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miércoles, 26 de octubre de 2022

“Zaqueo, hoy tengo que alojarme en tu casa”

 


(Domingo XXXI - TO - Ciclo C – 2022)

           (Lc 19, 1-10). Para poder entender un poco mejor el episodio del Evangelio, hay que tener en cuenta quién era Zaqueo: era jefe de publicanos, un grupo de hombres dedicados al cobro de impuestos para el Imperio Romano; además, adquirió una gran fortuna por este trabajo, pero también porque como recaudador de impuestos exigía una suma de dinero adicional al tributo para así apropiarse de la diferencia[1]. Es decir, Zaqueo era doblemente despreciado por los judíos: primero, porque la tarea de recaudación de impuestos para el imperio era considerada una tarea detestable, ya que se consideraba una especie de colaboracionismo con la potencia ocupante, los romanos; segundo, porque con la exigencia de un pago adicional, a la par que él se enriquecía ilícitamente, empobrecía al resto de la población. Por estos motivos, Zaqueo era considerado un pecador público y por eso no era apreciado entre los judíos. Sin embargo, Jesús, que estaba rodeado de discípulos y de seguidores que lo amaban y querían vivir según los Mandamientos de la Ley de Dios, no se dirige a ellos para entrar en sus casas, sino a Zaqueo, sabiendo Jesús la condición de pecador público de Zaqueo: “Zaqueo, hoy tengo que alojarme en tu casa”. Si bien es Zaqueo el que busca mirar a Jesús mientras pasa -con toda seguridad había quedado admirado por los milagros que hacía Jesús y por su sabiduría, que no era de este mundo-, esta búsqueda de Zaqueo hacia Jesús es en realidad una respuesta a la gracia que Jesús le había concedido de antemano. En otras palabras, es Jesús quien busca a Zaqueo en primer lugar y no Zaqueo quien primero busca a Jesús. El hecho de querer Jesús entrar en la casa de Zaqueo para almorzar con él es, además de verdadero, simbólico de otra realidad espiritual: el ingreso físico de Jesús en la casa de Zaqueo, simboliza el ingreso espiritual de Jesús con su gracia en el alma de Zaqueo, lo cual provoca un cambio radical en Zaqueo, es decir, provoca la conversión de Zaqueo, conversión que se manifiesta en el propósito de Zaqueo de devolver todo lo que ha adquirido ilícitamente. Pero lo más importante en Zaqueo no es la devolución de lo que no le corresponde, que sí es importante; lo más importante es la conversión a Cristo de su alma, de su corazón, de su ser: a Zaqueo ya no le atraen las riquezas de la tierra, sino que le atrae algo que es infinitamente más valioso que todas las riquezas del mundo y es el Sagrado Corazón de Jesús, que arde con las llamas del Amor de Dios, el Espíritu Santo. La devolución de los bienes materiales ilícitamente adquiridos, es solo una consecuencia de la conversión de Zaqueo.

          Finalmente, en Zaqueo nos debemos identificar nosotros, en cuanto pecadores y, al igual que Zaqueo, Jesús nos demuestra un amor que va más allá de toda comprensión, porque a nosotros, en cada Santa Misa, nos dice lo mismo que a Zaqueo: “Quiero entrar en tu casa, quiero entrar en tu corazón, por medio de la Eucaristía”. Y así como Zaqueo prepara su casa y la limpia y prepara un banquete para Jesús, así nosotros debemos preparar nuestras almas, por medio de la Confesión Sacramental, para recibir el banquete con el que nos convida Dios Padre, que es la Carne del Cordero de Dios, el Pan de Vida eterna y el Vino de la Alianza Nueva y Eterna, la Sagrada Eucaristía. Al igual que Zaqueo, dispongamos nuestra casa, nuestras almas, por medio de la Confesión sacramental, para que ingrese Jesús y lleve a cabo en nosotros la conversión eucarística, por medio de la cual salvaremos nuestras almas por la eternidad.

jueves, 11 de noviembre de 2021

“Zaqueo, bájate pronto, porque hoy tengo que hospedarme en tu casa”


 

