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jueves, 10 de abril de 2025

Domingo de Ramos en la Pasión del Señor

 


(Domingo de Ramos en la Pasión del Señor - Ciclo - C – 2025)

         El Domingo de Ramos, días antes de su Pasión y Muerte en Cruz, Jesús, lleno de majestad y aclamado por todos los habitantes de la Ciudad Santa, ingresa en Jerusalén, montado sobre un asno. Un ícono bizantino representa a Jesús como Rey, vestido con una túnica y un manto: estas dos prendas distintas indican sus dos distintas naturalezas, la humana y la divina[1], unidas hipostáticamente, personalmente, a la Persona Divina de Dios Hijo y esto debido a que ese Jesús que ingresa humildemente montado en un asno, ese Cristo es Dios. El asno sobre el que monta Jesús le sirve como de trono, cumpliéndose así la profecía de Zacarías: “Decid a la hija de Sión: “He aquí que tu Rey viene a ti manso y montado en una asna…” (Lc 19, 28). A pesar de ser Rey del universo, Rey de ángeles y hombres, a pesar de ser Él el Hombre-Dios, ante Quien “toda rodilla se dobla, en el cielo y en la tierra”, sin embargo el ingreso de Jesús a Jerusalén no es al modo de los príncipes y reyes victoriosos de la tierra, los cuales ingresan rodeados de sus ejércitos, acompañados de gran fasto y pompa y aclamado por multitudes que vitorean sus triunfos terrenos: Jesús no ingresa montado en un brioso caballo blanco, lleno de energía, que pisotea a sus enemigos; ingresa como un Rey pacífico, montado en un asno, que avanza lento, con paso cansino; su ingreso a Jerusalén no está precedido por el desfile marcial y victorioso de un ejército; su ingreso no es a todo lujo; no hay ostentación sino que lo que predomina es la humildad y en esta humildad es aclamado por el Pueblo Elegido, que se alegra por la Llegada de su Mesías y que se alegra porque el Dios misericordioso camina entre ellos, curándolos, sanándolos, dándoles de comer, compadeciéndose de ellos.

         El Domingo de Ramos Jesús ingresa a la Ciudad Santa como un rey y también como un Rey será crucificado el Viernes Santo, luego de salir de Jerusalén, para dirigirse al Monte Calvario. Ingresa el Domingo de Ramos como Rey, como Rey sale de Jerusalén el Viernes Santo, portando sobre Sí la cruz por aquellos mismos que habrán de darle muerte en cruz.

El Domingo de Ramos la multitud recibe exultante de alegría a su Rey, cantando hosannas, entonando aleluyas y alfombrando su paso con hojas de palma. Pero la misma multitud que lo aclama el Domingo de Ramos, es la misma multitud que pedirá desaforadamente a gritos su crucifixión; los mismos habitantes de Jerusalén que el Domingo de Ramos lo aclaman, son los que lo crucificarán y blasfemarán en el Monte Calvario, el Viernes Santo; los mismos que le tienden palmas a su paso, son los que lo colmarán de trompadas, puñetazos, bofetadas, patadas, empujones, salivazos. Si el Domingo se alegran por su Mesías y se acuerdan de las maravillas que obró por ellos, el Viernes habrán olvidado todo bien y la benedicencia será reemplazada por la maledicencia y el recuerdo de los milagros será olvidado por completo, como si todos sufrieran una repentina amnesia colectiva.

En su camino al Calvario, en medio de la lluvia de golpes, puñetazos, trompadas y salivazos, Jesús recordará su entrada triunfal en Jerusalén y en ese momento, deteniendo el tiempo, dirá a cada uno, a uno por uno: “¿Por qué me golpeas con tanto furor? ¿Qué te hice de malo? Pueblo Mío, respóndeme, ¿qué te hice para merecer tu furia? ¿Acaso no te demostré mi Amor y mi Misericordia curando tus heridas, resucitando tus muertos, expulsando los demonios que desde el Infierno te atormentan? ¿Por cuál de estas obras me golpeas? ¿Por qué crucificas a tu Dios?”

Entonces, los mismos que el Domingo de Ramos tienden palmas a su paso, son los mismos que piden una corona de espinas para su Mesías; los mismos que lo alaban como Mesías, son lo que el Viernes Santo dirán que no tienen otro rey que el César; los mismos que cantan hosannas y aleluyas, son los que lo maldecirán y lo salivarán en su Sagrado Rostro.

La misma multitud que se alegra por su ingreso en Jerusalén el Domingo de Ramos, es la misma multitud que el Viernes Santo lo habrá de crucificar.

Ahora bien, en esta multitud debemos vernos identificados nosotros, porque son nuestros pecados los que crucifican a Cristo. Renovamos y actualizamos místicamente su crucifixión, cada vez que obramos el mal, cada vez que somos violentos, injustos, necios, mentirosos, vanidosos, faltos de caridad.

Puesto que la Ciudad Santa de Jerusalén es imagen del alma del cristiano, el ingreso de Jesús a Jerusalén el Domingo de Ramos se actualiza toda vez que Jesús ingresa en nuestras almas en gracia por la Eucaristía; esa es la razón por la cual, así como Jesús ingresó en Jerusalén el Domingo de Ramos, así Jesús ingresa en el alma por la comunión eucarística. De la misma manera, cada vez que el alma comete un pecado mortal, expulsa de sí misma a su Rey y Mesías, tal como lo hizo la Ciudad Santa, para crucificarlo en el Monte Calvario el Viernes Santo. Hagamos el propósito de que nuestros corazones sean como las palmas tendidas a sus pies y que nuestras bocas y nuestras obras lo alaben y aclamen. Que siempre seamos, en esta vida, como la multitud del Domingo de Ramos, que se alegra por su Presencia y por su ingreso en nuestras almas por la Eucaristía y que nunca seamos como la multitud del Viernes Santo, que por el pecado arroja de sí misma a Jesús y pide que “su sangre caiga sobre sus cabezas” (Mt 27, 25).



[1] Cfr. Castellano, J., Oración ante los íconos. Los misterios de Cristo en el año litúrgico, Centro de Pastoral Litúrgica, Barcelona 1993, 102.


sábado, 22 de junio de 2024

“¿Quién es Éste? ¡Hasta el viento y el agua le obedecen!”

 


(Domingo XII - TO - Ciclo B – 2024)

         “¿Quién es Éste? ¡Hasta el viento y el agua le obedecen!” (Mc 35-40). En este episodio del Evangelio, suceden varios hechos significativos: mientras Jesús y los discípulos se trasladan en barca “a la otra orilla” -por indicación de Jesús-, se produce un evento climatológico inesperado, de mucha violencia, que pone en riesgo la barca y la vida de los que estaban navegando. Dice así el Evangelio: “Se levantó un fuerte huracán, y las olas rompían contra la barca hasta casi llenarla”. Como consecuencia de este huracán inesperado, la barca corría un serio peligro de hundirse; pero lo más llamativo del caso es que, en medio de la tormenta, y con las olas llenando la barca, Jesús duerme y a tal punto, que los discípulos tienen que despertarlo: “Él (Jesús) estaba a popa, dormido sobre un almohadón. Lo despertaron, diciéndole: “Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?”. (Jesús) Se puso en pie, increpó al viento y dijo al lago: “¡Silencio! ¡Cállate!”. El viento cesó y vino una gran calma”. Él les dijo: “- ¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?”. Entonces, hay dos hechos llamativos: el repentino huracán, que pone en peligro a la barca y la vida de los que están en ella y el sueño de Jesús, Quien a pesar de la violencia del viento y de las olas, duerme. Un tercer hecho llamativo es la dura reprimenda de Jesús a sus discípulos, aunque cuando reflexionamos sobre esta reprimenda de Jesús, en la misma se encuentra tal vez la razón por la cual Jesús dormía mientras la barca corría peligro de hundirse: y la razón por la cual Jesús reprende a sus discípulos es porque Él confiaba en la fe de sus discípulos; Él confiaba en que sus discípulos tendrían fe en Él y que, a través de Él, actuando como intercesores, lograrían detener la violencia de la tormenta. La fe -en Cristo Jesús- es creer en lo que no se ve, es creer en Jesús y en su poder divino, la fe es creer en Jesús en cuanto Hombre-Dios, aun cuando no lo vemos, y es por eso que Jesús duerme, porque confiaba en que sus discípulos, ante la tormenta peligrosa, actuarían como intercesores, orando y obteniendo de Él el poder de Él, de Jesús, para detener la tormenta, para calmar el viento y el mar, sin necesidad de ir a despertarlo, por eso les recrimina su falta de fe, de lo contrario, no tendría sentido esta recriminación de parte de Jesús. Y cuando reflexionamos un poco más, nos damos cuenta que así es como obraron los santos a lo largo de la historia de la Iglesia Católica: rezaron a Jesús y obtuvieron de Él innumerables milagros, actuando así como intercesores entre los hombres y el Hombre-Dios Jesucristo.

