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viernes, 27 de septiembre de 2024

“Si tu mano es para ti ocasión de pecado, córtala, porque más te vale entrar en la Vida manco, que ir con tus dos manos a la Gehena, al fuego inextinguible”

 


(Domingo XXVI - TO - Ciclo B - 2024)

“Si tu mano es para ti ocasión de pecado, córtala, porque más te vale entrar en la Vida manco, que ir con tus dos manos a la Gehena, al fuego inextinguible” (Mc 9, 38-43.45.47-48). Para esta enseñanza, Nuestro Señor Jesucristo hace uso de una imagen que, si es leída de forma material y literal, suena, de buenas a primera, de forma impactante: Jesús nombra partes específicas del cuerpo -el ojo, la mano, el pie- y afirma que, si estas son ocasión de caída en el pecado, debemos “extirparlos”, “cortarlos”, es decir, extraerlos físicamente, separarlos físicamente, del resto del cuerpo. Ahora bien, es una obviedad aclarar que Nuestro Señor no está hablando literalmente, si no, metafóricamente; es decir, solo está utilizando una imagen, bastante fuerte, pero que de ninguna manera es de aplicación literal; Jesús de ninguna manera nos está diciendo que debemos hacer eso literalmente. Una vez aclarado esto, debemos preguntarnos por el sentido espiritual, sobrenatural, de la imagen física utilizada por Jesús, porque como enseña Santo Tomás, las realidades sensibles nos sirven para elevarnos a las realidades invisibles y en este caso, la intención de Jesús es que, a través del uso de una imagen sensible, lleguemos a la comprensión de una enseñanza espiritual, de una realidad espiritual que, por sí misma, es invisible. Cuando nos preguntamos la razón por la cual Jesús utiliza una imagen tan fuerte, la respuesta es que lo hace para que tomemos conciencia acerca de la gravedad espiritual del pecado, porque el pecado -que es ruptura de la relación personal con Dios, Trinidad de Personas-, al ser insensible, hace creer a quien lo comete, que no tiene consecuencias espirituales y precisamente, para que nos demos cuenta de las consecuencias espirituales que el pecado ejerce realmente en el alma, es que Jesús utiliza esta imagen física. El uso de esta imagen es para graficar la realidad del pecado en el alma: si bien el alma no puede ser troceada en partes, como sí lo puede ser el cuerpo, debido al pecado, que corta la relación vital con Dios, el alma sufre un daño análogo al que sufre el cuerpo al ser amputada una de sus partes o uno de sus miembros. Por el pecado, el alma pierde la participación en la vida divina que le otorgaba la gracia, siendo esta pérdida de vitalidad de menor o de mayor importancia, si el pecado es venial o mortal: si es venial, es como si el cuerpo perdiera solo un miembro; si es mortal, es como si el cuerpo perdiera la vida. La situación en la cual el alma pierde totalmente la vida de la gracia se llama “pecado mortal” y significa que el alma está en estado de condenación eterna y esto es lo que explica que Jesús utilice una imagen tan fuerte, como la de extirpar un ojo, una mano o un pie, si estos son ocasión de pecado, porque si hay algo que conduzca al alma a la pérdida de la gracia, es preferible que el alma se aparte de esa tal situación, de una forma tan tajante y decisiva, equivalente a como si alguien se amputara una mano o un pie o se extirpara un ojo, porque como Él mismo dice, es mejor salvar el alma con el cuerpo tullido, antes que condenarse con el cuerpo entero.

Pero aún así, no debemos creer que las palabras de Jesús son una exageración: son tan reales y ciertas, que la Iglesia las toma y las aplica en la fórmula de arrepentimiento que el penitente pronuncia antes de recibir la absolución. En efecto, el penitente dice: “Antes querría haber muerto que haberos ofendido”, lo cual significa que el alma reconoce que, mucho más que amputarse un miembro de su cuerpo, desearía haber recibido la muerte corpórea, terrena, antes de haber cometido un pecado mortal o venial deliberado. Es decir, la Iglesia, con la sabiduría divina que le proporciona el Espíritu Santo, comprende el sentido eminentemente espiritual de las palabras de Jesús y las aplica para el Sacramento de la Penitencia.

“Si tu mano es ocasión de pecado, córtala (…) si tu pie es ocasión de pecado, córtalo (…) si tu ojo es ocasión de pecado, arráncalo”. Con estas imágenes tan fuertes, Jesús nos hace ver la absoluta necesidad de la gracia para la vida espiritual, a lo cual hay que agregar la mortificación de los sentidos y de la imaginación, la penitencia, el sacrificio, la oración y el ayuno. Esto no quiere decir que se deba únicamente luchar contra los pensamientos o imágenes negativos o pecaminosos, sino que, ayudados por la gracia, debemos utilizar la mente y la voluntad para centrar nuestros pensamientos, nuestra imaginación, nuestros recuerdos, nuestro corazón, en la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo. Solo de esta manera entraremos con el alma y el cuerpo restaurados por la gloria divina al Reino de los cielos.


sábado, 29 de junio de 2024

“Talitha qum (A ti te digo, niña: levántate”)

 


(Domingo XIII - TO - Ciclo B – 2024)

         “Talitha qum (A ti te digo, niña: levántate”). (Mc 5, 2-43). En este episodio del Evangelio podemos ver uno de los más asombrosos casos de resurrección por parte de Jesús, aunque propiamente hablando, no se trate de la “resurrección” gloriosa de los muertos al fin de los tiempos, sino más bien de una re-animación del alma de la niña en su cuerpo mortal, para luego seguir viviendo en esta vida mortal. El milagro de Jesús consiste en que Él, en cuanto Hombre-Dios, le ordena al alma de la niña, quien efectivamente ya había fallecido, regresar desde el más allá y re-unificarse o re-unirse a su cuerpo; le ordena a su alma que vuelva a unirse a su cuerpo para darle vida, tal como hace toda alma con su cuerpo desde el momento de la concepción. Jesús puede hacer este milagro porque Él es Dios Hijo encarnado; Él tiene el poder necesario para hacer este milagro; Él es dueño de las almas; Él nos creó y por lo tanto, es el Dueño de todas las almas y todas las almas -todos los seres humanos- le debemos obediencia, adoración y amor por sobre todas las cosas y por sobre toda creatura.

