jueves, 25 de noviembre de 2021

“No todo el que me diga “¡Señor, Señor!”, entrará en el Reino de los cielos”

 


“No todo el que me diga “¡Señor, Señor!”, entrará en el Reino de los cielos” (Mt 7, 21. 24-27). Esta advertencia de Jesús contradice claramente la mistificación de la fe por parte de los protestantes originados en Lutero: según estos, basta solo la fe, aunque no vaya acompañada de obras, para que el alma se salve. Es decir, basta que alguien diga: “¡Señor, Señor!”, para que ya esté justificado por Jesús y por lo tanto, basta solo eso para estar ya salvado. Sin embargo, como podemos ver, esta teoría de Lutero contradice directamente a Nuestro Señor Jesucristo, quien afirma que no basta con la sola fe, no basta con decir: “¡Señor, Señor!”, para estar ya salvados. Para poder salvar el alma, es necesaria la fe, por supuesto, pero también son necesarias las obras, es decir, acompañar a la fe que se profesa, con obras –obras de misericordia corporales y espirituales- que demuestren, en la práctica, en qué se está creyendo.

Las imágenes que usa Jesús, las de las casas construidas sobre roca y sobre arena, respectivamente, señalan las consecuencias que tienen en el alma el escuchar y poner por práctica la Palabra de Dios, o el no hacerlo: quien escucha la Palabra de Dios y la pone en práctica –obra la misericordia, cumple los Mandamientos, cree firmemente en el Credo y obra según el Credo-, es el alma que construye su edificio espiritual sobre la Roca que es Cristo y como está construido este edificio espiritual en Cristo, el Hombre-Dios, ninguna tribulación, ninguna persecución, ninguna amenaza a su fe, hará que abandone la verdadera fe, porque obrará según la fe que profesa, lo cual incluye hasta el dar, literalmente, la vida terrena, con tal de no apostatar de la verdadera fe; por el contrario, el hombre que construye sobre arena es el alma que, escuchando la Palabra de Dios, no la pone por obra, es decir, dice: “¡Señor, Señor!”, pero se queda cruzado de brazos, sin obrar la misericordia y sin ser coherente con su fe expresada en el Credo y es así que cuando sobrevienen las tribulaciones o las persecuciones, su edificio espiritual se derrumba, porque su fe sin obras es débil, como un castillo de naipes, como una casa sin cimientos, construida sobre arena.

“No todo el que me diga “¡Señor, Señor!”, entrará en el Reino de los cielos”. La Palabra de Dios Trinidad, revelada por el Hijo de Dios, Jesucristo, la Sabiduría encarnada, debe conducirnos a obrar según lo que esta Palabra dice, lo cual incluye, como obra que demuestra la fe, el don martirial de la propia vida, expresión máxima de una fe que se demuestra por obras. No cometamos el error de Lutero, de pensar que la sola fe basta para salvarnos; como dice la Escritura, la fe sin obras, es una fe muerta. Demostremos, con obras de misericordia, que nuestra fe en el Hombre-Dios Jesucristo está viva, por la gracia de Dios y actuemos en consecuencia.

“Comieron todos hasta saciarse”

 


“Comieron todos hasta saciarse” (Mt 15, 29-57). Jesús realiza el milagro de la multiplicación de panes y peces. El milagro, un prodigio en sí mismo, como todo milagro, es una ligerísima muestra de su omnipotencia divina y por lo tanto es una demostración de la condición divina de Jesús de Nazareth. En otras palabras, al multiplicar los panes y peces, Jesús realiza una obra de naturaleza divina, que solo puede ser hecha por Dios y que por lo tanto demuestra, en lo concreto, que Él es Dios. Entonces, si Jesús se auto-proclama Dios y hace obras propias de un Dios, entonces es Dios, y es esto lo que Él les dice a los judíos: “Si no me creéis a mis palabras, creed por lo menos a mis obras”. Es decir, si no le creen cuando Él les dice: “Yo Soy Dios Hijo”, entonces que crean a sus obras, sus milagros, como el de la multiplicación de panes y peces, que demuestran que Él es Dios, porque la creación de la nada de la materia de los átomos y de las moléculas materiales de los panes y peces, sólo puede ser obra de Dios y nada más que de Dios, porque ni los ángeles ni los hombres tienen el poder de crear la materia –átomos y moléculas- de la nada.

Ahora bien, la multiplicación de panes y peces tiene un objetivo inmediato, que es el de saciar el hambre de la multitud que ha venido a escuchar sus palabras divinas y así lo dice el Evangelio: “Comieron hasta saciarse”. Pero también tiene un objetivo ulterior y es el de prefigurar otro milagro, un milagro infinitamente más asombroso que el de multiplicar panes y peces y es el milagro de la transubstanciación, el milagro de la conversión del pan y del vino en su Cuerpo y su Sangre, multiplicando así su Presencia Personal en la Eucaristía, por medio de la Santa Misa. En la Santa Misa, por las palabras de la consagración pronunciadas por el sacerdote ministerial –“Esto es mi Cuerpo, Esta es mi Sangre”-, se produce un milagro infinitamente más grandioso y majestuoso que el de la multiplicación de panes y peces y es el de la conversión del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre del Señor Jesús, que de ese modo multiplica su Presencia en la Eucaristía. De esta manera, la Iglesia, a través del sacerdocio ministerial, que es una participación en el Sacerdocio del Único Sacerdote Eterno, Jesucristo, alimenta no tanto el cuerpo, sino el alma de la multitud de los fieles bautizados, y no carne de pescado y con pan de harina, sino con la Carne del Cordero y con el Pan de Vida eterna, la Sagrada Eucaristía. Y, al igual que sucedió con los que se alimentaron de los panes y peces multiplicados milagrosamente por Jesús en el Evangelio, los que se alimentan de la substancia divina de la Eucaristía “comen hasta saciarse”, porque sacian de forma super-abundante el hambre de Dios que todo ser humano tiene.

domingo, 21 de noviembre de 2021

Adviento, tiempo de preparación para el encuentro con el Señor Jesús y para participar, por el misterio de la liturgia, de su Primera Venida

