primero, porque la tarea de recaudación de impuestos para el imperio era considerada una tarea detestable, ya que se consideraba una especie de colaboracionismo con la potencia ocupante, los romanos; segundo, porque con la exigencia de un pago adicional, a la par que él se enriquecía ilícitamente, empobrecía al resto de la población. Por estos motivos, Zaqueo era considerado un pecador público y por eso no era apreciado entre los judíos. Sin embargo, Jesús, que estaba rodeado de discípulos y de seguidores que lo amaban y querían vivir según los Mandamientos de la Ley de Dios, no se dirige a ellos para entrar en sus casas, sino a Zaqueo, sabiendo Jesús la condición de pecador público de Zaqueo: “Zaqueo, hoy tengo que alojarme en tu casa”. Si bien es Zaqueo el que busca mirar a Jesús mientras pasa -con toda seguridad había quedado admirado por los milagros que hacía Jesús y por su sabiduría, que no era de este mundo-, esta búsqueda de Zaqueo hacia Jesús es en realidad una respuesta a la gracia que Jesús le había concedido de antemano. En otras palabras, es Jesús quien busca a Zaqueo en primer lugar y no Zaqueo quien primero busca a Jesús. El hecho de querer Jesús entrar en la casa de Zaqueo para almorzar con él es, además de verdadero, simbólico de otra realidad espiritual: el ingreso físico de Jesús en la casa de Zaqueo, simboliza el ingreso espiritual de Jesús con su gracia en el alma de Zaqueo, lo cual provoca un cambio radical en Zaqueo, es decir, provoca la conversión de Zaqueo, conversión que se manifiesta en el propósito de Zaqueo de devolver todo lo que ha adquirido ilícitamente. Pero lo más importante en Zaqueo no es la devolución de lo que no le corresponde, que sí es importante; lo más importante es la conversión a Cristo de su alma, de su corazón, de su ser: a Zaqueo ya no le atraen las riquezas de la tierra, sino que le atrae algo que es infinitamente más valioso que todas las riquezas del mundo y es el Sagrado Corazón de Jesús, que arde con las llamas del Amor de Dios, el Espíritu Santo. La devolución de los bienes materiales ilícitamente adquiridos, es solo una consecuencia de la conversión de Zaqueo.

          Finalmente, en Zaqueo nos debemos identificar nosotros, en cuanto pecadores y, al igual que Zaqueo, Jesús nos demuestra un amor que va más allá de toda comprensión, porque a nosotros, en cada Santa Misa, nos dice lo mismo que a Zaqueo: “Quiero entrar en tu casa, quiero entrar en tu corazón, por medio de la Eucaristía”. Y así como Zaqueo prepara su casa y la limpia y prepara un banquete para Jesús, así nosotros debemos preparar nuestras almas, por medio de la Confesión Sacramental, para recibir el banquete con el que nos convida Dios Padre, que es la Carne del Cordero de Dios, el Pan de Vida eterna y el Vino de la Alianza Nueva y Eterna, la Sagrada Eucaristía. Al igual que Zaqueo, dispongamos nuestra casa, nuestras almas, por medio de la Confesión sacramental, para que ingrese Jesús y lleve a cabo en nosotros la conversión eucarística, por medio de la cual salvaremos nuestras almas por la eternidad.

martes, 18 de octubre de 2022

“El que se humilla será ensalzado y el que se ensalza será humillado”

 


(Domingo XXX - TO - Ciclo C – 2022)

          “El que se humilla será ensalzado y el que se ensalza será humillado” (Lc 18, 9-14). Jesús nos enseña la parábola del fariseo orgulloso y del publicano humilde y la enseñanza es que luchemos contra la soberbia y busquemos practicar y vivir la humildad. Ahora bien, la intención última de Jesús no es simplemente que luchemos contra el pecado de soberbio y que luchemos para adquirir la virtud de la humildad. El objetivo es otro, además de luchar con el pecado y de adquirir la virtud: el objetivo es imitar a Cristo en su humildad y el rechazar al demonio en su soberbia.