         Otro paso que debemos hacer para poder apreciar este episodio en su contenido sobrenatural es el hacer una transposición entre los elementos naturales y sensibles y los elementos preternaturales y sobrenaturales, invisibles e insensibles.

         Así, el mar embravecido representa a la historia humana en su dirección anticristiana, en su espíritu anticristiano: es el espíritu del hombre que, unido y subyugado al espíritu demoníaco, busca destruir, mediante diversas ideologías -comunismo, marxismo, ateísmo, liberalismo, nihilismo- y religiones anticristianas y falsas -budismo, hinduismo, islamismo, protestantismo, etc.- a la Iglesia Católica, ya sea mediante revoluciones, guerras civiles, atentados, o persecuciones cruentas o incruentas, etc.; el viento en forma de huracán, el viento destructivo, que embiste con violencia a la Barca de Pedro, la Iglesia Católica, representa más directamente al espíritu luciferino, esta vez por medio de la Nueva Era y sus innumerables sectas y representaciones malignas y sus prácticas paganas y supersticiosas -ángeles de la Nueva Era, ocultismo, Wicca, hechicería, brujería, satanismo, esoterismo, coaching, viajes astrales, árbol de la vida, ojo turco, mano de Fátima, atrapasueños, duendes, hadas, unicornios, etc.-; la Barca de Pedro, en la que van Jesús y los discípulos, es la Santa Iglesia Católica, Apostólica y Romana, que navega en los turbulentos mares del tiempo y de la historia humana hacia su destino final, la feliz eternidad en el Reino de los cielos; Jesús Dormido y recostado en un almohadón, en la popa de la Barca, es Jesús Eucaristía, Quien parece, a los sentidos del hombre, estar dormido, en el sentido de que no podemos verlo, ni escucharlo, ni sentirlo, aunque también, vistos los acontecimientos en la Iglesia y en el mundo, parecería que está dormido, pero no lo está, Jesús es Dios y está observando atentamente cómo nos comportamos, en la Iglesia y en el mundo y registra cada movimiento, cada pensamiento, cada acto, cada palabra, de manera que todo queda grabado, por así decirlo, para el Día del Juicio Final, por lo que de ninguna manera Jesús está dormido, siendo todo lo contrario, somos nosotros los que, como los discípulos en el Huerto de los Olivos, cuando Jesús les pidió que orasen con Él, en vez de orar, se quedaron dormidos, así somos la mayoría de los cristianos, estamos como dormidos, mientras que los enemigos de Dios y de la Iglesia están muy despiertos, obrando todo el mal que les es permitido obrar.

         “¿Quién es Éste? ¡Hasta el viento y el agua le obedecen!”. El Hombre-Dios Jesucristo, oculto a nuestros sentidos, está en Persona en la Eucaristía. A Él le obedecen los Tronos, las Dominaciones, las Potestades, las Virtudes, los Ángeles, los Arcángeles; ante Él las miríadas de ángeles se postran en adoración perpetua y entonan cánticos de alabanzas y de alegría celestial; ante Él, el Cordero de Dios, los Mártires, los Doctores de la Iglesia, las Vírgenes, las multitudes de Santos, se postran en adoración y se alegran en su Presencia; ante Él, el universo se vuelve pálido y su majestad queda reducida a la nada; ante Él, el Infierno enmudece de pavor; ante Él, el viento y el agua le obedecen. Solo el hombre que vive en la tierra y más específicamente, el hombre de los últimos tiempos, no le obedece; solo el hombre de los últimos tiempos, el hombre próximo al Fin de fines -cada día que pasa es un día menos para el Día del Juicio Final-, no solo no le obedece, no solo no toma su Cruz y lo sigue por el Camino del Calvario, sino que, arrojando lejos de sí a la Cruz, la pisotea, reniega de la Cruz y sigue por un camino opuesto al Camino Real de la Cruz, un camino que lo aleja cada vez más de la salvación, un camino siniestro, oscuro, un camino en el que las sombras están vivas, porque son demonios y si el hombre no se detiene a tiempo, esas sombras vivientes serán su compañía para siempre, para siempre, y eso lo habrá merecido por la sencilla razón de no haber querido obedecer al Hombre-Dios Jesucristo, Aquel a Quien hasta el viento y el agua obedecen.


domingo, 17 de septiembre de 2023

“Muchacho, a ti te digo, levántate”

 


“Muchacho, a ti te digo, levántate” (Lc 7, 11-17). Jesús, el Hombre-Dios, realiza un milagro admirable, un milagro que revela a todo el que lo contempla el infinito poder de Dios, su omnipotencia, su omnisciencia, su Amor, infinito y eterno, por la humanidad. En el Evangelio se relata algo que es común para los hombres desde la caída de Adán y Eva y es la muerte: según el relato, al acercarse Jesús a la ciudad de Naín, se encuentra con una muchedumbre que acompaña a una madre viuda que acaba de perder a su hijo el cual, ya envuelto en la sábana mortuoria, es llevado en procesión hasta su lugar de sepultura. Jesús, siendo Él el Dios que creó a ese muchacho, siendo Él el Dios que creó al hombre y lo dotó de vida, ahora, con su poder divino, no solo restablece el cuerpo rígido del joven muerto, sino que ordena a su alma que regrese al cuerpo, para que así el cuerpo, restablecido por Jesús, cobre vida por el alma, que es la que le da la vida natural. Así Jesús demuestra no solo su gran poder divino, sino también su gran amor por los hombres, porque solo por su gran misericordia y nada más que por su gran misericordia, regresa a la vida natural al hijo único de la viuda de Naín, concediéndole a esta la más grande de sus alegrías terrenas, el ver volver a la vida a su hijo muerto.

Pero este milagro de resurrección corporal es figura de otro milagro, inmensamente más asombroso y es otra resurrección, pero esta vez espiritual, por acción de la gracia santificante. En efecto, toda vez que el alma comete un pecado mortal, muere a la vida de la gracia, a la vida de los hijos de Dios y esa es la razón por la que se llama “mortal” y el alma queda así, irremediablemente muerta, sin posibilidad alguna de volver a vivir, porque ninguna fuerza humana ni angélica puede dar al alma la gracia santificante, la participación en la vida de la Trinidad. Pero Jesús, siendo Dios Hijo, siendo Él la Gracia Increada, de cuyo Corazón traspasado en la cruz brota la vida de las almas, la Sangre y el Agua que es la gracia santificante, actuando a través del sacerdote ministerial, en el Sacramento de la Confesión, con su divino poder no solo borra el pecado mortal confesado, sino que además le concede nuevamente la participación en la vida divina, en la vida de la Santísima Trinidad, haciendo que el alma regrese a su  vida nueva de hija adoptiva de Dios.

         “Alma, a ti te digo, levántate”. Cada vez que nos confesamos sacramentalmente, resuena en lo más profundo de nuestro la Sagrada Voz que nos creó, nos redimió y nos santificó.

martes, 29 de agosto de 2023

“¡Ay de vosotros, fariseos hipócritas!”

 


“¡Ay de vosotros, fariseos hipócritas!” (Mt 23, 27-32). Jesús trata muy duramente a los fariseos, quienes eran un movimiento político-religioso judío, creían en la Ley de Moisés y ejercían las funciones sacerdotales judías, haciendo hincapié en la pureza sacerdotal, tanto para ellos, los fariseos, como para el resto del Pueblo Elegido[1]. Luego formarían la base para el judaísmo rabínico, surgido en el siglo II d. C. A pesar de esto, es decir, a pesar de formar una parte importante para el Pueblo Elegido, puesto que eran los sacerdotes en el tiempo de Jesús, Él, Jesús, los trata muy duramente, calificándolos de “hipócritas”.