 


(Domingo I - TA - Ciclo C - 2021 – 2022)

         La Iglesia inicia un nuevo ciclo litúrgico con el comienzo del tiempo del Adviento. El color propio de ese tiempo es el morado, símbolo de penitencia y es el equivalente al año nuevo civil; es, por así decir, el “año nuevo” eclesiástico. Pero esto no es lo más importante del Adviento: lo más importantes es que se trata de un tiempo de gracia especial, que nos prepara espiritualmente para dos eventos: por un lado, para participar, por medio del misterio de la liturgia eucarística, de la Primera Venida del Redentor y por otro lado, para prepararnos, espiritualmente, para su Segunda Venida en la gloria de Nuestro Señor Jesucristo. El Adviento es, en esencia, un tiempo especial de gracia para que nos preparemos, como Iglesia y como bautizados, para estas dos Venidas de Jesús.

         El Adviento es entonces, esencialmente un tiempo de preparación para el encuentro personal con Jesús en la Segunda Venida, su venida en gloria, que sucederá en el Día del Juicio Final –y también en el día de nuestro Juicio Particular- y es tiempo de preparación para participar de la Primera Venida, su Venida en carne, en una gruta de Belén. Las dos primeras semanas del Adviento están dedicadas para meditar y reflexionar acerca de la Segunda Venida de Jesucristo, y es por eso que debemos detenernos brevemente en su consideración: por un lado, en su realidad y verdad: los cristianos católicos creemos que el Mesías ya vino por Primera Vez en Belén y creemos que ha de venir, por Segunda Vez, en la gloria. Es decir, a diferencia de los judíos, que todavía están esperando la venida del Mesías –en realidad ya vino, pero ellos lo negaron y lo crucificaron-, nosotros creemos que ya vino, murió en la cruz, resucitó y está en el Cielo y en la Eucaristía y ha de volver al fin del tiempo, en el Día del Juicio Final. El otro aspecto que debemos considerar acerca de la Segunda Venida es en qué es lo que sucederá cuando Él venga glorificado: no vendrá como el Jesús Misericordioso, dulce y paciente, que nos espera con amor que nos decidamos a convertirnos: vendrá como Justo Juez y todos habremos de comparecer ante Él y a cada uno de nosotros, Nuestro Señor nos pedirá cuentas acerca de si hicimos fructificar o no los talentos que Él nos dio. En ese Día, Jesús nos pedirá cuentas sobre los dones -naturales y sobrenaturales-, talentos y gracias que Él nos concedió, como por ejemplo, el ser, en la concepción y luego la vida y la existencia; nos pedirá cuentas de los dones sobrenaturales que nos concedió, empezando por el Bautismo, que nos convirtió en hijos adoptivos de Dios; nos pedirá cuentas de cada Eucaristía recibida; nos pedirá cuentas de la Confirmación, que nos convirtió en templos del Espíritu Santo; nos pedirá cuentas de las confesiones sacramentales recibidas. En el Día del Juicio Final, Nuestro Señor Jesucristo nos pedirá cuentas sobre cómo usamos estos bienes, si los hicimos fructificar en frutos de santidad, o si los enterramos, sin dar frutos de santidad, como el servidor malo y perezoso de la parábola de los talentos. En relación a los dones sobrenaturales recibidos, un ejemplo puede ser la Comunión Eucarística y así Jesús nos dirá: “En cada Comunión, Yo te di mi Corazón; en cada Comunión, Yo te di mi Amor, el Espíritu Santo. ¿Fuiste capaz de devolver ese amor en obras de misericordia?”. Y así, con cada talento, con cada don, con cada sacramento recbido. Por esto mismo, es que debemos, en estas dos primeras semanas de Adviento, reflexionar acerca de la realidad y la verdad de la Segunda  Venida y también reflexionar en cuáles son los dones y talentos que Jesús nos concedió y luego, decidirnos a ponerlos en práctica, si aún no lo hicimos, para así empezar a dar frutos de santidad, con lo cual podremos comparecer con el corazón en paz y el alma en gracia ante el Justo Juez.

         Ahora bien, dijimos que el Adviento es tiempo de prepararnos para participar, por medio del misterio de la liturgia eucarística, de la Primera Venida de Jesús, en el Pesebre de Belén, en la Noche de Navidad, que es algo más profundo y misterioso que simplemente decir que “nos preparamos para Navidad”. Las dos últimas semanas de Adviento, están dedicadas a esta preparación y la forma de hacerlo es meditar en la Encarnación del Verbo por obra del Espíritu Santo y en su Nacimiento virginal en Belén, pero también meditar en el hecho de que por el misterio de la liturgia eucarística, somos hechos partícipes, de modo misterioso y sobrenatural, de este evento, el de la Encarnación del Verbo y su Nacimiento milagroso y virginal en el Portal de Belén. En otras palabras, no solo debemos meditar en la Primera Venida, sino que debemos tener presente que, por la Eucaristía, participamos del evento de la Encarnación y Nacimiento virginal del Verbo de Dios y es para esto para lo cual debemos prepararnos, pidiendo la gracia y la asistencia del Espíritu Santo, porque sólo con su luz divina podemos al menos contemplar estos sagrados misterios. Aprovechemos entonces el tiempo litúrgico del Adviento, para preparar nuestros corazones para el encuentro definitivo con Jesús en el Juicio Final y para participar, por el misterio de la liturgia, de su Primera Venida en Belén.

 


sábado, 20 de noviembre de 2021

“Verán al Hijo del hombre venir con gran poder y gloria”

 


“Verán al Hijo del hombre venir con gran poder y gloria” (Lc 21, 20-28). Jesús profetiza acerca de la destrucción de Jerusalén, lo cual sucedió en el año 70 de la era cristiana, pero también profetiza acerca de su Segunda Venida y aunque no dice “cuándo” sucederá, porque será un evento inesperado, repentino, que sucederá de improviso y que tomará a la humanidad desprevenida, porque hasta ese momento la humanidad vivirá sumergida en el pecado, “como si Dios no existiera” y es por eso que el regreso de Jesús la tomará de sorpresa.

