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lunes, 28 de mayo de 2018

“Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de Dios”


“Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de Dios” (cfr. Mc 10, 17-27). El pasaje bien podría ser utilizado por la izquierdista Teología de la Liberación para afirmar que las palabras de Jesús avalan la hipótesis de que el pobre es el centro del Evangelio y que lo que salva es la pobreza en sí misma. Ni una ni otra hipótesis tienen asidero, ni el Evangelio, ni en el Magisterio, ni el Tradición: ni el pobre es el centro del Evangelio, ni la pobreza es causa de salvación. Con respecto a la pobreza y riqueza, si bien es cierto que la riqueza material es un impedimento para ingresar en el Reino de los cielos, es Jesús mismo quien se encarga de contrarrestar la falsa idea de que la riqueza es mala en sí misma y de dar una esperanza a quien está aferrado a ella: “Lo que es imposible para los hombres, es posible para Dios”. Dios puede conceder al rico la gracia del deseo de salvación eterna de su alma y hacer que el rico emplee su riqueza en esa dirección, como por ejemplo, auxiliando, con su riqueza material, al prójimo más necesitado y de hecho, hay numerosos ejemplos de santos ricos materialmente, que se santificaron con su riqueza. Por el contrario, la pobreza no es causa de salvación en sí misma, porque lo que salva es la gracia santificante de Jesucristo y además puede la pobreza asentar en un corazón codicioso, avaro y malicioso.

“Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de Dios”. Muchos ricos se salvaron porque utilizaron su riqueza material para cumplir las palabras de Jesús y así, siendo ricos materialmente, lo eran también espiritualmente, porque vivían en gracia; por el contrario, muchos pobres pueden condenarse si, viviendo la pobreza materialmente, albergan en sus corazones odio y resentimiento contra el que tiene más, desalojando y despreciando la riqueza de la gracia de sus corazones y viviendo una doble pobreza, material y espiritual. En esto se demuestra la radical falsedad de la Teología de la Liberación: no es el pobre el centro del Evangelio, sino el Hombre-Dios Jesucristo, y no es la pobreza causa de salvación, sino la gracia santificante.

jueves, 8 de septiembre de 2016

“¡Ay si todo el mundo habla bien de vosotros!”



“¡Ay si todo el mundo habla bien de vosotros!” (Lc 6, 20-26). Con sus “ayes”, del mismo tenor que los “ayes” dirigidos contra los escribas y fariseos, Jesús advierte a sus discípulos acerca de un grave peligro: el ser admirados por el mundo, entendido este como el espíritu mundano que, por su malicia intrínseca, se opone frontalmente al Espíritu de Dios. En este caso particular, el “ay” de Jesús, acerca de las alabanzas de los hombres mundanos recibidas por los cristianos, es un criterio para discernir cuán lejos o cerca estamos de Jesucristo y sus bienaventuranzas: cuanto más cerca del mundo estemos –y por eso recibimos sus alabanzas-, más lejos del Hombre-Dios nos encontramos, siendo merecedores de sus “ayes”.
¿Cuál es la razón del “ay” para un discípulo de Jesucristo, al que todo el mundo alaba? La razón es que, para ser alabado por el mundo, se necesita ser apartados de Jesucristo, de sus bienaventuranzas, de sus mandatos y de su cruz. La razón del “ay” de Jesús es que el mundo alaba y ensalza a quienes se oponen radicalmente a las enseñanzas de Jesús, es decir, a quienes predican el error, la falsedad, la herejía y el cisma. Si un cristiano recibe las alabanzas del mundo anti-cristiano, entonces esto significa que ese tal cristiano ha cometido el peor de los crímenes, y es la apostasía; significa que dicho cristiano ha abandonado la Verdad y ha abrazado el error; significa que ese cristiano ha dejado de lado los Mandamientos de Jesucristo, para abrazar los mandamientos de Satanás; significa que ese cristiano no está ya más guiado por el Espíritu Santo y está esclavizado por el espíritu del mal, el Ángel caído, Satanás, el “Príncipe de este mundo”; significa que ese cristiano ha cometido el peor de los pecados: la apostasía de la Verdad y el abrazo del error. La contrapartida del elogio del mundo a los apóstatas es el odio del mundo a los que permanecen fiel a la Sabiduría encarnada, Jesucristo, y estos son los santos y los mártires, que renuncian a la propia vida, antes que ceder frente a las herejías y cismas.

“Ay si todo el mundo habla bien de vosotros”. El “ay” de Jesús, dirigido a sus discípulos, es un criterio para que sepamos si nos encontramos en el camino que lleva al cielo, o en la autopista pavimentada que conduce al infierno. El mundo habla bien y ensalza a aquellos que pertenecen al mundo, y si esto es reprobable en cualquier hombre, lo es mucho más para un discípulo de Cristo, porque las alabanzas mundanas son proporcionales al abandono de la Verdad divina revelada en el Hombre-Dios Jesucristo. Y quien voluntariamente se aleja de la Verdad Absoluta de Dios, encarnada y revelada por Jesucristo, se acerca también voluntariamente al error y al pecado; quien recibe los elogios del mundo, se coloca bajo las alas y las garras del Príncipe de este mundo y Padre de la mentira, Satanás y se aparta libremente de la Verdad y Sabiduría de Dios encarnada, Jesucristo.  

domingo, 4 de septiembre de 2011

Piedad sin caridad es falsedad



“¿Está permitido curar en sábado o no?” (cfr. Lc 14, 1-6). Jesús realiza un milagro en día sábado, sabiendo que los judíos consideraban a su acción como una transgresión a la ley, que prohibía realizar tareas en ese día.

Es decir, Jesús realiza de forma deliberada este milagro, aún cuando sabe que los judíos lo iban a acusar de faltar a la ley.

Lo que Jesús quiere hacerles ver, es que una obra de caridad y de misericordia, más que constituir una transgresión del sábado, era en realidad el cumplimiento perfecto de la ley[1].

Los judíos pensaban que bastaba cumplir con la ley, sin importar la misericordia y la compasión para con el prójimo, y Jesús obra este milagro en sábado para romper con esta mentalidad farisaica, que se apega a la letra de la ley y no al espíritu de la ley.

A los católicos puede pasarnos lo mismo que a los judíos: podemos pensar que basta con la piedad, con las oraciones, con el cumplimiento de un rito o de una prescripción, pero si nos olvidamos de la caridad, de la misericordia y de la compasión, no nos damos cuenta que la piedad sin misericordia es máscara religiosa, hueca, superficial.

La piedad sin caridad deforma al catolicismo, convirtiéndolo en una falsedad y en una hipocresía.

Sólo la luz que proviene de Jesús Sacramentado puede hacernos ver que piedad sin caridad es falsedad.


[1] Cfr. B. Orchard et al., Verbum Dei. Comentario a la Sagrada Escritura, Tomo III, Editorial Herder, Barcelona 1957, 618.