lunes, 31 de julio de 2023

“El Reino de los cielos es como unos pescadores que recogen los peces”

 


“El Reino de los cielos es como unos pescadores que recogen los peces” (Mt 13, 47-53). Jesús compara al Reino de los cielos con la actividad de los pescadores: luego de echar las redes, las depositan en el suelo y separan a los peces buenos -los que están sanos y en buena condición y sirven por lo tanto para la alimentación como para ser vendidos-, de los peces que están en mal estado -sea porque están en proceso de putrefacción o porque están enfermos, en ambos casos no sirven ni para alimentación ni para la venta, por lo que solo sirven para ser arrojados-. El mismo Jesús explica la parábola: los pescadores son los ángeles buenos, los ángeles que están al servicio de Dios y a una orden suya, en el momento solo conocido por Dios Padre, cuando finalice el último segundo del último día de la historia humana, dará comienzo el Juicio Final, en el que toda la humanidad será juzgada por la Trinidad y cada uno recibirá su paga, el Cielo o el Infierno, según sus obras libremente realizadas. Los ángeles buenos, encabezados por San Miguel Arcángel, separarán a las almas buenas de las malas; a las buenas, para que ingresen en el Reino de Dios; a las malas, para que ingresen en el Reino de las tinieblas. Los peces representan a los hombres y así como hay peces buenos, que están en buen estado, así hay hombres de buena voluntad que, a pesar de sus defectos y pecados, desean servir a Dios e ingresar en su Reino y para eso se esfuerzan en vivir en gracia y en adquirir virtudes, combatiendo el pecado y los vicios; los peces que están en mal estado, en putrefacción o enfermos, representan a las almas que, por propia voluntad, decidieron permanecer impenitentes, sin arrepentirse de sus pecados, sin combatir contra sus vicios, por lo cual serán arrojados al lago de fuego, el lugar donde no hay redención.

“El Reino de los cielos es como unos pescadores que recogen los peces”. En nuestro libre albedrío está el servir a Dios, amándolo y adorándolo en su Presencia Eucarística y socorriendo y asistiendo a nuestros prójimos, imágenes de Él en la tierra. Si esto hacemos, salvaremos nuestras almas y al final de la historia humana, en el Día del Juicio Final, seremos contados entre los bienaventurados que se alegrarán en el Reino de los cielos por toda la eternidad.

“El Reino de los cielos es como un hombre que encontró un tesoro”

 


“El Reino de los cielos es como un hombre que encontró un tesoro” (Mt 13, 44-46). Jesús utiliza la imagen de un hombre que encuentra un tesoro escondido en un campo; regresa lleno de alegría, vende todo lo que tiene y compra el campo. Para entender esta parábola de Jesús, o mejor dicho, para obtener el significado espiritual y sobrenatural de la parábola, es necesario reemplazar los elementos naturales -hombre, terreno, tesoro, etc.-, por elementos sobrenaturales.

Al hacer esto, la parábola tendría este significado: el hombre que encuentra un tesoro escondido es el alma de todo bautizado en la Iglesia Católica que, por el hecho de haber sido bautizado, recibe en germen la vida de la gracia, es decir, la participación a la vida trinitaria de las Tres Divinas Personas. Ahora bien, esta fe está en germen y esto significa que debe crecer para desplegar todo su potencial y este crecer se da a través de la misma gracia, cuando el alma recibe la gracia santificante que es concedida por los sacramentos, sobre todo la Confesión y la Eucaristía. El hecho de “encontrar el tesoro”, puede significar un evento decisivo para la vida del espíritu y es precisamente el tomar conciencia, el darse cuenta -siempre bajo la luz de la gracia-, del valor invaluable, valga la expresión, de la gracia santificante, porque hace que el hombre deje de vivir con su sola vida natural, para comenzar a vivir con la vida de la Trinidad.

En el relato de la parábola, Jesús destaca un aspecto en el estado no tanto de ánimo, sino espiritual y es que después de encontrar el tesoro -después de darse cuenta del valor de la gracia y del valor de la Eucaristía, en donde está la Gracia Increada, Cristo Jesús-, regresa, con la decisión ya tomada de vender todo lo que tiene para comprar el campo y así quedarse con el tesoro, “lleno de alegría” y esto es muy importante para tenerlo en cuenta, porque la alegría que experimenta no proviene de sí mismo, de su naturaleza humana, sino de la naturaleza divina; en otras palabras, es una alegría sobrenatural, que le es participada al alma por la gracia, de modo que el alma se alegra con la Alegría Increada que es Dios en Sí mismo.

Otro elemento a tener en cuenta es la decisión que el hombre toma de “vender todo lo que tiene” con el objetivo de “comprar el campo” y así obtener el tesoro: la expresión “vender todo lo que tiene” significa que el alma, descubriendo la belleza y la alegría de la vida de la gracia, decide “vender todo lo que tiene”, es decir, decide abandonar la vida sombría de pecado, para comenzar a vivir la alegre vida de los hijos adoptivos de Dios. La causa de la alegría es la conversión eucarística: ha encontrado a Jesús en la Eucaristía y eso llena su alma de una alegría incontenible, inconmensurable, infinita, eterna, celestial.

En esta parábola, entonces, Jesús nos relata lo que podemos llamar el proceso de conversión del alma: desde las cosas bajas de la tierra, a lo más alto en el Cielo, que es la Sagrada Eucaristía.

“El Reino de los cielos es como un hombre que encontró un tesoro”. Nuestro tesoro más preciado, nuestro tesoro más precioso, es el Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús; por esto mismo, pidamos la gracia de la conversión eucarística, tanto para nosotros, como para nuestros seres queridos y para todo prójimo.

domingo, 30 de julio de 2023

“El Reino de los cielos es como los pescadores que separan a los peces buenos en cestos y a los malos los tiran”

 


(Domingo XVII - TO - Ciclo A – 2023)

         “El Reino de los cielos es como un tesoro escondido en un campo; es como un comerciante que encuentra una perla de gran valor; es como los pescadores que separan a los peces buenos en cestos y a los malos los tiran” (Mt 13, 44-52). Jesús da tres ejemplos, tomados de la vida diaria, cotidiana, para describir al Reino de los cielos, aunque en el último ejemplo, además del Reino de los cielos, describe cómo será el Día del Juicio Final.

         En el primer caso, un hombre descubre en un campo un tesoro escondido, pero en vez de hacer lo que haría un hombre sin moral, un hombre al que no le importa la Ley de Dios, lo que hace este buen hombre es dejar el tesoro donde está, regresa a su hogar, vende todo lo que tiene y compra el campo, con lo cual se convierte en dueño del tesoro.

         El segundo caso es muy parecido al primero: un comerciante de perlas finas encuentra una de gran valor, regresa para vender todo lo que tiene y así puede comprar la perla de gran valor.

         En los dos primeros casos, entonces, se da una misma situación: se trata de hombres que encuentran algo de mucho valor -un tesoro en un campo, una perla de mucho valor- y para adquirir eso que es de gran valor, lo que hacen es vender todo lo que tienen, de manera tal de poder quedarse con eso que vale tanto.

         En los dos casos, en el hombre que encuentra el tesoro en el campo y en el caso del comerciante de perlas finas, está representada el alma del cristiano; aquello de gran valor que encuentran -el tesoro escondido, la perla de gran valor- representan la gracia santificante que se nos comunica por los sacramentos y nos hace participar de la vida divina trinitaria; en ambos casos, los dos regresan para “vender todo lo que tienen” y así poder adquirir los tesoros: esto significa que las almas renuncian a la vida de pecado, que es lo que tienen, para comenzar a vivir la vida de la gracia, la vida de los hijos de Dios, que es el verdadero tesoro espiritual que ambos encuentran. Es decir, se trata de cristianos que toman conciencia de que son pecadores y que ya no quieren vivir más en esta vida de pecado, para comenzar a vivir la vida de los hijos adoptivos de Dios, quieren comenzar a vivir con el tesoro de la gracia santificante en el corazón.