Existen grandes diferencias entre la Primera y la Segunda Venida, las cuales serán muy distintas: la Segunda Venida será en “gran poder y gloria”, es decir, no vendrá más en carne, en la humildad y sencillez de nuestra naturaleza humana, como en la Primera Venida, sino que vendrá glorioso y resucitado, acompañado de legiones innumerables de ángeles a sus órdenes; no vendrá en el silencio y el desconocimiento de la casi totalidad de la humanidad, como en la Primera Venida, sino que será contemplado por toda la humanidad de todos los tiempos, desde Adán y Eva hasta el último hombre nacido en el Último Día; no vendrá como el Jesús dulce y misericordioso de la Primera Venida, que con paciencia espera a que le hagamos el favor –por así decir- de convertirnos y salir del pecado para comenzar a vivir en gracia, sino que vendrá como Justo e Implacable Juez, que dará a cada uno lo que cada uno mereció libremente con sus obras: a los malos, a los que lo rechazaron y eligieron el pecado, les dará el horror eterno del reino de las tinieblas, el Infierno y a los buenos, a los que eligieron la gracia y lo reconocieron en la Eucaristía y en el prójimo, les dará la alegría eterna del Reino de los cielos.

“Verán al Hijo del hombre venir con gran poder y gloria”. No sabemos si estaremos en esta vida terrena cuando suceda la Segunda Venida en la gloria, pero independientemente de eso, seremos espectadores de la misma, porque todos compareceremos ante el Justo Jueza, en el Día del Juicio Final. Es para el Día del Juicio Final, el Día de la Ira de Dios, para el que debemos estar preparados, vigilantes, con las túnicas ceñidas y las lámparas encendidas, para así salir al encuentro de Nuestro Señor cuando llegue, para que Él nos conduzca, de las tinieblas de esta vida terrena, a la luz eterna del Reino de los cielos.

viernes, 19 de noviembre de 2021

“Cuando vean que sucedan estas cosas, sepan que el Reino de Dios está cerca”

 


“Cuando vean que sucedan estas cosas, sepan que el Reino de Dios está cerca” (Lc 21, 29-33). Jesús profetiza acerca de dos eventos futuros: la destrucción del templo y de Jerusalén y su Segunda Venida en la gloria. El primer evento será local y los discípulos tendrán tiempo para huir en dirección opuesta al lugar en donde sucederá, para poder ponerse a salvo y ocurrirá en un momento determinado: “antes de que pase esta generación”. Esto ocurrió efectivamente en el año 70 d. C., luego de que las tropas del emperador romano sitiaran y luego arrasaran a Jerusalén y al templo. El segundo evento, su Segunda Venida en la gloria, no tiene un tiempo determinado, puesto que “nadie sabe ni la hora ni el día, excepto el Padre” y será un evento universal, pues comparecerá toda la humanidad ante Cristo, quien vendrá como Justo y Eterno Juez, para conducir a los buenos al Reino de los cielos y para condenar a los malos al Infierno eterno; al ser universal, de este evento nadie podrá “escapar”, por así decir, puesto que será el Juicio Final para toda la humanidad en general y para cada ser humano en particular.

Si bien Jesús no da una fecha para su Segunda Venida, sí da las señales que la precederán: “se oscurecerán el sol y la luna, los astros caerán”, habrá guerras, terremotos, tempestades, pestes, hambrunas, aparecerán falsos mesías, falsos cristos y, finalmente, precederá inmediatamente su Segunda Venida la última persecución sangrienta contra la Iglesia –anunciada en el número 675 del Catecismo- y la “abominación de la desolación”, es decir, la supresión del Santo Sacrificio del Altar, la Santa Misa, con la aparición del Anticristo, su auto-proclamación como Cristo y la entronización de un ídolo demoníaco, todo lo cual “conmoverá el cimiento de la fe” de muchos bautizados, provocando la apostasía de una gran cantidad de fieles. La apostasía hará que los fieles dejen de adorar a Cristo en la Eucaristía y dejen de adorar a la Santísima Trinidad, para adorar al Anticristo y a la tríada satánica: la Bestia –la Masonería-, el Dragón rojo del Apocalipsis –el Comunismo, que se implantará en todo el mundo como un Estado Comunista Universal, que es en eso en lo que consiste el Nuevo Orden Mundial anticristiano- y el Anticristo, cuyo camino al poder y al trono pontificio será allanado por el Falso Profeta.

“Cuando vean que sucedan estas cosas, sepan que el Reino de Dios está cerca”. Sólo la oración –sobre todo el Santo Rosario-, la Adoración Eucarística, la Conversión Eucarística, la frecuencia de la Confesión sacramental, la Comunión en gracia, con fe, devoción, piedad y amor, nos darán la luz divina suficiente para discernir la proximidad del Reino de los cielos y la inminencia del Día de la Ira de Dios.

jueves, 18 de noviembre de 2021

“Muchos vendrán en Mi Nombre, no los sigáis”

 


“Muchos vendrán en Mi Nombre, no los sigáis” (cfr. Lc 21, 5-11). Le preguntan a Jesús cuándo será la destrucción del templo y Jesús responde profetizando acerca de dos eventos: de la destrucción del templo y de su Segunda Venida en la gloria. En relación a la destrucción del templo, la respuesta que da Jesús es “antes de que pase esta generación” y eso efectivamente se cumplió, pues el templo y Jerusalén fueron arrasados por las tropas del general romano Tito en el año 70 d. C. Con respecto a la Segunda Venida, da varias señales, como un eclipse solar y lunar –podría ser el efecto secundario de una guerra mundial termonuclear, que ocultaría la luz del sol y de la luna por la acumulación en la atmósfera de residuos atómicos-, además de terremotos, hambrunas, guerras, pestes. Pero hay un dato más que da Jesús y es para que estemos alertas acerca de la proximidad de su Segunda Venida y es la aparición de falsos mesías, de falsos cristos, lo cual está sucediendo en la actualidad. Por ejemplo, en Ucrania, Serguei Torop, fundador de la secta “Ciudad del sol”, se proclamaba ser la “reencarnación” (sic) de Jesús[1]; otro caso es el del fundador de la secta Moon; otro caso es el del fundador de una secta en Centroamérica, llamada “Creciendo en gracia” y cuya identificación es un tatuaje en la piel del número 666: el fundador de esta secta, llamado José Luis de Jesús Miranda, se autoproclamaba ser el Hijo de Dios, además de ser inmortal, aunque luego falleció por cáncer y no hay noticias de que haya resucitado[2]; otro caso es el del cristo de la Nueva Era, un cristo que, según los adeptos de esta secta, se encuentra en una nave espacial, al mando de una flotilla de naves alienígenas, a la espera de descender a la tierra en el momento oportuno. Y así, la lista de falsos cristos puede extenderse casi al infinito.

