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martes, 12 de marzo de 2019

El Padre Nuestro se vive en la Misa



         Jesús enseña una nueva oración en la que no solo llamamos a Dios “Padre”, sino que le dirigimos una serie de peticiones en nuestra calidad de hijos adoptivos suyos. Sin embargo, la Iglesia nos hace no solo rezar estar oración nueva, sino que nos la hace vivir en la Santa Misa. Veamos de qué manera.
“Padre Nuestro que estás en el cielo”: en el Padre Nuestro se nombra a Dios Padre que está en el cielo, pero como el altar es una parte del cielo en la tierra, Dios Padre, que habita en el cielo, está presente en la Santa Misa, desde el inicio.
“Santificado sea tu Nombre”: pedimos que el nombre de Dios sea santificado, pero en la Misa el que santifica el Nombre tres veces santo de Dios es el mismo Jesucristo, Dios Hijo, quien sobre el altar renueva de forma incruenta su sacrificio en cruz para glorificar el nombre de Dios y salvar a los hombres.
“Venga a nosotros tu Reino”: en el Padre Nuestro pedimos que el Reino de Dios venga a la tierra, pero en la Santa Misa viene, más que el Reino de Dios, el Rey de cielos y tierra, Cristo Jesús.
“Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo”: pedimos que se cumpla la voluntad de Dios, como un deseo, pero en la Santa Misa se cumple su voluntad salvífica y el que la cumple es Cristo Jesús, porque Él se sacrifica en el altar, renovando incruenta y sacramentalmente su sacrificio en cruz, para la salvación de todos los hombres.
“Danos hoy nuestro pan de cada día”: pedimos el pan de cada día, pero en la Santa Misa se nos da, más que el pan de cada día, el Pan Vivo bajado del cielo, la Eucaristía.
“Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”: pedimos que Dios nos perdone y Dios nos perdona, porque Jesús se dona en el sacrificio en cruz precisamente no para castigarnos, sino para perdonarnos y derramar sobre nuestras almas el Amor de su Sagrado Corazón, además de darnos en la Eucaristía el Amor de su Sagrado Corazón, con el cual nosotros nos volvemos capaces de perdonar a nuestros enemigos, así como Él nos perdona desde la cruz.
“No nos dejes caer en la tentación”: pedimos la fuerza para no caer en la tentación y en la Sagrada Eucaristía recibimos, más que la fuerza de Dios para no caer, al mismo Dios omnipotente, que así nos comunica de su fuerza para resistir a cualquier tentación.
“Y líbranos del mal”: pedimos que nos libre del mal, y en la Santa Misa Jesús nos libra de todo mal: con la Sangre de su cruz que se recoge en el cáliz del altar, destruye el mal del pecado y vence al Príncipe del mal, el Demonio, precipitándolo para siempre en el Infierno.
“Amén”: en el Padre Nuestro es una expresión de deseos de que las peticiones en él contenidas se hagan realidad, pero en la Santa Misa, que es la renovación incruenta y sacramental del Santo Sacrificio de la cruz, todas las peticiones del Padre Nuestro se hacen realidad y se cumplen.

martes, 20 de febrero de 2018

“Cuando oren, no hablen mucho, como hacen los paganos”



