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miércoles, 1 de marzo de 2023

“Antes de presentar la ofrenda en el altar, reconcíliate con tu hermano”

 


“Antes de presentar la ofrenda en el altar, reconcíliate con tu hermano” (Mt 5, 20-26). Jesús nos advierte y nos avisa de que tenemos que ser “mejores que los escribas y fariseos”, si es que queremos ir al Reino de los cielos, al término de nuestra vida terrena.

Para darnos una idea de lo que significa ser “mejores que los escribas y fariseos”, debemos recordar cuál es el calificativo que Jesús les da a ellos, que eran los sacerdotes y laicos de la época. Uno de los principales calificativos de Jesús para con los escribas y fariseos es el de “hipócritas”; es decir, Jesús, que lee los corazones y los pensamientos, por cuanto Él es Dios, sabe que los escribas y fariseos utilizaban la religión y el templo, ya sea para adquirir poder, prestigio y renombre ante la sociedad, o también para quedarse con las ofrendas depositadas ante el altar, con lo cual le quitaban a Dios la honra que solo Dios merece y también le quitaban los dones que el pueblo fiel le hacía.

Teniendo esto en mente, es decir, el calificativo que Jesús da a los fariseos, el de “hipócritas”, se comprende mejor el ejemplo que Jesús da, para que precisamente no cometamos el mismo error de ellos, el de ser hipócritas: Jesús nos dice que, antes de presentar una ofrenda ante el altar -lo cual se puede interpretar también como el asistir a la Santa Misa, de modo genérico-, si tenemos algún pleito, algún desencuentro, algún motivo de discordia con nuestro prójimo, debemos primero reconciliarnos con nuestro prójimo, lo cual implicará el pedir perdón, si nosotros fuimos los causantes de la discordia, o el perdonar al otro, si el otro fue el que nos ofendió; solo así, después de habernos reconciliado con nuestros prójimos, estaremos en grado de presentarnos ante el altar del Señor, en Quien no hay no solo pecado, sino ni siquiera la más mínima imperfección.

“Antes de presentar la ofrenda en el altar, reconcíliate con tu hermano”. Entonces, para no ser hipócritas ante Dios -porque los hombres no pueden leer los pensamientos ni los corazones, entonces es fácil pasar por justos ante los demás, aun cuando tengamos alguna diferencia con algún prójimo-, debemos reconciliarnos con nuestros hermanos -no quiere decir que físicamente debamos estar ante nuestro prójimo, basta que en nuestro corazón no se albergue ningún sentimiento maligno-; de esta manera, Jesús aceptará la ofrenda de nuestros corazones, depositados al pie del altar, al pie de la  Santa Cruz, por manos de Nuestra Señora de los Dolores.

domingo, 31 de octubre de 2021

La viuda ha dado más que nadie, porque ha dado de lo que tenía para vivir”

 


(Domingo XXXII - TO - Ciclo B – 2021)

         “La viuda ha dado más que nadie, porque ha dado de lo que tenía para vivir” (). Jesús nos enseña que la viuda del Evangelio es un ejemplo para nosotros, tanto en generosidad hacia el templo, como en amor y confianza hacia Dios. La razón es que, aunque la viuda da materialmente muy poco dinero, en realidad es mucho, porque lo que da es lo que tiene para comer, para alimentarse, para subsistir. Es como si nosotros diéramos el dinero que tenemos para comprar el alimento del día: puede ser mucho o poco en cantidad, pero en términos cualitativos es mucho, porque es todo lo que tenemos. Si se compara lo que da la viuda con lo que dan los que son ricos, parece que está dando poco, pero como dijimos, está dando en realidad mucho más que los que ponen una rica ofrenda, porque estos dan de lo que les sobra, mientras que la viuda da todo lo que tiene para subsistir. En el fondo, los primeros dan lo que no necesitan, mientras que la viuda da lo que le sirve para poder vivir, con lo cual está dando, en cierto sentido, su vida. La viuda es ejemplo de amor al templo de Dios, porque contribuye al sostenimiento material del templo, lo cual es un deber de todo fiel y es además un ejemplo de amor a Dios, porque da la totalidad de lo que tiene, como muestra de agradecimiento y de amor a Dios, que es quien le da la vida y el ser. Por este motivo, la viuda del Evangelio es un ejemplo para nosotros en el sentido de que nos enseña cómo debemos no sólo estar desprendidos de los bienes materiales, sino también de cómo debemos contribuir, con esos bienes, al sostenimiento del culto católico, el único culto verdadero del Único Dios Verdadero y cómo debemos agradecerle por lo que nos da y sobre todo por lo que Es, Dios de infinito amor y misericordia.