Pero a esta larga lista de falsos cristos, le sucederá un último falso cristo, el último de todos, el que precederá inmediatamente a la Segunda Venida del Verdadero Cristo y será el Anticristo por antonomasia; será el Anticristo último, un ser humano poseído por Satanás, que será el vicario de Satanás y cuya maldad excederá inimaginablemente a sus predecesores. El último Anticristo hará falsos prodigios, falsos milagros y así logrará confundir a muchos; suprimirá el Santo Sacrifico del Altar, la Santa Misa; suprimirá la Eucaristía porque dirá que ya no hace falta alimentarse con el Cuerpo y la Sangre de Cristo, porque él ya está entre nosotros; en lugar del Sacrificio del Altar y en lugar de la Eucaristía, entronizará la “abominación de la desolación”, un ídolo demoníaco, al cual hará adorar por la fuerza a todos los hombres; además, se entronizará a sí mismo como si fuera Dios y hará que todos reciban la marca de la Bestia –la Masonería-, marca sin la cual “nadie podrá comprar ni vender”, como lo dice el Apocalipsis y como parece ser un antecedente el Pasaporte Sanitario.

“Muchos vendrán en Mi Nombre, no los sigáis”. El Único y Verdadero Cristo es el Hijo de Dios encarnado, que murió en la cruz y resucitó y reina en los cielos eternos con el Padre y el Espíritu Santo y que reina en los corazones de los que creen en Él y lo aman en su Presencia Eucarística. Cualquier otro Cristo es un falso cristo y jamás debe ser seguido.

viernes, 12 de noviembre de 2021

Solemnidad de Jesucristo, Rey del universo

 



(Ciclo B – 2021)

         Al finalizar el año litúrgico, la Iglesia proclama que su Fundador, el Hombre-Dios Jesucristo, es “Rey del universo”, lo cual quiere decir que para la Iglesia Católica, Jesucristo es Rey no sólo para ella, sino que es Rey de “todo el universo”, es decir, de todo el planeta y de todo el universo literalmente hablando, lo cual hace incluir el sol, los planetas, las galaxias. Además, hay otro aspecto a considerar en esta proclamación de Jesucristo como Rey del universo: esta proclamación implica que Jesucristo no sólo es Rey de las naciones –de todo hombre, de todo ser humano, sin importar si es ateo o si practica cualquier otra religión que no sea la católica-, sino que es también Rey del universo invisible, el que está compuesto por los ángeles, seres puramente espirituales, que son invisibles al ojo humano, pero no por eso dejan de existir. De acuerdo a lo expresado, la proclamación de Jesucristo como Rey del universo, implica afirmar que Jesucristo es Rey del universo visible y también del invisible, es decir, es Rey de toda la humanidad y es Rey de todos los ángeles. Que sea Rey de toda la humanidad significa que es mi Rey personal –por eso Jesús Eucaristía debe ser entronizado en ese altar interior, espiritual, que es el corazón humano-, pero también es el Rey de las familias, es el Rey de la Nación Argentina, es el Rey de todas las naciones de la tierra y es el Rey de los ángeles de luz, los ángeles que permanecieron fieles a la Santísima Trinidad y, a las órdenes de San Miguel Arcángel, expulsaron en nombre de la Trinidad a Satanás y a todos los ángeles apóstatas. Sobre estos ángeles caídos, los demonios, cuyo lugar preparado para ellos por su rebeldía es el Infierno eterno, Jesucristo también reina sobre ellos, pero no con su Bondad y Misericordia, sino con su Justicia Divina y su Ira Divina. En otras palabras, los demonios no escapan a la reyecía universal del Hombre-Dios Jesucristo, porque si bien no le obedecen por amor, sí le obedecen por terror, al ser aplastados permanente y eternamente por el peso de la omnipotencia, de la Ira y de la Justicia Divina.



         Ahora bien, la reyecía que la Iglesia proclama en Jesucristo, será reconocida y aceptada, lo quieran o no lo quieran, por todos los hombres y por todos los ángeles, de forma unánime y universal, en el Día del Juicio Final, en el que el Señor Jesús vendrá en el esplendor de su gloria divina, por Segunda Vez, para juzgar a vivos y muertos, para dar a los que creyeron en Él y vivieron y murieron en gracia, la felicidad eterna del Reino de los cielos y para dar a los hombres malos, a los perversos que libremente rechazaron la gracia y eligieron la malicia como eje de sus vidas, el horror eterno de la eterna condenación en el Infierno. Será en el Día del Juicio Final, entonces, en el que todo el universo visible y el invisible, reconocerá a Jesucristo como Rey Eterno, de majestad divina y de poder invencible. Unos, ángeles y santos, lo reconocerán para su alegría y gozo por toda la eternidad; otros, los demonios y los condenados, lo reconocerán también como Dios Omnipotente, pero para su espanto y horror, en la eterna condenación en el Infierno. Hasta que ese día llegue, proclamemos, en el tiempo que nos queda de vida terrena, junto con la Santa Iglesia Católica, que Jesús Eucaristía es nuestro Rey, el Único Rey de nuestros corazones, para así seguir proclamándolo como Rey Eterno por toda la eternidad, en el Reino de los cielos.

