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viernes, 29 de octubre de 2021

La parábola del administrador infiel

 


“Los hijos de este mundo son más astutos con su gente” (Lc 16, 1-8). La parábola del administrador infiel debe ser analizada minuciosamente, para no caer en interpretaciones erróneas. ¿De qué se trata la parábola? Se trata de un administrador que gobierna la hacienda de un hombre rico y que, acusado de mala administración –con justa razón, como lo insinúa la parábola-, es despedido[1]. Es entonces cuando se pregunta de qué va a vivir, porque siente horror al trabajo y le da vergüenza mendigar, aunque no le da vergüenza robar. Por eso, llama a los arrendadores que pagan su renta en especies y, de acuerdo con ellos, falsifica sus contratos y así engaña de nuevo a su amo. Mediante esta trampa, el administrador piensa hacerse amigos y protectores que puedan recibirlo cuando sea despedido. La alabanza que hace el amo del “administrador infiel”, constituye una dificultad, a la hora de analizar la enseñanza espiritual de la parábola, porque se puede pensar que Nuestro Señor, indirectamente, alaba la conducta del administrador infiel. Sin embargo, de ninguna manera alaba Jesús la actitud deshonesta del administrador infiel. Para encontrar el sentido de la parábola y su enseñanza espiritual por parte de Jesús, hay que tener en cuenta que, por un lado, tanto el administrador como su amo, son “hijos de este mundo”: el primero se entera de que ha sido estafado, en un modo en el que le será difícil probar la estafa y como el amo está acostumbrado a utilizar las mismas artimañas de su administrador, es que hace un comentario en modo de broma, como si dijera: “¡Es un estafador, pero un estafador inteligente!”. Entonces, este es un primer aspecto a tener en cuenta: tanto el amo como el administrador, son “hijos de este mundo”, es decir, viven al margen de la Ley de Dios y por eso están acostumbrados a hacer trampas, a engañar, a mentir, a aplicar la inteligencia en un sentido perverso, con la intención de engañar y de estafar al prójimo; es obvio que Nuestro Señor Jesucristo no aprueba ni puede hacerlo jamás, a esta actitud. El otro aspecto a tener en cuenta es que Nuestro Señor Jesucristo no alaba ni al amo ni al mayordomo y no puede hacerlo por el motivo que hemos dicho: ambos son “hijos de este mundo” y no “hijos de Dios”, “hijos de la luz”; además, la parábola no dice que el administrador haya obrado “sabiamente”, sino “astutamente”, es decir, con una prudencia que pertenece a los ideales de este mundo, ideales que no son los de Dios, porque son terrenos, materiales, inmanentes y sólo buscan la ganancia temporal de bienes materiales, sin importarles los verdaderos bienes, los bienes del Cielo. Es esto lo que Nuestro Señor –no el amo de la parábola- quiere significar cuando compara a los “hijos de este siglo” con los “hijos de la luz”, hebraísmos con los que se designa a aquellos que vienen siguiendo los ideales de este mundo –“hijos de este siglo” o del mundo venidero –“hijos de la luz”-. La enseñanza última es que, si quienes poseen la luz de la gracia –los hijos de Dios-, que ilumina el intelecto y la voluntad para descubrir y desear los verdaderos bienes, los bienes del Reino de los cielos, mostraran al menos la agudeza y sagacidad de los que viven pensando sólo en las ventajas temporales, los hijos de Dios ganarían prontamente el bien más preciado de todos, la vida eterna en el Reino de los cielos.



[1] Cfr. B. Orchard et al., Comentarios al Nuevo Testamento, Tomo III, Barcelona 1956, Editorial Herder, 623.

miércoles, 28 de julio de 2021

“Mujer, ¡qué grande es tu fe!”