         Otro aspecto a considerar es la muerte, puesto que es el elemento central hasta la aparición de Jesús. En la Sagrada Escritura, en el Libro de la Sabiduría, se dice: “Dios no creó la muerte[1] (…) la muerte entró en el mundo por la envidia del Diablo y por el pecado del hombre”[2]. Entonces, los dos responsables de la muerte en la raza humana son el Diablo, quien al hacer caer en la tentación a Adán y Eva les hizo perder la vida de la gracia y la vida inmortal que la gracia conllevaba, y el hombre mismo, por cuanto es pecador. Dios no es autor de la muerte; por el contrario, Dios envió a su Hijo Jesucristo para que derrotara a los tres grandes enemigos del hombre: la muerte, el pecado y el Demonio.

         Precisamente, esta es la tercera consideración que podemos hacer en este Evangelio: cómo y cuándo Jesús derrota a estos tres grandes enemigos. El “cuándo” es en el Viernes Santo, en el día de la Crucifixión, en el día de la muerte de Jesús en el Calvario -aunque comienza su triunfo en el momento de la Encarnación, siendo en la Crucifixión el momento en el que este triunfo se consuma; el “cómo”, podríamos graficarlo de la siguiente manera, haciendo una aplicación de sentidos, como enseña San Ignacio de Loyola: imaginemos que estamos al pie de la Cruz, al pie de la Virgen, nos hacemos muy pequeños, la Virgen nos toma y nos introduce por el Costado abierto del Redentor, que ha sido ya traspasado por la lanza. Ingresamos a su Sagrado Corazón, según lo describen los santos y el mismo Jesús, es un “horno ardiente de Amor”, imaginemos entonces que estamos en un horno ardiente, pero con llamas que no queman sino que encienden las almas en el fuego del Divino Amor; sentimos el crepitar de las llamas que envuelven al Sagrado Corazón; escuchamos el respirar de Jesús; escuchamos y vemos los torrentes de su Sangre Preciosísima, que sin cesar se derraman por el Costado traspasado; ahora vemos cómo un frío helado, el frío de la muerte, pretende apoderarse del Cuerpo y del Corazón de Jesús, pero no lo logra, porque el calor de ese horno ardiente es tan grande, que no le deja ninguna posibilidad a la muerte de ingresar en su Cuerpo: Jesús ha vencido a la muerte; ahora una negra gangrena, que representa el pecado, insinúa apropiarse del Cuerpo de Jesús, pero no puede hacerlo ni siquiera por un instante y desaparece para siempre, dando lugar en cambio al fluir de la Sangre Preciosísima que expulsa en cada latido el Sagrado Corazón: Jesús ha vencido al pecado; por último, Satanás y el infierno todo, en un desesperado intento suicida, intentan apoderarse del Cuerpo de Jesús, pero son precipitados al instante a los más profundo del Infierno, por el poder de la Sangre gloriosa del Cordero y por las llamas de Amor del Sagrado Corazón: Jesús ha vencido a Satanás y al infierno todo. Jesús ha vencido así, desde la Cruz, en el día y el momento en el que los tres grandes enemigos de la raza humana creían haber triunfado, a estos tres -la muerte, el pecado y el demonio-, para dar paso, para nosotros, por medio de la comunicación de su Sangre Preciosísima, que brota de su Sagrado Corazón y se nos transmite a través de los sacramentos, sobre todo la Penitencia y la Eucaristía, en vez de la muerte, su Vida gloriosa y divina de Hombre-Dios; en vez del pecado, la gracia santificante en el tiempo y la gloria divina en la eternidad; en vez del Demonio, el Don de Sí mismo, de su Acto de Ser divino Trinitario y con Él, el don de las Tres Divinas Personas: nos da su Cuerpo y su Sangre en la Eucaristía para que, unidos a Él en el Amor del Espíritu Santo, seamos conducidos al Padre, para adorarlo por toda la eternidad.

“Talitha qum (A ti te digo, niña: levántate”). El mismo Jesús que resucitó a la niña en el Evangelio; el mismo Jesús que derrotó a la muerte, al pecado y al demonio en la Cruz, en el Monte Calvario; ese mismo Jesús está en Persona en el sagrario, en la Eucaristía y es Quien nos concederá su vida gloriosa y eterna en el Día del Juicio Final, si nos mantenemos fieles a su gracia. Le pidamos a la Virgen, Mediadora de toda Gracia, que interceda para que recibamos la gracia de unirnos y fusionarnos a ese horno ardiente que es el Sagrado Corazón de Jesús, así como el leño seco, convertido en brasa por la acción de las llamas, se fusiona y une al fuego y se convierte en uno solo con él, de tal manera que nada nos aleje de la felicidad eterna que significa adorar a su Hijo Jesús, primero en la tierra y en el tiempo y luego en el Cielo y por los siglos sin fin.



[1] Cfr. Sab 1, 13-14.