          El soberbio no solo comete un pecado, el pecado de soberbia, de orgullo, que consiste en emplazarse a sí mismo como el origen de todo bien, desplazando a Dios de su corazón, sin considerarlo como la fuente y el origen de todo bien, sino que sobre todo y ante todo, se hace partícipe de la soberbia del ángel caído, de Satanás, ya que fue el pecado de soberbia el que llevó a Satanás a convertirse en un demonio y a ser expulsado de los cielos. A su vez, el humilde no solo practica la virtud de la humildad, virtud explícitamente querida por Jesús, ya que nos pide que la practiquemos –“Aprendan de Mí, que soy manso y humilde de corazón”-, sino que se hace partícipe de la humildad de los Sagrados Corazones de Jesús y María.

          “El que se humilla será ensalzado y el que se ensalza será humillado”. Un indicativo que nos puede ayudar para saber si estamos por el camino del orgullo o el de la soberbia, es examinarnos en relación a los Mandamientos de Dios: el que se esfuerza por cumplir los Mandamientos de Dios, se esfuerza por negarse a sí mismo, colocando a Dios y a su voluntad, expresada en los Mandamientos, en primer lugar, es decir, desea cumplir la voluntad de Dios, antes que la propia.

          Por el contrario, el que no tiene en cuenta los Mandamientos de la Ley de Dios y dice para sí mismo “Yo hago lo que quiero”, “Yo hago mi propia voluntad”, ese tal está por un camino espiritual erróneo, que lo aleja de Dios, porque se emplaza a sí mismo y a su voluntad, antes que a Dios y su voluntad. Cuando alguien diga: “Yo hago lo que quiero”, eso es muy peligroso para su vida espiritual, porque es un indicio de que no está cumpliendo la voluntad de Dios en su vida, sino la propia suya y seguir la propia voluntad no nos conduce a nada bueno. No en vano el primer mandamiento de la Iglesia de Satanás es “Haz lo que quieras”, porque el “hacer lo que uno quiera”, en vez de hacer lo que Dios quiere, nos aleja radicalmente de la Presencia y de la voluntad de Dios.

“El que se humilla será ensalzado y el que se ensalza será humillado”. Para no caer en el pecado de soberbia, para no ser partícipes de la soberbia del ángel caído, el remedio que nos pone Jesús es cumplir los Mandamientos de la Ley de Dios e imitar a su Sagrado Corazón, que es también imitar al Inmaculado Corazón de María: “Aprendan de Mí, que soy manso y humilde de corazón”.


miércoles, 12 de octubre de 2022

“Cuando vuelva el Hijo del hombre, ¿encontrará fe en la tierra?”

 


(Domingo XXIX - TO - Ciclo C – 2022

         “Cuando vuelva el Hijo del hombre, ¿encontrará fe en la tierra?” (Lc 18, 1-8). Con su pregunta, Jesús nos lleva a considerar dos temas centrales de nuestra fe católica: el primero, es la cuestión de su Segunda Venida en la gloria, al fin del mundo; el segundo, es el estado de apostasía generalizada y universal en el que se encontrará la Iglesia Católica precisamente antes de su Segunda Venida.

         Que Jesús ha de venir al fin del tiempo, en el Día del Juicio Final, para juzgar a vivos y muertos, para dar a los buenos el Reino de Dios y a los malos el Infierno eterno, es una verdad de fe, un dogma de nuestra fe, dogma sin el cual nuestra fe se adultera a tal punto de convertirse en otra fe distinta, que no es la católica. En el Día del Juicio Final, Jesús vendrá, pero no como la Primera Vez, en el silencio y en el desconocimiento casi absoluto de su Venida: cuando venga como Justo Juez, será visto por todas las naciones de la tierra, por toda la humanidad de todos los tiempos, desde Adán y Eva hasta el último ser humano que haya nacido en el tiempo; es decir, será visto por todos los hombres y todos los hombres comparecerán ante Él y será Él, el Hijo de Dios, la Segunda Persona de la Trinidad, quien dará a cada uno lo que cada uno libremente mereció con sus obras libremente realizadas: para los que obraron el bien y murieron en gracia, les dará el Reino de Dios, para siempre; para los que obraron el mal y murieron en pecado mortal, los arrojará al Reino de las tinieblas, el  Infierno, también para siempre. Ahora bien, antes de su Segunda Venida, nos enseña el Catecismo que reinará sobre toda la humanidad, mediante un Gobierno Mundial y una única Religión Mundial falsa, el Anticristo, quien instaurará su dictadura de terror y de maldad hasta que Nuestro Señor Jesucristo lo derribe con un soplo de su boca.

