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jueves, 10 de abril de 2025

Domingo de Ramos en la Pasión del Señor

 


(Domingo de Ramos en la Pasión del Señor - Ciclo - C – 2025)

         El Domingo de Ramos, días antes de su Pasión y Muerte en Cruz, Jesús, lleno de majestad y aclamado por todos los habitantes de la Ciudad Santa, ingresa en Jerusalén, montado sobre un asno. Un ícono bizantino representa a Jesús como Rey, vestido con una túnica y un manto: estas dos prendas distintas indican sus dos distintas naturalezas, la humana y la divina[1], unidas hipostáticamente, personalmente, a la Persona Divina de Dios Hijo y esto debido a que ese Jesús que ingresa humildemente montado en un asno, ese Cristo es Dios. El asno sobre el que monta Jesús le sirve como de trono, cumpliéndose así la profecía de Zacarías: “Decid a la hija de Sión: “He aquí que tu Rey viene a ti manso y montado en una asna…” (Lc 19, 28). A pesar de ser Rey del universo, Rey de ángeles y hombres, a pesar de ser Él el Hombre-Dios, ante Quien “toda rodilla se dobla, en el cielo y en la tierra”, sin embargo el ingreso de Jesús a Jerusalén no es al modo de los príncipes y reyes victoriosos de la tierra, los cuales ingresan rodeados de sus ejércitos, acompañados de gran fasto y pompa y aclamado por multitudes que vitorean sus triunfos terrenos: Jesús no ingresa montado en un brioso caballo blanco, lleno de energía, que pisotea a sus enemigos; ingresa como un Rey pacífico, montado en un asno, que avanza lento, con paso cansino; su ingreso a Jerusalén no está precedido por el desfile marcial y victorioso de un ejército; su ingreso no es a todo lujo; no hay ostentación sino que lo que predomina es la humildad y en esta humildad es aclamado por el Pueblo Elegido, que se alegra por la Llegada de su Mesías y que se alegra porque el Dios misericordioso camina entre ellos, curándolos, sanándolos, dándoles de comer, compadeciéndose de ellos.

         El Domingo de Ramos Jesús ingresa a la Ciudad Santa como un rey y también como un Rey será crucificado el Viernes Santo, luego de salir de Jerusalén, para dirigirse al Monte Calvario. Ingresa el Domingo de Ramos como Rey, como Rey sale de Jerusalén el Viernes Santo, portando sobre Sí la cruz por aquellos mismos que habrán de darle muerte en cruz.

El Domingo de Ramos la multitud recibe exultante de alegría a su Rey, cantando hosannas, entonando aleluyas y alfombrando su paso con hojas de palma. Pero la misma multitud que lo aclama el Domingo de Ramos, es la misma multitud que pedirá desaforadamente a gritos su crucifixión; los mismos habitantes de Jerusalén que el Domingo de Ramos lo aclaman, son los que lo crucificarán y blasfemarán en el Monte Calvario, el Viernes Santo; los mismos que le tienden palmas a su paso, son los que lo colmarán de trompadas, puñetazos, bofetadas, patadas, empujones, salivazos. Si el Domingo se alegran por su Mesías y se acuerdan de las maravillas que obró por ellos, el Viernes habrán olvidado todo bien y la benedicencia será reemplazada por la maledicencia y el recuerdo de los milagros será olvidado por completo, como si todos sufrieran una repentina amnesia colectiva.

En su camino al Calvario, en medio de la lluvia de golpes, puñetazos, trompadas y salivazos, Jesús recordará su entrada triunfal en Jerusalén y en ese momento, deteniendo el tiempo, dirá a cada uno, a uno por uno: “¿Por qué me golpeas con tanto furor? ¿Qué te hice de malo? Pueblo Mío, respóndeme, ¿qué te hice para merecer tu furia? ¿Acaso no te demostré mi Amor y mi Misericordia curando tus heridas, resucitando tus muertos, expulsando los demonios que desde el Infierno te atormentan? ¿Por cuál de estas obras me golpeas? ¿Por qué crucificas a tu Dios?”

Entonces, los mismos que el Domingo de Ramos tienden palmas a su paso, son los mismos que piden una corona de espinas para su Mesías; los mismos que lo alaban como Mesías, son lo que el Viernes Santo dirán que no tienen otro rey que el César; los mismos que cantan hosannas y aleluyas, son los que lo maldecirán y lo salivarán en su Sagrado Rostro.

La misma multitud que se alegra por su ingreso en Jerusalén el Domingo de Ramos, es la misma multitud que el Viernes Santo lo habrá de crucificar.

Ahora bien, en esta multitud debemos vernos identificados nosotros, porque son nuestros pecados los que crucifican a Cristo. Renovamos y actualizamos místicamente su crucifixión, cada vez que obramos el mal, cada vez que somos violentos, injustos, necios, mentirosos, vanidosos, faltos de caridad.

Puesto que la Ciudad Santa de Jerusalén es imagen del alma del cristiano, el ingreso de Jesús a Jerusalén el Domingo de Ramos se actualiza toda vez que Jesús ingresa en nuestras almas en gracia por la Eucaristía; esa es la razón por la cual, así como Jesús ingresó en Jerusalén el Domingo de Ramos, así Jesús ingresa en el alma por la comunión eucarística. De la misma manera, cada vez que el alma comete un pecado mortal, expulsa de sí misma a su Rey y Mesías, tal como lo hizo la Ciudad Santa, para crucificarlo en el Monte Calvario el Viernes Santo. Hagamos el propósito de que nuestros corazones sean como las palmas tendidas a sus pies y que nuestras bocas y nuestras obras lo alaben y aclamen. Que siempre seamos, en esta vida, como la multitud del Domingo de Ramos, que se alegra por su Presencia y por su ingreso en nuestras almas por la Eucaristía y que nunca seamos como la multitud del Viernes Santo, que por el pecado arroja de sí misma a Jesús y pide que “su sangre caiga sobre sus cabezas” (Mt 27, 25).



[1] Cfr. Castellano, J., Oración ante los íconos. Los misterios de Cristo en el año litúrgico, Centro de Pastoral Litúrgica, Barcelona 1993, 102.


jueves, 23 de noviembre de 2023

“Jerusalén, no has reconocido el día de la paz”

 


“Jerusalén, no has reconocido el día de la paz” (Lc 19, 41-44). “Por eso, tus enemigos te rodearán, te asaltarán tus muros, te incendiarán tu templo y no dejarán en ti piedra sobre piedra. Y Jesús se puso a llorar sobre Jerusalén”.

¿Porqué Jesús llora sobre Jerusalén y le dirige estas palabras proféticas que, por otra parte, no auguran nada bueno para la Ciudad Santa?

Porque a pesar de ser la Ciudad del Pueblo Elegido, la Ciudad elegida por Dios en Persona para recibir al Mesías, al Redentor de los hombres, Cristo Jesús, se ha dejado cegar por su esplendor, por su soberbia, por su sabiduría, por lo que, podríamos decir, ha cometido el mismo pecado de Satanás en el Cielo: se ha contemplado a sí misma, se ha elegido a sí misma y ha rechazado a Cristo Jesús, al Hijo de Dios.

Pero esta autocomplacencia en sí tiene consecuencias y la más grave es el rechazo del Mesías: la Ciudad Santa expulsa a Jesús de sus entrañas el Viernes Santo para crucificarlo en el Monte Calvario y puesto que Jesús es el Príncipe de la Paz, es el Dador de la Paz de Dios, desde ese momento, Jerusalén pierde la Paz que solo Dios puede dar, quedando así a merced de sus enemigos, los cuales la rodearán, asaltarán sus muros, incendiarán el Templo y no dejarán piedra sobre piedra.

“Jerusalén, no has reconocido el día de la paz”. Cuando un alma no tiene paz, es muy probable que haya cometido el mismo error que Jerusalén, ya que la Ciudad Santa es imagen del alma, convertida en Templo del Espíritu Santo por el Bautismo. Si el cristiano expulsa a Jesús de su corazón por el pecado mortal, correrá la misma suerte que la Ciudad Santa, Jerusalén.