 


“Mujer, ¡qué grande es tu fe!”. (Mt 15, 21-28). Una mujer cananea se postra ante Jesús para implorar la liberación de su hija, la cual está poseída por un demonio. Luego de un breve diálogo con Jesús, la mujer cananea obtiene lo que pedía y además es alabada por Nuestro Señor en persona: “Mujer, ¡qué grande es tu fe!”. El hecho de que haya sido alabada por Jesús en persona, nos lleva a desviar nuestra mirada espiritual hacia la mujer cananea, para aprender de ella. En efecto, la mujer cananea nos deja varias enseñanzas: por un lado, sabe diferenciar entre una enfermedad y una posesión demoníaca, porque acude a Jesús para que la libere de un demonio que la “atormenta terriblemente” y este diagnóstico de la mujer cananea queda confirmado implícitamente cuando Jesús –obrando a la distancia con su omnipotencia- realiza el exorcismo y expulsa al demonio que efectivamente había poseído a la hija de la mujer cananea; otra enseñanza es que la mujer cananea tiene fe en Cristo en cuanto Dios y no en cuanto un simple hombre santo y la prueba de que lo reconoce como al Hombre-Dios es que lo nombra llamándolo “Señor”, un título sólo reservado a Dios y, por otro lado, se postra ante Él, lo cual es un signo de adoración externa también reservada solamente a Dios; otra enseñanza que nos deja la mujer cananea es que no tiene respetos humanos: ella es cananea y no hebrea, por lo tanto, no pertenece al Pueblo Elegido, es decir, era pagana y como tal, podría haber experimentado algún escrúpulo en dirigirse a un Dios –Jesús- que no pertenecía al panteón de los dioses paganos de su religión y sin embargo, venciendo los respetos humanos, se dirige a Jesús con mucha fe; otra enseñanza es la gran humildad de la mujer cananea, porque no solo no se ofende cuando Jesús la trata indirectamente de “perra” –obviamente, no como insulto, sino como refiriéndose al animal “perro”-, al dar el ejemplo de los cachorros que no comen de la mesa de los hijos, sino que utiliza la misma imagen de Jesús –la de un perro- para contestar a Jesús con toda humildad, implorando un milagro y utilizando para el pedido la imagen de un perro, de un cachorro de perro: “Los perritos comen las migajas que caen de la mesa de sus amos”. Esta respuesta es admirable, tanto por su humildad, como por su sabiduría, porque la mujer cananea razona así: si los hebreos son los destinatarios de los milagros principales –ellos son los hijos que comen en la mesa en la imagen de Jesús-, ella, que no es hebrea, también puede beneficiarse de un milagro menor, como es el exorcismo de su hija, de la misma manera a como los cachorros de perritos, sin ser hijos, se alimentan de las migajas que caen de la mesa de sus amos.

Fe en Cristo Dios; adoración a Jesús, Dios Hijo encarnado; fe en la omnipotencia de Cristo; sabiduría para distinguir entre enfermedad y posesión demoníaca; ausencia de respetos humanos, con lo cual demuestra que le importa agradar a Dios y no a los hombres; humildad para no sentirse ofendida por ser comparada con un animal –un perro-; astucia para utilizar la misma figura del animal, para pedir un milagro para su hija. Estas son algunas de las enseñanzas que nos deja la mujer cananea, tan admirables, que provocaron incluso el asombro del mismo Hijo de Dios en persona: “Mujer, ¡qué grande es tu fe!”.

domingo, 1 de noviembre de 2020

“Los que pertenecen a este mundo son más hábiles en sus negocios que los que pertenecen a la luz”

 


         “Los que pertenecen a este mundo son más hábiles en sus negocios que los que pertenecen a la luz” (cfr. Lc 16, 1-8). ¿Por qué Jesús alaba al administrador infiel? En realidad, lo que Jesús alaba no es al administrador infiel ni a su infidelidad, sino a su astucia. Es decir, en esta parábola debemos estar bien atentos a su estructura, desarrollo y desenlace, para no equivocarnos en lo que Jesús nos quiere enseñar. Como decíamos, Jesús no alaba ni al administrador infiel, ni a su infidelidad –esto sería alabar el mal, lo cual no es compatible con la santidad y sabiduría de Jesús-, sino que alaba su astucia, empleada para granjearse amigos para cuando sea despedido a causa de su mala administración. Es por esta astucia, que el administrador infiel se granjea amigos para cuando sea despedido por su amo, como consecuencia de haber sido sorprendido in fraganti en su mala administración.