[2] Cfr. Sab 2, 23.


jueves, 13 de junio de 2024

“El Reino de Dios es como una semilla de mostaza”

 

(Domingo XI - TO - Ciclo C – 2024)


(Domingo XI - TO - Ciclo C – 2024)

“El Reino de Dios es como una semilla de mostaza” (Lc 13, 18-21). Jesús compara al Reino de Dios con una semilla de mostaza. Para poder entender esta parábola de Jesús, lo que debemos hacer es reemplazar los elementos naturales y sensibles de la imagen, por los elementos sobrenaturales e invisibles. Los elementos naturales y sensibles son: una semilla de mostaza, la cual, en sus inicios, es pequeña; luego, al final de su desarrollo, se convierte en un árbol grande y frondoso; luego, tenemos los pájaros del cielo, que van a hacer nido en la semilla de mostaza ya convertida en árbol. Una vez que tenemos los elementos naturales y sensibles, nos preguntamos qué es lo que representan cada uno de estos elementos, desde el punto de vista invisible y sobrenatural. Entonces, ¿qué representa cada imagen? La semilla de mostaza, tal como es en sí, pequeña, representa al alma humana, la cual en sí misma es pequeña, cuando se la compara con las naturalezas angélica o divina y es todavía más pequeña –los santos la llaman “nada más pecado”- cuando el alma tiene en sí el pecado original o cualquier otro pecado; la semilla de mostaza convertida en árbol, es el mismo hombre, pero ya sin el pecado, y además tiene consigo la gracia santificante, la cual actúa como el agua y el sol sobre la semilla: así como el agua y el sol permiten que la semilla se convierta en árbol, así la gracia permite que el alma crezca en santidad y en gracia, hasta llegar a configurarse al Hombre-Dios Jesucristo, porque eso es lo que simboliza el árbol de mostaza, simboliza al alma que, por la gracia, se configura con Jesucristo. Por último, están los pájaros del cielo, que van a hacer nido en el árbol. ¿Qué representan estos pájaros? Podemos decir que estos pájaros son tres -aunque no lo dice el Evangelio- y, por lo tanto, si son tres, representan a las Tres Divinas Personas, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, que van a hacer morada en el alma en gracia. Es decir, las Tres Divinas Personas, que habitualmente viven en los cielos eternos, aman tanto al alma en gracia, que dejan el cielo, por así decirlo, para ir a morar, a habitar, en el alma en gracia.

Esto nos lleva entonces a hacer una breve consideración acerca de la inhabitación trinitaria, un concepto -y más que un concepto, una realidad, de la cual se extrae el concepto- que es único y exclusivo de la Iglesia Católica, según el cual Dios, que es Uno en naturaleza y Trino en Personas, inhabita -in-habita, habita en, habita dentro de- en el corazón del alma que está en estado de gracia santificante[1], es decir, la inhabitación trinitaria es la presencia de la Santísima Trinidad en el alma del que está en gracia de Dios, gracia que nos comunican los sacramentos, lo cual a su vez nos lleva a comprender el porqué los santos y mártires preferían la muerte terrenal antes de cometer un pecado mortal o venial deliberado, antes que perder la gracia, porque comprendían que no hay nada más grandioso, majestuoso, maravilloso, hermoso, infinitamente incomprensible, que la inhabitación trinitaria, ya que es mucho más que vivir anticipadamente en la tierra como si se estuviera en el Cielo: muchísimo más que eso, porque Dios Trinidad, a Quien los cielos no pueden contener, debido a su infinita majestad, baja desde el Cielo, por así decirlo, en sus Tres Divinas Personas, para venir a inhabitar en el corazón del alma que las reciba en estado de gracia, con amor, con fe, con piedad, con devoción y con humildad, reconociendo ante todo su nada y su bajeza y su indignidad y la nada que ha hecho para merecer semejante regalo de su majestad divina, la Santísima Trinidad, que por medio de la Comunión del Cuerpo y Sangre del Hijo, en la Eucaristía, viene con Él el Amor del Padre y el Hijo, el Espíritu Santo, para unirnos, con el Hijo, en el Amor Divino, al Padre. Para el alma en gracia, la Santísima Trinidad se abandona, por así decirlo, para que el alma se goce en el conocimiento y en el amor de las Tres Divinas Personas que inhabitan en ella. Hay, entonces, por parte de la Trinidad, como un abandono de sí y una invitación al alma a gozar amigablemente de la presencia del amigo, es decir, de la Presencia de Dios Trinidad, que ha considerado al alma como a su amigo por la gracia. Es lo que enseña Santo Tomás, quien dice así: “no se dice que poseemos verdaderamente sino aquello de lo cual libremente podemos usar y disfrutar”. Este efecto, el “usar y disfrutar” -de la amistad de las Tres Divinas Personas, se entiende-, que existe sólo en las almas de los justos, es un efecto asimilador, que imprime en el alma una imagen de la Trinidad mucho más perfecta de la que ha dejado en el alma el acto creador, porque reproduce rasgos más particulares de las Personas Divinas, por la ley de la apropiación, por ejemplo: el don de sabiduría, que nos hace conocer a Dios, como Dios se conoce a Sí mismo, es propiamente representativo del Hijo; y el amor de caridad que nos permite amar a Dios, como Dios se ama a Sí mismo, es propiamente representativo del Espíritu Santo. Es decir, por el don de la Sabiduría, conocemos a Dios como Dios se conoce a Sí mismo; por el don de caridad, el alma ama a Dios como Dios se ama a Sí mismo. Y por la Sabiduría y la Caridad conocemos al Padre, que es la Persona Primera de la Trinidad, Principio sin Principio de la Sabiduría y de la Caridad, del Hijo y del Espíritu Santo. Por la inhabitación de la Trinidad entonces, conocemos al Padre en el Hijo y lo amamos en el Amor del Espíritu Santo.

“El Reino de Dios es como una semilla de mostaza”. Apreciemos entonces la gracia santificante, que nos comunican los sacramentos, sobre todo el Sacramento de la Penitencia y la Sagrada Eucaristía, gracia santificante que es la que nos permite configurarnos con Cristo y es la que convierte al alma en morada de la Santísima Trinidad.

