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sábado, 7 de noviembre de 2020

“El Reino de los cielos se parece también a un hombre que iba a salir de viaje a tierras lejanas”


 

(Domingo XXXIII - TO - Ciclo A – 2020)

“El Reino de los cielos se parece también a un hombre que iba a salir de viaje a tierras lejanas” (Mt 25, 14-15. 19-21). Como todas las parábolas de Jesús, la parábola de los talentos se entiende cuando se reemplazan sus elementos naturales por los elementos sobrenaturales; sólo de esta manera, se entiende su inserción en el misterio salvífico del Hombre-Dios Jesucristo. Así, el “hombre que sale de viaje a tierras lejanas” es Nuestro Señor Jesucristo que, luego de morir en la Cruz, resucita al tercer día, asciende a los cielos y “espera” -para luego regresar por Segunda Vez- hasta que sea el Día del Juicio Final, en el que vendrá a juzgar a toda la humanidad; los “servidores de confianza” son los bautizados; los bienes o talentos que entrega a sus servidores, son los bienes, tanto naturales como sobrenaturales, que Dios da a cada bautizado: por ejemplo, los bienes naturales son el ser, la vida, la existencia, la inteligencia, la voluntad, etc.; los bienes sobrenaturales son el Bautismo sacramental, la Primera Comunión, la Confirmación, las Confesiones sacramentales, etc.; el regreso del hombre y el pedido de cuentas a sus servidores es la Segunda Venida en la gloria de Nuestro Señor Jesucristo y el juzgamiento a toda la humanidad y a cada persona en particular: cuando tenga lugar el Juicio Final, Jesús pedirá cuentas a cada uno de aquello que recibió: el ser, la vida, la memoria, la inteligencia, el Bautismo, etc., y de acuerdo a cómo hayan sido usados estos bienes o talentos, así será la recompensa; la recompensa para los dos primeros, que hicieron fructificar sus talentos por medio de una vida de santidad, es el Reino de los cielos; en cuanto al tercero, que recibió un talento pero no lo hizo fructificar sino que lo enterró, representa al alma que recibió el don del Bautismo, pero no vivió como bautizado, es decir, como hijo de Dios, sino que vivió mundanamente, como hijo de las tinieblas: el castigo a este servidor perezoso es la eterna condenación, aunque en realidad no es un castigo, sino el concederle a esa persona lo que esa persona quiso para su vida, es decir, el pecado. Esto es lo que significa: “llanto y rechinar de dientes”: la eterna condenación, que es la paga que recibe quien en vida terrena enterró sus talentos, es decir, no vivió como hijo de Dios, como hijo de la Luz, sino como hijo de las tinieblas.

“El Reino de los cielos se parece también a un hombre que iba a salir de viaje a tierras lejanas”. Esta parábola debe ser leída y entendida a los pies de la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo, y también de rodillas ante el sagrario: sólo así nos daremos cuenta que se trata, en realidad, de un llamado personal, a cada alma, para que se prepare para el encuentro con el Rey de cielos y tierra, Cristo Dios, haciendo fructificar en frutos de santidad los talentos que recibió.

 

sábado, 30 de mayo de 2020

“Al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”