“Han convertido la Casa de Dios en cueva de ladrones”

 


“Han convertido la Casa de Dios en cueva de ladrones” (Lc 19, 45-48). Al llegar al Templo, Jesús se encuentra con una escena que desencadena su ira: el Templo ha sido ocupado por mercaderes y cambistas y ha sido convertido en un lugar en un todo similar a un mercado de compra-venta de mercaderías. Llevado por su ira, Jesús fabrica un látigo de cuerdas y expulsa a mercaderes y cambistas. En este episodio, hay diversos elementos a considerar. Un primer elemento es la ira de Jesús, ira que de modo alguno es un pecado, puesto que Jesús, siendo Dios, no puede pecar; por otra parte, se trata de una ira justa, porque la ira de Jesús es la Ira de Dios, que se desencadena cuando Dios ve que los hombres han cometido el sacrilegio de convertir su Casa, el Templo, en una “cueva de ladrones”. En otras palabras, la ira de Jesús se desencadena cuando advierte la insensatez de los hombres, que han pervertido el fin original del Templo, que es la oración y la adoración al Dios Único, en un mercado en el que se compra y vende todo tipo de mercancías. Otro elemento a considerar es la simbología contenida en la escena: el Templo es la Casa de Dios y como tal, es lugar de oración y adoración, pero en este caso, se trata de un templo profanado, porque se ha desviado y pervertido su función original, para reemplazarla por una actividad, la compra-venta de mercancías, que nada tiene que ver con su función original; además, el templo es imagen del alma del cristiano que, por el bautismo sacramental, se convierte en templo del Espíritu Santo: en este caso, se trata de un templo profanado, es decir, es el cuerpo y el alma del cristiano en estado de pecado, sin la gracia santificante. Otro elemento simbólico son los animales: con su irracionalidad y con el hedor propio de su ser de bestias, representan a las pasiones del hombre que, sin el control de la gracia santificante y por lo tanto sin el control de la razón, esclavizan al hombre induciéndolo al pecado. Otro elemento simbólico son los cambistas, sentados en sus mesas con monedas de oro y plata: representan al hombre que, habiendo desplazado a Dios de su corazón, ha entronizado al dinero y lo ha convertido en un ídolo, ante el cual se postra y por el cual es capaz de hacer cualquier cosa, literalmente. Por último, la acción de Jesús, de expulsar a los mercaderes y a los cambistas del templo, representa la acción de la gracia santificante que, con el poder divino, expulsa al pecado del alma y devuelve a Dios Uno y Trino aquello que le pertenece: el corazón, el cuerpo y el alma del bautizado.

“Han convertido la Casa de Dios en cueva de ladrones”. La Justa Ira de Jesús no se detiene en el episodio del Evangelio; es actual y válida para todo tiempo; por esto mismo, seamos precavidos y tengamos mucho cuidado en no convertir el templo del Espíritu Santo, nuestro corazón, nuestro cuerpo y nuestra alma, en refugio de demonios y por el contrario, que por la gracia santificante conservemos siempre la majestuosa dignidad de ser templos del Espíritu Santo y sagrarios vivientes de Jesús Eucaristía.

 

jueves, 11 de noviembre de 2021

“Si comprendieras lo que puede conducirte a la paz”

 


“Si comprendieras lo que puede conducirte a la paz” (cfr. Lc 19, 41-44). Jesús llora por Jerusalén, porque como Dios, ve que Jerusalén lo rechazará a Él, que es el Príncipe de la paz, del Dador de la Paz de Dios y así, rechazándolo, Jerusalén se precipitará en su propia ruina. Esta profecía de Jesús se cumplió en el año 70 d. C., cuando Jerusalén fue sitiada y luego arrasada por las tropas del emperador romano. Desde entonces, Israel no ha conocido la paz y si en nuestros días goza de una relativa paz, se debe a la disuasión que ejercen las armas, pero no porque posea la verdadera paz, la paz espiritual, la paz que sólo Dios puede dar.

En Jerusalén, la Ciudad Santa, está representado el cristiano, que se vuelve templo santo de Dios por la gracia recibida en el bautismo sacramental. Por esto mismo, el llanto de Jesús por la Jerusalén terrena se aplica al alma del bautizado en la Iglesia Católica, que por el bautismo es convertido en morada santa de la Santísima Trinidad. Ahora bien, si por el bautismo el alma es convertida en morada santa, por el pecado, esa misma alma expulsa a Cristo de sí misma y se convierte en refugio de demonios y así le sucede lo mismo que a la Jerusalén terrena, que luego de expulsar a Cristo el Viernes Santo, para crucificarlo en el Monte Calvario, se vio envuelta en tinieblas espirituales –simbolizadas por el eclipse solar ocurrido con la muerte de Jesús- y rodeada de enemigos, quienes fueron los que finalmente la arrasaron a sangre y fuego; de la misma manera, el alma que expulsa a Cristo por causa del pecado, queda envuelta en las tinieblas propias del pecado pero también queda envuelto en las tinieblas vivientes, los ángeles caídos, los demonios, quienes le quitan la paz que le concedía la gracia santificante.

“Si comprendieras lo que puede conducirte a la paz”. Lo que Jesús le dice a Jerusalén, nos lo dice a cada uno de nosotros y así como la Causa de la paz para Jerusalén era Jesucristo, así también para nosotros, la Causa de la verdadera paz, la paz espiritual, que sobreviene al alma cuando la gracia borra la mancha del pecado, sólo nos la puede dar Jesucristo. Pidamos la gracia de comprender esto, para que así vivamos en la paz verdadera, la paz de Cristo.