 

miércoles, 29 de marzo de 2023

Domingo de Ramos, ingreso triunfal de Jesús en Jerusalén

 


(Domingo de Ramos - Ciclo A – 2023)

         En el Evangelio del Domingo de Ramos se relata el ingreso triunfal de Jesús en la Ciudad Santa de Jerusalén. Podemos considerar el hecho histórico en sí mismo, como así también su significado espiritual y sobrenatural, además de la relación que se establece entre nosotros y el hecho histórico, por medio de la liturgia eucarística.

         En cuanto al hecho histórico, los habitantes de Jerusalén, al enterarse de la llegada de Jesús, salen todos, absolutamente todos, desde el más pequeño hasta el más anciano, a recibir a Jesús con cantos de alegría, tendiendo ramos a su paso y aclamándolo como al Rey y Mesías. La razón es que el Espíritu Santo les ha hecho recordar todo lo que Jesús ha hecho por ellos, por todos y cada uno de ellos, puesto que no ha habido ni un solo habitante de Jerusalén que no haya recibido al menos un milagro, una gracia, un don, de parte de Jesús. Todos se acuerdan de lo que Jesús hizo por ellos y, llenos de alegría, salen a aclamarlo como a su Rey y Señor.

         Sin embargo, estos mismos habitantes que lo reciben el Domingo de Ramos con cánticos de alegría, son los mismos que lo expulsarán el Viernes Santo, en medio de insultos, gritos, blasfemias, escupitajos, trompadas, patadas, latigazos. Es como si hubieran olvidado, repentinamente, todo lo que Jesús hizo por ellos y ahora, todos, desde el más pequeño hasta el más anciano, expulsan a Jesús en medio de insultos y horribles blasfemias.

         Para explicarnos el cambio radical de actitud de la población de Jerusalén, es necesario considerar y reflexionar acerca del significado espiritual y sobrenatural del ingreso en Jerusalén y es el siguiente: la Ciudad Santa de Jerusalén representa a cada bautizado, que ha sido convertido en morada santa por la gracia santificante recibida en el Bautismo sacramental; la recepción triunfal del Domingo de Ramos es cuando el alma recibe a Cristo por medio de la gracia santificante que se comunica por los sacramentos, sobre todo la Confesión y la Eucaristía; los habitantes de Jerusalén somos nosotros, los bautizados, porque todos hemos recibido dones infinitos de Jesús, empezando por el don de la Redención y la gracia santificante del Bautismo sacramental, de tal manera que ninguno de nosotros puede decir que no ha recibido nada de Jesús; la Ciudad Santa de Jerusalén del Viernes Santo, que expulsa a Jesús, quedándose sin Él, para darle muerte en el Calvario, representa al alma que, por el pecado mortal, expulsa a Jesús de sí misma, quedándose sin la Presencia de Jesús, sin su gracia santificante y por lo tanto sin la vida divina trinitaria, es el alma que está en pecado mortal.

         En cuanto a la relación que hay entre el hecho histórico y nosotros, podemos decir, con toda certeza y de acuerdo a las enseñanzas de los Padres de la Iglesia, de los Doctores y Santos de la Iglesia y por su Magisterio, que la liturgia eucarística de la Santa Misa es la renovación, incruenta y sacramental, del Santo Sacrificio del Calvario y como en la cruz del Calvario el que entrega su vida es Jesús, Dios Eterno, nuestro tiempo queda, por así decirlo, “impregnado” de eternidad, por lo que participamos, misteriosamente, de los misterios salvíficos de Jesucristo, de su Pasión, Muerte y Resurrección y también del hecho histórico del Domingo de Ramos.

         ¿Cuál de los dos tipos de habitantes de Jerusalén queremos ser? ¿Los que reciben a Jesús con cantos de alegría, porque viven en estado de gracia, cumplen sus mandamientos y reciben sus sacramentos, reconociéndolo como al Rey y Señor de la humanidad? ¿O queremos ser como los habitantes del Viernes Santo, que expulsan a Jesús por el pecado mortal, quedándose sin la Presencia de Jesús, viviendo la vida sin cumplir los Mandamientos, prefiriendo el pecado y la muerte del alma, a la vida de la gracia? Por supuesto que queremos ser los habitantes del Domingo de Ramos, por lo tanto, hagamos el propósito de vivir en gracia, de recuperarla por la Confesión sacramental si la hemos perdido y abramos las puertas de nuestros corazones, purificados por la gracia, al ingreso triunfal de Jesús Eucaristía en nuestras almas.

miércoles, 22 de junio de 2022

“Al llegar el tiempo en que debía salir de este mundo, Jesús se encaminó decididamente a Jerusalén”


 

(Domingo XIII - TO - Ciclo C – 2022)

         “Al llegar el tiempo en que debía salir de este mundo, Jesús se encaminó decididamente a Jerusalén” (Lc 9, 51-62). Jesús sabe que va a morir en la Cruz, sabe que va a sufrir la Pasión, y porque lo sabe, es que se encamina decididamente a Jerusalén, en donde será crucificado. Si nosotros nos reconocemos cristianos, entonces debemos tomar la misma decisión, la decisión de seguir a Jesús que nos guía a la Jerusalén celestial, por medio del Via Crucis, por medio del Camino Real de la Cruz. Ahora bien, este seguimiento de Cristo implica varios elementos de orden espiritual, según podemos ver en el episodio del Evangelio.

El seguimiento de Cristo implica ante todo la práctica y el ejercicio de la caridad cristiana, que es amor sobrenatural y no humano, hacia el prójimo, incluido el enemigo. Cuando los discípulos de Jesús le preguntan si quiere que ellos “hagan bajar fuego del cielo” para consumir en el fuego a sus enemigos, los samaritanos –esto indica que los discípulos tenían, porque Jesús les había participado, el efectivo poder de hacer bajar fuego del cielo; de otro modo, no se lo hubieran preguntado-, Jesús los reprende, porque no han comprendido que el fuego que deben hacer bajar es el Fuego del Amor de Dios, el Espíritu Santo. El fuego que debe y puede hacer bajar del cielo el cristiano es el Fuego del Divino Amor, el Espíritu Santo, y lo debe hacer por medio de la oración, del sacrificio, de la penitencia y no solo para los prójimos a los que ama, sino ante todo para con su enemigo, porque ése es el mandato de Jesús: “Amen a sus enemigos” y en este amor sobrenatural al enemigo es que se demuestra que el alma sigue verdaderamente a Cristo y no a su propia voluntad: “En el amor que os tengáis los unos a los otros reconocerán que son mis discípulos” (Jn 13, 35).

El otro elemento espiritual presente en el seguimiento de Jesús es la tribulación de la cruz. Cuando uno en el camino le dice que “lo seguirá dondequiera que vaya”, Jesús le advierte que ese seguimiento no es para nada fácil: “Las zorras tienen madrigueras y los pájaros, nidos; pero el Hijo del hombre no tiene en dónde reclinar la cabeza”. Jesús le advierte que si lo quiere seguir debe cargar la cruz y estar dispuesto a padecer por amor todo lo que implica el cargar la cruz, porque es precisamente en la cruz en donde “el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza”, debido a la suma incomodidad que le provoca la corona de espinas, además del dolor punzante que experimenta cuando intenta reclinarse un poco para descansar. El cristiano debe estar dispuesto a vivir no solo la pobreza de la cruz, que es el desprendimiento ante todo interior de los bienes materiales, sino a desear ser crucificado con Cristo y ser coronado con la Corona de espinas de Cristo.

Otro elemento espiritual en el seguimiento de Cristo es el olvido de los asuntos mundanos, para dedicar, según el estado de vida de cada uno –laico o consagrado- la vida entera a Cristo y a su Iglesia, la Iglesia Católica. Esto es lo que quiere decir Jesús cuando, ante uno que le dice que lo seguirá, pero que “primero lo deje ir a enterrar a su padre”, Jesús le contesta: “Deja que los muertos entierren a sus muertos. Tú ve y anuncia el Reino de Dios”. Es decir, deja que los que están muertos espiritualmente a la vida de la gracia se ocupen de los asuntos mundanos; tú, que has recibido el llamamiento para seguir al Cordero, deja las cosas del mundo y ocúpate en salvar almas, conduciéndolas a la Iglesia y sus sacramentos.