“Al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” (Mc 12, 13-17). Unos fariseos y algunos partidarios de Herodes le hacen una pregunta a Jesús, no con el afán sincero de saber su respuesta, sino con la intención de tenderle una trampa y tratar de atraparlo con alguna afirmación de Jesús que luego pueda ser usada en un juicio en su contra. Llevados por la malicia, le preguntan a Jesús si es lícito pagar impuestos al César, o no. Si Jesús dice que sí, lo acusarán de traición al pueblo hebreo y de colusión con la potencia ocupante; si dice que no hay que pagar impuestos, lo acusarán de pretender sublevar al pueblo, poniéndolo en contra del César. Para los fariseos y herodianos, se trata de una trampa perfecta. Pero Jesús es Dios y como dice la Escritura, “de Dios nadie se burla”. En vez de responder directamente, Jesús pide que le traigan un denario -que llevaba la efigie del César- “para que lo vea” y les pregunta de quién es esa imagen y ellos le responden, obviamente, que es la imagen del César. Entonces Jesús da una respuesta que sobrepasa la inteligencia humana, demostrando toda la Sabiduría divina, dejando entrampados en su propia trampa a fariseos y herodianos. Les dice que si esa moneda tiene la imagen del César, entonces es del César; por lo tanto, hay que darle al César lo que es del César, es decir, hay que pagar impuestos. Pero también agrega algo que no estaba en los planes de sus enemigos: además de darle al César lo que es del César, hay que “dar a Dios lo que es de Dios”. Es decir, el cristiano tiene la obligación moral de pagar impuestos justos -eso es darle al César, el poder temporal, lo que le corresponde-, aunque también debe darle a Dios lo que es de Dios.
Del César -el poder temporal-, entonces, es el dinero y el cristiano debe dárselo en forma de impuestos justos, para que el César, el poder temporal, lo administre bajo la ley de Dios y devuelva el dinero de los impuestos en obras públicas, para el Bien Común de la sociedad. Pero como lo dice Jesús, además de darle al César lo que le corresponde, hay que dar a Dios lo que le corresponde, lo que es de Él. ¿Y qué es lo que es de Dios? A Dios le pertenece, porque es nuestro Creador, nuestro ser, nuestro acto de ser, es decir, lo más profundo e íntimo de nosotros mismos, sin lo cual no somos lo que somos; además del ser, le pertenecen a Dios nuestros pensamientos, palabras y acciones, todo lo cual debe ser santo, porque Dios es nuestro santificador y la Santidad Increada en Sí misma y por esta razón, no podemos darle pensamientos, palabras y obras que no sean santos.
“Al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. Demos el dinero al mundo, que es a quien le pertenece y demos a Dios lo que es Dios: todo lo que somos, lo que pensamos, deseamos y obramos, aunque como dijimos, puesto que Dios es Tres veces Santo, lo que le demos a Dios también debe ser santo.

martes, 5 de junio de 2018

“Den al César lo que es del César, y a Dios, lo que es de Dios”



“Den al César lo que es del César, y a Dios, lo que es de Dios” (Mc 12, 13-17). Unos fariseos y herodianos intentan tender una trampa a Jesús, con el fin explícito de hacerlo caer en alguna afirmación que pueda comprometerlo, para así tener una excusa para acusarlo y encarcelarlo. Para tal fin, le presentan una moneda a Jesús, con la efigie del César y le preguntan si “es lícito pagar impuestos o no”. La pregunta encierra en sí misma una trampa: si les dice que sí, entonces lo acusarán ante los judíos de ser colaboracionista con el imperio romano opresor; si dice que no, lo acusarán ante los romanos, afirmando falsamente que instiga a la rebelión y al no pago de los impuestos. Sin embargo, la respuesta de Jesús los deja sin habla, literalmente: luego de observar la moneda, Jesús les pregunta a su vez acerca de la pertenencia de la moneda: “¿De quién es esta figura y esta inscripción?”. Y ellos respondieron: “Del César”. Entonces Jesús les responde, con toda lógica: “Den al César lo que es del César, y a Dios, lo que es de Dios”. Es decir, si la moneda es del César, entonces, dénsela al César, esto es, paguen los impuestos; pero al mismo tiempo, no dejen de dar a Dios lo que es de Dios. ¿Qué es “de Dios”? De Dios es el ser, el alma y el cuerpo del hombre; es decir, todo el hombre, en su totalidad, le pertenece a Dios y por lo tanto, todo lo que el hombre es, debe dárselo a Dios. El dinero, representado en la moneda, es del César, es decir, de los poderes mundanos y al él, al César y al mundo, le corresponde el dinero. Dios no quiere que le demos dinero –aunque sí es obligación del cristiano sostener el culto-, porque eso le pertenece al mundo: quiere que le demos lo que a Él le pertenece, nuestro ser, nuestra alma y nuestro cuerpo. Esto es lo que significa: “Den al César lo que es del César, y a Dios, lo que es de Dios”.