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lunes, 12 de febrero de 2024

“A esta generación no se le dará otro signo”

 


“A esta generación no se le dará otro signo” (Mc 8, 11-13). Los fariseos le piden a Jesús un signo del cielo para creer en Él, pero Jesús les responde que “no se les dará ningún signo”. La razón es que no es que no se les hayan dado signos o milagros, como para convencerlos de que Él es Dios, que Él es el Mesías que viene del cielo: por el contrario, se les han dado innumerables signos que indican que Él es el Mesías al cual esperan y del cual hablan los profetas, pero los fariseos son obstinados y enceguecidos y no quieren ver, porque no se trata de que no se han dado cuenta, sino de que se han dado cuenta, pero han rechazado los signos que Jesús ha hecho, sus innumerables milagros, como resucitar muertos, multiplicar panes y peces, curar enfermos, expulsar demonios. Los fariseos son obcecados y voluntariamente cierran sus ojos espirituales para no ver los signos que da Jesús.

Por último, no se les dará un signo, porque además de los signos o milagros que Jesús ha hecho, el mayor signo es Él mismo, Él, Jesús de Nazareth en Persona, es el signo más claro y evidente de que el Reino de Dios ha venido a los hombres y de que Él es el Mesías al que han esperado durante siglos. Pero como los fariseos, los escribas, los doctores de la ley, permanecen en su obstinación y en su ceguera, no quieren reconocer que Jesús es el Mesías y por eso piden un signo y Jesús les dice que “no les será dado”.

De manera análoga, sería como pedirle a la Iglesia Católica “un signo” que demostrase que Ella es la Verdadera Iglesia de Dios y tampoco se les daría ningún signo, porque ya los signos que la Iglesia da -los Sacramentos y el principal de todos, la Eucaristía-, demuestran que la Iglesia Católica es la Única y Verdadera Iglesia del Único y Verdadero Dios.

No repitamos los errores de los fariseos y no pidamos a la Iglesia signos que no serán dados; por el contrario, centremos la mirada del espíritu y del corazón en el Signo o Milagro por excelencia, la Sagrada Eucaristía, el signo que nos conduce al Reino de Dios.

lunes, 4 de mayo de 2020

“Las obras que hago en nombre de mi Padre, dan testimonio de Mí”





“Las obras que hago en nombre de mi Padre, dan testimonio de Mí” (Jn 10, 22-30). Le preguntan a Jesús acerca de su condición de Mesías, es decir, quieren saber si es Él el Mesías o no. Jesús les responde de un modo directo y práctico: las obras que hace “en nombre de su Padre”, testimonian acerca de Él. ¿Y cuáles son estas obras que testimonian que Jesús es no sólo el Mesías, sino también el Hijo de Dios, puesto que Él se auto-proclama “Hijo del Padre”? Esas obras son los milagros, signos y prodigios que sólo los puede hacer Dios, es decir, son obras que de ninguna manera pueden ser realizadas por naturalezas creadas, sean el hombre o un ángel. En otras palabras, si Jesús resucita muertos, si multiplica panes y peces, si expulsa demonios con el sólo poder de su voz, si cura toda clase de enfermos, entonces quiere decir que lo hace con el poder divino y se trata de un poder divino que Él ejerce no como derivado o participado, sino de modo personal y directo: por esto mismo, estas obras, estos milagros, dan testimonio de que Jesús de Nazareth, el Hijo de María Santísima y de San José, es el Mesías, el Hijo de Dios encarnado.
“Las obras que hago en nombre de mi Padre, dan testimonio de Mí”. Si los prodigios que hace Jesús dan testimonio de su divinidad, de manera análoga se puede aplicar la obra divina por antonomasia que hace la Iglesia Católica, la Eucaristía, para tomar por verdad lo que Ella afirma de sí misma, esto es, que la Iglesia Católica es la Única Iglesia verdadera. Parafraseando a Jesús, la Iglesia, para afirmar su origen divino, puede decir de sí misma: “La obra divina que hago, la Eucaristía, da testimonio de que yo soy la Verdadera y Única Esposa Mística del Cordero”.

domingo, 30 de marzo de 2014

“Tu hijo vive”