         El otro aspecto que se nos presenta para la reflexión es el estado espiritual de la Iglesia Católica, la única iglesia verdadera del Único Dios verdadero: la pregunta de Jesús acerca de si Él encontrará fe sobre la tierra, anticipa y profetiza la apostasía generalizada y universal de la Iglesia Católica al momento de su Segunda Venida, apostasía que se caracterizará no por una falta de fe, sino por una fe adulterada, invertida, en la que los católicos que se dejen engañar, adorarán a un falso cristo, el Anticristo, quien se hará pasar por Cristo y la apostasía se caracterizará además no por el abandono de la Iglesia, sino por la construcción de una falsa iglesia católica, que quitará todo lo sobrenatural y divino de la verdadera iglesia católica y la reemplazará por una iglesia católica falsa, guiada por el Falso Profeta, una iglesia que negará todo lo sobrenatural, los milagros de Jesús y sobre todo negará la Presencia real, verdadera y substancial de Nuestro Señor Jesucristo en la Eucaristía, además de caracterizarse por la despreocupación de la salvación eterna de las almas, por la ausencia de la prédica sobre los Mandamientos de Dios y la necesidad de observarlos para no caer en el Infierno y por un falso ecumenismo, por una idolatría neo-pagana -como la Pachamama- y por pretender complacer al mundo y no a Dios, por lo que será esta falsa iglesia una esclava no de Dios sino de Satanás, y hará todo lo posible para cumplir la denominada “Agenda 2030”, en la que el aborto, la eutanasia, el libertinaje sexual y el pecado en general, serán vistos como buenos y como queridos por Dios, lo cual constituye un pecado de enorme blasfemia, porque Dios no puede nunca querer positiva y explícitamente el mal para sus hijos.

“Cuando vuelva el Hijo del hombre, ¿encontrará fe en la tierra?”. Si no frecuentamos los Sacramentos, sobre todo la Confesión sacramental frecuente y la Sagrada Eucaristía al menos los días de preceptos; si no hacemos adoración eucarística, si no rezamos el Santo Rosario todos los días, no tendremos la luz divina necesaria para distinguir al Anticristo del verdadero Cristo y seremos engañados por la tríada satánica, la Bestia, el Anticristo y el Falso Profeta. Frecuentemos los Sacramentos, hagamos oración, penitencia y obras de misericordia, para no dejarnos engañar por el Anticristo y así, cuando regrese Cristo por Segunda Vez, lo reconoceremos y, por su infinita misericordia, seremos contados entre los que salvarán sus almas para la eternidad en el Reino de Dios.

miércoles, 5 de octubre de 2022

“¿Sólo este extranjero ha regresado para dar gracias?”

 


(Domingo XXVIII - TO - Ciclo C – 2022)

         “¿Sólo este extranjero ha regresado para dar gracias?” (Lc 17, 11-19). Jesús realiza con su poder divino un milagro de curación corporal: cura la lepra de diez leprosos. Sin embargo, después de la curación, sucede algo que indigna a Jesús y es el hecho de que de los diez curados, sólo uno, que no era hebreo, regresa para agradecerle el milagro de la curación. Los otros nueve, habiendo recibido también el mismo milagro de curación, no se molestan en regresar para dar gracias a Jesús. Esta muestra de ingratitud, de indiferencia y de desprecio hacia el milagro realizado por Él y a su Amor por ellos, porque Jesús no los cura por obligación, sino solo por Amor, es lo que motiva la amarga pregunta de Jesús: “¿Sólo este extranjero ha regresado para dar gracias? ¿Dónde están los otros nueve?”-