         En el tercer caso, Jesús describe cómo es el Reino de Dios, pero le agrega algo que no tienen los dos primeros ejemplos y es cómo será el Día del Juicio Final; para hacerlo, utiliza la figura de los pescadores que, después de una jornada de pesca, depositan las redes con peces en el suelo y se dedican a separar los peces buenos de los peces que están en mala condición -porque han muerto hace tiempo y están en estado de putrefacción, o porque están enfermos, por ejemplo, estos no sirven para nada, solo para ser tirados-; en este ejemplo, los pescadores representan a los ángeles que están al servicio divino; a una orden suya, separarán a las almas buenas para que ingresen en el Reino de Dios, de las almas malas, impenitentes, de los calumniadores, de los difamadores, de los que asesinan a su prójimo con la lengua, de los hipócritas, de los cínicos, de todos aquellos que nombra la Sagrada Escritura: “(no entrarán en el Reino de los cielos) ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los ladrones, ni los que se embriagan, ni los estafadores” (el estafador es un mentiroso, por lo que habría que incluir a aquellos que hacen de la mentira un vil instrumento para alcanzar sus mezquinos objetivos, sea en la política o incluso en la misma iglesia); es decir, no entrarán en el Reino de los cielos aquellos que por voluntad propia no poseen la gracia santificante, que murieron en pecado mortal y que por lo tanto, no sirven para el Reino de Dios, sino solo para ser arrojadas al Reino de las tinieblas.

“El Reino de los cielos es como un tesoro escondido en un campo; es como un comerciante que encuentra una perla de gran valor; es como los pescadores que separan a los buenos en cestos y a los malos los tiran”. Solo si vivimos en gracia, si frecuentamos los Sacramentos, si obramos la misericordia para con el prójimo, seremos considerados dignos de ingresar en el Reino de Dios. De lo contrario, seremos arrojados al Reino de las tinieblas, para siempre.

martes, 25 de julio de 2023

“El que escucha la Palabra y la entiende, ése dará fruto”


 

“El que escucha la Palabra y la entiende, ése dará fruto” (Mt 13, 18-23). En este párrafo del Evangelio, Jesús continúa con la explicación de la parábola del trigo y la cizaña: lo sembrado al borde del camino, es el que escuchó la Palabra pero no la entendió y el Maligno, el Demonio, el Ángel caído, le arrebata lo que ha sido sembrado en su corazón. Lo sembrado en terreno pedregoso, es el que escucha y acepta la Palabra de Dios con alegría, pero al no tener raíz, es inconstante y en cuanto sobreviene una dificultad o una persecución por causa de la palabra, sucumbe. Lo sembrado entre zarzas o espinas, representan a los que escuchan la Palabra de Dios, pero las circunstancias de la vida y la atracción que ejercen los bienes materiales, hacen que el alma olvide fácilmente lo que escuchó de la Palabra de Dios. Por último, siempre según Jesús, el que escucha la Palabra de Dios y la entiende, da fruto al cien, al sesenta y al treinta por uno.

En esta parábola hay que considerar algo que es esencial para su comprensión y es el Espíritu Santo, la Tercera Persona de la Trinidad. ¿Por qué razón? Porque la Sagrada Escritura, aunque fue escrita por hombres, en el sentido de que fueron hombres con sus manos humanas las que las escribieron, no provienen del hombre, sino de Dios, de las Tres Personas de la Trinidad. La Sagrada Escritura no es un escrito humano: proviene de la Inteligencia Increada, que es Dios, por lo cual, intentar leerla sin la luz del Espíritu Santo, lleva a que el alma se pierda en los estrechos límites de la capacidad de la razón humana, negando todo lo sobrenatural, como la revelación de la Trinidad por parte de Jesús; como su auto-revelación como Dios Hijo encarnado; como su Concepción virginal, por obra del Espíritu Santo, en el seno virgen de María, y así con todos los misterios sobrenaturales, convirtiendo a la Biblia, Palabra de Dios, en palabra meramente humana.

Quienes piden humildemente la luz del Espíritu Santo, antes de emprender la lectura de la Sagrada Escritura, es ése el que producirá fruto, en distintos porcentajes, según Jesús. Otro elemento a tener en cuenta es la Palabra de Dios encarnada, que prolonga su Encarnación en la Eucaristía. Pidamos siempre la gracia de leer la Palabra de Dios con la luz del Espíritu Santo y de recibir, con el corazón en gracia, a la Palabra de Dios que prolonga su Encarnación en la Sagrada Eucaristía. Solo así daremos frutos para el Reino de Dios.

“Dichosos vuestros ojos porque ven y vuestros oídos porque oyen”

 


“Dichosos vuestros ojos porque ven y vuestros oídos porque oyen” (Mt 13, 10-17). Los discípulos le preguntan a Jesús porqué Él les habla en parábolas y Él les contesta que, a ellos, a sus discípulos, “se les ha concedido conocer los secretos del Reino de los cielos”, pero a los otros, a los que no son sus discípulos, “no”. La razón de esta preferencia la da el mismo Jesús: porque quienes no son sus discípulos, de forma libre y voluntaria, han cerrado sus oídos para no entender; han mirado sin ver; han endurecido sus corazones, para que Él no los convierta. Es decir, se trata de hombres, seres humanos, que han visto a la Palabra de Dios encarnada, Cristo Jesús, quien los llama a la conversión, y no han querido convertirse; han visto sus milagros, con sus propios ojos y aun así no han creído en Jesús como Dios Hijo encarnado; han escuchado sus consejos evangélicos -amar al enemigo, perdonar setenta veces siete, cargar la cruz de cada día-, pero han preferido cerrar sus oídos, para seguir escuchando mundanidades, banalidades que no conducen al Reino de Dios; han escuchado que deben bendecir a los que los maldicen y que deben poner la otra mejilla, pero han endurecido sus corazones, permaneciendo en la ley maldita del Talión, abrogada por Jesús, que lejos de perdonar, insta a la venganza: “Ojo por ojo y diente por diente”. Estos hombres han visto y oído lo que muchos justos y profetas del Antiguo Testamento hubieran querido ver y oír, pero aun así, habiendo tenido el privilegio de ver y oír al Hijo de Dios encarnado, el Emmanuel, han preferido continuar con sus vidas paganas y mundanas, cegadas por sus pasiones y, en definitiva, han continuando adorando al Ángel caído en lo más profundo de sus corazones.

“Dichosos vuestros ojos porque ven y vuestros oídos porque oyen”. La frase no es solo para los discípulos contemporáneos de Jesús, sino que va dirigida a toda la Iglesia de todos los tiempos, por eso está también dirigida a nosotros, católicos del siglo XXI, que vemos y oímos lo que muchos hombres de buena voluntad querrían ver y oír y no lo hacen. ¿Qué es lo que nos hace “dichosos”, porque vemos y oímos lo que otros no? Lo que nos hace dichosos, es ver, con los ojos del cuerpo, la Hostia consagrada; es ver, con los ojos del alma iluminados por la luz de la fe, a Jesús, el Hijo de Dios encarnado, que prolonga su Encarnación en la Eucaristía; por la fe, vemos, no sensiblemente, sino insensiblemente, espiritualmente, por la fe, a Cristo Dios, el Hijo de Dios encarnado en el seno de la Virgen, que prolonga su Encarnación en el seno de la Madre Iglesia, el Altar Eucarístico y esto nos llena de gozo, no de un gozo natural, terreno, efímero, sino de un gozo sobrenatural, que brota del mismo Ser divino trinitario que se hace presente en el Santo Sacrificio del Altar, la Santa Misa. ¿Qué es lo que oímos y nos hace dichosos? Oímos las palabras de la consagración, palabras pronunciadas por el sacerdote ministerial, pero que poseen la fuerza de Dios Hijo, quien es el que, a través de estas palabras, pronuncia Él mismo las palabras de la consagración, para convertir el pan en su Cuerpo y el vino en su Sangre; somos dichosos porque oímos la Voz de Cristo, imperceptible, porque habla a través y en medio, podríamos decir, de la voz del sacerdote ministerial que las pronuncia, y eso nos llega de gozo, un gozo imposible de describir y de alcanzar por causas naturales, sean naturales humanas o preternaturales, es decir, angélicas, es un gozo que solo Dios puede conceder. Por eso es que la frase de Jesús está dirigida también para nosotros: “Dichosos vuestros ojos porque véis la Eucaristía y vuestros oídos porque oyen las palabras de la consagración”.

martes, 18 de julio de 2023

“El Reino de los cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo, pero vino su enemigo y sembró cizaña en medio del trigo”

 


(Domingo XVI - TO - Ciclo A – 2023)

         “El Reino de los cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo, pero vino su enemigo y sembró cizaña en medio del trigo” (Mt 13, 24-30). Con una breve y sencilla parábola, Jesús describe no solo el Reino de los cielos, sino también el curso de la historia humana hasta el fin de los días, es decir, hasta el Día del Juicio Final. Utiliza la imagen de un sembrador que siembra buena semilla y la de un enemigo, que siembra la cizaña, la cual es muy parecida al trigo -en algunas partes se la llama “falso trigo”- pero, a diferencia de este, que es nutritivo, la cizaña contiene un principio tóxico producido por un hongo, el cornezuelo, que es alucinógeno[1].