 



[1] Cfr. https://www.mercaba.org/FICHAS/iveargentina/INHABITACION.htm#:~:text=La%20inhabitaci%C3%B3n%20trinitaria%20es%20la,de%20fe%20divina%20y%20cat%C3%B3lica.&text=Guarda%20el%20buen%20dep%C3%B3sito%20por,(2Tim%201%2C14).   El valor teológico de esta afirmación: es una verdad de fe divina y católica. El testimonio de la Sagrada Escritura es claro y constante. Y va desde las promesas y afirmaciones más genéricas hasta las afirmaciones más contundentes, por ejemplo: Si alguno me ama... mi Padre le amará y vendremos a él y en él haremos mansión (Jn 14,23); Dios es caridad, y el que vive en caridad permanece en Dios, y Dios en él (1 Jn 4,16); ¿No sabéis que sois templos de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?... El templo de Dios es santo y ese templo sois vosotros (1Co 3,16-17); ¿O no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros y habéis recibido de Dios? (1Co 6,19); Vosotros sois templo de Dios vivo (2Co 6,16);  Guarda el buen depósito por la virtud del Espíritu Santo, que mora en nosotros (2Tim 1,14). Cfr. también Rom 8,9-11. En el Magisterio encontramos entre otros testimonios: Pío XII, en la Mystici Corporis: “Adviertan que aquí se trata de un misterio oculto, el cual, mientras estemos en este destierro terrenal, de ningún modo se podrá penetrar con plena claridad ni expresarse con lengua humana. Se dice que las divinas Personas habitan en cuanto que, estando presentes de una manera inescrutable en las almas creadas dotadas de entendimiento, entran en relación con ellas por el conocimiento y el amor, aunque completamente íntimo y singular, absolutamente sobrenatural” (D-H, 3814). El texto citado de Pío XII, que se apoya en Santo Tomás, señala que la inhabitación envuelve dos cosas: la inhabitación es un hecho ontológico y psicológico, y antes ontológico que psicológico.

 

sábado, 2 de marzo de 2024

“No hagan de la Casa de Mi Padre una casa de comercio”

 


(Domingo III - TC - Ciclo B - 2024)

         “No hagan de la Casa de Mi Padre una casa de comercio” (Jn 2, 23-25). Jesús expulsa a los mercaderes del Templo, a aquellos que habían convertido un lugar sagrado en un lugar profano; expulsa a aquellos que habían olvidado al Verdadero Dios y lo habían intercambiado por el dios falso, el dios dinero. Jesús los expulsa y lo hace de modo violento, contrariando la imagen dulzona, bonachona, caricaturesca y falsamente pacifista que el modernismo eclesiástico ha introducido en el seno de la Iglesia Católica. El episodio de la expulsión de los mercaderes del Templo nos deja varias enseñanzas, una de ellas es que el cristianismo es pacífico, pero no pacifista, es decir, no es pacífico a ultranza, no busca la paz a cualquier precio, y mucho menos al precio de traicionar a la Verdad Revelada.

         Los judíos le piden a Jesús que les dé un signo para que justifique su obrar y Jesús les anticipa el signo de su Resurrección: “Destruyan este Templo -el templo que era su Cuerpo- y en tres días lo reconstruiré”. Jesús estaba hablando del Templo Sacratísimo de su Cuerpo, Morada Santa de la Trinidad: si ellos lo destruían, tal como lo iban a hacer por medio de la Pasión y la Crucifixión, Él, Jesús, con su Divino Poder, lo iba a reconstruir, con un esplendor divino, sobrenatural, visible, en tres días, al resucitar glorioso, al salir triunfante, vivo y glorioso, luego de derrotar para siempre a los tres grandes enemigos de la humanidad, el Demonio, la Muerte y el Pecado.

         Otro elemento que podemos observar en esta escena es el significado sobrenatural que tiene para la vida espiritual: el templo representa al cuerpo y el alma humanos, convertidos en Templo del Espíritu Santo por el Bautismo, pero el cual ha sido desfigurado y desnaturalizado por el hombre a causa del pecado y por haber perdido la gracia: así, las bestias irracionales -los bueyes, las palomas, las ovejas, etc.-, representan a las pasiones humanas -ira, envidia, gula, pereza, lujuria, etc.- que, sin el control de la razón y mucho menos de la gracia, toman el control e invaden el templo del Espíritu Santo, expulsando al Espíritu Santo; las necesidades fisiológicas de los animales -el excremento, la orina-, como así también el olor que emanan y los sonidos que emiten -balidos, mugidos, etc.-, todo lo cual afea y provoca repugnancia en un lugar sagrado como el templo, son una representación de la fealdad del pecado, tal como lo percibe Dios en su santidad y también de la repugnancia que a Dios le provoca el pecado en el alma del cristiano, de aquel a quien Él había elegido para ser su morada santa en la tierra y ahora, por propia decisión, lo expulsó de sí mismo para dar lugar al pecado; el dinero de los cambistas representa a la avaricia, al amor por el dinero, por el lujo, por la ostentación, por la riqueza material, todo lo cual ahoga al espíritu y lo vuelve incapaz del amor espiritual tanto hacia el prójimo como hacia Dios, contrariando el diseño original divino, de ahí la furia de Jesús, que ve cómo el corazón humano, creado por Él en unión con el Padre y el Espíritu Santo para que sea trono de Jesús Eucaristía, se convierte en la sede inmunda de un dios falso, el dios mamón, el dios dinero, el dios fabricado por el hombre, un dios que es falso pero que en su falsedad es tan poderoso para el hombre débil, que es capaz de doblegar al hombre y hacer que este lo adore, en lugar de que adore al Verdadero Dios, Jesús Eucaristía, por eso la advertencia de Jesús: “No se puede servir a Dios y al dinero”, porque el corazón humano es un trono que está hecho para un solo señor: o está en él Dios, Jesús Eucaristía, o está el dinero; no pueden coexistir los dos al mismo tiempo, porque como dice Jesús, se amará a uno y se aborrecerá al otro y viceversa. Las bestias y la fealdad que representan que las mismas estén en un lugar sagrado, dedicado a Dios, profanando el lugar sagrado y desacralizándolo, es decir, invirtiendo su cometido original que es adorar a Dios para adorar al Demonio, representan también el consumo de substancias nocivas -alcohol, drogas-, como la impresión de tatuajes en la piel, porque los tatuajes son un modo de consagración al demonio, aun cuando el que se realiza el tatuaje no tenga la intención ni el deseo de hacerlo, por eso es que el cristiano no debe realizarse ningún tatuaje, ni siquiera con motivos religiosos.