         “Los que pertenecen a este mundo son más hábiles en sus negocios que los que pertenecen a la luz”. El mal nunca es ejemplo de nada, pero en este caso, no debemos aprender del mal –la infidelidad y mala administración del administrador infiel-, sino de su astucia, la cual, si es usada bien, es una buena cualidad. En el administrador infiel debemos vernos nosotros, que no sabemos administrar correctamente el mayor bien que nos confía Dios y es la gracia santificante, puesto que con frecuencia, preferimos el pecado antes que la gracia. Seamos astutos como el administrador infiel y hagámonos de amigos que nos ayuden para cuando seamos despedidos, es decir, para cuando salgamos de esta vida terrena e ingresemos en la vida eterna: obremos la misericordia con nuestros prójimos, que así rezarán por nosotros y ofrezcamos oraciones, sufragios, ayunos, oraciones y penitencias por las Benditas Almas del Purgatorio, tanto cuanto seamos capaces, para que ellas intercedan por nosotros en la hora de nuestra muerte y así podamos entrar en el Reino de los cielos.

lunes, 4 de noviembre de 2019

“Los hijos de las tinieblas son más astutos que los hijos de la luz”




“Los hijos de las tinieblas son más astutos que los hijos de la luz” (Lc 16,1-8). Esta parábola debe leerse con atención, porque si no se pueden sacar conclusiones apresuradas y erróneas. Ante todo, tanto el dueño de la parábola como el administrador deshonesto, son “hijos de este mundo”, es decir, hijos de las tinieblas, por cuanto de ninguna manera se puede hacer ninguna transposición entre el dueño y Dios Padre, que es Dios Perfectísimo y de Bondad infinita. Lo que hay que tener en cuenta es que el dueño de la parábola –y no Nuestro Señor Jesucristo- alaba el proceder astuto del administrador infiel, pero no aprueba su deshonestidad. Es decir, ni en la parábola ni mucho menos Jesús, aprueban la deshonestidad del administrador infiel, sino que se ensalza su proceder astuto, sagaz, con el cual el administrador infiel pretende ganarse amigos para cuando quede en la calle.
“Los hijos de las tinieblas son más astutos que los hijos de la luz”. ¿Qué nos enseña la parábola? Ante todo, tenemos que vernos en la figura del administrador, pues también nosotros somos administradores de los bienes de Dios y por lo tanto debemos administrar estos bienes para que, cuando sea la hora de nuestra muerte –que sería el momento en el que administrador de la parábola queda despedido-, no nos veamos desamparados ante el Juicio de Dios. Si hacemos uso correcto de los bienes materiales y espirituales que Dios nos ha dado –por ejemplo, si los compartimos con los más necesitados-, entonces nos ganaremos el favor, no sólo de aquellos a quienes auxiliamos, sino que obtendremos el favor de nada menos que de una Gran Abogada, la Santísima Virgen María, Nuestra Madre del cielo, que intercederá por nosotros en el momento del Juicio Particular, para que el destino nuestro final no sea la eterna condenación, sino el cielo o el purgatorio.
“Los hijos de las tinieblas son más astutos que los hijos de la luz”. Aprendamos del administrador infiel, no en su pecado, que es el robo, sino en su astucia, en el saber obrar para hacerse amigos que luego lo puedan ayudar; obremos la misericordia espiritual y corporal y así obtendremos almas que intercedan por nosotros cuando lo necesitemos –sobre todo en el Juicio Particular- y, sobre todo, obtendremos el favor de la Abogada de los pobres, María Santísima.

viernes, 16 de septiembre de 2016

“Gánense amigos con el dinero de la injusticia, para que el día en que este les falte, ellos los reciban en las moradas eternas”



(Domingo XXV - TO - Ciclo C – 2016)