         Con respecto a su interpretación, como en toda parábola, los elementos naturales se sustituyen por los elementos sobrenaturales, para poder así comprender su sentido sobrenatural y la enseñanza que nos deja Jesús. En este caso, como en otros también, es el mismo Jesús quien explica la parábola del trigo y la cizaña. Dice así Jesús: “El que siembra la buena semilla -el trigo- es el Hijo del hombre -Jesús, el Hijo de Dios, Dios Hijo encarnado-; el campo es el mundo -el mundo entendido en sentido témporo-espacial, porque se lo entiende tanto en el sentido de lugar geográfico, como en el sentido del tiempo limitado, finito, que tiene la historia humana, la cual habrá de finalizar en el Último Día-; la buena semilla -el trigo- son los ciudadanos del Reino -son aquellos cuyos nombres están escritos en el Libro de la Vida-; la cizaña son los partidarios del Maligno -es decir, son hombres impíos e impenitentes, que obran el mal a sabiendas de que obran el mal y no se arrepienten de obrar el mal, convirtiéndose así en cómplices del Demonio pero sobre todo en sus esclavos, son los que están destinados a la perdición eterna en el Infierno-; el enemigo que siembra la cizaña en medio del trigo es el Demonio, el Ángel caído, Satanás, el Ángel rebelde, que odia a Dios y a su obra más preciada, el hombre y que por eso busca la perdición de la raza humana; la cosecha es el fin del tiempo -el Día del Juicio Final, el día en el que el espacio y el tiempo que caracterizan a la historia humana verá su fin, para dar paso a la eternidad, la cual será una eternidad de dolor y llanto para los condenados en el Infierno, como de alegría y gozo sin fin para los que con sus obras de misericordia alcancen el Reino de los cielos; por último, dice Jesús, los segadores son los Ángeles de Dios, los Ángeles que permanecieron fieles a la Trinidad Santísima y que se encuentran a la espera de la orden de separar a los buenos de los malos, para el Día del Juicio Final.

         Jesús continúa utilizando la imagen del trigo y de la cizaña para explicar cómo será el fin de la historia humana: así como el trigo verdadero se separa para ser almacenado, mientras que el falso trigo o cizaña se separa para ser quemada, así Él, Dios Hijo, el Hijo del hombre, cuando llegue el día señalado y conocido solamente por el Padre, enviará a los ángeles buenos para que separen a los justos, es decir, a los que en esta vida se esforzaron, a pesar de ser pecadores, por llevar una vida cristiana, procurando evitar las ocasiones de pecado y confesándose presurosamente si caían en el pecado, para conservar y acrecentar la gracia santificante, de los impíos e impenitentes, de los “corruptores y malvados”, según la descripción de Jesús -los hombres que eligieron el pecado como alimento envenenado de sus almas y obraron el mal sin arrepentirse de obrar el mal, sabiendo que así ofendían a Dios, pero además, no contentos con obrar el mal, no contentos con ser ellos corruptos por el pecado, se convirtieron en corruptores, es decir, contaminaron con el pecado a las almas de otros hombres-; estos serán “arrojados al horno encendido”, que no es otra cosa que el Infierno eterno, en donde “será el llanto y el rechinar de dientes”, llanto por la pena de haber perdido a Dios para siempre y rechinar de dientes por el dolor insoportable que los condenadas sufren en sus cuerpos y en sus almas por la acción del fuego del Infierno; en ese momento los hombres malvados, los traicioneros, los calumniadores, los hechiceros, los satanistas, los que se embriagan, entre muchos otros más, comprenderán que nunca más podrán salir de ese lugar de castigo que es el Infierno y maldecirán a Dios, a los santos y también al Demonio y a los otros condenados, por toda la eternidad; por último, Jesús revela que será muy distinto el destino para quienes no se quejaron en esta vida por la cruz que les tocó llevar, para quienes se alimentaron del Pan de los Ángeles, la Eucaristía, para quienes lavaron sus pecados con la Sangre del Cordero en el Sacramento de la Penitencia, para quienes obraron la misericordia corporal y espiritual para con sus prójimos: “Los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre”. Además de explicar la parábola, hay una última frase de Jesús que puede parecer enigmática, pero no lo es: “El que tenga oídos, que oiga”: esto se refiere a nuestro libre albedrío, porque sea que alcancemos el Reino de los cielos, o sea que el alma se condene, nadie podrá decir o argumentar que “no sabía” que obrar el mal estaba mal y que la impenitencia conducía al Infierno, porque nadie cae en el Lago de fuego y azufre inadvertidamente: quien lo hace, es porque escuchó la Palabra de Dios que le advertía de lo que le pasaría si no se alejaba del pecado y, voluntariamente, no lo hizo. Así como nadie entra en el Reino de los cielos forzadamente, así también nadie cae en el lago de Fuego eterno sin haber recibido antes innumerables advertencias de parte de Dios.

“El Hijo del hombre es dueño del sábado”

 


“El Hijo del hombre es dueño del sábado” (Mt 12, 1-8). En el episodio del Evangelio, Jesús y sus discípulos daban el corto paseo sabático -estaba permitido caminar solo un kilómetro- por los campos. Como los escribas y fariseos habían inventado decenas de normas humanas y absurdas, dentro de estas normas prohibitivas se encontraba el segar y el trillar: estas eran dos de las treinta y nueve obras prohibidas en el día sábado[1]. La casuística rabínica posterior consideraba la acción de arrancar las espigas como segar y el frotarlas entre las manos como el equivalente a trillar. Los celosos fariseos eran de la misma opinión, por eso mismo, los fariseos, al ver que los discípulos de Jesús, para calmar el hambre, empiezan a arrancar las espigas, las frotan entre las manos y las comen, le reprochan a Jesús esta “falta” legal de sus discípulos: “Mira, tus discípulos están haciendo una cosa que no está permitida el sábado”. Jesús soluciona la cuestión basándose en el principio de que la necesidad excusa de tal ley positiva (es decir, ley inventada por los hombres) y para eso cita el ejemplo de David (1 Sam 21, 1-6), en donde, huyendo de la ira de Saúl, David llegó adonde estaba el tabernáculo; en ese  momento, el sumo sacerdote Ajimelec le permitió comer de los doce panes llamados ordinariamente “de la faz”, porque eran colocados en presencia de Dios en el santuario, o también “de la proposición”, que significa “colocado delante”, delante de Dios, se entiende. Esta ofrenda era renovada cada semana y una vez retirados los panes eran comidos por los sacerdotes a causa de su carácter sagrado. Sin embargo, la necesidad de David prevaleció sobre esta ley positiva y la excepción fue sancionada por el sumo sacerdote.