“Zaqueo, bájate pronto, porque hoy tengo que hospedarme en tu casa” (Lc 19, 1-10). Cuando Zaqueo, un hombre rico y con un alto cargo como funcionario, porque era jefe de publicanos, se entera de la llegada de Jesús a la ciudad donde él vivía, Jericó, se apresura para salir a buscarlo y al menos poder verlo. Zaqueo había escuchado hablar de Jesús, de su sabiduría, de sus milagros, del anuncio que Él hacía de la llegada del Reino de Dios y estaba muy interesado en conocer a Jesús. Sin embargo, se encuentra con la dificultad de que, por un lado, había una gran multitud alrededor de Jesús, lo cual dificultaba su llegada hasta Él; además, Zaqueo era de baja estatura, lo cual le impedía todavía más la visión. Pero Zaqueo no se da por vencido y decide subirse a un árbol, para así poder contemplar a Jesús. Ahora bien, Jesús, que es Dios en Persona, sabe bien no sólo que Zaqueo está arriba del árbol para verlo, sino que además conoce la profundidad del corazón de Zaqueo, que desea recibirlo a Él y apartarse del pecado, de todo lo que lo separe de Dios. Por esta razón, Jesús llama a Zaqueo y le dice que quiere almorzar en su casa. Una vez dentro de la casa de Zaqueo, la acción de la gracia de Jesús convierte totalmente el corazón de Zaqueo y esta conversión lo lleva a desprenderse de los bienes materiales para compartirlos con quienes lo necesitan, además de estar dispuesto a devolver cuatro veces más a quien él le hubiera retenido sus bienes de forma ilícita. Jesús se alegra por la conversión de Zaqueo y es por eso que dice que “la salvación ha llegado a esta casa”, a la casa de Zaqueo, porque Zaqueo ha aceptado de todo corazón la gracia santificante de Jesús y ha empezado por desprenderse de los bienes materiales, para así poder ingresar en el Reino de los cielos.

“Zaqueo, bájate pronto, porque hoy tengo que hospedarme en tu casa”. En cada Santa Misa, Jesús, más que entrar en una ciudad, baja de cielo para quedarse en la Eucaristía y para así ingresar, por la Comunión Eucarística, en nuestros corazones, en nuestras casas espirituales, para colmarnos de su gracia, de sus dones, de su Amor infinito y eterno. En este sentido, Zaqueo es el ejemplo perfecto y el modelo a imitar para recibir a Jesús Eucaristía: recibiendo a Jesús con amor y dejando de lado todo lo que nos aparte de Él.

 

jueves, 12 de noviembre de 2020

“Zaqueo, hoy tengo que hospedarme en tu casa”

 


“Zaqueo, hoy tengo que hospedarme en tu casa” (Lc 19, 1-10). Al entrar en Jericó, Jesús ve a Zaqueo, que se ha subido a un sicómoro para poder verlo, y le dice que quiere “hospedarse en su casa”. Zaqueo, que era un pecador, se baja del sicómoro y hace ingresar a Jesús en su casa, “recibiéndolo muy contento”, según el Evangelio. Luego de que Jesús ingresara en su casa, Zaqueo, poniéndose de pie, afirma que “dará  a los pobres la mitad de sus bienes” y que “devolverá cuatro veces más” a alguien que hubiera podido defraudar. Como consecuencia de sus palabras, Jesús se alegra y dice: “Hoy ha llegado la salvación a esta casa, porque también él es hijo de Abraham, y el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que se había perdido”.

El episodio de Jesús y Zaqueo, un episodio real, es al mismo tiempo, una prefiguración de lo que sucede entre Jesús y el alma cuando ésta recibe la gracia de la conversión: cuando esto sucede, el alma es iluminada acerca de la Persona Divina de Jesús y de la necesidad que tiene de Jesús para ser salvada de la eterna condenación, del pecado y de la muerte; en consecuencia, el alma, vuelta ya a Jesús por la gracia de la conversión, abre las puertas de su corazón a Jesús, para que Él ingrese en el alma; como consecuencia del ingreso de Jesús en el corazón del hombre, éste se convierte y decide dejar de lado el hombre viejo, figurado en el don de la mitad de sus bienes a los pobres y en el propósito de devolver cuatro veces más a quien hubiera defraudado. Entonces, en el episodio de Zaqueo, está prefigurada la conversión del alma que, por la gracia, recibe a Jesús y se convierte, abandonando al hombre viejo y comenzando a vivir la vida de la gracia.

“Zaqueo, hoy tengo que hospedarme en tu casa”. Cada vez que comulgamos, hacemos ingresar a Jesús en nuestra casa, es decir, en nuestra alma: le pidamos a Jesús que nos conceda la gracia de la conversión, igual que sucedió con Zaqueo.

domingo, 17 de noviembre de 2019

“Hoy ha llegado la salvación a esta casa”



