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viernes, 11 de abril de 2014

Domingo de Ramos


Entrada de Jesús en Jerusalén,
Giotto
  
(Ciclo A - 2014)
          Jesús ingresa en la ciudad de Jerusalén montado en un borrico el Domingo de Ramos. Todos los habitantes de Jerusalén, enterados de su ingreso, salen a recibirlo. Allí se encuentran niños, jóvenes, adultos, ancianos, hombres, mujeres, ricos y pobres; no hay distinción de clases sociales ni de razas. No se trata de un movimiento social ni político; no se trata de una movilización al estilo humano, como cuando un líder de un movimiento político convoca a sus seguidores para una proclama pública. Es el Espíritu Santo quien los convoca; es el Espíritu Santo quien mueve los corazones de los habitantes de Jerusalén y quien les ilumina el intelecto y les trae a la memoria el recuerdo de tantos milagros y portentos prodigiosos obrados por Jesús. Eso explica que estén allí los que han recuperado milagrosamente la vista, el oído, el habla; los que han sido sanados de numerosas enfermedades; los que han sido alimentados prodigiosamente en las multiplicaciones de panes y peces, en las pescas milagrosas; los que han bebido del vino milagroso de las Bodas de Caná; los que han sido vueltos a la vida; los que han sido liberados de las posesiones demoníacas; allí están los que han recibido milagros que no figuran en los Evangelios por el simple hecho de que son tantos, que no hay espacio suficiente en todo el mundo para colocar tantos libros.
          La entrada de Jesús en Jerusalén no es una entrada simple; es una entrada triunfal; es la entrada de un rey; los habitantes de Jerusalén lo aclaman, lo hosannan, le cantan aleluyas y le dicen que es su rey y esto lo hacen movidos por el Espíritu Santo. Ahora bien, este ingreso de Jesús en Jerusalén, es real, pero es también simbólico y significativo de algo espiritual: de su ingreso, por la gracia, al corazón humano, porque Jerusalén es símbolo del corazón del hombre, entonces Jesús, entrando como Rey en un humilde borrico, es símbolo de Jesús Rey que entra, por la gracia, al corazón del hombre, que así ve entronizar a Jesús como a su Rey y Señor. Pero luego vemos que, días más tarde, esta misma multitud, exactamente la misma, la que aclamaba y hosannaba a Cristo y lo reconocía como a su Rey, el Viernes Santo, ahora lo reconoce sí, como su Rey, pero en vez de corona de palmas, le coloca una corona de espinas, y en vez de hacerlo ingresar a la ciudad y aclamarlo y cantarle aleluyas, lo expulsa de la ciudad, lo insulta y lo condena a muerte.