“Cuando oren, no hablen mucho, como hacen los paganos” (Mt 6, 7-15). Jesús nos enseña una nueva forma de orar, radicalmente distinta a la forma de orar de los paganos, puesto que nos enseña a llamar a Dios “Padre”. Y esto, no por un mero sentimiento de afecto, sino porque en verdad Dios se convierte en nuestro Padre adoptivo, desde el momento en que, por el bautismo sacramental, recibimos la gracia de la filiación divina, una participación en la filiación divina del Hijo de Dios, con la cual Él mismo es Dios Hijo desde la eternidad.
Ahora bien, si Jesús nos enseña a orar, la Santa Madre Iglesia nos concede la gracia de vivir la oración del Padre Nuestro enseñada por Jesús, por medio de la Santa Misa.
En la Santa Misa podemos vivir el Padre Nuestro, en cada una de sus oraciones:
“Padre Nuestro que estás en el cielo”: si en el Padre Nuestro nos dirigimos al “Padre que está en los cielos”, en la Santa Misa Dios Padre se hace presente en esa parte del cielo que es el altar eucarístico, porque es Él quien envía a su Hijo Jesucristo, por medio de su Amor, el Espíritu Santo, para que entregue su Cuerpo en la Eucaristía y derrame su Sangre en el cáliz.
“Santificado sea tu Nombre”: en el Padre Nuestro pedimos que el “nombre de Dios sea santificado”, y esa petición se cumple en la Santa Misa de un modo imposible de imaginar, porque el que da gloria y santifica el nombre Tres veces Santo de Dios Uno y Trino es Jesucristo, el Hombre-Dios, que glorifica a la Trinidad sobre el altar eucarístico con la renovación incruenta y sacramental de su sacrificio en la cruz.
“Venga a nosotros tu Reino”: en el Padre Nuestro pedimos que “el Reino de Dios venga a nosotros”; en la Santa Misa, sobre el altar eucarístico, viene a nosotros algo infinitamente más grande que el Reino de Dios, y es Dios Hijo en Persona, oculto en el Santísimo Sacramento del Altar, la Eucaristía.
“Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo”: en el Padre Nuestro pedimos que “la voluntad de Dios se cumpla, así en el cielo, como en la tierra”; en la Santa Misa esa voluntad de Dios, mil veces bendita, se cumple cabalmente, porque se nos ofrece Aquél que es la Causa de nuestra salvación, Cristo Jesús, en la Hostia consagrada.
“Danos hoy nuestro pan de cada día”: en el Padre Nuestro pedimos a Dios que “nos dé el pan de cada día”; en la Santa Misa esa petición se cumple más allá de toda imaginación humana, porque Dios Padre nos alimenta no con un alimento perecedero, para una vida perecedera, sino que nos alimenta con el Verdadero Maná bajado del cielo, el Pan Vivo que contiene la Vida eterna, Cristo Jesús en la Eucaristía.
“Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”: en el Padre Nuestro pedimos que “nuestras ofensas sean perdonadas”, porque nos comprometemos a “perdonar a quienes nos ofenden”; en la Santa Misa, Dios Padre nos da no solo el ejemplo del Divino Perdón, al donarnos la Divina Misericordia por medio de la Sangre que brota del Corazón traspasado de Jesús, sino que nos concede las fuerzas mismas para perdonar, imitándolo a Él en su misericordia, a nuestros enemigos, y esa fuerza es el Divino Amor, contenido en el Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús.
“No nos dejes caer en la tentación”: en el Padre Nuestro pedimos a Dios las fuerzas para “no caer en la tentación”; en la Santa Misa, obtenemos, más que la fuerza divina para no caer, al mismo Dios Omnipotente, que se nos entrega sin reservas en la Eucaristía, para ser Él nuestra fortaleza.
“Y líbranos del mal”: en el Padre Nuestro pedimos a Dios que nos “libre del mal”; en la Santa Misa, se hace Presente en Persona Dios mismo, en la Santa Cruz, renovando su santo sacrificio, por el cual venció al mal personificado, el Demonio, el Ángel caído, Satanás, la Serpiente Antigua.
“Amén”: en la Santa Misa entonamos el “Amén” eterno, como Iglesia Militante, junto con la Iglesia Purgante y la Iglesia Triunfante, doblando nuestras rodillas en acción de gracias y en adoración al Cordero de Dios, Jesús Eucaristía.

