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jueves, 30 de julio de 2015

“El Reino de los cielos es como una red llena de peces”


“El Reino de los cielos es como una red llena de peces” (Mt 13, 47-52). Jesús compara al Reino de los cielos con una “red llena de peces”, una red que recién ha sido sacada del mar por los pescadores, y que contiene por lo tanto, peces vivos y muertos. Inmediatamente, Nuestro Señor asocia al Reino de los cielos con el Día del Juicio Final, utilizando la misma imagen, la red llena de peces. En una red recién sacada del mar, hay peces vivos, en buen estado, que son los que sirven para los fines del hombre –comercio, alimentación, etc.-; pero también hay peces muertos, que sólo sirven para ser arrojados de nuevo al mar.
Para comprender la parábola con la que se figuran tanto del Reino como de los cielos como el Día del Juicio Final, es necesario tener en cuenta que los elementos creaturales descriptos en la parábola, hacen referencia a elementos sobrenaturales, tal como el mismo Señor Jesucristo lo hace, al menos con algunos elementos: el mar, es el mundo, desarrollado en la historia y el tiempo humanos; los pescadores, son los ángeles; la barca, es la Barca de Pedro, la Iglesia; la pesca, es el Día del Juicio Final; los peces vivos y sanos, que son separados por los pescadores porque son útiles, representan a las almas en estado de gracia, que por lo mismo, a los ojos de Dios, son almas sanas y dignas de entrar en el Reino de los cielos; los peces muertos, son las almas de los que están en pecado mortal, y que aunque caminen, respiren y hablen, tienen sus almas en estado de putrefacción espiritual, por la ausencia de la gracia santificante, y por lo tanto, son como esos pescados putrefactos que no sirven ni para el comercio, ni para el consumo y, por lo tanto, son arrojados al mar nuevamente, sólo que en este caso, al tratarse del Día del Juicio Final, se trata de almas que son arrojadas al Lago de fuego, el Infierno.

“El Reino de los cielos es como una red llena de peces”. Por último, queda un elemento de la parábola, la red, a la que no se le ha atribuido ninguna significación sobrenatural: ¿qué o quién es la red? La Red es Nuestro Señor Jesucristo, con la cual Dios atrapa a los peces, tanto a los vivos como a los muertos: Jesucristo es comparado con la red porque, al igual que hace una red de pescador, que atrapa peces vivos y muertos para llevarlos a la barca, así Jesucristo, con su gracia, quiere atraer a todos y a todos salvar en el Reino de los cielos, pero como el hombre es libre, hay muchos que escapan de la Red, que es Cristo –son los pescados en descomposición, los pecadores empedernidos, que viven y mueren, por libre decisión, en pecado mortal- y, por lo tanto, son separados para siempre de su Presencia. Los peces sanos y vivos, atrapados por la Red, que es Cristo, representan en cambio a los santos, aquellos que hicieron fructificar “el ciento por uno” a cada talento dado y, por lo tanto, son merecedores del Reino de los cielos.

lunes, 7 de enero de 2013

Tomó los panes y pronunció la bendición



          “Tomó los panes y pronunció la bendición” (cfr. Mc 5, 34-44). El milagro de la multiplicación de los panes y peces, por el cual Jesús alimenta a una multitud de más de cinco mil personas, es un signo que anticipa otro milagro, infinitamente más grandioso, y es el milagro de la conversión del pan y del vino en su Cuerpo y en su Sangre, con los cuales alimentará a toda la humanidad.
         Si en la multiplicación de panes y peces Jesús obra un prodigio maravilloso, como es el de multiplicar la materia inerte, en la conversión del pan y del vino en su Cuerpo y su Sangre, Jesús no multiplica la materia de cosas inertes, sino que convierte a la materia sin vida de las ofrendas, el pan y el vino, en fuente de vida y de vida eterna, porque los convierte en su Cuerpo resucitado, en su Sangre preciosísima, en su Alma Inmaculada, y en su Divinidad, que es la Vida Increada y fuente de toda vida creada.
         “Tomó los panes y pronunció la bendición”. Si el milagro de la multiplicación de panes y peces asombra -al comprobar la omnipotencia del Hombre-Dios, quien como Creador de la materia es capaz, más que multiplicar los átomos y las moléculas existentes, crear nuevos átomos y moléculas, obrando un signo que recuerda al Génesis, al instante de la Creación del universo-, aun así, siendo como es un signo admirable, al ser comparado con el Milagro de los milagros, la Eucaristía, es igual a nada, porque si en el milagro de los panes y peces Cristo crea materia inerte para alimentar los cuerpos humanos, en el altar eucarístico Cristo convierte a la materia inerte del pan y del vino en la materia glorificada de su Cuerpo humano resucitado y de su Sangre humana glorificada, a los cuales está unida su Alma humana, unida hipostáticamente a la Segunda Persona de la Santísima Trinidad.
         “Tomó los panes y pronunció la bendición”. El gesto de Cristo es imitado formal y materialmente por el sacerdote ministerial en la consagración eucarística, al tomar el pan de la patena y pronunciar sobre él la fórmula consagratoria, fórmula por la cual las substancias sin vida del ofertorio se convierten en el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo. Por esto, si los asistentes al milagro de la multiplicación de panes y peces podían considerarse afortunados, puesto que el Hombre-Dios obraba un milagro prodigioso para saciar el hambre de sus cuerpos, cuánto más debe considerarse afortunado quien asiste a la Santa Misa, en donde el Hombre-Dios no sacia el hambre corporal con trigo y carne de pescado, sino que sacia el hambre espiritual de Dios que todo hombre posee, con Pan de Vida eterna y Carne de Cordero, asada en el fuego del Espíritu Santo, alimentando de esta manera al alma con la substancia misma del Ser divino. 