“No hagan de la Casa de Mi Padre una casa de comercio”. La expulsión de los mercaderes del Templo debe hacernos reflexionar en la condición de nuestros cuerpos y de nuestras almas como templos del Espíritu Santo y de nuestros corazones como altares y tronos de Jesús Eucaristía. No nos pertenecemos a nosotros mismos, somos propiedad de la Santísima Trinidad, no profanemos lo que es sagrado, lo que es propiedad de la Trinidad, la morada santa, conservemos nuestros corazones en gracia, para que sean en el tiempo y en la eternidad lo que Jesús, desde la eternidad, quiso que fueran: tronos de la Sagrada Eucaristía.

miércoles, 21 de febrero de 2024

“Aquí hay alguien que es más que Jonás”

 


“Aquí hay alguien que es más que Jonás” (Lc 11, 29-32). Jesús trae a la memoria al profeta Jonás, recordado por advertir a los ninivitas sobre un inminente castigo de Dios si no hacían penitencia y se arrepentían de sus pecados, advertencia a la cual los ninivitas hicieron caso, por lo cual Nínive no fue castigada.

El hecho de que Jesús traiga a colación al profeta Jonás y se dirija a Él en tercera persona, como “alguien que es más que Jonás”, se debe a que, como Jesús mismo lo dice, al momento de su prédica, la generación que lo escucha es “malvada”, es decir, repite los pecados, la malicia de Nínive. Y si la generación repite los pecados de Nínive y si Jesús es como Jonás y todavía más que Jonás, entonces es claro que los está llamando al arrepentimiento y a la conversión a aquellos que lo escuchan, ya que, si no lo hacen, recibirán el castigo de Dios merecido por sus pecados: “Esta generación es malvada”, dice Jesús y como es malvada merece castigo si no se arrepiente.

Pero lo que hay que tener en cuenta es que cuando Jesús dice: “Esta generación es malvada”, lo dice no refiriéndose solamente a la generación de hace veinte siglos, a sus contemporáneos, sino a la humanidad en su totalidad: la humanidad, apartada de Dios por el pecado original, ha caído en la malicia del pecado, se ha dejado arrastrar por sus pasiones depravadas y por lo tanto es susceptible de recibir el castigo divino a causa de sus pecados si no se arrepiente y se convierte, tal como hicieron los ninivitas.

Por lo tanto, esta misma llamada al arrepentimiento y a la penitencia que hace Jesús a quienes lo escuchaban en su tiempo, nos la hace también a nosotros, desde el momento en que somos tanto o más pecadores que los ninivitas y también pertenecemos a la “generación malvada”, en cuanto somos descendientes de Adán y Eva. Es aquí en donde la figura de los ninivitas nos ayuda a comprender y a vivir la Cuaresma: los ninivitas son un ejemplo para nosotros acerca de cómo vivir la Cuaresma porque ellos escucharon la voz de Dios, escucharon su advertencia de cambiar de vida, hicieron penitencia y así no solo evitaron el castigo divino, sino que recibieron tantas bendiciones del Cielo, que son y serán recordados hasta el fin de los tiempos por su arrepentimiento y su buen obrar. Aprovechemos el tiempo de Cuaresma para que, al igual que los ninivitas, también nosotros hagamos penitencia, nos arrepintamos de nuestros pecados y recibamos el más grande don que Dios puede hacer a la humanidad, Cristo Jesús en la Eucaristía.

lunes, 17 de julio de 2023

“¡Ay de ti, Corozaín, ay de ti, Betsaida! El Día del Juicio Final será más llevadero a Tiro y Sidón y a Sodoma que a vosotras”

 


 “¡Ay de ti, Corozaín, ay de ti, Betsaida! El Día del Juicio Final será más llevadero a Tiro y Sidón y a Sodoma que a vosotras” (Mt 11, 20-24). El Evangelio es muy explícito en cuanto a lo que Jesús dice: es un “reproche” a ciudades hebreas, a ciudades en donde Él hizo abundantes milagros de todo tipo, pero a pesar de esto, “no se han convertido”, es decir, no han cambiado su comportamiento, no han demostrado con un cambio de vida que refleje que verdaderamente creen en Dios y en su Mesías, Jesucristo. Esta indiferencia, por parte de las ciudades hebreas, a los milagros obrados por Jesús, no será pasada por alto por Dios en el Día del Juicio Final: quienes fueron testigos o receptores de milagros y aun así no cambiaron de vida, no convirtieron sus corazones y continuaron viviendo como paganos, serán juzgados mucho más severamente que aquellas ciudades -Tiro y Sidón, Sodoma y Gomorra- en las cuales Jesús no hizo milagros. Jesús les reprocha a estas ciudades su dureza de corazón, su frialdad y su indiferencia y les advierte que las ciudades en las que predomina el pecado pero no se realizaron milagros, recibirán un mejor trato por la Justicia Divina en el Día del Juicio Final.

Ahora bien, las ciudades hebreas representan a los cristianos, a los bautizados en la Iglesia Católica, por lo que el reproche quedaría así: “Ay de ti alma cristiana, el Día del Juicio Final será más leve para los paganos que para ti”. La razón del reproche para los cristianos que no llevan una vida cristiana y que serán juzgados mucho más severamente en el Día del Juicio Final que los paganos, es que dichos cristianos recibieron los más grandes milagros que Dios puede hacer por un alma: entre otros muchísimos dones espirituales, Dios les concedió, por el Bautismo, la gracia de quitarles el pecado original y los convirtió en hijos adoptivos de Dios; por la Eucaristía, les dio como alimento de sus almas su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad; por la Confirmación, les dio su Amor, el Amor de Dios, el Espíritu Santo y aun así no se convirtieron, continuaron sus vidas como si Dios no hubiera hecho nada por ellos, continuando sus vidas como si no hubieran recibido nada de parte de Dios y por eso mismo, en el Día del Juicio Final, los paganos serán juzgados con más benevolencia que los cristianos que recibieron todo tipo de dones, gracias y milagros por parte de Dios y aun así no se convirtieron. Debemos vivir y obrar según la Ley de Dios y los consejos evangélicos de Jesús, si no queremos escuchar estas severas pero justas palabras de Jesús: “Ay de ti alma cristiana, el Día del Juicio Final será más leve para los paganos que para ti”.

martes, 28 de marzo de 2023

“La Verdad os hará libres”

 


“La Verdad os hará libres” (Jn 8, 31-42). Jesús les dice a los judíos que “la Verdad los hará libres”, pero los judíos se ofenden puesto que no se consideran esclavos de nadie, al ser de la descendencia de Abraham.