miércoles, 5 de octubre de 2016

El Padre Nuestro en la Misa


         “Padre Nuestro que estás en el cielo”: en el Padre Nuestro nos dirigimos a Dios Padre, que está en el cielo, pero en la Misa, el cielo viene a la tierra, o nosotros, que estamos en la tierra, somos llevados al cielo, porque el altar eucarístico se convierte en una porción del cielo, en donde está el Principio Increado de la Trinidad, Dios Padre.
         “Santificado sea tu Nombre”: en el Padre Nuestro pedimos que el Nombre de Dios sea santificado, es decir, alabado, ensalzado, glorificado; en la Santa Misa, quien alaba, ensalza, glorifica, santifica el Nombre de Dios es el mismo Dios Hijo en Persona, Cristo Jesús, que en la Eucaristía está Presente con su Ser divino, Tres veces Santo.
         “Venga a nosotros tu Reino”:          en el Padre Nuestro pedimos que venga el Reino de Dios; en la Santa Misa, más que venir el Reino de Dios, viene el Dios que es Rey de los cielos y tierra, Cristo Jesús, que entrega su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, en la Eucaristía.
         “Hágase tu Voluntad, así en la tierra, como en el cielo”: en el Padre Nuestro pedimos que se haga la voluntad de Dios, en los cielos y en la tierra; en la Santa Misa, Jesucristo cumple ofrece su Vida, su Cuerpo y su Sangre en la Cruz del Altar, para que se cumpla la voluntad santísima de Dios, que es que todos los hombres nos salvemos.
         “Danos hoy nuestro pan de cada día”: en el Padre Nuestro pedimos el “pan de cada día”, es decir, el pan material para alimentar el cuerpo; en la Santa Misa, Dios nos da algo infinitamente más valioso que el pan material para alimentar el cuerpo y es el Pan de Vida eterna, que nutre el alma con la substancia exquisita de la Vida y el Amor de Dios Trino.
         “Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”: mientras en el Padre Nuestra pedimos perdón por las ofensas hechas a la majestad divina por medio de nuestros pecados, al tiempo que ofrecemos el propósito de perdonar a quienes nos ofendan, en la Santa Misa Dios Padre sella el perdón divino por medio de la Sangre de su Hijo derramada en la Cruz y recogida en el altar eucarístico, al tiempo que nos da la fortaleza y el Divino Amor, contenidos en la Eucaristía, para que seamos capaces de perdonar a quienes nos ofenden, con el mismo Amor con el que Él nos perdonó desde la Cruz.
         “No nos dejes caer en la tentación”: pedimos que no nos deje caer en la tentación; en la Santa Misa Dios Padre nos da lo que le concedemos y más, porque nos da el Cuerpo de su Hijo Jesús en la Eucaristía, que nos concede su misma fortaleza, la fortaleza del Hombre-Dios, para que resistamos a la tentación, pero también nos da su Sagrado Corazón Eucarístico, para que no solo no tengamos malos pensamientos, sino para que tengamos sus mismos pensamientos, santos y puros.

         “Y líbranos del mal”: en el Padre Nuestro pedimos a Dios que nos libre del mal; en la Santa Misa, esa petición no solo está concedida, desde el momento en que se trata de la renovación incruenta del Santo Sacrificio de la Cruz, sacrificio por el cual venció al mal personificado, el Demonio y al mal del espíritu humano, el pecado, sino que además nos concede la bondad de su Corazón, la misma Divina Bondad con la cual venció a la rebelión del Ángel caído y destruyó el pecado del hombre.

jueves, 18 de junio de 2015

El Padre Nuestro se vive en la Santa Misa


         Todas las peticiones e impetraciones del Padre Nuestro se cumplen y se viven, en acto, en la Santa Misa. Veamos de qué manera.
         “Padre Nuestro que estás en el cielo”: las peticiones del Padre Nuestro se hacen a Dios “que está en el cielo”, pero en la Santa Misa, el altar eucarístico deja de ser una construcción material, para convertirse en una parte del cielo, en donde habita Dios, quien está dispuesto a renovar sacramentalmente, en el altar, por la liturgia eucarística, el sacrificio en cruz de su Hijo, por lo que podemos decir que, si en el Padre Nuestro nos dirigimos al Padre que está en el cielo, en la Santa Misa, desde el inicio, nos dirigimos al Padre que está en esa parte del cielo que es el altar eucarístico, listo para donarnos a su Hijo en la Eucaristía.
         “Santificado sea tu Nombre”: en el Padre Nuestro pedimos que el Nombre de Dios sea santificado y glorificado; en la Santa Misa, el Nombre de Dios es santificado y glorificado infinitamente por el sacrificio de Jesús realizado en el altar y este sacrificio le reporta más gloria y santidad que cualquier otro sacrificio, puesto que se trata del sacrificio del Hombre-Dios.
         “Venga a nosotros tu Reino”: en el Padre Nuestro pedimos que “venga a nosotros” el Reino de Dios; en la Santa Misa, mucho más que venir el Reino de Dios, viene a nosotros el Rey de ese reino, Cristo Jesús, que renueva su sacrificio en cruz de modo incruento sobre el altar eucarístico.
         “Hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo”: la voluntad de Dios es que todos los hombres seamos salvos y esta salvación se da cuando recibimos la gracia y el Amor de Cristo, y la gracia y el Amor de Cristo los recibimos en la comunión eucarística, por lo que la voluntad de Dios comienza a cumplirse ya en la tierra, antes de que lleguemos al cielo, cuando comulgamos en gracia, porque al unirnos al Cuerpo sacramentado de Cristo, somos unidos al Padre por el Espíritu Santo, lo cual es un anticipo, ya en la tierra, de la salvación en el cielo.
         “Danos hoy nuestro pan de cada día”: se cumple en la Santa Misa esta petición del Padre Nuestro, porque Dios Padre nos provee, por la Santa Misa, el Pan de Vida eterna, el Pan Vivo bajado del cielo, el Maná Verdadero, la Eucaristía, que concede la vida eterna a quien la consume con fe y con amor.
         “Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”: en el Padre Nuestro pedimos que Dios nos perdone nuestros pecados, al tiempo que hacemos el propósito a perdonar a quienes nos hayan ofendido, nuestros enemigos, pero en la Santa Misa, Dios ya ha respondido nuestra petición, antes de que se la hagamos y el signo y el sello de su perdón y de su Amor, es el Cuerpo crucificado y la Sangre derramada de su Hijo Jesús; además, nos concede la gracia más que suficiente para que seamos capaces de cumplir con el propósito de perdonar a nuestros enemigos, porque en la comunión eucarística recibimos el Amor infinito del Sagrado Corazón Eucarístico, que nos permite perdonar y amar a nuestros enemigos, con el mismo perdón y amor con el que nos perdonó y amó Jesús desde la cruz.
         “No nos dejes caer en la tentación”: mucho más que no dejarnos caer en la tentación, por la Eucaristía, recibimos la gracia para no solo resistir la tentación, sino para crecer, cada vez más, en la santidad y en la imitación de Cristo, que es algo mucho más grande que simplemente no caer en la tentación.
         “Y líbranos del mal”: por la Santa Misa, la petición de vernos “libres del mal” se cumple plenamente, porque la Santa Misa es la renovación incruenta del Santo Sacrificio de la cruz, sacrificio por medio del cual el Hombre-Dios derrotó, de una vez y para siempre, a la Serpiente, aplastando su soberbia cabeza, acorralándola, con la omnipotencia divina que surge de la cruz, hasta la última madriguera del infierno, encadenándola con el poder divino para siempre.
         Por todo esto, el Padre Nuestro se vive en la Santa Misa.