Ahora bien, siendo Jesús el Hombre-Dios y el Sumo y Eterno Sacerdote, no hace esta acusación en vano y acto seguido, da las razones del porqué les dice esto: los fariseos, según el dictamen de Jesús, habían invertido la Ley de Moisés y habían reemplazado el amor a Dios y al prójimo, por el amor egoísta a sí mismos, porque buscaban ser reconocidos por los hombres, buscaban el halago de sí mismos y además se apropiaban indebidamente de los tesoros del templo; además, exigían a los demás el cumplimiento de normas absurdas, que eran normas inventadas por ellos, colocando el cumplimiento de estas normas humanas, por encima del primer y más importante mandamiento de la Ley, el amor a Dios y al prójimo.

Esta inversión de la Ley, dejar de lado el mandamiento de amar a Dios y al prójimo, por normas humanas inventadas por los fariseos mismos y el deseo de vanagloria y de bienes materiales, es lo que lleva a Jesús a calificarlos de “hipócritas”, porque hacia afuera, hacia los demás, aparentaban piedad, devoción y amor a Dios, mientras que por dentro, estaban “llenos de rapiña”, como les dice Jesús, comparándolos con las tumbas de los cementerios: por fuera parecen hermosos, pero por dentro están llenos de cadáveres en proceso de putrefacción, porque se aman a sí mismos y no a Dios en primer lugar, cometiendo el mismo pecado de soberbia del Ángel caído, Satanás.

 “¡Ay de vosotros, fariseos hipócritas!”. No debemos creer que la dura acusación de Jesús a los fariseos se limita a ellos: también nosotros, que formamos el Nuevo Pueblo Elegido, podemos cometer los mismos pecados de los fariseos, la soberbia, la avaricia, la auto-idolatría y, por lo tanto, podemos ser objetos de la misma acusación de Jesús. Para que esto no suceda, debemos esforzarnos por hacer lo que Jesús nos dice en el Evangelio: “Aprendan de Mí, que soy manso y humilde de corazón”.

sábado, 26 de agosto de 2023

“Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia y el poder del Infierno no prevalecerá”



 (Domingo XXI - TO - Ciclo A – 2023)

“Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia y el poder del Infierno no prevalecerá” (Mt 16, 13-20). En este Evangelio podemos ver, por un lado, cómo la constitución de la Iglesia es jerárquica, no por disposición humana, sino por disposición divina, de manera tal que es vertical y jerárquica y si quisiéramos graficarla, deberíamos hacerlo con el trazo de un pirámide: comienza con el extremo superior, en donde está la Santísima Trinidad, esto es, Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo; puesto que Dios Padre pide a Dios Hijo que, por el Amor Divino, el Espíritu Santo, se encarne en el seno purísimo de María en la Humanidad Santísima de Jesús de Nazareth, luego de la Trinidad viene Dios Hijo encarnado en Jesús de Nazareth, por lo cual, Jesús es Dios Hijo encarnado, el Verbo de Dios hecho hombre sin dejar de ser Dios, que asume y une a su Persona Divina una naturaleza humana, la naturaleza de Jesús de Nazareth, siendo por lo tanto Jesús de Nazareth no un hombre santo, sino Dios Tres veces Santo, encarnado en la Humanidad Santísima de Jesús de Nazareth; por debajo de Jesús, el Hombre-Dios, se encuentra su Vicario, el Papa, designado por voluntad del mismo Jesucristo, quien es el depositario de la Fe de la Iglesia y es partícipe de la totalidad del poder sacerdotal de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote, de ahí que el poder del Vicario de Cristo se derive de su unión, por la fe y por la gracia, al Hombre-Dios Jesucristo; luego viene el Colegio Apostólico, formado por los Cardenales; luego vienen los obispos, sucesores de los Apóstoles al igual que los Cardenales y esto es algo muy importante, porque tanto el Papa, como los Cardenales y los Obispos, deben estar unidos al Hombre-Dios Jesucristo en comunión de fe, de amor y de gracia, lo cual quiere decir que si alguno se aparta de la Verdad revelada por Jesucristo, emprende un peligroso camino que lo puede conducir, si no se rectifica, a la apostasía, es decir, a abandonar la Iglesia. Luego vienen los sacerdotes ministeriales, ordenados por los obispos, quienes deben realizar el Juramento Antimodernista, de manera de mantenerse fieles a la Santa Fe de la Iglesia Católica, fe que se deriva, como vimos, del Papa, del Colegio Apostólico y de los sucesores de los Apóstoles, los obispos. Por último, formando la base de la pirámide, se encuentran los fieles laicos, aquellos que han recibido el Bautismo sacramental y que por eso mismo forman parte viva del Cuerpo Místico de Jesucristo, siendo animados por el Espíritu Santo, aunque esto también es siempre y cuando los fieles laicos se mantengan firmes en la profesión de fe inscripta en el Credo de los Apóstoles. Entonces, como dijimos al principio, la Iglesia Católica, la Iglesia del Hombre-Dios Jesucristo, es jerárquica y vertical; no es democrática y su fe no se deriva de la “consulta” o del “escrutinio”, ni del Pueblo de Dios -los bautizados-, ni mucho menos de quienes no están bautizados y pertenecen a otras religiones o sectas. Intentar modificar la estructura verticalista y jerárquica de la Iglesia, para modificar sus dogmas y su fe, es una temeridad equiparable a la soberbia y orgullosa vanidad del Demonio en los cielos, soberbia y vanidad que le valió perder para siempre la amistad con Dios.

El otro aspecto que podemos ver es que la fe del Vicario de Cristo, que es la fe de la Iglesia, está dada no por razonamientos humanos, sino por el Espíritu Santo y esta consiste en creer en los misterios sobrenaturales absolutos: Dios Uno y Trino, la Encarnación del Verbo por obra del Espíritu Santo, la prolongación de la Encarnación en la Eucaristía. Como dijimos, la fe del Vicario de Cristo, es decir, el Papa, no es el resultado de elucubraciones teológicas de Concilios, Sínodos o reuniones de teólogos, sino que es inspiración del Espíritu Santo; en otras palabras, es Dios Uno y Trino quien determina cuál es la Santa Fe de la Iglesia Católica y no los hombres. A esto es a lo que se refiere Jesucristo y es esto lo que Él quiere decir cuando le dice a Pedro: “Esto -el reconocer a Jesucristo como Dios Hijo y como Mesías- no te lo ha revelado la carne y la sangre -el razonamiento del ser humano- sino el Espíritu de Dios, el Espíritu del Padre y del Hijo”. Por esta razón, porque la fe del Vicario de Cristo es un don divino, un don de la Santísima Trinidad, que se basa a su vez en la realidad de la naturaleza celestial de la Trinidad y en la veracidad de la Encarnación del Verbo, sería una temeridad demoníaca, sin precedentes, el intentar cambiar la Santa Fe Católica por otra fe “racional” o “racionalista”, elaborada por el ser humano y adecuada a los estrechos límites de la razón humana.

Un último aspecto que podemos considerar en este Evangelio es que, por promesa de Nuestro Señor Jesucristo, la Iglesia Católica nunca será derrotada por el Infierno: “el poder del Infierno no prevalecerá”. Esto no quiere decir que la Iglesia no sufra ataques del Infierno, que los ha sufrido y los sufre, sino que no perecerá, porque será asistida siempre por el Espíritu Santo, concediéndole siempre el triunfo sobre sus enemigos, aun cuando todo parezca humanamente perdido.

“Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia y el poder del Infierno no prevalecerá”. Debemos mantenernos fieles a la Santa Fe de la Iglesia, la fe que está inscripta en el Credo y de tal manera, que debemos estar dispuestos a dar la vida antes que cambiar una coma o una “i” de la santa fe católica, que se origina en el misterio salvífico de Nuestro Señor Jesucristo.


lunes, 3 de julio de 2023

"Dos endemoniados le salieron a su encuentro"

 


“Dos endemoniados le salieron a su encuentro” (Mt 8, 28-34). En este breve pasaje del Evangelio, se relata casi la totalidad del misterio salvífico de Jesús: por un lado, se encuentran dos seres humanos, poseídos por demonios, por ángeles caídos; por otro lado, está Jesús, que expulsa a los demonios que poseían a los hombres, dejándolos liberados y en completa calma.