         “Gánense amigos con el dinero de la injusticia, para que el día en que este les falte, ellos los reciban en las moradas eternas” (Lc 16, 1-13). En este Evangelio, Jesús nos narra la parábola de un administrador, que es un mayordomo, que gobierna la hacienda de un hombre rico[1]. Luego de ser acusado de mala administración -con fundamento-, es despedido. Se encuentra por lo tanto ante el dilema de cómo vivir, pues no se siente con fuerzas para trabajar, al tiempo que se avergüenza de mendigar, aunque no se avergüenza de robar. Lo que decide hacer es llamar a los deudores de su amo, arrendadores que pagan su renta en especies y, de acuerdo con ellos, falsifica sus contratos y así engaña de nuevo a su amo. Mediante esta trampa, el mayordomo piensa hacerse amigos y protectores que puedan recibirlo bien cuando sea despedido, como una especie de “devolución de favores”. Al saberlo, dice Jesús que “el señor alabó a este administrador deshonesto, por haber obrado tan hábilmente”.
Ahora bien, la alabanza que hace el amo de este “administrador infiel”, constituye una dificultad, puesto que, además de alabarlo el amo engañado, también parece alabarlo, al menos indirectamente, Nuestro Señor. Es por esto que surge la pregunta: ¿es así, como parece, que Jesús alaba semejante estafa? De ser así, no dejaría de causar perplejidad, puesto que esto es radicalmente contrario a su espíritu y doctrina. La respuesta es que, por un lado, con respecto a Jesús, Nuestro Señor no alaba ni al amo ni al mayordomo, porque la parábola no dice que el mayordomo haya obrado “sabiamente” –lo que correspondería al Evangelio-, sino “astutamente” -es decir, con una prudencia que no pertenece al Reino de los cielos, sino a los ideales de este mundo y al Príncipe de las tinieblas-, y esto es lo que Nuestro Señor (no el amo) quiere significar (en 8b), cuando compara a los “hijos de este siglo” –los hijos de las tinieblas- con los “hijos de la luz”, hebraísmos con que se designa a aquellos que viven siguiendo, respectivamente, los ideales de este mundo o los del mundo venidero (cfr. Ef 5, 8; 1 Tes 5, 5): “Los hijos de este mundo son más astutos en su trato con los demás que los hijos de la luz”.
Para poder dilucidar mejor la enseñanza de Jesús, lo que tenemos que considerar es que tanto el amo como el mayordomo son “hijos de este siglo”, es decir, son hombres que actúan al margen de la Ley de Dios y, obviamente, como tales, no son alabados por Jesús: el primero, el amo, se entera de que ha sido estafado, de un modo que le será difícil probar y su reacción, según afirma un autor, es la de “decidir prudentemente tratar el asunto como una broma y hace el comentario que haría cualquiera en tales circunstancias: ‘Este administrador es un estafador, pero un estafador inteligente’: “El señor –el dueño del que habla la parábola- alabó a este administrador deshonesto, por haber obrado tan hábilmente”. La alabanza implícita de Jesús es el haber “obrado hábilmente”, no la deshonestidad.
En otras palabras, lo que Jesús alaba de modo indirecto no es el robo, sino la astucia con la que obra el administrador infiel; Jesús no aprueba el mal, sino que su enseñanza es que si quienes poseen la luz de la gracia para vivir con la vista puesta en los bienes eternos –es decir, los cristianos-, mostraran al menos la agudeza y sagacidad de los que viven pensando sólo en las ventajas temporales, entonces la Iglesia obtendría resonantes triunfos en su lucha por la salvación de las almas. Lo que nos dice Jesús es que nosotros, en cuanto “hijos de la luz”, es decir, en cuanto cristianos, podemos imitar la astucia del administrador, haciendo un uso hábil e inteligente de los dones recibidos: “Gánense amigos (como él hizo para sí) mediante el dinero de la injusticia -es el equivalente a “dinero sucio”-, en orden a que, cuando éste no esté ya con vosotros, os reciban en las moradas eternas”. Nuestro