martes, 24 de febrero de 2015

El Padre Nuestro se vive en la Santa Misa



         “Ustedes oren de esta manera: Padre Nuestro, que estás en el cielo…” (Mt 6, 7-15). Jesús enseña a rezar la oración específicamente cristiana, el “Padre Nuestro”. La novedad con esta oración es que, por medio de esta oración, los fieles cristianos pedimos a Dios muchas cosas, esenciales para la vida espiritual y material, al mismo tiempo que lo tratamos como a un Padre, lo cual constituye una novedad absoluta con respecto al paganismo. Sin embargo, la Iglesia nos concede la gracia de que lo que pedimos en el Padre Nuestro, podamos vivirlo en la Santa Misa. Y ahora vemos por qué.
         “Padre Nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre”: en el Padre Nuestro invocamos a Dios, que está en el cielo; en la Santa Misa, el altar se convierte, por el misterio de la liturgia eucarística, en una parte del cielo, en donde se hará presente el Cordero de Dios, Jesucristo, en la Eucaristía; en el Padre Nuestro, pedimos que el nombre de Dios sea santificado: en la Santa Misa, Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote, santifica con su sacrificio en la cruz, por nosotros, al nombre Tres veces Santo de Dios, porque el sacrificio de su Humanidad santísima es llevado a cabo para honrar, alabar, ensalzar, el nombre de Dios.
         “Venga a nosotros tu Reino”: en el Padre Nuestro pedimos que el Reino de Dios venga a nosotros; en la Santa Misa, más que el Reino de Dios, se presente, con su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad, el Rey del Reino de los cielos, Jesucristo, el Hombre-Dios, en la Eucaristía.
         “Hágase tu Voluntad así en la tierra, como en el cielo”: mientras en el Padre Nuestro pedimos que la Voluntad de Dios se cumpla, tanto en el cielo, como en la tierra, en la Santa Misa se cumple la Voluntad de Dios, porque es por Voluntad del Padre que Jesucristo actualiza y renueva, de modo incruento y sacramental, sobre el altar eucarístico, su Santo Sacrificio del Calvario.
         “Danos hoy nuestro pan de cada día”: en el Padre Nuestro pedimos a Dios que nos dé el pan de cada día, es decir, imploramos que la Divina Providencia no nos haga faltar el pan material, con el cual alimentamos el cuerpo; en la Santa Misa, más que el pan material, Dios nos concede algo infinitamente más grande que el pan material pedido en el Padre Nuestro: nos concede el Pan bajado del cielo, el Pan vivo que concede la vida eterna, es decir, el Pan Eucarístico, que alimenta el alma con la Vida y el Amor mismo de Dios Uno y Trino.
         “Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”: mientras en el Padre Nuestro pedimos a Dios que nos perdone las ofensas que hayamos realizado a los demás, al tiempo que nos comprometemos a perdonar a quienes nos hayan ofendido, en la Santa Misa, ante el pedido que hacemos en el Padre Nuestro de ser perdonados en nuestras ofensas, Dios nos concede el sello de su perdón divino, el beso de su Amor, su Hijo Jesucristo en la cruz, que renueva cada vez su santo sacrificio de la cruz sobre el altar eucarístico, y a nuestro compromiso de perdonar a quienes nos ofenden –que implica el amor a los enemigos-, Dios en Persona lo hace por nosotros, puesto que demostramos amor y perdón perfectos hacia quienes nos han ofendido y hacia quienes son nuestros enemigos, cuando hacemos por ellos la ofrenda del Cuerpo sacramentado, resucitado y glorioso de Jesucristo en la cruz.
         “No nos dejes caer en la tentación”: en el Padre Nuestro pedimos no caer en la tentación, y lo pedimos a Dios, porque sin su gracia, es imposible no caer en pecado mortal, como enseña Santo Tomás de Aquino; en la Santa Misa, Dios nos concede, más que la gracia para no pecar, a la Gracia Increada, Jesucristo, Dios Hijo encarnado, que renueva su Encarnación por la liturgia eucarística y, mucho más que darnos fuerzas para no pecar, Jesús Eucaristía nos concede su misma santidad, con lo cual somos hechos partícipes de la santidad divina.
         “Y líbranos del mal”: en el Padre Nuestro pedimos a Dios que nos libre del mal, es decir, del demonio, que es el mal personificado; en la Santa Misa, se hace presente, con su sacrificio en cruz, Jesucristo, el Hombre-Dios, que con su sacrificio del Calvario, derrotó para siempre al demonio, el Tentador, autor de nuestra caída y enemigo de nuestras almas.
         “Amén”: en el Padre Nuestro decimos “Amén”, con lo cual pedimos que “así sea”, así se cumplan, los pedidos que hicimos; en la Santa Misa, entonamos el triple Amén al Dios Tres veces Santo, Jesucristo, que se hace Presente en medio de su Iglesia, con su Cuerpo glorioso y resucitado, tal como se encuentra en el cielo, solo que oculto bajo lo que parece ser pan.