La razón del desencuentro entre Jesús y los judíos es que Jesús les está hablando de la esclavitud del pecado, esclavitud de la cual la Ley mosaica no puede liberar. Los judíos creían que por el solo hecho de ser descendencia de Abraham y de observar la Ley mosaica, quedaban purificados, es decir, libres de pecado. Pero lo que no tienen en cuenta es que ni el hecho de ser descendientes de Abraham, ni el hecho de cumplir la Ley de Moisés, nada de eso puede quitar el pecado, que es una mancha de orden espiritual. El pecado es oscuridad espiritual que ciega espiritualmente al hombre y lo aleja de la Presencia de Dios, quitándole su amistad y convirtiéndolo en su enemigo y por el hecho de ser de orden espiritual, no puede ser quitado por la Ley de Moisés, ya que esta no tiene poder para hacerlo. El pecado no solo aleja al hombre de Dios, sino que lo esclaviza, porque es una fuerza maligna que, anidando en lo más profundo del ser del hombre, lo obliga a dirigirse en una dirección contraria a la de Dios y es en este sentido en el que Jesús les hace ver que el pecado hace esclavo al hombre.

 Debido a la naturaleza eminentemente espiritual del pecado, este puede ser quitado del alma del hombre sólo por una fuerza espiritual que sea superior a la del pecado y esta fuerza solo la posee Dios, quien es omnipotente y además, es lo diametralmente opuesto al pecado, ya que es la Santidad Increada en Sí misma. A esto se refiere Jesús cuando le dice a los judíos: “La Verdad os hará libres”, porque “la Verdad” es Él, es decir, Jesús, al ser la Segunda Persona de la Trinidad, al ser Dios Hijo encarnado, es la Sabiduría Divina y es la Verdad Divina, es la Palabra eternamente pronunciada por el Padre, Palabra que contiene en Sí la infinita Sabiduría de Dios y la Verdad Absoluta de Dios. Esta es la razón por la cual sólo Dios puede quitar el pecado: porque es la Santidad Increada y porque es la Verdad Increada y Eterna y en cuanto tal, posee no solo la omnipotencia divina, sino la superioridad absoluta de la Santidad Divina por encima del pecado, originado en el corazón del hombre.

“La Verdad os hará libres”. Mientras el pecado, que se origina en la profundidad de nuestro ser y de nuestro corazón, nos hace esclavos por cuanto nos encadena a las pasiones y al error, solo Jesucristo, la Sabiduría y la Verdad Absolutas de Dios, nos hace libres, rompiendo las cadenas del pecado y concediéndonos la libertad plena, total y verdadera de los hijos de Dios. Hemos sido creados para ser libres en la Verdad y no para ser esclavos de las pasiones y del error, por lo tanto, para no frustrar el plan de Dios para nosotros, sigamos a Jesús, Camino, Verdad y Vida, cargando nuestra cruz, hasta el Calvario, para recibir la Libertad absoluta por medio de la Sangre del Cordero.

sábado, 4 de marzo de 2023

“¿Así le contestas al Sumo Sacerdote?”

 


Cristo ante Caifás.

“¿Así le contestas al Sumo Sacerdote?” (Jn 18, 22). El sonido de la fuerte trompada me despertó; en el mismo instante, abrí los ojos y me escuché a mí mismo pronunciando la misma frase, la misma pregunta: “¿Así le contestas al Sumo Sacerdote?”. Instantáneamente, sin pensarlo, miré mi mano derecha y me di cuenta de que el anillo que llevo puesto habitualmente en el dedo anular, estaba manchado de sangre, mientras un hilo de esa sangre comenzaba a discurrir por mi mano, cayendo una gota en el suelo. Era una sangre distinta, una sangre que, inexplicablemente, al mismo tiempo que me atraía, me impulsaba a estremecerme en mi interior, con un temblor sagrado, como alguien que se encuentra ante lo más sublime y sagrado que jamás pueda siquiera ser imaginado por el hombre o por el ángel. Luego sabría el motivo; era la Sangre del Cordero, pero en ese momento todavía no lo sabía.

Luego de escuchar mi propia voz y de ver, casi en simultáneo, mi anillo, mi dedo anular y mi mano, manchadas con sangre, elevé la vista y contemplé su Rostro, el Rostro de Dios; contemplé sus ojos, los ojos de Dios, los ojos de Jesús de Nazareth. Y en el mismo momento, escuché que el Hijo de Dios me decía: “Si he hablado mal, dime en qué ha sido; si he hablado bien, ¿por qué me pegas?”. Esas palabras –“¿Por qué me pegas?”-, unidas a la contemplación de su Rostro, las escuché, no solo con los oídos del cuerpo, sino ante todo con los oídos del alma, de mi alma sumergida en la oscuridad. Entonces comprendí la verdadera dimensión del pecado, comprensión acompañada de la luz de su Rostro, la Luz Eterna del Ser divino trinitario de Jesús, que iluminó las tinieblas de mi mente y de mi corazón, sacándome de la siniestra oscuridad en la que me encontraba.