“Hoy ha llegado la salvación a esta casa” (Lc 19, 1-10). Al pasar Jesús a la altura de la casa de Zaqueo, es el mismo Jesús quien le dice a Zaqueo, que estaba subido a un sicómoro, que quiere entrar en su casa. Es decir, no es Zaqueo quien invita a Jesús, sino Jesús quien quiere entrar en casa de Zaqueo. Algunos de los presentes critican la actitud de Jesús, puesto que Zaqueo era un pecador y por lo tanto, visto humanamente, no era correcto que quien era la santidad en Persona, Cristo Jesús, entrara en casa de un pecador. Sin embargo, esto es precisamente lo que Jesús ha venido a hacer, ya que Él mismo lo dice en otro lado: “No he venido por los justos, sino por los pecadores”. Zaqueo era un pecador, luego el ingreso de Jesús en su casa es aquello para lo cual ha venido Jesús.
El hecho de ingresar Jesús a casa de Zaqueo no deja las cosas indiferentes, porque se produce en Zaqueo un gran hecho: su corazón se convierte, debido a la santidad de Jesús y esa conversión no se queda en palabras, sino que pasa decididamente a la acción, ya que promete dar la mitad de sus bienes a los pobres, además de devolver cuatro veces más a quien pudiera haber decepcionado en algún negocio. Es decir, el ingreso de Jesús en la casa de Zaqueo trae como consecuencia la conversión de Zaqueo, la cual se manifiesta en obras y así Zaqueo pasa de ser un pecador a un hombre justificado por la gracia.
“Hoy ha llegado la salvación a esta casa”. Cada vez que comulgamos, se repite la escena evangélica, puesto que Jesús quiere entrar no en nuestras casas materiales, como en el caso de Zaqueo, sino en nuestra casa espiritual, que es nuestro corazón. A nosotros también nos dice Jesús desde la Eucaristía: “Quiero entrar en tu casa, quiero alojarme en tu corazón, quiero ser amado y adorado por ti, en tu santuario, tu alma”. Con la comunión eucarística Jesús demuestra para con nosotros un amor infinitamente más grande que el que demostró para con Zaqueo, porque si bien a Zaqueo lo santificó, no le dio en cambio su Cuerpo y su Sangre, en cambio a nosotros nos da, por la comunión eucarística, su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad. Zaqueo respondió con amor, demostrado en obras, al Amor demostrado por Jesús al entrar en su casa. Si Jesús entra en nuestras almas por la comunión, devolvamos a Jesús aunque sea una mínima parte del Amor con el que Él nos trata, obrando la misericordia para con nuestro prójimo más necesitado.

lunes, 28 de octubre de 2019

“Hoy ha entrado la salvación a esta casa”



(Domingo XXXI - TO - Ciclo C – 2019)

“Hoy ha entrado la salvación a esta casa” (Lc 19, 1-10). Jesús va caminando, acompañado por una multitud; mientras pasa a la altura de la casa de Zaqueo, se dirige a este, que se encontraba subido a un sicomoro para poder verlo, a causa de su baja estatura, diciéndole: “Zaqueo, date prisa y baja, porque es necesario que hoy me quede en tu casa”. Zaqueo obedece y, muy contento, recibe a Jesús en su casa. Al ver la escena, hay algunos que murmuran, criticando a Jesús porque ha entrado en la casa de Zaqueo, que es un pecador, jefe de publicanos y hombre muy rico. Es decir, a muchos les molesta el hecho de que Jesús haya elegido la casa de un pecador para entrar. Sin embargo, el ingreso de Jesús en la casa de Zaqueo cambia las cosas, puesto que, gracias a Jesús, Zaqueo se convierte y decide compartir “la mitad de sus bienes” con los más necesitados, además de devolver “cuatro veces más” a aquel a quien haya podido perjudicar. Visto con ojos humanos, el ingreso de Jesús en la casa de Zaqueo no parece ser lo mejor, puesto que Él es Santo –es Dios Tres veces Santo-, mientras que Zaqueo es un pecador. Sin embargo, visto desde la perspectiva de Dios, es lo que Jesús debía hacer y es lo que Él ha venido a hacer: a convertir a los pecadores. Como consecuencia del ingreso de Jesús en su casa, Zaqueo se convierte, deja de ser pecador, porque ha recibido a Jesús en su casa material y en su casa espiritual, su corazón; ésa es la razón por la que decide dar “la mitad de sus bienes” a los pobres, además de resarcir “cuatro veces más” a quien haya podido perjudicar.
“Hoy ha entrado la salvación a esta casa”. En cada comunión eucarística, se repite la escena del ingreso de Jesús en casa de Zaqueo, un pecador, porque Jesús Eucaristía ingresa, por la comunión, en nuestra casa interior, que es nuestra alma y nuestro corazón. Al igual que Jesús quiso entrar en casa de Zaqueo para comunicarle de su santidad y así convertirlo, así Jesús Eucaristía quiere ingresar en nosotros para comunicarnos la santidad de su Sagrado Corazón Eucarístico, para lograr nuestra conversión. Esta conversión, para que sea real y no fingida, necesita demostrarse por obras de caridad y misericordia. Esto quiere decir que tal vez no compartamos la mitad de nuestros bienes con los pobres, ni tengamos necesidad de devolver cuatro veces más, porque no  hemos estafado a nadie, pero sí es necesario que hagamos obras de misericordia, única manera de saber si el ingreso de Jesús en nuestras casas o almas por la Eucaristía, da el fruto de santidad –como lo dio en Zaqueo- que Él espera.