Por último, la vida pasada, vivida en la mundanidad y en el desconocimiento de Cristo y su gracia, debe quedar en el olvido cuando se sigue a Cristo, porque quien permanentemente recuerda su vida de pecado, anterior al llamado de Cristo, “no sirve para el Reino de Dios”. Es esto lo que se desprende del siguiente diálogo de Jesús: Otro le dijo: “Te seguiré, Señor; pero déjame primero despedirme de mi familia”. Jesús le contestó: “El que empuña el arado y mira hacia atrás, no sirve para el Reino de Dios”. Caridad cristiana, que implica el amor sobrenatural al enemigo; cargar la cruz de cada día, abrazando la pobreza de la cruz y las tribulaciones que la cruz implica; olvido y abandono del mundo y de sus falsos atractivos; olvido de la vida pasada de pecado y propósito de perseverancia en la vida nueva de la gracia, eso es lo que debe hacer todo cristiano que quiera seguir a Cristo por el Camino Real de la Cruz, camino que conduce más allá de esta vida terrena, la Vida Eterna en el Reino de los cielos.



 

jueves, 31 de marzo de 2022

Solemnidad del Domingo de Ramos

 


(Domingo de Ramos - Ciclo C – 2022)

         El Domingo de Ramos la Iglesia conmemora el día en el que Jesús ingresa en la Ciudad Santa, Jerusalén, montado en un borrico o cría de asno. En este episodio se destacan, por un lado, el ingreso de Jerusalén y, por otro, el entusiasmo y la alegría de todos los habitantes de Jerusalén. En lo que respecta a Jesús, ingresa pacíficamente, montado en una cría de asno. Ingresa luego de proclamarse Él mismo como Hijo de Dios, igual al Padre y como Único Camino que conduce al Padre; ingresa luego de haber realizado innumerables milagros, signos y prodigios en toda Palestina; ingresa luego de haber profetizado su Pasión, Muerte y Resurrección, es decir, su misterio pascual, por medio del cual habría de salvar a toda la humanidad. A pesar de que Él es Rey de reyes y Señor de señores; a pesar de que Él es Dios Omnipotente y que tiene a su mando legiones innumerables de ángeles, a pesar de eso, Jesús no ingresa en la Ciudad Santa al modo como lo hacen los gobernantes de la tierra, con todo el esplendor, la pompa y el honor con el que se auto-homenajean: Jesús, de acuerdo con su Ser divino trinitario, en el que residen la Bondad, el Amor y la Mansedumbre, ingresa en Jerusalén de modo manso, pacífico y humilde, sin hacer ninguna ostentación, sin otra presentación que las palabras de sabiduría divina que ha pronunciado en los pueblos y calles de Palestina y los milagros de toda clase que ha realizado con todos los habitantes de Judea y Palestina. Esto es un primer elemento que se destaca en el Evangelio de hoy.

         Por otro lado, se destaca el comportamiento de los habitantes de Jerusalén ante el ingreso de Jesús: están todos los habitantes, sin faltar ninguno, porque a todos a concedido Jesús algún milagro, alguna curación, algún don; todos los habitantes de Jerusalén, desde el más pequeño hasta el más anciano, están alegres, exultantes, gozosos, porque todos recuerdan lo que Jesús hizo por todos y cada uno de ellos y este recuerdo de los milagros y dones de Jesús, son la causa de la aclamación de Jesús como Mesías: todos proclaman públicamente a Jesús como al Mesías de Dios, como al Enviado por Dios para la salvación: “Hosanna al Mesías”. Y en señal de reconocimiento y alegría, extienden palmas a su paso.

         Ahora bien, este ingreso triunfal de Jesús en Jerusalén, no debe contemplarse sin hacer referencia a lo que sucederá días después, el Viernes Santo: los mismos habitantes de la Ciudad Santa, que el Domingo de Ramos lo reciben con gozo y alegría, cantando hosannas y agitando palmas en su honor, serán los mismos que, el Viernes Santo, lo expulsarán de la Ciudad Santa, luego de condenarlo injustamente a muerte; los mismos que recibieron solo bienes y milagros de parte de Jesús, serán los que lo conducirán al Calvario, le cargarán la cruz sobre sus hombros y a lo largo de todo el Via Crucis, lo seguirán con insultos, blasfemias, gritos de odio, además de salivarlo, golpearlo con puños y puntapiés, dándole trompadas y empujones.

         ¿Por qué este cambio radical en los habitantes de Jerusalén? El Domingo de Ramos lo reciben con alegría, pero el Viernes Santo lo expulsan con odio. Una explicación a este cambio radical es lo que la Escritura llama: “misterio de iniquidad”, es decir, el misterio de maldad que anida en lo más profundo del corazón del hombre como consecuencia del pecado original.

         Ahora bien, otro aspecto que hay que tener en cuenta es que el suceso del Domingo de Ramos y también el Viernes Santo, hacen referencia a todos y cada uno de nosotros. En efecto, en la Ciudad Santa está representada el alma de cada bautizado; el ingreso de Jesús es cuando Jesús entra en el alma por la Eucaristía; el reconocimiento como Mesías es el reconocimiento del alma hacia Jesús como Mesías y Salvador; la alegría de los habitantes de Jerusalén es la alegría del alma por la recepción de la gracia. El Domingo de Ramos representa al alma en gracia, la Ciudad Santa, que recibe a su Mesías, Jesús, con gozo y alegría.

         El Viernes Santo, por su parte, representa a esa misma alma que, habiendo recibido la gracia santificante, expulsa a Jesús de su corazón por medio del pecado mortal: de la misma manera a como los habitantes de Jerusalén expulsaron a Jesús el Viernes Santo para crucificarlo, así por el pecado mortal el alma expulsa a Jesús de su corazón y lo vuelve a crucificar. Entonces, si los habitantes de Jerusalén actúan en forma tan contradictoria con Jesús, en ellos debemos vernos reflejados nosotros mismos, porque nosotros, con nuestros pecados, expulsamos a Jesús de nuestros corazones. Teniendo en cuenta esto, debemos hacer el propósito de que nuestros corazones sean como la Ciudad Santa, Jerusalén, el día del Domingo de Ramos, es decir, que reconozcamos a Jesús como a nuestro Salvador y le agradezcamos su Amor infinito por nosotros, que vivamos en la alegría que concede la gracia y que nunca expulsemos de nuestros corazones, por causa del pecado, a nuestro Redentor, el Hombre-Dios Jesucristo.

        

jueves, 11 de noviembre de 2021

“Si comprendieras lo que puede conducirte a la paz”

 


“Si comprendieras lo que puede conducirte a la paz” (cfr. Lc 19, 41-44). Jesús llora por Jerusalén, porque como Dios, ve que Jerusalén lo rechazará a Él, que es el Príncipe de la paz, del Dador de la Paz de Dios y así, rechazándolo, Jerusalén se precipitará en su propia ruina. Esta profecía de Jesús se cumplió en el año 70 d. C., cuando Jerusalén fue sitiada y luego arrasada por las tropas del emperador romano. Desde entonces, Israel no ha conocido la paz y si en nuestros días goza de una relativa paz, se debe a la disuasión que ejercen las armas, pero no porque posea la verdadera paz, la paz espiritual, la paz que sólo Dios puede dar.

En Jerusalén, la Ciudad Santa, está representado el cristiano, que se vuelve templo santo de Dios por la gracia recibida en el bautismo sacramental. Por esto mismo, el llanto de Jesús por la Jerusalén terrena se aplica al alma del bautizado en la Iglesia Católica, que por el bautismo es convertido en morada santa de la Santísima Trinidad. Ahora bien, si por el bautismo el alma es convertida en morada santa, por el pecado, esa misma alma expulsa a Cristo de sí misma y se convierte en refugio de demonios y así le sucede lo mismo que a la Jerusalén terrena, que luego de expulsar a Cristo el Viernes Santo, para crucificarlo en el Monte Calvario, se vio envuelta en tinieblas espirituales –simbolizadas por el eclipse solar ocurrido con la muerte de Jesús- y rodeada de enemigos, quienes fueron los que finalmente la arrasaron a sangre y fuego; de la misma manera, el alma que expulsa a Cristo por causa del pecado, queda envuelta en las tinieblas propias del pecado pero también queda envuelto en las tinieblas vivientes, los ángeles caídos, los demonios, quienes le quitan la paz que le concedía la gracia santificante.