         Por todo esto, el Padre Nuestro se vive en la Santa Misa.

domingo, 5 de octubre de 2014

Vivimos el Padre Nuestro en la Santa Misa


         Jesús enseña a sus discípulos a rezar el Padre Nuestro (cfr. Lc 11, 1-4), pero nosotros, además de rezarlo, al Padre Nuestro lo vivimos en la Santa Misa, porque cada una de sus peticiones, se cumple en la Santa Misa. Veamos de qué manera.
         “Padre Nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre”: en el Padre Nuestro pedimos que el Nombre de Dios sea santificado, pero en la Santa Misa, verdaderamente santificamos el nombre de Dios, porque quien lo hace en nombre nuestro, es Jesucristo, al inmolarse en el santo sacrificio del altar, para santificar y adorar el nombre santo de Dios, Uno y Trino. Entonces, lo que en el Padre Nuestro es una petición, la santificación del nombre santo de Dios Uno y Trino, en la Santa Misa, por el sacrificio del altar, realizado por Jesús, es una realidad sagrada, porque Jesús se sacrifica en el altar eucarístico para santificar el Nombre de Dios, Uno y Trino.   Así tenemos que la primera petición del Padre Nuestro, la santificación del nombre de Dios, se lleva a cabo de modo perfectísimo, en la Santa Misa.
         “Venga a nosotros tu Reino”: en el Padre Nuestro, pedimos a Dios que su Reino venga a nosotros; en la Santa Misa, ese pedido se hace realidad, porque por la transubstanciación, más que venir a nosotros el Reino de Dios, baja del cielo, el Rey de los cielos, el Hombre-Dios Jesucristo, Aquel a quien los cielos no pueden contener, porque por la transubstanciación, el pan y el vino se convierten en el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo.
         “Hágase tu Voluntad, así en la tierra, como en el cielo”: en el Padre Nuestro pedimos que se haga la Voluntad de Dios, en la tierra como en el cielo, y esto se cumple a la perfección en la Santa Misa, porque el altar eucarístico es el punto de fusión que une al cielo con la tierra -en la Santa Misa el altar no está hecho de cemento, ni de madera:  es una parte del cielo-, y allí se cumple a la perfección la Voluntad del Padre, porque en el altar eucarístico se renueva, de modo incruento, el Santo Sacrificio de la cruz, que estampa su poder divino en las especies eucarísticas; de esta manera, el Sacrificio de la Cruz se hace presente en la tierra, en su forma y en su virtud, y al mismo tiempo, como este mismo y Único Santo Sacrificio de la Cruz, está Presente en el Altar del cielo, eternamente, ante la majestad de Dios, también se hace Presente la virtud del Sacrificio de la Cruz en los cielos, y así la Voluntad de Dios, que se manifiesta en el Santo Sacrificio de la Cruz, se hace Presente en el altar eucarístico, y por él, se manifiesta en la tierra y en los cielos. Así, si en el Padre Nuestro pedimos que se haga la Voluntad de Dios, en la Santa Misa, esa Voluntad se cumple cabal y perfectamente.
         “Danos hoy nuestro pan de cada día”: en Padre Nuestro pedimos a Dios que nos dé el pan de cada día; en la Santa Misa, Dios nos provee el pan material, porque por su Divina Providencia, nos concede lo necesario para el sustento del cuerpo, pero sobre todo, nos concede el Pan del espíritu, el alimento para el alma, porque hace llover el Maná Verdadero, el Pan Vivo bajado del cielo, el Pan de Vida eterna, el Cuerpo resucitado y glorificado de su Hijo Jesús, que nos concede la vida eterna, la Eucaristía. Si en el Padre Nuestro pedimos el pan de cada día, en la Santa Misa, obtenemos el Pan de Vida eterna, la Eucaristía.