martes, 15 de noviembre de 2016

“Hoy tengo que alojarme en tu casa”



“Hoy tengo que alojarme en tu casa” (Lc 19, 1-10). Al comentar el pasaje del Evangelio en el que Jesús encuentra a Zaqueo, Santa Isabel de la Trinidad establece una analogía según la cual la casa material de Zaqueo y Zaqueo mismo es ella, de manera que el diálogo que se entabla entre Jesús y Zaqueo es el diálogo entre Jesús y ella[1]. Dice así: “Como a Zaqueo, mi Maestro me ha dicho: “Apresúrate, desciende, que quiero alojarme en tu casa”. Apresúrate a descender, pero ¿dónde? En lo más profundo de mí misma”. Santa Isabel de la Trinidad hace una analogía entre ella y Zaqueo y entre la casa de Zaqueo y su propia alma, mientras que el descenso de Zaqueo del árbol, es el descenso que ella misma hace “hasta lo más profundo de ella misma”, con lo cual, el encuentro que se verifica entre Jesús y Zaqueo, en la casa material de este último, se verifica en el alma de –la casa espiritual- de Santa Isabel de la Trinidad. Ahora bien, puesto que Zaqueo ya ha recibido la gracia de la conversión, parte de la cual es desprenderse de los bienes materiales a los que estaba aferrado antes de conocer a Jesús, esto mismo se verifica también en Santa Isabel, aunque en relación a los bienes espirituales, que comienzan por el apego que el alma tiene a sí misma. Dice así la santa: “(entrar en la casa-alma) después de haberme negado a mí misma (Mt 16, 24), separado de mí misma, despojado de mí misma, en una palabra, sin yo misma”. Es decir, así como Zaqueo demuestra su conversión, fruto del encuentro con Jesús, la santa demuestra esta conversión en el deseo de despojarse de sí misma, para que Jesús sea todo en ella.
         Luego, al analizar la frase de Jesús “Hoy tengo que alojarme en tu casa”, Santa Isabel interpreta el pedido de Jesús –el Hombre-Dios- como el deseo de Dios Uno y Trino de inhabitar, por la gracia y el amor, en el alma de todo ser humano: “Es necesario que me aloje en tu casa”. ¡Es mi Maestro quien me expresa este deseo! Mi Maestro que quiere habitar en mí, con el Padre y el Espíritu de Amor, para que, según la expresión del discípulo amado, yo viva “en sociedad” con ellos, que esté en comunión con ellos (1Jn 1, 3)”. De estas palabras se deduce que hay una profundización en el amor hacia Santa Isabel en relación a Zaqueo, porque si en el caso de Zaqueo entró sólo el Hombre-Dios Jesús y lo hizo sólo en su casa material, ahora, en Santa Isabel, junto con Jesús, Persona Segunda de la Trinidad, vienen a la casa de Santa Isabel, su alma, junto con Jesús, el Padre y el Espíritu Santo. Son las Tres Divinas Personas las que quieren entrar en el alma de Santa Isabel y hacer morada en ella. La santa confirma este pensamiento, citando a San Pablo, en donde el  Apóstol se refiere a los bautizados como “miembros de la casa de Dios”: “Ya no sois extranjeros ni forasteros, sino que sois miembros de la casa de Dios”, dice san Pablo (Ef 2, 19). He aquí como yo entiendo ser “de la casa de Dios”: viviendo en el seno de la apacible Trinidad, en mi abismo interior, en esta “fortaleza inexpugnable del santo recogimiento” de la que habla san Juan de la Cruz...”. “Ser de la casa de Dios” es, para Santa Isabel, ser el alma en gracia “la casa de Dios Uno y Trino”, de las Tres Divinas Personas.
         El alma en la que inhabite la Santísima Trinidad, será “bella”, con una belleza sobrenatural y descansará en Dios Trino, viviendo no ya en el tiempo y en el espacio humanos, sino en la eternidad de Dios, aun si continúa viviendo en el tiempo terrestre, y en la inhabitación de la Trinidad en lo más profundo de su ser, el alma se transformará en el “resplandor de su gloria”: “¡Oh qué bella es esta criatura  así despojada, liberada de ella misma!... Sube, se levanta por encima de los sentidos, de la naturaleza; se supera a ella misma; sobrepasa tanto todo gozo como todo dolor y pasa a través de las nubes, para no descansar hasta que habrá penetrado «en el interior» de Aquel que ama y que él mismo le dará el descanso... El Maestro le dice: “Apresúrate a descender”. Es así como ella vivirá, a imitación de la Trinidad inmutable, en un eterno presente..., y por una mirada cada vez más simple, más unitiva, llegar a ser “el resplandor de su gloria” (Heb 1,3) o dicho de otra manera, la incesante “alabanza de gloria”» (Ef 1, 6) de sus adorables perfecciones”. Para Santa Isabel, entonces, el episodio evangélico del encuentro entre Jesús y Zaqueo no solo se actualiza en su alma, sino que se profundiza hasta un nivel insospechado, el de la transformación del alma en el “resplandor de la gloria” de Dios Trino.