Es decir, en este Evangelio no solo se describen los únicos tres tipos de personas que hay en el universo -las Personas Divinas, las personas angélicas, las personas humanas-, sino también una de las principales victorias de Jesús, el Hombre-Dios, con su Encarnación: vino para quitarnos el pecado, para destruir la muerte, para concedernos la gracia de la filiación divina y, también, para vencer al Demonio, el Ángel rebelde. Este Evangelio destruye la negación de uno de los aspectos de la fe por parte de quienes eligen qué creer y qué no creer y es la existencia del Demonio. El Demonio no es un “hábito malo”, o un “mal impersonal” o una “fantasía”, o una “creación de una sociedad antigua religiosa” como la hebrea pre-cristiana: el Demonio es un ángel y un ángel es una persona y como persona, se caracteriza por lo que caracteriza a toda persona, el tener inteligencia y voluntad, es decir, capacidad de entender y capacidad de amar. En el caso del Demonio, es un ángel que, haciendo mal uso de su libertad, decidió, libremente, oponerse a la razón por la cual Dios Uno y Trino creó a los ángeles y a los hombres: para que lo amen, lo sirvan y lo adoren. El Demonio se observó a sí mismo con la hermosura con la cual había sido creado y, en vez de amar y dar gracias a la Trinidad por haber sido creado con tanta hermosura y perfección, decidió renegar de Dios e invertir el fin para el que había sido creado; por lo tanto, en vez de adorar y amar a las Tres Divinas Personas de la Trinidad, decide amarse a sí mismo y adorarse a sí mismo, perdiendo en el acto la gracia que lo unía a Dios, pero sin perder su naturaleza angélica, por lo cual sigue poseyendo las características de un ángel, todas inmensamente superiores a la naturaleza humana, como por ejemplo la inteligencia, la velocidad de desplazamiento, etc. Creer en el Demonio forma parte del Depósito de la Fe de la Santa Iglesia Católica; quien dice: “yo no creo en el Demonio”, no cree en un punto esencial de la Fe de la Iglesia, porque Jesucristo, además de vencer en la Cruz del Calvario a la muerte y al pecado, vence al Demonio, enemigo de Dios y de la humanidad.

“Dos endemoniados le salieron a su encuentro”. Jesús exorciza a los endemoniados, expulsando los demonios a una piara de cerdos, los que terminan precipitándose desde un abismo hacia un lago; con esto demuestra su divinidad, porque ni el hombre ni el ángel, pueden realizar un exorcismo, esto es, la expulsión del demonio del cuerpo de un ser humano poseso. A quien no quiera creer en la existencia del Demonio, debería leer y releer este pasaje del Evangelio, para no salir de la Fe de la Iglesia Católica, o para retornar a la misma, si es que en algún momento no fue. El católico debe creer en el Demonio como Ángel caído, para obviamente alejarse de él y unirse a Jesucristo, el Hombre-Dios, el Único que puede librarnos de este monstruo del Infierno.

domingo, 2 de julio de 2023

“Increpó a los vientos y al lago y vino una gran calma”

 


“Increpó a los vientos y al lago y vino una gran calma” (Mt 8, 23-27). El evangelio relata un episodio que parece extraño, pero que tiene su significado sobrenatural. En el episodio Jesús sube a la barca seguido por sus discípulos y comienzan a navegar. Estando ya en mar abierto, el Evangelio relata que “se levantó un gran temporal, tan fuerte, que la barca desaparecía entre las olas”. El aspecto que puede resultar extraño en este episodio, no es tanto la tormenta que amenaza con hundir a la barca, lo cual no es poco frecuente, es algo que sucede a menudo en el mar; lo extraño es la actitud de Jesús: en medio de la tormenta, está “dormido”, dice el Evangelio, en la barca.

Luego, en un momento determinado, cuando la tormenta se hace más fuerte y el peligro de hundimiento es prácticamente irreversible, los discípulos se acercan a Jesús y lo despiertan, pidiéndole que los salve: “¡Señor, sálvanos, que nos hundimos!”. Antes de hacer el milagro de calmar la tormenta, Jesús se dirige a los discípulos, también con una frase que llama mucho la atención: “¡Hombres de poca fe!”. Dicho esto, Jesús se pone en pie, increpa a los vientos y al mar y la tormenta desaparece en el acto y sobreviene “una gran calma”.

¿Cuál es el sentido sobrenatural del episodio del Evangelio?

La barca a la cual sube Jesús es la Santa Iglesia Católica; Jesús es su Gran Capitán, quien conduce a la Barca de la Iglesia a la vida eterna; el mar agitado, turbulento, es el mal que embiste a la Iglesia y la persigue, buscando hundirla  y ese mal está personificado en el Demonio y los ángeles apóstatas, además de los hombres impenitentes que odian a la Iglesia Católica; el punto en el que la Barca está a punto de hundirse, es la situación crítica que vivirá la Iglesia, profetizada en el Catecismo de la Iglesia Católica en su numeral seiscientos setenta y cinco, esto es, “una situación calamitosa al interno de la Iglesia, que sacudirá la fe” de los creyentes católicos; el hecho de que Jesús duerme en medio de la tormenta, significa que, en medio de esta situación catastrófica de la Iglesia Católica, antes de la Venida de Cristo, todo parecerá humanamente perdido, parecerá que Jesús no está en su Iglesia o que si está, da la apariencia de que Jesús está dormido, tal como sucede en el Evangelio; el milagro que hace Jesús, el calmar la tormenta solo con su voz, indica que Él es Dios Hijo, indica su divinidad, por lo tanto, que es el Hombre-Dios; por último, las palabras de Jesús a los discípulos antes de hacer el milagro, calificándolos de “hombres de poca fe”, se refieren a nosotros, los fieles católicos, que por nuestra falta de fe en Cristo precisamente como Hombre-Dios, nos asustamos ante los acontecimientos, que por fuertes que puedan ser, no están en absoluto fuera del control de Jesús Eucaristía.

Por medio de la Virgen, dejemos nuestras vidas a los pies de Jesús Eucaristía y que sea Él quien nos conceda su paz, cuando sea su santa voluntad.

jueves, 16 de diciembre de 2021

“Genealogía de Jesucristo, hijo de David”

 


“Genealogía de Jesucristo, hijo de David” (Mt 1, 1-17). Este Evangelio es muy importante porque demuestra que Jesús de Nazareth no fue un mito o una invención de las primeras comunidades cristianas, como muchas teorías ateas y anticristianas lo sostienen, ya que a través de este Evangelio, se puede rastrear el origen humano del Señor Jesús. Sin embargo, a este Evangelio se lo debe complementar con el Evangelio de la Anunciación, en donde se demuestra que Jesús de Nazareth es el Hijo de Dios encarnado. Es decir, puesto que Jesús de Nazareth es Dios y hombre al mismo tiempo, con dos naturalezas, sin mezcla ni confusión, unidas estas naturalezas en la Persona divina del Verbo de Dios, la Segunda Persona de la Trinidad, es necesario no solo comprobar su origen humano, de su naturaleza humana, sino también su origen divino, el de su Persona divina y esto por medio del Evangelio de la Anunciación. En efecto, en este Evangelio, el Ángel le anuncia a María que concebirá “por obra del Espíritu Santo”, esto es, sin concurso de varón; por otra parte, le dice que el fruto de la concepción será llamado “Hijo del Altísimo” y el Hijo del Altísimo no es otro que el Hijo de Dios, el Verbo del Padre, la Sabiduría de Dios, la Segunda Persona de la Trinidad. De manera tal que, según el Anuncio del Ángel a la Virgen, Aquel que será concebido en su seno virginal, no será el fruto de una relación esponsal humana, sino una obra de Dios Uno y Trino y el que se encarnará en su seno no será un niño entre tantos, sino el Niño Dios, la Segunda Persona de la Trinidad.