“Si comprendieras lo que puede conducirte a la paz”. Lo que Jesús le dice a Jerusalén, nos lo dice a cada uno de nosotros y así como la Causa de la paz para Jerusalén era Jesucristo, así también para nosotros, la Causa de la verdadera paz, la paz espiritual, que sobreviene al alma cuando la gracia borra la mancha del pecado, sólo nos la puede dar Jesucristo. Pidamos la gracia de comprender esto, para que así vivamos en la paz verdadera, la paz de Cristo.

jueves, 18 de marzo de 2021

Domingo de Ramos en la Pasión del Señor


 

(Domingo de Ramos en la Pasión del Señor - Ciclo B – 2021)

         Jesús ingresa a Jerusalén “montado en un borrico”, tal como lo habían anticipado los profetas y en su ingreso, es aclamado por todos los habitantes de Jerusalén, quienes entonan cánticos de alegría a su paso, le tienden mantos y lo saludan con palmas. En esa multitud se encuentran todos los habitantes de Jerusalén, sin exceptuar ninguno, porque todos quieren aclamar y alabar a Quien les ha concedido algún milagro: a algunos una curación, a otros la resurrección, a otros los ha exorcizado, expulsando a los espíritus malignos. Todos los habitantes de Jerusalén, sin excepción, han recibido dones, gracias y milagros de parte de Jesús y es por eso que todos, sin excepción –niños, jóvenes, adultos, ancianos-, han acudido a las puertas de Jerusalén, para celebrar la llegada de Aquel a quien ahora, el Domingo de Ramos, reconocen como al Mesías, como al Enviado de Dios para el Pueblo Elegido.

         Sin embargo, este clima de alegría desbordante y generalizada cambiará en pocos días cuando, el Viernes Santo, después de haber sido apresado y enjuiciado y condenado a muerte por medio de calumnias y mentiras, Jesús sea expulsado de la Ciudad Santa, por los mismos que el Domingo lo recibieron con alegría. Es decir, mientras el Domingo de Ramos lo reciben con palmas y cánticos de alabanza y lo reconocen como al Mesías, el Viernes Santo lo expulsan de Jerusalén, sentenciado a muerte de cruz, acusándolo de blasfemo y de mentiroso, por intentar suplantar a Dios, haciéndose pasar por Dios. Todos los habitantes de Jerusalén, todos los que habían recibido de Jesús un milagro, una gracia, un don, están ahí, el Viernes Santo, para expulsar a Jesús de la Ciudad Santa y para acompañarlo a lo largo del Via Crucis, del Camino del Calvario, no para ayudarlo a llevar la cruz, sino para insultarlo, apedrearlo y golpearlo con puños, trompadas y puntapiés.

         ¿Cómo se explica tan inmenso cambio en la actitud de los habitantes de Jerusalén? No se explica sólo por la ingratitud humana: la explicación última es de orden espiritual y está en lo que la Escritura llama el “misterio de iniquidad”, es decir, el misterio de maldad y falsedad en el que está inmersa la humanidad desde la caída de Adán y Eva al cometer el pecado original. Esto es lo que debemos ver entonces, en la actitud de los habitantes de Jerusalén: la presencia y actividad del misterio de iniquidad, esto es, del pecado, en el corazón del hombre.

         Pero hay otro elemento que podemos ver y es el siguiente: tanto el Domingo de Ramos como el Viernes Santo, prefiguran los diversos estados espirituales del alma. En efecto, el Domingo de Ramos, en el que los habitantes de Jerusalén están felices por la llegada de Jesucristo, se representa al alma que posee la dicha y la alegría que le concede la gracia de Dios; en el ingreso de Jesucristo a Jerusalén, se representa el ingreso de Cristo al alma por medio de la gracia sacramental y también por la fe; la Ciudad Santa, la ciudad de Jerusalén, representa el alma humana, destinada a la santidad, para ser morada de Dios Uno y Trino; los habitantes de Jerusalén, que han recibido multitud de dones y gracias por parte de Jesús, representan a las almas que han recibido, a lo largo de la historia, innumerables dones y gracias de parte de Cristo, por medio de su Iglesia.

         ¿Qué representa el Viernes Santo? El Viernes Santo, día en el que Cristo es expulsado de la Ciudad Santa, día en el que la Ciudad Santa, por libre decisión, se queda sin Cristo, representa al alma que, por el pecado –sobre todo el pecado mortal- rechaza a Cristo y su cruz y lo expulsa, libre y voluntariamente, de sí misma, puesto que esto es lo que significa el pecado, la expulsión de Cristo del alma; el Viernes Santo es día también de oscuridad espiritual –simbolizada en el eclipse total de sol luego de la muerte de Jesús en la cruz-, porque si Cristo, que es Luz Eterna, es expulsado del alma, entonces el alma no solo se queda sin la luz de Cristo, sino que es envuelta en tinieblas, pero no en las tinieblas cosmológicas, como las de un eclipse, sino en las tinieblas vivientes, los ángeles caídos, los demonios y es esto lo que sucede cuando el alma comete un pecado mortal.

         Por último, debemos reflexionar cuál de las dos ciudades santas queremos ser: si la del Domingo de Ramos, en la que reina la alegría porque Jesús ingresa al alma y es reconocido como Dios, como Mesías y como Rey y es cuando el alma está en gracia santificante, o la del Viernes Santo, en la que Cristo es expulsado por el pecado, quedando el alma inmersa en las tinieblas vivientes, los demonios. Lo que elijamos ser, eso se nos dará, según lo dice el mismo Dios en las Escrituras: “Pongo ante ti la vida y la muerte, la bendición y la maldición. Elige la vida –Cristo Dios en la Eucaristía- para que vivas tú y tu descendencia” (cfr. Deut 30, 19).

 

jueves, 12 de noviembre de 2020

“Jesús llora por Jerusalén”

 


“Jesús llora por Jerusalén” (Lc 19, 41-44). Jesús llora por Jerusalén y la causa de su llanto es que Jesús ve, anticipadamente, con su Sabiduría Divina, lo que le va a suceder a Jerusalén: la Ciudad Santa lo rechazará como a su Mesías, lo juzgará y lo condenará injustamente, y lo hará morir en Cruz, expulsándolo de sí misma; con este rechazo de Jesús, Jerusalén sella su destino de muerte, porque sin Dios, que es la Vida Increada, sólo hay llanto, dolor y muerte y eso es lo que efectivamente sucedió: en el año 70 d. C., Jerusalén fue arrasada hasta los cimientos por las tropas romanas y así se quedó sin templo y sin sacrificio, hasta el día de hoy.

Es importante la historia de Jerusalén, porque en ella está prefigurada el alma: cuando Jerusalén recibe a Jesús con hosannas y cantos de alegría el Domingo de Ramos, está prefigurada el alma en gracia, que abre las puertas de su corazón a Jesús, reconociéndolo como a su Mesías y Salvador; cuando Jerusalén expulsa a Jesús, con la Cruz a cuestas el Viernes Santo, significa el alma que está en pecado mortal y que por el pecado, expulsa a Jesús de su corazón; la ruina de Jerusalén, por último, es la ruina del alma en pecado, del alma sin Jesús y su gracia y el llanto de Jesús es el llanto de un Dios que llora porque uno de sus hijos decide apartarse libre y voluntariamente de Él, condenándose eternamente.

“Jesús llora por Jerusalén”. También nosotros somos como Jerusalén, la Ciudad Santa, cuando estamos en gracia; hagamos, por lo tanto, el propósito de permanecer en gracia, aun a costa de la vida terrena, para no ser causa del llanto de Jesús.

sábado, 24 de octubre de 2020

“La casa de ustedes quedará abandonada”

 


“La casa de ustedes quedará abandonada” (Lc 13, 31-35). Unos fariseos se acercan a Jesús para advertirle que debe abandonar Jerusalén, pues Herodes lo está buscando para matarlo: “Vete de aquí, porque Herodes quiere matarte”. Jesús, a su vez, le envía un mensaje a Herodes, de que Él no se irá de Jerusalén, sino que seguirá “sanando y expulsando demonios”, al tiempo que anuncia veladamente los tres días de su Pasión, Muerte y Resurrección: “Vayan a decirle a ese zorro que seguiré expulsando demonios y haciendo curaciones hoy y mañana, y que al tercer día terminaré mi obra”.