         “Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”: en el Padre Nuestro pedimos a Dios que nos perdone nuestras ofensas, y nos comprometemos a perdonar a quienes nos hayan ofendido; en la Santa Misa, Dios nos otorga el sello del perdón, la Sangre de su Hijo Jesús, porque en la Santa Misa, Jesús renueva, de modo incruento, su sacrificio en cruz, por el cual nos perdona nuestros pecados, y la prueba del perdón de los pecados es su Sangre derramada en la cruz y recogida en el cáliz eucarístico, de modo que la petición del perdón de nuestras ofensas y pecados está ya escuchada y respondida de modo afirmativa, de parte de Dios, y el signo de la respuesta positiva a nuestra petición es el cáliz eucarístico, repleto con la Sangre de su Hijo Jesús. Por eso es que no tenemos excusas para no perdonar a nuestros enemigos, porque Jesús ha derramado su Sangre para perdonarnos, para darnos el Amor del Padre, para que el Padre no descargue el peso de la ira de la Justicia Divina sobre nosotros, y ésa es la razón por la cual no tenemos justificativos para no perdonar a nuestros más encarnizados enemigos, aún si estos enemigos cometieran contra nosotros la más grande de las injurias, como el quitarnos la vida, porque el Padre pone frente a nosotros el cáliz lleno de la Sangre de su Hijo Jesús, para perdonarnos nuestros pecados. Si a pesar de esto, no perdonamos, entonces, la ira de la Justicia Divina, retira el cáliz de la Sangre de Jesús, dada para perdonarnos, y se descarga con todo su peso sobre nosotros. Si en el Padre Nuestro pedimos a Dios que nos perdone los pecados y nos comprometemos a perdonar a nuestros enemigos, en la Santa Misa, entonces, obtenemos la Sangre del Cordero de Dios, recogida en el cáliz eucarístico, que nos perdona efectivamente los pecados, y por la cual y en la cual perdonamos y amamos, en Cristo, a nuestros enemigos, y por eso, esta petición, se cumple en el Padre Nuestro.
         “No nos dejes caer en la tentación”: en el Padre Nuestro pedimos a Dios que “no nos deje caer en la tentación”, pero en la Santa Misa, obtenemos efectivamente aquello que pedimos y lo que obtenemos no solo no nos deja caer en la tentación, sino que nos concede el triunfo sobre las pasiones, sobre la concupiscencia, sobre el mal, sobre el infierno, y sobre el demonio, y esto que obtenemos es Cristo glorioso y resucitado en la Eucaristía. Quien recibe a Jesús en la Eucaristía, no recibe a un poco de pan bendecido, ni recibe a una conmemoración imaginaria de Jesús, sino a la Persona Segunda de la Santísima Trinidad, Dios Hijo, el Verbo de Dios, que procede del Padre desde toda la eternidad, y que por lo tanto, es Dios de Dios, de su misma naturaleza divina, y que posee su misma substancia divina, su misma Luz celestial, su mismo Ser trinitario divino, y al llegar al alma por la comunión eucarística, le concede al alma que lo recibe con fe y con amor, y con un corazón contrito y humillado, y que no le opone resistencia, todo su Amor Divino, y esto le proporciona una fuerza sobrenatural y celestial que no solo le permite “no caer en la tentación”, sino que la hace crecer en los más altos grados de santidad. Por esto, esta petición del Padre Nuestro, se cumple con creces en la Santa Misa.
         “Y líbranos del mal”: en el Padre Nuestro, pedimos a Dios que nos libre del mal; en la Santa Misa, esta petición se cumple, porque en ella, Jesús renueva de modo incruento su Santo Sacrificio de la Cruz, por medio del cual derrotó, de una vez y para siempre, al demonio y al infierno, dando cumplimiento a sus palabras: “Las fuerzas del infierno no prevalecerán sobre mi Iglesia”, y haciendo realidad las palabras de la Escritura: “Al Nombre de Jesús, toda rodilla se doble, en el cielo, en la tierra y en el abismo”; puesto que en la Santa Misa, se renueva el Santo Sacrificio de la Cruz, por el cual se derrotó al Demonio, la encarnación del mal, esta petición del Padre Nuestro se cumple cabalmente en la Santa Misa.
         “Amén”: el Padre Nuestro finaliza con el “Amén”, que significa “Así es”; en la Santa Misa, entonamos el triple “Amén” al Cordero de Dios, Jesús en la Eucaristía, uniéndonos a la liturgia celestial, al triple “Amén” que entonan los ángeles y los santos al Cordero en los cielos, que es el mismo Jesús en la Eucaristía, y por eso esta última oración del Padre Nuestro también se vive plenamente en el misterio de la Santa Misa.