La Genealogía de Nuestro Señor Jesucristo, unida al Evangelio de la Anunciación, nos demuestran claramente que el fruto del seno de la Virgen no es un hombre, sino Dios hecho hombre sin dejar de ser Dios y por eso uno de los nombres propios del Hijo de la Madre de Dios es el de “Hombre-Dios”. Su condición de hombre perfecto está atestiguada por el Evangelio de la genealogía; su condición de Dios Hijo, está atestiguada por el Evangelio de la Anunciación. Es este Hombre-Dios el que nace en Belén como Niño Dios y es el mismo que se nos entrega, con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, en cada Eucaristía.

sábado, 4 de diciembre de 2021

“No ha nacido uno más grande que Juan el Bautista, aunque el más pequeño en el Reino de los cielos, es más grande que él”

 


“No ha nacido uno más grande que Juan el Bautista, aunque el más pequeño en el Reino de los cielos, es  más grande que él” (Mt 11, 11-15). Juan el Bautista recibe un gran elogio, nada menos que por el mismo Hombre-Dios en Persona. Ahora bien, en el elogio, hay también una frase de Jesús que separa al Antiguo Testamento –representado por el Bautista- del Nuevo Testamento –encarnado, obviamente, por Jesús- y la distinción es la siguiente: cuando Jesús dice que “No ha nacido uno más grande que Juan el Bautista”, se refiere a la bondad natural con el que Dios ha creado al hombre, a pesar del pecado original, todavía conserva; es a esta bondad natural a la que el Bautista hace referencia, pidiendo que los corazones se aparten de lo malo y elijan lo que es bueno, como paso previo para la conversión del corazón, necesaria a su vez para la acción de la gracia santificante; en este sentido, es verdad lo que dice Jesús, en cuanto a que “no ha nacido uno más grande que Juan el Bautista”, porque el Bautista hace un llamado a esa parte del corazón humano que conserva su humanidad, paradójicamente, en el sentido de que, a pesar del pecado original, todavía puede el hombre hacer el bien; a pesar del pecado original, todavía el hombre puede ser humano, puede ser bondadoso, puede desear y hacer el bien. Pero en la frase subsiguiente, Jesús hace la distinción entre el llamado a la bondad natural que predica el Bautista, con el llamado a la santidad que Él viene a traer: cuando Jesús dice “aunque el más pequeño en el Reino de los cielos, es más grande que él”, lo dice porque así explicita la superioridad de la gracia santificante, que proviene del Ser divino trinitario, que más que hacer “bueno” al hombre, lo hace “santo”, lo cual es ser bueno con la Bondad divina y no con la simple bondad humana. Porque la gracia santificante o bondad divina es infinitamente más grande que la bondad meramente humana, todo aquel que posea el más mínimo grado de gracia en la tierra, o de gloria en el cielo, como por ejemplo, el más “pequeño”, por así decir, de los santos, esos, son más grandes que el Bautista. Así, Jesús deja establecida la superioridad de la gracia santificante, por encima de la bondad humana. Entonces, el Bautista proclama la vuelta del corazón a la bondad primigenia con la que Dios creó al hombre, pero a partir de Cristo, esa bondad no basta, sino que para entrar en el Reino de los cielos, es necesaria la gracia santificante, la cual es concedida gratuitamente al alma, por los méritos de Cristo en la cruz, a través de los Sacramentos de la Iglesia.

jueves, 7 de octubre de 2021

12 de Octubre Día de la Conquista y Evangelización de América

 



         El 12 de Octubre se celebra lo que podemos llamar el acontecimiento más grande para la historia de la humanidad, después de la Encarnación del Verbo de Dios y es el Descubrimiento, Conquista y Evangelización del continente americano por parte de España. Este hecho es tan grandioso, que supera a cualquier gesta que pudiera haber realizado cualquier nación a lo largo de la historia y nada hay que pueda ser hecho en adelante, por parte de los hombres, que pueda superar a lo realizado por España. España, la España Católica, la España Sierva de la Iglesia, la España de los Reyes Católicos, llevada por el Espíritu Santo, descubrió, conquistó y evangelizó a decenas de millones de almas que, de vivir en las tinieblas del paganismo, del oscurantismo y de la idolatría, pasó a adorar al Hombre-Dios Jesucristo y a venerar a la Madre de Dios, María Santísima.

         La Conquista y Evangelización de América es un hecho tan grandioso, que España debería y debe estar, hasta el fin de los tiempos, orgullosa por haber sido un instrumento en las manos del Espíritu Santo, Quien fue el que no sólo las carabelas La Pinta, La Niña y Santa María, sino que además fue quien inflamó en el fuego del Amor de Dios a decenas de miles de españoles, convertidos en religiosos, sacerdotes, misioneros, militares, conquistadores, doctores, constructores, que trajeron al Nuevo Mundo, además de la hermosura de la cultura española y de su idioma, lo más importante y grandioso que un alma ni siquiera puede imaginarse y es la Santa Fe Católica en Nuestro Señor Jesucristo, el Hombre-Dios, el Redentor del mundo y la fe en la intercesión materna de la Inmaculada Concepción, la Madre de Dios, la Corredentora de la humanidad. Gracias a la intervención milagrosa del Espíritu Santo, Quien guio a España a este continente y la conquistó para la Santísima Trinidad, es que ahora rezamos en español a Jesucristo y no adoramos los leños, las piedras y las estrellas.

         Por todo esto y por mucho más, no solo nunca cometeremos la torpeza de pretender que España nos pida perdón –valdría más-, sino que estaremos siempre y eternamente agradecidos a España, nuestra amada Madre Patria, de la cual nunca debimos separarnos, por haber sido un dócil instrumento en las manos de las Tres Divinas Personas de la Santísima Trinidad, Quienes fueron las que idearon, condujeron y llevaron a la práctica el Descubrimiento, la Conquista y la Evangelización de América. ¡Gracias eternamente, España, por traernos la Santa Fe Católica, la Única Fe Verdadera, la Fe en el Hombre-Dios Jesucristo!

sábado, 29 de mayo de 2021

“¿Cómo dicen los letrados que el Mesías es Hijo de David?”


 

“¿Cómo dicen los letrados que el Mesías es Hijo de David?” (Mc 12, 35-37). Jesús plantea esta dificultad sobre el origen del Mesías, pero no con la idea de confundir a sus adversarios[1]. Jesús estaba ocupado enseñando en el templo y deseaba más bien atraer la atención sobre un aspecto importante de la doctrina de las Escrituras referente al Mesías, que los escribas habían pasado por alto. Las profecías habían predicho que el Mesías sería un descendiente de David; de hecho, “hijo de David” era el título más popular del Mesías. No obstante, el título sugería un Mesías meramente humano que restauraría el reino temporal de Israel. Ahora bien, Jesús no se opone a la creencia de que el Mesías sería un descendiente de David, pero cita un pasaje de la Escritura, el Salmo 109, 1, que indicaba que el Mesías sería algo más que un simple hombre. Jesús cita el Salmo y lo atribuye a David, quien, movido por el Espíritu Santo, llama “Señor” al Mesías: “Dijo el Señor –Yahvéh- a mi Señor –Adonai-”, es decir, al Mesías. Si David, a quien era atribuido el Salmo, llama al Mesías su Señor, entonces el Mesías es ciertamente algo más que un “hijo de David”, es decir, es algo más que un hombre más, aunque sea de descendencia real. El Mesías, entonces, proviene de sangre real, porque proviene de la casa real del rey David –y por eso no tiene sangre pagana-, pero al mismo tiempo es Dios encarnado, no es un simple hombre y por eso es que David lo llama “Señor”, es decir, “Dios”. Si el Mesías fuera “hijo de David” en el sentido de una mera descendencia humana, entonces no tendría sentido que David lo llamara “Señor” o “Dios”. Y además, el hecho de que el Mesías se siente a la diestra de Dios lleva a la misma conclusión: el Mesías es más que un hombre: es el Hombre-Dios, que en cuanto Hijo de Dios, se sienta a la diestra de Dios Padre. La respuesta a la dificultad: “Si el mismo David lo llama “Señor”, ¿cómo puede ser hijo suyo?”, está en la doctrina de la Encarnación: en otras palabras, esto quiere decir que David llama “Señor” al Mesías porque el Mesías es Dios Hijo encarnado. Es decir, el Mesías es Yahvéh, el Dios Uno de los hebreos, que se revela como Trino en Personas por medio de Jesús, y que se encarna, en la Persona del Hijo, en la humanidad santísima de Jesús de Nazareth. Así, Jesús es el “Señor” –Dios, Yahvéh- al que David llama “Señor” en el Salmo. Y ese “Señor”, que es Dios, a quien llama David, es el mismo Yahvéh, el mismo Señor, el mismo Dios Hijo, que está Presente, real, verdadera y substancialmente, en la Sagrada Eucaristía.