         Ahora bien, no debemos pensar que los nueve leprosos curados son los únicos ingratos e indiferentes para con Jesús. La ingratitud de los leprosos curados, para con Jesús, continúa en nuestros días y acentuada casi al infinito, puesto que la inmensa mayoría de los católicos, luego de recibir los Sacramentos de iniciación cristiana -Bautismo, Comunión, Confirmación-, no regresan más a la Iglesia, y si alguno regresa, es o para reprocharle a Jesús porque no le va bien en la vida -algo de lo cual Jesús no es responsable, por lo que el reproche es injusto-, o bien regresan para pedir algo que necesitan, que generalmente es algo relacionado con la salud, con el trabajo, con el dinero, con el bienestar material. Incluso muchos de los que acuden con cierta frecuencia a la Santa Misa y también a la Confesión sacramental, acuden solo para pedir, pero nunca o casi nunca para adorar, para dar gracias a Nuestro Señor Jesucristo y a la Santísima Trinidad por todos los bienes recibidos. Algunos podrán decir que no han recibido bienes materiales, ni siquiera espirituales, porque están transitando por un período de tribulación, más o menos prolongado, pero a estos tales hay que decirles que Jesús ha realizado en ellos milagros infinitamente más grandiosos que simplemente curarlos de una enfermedad crónica como la lepra: con el Bautismo, les ha quitado el pecado original, los ha sustraído del poder del Demonio y los ha convertido en hijos adoptivos de Dios; con la Eucaristía, les ha concedido su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad, es decir, en la Eucaristía se les ha entregado en Persona, con todo su Ser Divino y a cambio solo ha recibido desprecios, indiferencias, ingratitudes y ofensas; con el Sacramento de la Confirmación, han recibido a la Tercera Persona del Espíritu Santo, al Amor de Dios, que los ha convertido en templos suyos vivientes y a cambio, muchos cristianos han convertido sus cuerpos en moradas de demonios; con el Sacramento de la Confesión, ha derramado su Sangre Preciosísima sobre sus almas, perdonándoles sus pecados y colmándolos de la gracia santificante y a cambio, Jesús ha recibido como respuesta la maldición sobre su Sangre y el pisoteo y desprecio de la misma.

         “¿Sólo este extranjero ha regresado para dar gracias?”. Según los datos estadísticos, en Argentina los católicos registrados en libros de bautismos mantienen un promedio de ochenta por ciento del total de la población; sin embargo, la asistencia dominical a Misa, la recepción del Sacramento de la Confesión, la recepción del Sacramento de la Eucaristía, oscila entre el uno y el dos por ciento de ese total. Con toda razón, la Santa Madre Iglesia, con lágrimas en los ojos, repite hoy con amargura la misma pregunta de Jesús: “¿Dónde están mis hijos, los bautizados, que han abandonado el Templo de Dios y no se alimentan de la Sagrada Eucaristía ni piden que la Sangre de mi Hijo les perdone los pecados en el Sacramento de la Confesión?

miércoles, 28 de septiembre de 2022

“Señor, auméntanos la Fe”

 


(Domingo XXVII - TO - Ciclo C - 2022)

“Señor, auméntanos la Fe” (Lc 17, 5-10). Los Apóstoles le piden a Jesús que “les aumente la Fe”. Esto nos lleva a considerar qué es la Fe y de qué Fe se trata. Según la Escritura, la Fe es “la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve” (Heb 11). En nuestro caso, nuestra Fe católica se basa en las Palabras de Nuestro Señor Jesucristo, las cuales son el fundamento de nuestra fe; por ejemplo, que Él es Dios Hijo, la Segunda Persona de la Trinidad; que Él se encarnó por obra del Espíritu Santo; que permanece con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad en la Sagrada Eucaristía hasta el fin de los tiempos; que ha de venir a juzgar a vivos y muertos en el Día del Juicio Final, dando el Cielo a los que se esforzaron por vivir en gracia y cumplir sus Mandamientos y el Infierno a quienes no hicieron caso de sus palabras.