Además, Jesús agrega que el sacrificio del templo ofrecido en sábado, es una transgresión literal del descanso sabático y esto porque el servicio del templo es único y claramente trasciende todos los otros deberes. Pero Jesús dice algo que revela su condición divina, su condición de ser no simplemente un hombre santo, a quien Dios acompaña con sus signos, sino el ser el mismo Dios Hijo en Persona: Jesús dice: “Aquí -en Él, en su Persona divina- hay algo más grande que el templo”, una afirmación que no puede justificarse si no es Él Dios en Persona, tal como lo es.

Por su parte, los fariseos, en teoría los maestros de la ley, no han penetrado ni siquiera el espíritu de la antigua ley y esto se demuestra porque sus escrúpulos legales les impiden hacer un juicio prudente y caritativo respecto de los discípulos de Jesús. A su vez Jesús reafirma una vez más su condición divina, al revelar que Él, el Hijo del hombre, es “Señor del sábado” y revela su condición divina porque el sábado había sido instituido como sagrado por Dios y entonces Él, como es Dios, puede dispensar del sábado cuando Él quiera, porque Él mismo lo instituyó. Entonces, la reivindicación de Jesús de ser “Señor del sábado”, no puede explicarse si no es por la condición divina de Jesús, por el hecho de ser Él Dios Hijo en Persona.

“El Hijo del hombre es dueño del sábado”. Si David comió de los panes de la proposición, los panes consagrados a Dios, recibiendo así del sacerdote Ajimelec la verdadera caridad, al saciar con estos panes sagrados su hambre, lo que el Sumo y Eterno Sacerdote Jesucristo nos concede en cada Santa Misa lo supera infinitamente, porque nos da, como alimento de nuestras almas, no un pan bendecido, sino su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad, en cada Eucaristía. No asistir a Misa el día de precepto, el Domingo, es hacer vano el don del Amor Misericordioso de Dios, la Sagrada Eucaristía.



[1] Cfr. B. Orchard et al., Comentario a la Sagrada Escritura, Tomo III, Editorial Herder, Barcelona 1956, 391.

“Venid a Mí los cansados y agobiados y Yo los aliviaré”

 


“Venid a Mí los cansados y agobiados y Yo los aliviaré” (Mt 11, 28-30). El tiempo en el que vivimos, en el inicio del siglo XXI, se caracterizan por una serie de ventajas, podemos decir así, que no las tuvieron ninguna de las generaciones que nos precedieron: es el siglo en el que la ciencia, la tecnología, y en general todo tipo de saber humano, ha alcanzado niveles insospechados, permitiendo que el hombre domine el macrocosmos, como la naturaleza y el espacio exterior, así como el microcosmos, el mundo de la biología molecular, de la nanotecnología y de los avances robóticos impensables hasta hace muy poco. Y sin embargo, no hay época en la humanidad en la que se registren mayores tasas de depresión, de tendencias suicidas, de falta del sentido de la vida, lo cual vuelve realidad la leyenda de Prometeo: el hombre, creyéndose dios, se ve a sí mismo como lo que es, un simple mortal, a pesar de los avances más impresionantes jamás conseguidos por la ciencia. Esta constatación es la que provoca en el hombre tristeza, angustia, depresión, agobio, porque constata la futilidad de su ser.

Frente a este panorama, Jesús nos ofrece una sencillísima solución a nuestros problemas existenciales, sean del orden que sean: que acudamos a Él y Él nos aliviará: “Venid a Mí los cansados y agobiados y Yo los aliviaré”. ¿Qué quiere decir Jesús con esto? ¿Qué nos quitará todos los problemas que tenemos? ¿Que convertirá nuestra vida terrena en un paraíso terreno? En absoluto. Nuestros problemas existenciales seguirán estando, pero con una diferencia: quien acuda a Él, a Jesús, será ayudado por Jesús, porque Jesús, por un lado, nos iluminará con la luz del Espíritu Santo, para darnos la exacta medida y el verdadero sentido de nuestro paso y de nuestra existencia por la tierra, que es el alcanzar la vida eterna, con lo cual ya de por sí, todo lo terreno alcanza su verdadera dimensión: es solo un peldaño, un escalón, hacia nuestro destino final, la Jerusalén celestial. Pero además, será Jesús mismo quien quitará el peso de nuestro agobio, porque será Él quien cargará sobre sus espaldas nuestra propia cruz, haciéndola suave y liviana. Paradójicamente, para que Jesús cargue nuestra cruz, nosotros debemos aceptarla y cargarla todos los días y así será Jesús quien la llevará por nosotros.

“Venid a Mí los cansados y agobiados y Yo los aliviaré”. No debemos buscar demasiado para encontrar a Jesús, para que Él alivie la carga que nos oprime y el agobia que nos aplasta: simplemente debemos acudir al sagrario y postrarnos ante su Presencia Eucarística, adorarlo y amarlo con todo el amor del que seamos capaces y dejar que sea Él quien, junto con la Virgen, conduzcan nuestras vidas hacia nuestro destino final: la Ciudad de la Santísima Trinidad y el Puerto de Santa María de los Buenos Aires.

“Te alabo, Padre, porque has escondido estas cosas a los sabios y las has revelado a los sencillos”


Jesús ante Herodes

 

“Te alabo, Padre, porque has escondido estas cosas a los sabios y las has revelado a los sencillos” (Mt 11, 25-27). Jesús, que es Dios Hijo, la Sabiduría del Padre engendrada eternamente y encarnada en el tiempo en el seno de María Santísima, da gracias al Padre Eterno porque la revelación ha sido hecha a los “pequeños”[1]. ¿A qué revelación se refiere Jesús? Se refiere, principalmente, a la revelación, dada por el Espíritu Santo, del conocimiento del Padre por medio del Hijo. Este tipo de conocimiento, esto es, la revelación de que en Dios Uno hay Tres Divinas Personas, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo y que esto lo conocen aquellos a quienes el Padre se los ha querido revelar, será en definitiva la causa de la falsa acusación de blasfemia por parte de escribas y fariseos, acusación que finalizará con el encarcelamiento, condena a muerte y crucifixión de Jesús, acusado arteramente de “blasfemo” por los judíos, solo por el hecho de decir la verdad, que en Dios Uno hay Tres Personas y que Él, Jesús de Nazareth, es el Hijo Eterno del Padre Eterno, unidos en el Eterno Amor del Espíritu Santo.

Por este motivo, Jesús, Dios Hijo, pide a los sencillos que tengan confianza en Él, que es la Sabiduría del Padre encarnada. Esta revelación del Padre a los pequeños no viene precisamente del estudio de la filosofía y la teología -aunque el alma que estudie filosofía y teología sí puede ser sencilla y recibir también el mismo conocimiento-; la revelación viene del abandono personal, esto es, de cada persona en particular -por eso la conversión es personal- en sus manos, en las manos del Hijo, que siempre dará revelaciones interiores infinitamente superiores a la ley. La alabanza de Jesús no es por la acción de “ocultar”, sino por la de “revelar”: el pueblo sencillo y en especial los discípulos, han recibido humildemente al Bautista y a Jesús, a pesar de la oposición oficial de aquellos considerados “doctores”, “especialistas” de la ley, como los escribas y fariseos, oposición que en la mayoría de los casos es cínica y mal intencionada, porque tienen envidia sobre todo de Jesús, que habla con una sabiduría y una autoridad que ellos no tienen.

La sencillez aparta todas las dificultades, de manera que el Espíritu Santo puede obrar en las almas de los sencillos sin la oposición de la soberbia de los más doctos y letrados.

De la misma manera, en la Iglesia de nuestros días, el Espíritu Santo revela la Presencia personal, oculta en apariencia de pan, a los sencillos y humildes, sobre todo a quienes no tienen estudios sagrados, mientras que, al igual que en tiempos de Jesús, los más doctos, los más encumbrados en puestos de poder en la escala jerárquica de la iglesia, se ven privados de este conocimiento que viene del Espíritu Santo, a causa de su soberbia. La soberbia, imitación y participación en la soberbia del Ángel caído, es la perdición del alma, por lo cual debemos pedir huir de ella como de la peste.