Señor no condena en absoluto la posesión de las riquezas, y tampoco aprueba, ni siquiera mínimamente, un proceder a todas luces inmoral e ilícito –el del administrador infiel-, sino que pide que en esto como en cualquier otra cosa el hombre se considere como administrador de Dios y que en el obrar el bien y en el administrar los dones que  le ha sido confiado, el cristiano sea fiel pero también sagaz, inteligente -astuto, con una astucia bien entendida-, lo cual a su vez es una directa recomendación suya: “Sed mansos como palomas y astutos como serpientes” (Mt 10, 16). Jesús quiere que seamos administradores fieles y sabios, inteligentes, astutos, de los bienes que se nos ha confiado, de manera que, cuando esa administración finalice un día con la muerte y tengamos que rendir cuentas, salgamos airosos del juicio particular, y el modo de prepararnos para ese día, el día del juicio particular, es dando limosnas, según enseña la Escritura: “Dar limosna salva de la muerte y purifica de todo pecado” (Tob 12, 9); “(…) vosotros ferviente caridad; porque la caridad cubrirá multitud de pecados” (1 Pe 4, 8).
         Al comentar este pasaje, San Gregorio Nacianceno enfoca la administración de los bienes hacia los bienes terrenos y materiales, y dice así[2]: “Amigos y hermanos míos, no seamos malos administradores de los bienes que nos han sido confiados, para no tener que escuchar las siguientes palabras: “Avergonzaos, vosotros que retenéis el bien de los demás. Imitad la justicia de Dios y no habrá ya pobres”. No nos cansemos en amontonar bienes y tener reservas, cuando otros están agotados por el hambre. No nos hagamos meritorios del reproche amargo y de la amenaza del profeta Amos: “Escuchad esto, los que aplastáis al pobre y tratáis de eliminar a la gente humilde, vosotros, que decís: ¿Cuándo pasará la luna nueva, para poder vender el trigo; el sábado, para dar salida al grano?” (Am 8,5). Imitemos la ley sublime y primera de Dios “que hace llover sobre justos y pecadores y hace salir el sol para todos” (cfr. Mt 5,45). Dios colma a todos los habitantes de la tierra con inmensos terrenos para cultivar, con manantiales, ríos y bosques. Para los pájaros ha hecho el aire, y el agua para todos los animales del mar. Para la vida de todos, da en abundancia los recursos esenciales que no deben ser acaparados por los poderosos, ni restringidos por las leyes, ni delimitados por fronteras, sino que los da para todos, de manera que nada falte a nadie. Así, repartiendo por igual sus dones a todos, Dios respeta la igualdad natural de todos. Nos muestra así la generosidad de su bondad... Tú, ¡pues, imita esta misericordia divina!”. En otras palabras, para San Gregorio Nacianceno, la astucia de administradores fieles, que nos pide Jesús, radicaría en hacer un uso caritativo de los bienes materiales que se nos han confiado, para ayudar a los pobres –también materiales- con los que la Divina Providencia nos haga encontrar.
Ahora bien, podríamos decir que la parábola puede referirse a la administración de otro tipo de bienes, los bienes inmateriales que se nos ha concedido, sean naturales –inteligencia, voluntad, dones, talentos innatos- como sobrenaturales –gracia bautismal, Eucaristía, Confirmación, Confesiones, etc.-, bienes todos que debemos saber aprovechar y hacerlos rendir, de modo de poder entrar en el Reino de los cielos.
“Haceos amigos con los bienes de este mundo, así os recibirán en las moradas eternas”. En definitiva, se trate de bienes materiales o inmateriales, todos deben ser puestos al servicio del Reino de Dios, para ser considerados como Jesús como “siervos buenos y fieles”, de manera tal de merecer “pasar a gozar de Nuestro Señor” (cfr. Mt 25, 23).




[1] Cfr. B. Orchard et al., Verbum Dei. Comentario a la Sagrada Escritura, Tomo III, Editorial Herder, Barcelona 1957, 623.
[2] Homilía sobre el amor a los pobres, 24-26; PG 35, 890-891.