Entrada de Jesús en Jerusalén,
Pietro Lorenzetti

          ¿Qué ha pasado en esta multitud? ¿Qué ha sucedido para que se opere un cambio tan radical entre el Domingo de Ramos y el Viernes Santo? Si el Domingo de Ramos era el Espíritu Santo el que aleteaba en sus corazones, ¿quién los agitaba ahora en contra de Cristo Jesús? ¿Cómo explicar este cambio?
          Lo que sucedió a los habitantes de Jerusalén se explica por lo que San Pablo llama el "misterio de iniquidad" (2 Tes 2, 7), y es cuando el hombre reemplaza en su corazón, que está hecho para Dios, al Dios Verdadero, por Satanás, el Príncipe de las tinieblas. Cuando eso sucede, el hombre no reconoce más a Cristo Jesús, su Mesías venido en carne, y lo rechaza, y lo reemplaza por sustitutos falsos, por anticristos, como le sucedió a los habitantes de Jerusalén el Viernes Santo, que eligieron a Barrabás, un ladrón, en vez de a Jesús. El corazón el hombre, hecho para Dios, se oscurece por el pecado cuando expulsa a Dios, que es luz, y se entenebrece, porque se apodera de él el Príncipe de las tinieblas y el Ángel caído hace del corazón del hombre un trono, aferrándose con sus garras, lastimándolo y oscureciéndolo aun más, llenándolo de tinieblas, de malos pensamientos, de malos deseos, de malos propósitos, de deseos de venganza, de lascivia, de codicia, de rapiña, de avaricia, de materialismo, de ateísmo y de toda clase de vanidad y de cosas bajas y malas. Cuando esto sucede, el "misterio de iniquidad" se ha apoderado del corazón del hombre, Jesús ha sido expulsado de la ciudad santa, del corazón humano, el hombre ha caído en pecado, Cristo Jesús ha sido negado y expulsado del corazón y del alma y una vez más ha sido crucificado y las tinieblas han prevalecido.
          Éste es el significado místico del Domingo de Ramos, de la entrada triunfal en Jerusalén, entrada que debe  contemplarse a la luz del Viernes Santo, cuando Jesús, luego de ser condenado a muerte, después del juicio inicuo, es expulsado de la Ciudad Santa: si el ingreso triunfal a Jerusalén en un borrico el Domingo de Ramos significa el ingreso el Hombre-Dios por la gracia al corazón, su expulsión luego de la condena a muerte el Viernes Santo significa el triunfo del "misterio de iniquidad", por el cual el hombre expulsa de su corazón a Dios y elige al Príncipe de las tinieblas, a pesar de haber sido hecho su corazón para Dios y no para el Príncipe de las tinieblas. El "misterio de iniquidad" entenebrece de tal manera al corazón humano que se vuelve incapaz de alojar al Espíritu Santo, el cual a su vez le daría la luz sobrenatural necesaria para reconocer al Mesías venido en carne, Cristo Jesús.
          La meditación acerca del ingreso triunfal de Jesús el Domingo de Ramos, debe por lo tanto conducirnos a meditar en el "misterio de iniquidad", el misterio del pecado, por el cual expulsamos a Dios de nuestro corazón, pero ante todo debe conducirnos a meditar en el misterio de Amor de un Dios que no duda en anonadarse hasta el extremo de encarnarse, permaneciendo inmutable en su divinidad y en su ser trinitario, sufriendo una humillante muerte de cruz, para redimir al hombre al precio de su Sangre, para luego hacerlo hijo adoptivo suyo y heredero del Reino de los cielos.

          Jesús ingresa el Domingo de Ramos, triunfante, en nuestros corazones, y nosotros lo aclamamos como a nuestro Rey. Que el Viernes Santo, que vendrá indefectiblemente, nos encuentre junto a la Virgen de los Dolores, arrodillados al pie de la cruz, besando los pies de Nuestro Rey, Cristo Jesús.