[1] Último retiro, 42-44.

viernes, 28 de octubre de 2016

“Zaqueo (…) hoy tengo que alojarme en tu casa (…) Hoy ha llegado la salvación a esta casa”


(Domingo XXXI - TO - Ciclo C – 2016)

         “Zaqueo (…)  hoy tengo que alojarme en tu casa (…) Hoy ha llegado la salvación a esta casa” (Lc 19 ,1-10). En esta escena evangélica, se relata el proceso de conversión de Zaqueo y la muestra de amor de Jesús hacia él. El proceso de conversión, porque es Jesús quien da a Zaqueo la gracia de desear verlo y de encaramarse al sicómoro para lograrlo; es Jesús quien pone en el corazón de Zaqueo el deseo de conocerlo y de verlo, y esto constituye el primer paso de la conversión. El segundo paso es la aceptación de Zaqueo de esta gracia de conversión, al responder afirmativamente a la misma y al buscar el modo de ver a Jesús, subiéndose al árbol; el tercer paso, es el ingreso de Jesús en su casa y la consiguiente alegría de Zaqueo: la muestra de que la conversión es verdadera, es el deseo de Zaqueo de no ser injusto nunca más para con su prójimo, y para hacerlo, se propone dar “la mistad de sus bienes a los pobres”, lo cual es signo de verdadera justicia, porque cuando se tienen bienes que no se usan, es porque se los está acumulando: “Señor, voy a dar la mitad de mis bienes a los pobres”; dicha conversión se manifiesta también en el deseo de restituir “cuatro veces más” a quien haya podido perjudicar en su vida previa a la conversión: “y si he perjudicado a alguien, le daré cuatro veces más”. El proceso de conversión entonces es: gracia previa al deseo de verlo; aceptación de Zaqueo de esa gracia y deseo de verlo; invitación a Jesús a entrar en su casa; alegría por estar con Jesús; desprendimiento de bienes materiales y rechazo de toda injusticia, con tal de no perder la amistad con Jesús.
Ahora bien, para con nosotros, Jesús nos da una muestra de amor infinitamente más grande que para con Zaqueo, porque para con Zaqueo, Jesús entró en su casa material, mientras que para con nosotros, Jesús entra en nuestra casa espiritual, es decir, en nuestra alma; Jesús entró en casa de Zaqueo con su Cuerpo real, todavía no glorificado por la Resurrección, y en nosotros, entra con su Cuerpo glorificado, que ya ha pasado por el Calvario y la Resurrección; a Zaqueo no le donó el Espíritu Santo cuando entró en su casa, a nosotros nos dona el Espíritu Santo cada vez que comulgamos; entró en casa de Zaqueo para comer con él y alojarse en su casa, a nosotros nos da de Él de comer, su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad, el Pan Eucarístico, y se aloja, no en nuestra casa material, sino en nuestra alma y en nuestro corazón.

Puede ayudarnos en la reflexión el preguntarnos. ¿cómo lo recibe Zaqueo? “Con gran alegría”, dice el Evangelio. Entonces, nosotros debemos preguntarnos: si para con nosotros, Jesús demuestra un amor infinitamente más grande que para con Zaqueo, como lo hemos visto: cuando Jesús entra en nuestra casa, es decir, en nuestra alma, ¿lo recibimos con “gran alegría” interior, como lo recibió Zaqueo? ¿Se convierte nuestro corazón, por la Presencia del Rey de reyes, o seguimos en el pecado del hombre viejo? ¿Dejamos de idolatrar lo material y repartimos entre los pobres lo que es de justicia estricta que lo hagamos? Pidamos la gracia de recibir a Jesús como Zaqueo, con gozo y alegría interior, y también le pidamos a Nuestra Señora de la Eucaristía la gracia de la conversión del corazón a su Hijo Jesús en la Eucaristía, es decir, pidamos la gracia de la conversión eucarística del corazón.

domingo, 16 de noviembre de 2014

“Hoy ha llegado la salvación a esta casa”