         Por todo esto, el Padre Nuestro se vive en la Santa Misa.

miércoles, 18 de junio de 2014

“Cuando oren, digan de esta manera: ‘Padre nuestro que estás en el cielo’”


“Cuando oren, digan de esta manera: ‘Padre nuestro que estás en el cielo’” (Mt 6, 7-15). Jesús enseña a sus discípulos a orar de una manera nueva, desconocida hasta entonces: enseña que a Dios se le puede dar el nombre de “Padre”. El calificativo de “Padre” dado por Jesús a Dios no se debe a un mero sentimentalismo ni por mera sensiblería: Jesús nos dice que llamemos a Dios “Padre” porque nos dona, por la gracia bautismal, el don de ser hijos adoptivos de Dios. Por el bautismo, el alma se convierte, de mera creatura, en hija adoptiva de Dios, porque la gracia la hace ser partícipe de la condición filial del Hijo de Dios. En otras palabras, por la gracia sacramental bautismal, el hombre se convierte, de simple creatura, en hijo adoptivo de Dios, al donarle Jesús, por participación, su filiación divina, la filiación con la cual Él es Hijo de Dios desde la eternidad, y esto es un don que supera toda capacidad de comprensión.

“Cuando oren, digan de esta manera: ‘Padre nuestro que estás en el cielo’”. Llamar a Dios “Padre” no puede nunca, para el cristiano, ser una rutina; llamar a Dios “Padre” no puede nunca dejar indiferente al cristiano, porque el solo hecho de decirle “Padre”, debe despertar en su alma el deseo de contemplarlo y amarlo por toda la eternidad, con el mismo Amor con el cual lo ama Dios Hijo, Cristo Jesús. El solo hecho de llamar a Dios “Padre” debería –al menos en teoría- constituir para el cristiano el alivio en las tribulaciones cotidianas, porque Dios es un Padre amoroso que, para salvar a sus hijos adoptivos, no dudó en sacrificar a su Hijo Unigénito en la cruz y no duda en prolongar y actualizar ese sacrificio en el altar eucarístico, para que sus hijos adoptivos se alimenten del Amor del Sagrado Corazón. Solo esto, el saberse amado por un Dios que es “Padre” amoroso, debería bastarle al cristiano, para vivir en paz y en alegría, e inundado por el Amor de Dios, aun en medio de las más duras y dolorosas pruebas.