Hay otro aspecto más profundo y sobrenatural que debemos considerar en la donación de la viuda y es que no sólo es un ejemplo de cómo debemos comportarnos con nuestros bienes materiales en relación al templo y a Dios: el don de la viuda, de dar lo que tiene para vivir y con eso, dar su propia vida, es en realidad una imitación y una participación a otro don, el don de Jesucristo, que ofrece a Dios en la cruz, mucho más que lo que tiene para vivir, porque ofrece su propia vida, en sacrificio por la salvación de todos los hombres, en otras palabras, la generosidad de la viuda es una participación a otro acto de oblación y de donación, y es el don de la propia vida a Dios, por el rescate de la humanidad, como lo hace Nuestro Señor Jesucristo en la cruz.

“La viuda ha dado más que nadie, porque ha dado de lo que tenía para vivir” (). A imitación de la viuda del Evangelio, no demos al templo de Dios lo que nos sobra, sino incluso lo que necesitamos para vivir y a ejemplo de Cristo crucificado, que ofreció a Dios su propia vida en la cruz para nuestra salvación, ofrezcamos nuestra propia vida, por la salvación propia y la de nuestros hermanos, a Cristo crucificado en el Calvario y el Altar Eucarístico.

domingo, 25 de noviembre de 2012

“Esta pobre viuda dio de lo que tenía para vivir”



“Esta pobre viuda dio de lo que tenía para vivir” (Lc 21, 1-14). Mientras un grupo de personas adineradas está haciendo grandes donaciones en el templo, se acerca a ellos una viuda pobre que deposita sólo dos monedas de cobre.
         Visto con ojos humanos, la viuda pobre pasa desapercibida, porque frente a la cantidad de dinero depositado por los ricos, su ofrenda es menos que insignificante. Para los hombres, que juzgan siempre por las apariencias, la ofrenda de la viuda no tiene valor, mientras que las ofrendas de los ricos sí son dignas de tener en cuenta.
         Sin embargo, el juicio de los hombres sobre las intenciones del prójimo es siempre erróneo y falso, porque el hombre no tiene la capacidad de escrutar el fondo del alma y la raíz metafísica del ser, como sí la tiene Jesús, puesto que Él es la Segunda Persona de la Santísima Trinidad. A diferencia de los hombres, que siempre se equivocan, el que juzga sin jamás equivocarse, es Jesús, porque en cuanto Dios, Él ve en lo más profundo y recóndito del alma. Cada ser humano está ante su Presencia, y nada del alma, ni siquiera el pensamiento más pequeño, se le escapa, y es esto lo que hace a sus juicios certeros e infalibles.
         Éste es el motivo del elogioso juicio de  Jesús a la viuda pobre: en su indigencia, dio de lo que tenía para vivir, mientras los demás daban de lo que les sobraba. En otras palabras, Jesús basa su juicio sobre la viuda en aquello que ve en el interior del alma de esta mujer, algo que no encuentra en los ricos que hacen las ofrendas. ¿Qué es lo que ve Jesús, que está presente en la viuda y ausente en los ricos? Jesús ve la grandeza de la fe y del amor a Dios que hay en la viuda, fe y amor que la llevan a donar no de lo que le sobra, sino de lo que tiene para vivir. La pobreza material se contrapone con la enorme riqueza espiritual que suponen la presencia de fe y de amor a Dios, que a su vez son los que la conducen a donar a Dios toda su fortuna material, aún cuando esta sea objetiva y económicamente insignificante. De modo inverso sucede con los ricos que depositan grandes sumas de dinero: aunque la ofrenda en sí misma, objetiva y materialmente, es muy valiosa, valen menos que la ofrenda de la viuda, porque no los mueve ni la fe ni el amor a Dios, sino su propio orgullo, ya que lo que pretenden, al hacer las donaciones en el templo, es ser vistos, halagados y ensalzados por los hombres.
“Esta pobre viuda dio de lo que tenía para vivir”. Si el mismo Jesús en Persona halaga a la viuda pobre, entonces todo cristiano está llamado a imitarla, puesto que el halago proviene del mismísimo Dios Hijo en Persona, y es así que el ejemplo de la viuda pobre tiene que ser el parámetro comparativo con el cual medir la propia donación material.
         Pero hay otro ejemplo más en la viuda, además de cómo tiene que ser el don material: en las dos monedas de cobre, insignificantes en sí mismas, está representada nuestra humanidad, alma y cuerpo, que se ofrenda en Cristo ante el altar de Dios, por eso, nuestra oración en la Santa Misa podría ser así: “Señor, acepta la humilde ofrenda de mi don, mis dos monedas de cobre: mi cuerpo y mi alma; dispón de ellos como te parezca, ya que todo lo que soy en la vida, te lo ofrezco a Ti, en señal de amor y adoración”.

viernes, 9 de noviembre de 2012

“Esta pobre viuda dio de lo que tenía para vivir”



(Domingo XXXII – TO – Ciclo B – 2012)