“Hoy ha llegado la salvación a esta casa” (Lc 19. 1-10). Jesús, al atravesar la ciudad de Jericó, mientras camina, mira hacia arriba, hacia el sicómoro sobre el que se había encaramado Zaqueo a causa de su baja estatura, y le dice a Zaqueo que quiere alojarse en su casa: “Zaqueo, baja pronto, porque hoy tengo que alojarme en tu casa”. Zaqueo, que era un hombre rico, baja rápidamente del árbol, y dispone todo lo necesario para recibir a Jesús, recibiéndolo “con alegría”, dice el pasaje evangélico.
Notemos que no es Zaqueo quien invita a Jesús, aunque es Zaqueo quien deseaba ver a Jesús, y por eso se había subido al sicómoro, para precisamente poder verlo. No es Zaqueo quien invita a su casa a Jesús, y es Jesús quien dice a Zaqueo que quiere entrar a su casa. Pero el ingreso de Jesús a la casa material de Zaqueo es meramente preparatorio para otro ingreso, el ingreso a su corazón: puesto que es Dios, Jesús lee el corazón de Zaqueo, y sabe que está ya preparado para recibirlo, y por eso es que le dice que baje para que prepare su casa y lo reciba. Mucho más que entrar en su casa material, Jesús quiere entrar en el alma de Zaqueo, simbolizada en la casa material; el ingreso en la casa material es sólo el prolegómeno y el símbolo del ingreso del Hombre-Dios al corazón de Zaqueo y el hecho que lo confirma es la conversión inmediata de Zaqueo, quien en señal de gratitud por la Presencia de Jesús en su casa, decide dar “la mitad de sus bienes a los pobres” y dar “cuatro veces más” a quien haya podido perjudicar en sus negocios.

“Hoy ha llegado la salvación a esta casa”. Cada vez que comulgamos, Jesús entra en nuestra casa, es decir, en nuestra alma. ¿Experimentamos la misma alegría que experimentó Zaqueo? A Zaqueo, Jesús no le dio de comer su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad, y sin embargo, Zaqueo, en señal de gratitud, dio la mitad de sus bienes a los pobres, y estuvo dispuesto a dar cuatro veces más a quien hubiera podido perjudicar en sus negocios. A nosotros, Jesús nos da su Cuerpo, su Sangre, su Alma, su Divinidad, y todo el Amor, eterno, infinito, inagotable, inabarcable, incomprensible, de su Sagrado Corazón Eucarístico. ¿Qué cosa estamos dispuestos a hacer en señal de gratitud por Jesús? 

domingo, 3 de noviembre de 2013

“Zaqueo, quiero alojarme en tu casa"