          “Tu hijo vive” (Jn 4, 50-53). Un hombre acude, desesperado, a pedirle ayuda por su hijo pequeño, que se encuentra agonizando. Jesús se compadece del dolor de este padre de familia y en el acto le concede lo que le pide, ya que el niño se cura en ese mismo momento, tal como el hombre lo puede comprobar al otro día, por el testimonio de quienes cuidaban al niño, que afirman que el niño comenzó a sanarse a la misma hora en la que Jesús le dijo: “Tu hijo vive”.
         En el episodio se destacan, por un lado, la misericordia de Jesús, que se compadece del dolor humano; por otro lado, la fe del padre de familia, que acude a Jesús con la certeza de que podrá auxiliarlo en su dolor. Pero hay un tercer elemento que llama la atención, y es la expresión de Jesús: "Si no ven signos y prodigios, no creen". Es decir, Jesús cura al niño, y el padre de familia, de esta manera, reafirma su fe. Pero Jesús, implícitamente, está diciendo que no hace falta que Él cure al niño para que crean; Jesús está diciendo que Él podría no curar al niño, es decir, podría no hacer ningún “signo y prodigio”, podría dejar morir al niño -y Él lo recibiría en el Reino de los cielos-, y lo mismo deberíamos creer en Él, en su Palabra, en su condición de ser Él el Hombre-Dios. Pero en vez de simplemente creer en Él, en su Palabra, en su “Yo Soy”, estamos siempre exigiendo “signos y prodigios”, estamos siempre exigiendo, como Tomás el Apóstol, "ver para creer": “si no lo veo, no lo creo”; siempre estamos exigiendo pruebas a Dios de su existencia, y no nos bastan las innumerables pruebas que nos da a cada segundo de la existencia, pruebas que comienzan con el hecho mismo de nuestro propio acto de ser y de nuestra propia existencia, que no se explican si no es por una participación al Acto de Ser divino.

         “Si no ven signos y prodigios, no creen”. No pongamos a prueba a Dios para creer, no le exijamos “signos y prodigios” para tener fe, tanto más, cuanto que, delante de nuestros ojos, se desarrolla, día a día, el signo y el prodigio más asombroso que puedan contemplar los cielos y la tierra, la transubstanciación del pan y del vino en el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad del Cordero. 

domingo, 14 de abril de 2013

“Me buscan por el pan, pero deben buscar el Pan de Vida eterna”




“Me buscan por el pan, pero deben buscar el Pan de Vida eterna” (Jn 6, 22-29). Después de haber hecho Jesús el milagro de la multiplicación de los panes, la multitud lo busca, llegando incluso a viajar en barcas para llegar a Cafarnaúm, en donde se encontraba. Al llegar adonde Él estaba, se muestran interesados por Él: “Maestro, ¿cuándo llegaste?”. Jesús sabe cuáles son sus verdaderas intenciones, y por eso les contesta: “Les aseguro que ustedes me buscan pero no porque vieron signos, sino porque han comido pan hasta saciarse. Trabajen, no por el alimento perecedero, sino por el que permanece hasta la Vida eterna”.

En otras palabras, Jesús les quiere decir: “Me buscan por el pan, pero deben buscar el Pan de Vida eterna”; es decir, les reprocha que lo busquen para que les dé pan material con el cual satisfarán el hambre corporal, pero no porque “vieron signos”; no lo buscan por el milagro de la multiplicación de los panes, milagro que es causado por su Amor y que tiene la finalidad de demostrar su Amor, sino por los panes y los pescados. No les interesa el Amor de Dios, sino satisfacer su hambre corporal y saben que con Jesús tienen asegurado el sustento corporal.

Como queda de manifiesto por las palabras de Jesús, la actitud de la multitud es en realidad una actitud egoísta: buscar el pan material y no los signos y su causa, el Amor de Dios, es buscarse a sí mismos, porque lo único que se pretende es la satisfacción del hambre corporal. En el fondo, implica una visión puramente humana, naturalista y horizontal de la vida; no hay otras pretensiones que las terrenas y materiales, sin importar nada más que esto.

“Me buscan por el pan, pero deben buscar el Pan de Vida eterna”. Hay que buscar a Jesús por los signos, es decir, por los milagros que Él hace, pero no por los milagros en sí mismos, sino porque esos milagros son demostrativos del Amor divino, desde el momento en que Dios los hace no porque tenga necesidad de nosotros, sino simplemente para manifestarnos y donarnos su Amor.

Jesús les dice que no deben buscarlo por el pan material, sino por el Pan de Vida eterna, porque eso es amarlo por Él mismo y no por lo que da, porque Él es el Pan de Vida eterna. Es lo que le pide una beata: “Señor, que yo te ame por lo que eres, y no por lo que das”, y también Santa Teresa de Ávila: “Hay que buscar al Dios de los consuelos, y no a los consuelos de Dios”.