lunes, 10 de marzo de 2014

El Padre Nuestro se vive en la Santa Misa

         Jesús enseña a sus discípulos a rezar el Padre Nuestro (Mt 6, 7-15), pero esta oración, que caracteriza a los cristianos, tiene la particularidad de que se “vive” y actualiza en la Santa Misa. Veamos cómo y porqué.
“Padre Nuestro que estás en el cielo”: en el Padre Nuestro recordamos a Dios Padre que está en el cielo, pero en la Santa Misa, la Santísima Trinidad en pleno se hace presente: Dios Padre envía a su Hijo a la Eucaristía para que éste done a Dios Espíritu Santo a quien lo reciba en la comunión eucarística con fe y con amor.
“Santificado sea tu Nombre”: en el Padre Nuestro pedimos que sea santificado el Nombre de Dios; en la Santa Misa, los nueve coros angélicos, junto a los santos de la Iglesia Triunfante, en unión con los miembros de la Iglesia que se congregan alrededor del altar eucarístico, entonan el “Triple Sanctus” al Cordero de Dios que se inmola en la cruz de altar por la salvación de los hombres.
         “Venga a nosotros tu Reino”: en el Padre Nuestro pedimos que vengo el Reino de Dios a los hombres; en la Santa Misa, ese pedido ya se hace realidad, porque el Reino de Dios es la gracia santificante en los corazones de los hombres, y por la Santa Misa viene a los hombres la Gracia Increada, Cristo Jesús, Fuente de toda gracia.
         “Hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo”: la voluntad de Dios es que todos los hombres nos salvemos por medio de la participación al sacrificio en cruz de su Hijo Jesús, y en la Misa, el sacrificio en cruz se actualiza por medio del sacramento, de modo que todos los que participan en la Santa Misa pueden actualizar en sus vidas la Voluntad de Dios, uniéndose, por la Santa Misa, al sacrificio redentor de Cristo en la Santa Cruz.
         “Danos hoy nuestro pan de cada día”: en el Padre Nuestro pedimos el pan de cada día, el pan material, para que no nos falte el sustento diario; en la Santa Misa, más importante que el pan material, Dios Padre nos da el Pan de Vida eterna, la Eucaristía, que nos alimenta con la Substancia divina, el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo.
          "Perdona nuestras ofensas": en el Padre Nuestro pedimos a Dios que perdone nuestras ofensas; la Santa Misa es la garantía de que hemos sido escuchados en nuestra petición y de que hemos recibido de Dios el perdón divino, y la señal de que Dios nos perdona las ofensas que le hacemos es la Eucaristía, porque la Eucaristía es su Hijo Jesús, muerto y resucitado, porque en la Eucaristía, a nuestro pecado de deicidio, responde, Dios Padre con el don de sus entrañas misericordiosas, su Hijo Jesús, que es el Amor Misericordioso.
        "Como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden": en el Padre Nuestro le prometemos a Dios Padre que vamos a perdonar a quienes nos ofendan, pero es solo en virtud de la Sangre de Jesús derramada en cáliz del altar, que bebemos en la Santa Misa, que adquirimos fortaleza para perdonar a nuestros enemigos. El perdón del cristiano no se basa en otro motivo que no sea en el Amor y en el perdón recibido de Cristo en la cruz, renovado en cada Santa Misa. Porque el cristiano es perdonado por Jesús desde la cruz con un perdón y con un amor infinitos, y porque es perdón y ese amor se renuevan y actualizan cada vez en la Santa Misa y se recibe en la comunión del Cuerpo y la Sangre de Cristo, es que el cristiano no tiene derecho ni justificativos para no perdonar a su prójimo, sea cual sea la ofensa recibida.
         “No nos dejes caer en la tentación”: en el Padre Nuestro pedimos a Dios que no nos deje caer en la tentación; en la Santa Misa, recibimos la Eucaristía, que nos alimenta con el Amor del Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, y así, el que ama no peca, porque el Amor de Dios es el escudo más poderoso contra la tentación.
         “Y líbranos del mal”: en el Padre Nuestro pedimos a Dios Padre que nos libre del mal; en la Santa Misa vemos, con los ojos de la fe, cómo Jesús triunfa en la cruz del altar y obtiene, para nosotros, la victoria sobre el demonio, derrotándolo para siempre, venciéndolo con su Sangre y humillándolo con su corona de espinas y con sus clavos, librándonos con su cruz para siempre de su maligna presencia.
         “Amén”: el Padre Nuestro finaliza con el “Amén”, como expresión de deseo de que “así es” lo que pedimos a Dios en el Padre Nuestro, es decir, principalmente, de que su Nombre sea santificado y glorificado; en la Santa Misa, los integrantes de la Iglesia Militante, junto a los de la Iglesia Purgante y a los de la Iglesia Triunfante, entonamos el triple “Amén”, que resuena en los cielos por la eternidad, con el cual santificamos y glorificamos el Nombre Santísimo de Dios Uno y Trino y del Cordero, en el tiempo y por los siglos sin fin.

         Por todo esto, el Padre Nuestro se “vive” y actualiza en la Santa Misa.