[1] Cfr. B. Orchard et al., Verbum Dei. Comentario a la Sagrada Escritura, Tomo III, Editorial Herder, Barcelona 1957, 533.

jueves, 11 de marzo de 2021

“Los judíos buscaban darle muerte porque se igualaba a Dios”


 

“Los judíos buscaban darle muerte porque se igualaba a Dios” (Jn 5, 17-30). Cuando se lee este Evangelio y en particular esta frase: “Los judíos buscaban darle muerte porque se igualaba a Dios”, no es difícil darse cuenta de la ceguera espiritual que envolvía a los judíos en los tiempos de Jesús: quieren darle muerte no porque Jesús haya cometido un delito, o una blasfemia, o algo que mereciera tan grande castigo, como es el de quitarle la vida, sino que le quieren quitar la vida porque Jesús revela una verdad: Él dice que es Dios, que es Hijo de Dios y por lo tanto, es igual al Padre. En otras palabras, Jesús revela, por un lado, que ese Dios Uno en el que creían los judíos, es, además de Uno, Trino, porque en Él hay Tres Personas Divinas, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo y por otro lado, revela que Él es la Segunda Persona de la Santísima Trinidad: “Mi Padre trabaja y Yo siempre trabajo”. Los judíos quieren dar muerte a Jesús –y finalmente lo conseguirán, mediante la traición y entrega del traidor y apóstata Judas Iscariote- no porque Él haya cometido un grave delito, sino porque dice la verdad: Él es Dios Hijo, igual en naturaleza, substancia, poder y gloria a Dios Padre y a Dios Espíritu Santo. La actitud de los judíos, de querer dar muerte a Jesús por decir la verdad, es incomprensible y sólo puede vislumbrarse a la luz del “misterio de iniquidad” –el pecado original- en el que está envuelta la humanidad desde Adán y Eva.

Ahora bien, la Iglesia Católica, lejos de distanciarse de las palabras de Jesús, en las que afirma que Él es el Hijo de Dios encarnado, ha profundizado en sus palabras y las ha convertido en dogma de fe, de manera tal que si alguien no cree en esta verdad, que Cristo es Dios, ése tal se aparta de la Iglesia Católica y se coloca fuera de ella. En los Concilios de Nicea y Constantinopla se afirma que Jesús es el Verbo de Dios, consubstancial al Padre y esta verdad la afirma el Catecismo de la Iglesia Católica, dedicándole toda una sección a desarrollar esta revelación[1]. Esta revelación, por otra parte, tiene una derivación explícitamente eucarística, porque si Cristo es Dios, entonces la Eucaristía es Dios, porque la Eucaristía es Cristo Dios encarnado, que continúa y prolonga su Encarnación en la Eucaristía. Y al revés, negar que Cristo es Dios, es negar que la Eucaristía sea Cristo Dios.

“Los judíos buscaban darle muerte porque se igualaba a Dios”. En nuestros oscuros y tenebrosos días, en los que se proclaman como “derechos humanos” el asesinato de niños por nacer y en los que se hace gala del ateísmo y del oscurantismo, es la Iglesia Católica la destinataria de la persecución iniciada contra Jesucristo. Por esta razón, debemos pedir la gracia de mantenernos fieles hasta dar la vida terrena, si fuera necesario, por esta verdad revelada por el Hombre-Dios: Cristo es Dios y la Eucaristía es Dios.



[1] Cfr. https://www.vatican.va/archive/catechism_sp/p1s2a3p1_sp.html ; Catecismo de la Iglesia Católica, 456ss.

domingo, 31 de enero de 2021

“Curaba a la gente y expulsaba demonios (…) predicaba y expulsaba demonios”


 

(Domingo V - TO - Ciclo B – 2021)

          “Curaba a la gente y expulsaba demonios (…) predicaba y expulsaba demonios” (cfr. Mc 1, 29-39). De entre todas las actividades de Jesús relatadas por el Evangelio, hay una que se repite con frecuencia y es la de “expulsar demonios”. Esto tiene varios significados: por un lado, forma parte de nuestra fe católica creer en la existencia del demonio y en su accionar en medio de los hombres; por otra parte, revela que Jesús es Dios encarnado, porque sólo Dios tiene el poder necesario para expulsar, con el solo poder de su voz, al demonio de un cuerpo al que ha poseído; por otra parte, revela que, aunque Jesús haya realizado exorcismos y expulsado demonios, la presencia y actividad de los demonios no ha cesado ni disminuido, sino que, por el contrario, se irá haciendo cada vez más intensa a medida que la humanidad se acerque al reinado del Anticristo, el cual precederá al Día del Juicio Final. Entonces, lejos de disminuir y mucho menos de cesar la actividad demoníaca, ésta irá en aumento con el correr del tiempo, intensificándose cada vez más hasta lograr su objetivo, que es la instauración del reino de Satanás en medio de los hombres. La actividad demoníaca está encaminada a lograr dos objetivos: el provocar la condena eterna en el Infierno de la mayor cantidad posible de almas y el instaurar, en la tierra, el reino de las tinieblas, en contraposición al Reino de Dios.

          Probablemente hoy no se vean posesos por la calle, como sucedía en el Evangelio, pero esto no quiere decir que la actividad demoníaca esté ausente o en disminución: todo lo contrario, podemos decir que en nuestros días, la actividad del demonio es tal vez la más intensa de toda la historia de la humanidad y esto se puede comprobar por la inmensa cantidad de males de todo tipo que se han abatido sobre la humanidad, males que son ante todo de tipo morales y espirituales, además de males físicos como la actual pandemia. Algunos de los males que podemos enumerar y que certifican la intensa actividad demoníaca son: el avance, prácticamente sin freno, de la cultura de la muerte, que promueve el aborto como derecho humano, algo que ha alcanzado ya niveles planetarios; la legislación de la eutanasia, de modo de terminar con la vida del paciente terminal; la proclamación de los pecados contra la naturaleza como “derechos humanos”, a través de la Organización de las Naciones Unidas, por medio de la difusión de la ideología de género y de otras ideologías que atentan contra la naturaleza humana y que están en abierta contradicción con los Mandamientos de Dios y los Preceptos de la Iglesia; la difusión, a través de los medios masivos de comunicación, de una mentalidad atea, materialista, agnóstica, relativista, consumista, hedonista, que busca instaurar la falsa idea de que esta tierra debe convertirse en un paraíso terrenal, con el goce y disfrute de las pasiones, el único paraíso para el hombre; el ocultamiento o silenciamiento de ideologías “intrínsecamente perversas”, como la ideología comunista, que es esencialmente atea y anti-cristiana y que con sus genocidios demuestra su origen satánico y su colaboración directa con el reinado del Anticristo; la difusión masiva de las herejías, blasfemias, sacrilegios y errores de todo tipo de la secta planetaria Nueva Era, secta ocultista y luciferina, considerada como la religión del Anticristo, puesto que propicia todo lo que es contrario a Cristo. Todos estos elementos, junto a muchos otros más, nos muestran que la actividad demoníaca es la más intensa, en nuestros días, que en toda la historia de la humanidad, lo cual hace suponer que está cercano el reinado del Anticristo, junto al Falso Profeta y a la Bestia, nombrados y descriptos en el Apocalipsis.

          “Curaba a la gente y expulsaba demonios (…) predicaba y expulsaba demonios”. No se trata de atribuir todo lo malo que sucede al demonio, puesto que el hombre, contaminado por el pecado original, obra el mal, la mayoría de las veces, sin necesidad de la intervención del demonio. Sin embargo, es necesario discernir el “signo de los tiempos”, como nos dice Jesús y lo que comprobamos es esto: que la actividad demoníaca es tan intensa en nuestros días, que pareciera que está pronto a instaurarse el reinado del Anticristo. Ahora bien, si esto es cierto, es cierto también que nada debemos temer si estamos con Cristo, si vivimos en gracia, si recibimos los Sacramentos, si nos aferramos a la Cruz y si nos cubre el manto celeste y blanco de la Inmaculada Concepción. Es la Iglesia la que continúa la tarea del Hombre-Dios de “deshacer las obras del diablo” y, por otro lado, es una promesa del mismo Jesús, que nunca falla, de que “las puertas del Infierno no prevalecerán contra la Iglesia”. Por eso, aunque las tinieblas parezcan invadirlo todo, debemos acudir a la Fuente de la Luz Increada y divina, Jesús Eucaristía y, postrándonos en adoración ante su Presencia sacramental, implorar su asistencia en estos tiempos de tinieblas.