“Zaqueo, bájate pronto, porque hoy tengo que hospedarme en tu casa”


 

“Zaqueo, bájate pronto, porque hoy tengo que hospedarme en tu casa” (Lc 19, 1-10). Cuando Zaqueo, un hombre rico y con un alto cargo como funcionario, porque era jefe de publicanos, se entera de la llegada de Jesús a la ciudad donde él vivía, Jericó, se apresura para salir a buscarlo y al menos poder verlo. Zaqueo había escuchado hablar de Jesús, de su sabiduría, de sus milagros, del anuncio que Él hacía de la llegada del Reino de Dios y estaba muy interesado en conocer a Jesús. Sin embargo, se encuentra con la dificultad de que, por un lado, había una gran multitud alrededor de Jesús, lo cual dificultaba su llegada hasta Él; además, Zaqueo era de baja estatura, lo cual le impedía todavía más la visión. Pero Zaqueo no se da por vencido y decide subirse a un árbol, para así poder contemplar a Jesús. Ahora bien, Jesús, que es Dios en Persona, sabe bien no sólo que Zaqueo está arriba del árbol para verlo, sino que además conoce la profundidad del corazón de Zaqueo, que desea recibirlo a Él y apartarse del pecado, de todo lo que lo separe de Dios. Por esta razón, Jesús llama a Zaqueo y le dice que quiere almorzar en su casa. Una vez dentro de la casa de Zaqueo, la acción de la gracia de Jesús convierte totalmente el corazón de Zaqueo y esta conversión lo lleva a desprenderse de los bienes materiales para compartirlos con quienes lo necesitan, además de estar dispuesto a devolver cuatro veces más a quien él le hubiera retenido sus bienes de forma ilícita. Jesús se alegra por la conversión de Zaqueo y es por eso que dice que “la salvación ha llegado a esta casa”, a la casa de Zaqueo, porque Zaqueo ha aceptado de todo corazón la gracia santificante de Jesús y ha empezado por desprenderse de los bienes materiales, para así poder ingresar en el Reino de los cielos.

“Zaqueo, bájate pronto, porque hoy tengo que hospedarme en tu casa”. En cada Santa Misa, Jesús, más que entrar en una ciudad, baja de cielo para quedarse en la Eucaristía y para así ingresar, por la Comunión Eucarística, en nuestros corazones, en nuestras casas espirituales, para colmarnos de su gracia, de sus dones, de su Amor infinito y eterno. En este sentido, Zaqueo es el ejemplo perfecto y el modelo a imitar para recibir a Jesús Eucaristía: recibiendo a Jesús con amor y dejando de lado todo lo que nos aparte de Él.

 

domingo, 7 de noviembre de 2021

“Cuando vean ustedes que suceden estas cosas, sepan que el fin ya está cerca”

 


(Domingo XXXIII - TO - Ciclo B – 2021)

“Cuando vean ustedes que suceden estas cosas, sepan que el fin ya está cerca” (Mc 13, 24-32). Esta respuesta es formulada por Jesús en respuesta a la pregunta de los discípulos acerca del tiempo de la destrucción del templo y en ella Cristo describe las señales que han de preceder a ese suceso y habla también de la Segunda Venida del Hijo del hombre, es decir, trata en la profecía acerca de dos temas distintos. Lo que se debe dilucidar es qué parte de las profecías corresponde a cada uno de los sucesos. Según algunos exégetas, Cristo hace una importante distinción entre ambos sucesos. La destrucción del templo será precedida por señales que servirán de aviso a los discípulos para escapar del inminente desastre. Esta calamidad local, de la que podían escapar huyendo a otra parte, tendría lugar “antes de que pase esta generación”. En cambio, Cristo no da ninguna información sobre el tiempo de la Venida del Hijo del hombre, suceso el cual sería repentino e inesperado y no habría señal alguna de aviso. Es por este motivo que Jesús llama a estar constantemente preparados: “Estad alertas, velad, porque no sabéis cuándo será el tiempo” (33). Si bien Cristo no reveló el tiempo de su Segunda Venida, sus palabras proporcionan suficiente información para poner en guardia a los discípulos contra una posible identificación de este suceso con la época de la destrucción de Jerusalén, ya que en sus mentes estaban estrechamente asociados la destrucción del templo y el fin del mundo (cfr. 13, 4). Cristo, al insistir en que la fecha de la parusía era incierta, declarando al mismo tiempo que la destrucción del templo tendría lugar antes de que “pasara esta generación” y al prescribir además las diferentes actitudes que sus seguidores habían de adoptar en relación con tales sucesos, se proponía disipar la confusión en las mentes de los apóstoles. La profecía entonces comprende un doble tema, la destrucción del templo y la Segunda Venida en la gloria.

Hay un dato más, contenido proféticamente en el Catecismo de la Iglesia Católica, en lo que se refiere a la Segunda Venida de Cristo, y es que, antes de esta Segunda Venida, se producirá la última persecución sangrienta contra la Iglesia Católica, luego de lo cual será entronizado el Anticristo, el vicario de Satanás, quien establecerá, en la falsa iglesia, que el pecado ya no existe más y que lo que antes era pecado, ahora es un “derecho humano”. Dice así el Catecismo, en su número 675, en el apartado titulado “La última prueba de la Iglesia”: “Antes del advenimiento de Cristo, la Iglesia deberá pasar por una prueba final que sacudirá la fe de numerosos creyentes (cfr. Lc 18, 8; Mt 24, 12). La persecución que acompaña a su peregrinación sobre la tierra (cfr. Lc 21, 12; Jn 15, 19-20) desvelará el “misterio de iniquidad” bajo la forma de una impostura religiosa que proporcionará a los hombres una solución aparente a sus problemas mediante el precio de la apostasía de la verdad. La impostura religiosa suprema es la del Anticristo, es decir, la de un seudo-mesianismo en que el hombre se glorifica a sí mismo colocándose en el lugar de Dios y de su Mesías venido en la carne (cfr. 2 Ts 2, 4-12; 1 Ts 5, 2-3;2 Jn 7; 1 Jn 2, 18.22)”. Entonces, según el Catecismo, antes de la Segunda Venida de Cristo, la Iglesia Católica, la Esposa Mística del Cordero, la Única Iglesia Verdadera del Único Dios Verdadero, será perseguida; se suprimirá el Santo Sacrificio del Altar, la Santa Misa –según la profecía de Daniel-, se establecerá la “abominación de la desolación”, es decir, además de la supresión de la Eucaristía, se adorará a un ídolo pagano, un falso dios, un demonio oculto en un fetiche idolátrico; el Anticristo declarará que el pecado ya no es más pecado y que todo lo que el catolicismo consideraba pecado, ya no lo es más, porque será entonces un “derecho humano” y algo de esto lo estamos padeciendo en nuestro país, a partir de la aprobación de la ley genocida del aborto, que declara al aborto, al asesinato del niño por nacer, como un “derecho humano”, tal como lo establece el Anticristo. El seguimiento del Anticristo tendrá como consecuencia el abandono de la fe en forma masiva, lo cual se llama “apostasía” y esta apostasía será consecuencia del rechazo del Verdadero Cristo, el Cristo Eucarístico, que en cuanto Dios es la Verdad Increada en Sí misma, al mismo tiempo que implicará la adoración a la tríada satánica, que se establecerá en la Nueva Falsa Iglesia: el Anticristo, la Bestia y el Dragón. Todo esto es lo que profetiza Jesús que sucederá antes de su Segunda Venida en la gloria.