sábado, 28 de julio de 2012

La multiplicación de panes y peces, anticipo del Pan de Vida eterna y de la Carne del Cordero



(Domingo XVII – TO – Ciclo B – 2012)
         “Jesús multiplicó panes y peces y dio de comer a la multitud” (cfr. Jn 6, 1-15). En una de las predicaciones de Jesús en Palestina, se reúne una multitud de más de diez mil personas, entre niños, jóvenes y adultos, según los cálculos del evangelista. Llegada la hora del almuerzo, y debido a la cantidad de gente que necesita ser alimentada, Jesús reúne a sus discípulos para deliberar acerca de las medidas a tomar para poder alimentar a tanta gente.
         En un primer momento, parecería una situación que en nada se diferencia de otras situaciones humanas, en las que se aglomeran cientos y miles de personas. Para afrontar la situación, Jesús quiere saber cuáles son las reservas alimenticias de los Apóstoles, las cuales consisten en nada más que “cinco cebadas de pan y dos pescados”, lo que resulta, a toda luces, completamente insuficiente. Agrava más la situación el hecho de que no hay tiempo, ni dinero, ni tampoco lugares disponibles en los cuales se pueda conseguir alimento. La situación parece insoluble, tanto más que, a la pregunta de Jesús acerca de dónde comprar pan, la respuesta es negativa. Jesús pregunta no porque no supiera qué hacer, sino porque quería poner a prueba a sus discípulos.
         Como en otras reuniones multitudinarias, la situación parecería ser la misma que se da cuando se congregan grandes multitudes: los organizadores del evento, deben procurar el acceso fácil a la alimentación, para que la gente no desfallezca de hambre.
         Hasta aquí, el episodio no se diferencia en nada a lo que sucede con los eventos multitudinarios en los que la muchedumbre supera las expectativas de los organizadores.
        Pero en donde empieza a diferenciarse de las situaciones humanas, es cuando interviene Jesús, quien obra un milagro que supera absolutamente a cualquier intento de solución por parte de los hombres: Jesús multiplica los panes y la carne de los peces, y de modo tan abundante, que todos comen hasta saciarse, y encima sobran doce canastos.
         La intervención de Jesús no está destinada a solamente satisfacer el hambre de la multitud: con la multiplicación milagrosa de panes y peces, quiere dar una señal, un signo, un anticipo, de otro milagro, infinitamente más grandioso que multiplicar milagrosamente panes y carne de pescado, y es el Milagro de los milagros, en el cual, por el poder omnipotente de Dios Trino, en al altar el pan se convierte en la carne del Cordero de Dios y el vino en su Preciosísima Sangre.
A su vez, el milagro de la multiplicación de panes y pescados, que anticipa y prefigura la multiplicación del Pan de Vida eterna y de la carne del Cordero en el altar eucarístico, está prefigurado en el episodio del Antiguo Testamento, en el que Yahveh alimenta a la multitud que peregrina hambrienta en el desierto, dándoles de comer a los israelitas, carne de codornices y pan, el maná del cielo (cfr. Éx 16, 11-15).
Este hecho milagroso, acaecido en el Antiguo Testamento, es también, al igual que la multiplicación de panes y peces en el Nuevo Testamento, un anticipo y una figura del Milagro de los milagros, la conversión del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre de Jesús en la Santa Misa.
      Así como en el desierto, en su peregrinación a la Tierra Prometida, el Pueblo Elegido, Yahvéh obra para ellos el milagro del maná del cielo y de las codornices, además del agua que brota de la roca luego de golpear Moisés su bastón: “(…) Entre las dos tardes comeréis carne  y por la mañana os hartaréis de pan; y conoceréis que Yo soy Yahvéh, vuestro Dios” (cfr. Éx 16, 12), así también Jesús, en la Santa Misa, multiplica el Pan de Vida eterna y la carne del Cordero en el altar eucarístico, para que el alma se colme de esa agua límpida que es la gracia del Sagrado Corazón.