[1] Cfr. 390.

lunes, 17 de julio de 2023

“¡Ay de ti, Corozaín, ay de ti, Betsaida! El Día del Juicio Final será más llevadero a Tiro y Sidón y a Sodoma que a vosotras”

 


 “¡Ay de ti, Corozaín, ay de ti, Betsaida! El Día del Juicio Final será más llevadero a Tiro y Sidón y a Sodoma que a vosotras” (Mt 11, 20-24). El Evangelio es muy explícito en cuanto a lo que Jesús dice: es un “reproche” a ciudades hebreas, a ciudades en donde Él hizo abundantes milagros de todo tipo, pero a pesar de esto, “no se han convertido”, es decir, no han cambiado su comportamiento, no han demostrado con un cambio de vida que refleje que verdaderamente creen en Dios y en su Mesías, Jesucristo. Esta indiferencia, por parte de las ciudades hebreas, a los milagros obrados por Jesús, no será pasada por alto por Dios en el Día del Juicio Final: quienes fueron testigos o receptores de milagros y aun así no cambiaron de vida, no convirtieron sus corazones y continuaron viviendo como paganos, serán juzgados mucho más severamente que aquellas ciudades -Tiro y Sidón, Sodoma y Gomorra- en las cuales Jesús no hizo milagros. Jesús les reprocha a estas ciudades su dureza de corazón, su frialdad y su indiferencia y les advierte que las ciudades en las que predomina el pecado pero no se realizaron milagros, recibirán un mejor trato por la Justicia Divina en el Día del Juicio Final.

Ahora bien, las ciudades hebreas representan a los cristianos, a los bautizados en la Iglesia Católica, por lo que el reproche quedaría así: “Ay de ti alma cristiana, el Día del Juicio Final será más leve para los paganos que para ti”. La razón del reproche para los cristianos que no llevan una vida cristiana y que serán juzgados mucho más severamente en el Día del Juicio Final que los paganos, es que dichos cristianos recibieron los más grandes milagros que Dios puede hacer por un alma: entre otros muchísimos dones espirituales, Dios les concedió, por el Bautismo, la gracia de quitarles el pecado original y los convirtió en hijos adoptivos de Dios; por la Eucaristía, les dio como alimento de sus almas su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad; por la Confirmación, les dio su Amor, el Amor de Dios, el Espíritu Santo y aun así no se convirtieron, continuaron sus vidas como si Dios no hubiera hecho nada por ellos, continuando sus vidas como si no hubieran recibido nada de parte de Dios y por eso mismo, en el Día del Juicio Final, los paganos serán juzgados con más benevolencia que los cristianos que recibieron todo tipo de dones, gracias y milagros por parte de Dios y aun así no se convirtieron. Debemos vivir y obrar según la Ley de Dios y los consejos evangélicos de Jesús, si no queremos escuchar estas severas pero justas palabras de Jesús: “Ay de ti alma cristiana, el Día del Juicio Final será más leve para los paganos que para ti”.

lunes, 10 de julio de 2023

“Os envío como ovejas en medio de lobos”

 


“Os envío como ovejas en medio de lobos” (Mt 10, 16-23). Jesús compara a sus discípulos con las ovejas, mientras que a aquellos que no son discípulos de Él, con lobos. La diferencia que existe entre ambas especies animales sirve para establecer la diferencia que existe en el plano espiritual entre quien es cristiano y sigue a Cristo por el camino de la cruz porque lo ama, es decir, quien no solo posee la gracia del Bautismo, sino que sigue a Cristo por amor a Él, y aquel que, aun siendo cristiano porque recibió el Bautismo, odia a Cristo y no lo sigue: estos son lobos disfrazados de corderos, aunque también están aquellos que espiritualmente son lobos, en el sentido de que poseen el espíritu del Anticristo.

Quien verdaderamente ame a Cristo y lo siga, se caracterizará por la mansedumbre, que es lo que diferencia a la oveja como animal, de los animales de otras especies. Quien no ame a Cristo, se caracterizará por no solo no poseer la mansedumbre de la oveja o del cordero, sino que poseerá la ferocidad, la malicia y la astucia maligna preternatural del Ángel caído. Los lobos, aquellos que rechazan frontalmente o insidiosamente el Evangelio de Cristo, son quienes espiritualmente se parecen y participan de la malicia preternatural del Ángel caído, Satanás, el Príncipe del Infierno, el Padre de la mentira, la Serpiente Antigua. Los lobos pueden ser los ángeles rebeldes, los demonios, o también los hombres poseídos por el espíritu del Anticristo, que odian a Cristo por ser Cristo, por ser el Hombre-Dios, porque poseen en sus corazones ennegrecidos y retorcidos solo la capacidad de odiar y maldecir a Cristo. Es a enfrentar a estos lobos, a esta manada de lobos, a quienes Cristo envía a sus discípulos.

Como vemos, si bien la imagen de ovejas y lobos puede parecer incluso hasta simpática, porque se compara a seres humanos con animales, no lo es en el plano espiritual, porque los discípulos de Cristo pueden parecer indefensos frente a la ferocidad irracional y diabólica del Príncipe de las tinieblas y de sus secuaces, los hombres malvados que además de adorar al Demonio, recurren al ocultismo, al satanismo y a la magia en el plano espiritual, además de la violencia, la mentira, el robo, en el plano corporal y terrestre. Pero las ovejas de Cristo no están indefensas, como pudiera parecer a simple vista, porque, aunque estén rodeadas por lobos infernales, están protegidos por la Sangre Preciosa del Cordero, frente a la cual el Infierno entero tiembla de pavor y terror. Si Dios nos envía como ovejas en medio de lobos, no debemos temer, en tanto y en cuanto estemos cubiertos por la Preciosísima Sangre del Cordero de Dios.

“El sembrador salió a sembrar”

 


(Domingo XV - TO - Ciclo A – 2023)

“El sembrador salió a sembrar” (Mt 13, 1-9). Jesús describe, con una sencilla y a la vez profundísima parábola, propia de su Sabiduría divina, cómo es la interacción entre el alma y la gracia santificante recibida por los sacramentos, que se traduce en el seguimiento o no de Él camino de la cruz. Para ello utiliza una imagen tomada de la actividad agrícola, la de un sembrador que esparce la semilla, la cual cae en distintos tipos de terrenos y sufre la acción del sol, como la de los pájaros, tal como sucede en la realidad.

Para poder aprehender el sentido sobrenatural de la parábola, es necesario reemplazar los elementos naturales, por los sobrenaturales. Así, el sembrador es Dios Padre; la semilla es la Palabra de Dios, en la Escritura y en la Eucaristía, es Jesús que es el Hijo de Dios, la Sabiduría de Dios encarnada; los distintos tipos de terrenos son los distintos tipos de almas, unos más predispuestos que otros para recibir la Palabra de Dios; el pájaro, el sol, las zarzas o espinas, son pruebas, tribulaciones o el mismo demonio, que actúan sobre el alma por permisión divina, para poner al alma a prueba, para ver cómo el alma actúa en relación a Dios, es decir, si lo ama a pesar de todas las dificultades o si su amor es tan pequeño, que ante la menor dificultad, lo deja todo.

Con esta metodología de exégesis la parábola consistiría en una primera parte, en la que las semillas caen en distintos tipos de terrenos y siguen distintos caminos: unas semillas caen al borde del camino y las comen los pájaros; otras en terreno pedregoso, sale el sol y se secan; otras caen entre zarzas -espinas- y las ahogan; otras caen en terreno fértil y dan fruto, en distintos porcentajes, de menor a mayor.

Con respecto a la interpretación, es el mismo Jesús en Persona quien explica la parábola: las semillas que caen al borde del camino y las comen los pájaros, representan a quien escucha la Palabra de Dios, pero sin la luz del Espíritu Santo, no la entiende y el Maligno le roba -lo hace interpretar en un sentido racional y no sobrenatural- lo poco que entendió; pero también es el que comulga -porque la Comunión es la Palabra de Dios encarnada-, pero comulga sin saber qué es lo que comulga, sin entender que recibe al Hijo de Dios, la Segunda Persona de la Trinidad, en Persona, creyendo que es simplemente un poco de pan bendecido, pero no el Verbo de Dios Encarnado, que prolonga su Encarnación en la Eucaristía.