Ahora bien, de estas dos profecías, la primera ya se cumplió en el año 70 d. C., con la destrucción del templo por parte de las tropas del emperador romano; queda en pie el cumplimiento de la segunda profecía, la de la Segunda Venida en la gloria de Nuestro Señor Jesucristo, cuando vendrá a juzgar a vivos y a muertos, sentenciando a unos al horror eterno del Infierno y a otros, a la eterna felicidad en el Reino de los cielos. Es para esta Segunda Venida, para la cual debemos estar “vigilantes, atentos, con las túnicas ceñidas y las lámparas encendidas”, porque nadie sabe cuándo será el Día de la Ira del Señor.

 

 


sábado, 6 de noviembre de 2021

“Donde hay un cadáver, se juntan los buitres”

 


“Donde hay un cadáver, se juntan los buitres” (Lc 17, 26-37). Jesús revela qué es lo que sucederá en los tiempos inmediatos precedentes a su Segunda Venida en la gloria: en síntesis, será de tal manera tan inesperada su Segunda Venida, que la humanidad entera vivirá “naturalmente”, como si Dios no existiera, como si Dios no fuera nunca a volver para juzgar a vivos y muertos. Para dar una idea del estado de la humanidad antes de su Venida en la gloria, Jesús cita la época del diluvio y la destrucción de Sodoma y Gomorra: en ninguno de estos casos se esperaba el Juicio de Dios y el Juicio de Dios llegó en forma de agua y de fuego. De la misma manera sucederá en la Segunda Venida de Jesús: la humanidad estará inmersa en el pecado y sin pensar siquiera en Dios y es entonces cuando Jesús vendrá por Segunda Vez. Pero a esta Venida se le agrega algo o alguien que no estaba presente en tiempos de Noé y de Lot: el Anticristo, señalado por Cristo como el “cadáver”, y sus falsos profetas, los “buitres” que se reúnen en torno al cadáver: “Donde hay un cadáver, se juntan los buitres”. ¿Por qué el Anticristo es descripto con la figura de un cadáver? Porque el Anticristo está muerto espiritualmente. En otras palabras, el cadáver, desde un punto de vista espiritual, es el Anticristo, un hombre, una persona humana, que no solo no posee la gracia santificante y por eso está muerto espiritualmente, sino que además está poseído por Satanás y por eso está muerto doblemente desde el punto de vista espiritual. El Anticristo, hombre elegido por Satanás para ser su anti-mesías entre los hombres, obrará multitud de falsos prodigios y se hará pasar por el mismo Cristo, para confundir aún a los elegidos. Será un cadáver espiritual y así como un cadáver hiede por la descomposición orgánica, así el Anticristo esparcirá olor a podredumbre por dondequiera que vaya, ya que no tiene la “exquisita fragancia de Cristo”. Y así como alrededor de un cadáver se reúnen los buitres, para alimentarse de su cuerpo en descomposición, así alrededor del Anticristo se reunirán los hombres perversos, cuya malicia y perversidad superará incluso a las de los mismos demonios del Infierno y se reunirán alrededor del Anticristo para alimentarse del alimento putrefacto de sus malignas mentiras y venenosos engaños.

Si los buitres se reúnen alrededor del cadáver, los hijos de Dios deben levantar vuelo, como las águilas, en dirección al Sol de justicia, Cristo Eucaristía.

“Como el fulgor del relámpago, así será la Venida del Hijo del hombre”


 

“Como el fulgor del relámpago, así será la Venida del Hijo del hombre” (cfr. Lc 17, 20-25). Jesús profetiza cómo será su Segunda Venida, la Venida en la gloria, en el Día del Juicio Final: será algo repentino, imprevisto, que será visto por todos los hombres: será como “el fulgor del relámpago”, porque así es el fulgor del relámpago: repentino, imprevisto, y es observado por todos porque surca los cielos y no deja a nadie indiferente. Ahora bien, esta Segunda Venida de Jesús estará precedida por falsos cristos, por falsos mesías, quienes se harán pasar por Él, engañando a las multitudes y diciendo que es Él en persona: Entonces les dirán: ‘Está aquí’ o ‘Está allá’, pero no vayan corriendo a ver”. También hace una revelación que nos hace estar prevenidos en relación a futuras persecuciones, en las que se incluirán la supresión del Santo Sacrificio del Altar, la Santa Misa, con la consiguiente desaparición de la Eucaristía, tanto de los altares, como de los sagrarios. En efecto, Jesús dice una frase enigmática: “Llegará un tiempo en que ustedes desearán disfrutar siquiera un día de la presencia del Hijo del hombre y no podrán”. Esto es verdaderamente alarmante, porque la Presencia del Hijo del hombre la tenemos, cotidianamente, en la Eucaristía, en donde se encuentra en Persona; en la fe y en el amor, porque la fe y el amor nos hacen unir al Sagrado Corazón de Jesús y por último, en los Sacramentos, como por ejemplo, el Sacramento de la Confesión. Esto quiere decir que, antes de la Segunda Venida en la gloria de Nuestro Señor Jesucristo, se desencadenará una persecución –la última, según lo anuncia el Catecismo-, por medio de la cual se suprimirá el Santo Sacrificio del Altar, la Santa Misa y así no habrá Eucaristía ni ningún otro sacramento; faltará en consecuencia la gracia y al faltar la gracia, faltarán la fe sobrenatural en Jesucristo, además de la caridad hacia Dios y el prójimo, con lo cual se cumplirán las palabras de la Escritura: “En los últimos días, se enfriará la caridad de muchos”; además, será tal la apostasía, que en casi ningún lado se encontrará fe en Jesucristo, para que así se cumplan sus palabras: “¿Encontrará fe cuando vuelva el Hijo del hombre?”.