El golpe, la trompada, la cachetada, en el Rostro Santísimo de Jesús, es la consecuencia del pecado, es el fruto envenenado del pecado. La suprema fealdad del pecado, nacida en lo más profundo de mi ennegrecido corazón, se estrellaba contra la Suprema Belleza Increada, que resplandecía sobrenaturalmente en el Sagrado Rostro de Jesús. Ése es el destino final del pecado, ésa es la trayectoria final, el impactar de forma violenta sobre la Humanidad Sacratísima de Jesús, al punto de herirla, abrirla en dos, provocando una herida abierta y sangrante, herida de la cual fluye la Preciosísima Sangre del Cordero.

Mientras me arrodillaba para adorar al Cordero, escuchaba su voz que me decía: “¿Por qué me pegas?” (Jn 18, 22).

miércoles, 18 de enero de 2023

“Éste es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”

 


(Domingo II - TO - Ciclo A – 2023)

          “Éste es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn 1, 29-34). Mientras Jesús va caminando, Juan el Bautista, que lo ve pasar, lo señala y lo nombra con un nombre nuevo, jamás pronunciado hasta entonces: “Éste es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. El Bautista llama a Jesús “Cordero”, pero no un cordero cualquiera, sino “el Cordero de Dios”, y esto no solo porque Jesús es manso y humilde como un cordero -la mansedumbre y la bondad es el aspecto característico del cordero-, sino porque Jesús es la Humildad, la Mansedumbre y la Bondad Increadas, desde el momento en que Él es la Segunda Persona de la Trinidad y, en cuanto tal, contiene en Sí mismo todas las perfecciones y virtudes posibles, en grado infinito y perfectísimo y la bondad, la mansedumbre y la humildad, son virtudes en sí mismas excelsas y perfectas.

          Al ser Dios Hijo encarnado, Jesús no podía no manifestarse como Cordero, por su humildad, su bondad y su mansedumbre, constituyendo así en su Persona divina encarnada, como la ofrenda perfectísima de sacrificio para honra y gloria de la Trinidad. Jesús es entonces “el Cordero de Dios”, en cuanto ofrenda perfectísima y agradabilísima para la Trinidad, pero también es “Dios hecho Cordero de sacrificio”, es Dios hecho Cordero místico, Cordero de sacrificio, de ofrenda por la salvación de los hombres; Jesús es Dios hecho Cordero, sin dejar de ser Dios, Cordero que derramará su Sangre Preciosísima en el ara del Calvario, el Viernes Santo, para concedernos, con su Sangre derramada, no solo el perdón de los pecados, sino también y ante todo, la vida divina de la Trinidad, la vida misma del Acto de Ser divino trinitario, para que purificados de nuestros pecados por medio de su Sangre Preciosísima, seamos convertidos en hijos adoptivos de Dios, en herederos del Reino de los cielos, en templos vivientes del Espíritu Santo, en altares de Jesús Eucaristía. Pero la Sangre del Cordero, al ser derramada sobre nuestras almas por el Sumo y Eterno Sacerdote, Cristo Jesús, nos asimila a Él y nos convierte en imágenes vivientes suyas, destinadas a ser, como Él, víctimas de oblación para el sacrificio perfecto para la Trinidad, es decir, somos convertidos, por la Sangre del Cordero, en víctimas en la Víctima por excelencia, el Cordero de Dios, Cristo Jesús.

          “Éste es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”, dice el Bautista al ver pasar a Jesús. Como Iglesia, como miembros de la Iglesia, también nosotros, al contemplarlo en la Eucaristía, adoramos a Cristo Dios y le decimos: “Jesús, Tú en la Eucaristía eres el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. Y luego de adorarlo, pedimos la gracia de unirnos a su Santo Sacrificio, para ser sacrificados, como Él, en el ara de la Cruz, por la salvación de los hombres, nuestros hermanos. Si somos fieles a la gracia recibida en el Bautismo sacramental, gracia por la cual fuimos incorporados al Cordero de Dios en su Cuerpo Místico, también de nosotros se podrá decir: “Éstos son los corderos de Dios que, purificados por la Sangre del Cordero, siguen al Cordero adonde Él va”. Y como el Cordero de Dios va a la Cruz, a ofrendar su vida en el Calvario, también nosotros, corderos en el Cordero, debemos seguirlo por el Via Crucis, el Camino Real de la Cruz, el Único Camino que conduce a algo infinitamente más hermoso que el Reino de los cielos, el seno eterno de Dios Padre.

miércoles, 22 de junio de 2022

“Al llegar el tiempo en que debía salir de este mundo, Jesús se encaminó decididamente a Jerusalén”


 

(Domingo XIII - TO - Ciclo C – 2022)

         “Al llegar el tiempo en que debía salir de este mundo, Jesús se encaminó decididamente a Jerusalén” (Lc 9, 51-62). Jesús sabe que va a morir en la Cruz, sabe que va a sufrir la Pasión, y porque lo sabe, es que se encamina decididamente a Jerusalén, en donde será crucificado. Si nosotros nos reconocemos cristianos, entonces debemos tomar la misma decisión, la decisión de seguir a Jesús que nos guía a la Jerusalén celestial, por medio del Via Crucis, por medio del Camino Real de la Cruz. Ahora bien, este seguimiento de Cristo implica varios elementos de orden espiritual, según podemos ver en el episodio del Evangelio.

El seguimiento de Cristo implica ante todo la práctica y el ejercicio de la caridad cristiana, que es amor sobrenatural y no humano, hacia el prójimo, incluido el enemigo. Cuando los discípulos de Jesús le preguntan si quiere que ellos “hagan bajar fuego del cielo” para consumir en el fuego a sus enemigos, los samaritanos –esto indica que los discípulos tenían, porque Jesús les había participado, el efectivo poder de hacer bajar fuego del cielo; de otro modo, no se lo hubieran preguntado-, Jesús los reprende, porque no han comprendido que el fuego que deben hacer bajar es el Fuego del Amor de Dios, el Espíritu Santo. El fuego que debe y puede hacer bajar del cielo el cristiano es el Fuego del Divino Amor, el Espíritu Santo, y lo debe hacer por medio de la oración, del sacrificio, de la penitencia y no solo para los prójimos a los que ama, sino ante todo para con su enemigo, porque ése es el mandato de Jesús: “Amen a sus enemigos” y en este amor sobrenatural al enemigo es que se demuestra que el alma sigue verdaderamente a Cristo y no a su propia voluntad: “En el amor que os tengáis los unos a los otros reconocerán que son mis discípulos” (Jn 13, 35).