Con respecto a los tipos de terrenos, la interpretación en relación al terreno pedregoso, es el que escucha la Palabra y se alegra porque entiende algo y es también el que comulga y experimenta el Amor de Dios concedido en la Eucaristía, pero en cuanto sobreviene alguna dificultad o persecución, por permisión divina a causa de la Palabra, a causa de la Eucaristía, su amor por Dios es tan débil, que termina sucumbiendo, es decir, se desanima y deja de leer la Palabra y deja de comulgar.

Con respecto a la tierra, la interpretación es que la semilla que cae en tierra buena, es decir, la semilla se desarrolla y pasa de estado de potencia a acto, convirtiéndose en una especie vegetal que da fruto, significa al alma en gracia, aquella que escucha la Palabra de Dios e iluminada por el Espíritu Santo no solo la entiende sino que la pone en práctica y es también el que comulga sabiendo que recibe a Cristo Dios en Persona y obra en consecuencia, en acción de gracias por haber recibido a Dios en apariencia de pan; sin embargo, aquí hay diferencias, porque algunas semillas dan más fruto que otras, esto quiere decir que no todas las almas obran igual, hay quienes obran más y otras menos -no en el sentido del activismo, sino todo lo que implica la vida cristiana, que comienza en la oración, la adoración, la recepción de sacramentos, el deseo de vivir según la ley de Dios y sus Mandamientos-; es decir, la diferencia en porcentajes indica que unos son más misericordiosos que otros, unos rezan más que otros, unos aman más a Jesús que otros y esto porque los seres humanos no somos iguales y en nuestra libertad, todos respondemos de distinta manera y así, según nuestra propia y libre decisión, algunos son más agradecidos con Dios y aman más a Dios que otros.

“El sembrador salió a sembrar”. La parábola es personal, en el sentido de que está dirigida a todos los católicos en general, pero también en particular, es como si la parábola fuera dirigida para cada católico en persona; por eso mismo, debemos preguntarnos qué clase de terreno es nuestra alma, si es un terreno infértil, que no da ninguna clase de frutos, lo cual se traduce en que la vida que lleva es la misma vida de un pagano y no la de un cristiano, o si es un terreno fértil, que iluminado por el Espíritu Santo y amando a Cristo Dios en la Eucaristía, obra la misericordia, pero no para ser aplaudido y halagado por los hombres, sino que obra de manera que quien lo vea, sin conocerlo, diga para sí mismo: "Fulano de tal es cristiano, porque ama a Dios y al prójimo con el Amor de Dios, el Espíritu Santo".

 


“Proclamad que el Reino de los cielos está cerca”

 


“Proclamad que el Reino de los cielos está cerca” (Mt 10, 7-15). En el mandato de Jesús a su Iglesia, se deben tener en cuenta diversos elementos, para no caer en una errónea interpretación de sus palabras.

Primero, es un reino celestial, no intramundano, como el proclamado por los sacerdotes tercermundistas, que, tergiversando el Evangelio con la infausta Teología de la Liberación, convirtieron el Evangelio y su anuncio del Reino de los cielos en una mera propaganda política para sus fines terrenos y anticristianos.

Otro elemento a tener en cuenta es que el Reino de los cielos está cerca y está “dentro de nosotros”, como dice Jesús en el Evangelio, pero está “dentro de nosotros”, como en germen, cuando recibimos la gracia santificante que nos comunican los sacramentos, sobre todo el Sacramento d de la Penitencia y el Sacramento del Altar, la Sagrada Eucaristía: por el Sacramento de la Penitencia, recibimos el Reino en germen, porque comenzamos a vivir, ya desde el tiempo, la vida de la eternidad, la vida eterna que brota del Acto de Ser del Ser divino trinitario. Pero además de esto, por el Sacramento de la Eucaristía recibimos, mucho más que el Reino de los cielos, al Rey del Reino de los cielos, Cristo Jesús, resucitado, glorioso, vivo, resplandeciente con la gloria divina, en la Sagrada Eucaristía y esto es algo que debemos anunciar: no solo el Reino de los cielos está cerca, tan cerca como estamos de recibir los Sacramentos y vivir en gracia, sino que además el Rey del Reino de los cielos está cerca, tan cerca de nuestros corazones como el recibirlo por la Sagrada Comunión con el alma en gracia, libre de pecados, sobre todo de pecados mortales.

Es este el Reino de los cielos que, como católicos, debemos proclamar, el Reino que se nos da en germen por la gracia santificante de los Sacramentos, con el anuncio adicional que estando en esta vida terrena, por la Sagrada Eucaristía, recibimos algo que es infinitamente más valioso que el Reino de los cielos y es al Rey de los cielos, Jesús Eucaristía.

Ahora bien, no podemos hacer este anuncio si, siendo cristianos, vivimos, pensamos, deseamos y obramos como mundanos, como paganos, como anti-cristianos: no podemos anunciar al Reino de los cielos, si deseamos los reinos de la tierra y las riquezas terrenas de los reinos de la tierra; si deseamos puestos de honor mundanos y no terrenos; si obramos no por amor a Dios y al prójimo, sino por propios intereses; si vivimos esta vida quejándonos de la cruz, rechazándola o, peor aún, como si Cristo no hubiese dado su vida en la cruz para quitarme mis pecados al precio de su Sangre; no podemos anunciar el Reino de los cielos si vivimos en contrariedad con los Mandamientos de la Ley de Dios, si vivimos tomando como palabra divina lo que dice la Inteligencia Artificial y no Cristo, la Verdadera y Única Palabra de Dios. No podemos anunciar el Reino de los cielos si hacemos obras para que los hombres nos aplaudan, con lo cual ya tenemos nuestra mísera paga, cuando en realidad el anuncio del Reino de los cielos lo debemos hacer obrando la misericordia, corporal y espiritual, sin que los hombres nos halaguen ni aplaudan, sino que solo sea Dios Padre quien sea testigo de las obras de misericordia que seamos capaces de hacer. Solo así anunciaremos al Reino de los cielos y al Rey del Reino de los cielos, Jesús Eucaristía.

“Id a las ovejas descarriadas de Israel y proclamad que el Reino de los cielos está cerca”

 


“Id a las ovejas descarriadas de Israel y proclamad que el Reino de los cielos está cerca” (cfr. Mt 10, 1-7). Es muy importante reflexionar en la doble misión que Jesús encarga a sus discípulos: una, que anuncien que “el Reino de los cielos está cerca”; la segunda, que ese anuncio no se haga por el momento a los paganos, sino “a las ovejas descarriadas de Israel”. Esto llama un poco la atención: ¿porqué les dice “ovejas descarriadas” a los integrantes del Pueblo Elegido? ¿No eran acaso ellos los únicos que, en la Antigüedad, eran los depositarios de la revelación de Dios como Uno y por eso eran el único pueblo monoteísta de ese tiempo? Es verdad que luego Jesús revela que ese Dios Uno que conocen y adoran los judíos, es además Trino, es decir, Uno en naturaleza y Trino en Personas, pero hasta el momento, eran los únicos que habían recibido el don, la gracia, de saber que no había muchos dioses, sino un solo Dios verdadero. Entonces, si eran depositarios de la Verdad Revelada hasta ese momento, ¿Por qué Jesús los llama “ovejas descarriadas”?

Los llama así porque sus jefes religiosos, los fariseos, los doctores de la ley, los escribas, habían tergiversado de tal manera la ley de Dios, que habían pervertido la esencia de la religión y en vez de hacerla consistir en la adoración a Dios Uno y en el amor al prójimo como a sí mismo, como lo afirmaba la ley, sostenían erróneamente que la justificación estaba en el mero cumplimiento externo de mandamientos puramente humanos, como por ejemplo, daban más importancia a la ablución de manos y objetos, antes que la piedad para con Dios y el amor al prójimo. Los jefes religiosos habían distorsionado a tal grado la religión, que literalmente no les importaba dejar sin comer a viudas y huérfanos, siempre y cuando se cumplieran los preceptos externos de la ley, preceptos por otra parte, en su inmensa mayoría, inventados por ellos mismos. Habían cambiado el corazón de carne por un corazón de piedra, un corazón frío, insensible ante el dolor humano, incapaz de obrar la caridad e incapaz por lo tanto de amar sinceramente al Dios verdadero, porque quien no ama al prójimo, no ama a Dios, ya que el prójimo es la imagen viviente y visible del Dios Viviente e invisible: el prójimo está puesto por Dios para que sepamos la medida real de nuestro amor para con Dios: así como tratamos al prójimo, así tratamos a Dios en la realidad.