Pero además de anunciar su misterio pascual de muerte y resurrección, Jesús lanza, también veladamente, una profecía acerca de la destrucción del Templo y de la ciudad de Jerusalén –algo que ocurrió efectivamente en el año 70 d. C., al ser arrasada la Ciudad Santa por las tropas romanas-, como consecuencia del rechazo de Jerusalén hacia el Mesías: “La casa de ustedes quedará vacía”. Al rechazar al Mesías y condenarlo a la muerte en cruz, Jerusalén sella su destino, porque por sí misma decide, libremente, quedar sin la protección divina frente a sus enemigos y efectivamente así sucederá, porque será arrasada hasta sus cimientos.

“La casa de ustedes quedará abandonada”. Tanto el Templo, como la Ciudad Santa, Jerusalén, que rechazan al Mesías, son figura del alma que rechaza a Jesús como a su Salvador, quedando así a la merced de sus enemigos naturales, los hombres y sus enemigos preternaturales, los ángeles caídos. El velo del Templo partido en dos y la ciudad sitiada y arrasada, son figura por lo tanto del alma que abandona el Camino de la Cruz y que se encamina por senderos oscuros que la alejan cada vez más de Dios y el Redentor, Cristo Jesús. Tengamos presente esta realidad y pidamos la gracia de no abandonar nunca el Camino Real de la Cruz, que conduce al Cielo, y de no apartarnos nunca de nuestro Salvador y Redentor, Cristo Jesús en la Eucaristía.

sábado, 13 de abril de 2019

Domingo de Ramos en la Pasión del Señor


Imagen relacionada
(Domingo de Ramos - Ciclo C – 2019)

          En el Domingo de Ramos, Jesús ingresa en Jerusalén montado en una cría de asno; a su ingreso, es aclamado por los habitantes de la Ciudad Santa como a su rey. Todos aclaman a su paso: “Hosanna al Hijo de David”; todos agitan palmas y tienden mantas a su paso, expresando así el reconocimiento que de Jesús hacen como a su rey. En el ingreso de Jesús, toda la Ciudad ha salido a su encuentro: están allí niños, jóvenes, adultos, ancianos. La razón es que todos, sin excepción alguna, han recibido dones, milagros, favores celestiales de parte de Jesucristo y ahora, impulsados por el Espíritu Santo, reconocen lo que Jesús ha hecho por ellos y, transportados de alegría y reconocimiento, salen a saludar a Jesús pero no con un saludo cualquiera, sino como se saluda a un rey. Jerusalén reconoce a Jesús como a su rey, como a su Mesías, porque se acuerda de todos los dones que ha recibido de Él.
          Sin embargo, solo unos pocos días después, la misma Ciudad y los mismos habitantes que lo hosanaron y lo recibieron como un rey, lo acusarán de blasfemo, lo condenarán a muerte y, en medio de insultos y golpes, lo expulsarán de las puertas de la Ciudad, para llevarlo al Monte Calvario y allí crucificarlo. Los mismos habitantes, exactamente los mismos, que el Domingo de Ramos lo aclamaron como rey, son los que el Viernes Santo lo insultarán y lo crucificarán, coronándolo sí como rey, pero como rey de burla, porque le pondrán una corona de espinas.
          Y a diferencia del Domingo de Ramos, que era el Espíritu Santo el que los impulsaba a reconocer y agradecer a Jesús por sus dones, ahora es el espíritu maligno, el Ángel caído, el que los empuja para que entre todos crucifiquen a Jesús.
          Las dos escenas, reales, representan a su vez realidades espirituales, sobrenaturales. La Ciudad de Jerusalén representa al alma, a toda alma; el ingreso de Jesús el Domingo de Ramos y el ser aclamado como rey, es el alma que, por el impulso de la gracia, recibe a Cristo y reconoce en Cristo al Dios Mesías y lo proclama como rey de su corazón, dando gracias por los innumerables dones de Cristo recibidos. Los habitantes de Jerusalén son los cristianos que, efectivamente, han recibido de Cristo innumerables dones, milagros y gracias, comenzando por el Bautismo sacramental, continuando luego con la Confirmación y la Eucaristía, además de todos los dones personales que Jesús da a cada alma; son los cristianos que, agradecidos, hacen entrar a Cristo en sus corazones por la Eucaristía.
A su vez, la Jerusalén del Viernes Santo, es el alma que a pesar de haber recibido innumerables dones y milagros de parte de Cristo, rechaza la gracia y con la gracia rechaza a Cristo, expulsándolo de su alma. La Jerusalén con las puertas abiertas para expulsar a Cristo con la cruz a cuestas representa al alma que, por el pecado, expulsa a Cristo de su corazón no reconociendo ya más a Cristo como a su rey y señor, sino al demonio. La razón es que no hay lugar para situaciones intermedias, porque en el corazón humano hay lugar para uno solo y no para Dios: o están Cristo y su gracia o están el demonio y el pecado; o en el corazón se entroniza a Cristo como rey por la gracia, o por el pecado, se entroniza al Demonio en el alma, dejando fuera a Jesucristo. Los habitantes de Jerusalén enojados con Cristo son los cristianos que, por el motivo que sea, han elegido al pecado, en vez de elegir a Cristo y su gracia.
Cada uno de nosotros elige si recibe a Cristo, como la Ciudad de Jerusalén lo recibe el Domingo de Ramos, como a su rey y mesías, o si lo rechaza, como esa misma ciudad, el Viernes Santo, entronizando al Demonio como a su rey.
Que nuestras almas reciban siempre a Cristo como a su rey, por la gracia, como el Domingo de Ramos, y que nunca lo expulsen de sí, como Jerusalén el Viernes Santo.


sábado, 24 de marzo de 2018

Domingo de Ramos en la Pasión del Señor



"Entrada de Jesús en Jerusalén"

(Pedro de Orrente)

(Ciclo B – 2018)