     Al donarles el maná, pan milagroso bajado del cielo, y al donarles también milagrosamente carne de codornices, Dios muestra su amor sin límites hacia el Pueblo Elegido, ya que no los deja perecer de hambre; del mismo modo, el milagro de Jesús, de multiplicar panes y peces, es una muestra sin par del mismo amor misericordioso de Yahvéh, porque así como Yahvéh obró con misericordia, así, por misericordia, obra Jesús, multiplicando el alimento para que los discípulos no  padezcan hambre.
       Pero hay alguien que continúa la obra de amor misericordioso de Yahvéh y de Jesús, y es la Santa Madre Iglesia: así como el Pueblo Elegido recibió el maná del cielo y carne de aves; así como Jesús, Hombre-Dios de amor infinito, obrando en Persona, multiplica los panes y la carne de pescado, así también la Santa Madre Iglesia multiplica, en cada santa misa, la Carne del Cordero de Dios y el Pan Vivo bajado del cielo.
       Este último milagro, anticipado por el episodio del desierto y por la multiplicación de panes y peces, es un milagro infinitamente más grande; es el Milagro de los milagros, que muestra, en sí mismo, la inmensidad infinita del Amor eterno que Dios Trino experimenta por el hombre.
        La conversión del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre obrada por la Iglesia en cada Santa Misa, constituye un milagro incomparablemente mayor que los realizados por Yahvéh en el  Antiguo Testamento y por el mismo Jesús en la multiplicación de panes y peces, puesto que mientras en el episodio del Evangelio Jesús multiplica solamente pan material, hecho de harina y agua, y carne de pescado, y lo hace para satisfacer el hambre corporal de la multitud, alimentándolos con alimentos puramente materiales.
       Por el contrario, en la Santa Misa, Jesús dejará para su Iglesia el don de su  Cuerpo y su Sangre de resucitado, con lo cual demuestra un amor infinitamente más grande que el maná del desierto y que el mismo milagro suyo de los panes y peces, ya que la Eucaristía extra-colma y extra-sacia el apetito del alma con la substancia divina y humana del Hombre-Dios, de Dios Hijo hecho hombre sin dejar de ser Dios.
         Yahvéh en el Antiguo Testamento, Jesús en Palestina, la Iglesia en el mundo y en la historia: los tres obran milagros portentosos, multiplicando, respectivamente, carne de codornices y pan del cielo, carne de pescado y pan de harina y agua, y carne del Cordero de Dios y Pan de Vida Eterna. De estos tres milagros portentosos, es la Iglesia la que obra un milagro infinitamente más portentoso que el de Yahvéh en el Antiguo Testamento y que el de Jesús en el evangelio, porque Yahvéh multiplica carne de codornices y pan, Jesús, panes y peces, mientras que la Iglesia santa multiplica el Pan de Vida Eterna y la Carne del Cordero de Dios.
       En el Nuevo Testamento, los que se dan cuenta de que Jesús ha obrado un milagro, la multiplicación de panes y peces, dicen, asombrados: “Éste es, verdaderamente, el Profeta que debía venir al mundo”. Así mismo, nosotros, que en la iglesia santa asistimos a la multiplicación de la carne del Cordero y del Pan de Vida eterna, el cuerpo resucitado de Jesús de Nazareth, debemos exclamar, llenos de asombro y de admiración agradecida: “La Iglesia Católica es la verdadera Iglesia del único Dios verdadero”.
        Por último, los cristianos debemos considerarnos inmensamente más afortunados que los israelitas peregrinando en el desierto, y que la multitud que recibió el milagro relatado por el Evangelio, porque para ellos, Jesús multiplicó panes y peces, pero no les dió a comer de su Cuerpo y de su Sangre; a nosotros nos alimenta con un manjar de ángeles, su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad. Para recibir dignamente este alimento celestial, es que el alma debe vivir de Dios y de su Amor, rechazando aunque sea la más mínima deliberación en obrar el mal, y perdonar a sus enemigos, y obrar la misercordia para con el prójmo.