Nuestra Fe Católica, entonces, se basa en la Sagrada Escritura, en donde está contenida la Revelación de Dios a los hombres en Cristo Jesús, pero además nuestra Fe Católica se complementa con la Tradición de los Padres de la Iglesia y con el Magisterio, de manera que lo que no comprendemos o no está explícito en las Sagradas Escrituras, está contenido y explicitado en la Tradición y el Magisterio. Por eso es un error pretender que lo que no está en la Biblia no hay que tenerlo en cuenta, como hacen los protestantes: esto es un grave error, el criterio de la “sola Escritura”, porque como dijimos, para nosotros los católicos, la Fe no solo se basa en las Escrituras, sino en la Tradición y en el Magisterio.

         Ahora bien, para los católicos, otro elemento muy importante a tener en cuenta es que la Fe en la Sagrada Escritura no puede ser nunca de interpretación privada, como erróneamente sostienen los evangelistas o protestantes y otras sectas; es necesario que sea Cristo Dios quien, a través de su Espíritu, nos ilumine, para que seamos capaces de aprehender el verdadero sentido sobrenatural de las Escrituras. Dice así el Catecismo de la Iglesia Católica[1]: “Sin embargo, la fe cristiana no es una «religión del Libro». El cristianismo es la religión de la «Palabra» de Dios, «no de un verbo escrito y mudo, sino del Verbo encarnado y vivo» (San Bernardo de Claraval, Homilia super missus est, 4,11: PL 183, 86B). Para que las Escrituras no queden en letra muerta, es preciso que Cristo, Palabra eterna del Dios vivo, por el Espíritu Santo, nos abra el espíritu a la inteligencia de las mismas (cf. Lc 24, 45)”. En otras palabras, para no caer en el error de interpretar las Sagradas Escrituras según el limitado límite de nuestra razón humana, debemos pedir siempre, antes de leer la Sagrada Escritura, la asistencia del Espíritu Santo, para que ilumine nuestras inteligencias y nos evite caer en el error del racionalismo, error que literalmente destruye el sentido sobrenatural de la Palabra de Dios e impide que la misma se aprehendida en su verdadero sentido por parte del alma humana.

         “Señor, auméntanos la Fe”. Jesús dice que si nuestra fe fuera del tamaño de un grano de mostaza, seríamos capaces de mover montañas. En la práctica, no sucede así, lo cual quiere decir que nuestra fe es verdaderamente pequeña. Sin embargo, la Fe de la Iglesia Católica es enormemente grande, porque por esta fe, el Hijo de Dios desciende de los cielos, obedeciendo a las palabras de la consagración que pronuncia el sacerdote ministerial, para quedarse en persona en la Eucaristía. Es por esto que, si nuestra fe personal es frágil, debemos unirnos a la Santa Fe de la Iglesia Católica, para que nuestra fe en la Presencia real, verdadera y substancial de Nuestro Señor Jesucristo en la Eucaristía sea capaz de trasladar, mucho más que una montaña, al mismo Dios Hijo en Persona, desde el cielo al altar eucarístico. Por esto, también nosotros pidamos, como los Apóstoles, que el Señor, a través de la Virgen, nos aumente la Fe, la cual está codificada en el Credo de los Apóstoles, pero sobre todo le pidamos que aumente en nosotros la Santa Fe Católica en lo más preciado que tiene la Iglesia y que es la Santa Misa como renovación incruenta y sacrificial del Sacrificio del Calvario: “Señor, auméntanos la Fe en la Misa como renovación sacramental de tu Santo Sacrificio de la Cruz”.

 



[1] Cfr. Primera Parte, Capítulo II, Artículo 3, 108.