Jesús ingresa en Jerusalén, tal como estaba profetizado en el Antiguo Testamento, montado en una cría de asno: “Tu rey viene a ti, oh Jerusalén, montado en una cría de asno” (cfr. Zac 9, 9). Le salen al encuentro todos los habitantes de Jerusalén, sin exceptuar ninguno. Todos están jubilosos, alegres, y le cantan hosannas y aleluyas, porque todos han recibido milagros y favores de Jesucristo y todos los recuerdan y todos se lo agradecen. A las puertas de Jerusalén, con palmos en las manos, están los que han sido vueltos a la vida; los que han sido curados de toda clase de enfermedades; los que han sido liberados de los demonios que los atormentaban; los que han sido alimentados con los milagros de los panes y los peces multiplicados por la  omnipotencia divina de Jesucristo. El Domingo de Ramos todos está exultantes, alegres, y entonan cánticos en honor de Jesucristo. Todos reconocen en Jesucristo al Mesías de Dios.
         Pero solo unos días más tarde, el Viernes Santo, esa misma multitud exultante, cambiará radicalmente: sus semblantes alegres se volverán furiosos; sus cánticos de alabanza, se convertirán en blasfemias; sus hosannas y aleluyas, se convertirán en improperios y amenazas de muerte. Si el Domingo de Ramos todos amaban a Jesús y lo reconocían como al Mesías, ahora todos rechazan a Jesucristo como Mesías, lo tratan de impostor y desean su muerte.         ¿Por qué se produce entre los habitantes de Jerusalén un cambio tan radical? ¿Por qué el Domingo de Ramos están exultantes y el Viernes Santo, llenos de odio hacia Jesús? La razón del abrupto cambio de ánimo de los habitantes de Jerusalén entre el Domingo de Ramos y el Viernes Santo se encuentra en el hecho de que ambas escenas son representaciones de realidades sobrenaturales relacionadas con el misterio de la salvación. En otras palabras, cada elemento de las dos distintas escenas representa una realidad sobrenatural en relación directa con el misterio salvífico de Jesucristo. Así, Jesús es Dios Salvador; la Ciudad Santa de Jerusalén es figura del alma; los habitantes que aclaman a Jesús entre cánticos de alegría, es el alma en estado de gracia; los mismos habitantes de Jerusalén que el Viernes Santo cubren de insultos, escupitajos y puñetazos a Jesús, son la misma alma, pero en estado de pecado mortal, sin la gracia santificante. Esto es entonces lo que representan, simbólicamente, las dos escenas: Jesús entrando en Jerusalén el Domingo de Ramos, siendo reconocido como el Mesías y siendo recibido con cánticos de alegría, es el alma que recibe a Jesús Eucaristía en estado de gracia: Jerusalén es figura del alma y el canto y la alegría es figura de la gracia. Cuando el alma está en gracia, reconoce a Jesús como a su Salvador y lo recibe como tal.
Por el contrario, Jesús siendo expulsado de la Ciudad Santa el Viernes Santo, es la representación del alma que, por el pecado mortal, expulsa a Jesús de su corazón, de su alma, de su vida, y lo crucifica con sus pecados. No debemos creer que nuestra vida espiritual –en gracia o en pecado- es indiferente al Hombre-Dios Jesucristo: cuando estamos en gracia, somos como la Jerusalén del Domingo de Ramos, que recibe a su Rey Mesías con cánticos de alegría y demostraciones de amor; cuando el alma está en pecado mortal, es esa misma Jerusalén que condena a muerte a su Redentor, le carga una cruz y lo expulsa de sí misma, para matarlo. El pecado no es sino el deseo de que Dios muera en el propio corazón, de manera tal de poder hacer la propia voluntad y no la voluntad de Dios, que está expresada en los Diez Mandamientos.
El pecado, que nace de lo profundo del corazón humano sin Dios, es causado por el libre albedrío humano, instigado al mal por el Tentador del hombre, Satanás. El pecado no es ni será jamás una metáfora utilizada como un símbolo para indicar a los hijos de Dios el camino a evitar. El pecado es una realidad espiritual, es la ausencia de la gracia en el alma; es la muerte ontológica del espíritu humano que sin la gracia no sobrevive y muere a la vida de Dios. El pecado separa al hombre de Dios y de sus hermanos; lo aparta, lo aísla, y lo convierte en presa fácil del Demonio. Dios perdona el pecado, pero hay un pecado que no perdona, y es el pecado del cual el hombre no se arrepiente. Dios es Misericordia Infinita y perdona toda clase de pecados, pero hay un pecado que no puede perdonar y es el pecado del cual el hombre no se arrepiente, porque para que Dios nos perdone, es necesario que libremente pidamos su Misericordia y libremente hagamos el propósito de no volver a cometer ese pecado. Dios perdona al pecador que se arrepiente sinceramente, que toma conciencia de su pecado, que se duele de haber cometido el mal y que hace el propósito de no volver a cometerlo. La expulsión de Jesús de Jerusalén el Viernes Santo es la expresión gráfica de que no puede coexistir en el alma el pecado –la Jerusalén que expulsa a Jesús- y la Santidad Increada, Cristo Jesús. O en el alma está la gracia de Dios y con ella Cristo Jesús –Jerusalén en el Domingo de Ramos- o en el alma no está la gracia de Dios y el Hombre-Dios es expulsado de ella –Jerusalén el Viernes Santo-. No hay convivencia posible entre la santidad de Jesucristo y el pecado y lo que era pecado para Adán y Eva, al inicio de los tiempos, seguirá siendo pecado hasta el fin de los tiempos, hasta el Último Día de la historia humana, hasta el Día del Juicio Final. No hay autoridad humana –eclesiástica o no eclesiástica- ni angélica que pueda cambiar la realidad ontológica del pecado de ser ausencia de bien, ausencia de gracia y por ende, presencia del mal. El pecado es y seguirá siendo pecado hasta el fin del tiempo.
El pecado jamás puede ser visto como algo “natural” que en algún momento deberá ser aceptado. Es verdad que Dios ama al pecador, pero esto no cambia la realidad de malicia y ausencia de gracia que es el pecado y si Dios nos ha dado los Diez Mandamientos, es porque por esos Mandamientos evitamos el pecado y a partir de Jesucristo, podemos vivir en su Presencia porque la gracia de Jesucristo es la que nos concede la fuerza divina necesaria para no caer en ningún pecado. Hagamos el propósito, en esta Semana Santa, de que nuestras almas sean siempre como la Jerusalén del Domingo de Ramos, el alma en gracia, que reconoce a Jesús como a su Mesías, Rey y Señor y lo ama y lo adora con todas sus fuerzas y se alegra y perfuma con la alegría y el perfume de la gracia. Que en nuestros corazones siempre sea reconocido Jesucristo, el Dios de la Eucaristía, como nuestro Único Rey y Señor.


jueves, 27 de octubre de 2016

“A ustedes la casa les quedará vacía”


“A ustedes la casa les quedará vacía” (Lc 13, 31-35). Avisan a Jesús que Herodes lo busca “para matarlo”: “Aléjate de aquí, porque Herodes quiere matarte”. En su respuesta, Jesús deja claro, por un lado, que no “se alejará”, como un amigo bien intencionado le recomienda, porque “un profeta no puede morir fuera de Jerusalén”, y Él, que es más que un profeta, porque es el Mesías, el Hombre-Dios, mucho menos puede morir “fuera de Jerusalén”; por otro lado, Jesús, profetizando su muerte –conoce el futuro en cuanto Dios omnisciente hecho hombre-, se lamenta de Jerusalén, que “persigue a los profetas”, ya sea por medio del poder político, representado en la persona de Herodes, como por medio del poder religioso y su jerarquía, representado en los sacerdotes del Templo, y anuncia la ruina que a causa de esta conducta le sobrevendrá, a Jerusalén, pero sobre todo, al Templo: “A ustedes la casa les quedará vacía”. Esta terrible profecía se cumplirá cuando Jerusalén sea sitiada y sus murallas derribadas y el Templo invadido, profanado e incendiado, por manos de los soldados romanos al mando de Tito, en el año 70 d. C.
“A ustedes la casa les quedará vacía”. La ruina de Jerusalén y del Templo, sobrevenida por haber expulsado de sus murallas al Hombre-Dios para darle muerte, es figura de la ruina del alma y el corazón del hombre que, por el pecado mortal, expulsa de sí al Hombre-Dios y lo arroja fuera de su vida y de su existencia, pereciendo en la vida espiritual. La frase de Jesús: “A ustedes la casa les quedará vacía”, se aplica entonces al hombre que, por el pecado mortal, queda con su alma vacía de la Presencia de Dios, al expulsar a Jesús de su corazón.


viernes, 18 de marzo de 2016

Domingo de Ramos


(Domingo de Ramos - Ciclo C – 2016)

         Días antes de su Pasión, Jesús es recibido triunfalmente en Jerusalén: montado en una cría de asno, Jesús es aclamado por los habitantes de Jerusalén, quienes exultan de gozo y de alegría ante su Presencia, dándole títulos mesiánicos como “Hijo de David”, extendiendo mantos a modo de alfombra, agitando palmas y entonando cánticos de triunfo, de gozo, de alegría (cfr. Lc 22, 7. 14-23. 56). Todos, sin excepción, han recibido algún milagro de Jesús, y es por eso que, jubilosos, lo reconocen como al Mesías. Sin embargo, esta misma multitud, que lo recibe a su ingreso a Jerusalén de modo triunfal, es la misma multitud que, días después, lo acusará injustamente de proclamarse Dios, lo condenará a muerte, pidiendo que “su Sangre caiga” sobre ellos (cfr. Mt 27, 25), lo coronará de espinas, lo flagelará, y finalmente, lo crucificará, luego de hacerle pasar una dolorosísima y cruenta agonía. El Viernes Santo, la multitud parecerá haber sufrido una profunda amnesia, que les hace olvidar todos los beneficios de Jesús, al tiempo que la alegría por su Presencia, es reemplazada por un odio deicida que no se explica por meras pasiones humanas. La misma multitud que el Domingo lo hosanna, es la misma multitud que el Viernes Santo lo maldice y lo crucifica. Es decir, mientras el Domingo de Ramos la multitud lo recibe jubilosa en su ingreso a Jerusalén, el Viernes Santo, por el contrario, expulsará a Jesús de la Ciudad Santa, para conducirlo al Monte Calvario y darle muerte por medio de la muerte más dolorosa, cruenta y humillante jamás inventada por la malicia del hombre, la crucifixión.
         ¿A qué se debe este cambio radical en el ánimo de los habitantes de Jerusalén?
         Para responder a esta pregunta, debemos considerar que en las escenas evangélicas están representadas realidades espirituales. Así, la Ciudad Santa de Jerusalén, representa al alma, santificada por la gracia de Jesús: sus habitantes, que reciben jubilosos a Jesús abriéndole de par en par las puertas de la ciudad, que lo aclaman como al Mesías, que recuerdan los prodigios y milagros que para ellos realizó, es el alma que, por la gracia, reconoce en Jesús al Salvador de los hombres y que le abre las puertas de su corazón, entronizándolo como a su Rey.
         Por el contrario, la multitud que desconoce a Jesús el Viernes Santo, que pide su muerte, que pide su sangre, que lo corona de espinas, lo flagela, lo insulta y lo crucifica, es esa misma alma que, enceguecida por el pecado, expulsa a Jesús de su corazón y lo crucifica con la malicia del pecado. La Ciudad Santa que expulsa a Jesús el Viernes Santo, es el alma en pecado, sobre todo en pecado mortal, que quita a Jesús el lugar merecido que en ella tenía, y no lo reconoce más como a su Rey y Salvador.
         Los integrantes de la multitud, por lo tanto, somos nosotros, los cristianos, que hemos recibido todos, sin excepción alguna, dones inimaginables, comenzando por el bautismo, siguiendo luego por la Comunión Eucarística y la Confirmación, sin contar con todos los otros beneficios de todo tipo, materiales y espirituales, naturales y sobrenaturales, cuya sola enumeración llevaría horas y horas. Esos habitantes de Jerusalén que expulsan a Jesús somos los cristianos cuando nos dejamos seducir por las tentaciones del mundo y caemos en el pecado, expulsando así a Jesús de nuestros corazones y crucificándolo, toda vez que cometemos un pecado, sobre todo, el pecado mortal.