La vida cristiana consiste en buscar a Jesús no por lo que da sino por lo que Es, y hay que buscarlo en donde Él está: en la Cruz y en la Eucaristía.

Hoy no se busca a Jesús por Él mismo: en la Iglesia, los pobres no buscan a Cristo sino la limosna o la ayuda material que pueda brindar la Iglesia; los ricos no buscan a Cristo sino las riquezas materiales que a través de la Iglesia puedan obtener. Pero tanto unos como otros deben buscar a Cristo, en la Cruz y en la Eucaristía: los pobres deben buscar en Cristo crucificado la riqueza de la Cruz, los inmensos bienes del cielo que da Cristo en la Cruz: su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad; los ricos a su vez deben buscar en Cristo crucificado la pobreza de la Cruz, el único modo por el que podrán entrar en el Reino de los cielos, porque de lo contrario, es imposible que un rico entre en el Reino de los cielos; ambos, ricos y pobres, deben buscar en la Iglesia el Pan de Vida eterna, la Eucaristía, el Pan Vivo bajado del cielo, en el cual y por el cual Cristo se dona a sí mismo sin reservas al alma que lo recibe con fe y con amor.

domingo, 3 de abril de 2011

Si no ven signos y prodigios, no creen

Antes, exigían signos para creer,
y cuando los recibían, creían.
Hoy, a pesar de que la Iglesia obra prodigios
y signos maravillosos,
los sacramentos,
los bautizados no creen
(Jesús cura al ciego de nacimiento - Duccio, témpera, )

“Si no ven signos y prodigios, no creen” (cfr. Jn 4, 43-54). Ante la petición de un padre de familia, que implora por la salud de su hijo que está a punto de morir, Jesús hace este reproche: “Si no ven signos y prodigios, no creen”.

Sin embargo, a pesar del reproche, Jesús le concede el milagro, y el niño se cura: cuando el padre se encuentra con los criados que le salen al encuentro, “cae en la cuenta” que su hijo había mejorado en el mismo momento en el que Jesús le decía que su hijo estaba curado.

El padre de familia, al ver el signo de la curación de su hijo, cree, y con él, toda su familia. Necesitaba del signo para creer, aunque no le hacía falta, y Jesús, a pesar de que no le hacía falta, le concede el signo, y cree. Es decir, el padre atribulado pone como condición un signo para ver, y cuando lo recibe, cree.

Hoy, la situación es peor, porque si antes, si no veían signos y prodigios, no creían -pero al final terminaban creyendo luego de verlos-, hoy, aún cuando ven signos y prodigios, no creen.

Hoy en la Iglesia de Cristo, la Iglesia Católica, se dan signos y prodigios infinitamente más grandes y asombrosos que la curación de un niño agonizante, pero aún así, los mismos bautizados, los mismos católicos, no creen.

Ven los signos y prodigios más grandes y asombrosos que jamás puedan se concebidos, y aún así no creen: ven a un alma ser convertida en hija adoptiva de Dios, naciendo del seno mismo de Dios, al recibir al Espíritu Santo en el Bautismo sacramental de la Iglesia, que sobrevuela sobre el alma del que se bautiza, como sobrevoló sobre Jesús en el Jordán, y no creen.

Ven al Espíritu Santo sobrevolar en el altar, por las palabras de la consagración, convirtiendo al pan en el Cuerpo de Cristo y al vino en su sangre, y no creen.

Ven a un Dios prolongar su Encarnación en el seno virgen de la Iglesia, el altar eucarístico, por el poder del Espíritu Santo, ante las palabras de la consagración, para manifestarse al mundo como Pan de Vida eterna, y no creen.

Ven al Espíritu Santo derramarse a sí mismo y a sus dones en el alma que recibe la Confirmación, para ser tomado con don personal del alma del que se confirma, y no creen; ven al Espíritu Santo descender como lenguas de fuego, espirado por Jesús Eucaristía en el alma del que comulga, convirtiendo a cada comunión sacramental en un Pentecostés personal, para cada uno, y no creen.

Ven signos y prodigios, en la Iglesia, y no creen. Y en cambio, se vuelcan a los ídolos del mundo, a quienes sí creen. Que Dios Trinidad se apiade de nuestra generación y derrame sobre nosotros su Misericordia.