“Como el fulgor del relámpago, así será la Venida del Hijo del hombre”. Persecución a la Iglesia, apostasía, falta de fe y de caridad, ausencia del Santo Sacrificio del Altar, proliferación de falsos mesías. De todas estas calamidades nos libra la Santísima Virgen María, y para ello debemos refugiarnos en su Inmaculado Corazón y rezar diariamente el Santo Rosario.

miércoles, 3 de noviembre de 2021

“¿Dónde están los otros nueve?”

 


“¿Dónde están los otros nueve?” (Lc 17, 11-19). Jesús cura milagrosamente, con su omnipotencia divina, a diez leprosos, pero sólo uno de ellos, que era samaritano, regresa para dar gracias a Jesús por el milagro recibido. Jesús se muestra sorprendido por la ingratitud de los restantes nueve leprosos que, luego de haber sido curados milagrosamente, no han regresado ni siquiera para mínimamente dar las gracias, como sí lo he hecho el samaritano. El episodio nos muestra, por un lado, la gratuidad y la inmensidad del Amor de Dios por nosotros, porque Dios no tiene la obligación de curar nuestras enfermedades y si lo hace, es por su Divina Misericordia; por otro lado, muestra que la inmensa mayoría de los seres humanos, representados en los nueve leprosos curados que no regresan para dar gracias, son igualmente ingratos y desconsiderados para con Dios Uno y Trino. La Trinidad nos da sobreabundantes bienes, materiales y espirituales, naturales y sobrenaturales, todos los días, todo el día, desde el ser, hasta la vida, la existencia, la inteligencia, la  memoria, los dones innatos y muchísimos dones más; nos dona la salvación en Cristo Jesús; nos dona el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad del Cordero de Dios en cada Eucaristía y ni siquiera así somos capaces de dar gracias a Dios, porque estos dones son infinitamente más grandes y valiosos que el simple hecho de ser curados de una enfermedad. No seamos ingratos para con Dios y, en acción de gracias y en adoración, por sus inmensos e infinitos dones, ofrezcámosle el Único Don digno de su Divina Majestad, el Pan de Vida eterna, la Carne del Cordero de Dios, la Sagrada Eucaristía.

martes, 2 de noviembre de 2021

“Habéis convertido la Casa de mi Padre en una cueva de ladrones”

 


“Habéis convertido la Casa de mi Padre en una cueva de ladrones” (Jn 2, 13-22). Jesús llega a Jerusalén y al entrar en el templo, se da con la desagradable visión del templo convertido en un mercado de compra y venta de mercaderías, además de una casa de cambios monetarios. Esto desencadena la ira de Jesús, quien arma un látigo de cordeles y comienza a echar a los mercaderes del templo, a los vendedores de bueyes y palomas y a los cambistas con sus mesas, como lo relata el Evangelio. Mientras lleva a cabo su acción purificadora, Jesús da la razón de su ira: han convertido la Casa de su Padre, el Templo, en un mercado. En otras palabras, en donde se debe adorar a Dios, se adora el dinero.

Ahora bien, para entender un poco más el episodio del Evangelio y ver mejor el aspecto espiritual, debemos reemplazar todos los elementos naturales y reemplazarlos por elementos espirituales y sobrenaturales. Así, el Templo, es la “Casa del Padre” de Jesús, es decir, es la Casa de Dios y como tal, está destinado a la oración, a una función eminentemente espiritual y no al intercambio comercial; Jesús no es un mero rabbí, un maestro de la oración, sino el Hijo de Dios encarnado, a quien le pertenece, por herencia, el templo de su Padre y por lo tanto lo considera como algo suyo propio, lo cual justifica todavía más su reacción; la ira de Jesús, no es una ira pecaminosa, de ninguna manera, puesto que Jesús es Dios y en cuanto tal, no puede en absoluto cometer un pecado, por lo cual se trata de la justa ira de Dios; los mercaderes del templo representan a los cristianos que viven pensando sólo en esta vida terrena, sin preocuparse en lo más mínimo de la vida eterna y de la vida de la gracia; los animales –bueyes, palomas-, con su irracionalidad y su falta de higiene, representan a las pasiones del hombre que, sin la gracia de Dios, escapan al control de la ración y ensucian al alma haciéndolo caer en pecado; los cambistas de monedas representan a los cristianos que endiosan al dinero y a los bienes materiales, entronizándolos en sus corazones y desplazando a Dios del lugar que les corresponde.

“Habéis convertido la Casa de mi Padre en una cueva de ladrones”. La Justa Ira de Jesús no se detiene en los mercaderes del templo del episodio del Evangelio, puesto que también nosotros podemos caer en el  mismo error de los mercaderes y confundir, el lugar de oración y adoración a Dios Uno y Trino, con un lugar más entre tantos, en los que solamente se diferencia de los demás porque se celebran ceremonias religiosas y esto enciende la Justa Ira de Dios. La Justa Ira de Dios también se enciende cuando convertimos al cuerpo humano, templo del Espíritu Santo, en un templo profano y pagano en donde, en vez de adorar a Jesús Eucaristía y en vez de brillar la luz de la gracia, se adoran al dinero, a los placeres y se entroniza al pecado. Hagamos el propósito de mantener siempre impecable, en estado de gracia, el templo de Dios que es nuestro cuerpo y de que en nuestros altares, nuestros corazones, no se adore a nadie más que no sea el Cordero de Dios, Jesús Eucaristía.