“Esta pobre viuda dio de lo que tenía para vivir” (Mc 12, 38-44). Luego de advertir a sus discípulos que se cuiden de la hipocresía de los fariseos, es decir, de los religiosos que están en el templo y se ocupan de las cosas de Dios pero sólo por vanagloria y para ser vistos y alabados por los hombres, pero no les interesa ni les mueve el Amor de Dios, Jesús fija sus ojos en una pobre viuda, que deposita en la ofrenda del templo sólo dos monedas de cobre. Contrariamente al juicio humano, que calificaría a la ofrenda de la viuda como mísera por su escasísimo valor, Jesús sorprende al afirmar que la viuda dio más que “todos”, es decir, más que los ricos, que “daban en abundancia”.
El motivo del elogio a la viuda pobre es que, a diferencia de los ricos, que dan de su abundancia, la viuda da de “lo que tiene para vivir”. Esto demuestra que Dios juzga de modo inverso a los hombres, o que los hombres juzgan con criterios que no son los de Dios. Los hombres se fijan, en este caso, en el monto de la ofrenda, y así determinan cuál es la bondad de alguien: a mayor monto de la ofrenda, mayor bondad de la persona. La ecuación humana es lineal y simplista, y no tiene en cuenta factores profundos, invisibles a sus ojos, pero que son visibles a Dios.
Para Dios, lo que cuenta no es el monto de la ofrenda o, en todo caso, si cuenta, y en realidad sí que lo hace, porque comparativamente, la cantidad ofrecida por la viuda, si bien es insignificante en términos materiales, constituye el ciento por ciento de sus pertenencias, lo cual equivaldría, en un rico, a la totalidad de su fortuna-.
Pero hay otros factores en la ecuación de Dios -ausente en la ecuación del hombre, y que hace que el juicio del hombre sea erróneo-, y estos son la fe y el Amor a Él, porque tanto la fe inquebrantable en su existencia, como el amor puro y perfecto hacia Él, Dios verdadero, son los que hacen que la ofrenda adquiera todo valor y sentido. En otras palabras, lo que Dios ve, y no ve el hombre, es la profundidad y el grado de la fe y del amor hacia Él que hay en el corazón del hombre. A su vez, el grado de fe y de amor serán los que determinen el monto de la ofrenda que el hombre dará: en el caso de la viuda, su fe y su amor hacia Dios son tan grandes, que la llevan a dar todo lo que tiene, incluso lo que tiene para vivir, y esto, aunque cuantitativamente es insignificante, porque las monedas de cobre poco y nada valen, a los ojos de Dios, adquieren un valor insospechado. Por el contrario, en el caso de los ricos del ejemplo del Evangelio, que “daban en abundancia”, comparativamente con la viuda, dan mucho menos, e incluso hasta nada, porque en relación a lo que tienen, lo que dan es nada, y esto se debe al escaso amor a Dios que hay en sus corazones. Mientras la viuda da de lo que tiene para vivir, movida por su gran amor a Dios, los ricos dan de los que les sobra, porque su amor a Dios es demasiado pequeño.
Esto demuestra que, a los ojos de Dios, las cosas cambian, y da la razón de porqué el juicio de Dios es distinto al de los hombres: la ofrenda de la viuda, que es insignificante, pasa a valer muchísimo, porque está movida por la fe y el amor a Dios, y vale tanto, que merece ser elogiada por el mismo Hombre-Dios Jesucristo; la ofrenda de los ricos, que es materialmente muy importante, pasa a valer, a los ojos de Dios, muy poco o casi nada, porque la fe y el amor a Dios son escasos o nulos, y por eso no son elogiados por Jesucristo.
La ecuación, a los ojos de Dios, quedaría así: a mayor fe, mayor amor a Dios; a mayor amor a Dios, mayor ofrenda material, porque cuanto más grande es la ofrenda material, mayor es el sacrificio y el don de sí, en donde se ve el amor de gratitud.
Con todo, la ofrenda material de la viuda no es sino un símbolo o figura de lo que debe ser la ofrenda del cristiano: además de contribuir materialmente al sostenimiento del culto, lo cual es un grave deber de justicia para todo cristiano, el bautizado, movido por el Amor a Dios, debe ofrecerse a sí mismo en el altar del sacrificio, uniendo su vida toda, con su pasado, su presente y su futuro, al sacrificio del Hombre-Dios en la Cruz. Imitando a la viuda pobre, que deposita ante el altar de Dios todo lo que tiene para vivir, dos monedas de cobre, la oración del cristiano debería ser así: “Señor, deposito a los pies de tu cruz y de tu altar, la humilde ofrenda de las dos monedas de cobre, que son mi alma y mi vida toda. Sólo te pido que aumentes mi fe y mi amor hacia Ti”.
Si así hace, estará imitando en realidad a Jesucristo, porque la viuda pobre es sólo imitación lejana de su sacrificio en Cruz, en donde más que dar lo que tiene para vivir, da su Vida para la vida y el rescate de los hombres, y de su sacrificio en el altar, en donde se dona a sí mismo como Pan Vivo bajado del cielo, que da la Vida eterna a quien lo recibe con fe y con amor.