“Id a las ovejas descarriadas de Israel y proclamad que el Reino de los cielos está cerca”. El Nuevo Pueblo Elegido somos los integrantes de la Iglesia Católica; por esto mismo, si no prestamos atención, también nosotros podemos caer en la misma tentación de escribas y fariseos: endurecer el corazón para con el prójimo, con lo cual, ni tenemos caridad cristiana para con el prójimo, ni amamos a Dios Uno y Trino como Él merece ser amado, servido y adorado.

sábado, 8 de julio de 2023

“Aprendan de Mí, que soy manso y humilde de corazón, carguen mi yugo, que es suave y tendrán descanso”

 


(Domingo XIV - TO - Ciclo A - 2023)

          “Aprendan de Mí, que soy manso y humilde de corazón, carguen mi yugo, que es suave y tendrán descanso” (Mt 11, 25-30). De entre toda la inmensa cantidad de virtudes que puede adquirir un cristiano, la mansedumbre y la humildad son las dos virtudes pedidas explícitamente por Jesús a sus discípulos. La razón no es el adquirir las virtudes por las virtudes en sí mismas, aun cuando por sí mismas sean buenas: la razón es que el que estas virtudes hacen que el alma se asemeje al mismo Dios Uno y Trino, porque Dios es un Dios de infinita mansedumbre y de infinita humildad.

Ahora bien, hay una razón más por la que el cristiano debe esforzarse por adquirir estas virtudes, si no las tiene -y no las tenemos, desde el momento en que Jesús nos dice que aprendamos de Él- y es que estas virtudes asemejan al alma a Dios, la hacen semejante a Dios y así lo imita, pero por la gracia santificante, el alma no solo imita la mansedumbre y la humildad de Dios, sino que participa de las virtudes divinas, lo cual es distinto y a la vez mucho más profundo: una cosa es la imitación y otra muy distinta -porque es infinitamente más profunda- es la participación, por la gracia, a la mansedumbre y la humildad del mismo Dios. Si alguien quiere saber cuál es la medida de la mansedumbre y de la humildad que debe adquirir, lo único que debe hacer es contemplar a Jesús Crucificado y a Jesús Eucaristía: Jesús es el representante perfectísimo de ambas virtudes, como así también la Virgen Santísima: en el caso de Jesús, Él es el Cordero de Dios, se auto-revela a Sí mismo como cordero y la característica principal del cordero es la mansedumbre; además, la representación de Jesús como cordero es muestra de humildad extrema, porque quien se compara con una naturaleza inferior, la naturaleza animal, es nada menos que el mismo Dios Uno y Trino, cuya naturaleza divina es infinitamente superior a cualquier naturaleza creada.

         Otro elemento a tener en cuenta es que quien no se esfuerza por adquirir las virtudes de los Sagrados Corazones de Jesús y María, la mansedumbre y la humildad, terminará indefectiblemente haciéndose similar y participando del corazón del Ángel caído, quien posee los vicios opuestos: la violencia irracional y la arrogancia infernal. El ser humano, entonces, se encuentra en el medio, por así decirlo, entre la oposición que hay entre el corazón del Cordero, manso y humilde y el corazón del Ángel caído, feroz y orgulloso. El ser humano está llamado a participar del Corazón de la Trinidad, pero si no lo hace, entonces participa del corazón del Ángel caído.

          “Aprendan de Mí, que soy manso y humilde de corazón, carguen mi yugo, que es suave y tendrán descanso”. Aprendamos de Jesús la mansedumbre y la humildad, virtudes que recibimos en germen por la gracia y carguemos su yugo, que es la cruz de cada día y así daremos paz a los demás y tendremos paz en el corazón, en esta vida y sobre todo en la vida eterna.

 

lunes, 3 de julio de 2023

“No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos”

 


“No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos” (Mt 9, 9-13). Los escribas y fariseos tenían la errónea concepción de que ser religiosos es igual a ser santos en vida y eso no es así, porque el cristiano es, ante todo, un pecador, como lo dice la Sagrada Escritura: “El justo peca siete veces al día”, queriendo significar con esto que aun aquel -el justo- que desea vivir según la ley de Dios y según los consejos evangélicos de Jesús, aun así, comete pecados, muchos de ellos de forma inconsciente y algunos también conscientemente, eso es lo que significa “pecar siete veces al día”. Ahora bien, si esto sucede con el justo, con quien pretende vivir según la voluntad de Dios, es mucho peor la situación espiritual de quien directamente no tiene ningún cuidado de su vida espiritual y la razón es que, quien no cumple los Mandamientos de la ley de Dios, cumple los mandamientos de la Iglesia de Satanás, puesto que no hay un punto intermedio, como lo dice Jesús en el Evangelio: “El que no está Conmigo, está contra Mí”.

Jesús viene para iluminar acerca de esta concepción errónea de escribas y fariseos, demostrándoles que Dios se compadece, se apiada, de nuestras miserias, pues esto es lo que significa “misericordia”, compasión del corazón -de Dios- para con las miserias del hombre. Esa es la razón por la que Jesús “se sienta con pecadores”, porque es como Él dice: “No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos”. De esta manera, si alguien se considera -erróneamente, por supuesto- “santo” en esta vida, entonces no necesita de la Misericordia Divina, lo cual es un gran error, según San Juan: “Quien dice que no peca, miente”, por eso es que todos necesitamos de la Divina Misericordia, todos somos pecadores, mientras estemos en esta vida terrena y lo seguiremos siendo hasta el último suspiro de nuestras vidas. Al respecto, el Santo Cura de Ars decía que el peor error que se podía cometer es decirle a una persona: “Usted es un santo”, porque nadie aquí en la tierra es santo y porque esa frase puede hacer envanecer a su destinatario, haciéndolo caer en el pecado del orgullo y la soberbia.

“No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos”. Podemos decir, junto a San Agustín y en el sentido en el que lo dice San Agustín: “Bendita la culpa que nos trajo al Salvador”, es decir, bendita sea nuestra condición de pecadores, pero no por el pecado en sí, que es aborrecible, sino porque por el hecho de ser pecadores, necesitamos imperiosamente de la Misericordia Divina. Por esto mismo, nuestra vida eterna está unida a la devoción y a la unión que tengamos a Jesús Misericordioso: cuanto más pecadores seamos, más necesitamos de la Divina Misericordia.

“Ánimo, tus pecados están perdonados”

 


“Ánimo, tus pecados están perdonados” (Mt 9, 1-8). Llevan ante Jesús a un hombre paralítico; debido a la cantidad de gente, los amigos del paralítico, que eran los que lo transportaban en una camilla, deben hacer un orificio en el techo de la casa, para poder llegar hasta Jesús. Una vez delante de Jesús, le dice: “Ánimo, tus pecados están perdonados”. Al escucharlo, los fariseos piensan que Jesús es un blasfemo, puesto que se arroga el poder de perdonar los pecados, algo que es exclusivo de Dios. Jesús, que es Dios y por eso puede leer los pensamientos, sabe qué es lo que están pensando y para demostrarles que Él es efectivamente Dios y que puede perdonar los pecados, realiza un milagro visible, curando la parálisis física del enfermo.