(Domingo XXXI - TO - Ciclo C - 2013)
           “Zaqueo, quiero alojarme en tu casa” (Lc 19, 1-10). Jesús le manifiesta a Zaqueo que quiere “alojarse” en su casa. El pedido motiva el escándalo de muchos, puesto que Zaqueo era conocido por ser publicano, es decir, pecador público: “Al ver esto, todos murmuraban, diciendo que había entrado a hospedarse en casa de un hombre pecador”. Sin embargo, a pesar de ser un pecador público, Jesús no solo fija sus ojos en él, sino que le manifiesta su deseo de “alojarse” en su casa. Por este motivo, es conveniente detenernos en la figura de Zaqueo, para saber el motivo por el cual Jesús, haciendo caso omiso –o no- de su condición de pecador, pido alojarse en su casa. Zaqueo, que a causa de su baja estatura, estaba subido a un sicómoro, acepta gustoso el pedido y hace pasar a Jesús a su casa. Una vez allí, le convida de lo que tiene y, lo más importante, tocado por la gracia, manifiesta a Jesús que “dará de sus bienes a los pobres” y “si ha perjudicado a alguien”, le devolverá “cuatro veces más”. El fruto de la visita de Jesús a la casa de Zaqueo es la conversión del corazón, lo cual es igual a la salvación: “Hoy la salvación ha llegado a esta casa”.
         Zaqueo es pecador, pero esta condición, lejos de ser un impedimento para que Jesús fije sus ojos en él, es lo que lo atrae, porque Jesús es la Misericordia Divina encarnada; es el Amor de Dios que se compadece infinitamente del hombre pecador y es tanto su Amor y tanta su ternura, que cuantos más pecados tenga un hombre, más cerca estará de él, tal como el mismo Jesús se lo confía a Sor Faustina: “"Escribe, hija Mía, que para un alma arrepentida soy la misericordia misma. La más grande miseria de un alma no enciende Mi ira, sino que Mi Corazón siente una gran misericordia por ella”[1].
         Jesús, en cuanto Dios, mira al corazón del hombre y si hay en él pecado, busca apropiarse de él para quitarle su pecado, para lavarlo con su Sangre, para calentarlo con su Amor misericordioso, para colmarlo con su Misericordia Divina, para llenarlo de su gracia, de su luz, de su paz, de su alegría, y es esto lo que explica que Jesús dirija su mirada a Zaqueo y le pida alojarse en su casa. El pecado es un impedimento absoluto y total para entrar en el Reino de los cielos, y es por esto que Jesús desea quitarlo del corazón de Zaqueo, y es lo que hace, al concederle la gracia de la conversión.
         Pero hay otro aspecto en la figura de Zaqueo en el que debemos detenernos, porque también aquí se refleja el infinito Amor de Jesús, y es en el de su condición de “rico” de bienes materiales. Esa riqueza demuestra apego a los bienes materiales, lo cual es un impedimento para entrar al Reino de los cielos, al igual que el pecado. Al igual que como hizo con el pecado, Jesús también le concede a Zaqueo el verse libre de este impedimento para entrar al cielo, quitando de Zaqueo el apego desordenado a la riqueza material y concediéndole a cambio el deseo del Bien eterno, la gloria de Dios, el verdadero bien espiritual al que hay que apegar el corazón. Esto se ve reflejado en la declaración de Zaqueo a Jesús: “Daré la mitad de mis bienes a los pobres”; este desprendimiento de los bienes materiales se refleja también en su deseo de devolver “cuatro veces más” a quien hubiera podido perjudicar de alguna manera.
         Es muy importante detenernos en la consideración de la figura de Zaqueo, porque todos somos como él: somos “ricos”, en el sentido de estar apegados a las riquezas materiales, y somos también pecadores y lo seguiremos siendo hasta el día de nuestra muerte. Es por esto que debemos tratar de imitar a Zaqueo en su búsqueda de Jesús, yendo más allá de nuestras limitaciones, como Zaqueo, que para superar la limitación física de su baja estatura, se sube a un sicómoro con tal de ver a Jesús, pero sobre todo, debemos imitarlo en su amor a Jesús, que es lo que lo lleva a querer verlo.
         Y Jesús, viendo en nosotros la imagen misma de la debilidad y del pecado, hará con nosotros lo mismo que con Zaqueo: nos pedirá “alojarnos en nuestra casa”, para concedernos su gracia, su perdón, su Misericordia y su Amor divinos, y esto en un grado infinitamente superior a lo que hizo con Zaqueo. ¿De qué manera? A través de la comunión eucarística, porque en cada comunión eucarística, Jesús, mucho más que querer alojarse en nuestra casa material, como hizo con Zaqueo, quiere entrar en nuestros corazones, para hacer de ellos su morada, su altar, su sagrario, en donde sea adorado y amado noche y día, y desde donde pueda irradiar, noche y día, sobre nuestras almas y nuestras vidas, su Amor y su Misericordia, concediéndonos todas las gracias –y todavía más- que necesitamos para entrar en el Reino de los cielos, entre ellas, la contrición del corazón, el desapego a los bienes terrenos, y el apego del corazón a los verdaderos bienes, la vida eterna. En cada comunión eucarística, Jesús derrama sobre nuestras almas y corazones torrentes inagotables de Amor Divino, en una medida inconmensurablemente mayor a la que le concedió a Zaqueo, porque con Zaqueo, Jesús entró en su casa material, pero no se le dio como alimento con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, como lo hace con nosotros en la Eucaristía.
Si queremos imitar a Zaqueo en su amor de correspondencia a Jesús, debemos preguntarnos: ¿somos capaces de dar la mitad de nuestros bienes a nuestros hermanos más necesitados? Si hemos perjudicado a alguien, ¿somos capaces de devolver “cuatro veces más” a quien hayamos perjudicado? Y esto, no solo referido a bienes materiales, sino también, y sobre todo, al perjuicio y escándalo que hemos provocado en nuestros hermanos, toda vez que no hemos sido capaces de dar testimonio del Amor de Dios con nuestro ejemplo de vida.
 En otras palabras, ¿somos capaces de obrar las obras de misericordia corporales y espirituales, como nos pide Jesús, para así poder entrar en el Reino de los cielos?




[1] Diario, 1739.

lunes, 19 de noviembre de 2012

“La salvación ha llegado a esta casa”