 

El martirio del Bautista

 


          ¿Cuál es la causa de la muerte del Bautista? En un primer momento, se podría pensar que es la defensa del matrimonio monogámico, puesto que el Bautista se gana la enemistad de la amante del rey Herodes, Herodías, al reprocharle a este por su adulterio. Visto así, se podría decir que el Bautista muere en defensa del matrimonio y por lo tanto de la familia. Sin embargo, no es ésta la causa de su muerte, sino el testimonio que el Bautista da de Jesucristo, porque el matrimonio que el Bautista defiende es santo a causa de Jesucristo, el Hombre-Dios y por lo tanto la Santidad Increada en sí misma. Por Jesucristo, que es la Santidad Increada, el matrimonio alcanza rango de sacramento, es decir, es causa y fuente de gracia para los cónyuges y la familia. Entonces, podemos decir que, primariamente, el Bautista da la vida por Jesucristo y solo en segundo lugar, da la vida por la santidad del matrimonio y de la familia, los cuales son santos porque Jesús es Santo. Al reprocharle su adulterio, el Bautista proclama la santidad de Jesucristo, es decir, proclama la divinidad de Cristo, que es quien hace santo al matrimonio y es por esta razón que no puede ser mancillado con el pecado del adulterio. Es por esto que, defendiendo la santidad del matrimonio, el Bautista proclama al mismo tiempo la santidad y divinidad de Jesucristo y es así que su muerte se convierte en testimonio martirial del Hombre-Dios Jesucristo.

          Todo cristiano está llamado a ser otro Bautista, que proclame al mundo de hoy, inmerso en las tinieblas del ateísmo, del materialismo, del relativismo, no sólo que el matrimonio entre el varón y la mujer es santo, sino que El que causa la santidad del matrimonio es Cristo Jesús, Esposo Místico de la Iglesia Esposa. Y todo cristiano, al igual que el Bautista, debe estar dispuesto a dar su vida, si fuera el caso, por el Nombre de Jesús.

viernes, 29 de enero de 2021

“Espíritu inmundo, sal de este hombre”

 


“Espíritu inmundo, sal de este hombre” (Mt 5, 1-20). Jesús realiza un exorcismo al endemoniado geraseno, un hombre que, según el Evangelio, estaba poseído por un “espíritu inmundo”, es decir, por un ángel caído, un ángel rebelde y que, como consecuencia de esa posesión, habitaba en cementerios, se hería a sí mismo y era agresivo para con los demás, al punto de verse obligados sus prójimos a atarlo con cadenas y grillos.

La escena nos revela varios elementos que pertenecen a nuestra fe católica: nos revela a Jesús en cuanto Hombre-Dios, porque sólo Dios tiene el poder de expulsar, con el solo poder de la voz, a los demonios que toman posesión del cuerpo de un ser humano; nos revela también la realidad de la posesión demoníaca: el ángel caído ingresa, sea porque ha sido invocado expresamente por la persona o sea porque alguien ha invocado a ese demonio para que posea a la persona, en el cuerpo y toma posesión de él, dominándolo y controlándolo a su voluntad; forma parte del fenómeno de la posesión el hecho de que el demonio sólo puede controlar el cuerpo, con todas sus facultades sensitivas, pero no puede controlar el alma ya que no toma posesión del alma -salvo en el caso de posesión perfecta, en donde sí lo hace-, lo que significa que el poseso, aun estando poseído por un demonio, permanece con su voluntad libre, por lo que puede realizar un acto de su libre voluntad e invocar a Jesús y a la  Virgen para que lo libren de la posesión; el episodio del Evangelio nos revela la realidad de la existencia de los ángeles caídos, los demonios o ángeles apóstatas, aquellos que se rebelaron contra la voluntad de Dios, negándose a amarlo y servirlo: la existencia y el obrar perverso de los demonios, es parte esencial de nuestra fe católica, porque parte de la obra salvífica de Jesús es “deshacer las obras del demonio” (1 Jn 3, 8), lo cual significa que, como católicos, no podemos decir: “No creo en el demonio”, “no creo en la brujería”, porque los ángeles caídos, invocados por los brujos por medio de prácticas de magia y brujería, existen y actúan en el mundo, siendo uno de los mayores logros del demonio el haber convencido a los hombres de que él no existe.

“Espíritu inmundo, sal de este hombre”. Así como en los tiempos de Jesús el demonio actuaba, entre otras cosas, tomando posesión de los cuerpos de los hombres, así sigue actuando hoy, en nuestros días, pero no solo a través de la posesión demoníaca, que implica el control del cuerpo: el demonio actúa hoy en múltiples e insidiosas formas, como por ejemplo, a través de la cultura de la muerte, promoviendo el aborto y la eutanasia; actúa a través de sociedades secretas, como la masonería, puesto que la masonería es la iglesia de Satán; actúa a través del ocultismo, del esoterismo, el gnosticismo, la brujería, la Wicca y la magia negra; actúa disfrazado de ideología política, como por ejemplo, el nazismo, que tiene raíces esotéricas y gnósticas, y el comunismo, que tiene raíces satánicas. Por esta razón, como católicos, no podemos no creer en la existencia del demonio y en su obrar perverso en nuestra sociedad humana, siendo nuestro deber combatirlo y la forma de hacerlo es abrazándonos a la Santa Cruz de Jesús y pidiendo ser envueltos en el manto celeste y blanco de la Inmaculada Concepción.

jueves, 17 de diciembre de 2020

“La mano de Dios estaba con él”


 

“La mano de Dios estaba con él” (Lc 1, 57-66). El nacimiento del Bautista está acompañado de grandes signos que provocan la admiración de sus contemporáneos y en realidad es así, puesto que el Evangelio lo confirma: “La mano de Dios estaba con él”. La razón por la cual Dios acompaña al Bautista desde su nacimiento es que él ha de ser el último profeta del Antiguo Testamento, que anunciará la Llegada del Mesías: el Bautista es el Precursor del Salvador de los hombres; es el que anuncia a los hombres que la salvación ha llegado en la Persona de Jesús de Nazareth; es el que verá al Espíritu Santo descender sobre Jesús y es el que dará a Jesús un nombre nuevo, jamás dado antes: “el Cordero de Dios”. Por todo esto, el Bautista es alguien especial, no solo por su parentesco biológico con el Redentor, sino ante todo por su misión de anunciar la Llegada en carne del Mesías y de predicar la conversión del corazón para recibir la gracia santificante del Mesías. El Bautista habrá de sellar con su sangre, muriendo mártir por Cristo, por la Verdad que él proclama en el desierto: Jesús, el Hombre-Dios, ha venido en carne y es El que ha de salvar al mundo del pecado, del demonio y de la muerte y es el que ha de conducir a los hombres nacidos de la gracia, al Reino de Dios.

“La mano de Dios estaba con él”. La vida y la misión del Bautista no deben ser algo ausente o distante en la vida del cristiano: por el contrario, el cristiano debe conocer a fondo lo que el Bautista hizo y dijo y conocer también su muerte martirial, porque todo cristiano está llamado a ser un nuevo bautista, que predique en el desierto de la historia y del tiempo humanos la Llegada del Mesías, pero ya no de la Primera, como lo hacía el Bautista, sino de la Segunda Llegada en la gloria; además, el cristiano debe predicar al mundo la Venida Intermedia del Señor Jesús, su descenso desde los Cielos a la Eucaristía, en la Santa Misa, por el milagro de la conversión del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre del Cordero. Y, al igual que el Bautista, el cristiano católico debe estar dispuesto a derramar martirialmente su sangre, en testimonio de la Venida Eucarística del Señor y en testimonio de su Segunda Venida en la gloria.