         Al hacer memoria litúrgica del Domingo de Ramos los cristianos debemos ser conscientes de que las hosannas, los cantos de alabanza y el reconocimiento de Jesús como nuestro Rey, Mesías y Salvador, es obra de la gracia, y que el desconocimiento de Jesús, su condena y su crucifixión, son obra de nuestra libertad, de nuestro corazón y de nuestras manos, toda vez que consentimos a la tentación y caemos en el pecado. Tengamos siempre presente estas dos escenas evangélicas, la del ingreso triunfal en Jerusalén el Domingo de Ramos, y la expulsión para darle muerte cruel el Viernes Santo, para que seamos capaces de preferir la muerte terrena antes que expulsar de nuestros corazones, por causa del pecado, a Nuestro Rey, Jesucristo, el Hombre-Dios.

jueves, 29 de octubre de 2015

“A ustedes la casa les quedará desierta”


El sitio de Jerusalén

“A ustedes la casa les quedará desierta” (Lc 13, 31-35). Le avisan a Jesús que Herodes lo busca “para matarlo”, pero Jesús responde con una dura advertencia: puesto que Jerusalén –representada en Herodes, en los fariseos y en los maestros de la Ley- quiere matarlo, les sobrevendrá una gran desgracia: “la casa les quedará desierta”, es decir, la Ciudad Santa quedará sin el Santo de los santos, sin el Dios Tres veces Santo, y por lo tanto, quedará desierta, vacía de toda bondad, de toda paz, de toda alegría, de todo amor y también de toda fortaleza frente a sus enemigos. La profecía se cumplirá cuando el Viernes Santo, luego de la muerte de Jesús en la cruz, el velo del templo se rasgue en dos y también cuando, en el año 70 d. C., los romanos sitien e incendien Jerusalén. Con esta profecía, Jesús les hace ver, a los integrantes del Pueblo Elegido, que no da lo mismo aceptar o no aceptar al Mesías enviado por Dios: el Mesías trae la paz, la santidad de Dios, la alegría y también la protección divina; si no sólo se rechaza al Mesías, sino que se lo expulsa fuera de las puertas de Jerusalén, para asesinarlo en una cruz, entonces el favor de Dios se retira de quienes lo odian, dejándolos a merced de sus enemigos. Es lo que le sucedió a Jerusalén: condenó inicuamente a muerte al Hijo de Dios, lo flageló, lo coronó de espinas, le cargó una cruz, lo expulsó de la Ciudad Santa y lo crucificó en el Monte Calvario, y esa es la razón por la cual el templo se rasgó en dos, indicando que la divinidad ya no estaba ahí, además de sufrir el asedio y el incendio por parte de los romanos, años más tarde. Dios, expulsado de la Ciudad Santa, dejó a Jerusalén a merced de sus enemigos, retirándole su favor, su gracia y su protección.
“A ustedes la casa les quedará desierta”. La advertencia de Jesús, dirigida al Pueblo Elegido, también es una advertencia dirigida a los integrantes del Nuevo Pueblo Elegido, los bautizados en la Iglesia Católica. Lo que sucedió con Jerusalén, que expulsó al Hombre-Dios, condenándolo a morir fuera de sus murallas, es una representación de lo que sucede en el alma cuando comete un pecado mortal: el alma está representada en Jerusalén, porque el alma en gracia se convierte en la Ciudad Santa que alberga en su interior al Hombre-Dios. Pero cuando el alma comete un pecado mortal, expulsa al Hombre-Dios de su interior, crucificándolo nuevamente y quedándose no solo sin la gracia santificante, sino sin la Presencia e inhabitación del Hombre-Dios en ella, tal como le sucedió a la Jerusalén terrestre. Y tal como le sucedió a la Ciudad Santa, que quedó a merced de sus enemigos por haber expulsado al Hombre-Dios de sus murallas, así también le sucede al alma que, por el pecado mortal, expulsa a Jesucristo de su corazón: queda a merced de sus enemigos, el demonio, el mundo y la carne.

“A ustedes la casa les quedará desierta”. La advertencia de Jesús a los fariseos y maestros de la ley, también es una advertencia para nosotros, para que tengamos en cuenta las consecuencias del pecado mortal. Esta advertencia debe hacernos apreciar el valor de la gracia santificante y debe llevarnos a que apreciemos más la gracia santificante, que la propia vida terrena, tal como lo decimos en la oración de arrepentimiento en el Sacramento de la Confesión: “Antes querría haber muerto que haberos ofendido”. O, como decía Santo Domingo Savio: “Antes morir, que pecar”, antes morir que expulsar por el pecado a Nuestro Señor Jesucristo de nuestra Ciudad Santa, el alma en gracia.

miércoles, 19 de noviembre de 2014

“Vendrán días desastrosos para ti, porque no supiste reconocer el tiempo en el que fuiste visitada por Dios”


“Vendrán días desastrosos para ti, porque no supiste reconocer el tiempo en el que fuiste visitada por Dios” (Lc 19, 41-44). Jesús llora por el amor que le tiene a la Ciudad Santa, porque ve en espíritu la terrible desgracia que habría de acontecerle a causa de sus jefes religiosos y políticos, que en vez de recibir al Mesías, que traía la paz de parte de Dios, lo crucificaron y lo mataron, con lo cual atrajeron sobre ellos y sobre Jerusalén, la Ira de Dios. Jesús llora porque ve, en cuanto Dios, lo que habrá de sucederle a Jerusalén: al rechazarlo a Él, que es Dios en Persona, y que en cuanto Dios, trae la paz, la verdadera paz, la paz que surge de la derrota de los grandes enemigos del hombre, el demonio, el pecado y la muerte, Jerusalén atrae sobre sí, indefectiblemente, la Ira Divina, porque de esa manera, quedan intactos sus enemigos, precisamente aquellos a quienes el Mesías venía a derrotar para darle la paz a Jerusalén: el demonio, el pecado y la muerte. Al juzgarlo y condenarlo a muerte al Mesías; al expulsarlo de sus muros y al crucificarlo, Jerusalén queda desprotegida frente a sus más encarnizados enemigos, los cuales se abatirán sobre ella sin piedad, y esto se cumplirá efectivamente años más tarde, cuando las tropas romanas asedien a la Ciudad Santa y la terminen por conquistar. Crucificando al Mesías, la luz de Dios encarnada, Jerusalén se ve sumida en la más profunda de las tinieblas, además de ser dominada por sus más acérrimos enemigos, convirtiéndose en sede de las tinieblas. De esta manera, se cumplen las palabras de Jesús: “Vendrán días desastrosos para ti, porque no supiste reconocer el tiempo en el que fuiste visitada por Dios”. Jerusalén no supo reconocer “el tiempo en el que fue visitada por Dios”, es decir, el tiempo en el que Jesús caminó por sus calles, haciendo milagros, curando enfermos, expulsando demonios, celebrando la Primera Misa, en la Última Cena, y por eso, se abatieron sobre ella, “días desastrosos”.
Ahora bien, puesto que Jerusalén, la Ciudad Santa, es símbolo del alma, como elegida por el Amor de Dios, también estas palabras están dirigidas al cristiano, por lo que el cristiano debe estar muy atento a reconocer la “visita de Dios”, porque Dios, cuando nos visita, trae con Él su paz, su alegría, su amor, su luz, su sabiduría, y si nosotros no reconocemos su visita en nuestras vidas, nos terminará sucediendo lo que le sucedió a Jerusalén, que fue arrasada por las tropas romanas.