“La salvación ha llegado a esta casa” (Lc 19, 1-10). La entrada de Jesús en casa de Zaqueo redunda en algo inesperado desde el punto de vista humano, puesto que Zaqueo, conocido por ser “pecador”, tal como murmuran todos: “Se ha ido a alojar en casa de un pecador”, ni era discípulo de Jesús, ni se preocupaba de los pobres, ni de aquellos a los que eventualmente hubiera podido perjudicar de una manera u otra. En otras palabras Zaqueo, antes de la entrada de Jesús en su casa, no ha convertido su corazón, y sí lo hace después de la entrada de Jesús. 
Esto sucede porque Jesús no deja indiferente a quien se encuentra con Él: por su condición de Hombre-Dios, concede la conversión radical del corazón; Jesús no da consejos meramente morales, ni provoca simples cambios conductuales; el hecho de que   Zaqueo se decida a dar la mitad de sus bienes a los pobres, y a devolver cuatro veces más a quien haya podido perjudicar, no se debe a que, deslumbrado por las enseñanzas religiosas de un rabbí hebreo ha decidido cambiar de conducta y de comportamiento: se debe a que Jesús le ha iluminado con su gracia en lo más profundo de su corazón, en la raíz última de su ser metafísico, en su acto de ser, y le ha concedido el poder ver el sentido último de esta vida, que no es el enriquecimiento, ni el ascenso social, ni el pasarla bien, ni el ser reconocido por los hombres, sino el obrar la misericordia para con los más necesitados, de modo de alcanzar un lugar en la Jerusalén celestial.
Jesús le ha hecho ver, con la gracia de la conversión, que esta vida se termina, indefectiblemente, en pocos o en muchos años, pero que se termina, y que luego de esta vida vienen la muerte, el juicio particular, y el destino eterno, de alegría, amor y felicidad, o de dolor, de odio y de horror, según las obras realizadas, porque Dios, infinitamente Justo, no puede dejar de dar a cada uno lo que cada uno elige con sus obras. La gracia de la conversión de Jesús a Zaqueo le permite darse cuenta que su prójimo no es alguien a quien se puede usar a placer, sino un hermano en Cristo sin el cual nadie podrá salvarse, y es por eso que Zaqueo dona la mitad de sus bienes y decide dar cuatro veces más a quien hay perjudicado.
El hecho que Jesús entre en la casa de Zaqueo significa entonces un cambio radical en su vida, ya que a partir de su encuentro con Jesús, Zaqueo convertirá su corazón y salvará su alma, hecho profetizado por Jesús: “La salvación ha llegado a esta casa”.
Pero no solo Zaqueo es el destinatario de la gracia de la conversión; también a nosotros Jesús nos dice: “Quiero hospedarme en tu casa”, pero como no podemos hacer entrar físicamente a Jesús en nuestros hogares materiales, sí podemos en cambio hacerlo entrar físicamente, en su Presencia corpórea resucitada, y con su Acto de Ser divino, en nuestro corazón, por la comunión eucarística. Por lo tanto, al comulgar, es decir, al hacer entrar a Jesús en nuestra casa que es nuestra alma, le decimos: “Señor, entra en mi casa, en mi alma, y dame la gracia de la conversión, para que pueda comprender que esta vida se acaba pronto, y que lo único que tiene valor ante tus ojos son las obras de misericordia obradas a favor de mi prójimo. Entra en mi casa, en mi corazón, por la Eucaristía, dame la gracia de la conversión, y yo seré salvo”.

lunes, 14 de noviembre de 2011

Hoy tengo que alojarme en tu casa



“Hoy tengo que alojarme en tu casa” (cfr. Lc 19, 1-10). Zaqueo, movido por la gracia divina, se sube a un árbol para poder ver a Jesús que pasa. Cuando Jesús llega al lugar donde se encuentra Zaqueo, le dice que baje del árbol, porque quiere entrar en su casa para ser alojado allí. Una vez en su casa, Zaqueo promete dar la mitad de sus bienes a los pobres, y devolver cuatro veces más a quien le haya quitado alguna pertenencia.

La entrada de Jesús en casa de Zaqueo, que significa la salvación para éste, se repite en cada comunión, por la cual Jesús ingresa en el alma. Por eso es que hay que estar atentos al ejemplo de Zaqueo, para imitarlo.

El evangelio dice que Zaqueo “bajó en seguida” de la higuera, es decir, desde la altura, y “se puso muy contento” porque Jesús quería entrar en su casa. Podemos preguntarnos si nos sucede lo mismo: ¿nos abajamos en nuestro orgullo, buscando ser mansos y humildes de corazón, antes de comulgar? ¿O, por el contrario, comulgamos desde las alturas de nuestra soberbia? ¿Nos alegramos por el hecho de que Jesús, por la comunión eucarística, va a entrar en nuestras almas y corazones, o es un hecho intrascendente para nosotros? La alegría de comulgar, es decir, la alegría que significa que Jesús entre en nuestra casa, en nuestra alma, ¿es lo suficientemente grande como para que queden en un segundo y en un tercer plano las preocupaciones, e incluso las tribulaciones cotidianas, o por el contrario, son éstas las que predominan sobre el gozo que significa comulgar?

Cuando Jesús entra en nuestro hogar, ¿experimentamos la contrición del corazón de Zaqueo, que reconociéndose pecador, da de sus bienes a los pobres, siguiendo el consejo de la Escritura: “La limosna cubre cantidad de pecados”?

Cuando Jesús ingresa en nuestra alma por la Eucaristía, ¿nos arrepentimos de haber robado a nuestros prójimos la paz, la armonía, la concordia, con nuestras muestras de orgullo, impaciencia, enojos, falta de mortificación y de verdadera caridad cristiana?

En cada Misa, antes de la comunión, Jesús nos repite lo mismo que a Zaqueo: “Hoy quiero entrar en tu casa”.

¿Nos sirve de algo el ejemplo de Zaqueo, o no significa nada para nosotros?