sábado, 31 de marzo de 2012

Domingo de Ramos



(Domingo de Ramos - Ciclo B - 2012)
        En este Domingo, como su nombre lo indica, la Iglesia toda conmemora el ingreso triunfal de Jesús a Jerusalén, ingreso en el que fue saludado con ramos de olivo. En su forma solemne, la Santa Misa da inicio con una procesión, en la que se lee el Evangelio que relata el ingreso de Jesús en Jerusalén, y la entrada y posterior procesión del sacerdote hacia el altar, imitan a Jesús en su entrada triunfal en la Ciudad Santa. El episodio no es anecdótico; todo lo contrario, por el misterio de la liturgia, la Iglesia toda se hace partícipe de este ingreso triunfal, y como en la multitud, compuesta por el Pueblo Elegido, está prefigurado el Nuevo Pueblo Elegido, los bautizados en la Iglesia Católica, se hace necesario reflexionar acerca de lo sucedido en ese momento, para determinar cuáles son sus enseñanzas espirituales.
¿Qué sucede el Domingo de Ramos? La multitud lo aclama, cantando hosannas y aleluyas, reconociendo en Cristo al Mesías de Israel, el anunciado por los profetas, aquel que venía en nombre de Dios. La muchedumbre se muestra agradecida porque Jesús ha obrado maravillas y prodigios asombrosos, sin número, maravillas y prodigios que han colmado sus expectativas, que han demostrado ser una bendición del cielo. Allí, en la muchedumbre, están los que "comieron hasta saciarse" gracias al milagro de la multiplicación de los panes; están los que fueron curados de su ceguera, de su sordera, de su mudez; están los que fueron curados de su posesión demoníaca; están todos los que recibieron milagros, prodigios, curaciones, sanaciones, de parte de Jesús.
         Todos cantan, alaban, glorifican a Jesús, porque les ha satisfecho el hambre, les ha traído salud, paz, alegría, y por eso acompañan a Jesús en su ingreso a la ciudad de Jerusalén.
         Sin embargo, solo unos cuantos días después, el Viernes Santo, la misma multitud, la misma muchedumbre, compuesta por aquellos mismos que recibieron dones maravillosos de parte de Jesús, será la que, inexplicablemente, elija a Barrabás en vez de Jesús, posponiéndolo por un malhechor, reemplazando a su benefactor por un asaltante y homicida; la misma muchedumbre, que antes había aclamado hosannas y aleluyas a Jesús, será ahora la que pedirá a gritos su crucifixión: "¡Crucifícale! ¡Crucifícale!" (Lc 23, 21-23); la misma multitud que había aclamado, exultante, a quien bajando del cielo curó sus males y expulsó los demonios que la atormentaban, clama ahora, con furia deicida, que la sangre bendita del Hombre-Dios, que saltará a borbotones a causa de las heridas recibidas, "caiga sobre ellos y sobre sus hijos" (cfr. Mt 27, 25), demostrando con esta petición que del cielo no quiere ya más la bendición, sino la condena en el infierno, porque es eso lo que espera a quien voluntariamente rechaza el don del Cielo; la misma multitud que lo trató como al Mesías esperado, lo trata ahora despiadadamente, como no se trata ni al peor de los delincuentes; la misma multitud que lo acompañó entre cantos de alegría a su ingreso en Jerusalén, lo expulsa ahora de la misma ciudad, entre insultos, gritos de odio y de muerte, y de blasfemias.
         ¿Qué es lo que pasó, entre el Domingo de Ramos y el Viernes Santo, para que se produjera semejante cambio, que llevara del amor a Jesús al odio desenfrenado que sólo puede aplacarse con su muerte en cruz?
         Lo que explica el cambio en la multitud es la presencia del "misterio de iniquidad" (2 Tes 2, 1ss) que anida en el corazón del hombre, que hace que de este corazón surja toda clase de males: "Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios, los hurtos, las avaricias, las maldades, el engaño, la lascivia, la envidia, la maledicencia, la soberbia, la insensatez" (Mc 7, 20-23).
        
         Y debido a que este “misterio de iniquidad” anida tanto en el Pueblo Elegido, como en el Nuevo Pueblo Elegido, los bautizados en la Iglesia Católica, en esta muchedumbre deben verse reflejados los cristianos, que en un momento parecen alabar a Jesús, y en otro lo niegan, obrando el mal. En esta muchedumbre ambivalente están comprendidos aquellos que no terminan de recibir la comunión, y ya están calumniando, difamando, hablando mal, criticando, a su prójimo; en esta muchedumbre cambiante deben verse los cristianos que, recibiendo una prueba como don del cielo que hace participar de la Cruz de Jesús, inicialmente la aceptan, pero cuando la prueba se hace más dura, la rechazan, se quejan, no la aceptan, reniegan de ella, y desearían que les fuera quitada; en esta muchedumbre que del amor pasa al odio, están los cristianos que en apariencia son cristianos, es decir, aparentan vivir los Mandamientos de la Ley divina, pero a la hora de la verdad, no dudan en ver programas inmorales, cometer estafas, aceptar sobornos, consentir la envidia, la lascivia, la soberbia.
        
        Ayer, el Pueblo Elegido, luego de aclamar a Jesús el Domingo de Ramos, pocos días después, el Viernes Santo, pide a gritos su crucifixión.
         Los cristianos, que forman el Nuevo Pueblo Elegido, deben preguntarse cómo se comportan con relación a Jesús, que viene en nuestro tiempo, no montado en un humilde borriquito, sino escondido bajo la apariencia de pan, para entrar, no en la ciudad de Jerusalén, sino en el alma.
         ¿Qué encuentra Jesús Eucaristía en el corazón del que lo recibe en la comunión? ¿Alabanzas sinceras, declamaciones de amor, reconocimiento con obras de misericordia de que Él es el Mesías elegido?
         ¿O, por el contrario, escucha los mismos gritos del Viernes Santo?
         Cada cristiano, libremente, con el trato que da a su prójimo, decide aclamar a Jesús, como en el Domingo de Ramos, o vituperarlo hasta la muerte de cruz, como en el Viernes Santo.