 

martes, 14 de julio de 2020

“El reino de los cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo”


Parábola de la cizaña - Colección - Museo Nacional del Prado

(Domingo XVI - TO - Ciclo A – 2020)

          “El reino de los cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo” (Mt 13, 24-43). Jesús compara al Reino de los cielos con la figura de un labrador que siembra buena semilla en su campo, pero viene su enemigo y, aprovechando la noche, siembra cizaña, es decir, semilla mala e inútil. Para comprender la parábola, es necesario reemplazar los elementos naturales que en ella aparecen, por elementos celestiales y sobrenaturales, algo de lo cual hace el mismo Jesús cuando explica la parábola. En efecto, según la explicación de Jesús, “el que siembra la buena semilla es el Hijo del Hombre; el campo es el mundo; la buena semilla son los ciudadanos del reino; la cizaña son los partidarios del maligno; el enemigo que la siembra es el diablo; la cosecha es el fin del tiempo, y los segadores los ángeles”. Según esta breve y sencilla parábola, en la figura del hombre que siembra la buena semilla y luego viene el enemigo para sembrar la cizaña, está explicada no sólo la historia personal de cada ser humano, sino también la historia de toda la humanidad. El hombre que siembra buena semilla es Jesucristo, el Hombre-Dios, que siembra la semilla buena de la gracia en el corazón del hombre, desde el momento en que éste es bautizado y luego cada vez que recibe una gracia habitual o una gracia sacramental; de esta manera, con la gracia en el alma y en el corazón, el hombre se convierte en cristiano, en seguidor de Cristo, en hijo adoptivo de Dios, en ciudadano del Reino de los cielos y en heredero del Reino de Dios y su labor consistirá, en su historia personal y en el marco de la historia humana, en contribuir a difundir, entre los hombres, el Reino de Dios. El enemigo del Buen Sembrador Jesucristo, es el Enemigo de las almas, el Demonio, el Ángel caído, que siembra la cizaña del pecado en el mismo lugar en el que Jesucristo sembró la gracia, es decir, en el corazón del hombre y cuando el hombre permite que la cizaña, que es el pecado, crezca en su corazón, se convierte en aliado de la Serpiente Antigua, en ciudadano del Infierno y en enemigo de Dios y su tarea es aliarse al Demonio para tratar de destruir el Reino de Dios. Ahora bien, la situación no se prolonga indefinidamente: como el mismo Jesús lo dice, esta situación de siembra de la gracia y de la cizaña, finaliza con el tiempo de la cosecha, es decir, con el fin del mundo y del tiempo, con la Llegada del Hombre-Dios como Juez Supremo y Eterno, el cual separará a los hombres buenos, en los que germinó la gracia y dio frutos de santidad, de los hombres malos y perversos, aliados del Demonio, en los que germinó el fruto envenenado de la cizaña y el pecado. Así lo dice el mismo Jesús: “Lo mismo que se arranca la cizaña y se quema, así será el fin del tiempo: el Hijo del Hombre enviará sus ángeles y arrancarán de su reino a todos los corruptos y malvados y los arrojarán al horno encendido; allí será el llanto y el rechinar de dientes. Entonces los justos brillarán como el sol en el reino de su padre. El que tenga oídos, que oiga”. Por último, podemos decir que está afirmado y revelado explícitamente la existencia tanto de un Reino de Dios, en el que los justos “brillarán como el sol” debido a la luz de la gloria, como así también está revelada la existencia del Infierno eterno, el “horno encendido”, en donde los hombres malvados, atormentados por los demonios y el dolor del fuego infernal, “llorarán y rechinarán los dientes” a causa del dolor.
          “El reino de los cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo”. En una breve y sencilla parábola, Nuestro Señor Jesucristo describe la historia humana y su desenlace más allá del tiempo, en la eternidad, como así también describe el destino personal de cada uno, el Cielo o el Infierno, según sea lo que cada uno dejó crece en su corazón, o la gracia o el pecado. Y esta es una última enseñanza de la parábola: nadie irá al Cielo o al Infierno sin una razón determinada: cada uno es libre de elegir qué crecerá en su corazón: si la cizaña del Demonio, o la gracia de Nuestro Señor Jesucristo. En cierto modo, Jesús nos enseña en la parábola que nuestro destino eterno, Cielo o Infierno, está en nuestras manos, en nuestro libre albedrío. Elijamos, por supuesto, que crezca la semilla buena de la gracia para que, al fin del tiempo, los ángeles nos conduzcan ante la Presencia del Buen Sembrador y Dueño del universo, Cristo Dios.

jueves, 2 de julio de 2020

“Proclamen que el Reino de los Cielos está cerca”




“Proclamen que el Reino de los Cielos está cerca” (Mt 10, 1-7). Jesús reúne a sus discípulos, les da poder de curar enfermos y de expulsar demonios y además les da una consigna: proclamar que el Reino de Dios está cerca. Es una novedad absoluta, porque hasta entonces, hasta Jesús, los reinos que los hombres conocían eran solamente reinos humanos, con reyes humanos, con localización geográfica y con características puramente humanas. Ahora, Jesús, el Hombre-Dios, envía a su Iglesia Naciente a una misión, el proclamar no sólo que Dios tiene un Reino, el Reino de Dios, sino que ese Reino “está cerca”. Es una doble novedad: Dios tiene un Reino, que es distinto a los reinos humanos porque precisamente es de Dios y ese Reino “está cerca”. El Reino de Dios que los discípulos deben proclamar y que se anuncia con prodigios como el curar enfermos y expulsar demonios, es un reino que solo puede ser conocido por analogía, por comparación, con los reinos terrestres. Estos últimos sirven solo para conocer -como dijimos, por comparación- cómo es el Reino de Dios: como los reinos terrestres, tiene un rey y ese rey es Cristo Jesús, el Hombre-Dios; como los reinos humanos, tiene una localización, pero no geográfica, sino celestial; como los reinos de la tierra, tiene un ejército y ese ejército está formado por los hombres justos y santos y por los ángeles buenos, que están al servicio de Dios; como los reinos de los hombres, tiene una reina y esa reina es la Virgen Santísima, la Madre de Dios. La diferencia con los reinos terrenos es que no puede ser visto, porque es celestial, divino, sobrenatural y, por lo tanto, invisible.
Ahora bien, otra característica del Reino de Dios es que este reino “está cerca” y, por eso, podemos preguntarnos cuán cerca está: está tan cerca como lo está un alma de la gracia, porque el Reino de Dios en la tierra está en un alma en gracia, ya que en esa alma inhabita el Rey del Reino de Dios, Cristo Jesús.
“Proclamen que el Reino de los Cielos está cerca”. Cada vez que asistimos a Misa, proclamamos y damos fe de que el Reino de Dios existe y está cerca, porque asistimos, por el misterio de la liturgia eucarística, a la Presencia en Persona, con su sacrificio en cruz renovado incruenta y sacramentalmente sobre el altar, del Rey del Reino de Dios, Jesús Eucaristía. Por esta razón, aunque no curemos enfermos, ni expulsemos demonios, cada vez que nos postramos ante la Eucaristía, reconociendo en el Santísimo Sacramento del altar al Rey de los cielos, estamos proclamando que el Reino de Dios existe y está cerca.

“Jamás se vio nada igual en Israel”




“Jamás se vio nada igual en Israel” (Mt 9, 32-38). Jesús hace dos milagros que dejan estupefactos a los asistentes: cura a un mudo y expulsa a un demonio y esto, no invocando el poder de Dios, sino usando el poder de Dios como saliendo de Él mismo, es decir, Jesús actúa no como un hombre santo a quien Dios acompaña con sus prodigios, sino que actúa como Dios encarnado, porque los prodigios los hace con el solo poder de su voz. Esto es lo que lleva a que los asistentes a sus prodigios exclamen asombrados: “Jamás se ha visto nada igual en Israel”.
Esta exclamación significa mucho, porque Israel había sido destinataria y testigo de innumerables prodigios de parte de Dios, como por ejemplo, la apertura de las aguas del Mar Rojo, la lluvia del maná caído del cielo, la surgente del agua de la roca en pleno desierto, y como estos, muchísimos milagros más. Pero jamás se había visto en Israel que un hombre obrara como Dios, curando enfermos y expulsando demonios con el solo poder de su voz. Los israelitas son espectadores privilegiados de la acción del Hombre-Dios Jesucristo y esto los lleva a la admiración.
“Jamás se vio nada igual en Israel”. Ahora bien, no solo los israelitas son espectadores privilegiados de milagros divinos: nosotros, cada vez que asistimos a la Santa Misa, somos testigos, por la fe de la Iglesia, del milagro más grande de todos los milagros; un milagro que opaca y reduce casi a la nada la curación de enfermos y la expulsión de demonios y es por eso el Milagro de los milagros y es el obrado por la Santa Madre Iglesia, por intermedio del sacerdote ministerial, la transubstanciación, esto es, la conversión del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre del Señor. Es por esto que nosotros, colmados de asombro y estupor decimos, parafraseando a los discípulos de Jesús y postrados en adoración ante la Eucaristía: “Jamás se ha visto una Iglesia, como la Católica, que obre un milagro así, la conversión de las substancias del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre del Señor Jesús”.