También el alma debe reconocer “la visita de Dios” en su vida, y esta “visita de Dios” puede ser de diversas maneras: una primera forma de visita, es por la comunión eucarística, puesto que por la comunión, Jesús nos visita cada día, ingresando en nuestros corazones, pero si no reconocemos las otras visitas que Él mismo nos hace, de otras maneras, terminamos expulsándolo de nuestras vidas. ¿De qué otras maneras nos visita Jesús, además de la comunión eucarística? Jesús, que es Dios,  puede visitarnos a través de un prójimo atribulado, que nos pide auxilio de diversas maneras; Dios puede visitarnos a través de un prójimo enfermo; Dios puede visitarnos a través de un prójimo necesitado, carenciado; Dios puede visitarnos a través de un acontecimiento trágico, para que acudamos al pie de la cruz, a pedir su auxilio; Dios puede visitarnos a través de un acontecimiento alegre, para que acudamos al  pie de la cruz, para agradecerle; Dios puede visitarnos de muchas maneras, lo importante es estar atentos a su visita y no expulsarlo de nuestras vidas, no sea que nos suceda lo de Jerusalén, y así tengamos que escuchar de boca de Jesús: “Vendrán días desastrosos para ti, porque no supiste reconocer el tiempo en el que fuiste visitada por Dios”.

viernes, 11 de abril de 2014

Domingo de Ramos


Entrada de Jesús en Jerusalén,
Giotto
  
(Ciclo A - 2014)
          Jesús ingresa en la ciudad de Jerusalén montado en un borrico el Domingo de Ramos. Todos los habitantes de Jerusalén, enterados de su ingreso, salen a recibirlo. Allí se encuentran niños, jóvenes, adultos, ancianos, hombres, mujeres, ricos y pobres; no hay distinción de clases sociales ni de razas. No se trata de un movimiento social ni político; no se trata de una movilización al estilo humano, como cuando un líder de un movimiento político convoca a sus seguidores para una proclama pública. Es el Espíritu Santo quien los convoca; es el Espíritu Santo quien mueve los corazones de los habitantes de Jerusalén y quien les ilumina el intelecto y les trae a la memoria el recuerdo de tantos milagros y portentos prodigiosos obrados por Jesús. Eso explica que estén allí los que han recuperado milagrosamente la vista, el oído, el habla; los que han sido sanados de numerosas enfermedades; los que han sido alimentados prodigiosamente en las multiplicaciones de panes y peces, en las pescas milagrosas; los que han bebido del vino milagroso de las Bodas de Caná; los que han sido vueltos a la vida; los que han sido liberados de las posesiones demoníacas; allí están los que han recibido milagros que no figuran en los Evangelios por el simple hecho de que son tantos, que no hay espacio suficiente en todo el mundo para colocar tantos libros.
          La entrada de Jesús en Jerusalén no es una entrada simple; es una entrada triunfal; es la entrada de un rey; los habitantes de Jerusalén lo aclaman, lo hosannan, le cantan aleluyas y le dicen que es su rey y esto lo hacen movidos por el Espíritu Santo. Ahora bien, este ingreso de Jesús en Jerusalén, es real, pero es también simbólico y significativo de algo espiritual: de su ingreso, por la gracia, al corazón humano, porque Jerusalén es símbolo del corazón del hombre, entonces Jesús, entrando como Rey en un humilde borrico, es símbolo de Jesús Rey que entra, por la gracia, al corazón del hombre, que así ve entronizar a Jesús como a su Rey y Señor. Pero luego vemos que, días más tarde, esta misma multitud, exactamente la misma, la que aclamaba y hosannaba a Cristo y lo reconocía como a su Rey, el Viernes Santo, ahora lo reconoce sí, como su Rey, pero en vez de corona de palmas, le coloca una corona de espinas, y en vez de hacerlo ingresar a la ciudad y aclamarlo y cantarle aleluyas, lo expulsa de la ciudad, lo insulta y lo condena a muerte.



Entrada de Jesús en Jerusalén,
Pietro Lorenzetti

          ¿Qué ha pasado en esta multitud? ¿Qué ha sucedido para que se opere un cambio tan radical entre el Domingo de Ramos y el Viernes Santo? Si el Domingo de Ramos era el Espíritu Santo el que aleteaba en sus corazones, ¿quién los agitaba ahora en contra de Cristo Jesús? ¿Cómo explicar este cambio?
          Lo que sucedió a los habitantes de Jerusalén se explica por lo que San Pablo llama el "misterio de iniquidad" (2 Tes 2, 7), y es cuando el hombre reemplaza en su corazón, que está hecho para Dios, al Dios Verdadero, por Satanás, el Príncipe de las tinieblas. Cuando eso sucede, el hombre no reconoce más a Cristo Jesús, su Mesías venido en carne, y lo rechaza, y lo reemplaza por sustitutos falsos, por anticristos, como le sucedió a los habitantes de Jerusalén el Viernes Santo, que eligieron a Barrabás, un ladrón, en vez de a Jesús. El corazón el hombre, hecho para Dios, se oscurece por el pecado cuando expulsa a Dios, que es luz, y se entenebrece, porque se apodera de él el Príncipe de las tinieblas y el Ángel caído hace del corazón del hombre un trono, aferrándose con sus garras, lastimándolo y oscureciéndolo aun más, llenándolo de tinieblas, de malos pensamientos, de malos deseos, de malos propósitos, de deseos de venganza, de lascivia, de codicia, de rapiña, de avaricia, de materialismo, de ateísmo y de toda clase de vanidad y de cosas bajas y malas. Cuando esto sucede, el "misterio de iniquidad" se ha apoderado del corazón del hombre, Jesús ha sido expulsado de la ciudad santa, del corazón humano, el hombre ha caído en pecado, Cristo Jesús ha sido negado y expulsado del corazón y del alma y una vez más ha sido crucificado y las tinieblas han prevalecido.
          Éste es el significado místico del Domingo de Ramos, de la entrada triunfal en Jerusalén, entrada que debe  contemplarse a la luz del Viernes Santo, cuando Jesús, luego de ser condenado a muerte, después del juicio inicuo, es expulsado de la Ciudad Santa: si el ingreso triunfal a Jerusalén en un borrico el Domingo de Ramos significa el ingreso el Hombre-Dios por la gracia al corazón, su expulsión luego de la condena a muerte el Viernes Santo significa el triunfo del "misterio de iniquidad", por el cual el hombre expulsa de su corazón a Dios y elige al Príncipe de las tinieblas, a pesar de haber sido hecho su corazón para Dios y no para el Príncipe de las tinieblas. El "misterio de iniquidad" entenebrece de tal manera al corazón humano que se vuelve incapaz de alojar al Espíritu Santo, el cual a su vez le daría la luz sobrenatural necesaria para reconocer al Mesías venido en carne, Cristo Jesús.
          La meditación acerca del ingreso triunfal de Jesús el Domingo de Ramos, debe por lo tanto conducirnos a meditar en el "misterio de iniquidad", el misterio del pecado, por el cual expulsamos a Dios de nuestro corazón, pero ante todo debe conducirnos a meditar en el misterio de Amor de un Dios que no duda en anonadarse hasta el extremo de encarnarse, permaneciendo inmutable en su divinidad y en su ser trinitario, sufriendo una humillante muerte de cruz, para redimir al hombre al precio de su Sangre, para luego hacerlo hijo adoptivo suyo y heredero del Reino de los cielos.

          Jesús ingresa el Domingo de Ramos, triunfante, en nuestros corazones, y nosotros lo aclamamos como a nuestro Rey. Que el Viernes Santo, que vendrá indefectiblemente, nos encuentre junto a la Virgen de los Dolores, arrodillados al pie de la cruz, besando los pies de Nuestro Rey, Cristo Jesús.