En esta escena podemos ver diversos elementos sobrenaturales: por un lado, Jesús se revela como el Mesías-Dios que perdona los pecados, es decir, sana una herida espiritual como es el pecado, y también cura el cuerpo, al devolverle la motilidad al paralítico. Por otra parte, se puede ver la fe del paralítico en Jesús como Hombre-Dios y cómo al paralítico le importa más la salud de su alma, que la salud del cuerpo: el paralítico es llevado ante Jesús, pero no para que lo cure de su parálisis corporal, sino para ser curado en el espíritu, para que sus pecados le sean perdonados y es eso lo que hace Jesús, recibiendo el paralítico la recompensa por su noble corazón, la curación de su parálisis, es decir, la curación de la parálisis es secundaria al perdón de los pecados, la salud del cuerpo, para quien ama a Jesús, es secundaria a la salud del alma. También podemos ver en este Evangelio cómo está representado el Sacramento de la Penitencia: Jesús es el Sumo y Eterno Sacerdote que quita y perdona los pecados de los hombres; el paralítico representa a la humanidad caída en el pecado original, la parálisis es símbolo del alma herida como consecuencia del pecado de Adán y Eva, transmitido a toda la humanidad.

Debemos contemplar no solo a Nuestro Señor Jesucristo, sino también al paralítico, para imitarlo, porque es ejemplo de vida cristiana: Él acude a Cristo no para que le cure la parálisis, sino para que le quite los pecados del alma, secundariamente recibe, como una recompensa por su corazón que ama a Dios, la curación de su parálisis corporal. Pero también imitemos a los amigos del paralítico, sin cuya ayuda no podría haber llegado a Jesús para confesar sus pecados y hagamos lo mismo con nuestros prójimos, llevándolos al encuentro con Nuestro Señor Jesucristo en el Sacramento de la Confesión.

"Dos endemoniados le salieron a su encuentro"

 


“Dos endemoniados le salieron a su encuentro” (Mt 8, 28-34). En este breve pasaje del Evangelio, se relata casi la totalidad del misterio salvífico de Jesús: por un lado, se encuentran dos seres humanos, poseídos por demonios, por ángeles caídos; por otro lado, está Jesús, que expulsa a los demonios que poseían a los hombres, dejándolos liberados y en completa calma.

Es decir, en este Evangelio no solo se describen los únicos tres tipos de personas que hay en el universo -las Personas Divinas, las personas angélicas, las personas humanas-, sino también una de las principales victorias de Jesús, el Hombre-Dios, con su Encarnación: vino para quitarnos el pecado, para destruir la muerte, para concedernos la gracia de la filiación divina y, también, para vencer al Demonio, el Ángel rebelde. Este Evangelio destruye la negación de uno de los aspectos de la fe por parte de quienes eligen qué creer y qué no creer y es la existencia del Demonio. El Demonio no es un “hábito malo”, o un “mal impersonal” o una “fantasía”, o una “creación de una sociedad antigua religiosa” como la hebrea pre-cristiana: el Demonio es un ángel y un ángel es una persona y como persona, se caracteriza por lo que caracteriza a toda persona, el tener inteligencia y voluntad, es decir, capacidad de entender y capacidad de amar. En el caso del Demonio, es un ángel que, haciendo mal uso de su libertad, decidió, libremente, oponerse a la razón por la cual Dios Uno y Trino creó a los ángeles y a los hombres: para que lo amen, lo sirvan y lo adoren. El Demonio se observó a sí mismo con la hermosura con la cual había sido creado y, en vez de amar y dar gracias a la Trinidad por haber sido creado con tanta hermosura y perfección, decidió renegar de Dios e invertir el fin para el que había sido creado; por lo tanto, en vez de adorar y amar a las Tres Divinas Personas de la Trinidad, decide amarse a sí mismo y adorarse a sí mismo, perdiendo en el acto la gracia que lo unía a Dios, pero sin perder su naturaleza angélica, por lo cual sigue poseyendo las características de un ángel, todas inmensamente superiores a la naturaleza humana, como por ejemplo la inteligencia, la velocidad de desplazamiento, etc. Creer en el Demonio forma parte del Depósito de la Fe de la Santa Iglesia Católica; quien dice: “yo no creo en el Demonio”, no cree en un punto esencial de la Fe de la Iglesia, porque Jesucristo, además de vencer en la Cruz del Calvario a la muerte y al pecado, vence al Demonio, enemigo de Dios y de la humanidad.

“Dos endemoniados le salieron a su encuentro”. Jesús exorciza a los endemoniados, expulsando los demonios a una piara de cerdos, los que terminan precipitándose desde un abismo hacia un lago; con esto demuestra su divinidad, porque ni el hombre ni el ángel, pueden realizar un exorcismo, esto es, la expulsión del demonio del cuerpo de un ser humano poseso. A quien no quiera creer en la existencia del Demonio, debería leer y releer este pasaje del Evangelio, para no salir de la Fe de la Iglesia Católica, o para retornar a la misma, si es que en algún momento no fue. El católico debe creer en el Demonio como Ángel caído, para obviamente alejarse de él y unirse a Jesucristo, el Hombre-Dios, el Único que puede librarnos de este monstruo del Infierno.

domingo, 2 de julio de 2023

“Increpó a los vientos y al lago y vino una gran calma”

 


“Increpó a los vientos y al lago y vino una gran calma” (Mt 8, 23-27). El evangelio relata un episodio que parece extraño, pero que tiene su significado sobrenatural. En el episodio Jesús sube a la barca seguido por sus discípulos y comienzan a navegar. Estando ya en mar abierto, el Evangelio relata que “se levantó un gran temporal, tan fuerte, que la barca desaparecía entre las olas”. El aspecto que puede resultar extraño en este episodio, no es tanto la tormenta que amenaza con hundir a la barca, lo cual no es poco frecuente, es algo que sucede a menudo en el mar; lo extraño es la actitud de Jesús: en medio de la tormenta, está “dormido”, dice el Evangelio, en la barca.

Luego, en un momento determinado, cuando la tormenta se hace más fuerte y el peligro de hundimiento es prácticamente irreversible, los discípulos se acercan a Jesús y lo despiertan, pidiéndole que los salve: “¡Señor, sálvanos, que nos hundimos!”. Antes de hacer el milagro de calmar la tormenta, Jesús se dirige a los discípulos, también con una frase que llama mucho la atención: “¡Hombres de poca fe!”. Dicho esto, Jesús se pone en pie, increpa a los vientos y al mar y la tormenta desaparece en el acto y sobreviene “una gran calma”.

¿Cuál es el sentido sobrenatural del episodio del Evangelio?

La barca a la cual sube Jesús es la Santa Iglesia Católica; Jesús es su Gran Capitán, quien conduce a la Barca de la Iglesia a la vida eterna; el mar agitado, turbulento, es el mal que embiste a la Iglesia y la persigue, buscando hundirla  y ese mal está personificado en el Demonio y los ángeles apóstatas, además de los hombres impenitentes que odian a la Iglesia Católica; el punto en el que la Barca está a punto de hundirse, es la situación crítica que vivirá la Iglesia, profetizada en el Catecismo de la Iglesia Católica en su numeral seiscientos setenta y cinco, esto es, “una situación calamitosa al interno de la Iglesia, que sacudirá la fe” de los creyentes católicos; el hecho de que Jesús duerme en medio de la tormenta, significa que, en medio de esta situación catastrófica de la Iglesia Católica, antes de la Venida de Cristo, todo parecerá humanamente perdido, parecerá que Jesús no está en su Iglesia o que si está, da la apariencia de que Jesús está dormido, tal como sucede en el Evangelio; el milagro que hace Jesús, el calmar la tormenta solo con su voz, indica que Él es Dios Hijo, indica su divinidad, por lo tanto, que es el Hombre-Dios; por último, las palabras de Jesús a los discípulos antes de hacer el milagro, calificándolos de “hombres de poca fe”, se refieren a nosotros, los fieles católicos, que por nuestra falta de fe en Cristo precisamente como Hombre-Dios, nos asustamos ante los acontecimientos, que por fuertes que puedan ser, no están en absoluto fuera del control de Jesús Eucaristía.

Por medio de la Virgen, dejemos nuestras vidas a los pies de Jesús Eucaristía y que sea Él quien nos conceda su paz, cuando sea su santa voluntad.