El otro elemento espiritual presente en el seguimiento de Jesús es la tribulación de la cruz. Cuando uno en el camino le dice que “lo seguirá dondequiera que vaya”, Jesús le advierte que ese seguimiento no es para nada fácil: “Las zorras tienen madrigueras y los pájaros, nidos; pero el Hijo del hombre no tiene en dónde reclinar la cabeza”. Jesús le advierte que si lo quiere seguir debe cargar la cruz y estar dispuesto a padecer por amor todo lo que implica el cargar la cruz, porque es precisamente en la cruz en donde “el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza”, debido a la suma incomodidad que le provoca la corona de espinas, además del dolor punzante que experimenta cuando intenta reclinarse un poco para descansar. El cristiano debe estar dispuesto a vivir no solo la pobreza de la cruz, que es el desprendimiento ante todo interior de los bienes materiales, sino a desear ser crucificado con Cristo y ser coronado con la Corona de espinas de Cristo.

Otro elemento espiritual en el seguimiento de Cristo es el olvido de los asuntos mundanos, para dedicar, según el estado de vida de cada uno –laico o consagrado- la vida entera a Cristo y a su Iglesia, la Iglesia Católica. Esto es lo que quiere decir Jesús cuando, ante uno que le dice que lo seguirá, pero que “primero lo deje ir a enterrar a su padre”, Jesús le contesta: “Deja que los muertos entierren a sus muertos. Tú ve y anuncia el Reino de Dios”. Es decir, deja que los que están muertos espiritualmente a la vida de la gracia se ocupen de los asuntos mundanos; tú, que has recibido el llamamiento para seguir al Cordero, deja las cosas del mundo y ocúpate en salvar almas, conduciéndolas a la Iglesia y sus sacramentos.

Por último, la vida pasada, vivida en la mundanidad y en el desconocimiento de Cristo y su gracia, debe quedar en el olvido cuando se sigue a Cristo, porque quien permanentemente recuerda su vida de pecado, anterior al llamado de Cristo, “no sirve para el Reino de Dios”. Es esto lo que se desprende del siguiente diálogo de Jesús: Otro le dijo: “Te seguiré, Señor; pero déjame primero despedirme de mi familia”. Jesús le contestó: “El que empuña el arado y mira hacia atrás, no sirve para el Reino de Dios”. Caridad cristiana, que implica el amor sobrenatural al enemigo; cargar la cruz de cada día, abrazando la pobreza de la cruz y las tribulaciones que la cruz implica; olvido y abandono del mundo y de sus falsos atractivos; olvido de la vida pasada de pecado y propósito de perseverancia en la vida nueva de la gracia, eso es lo que debe hacer todo cristiano que quiera seguir a Cristo por el Camino Real de la Cruz, camino que conduce más allá de esta vida terrena, la Vida Eterna en el Reino de los cielos.



 

miércoles, 2 de marzo de 2022

“El Espíritu de Dios llevó a Jesús al desierto (…) el espíritu demoníaco tentó a Jesús”

 


(Domingo I - TC - Ciclo B – 2022)

         “El Espíritu de Dios llevó a Jesús al desierto (…) el espíritu demoníaco tentó a Jesús” (cfr. Lc 4, 1-13). En este Evangelio se contraponen en forma antagónica las acciones de los dos espíritus: el Espíritu de Dios y el espíritu demoníaco. El Espíritu de Dios lleva a Jesús al desierto, un lugar que naturalmente es poco atractivo para el ser humano debido a sus características: el desierto se asocia a desolación, soledad, tristeza, temperaturas extremas –calor extremo en el día y frío extremo en la noche-, peligro –presencia de víboras, serpientes, escorpiones-, sed –ausencia o carestía extrema de agua-, hambre –en el desierto es imposible la caza o el cultivo-. Por otro lado, el espíritu demoníaco, es decir, Satanás, el Ángel caído, le propone a la naturaleza humana del Hijo de Dios encarnado, las tentaciones, es decir, aquello que provoca satisfacción en el hombre caído, el hombre pecador. Con respecto a las tentaciones, hay que decir que Jesús no podía jamás caer en pecado, aun cuando la tentación fuera la más fuerte de todas y esto porque Jesús de Nazareth es Dios Hijo en Persona y Dios no puede pecar porque Él es la Gracia Increada, por eso la tarea del demonio es en vano, es inútil.

         “El Espíritu de Dios llevó a Jesús al desierto (…) el espíritu demoníaco tentó a Jesús”. En el Evangelio entonces se contraponen dos espíritus, el Espíritu de Dios y el espíritu demoníaco, Satanás, el Ángel caído y los dos interactúan con la naturaleza humana de Jesús con objetivos distintos: uno, el Espíritu de Dios, lo lleva al desierto para que la naturaleza humana de Jesús, por medio de la mortificación y el sufrimiento que implica, se fortalezca; el otro, el espíritu satánico, obra sobre la naturaleza humana de Jesús para, mediante el falso deleite de las pasiones, haga caer en el pecado a Jesús, lo cual es imposible que suceda, pero el Demonio lo intenta de todas formas, porque la naturaleza humana de Jesús está unida al Ser divino trinitario, que es de donde brota, como una fuente de agua cristalina, la Gracia Increada.

“El Espíritu de Dios llevó a Jesús al desierto (…) el espíritu demoníaco tentó a Jesús”. A diferencia de Jesús, que no podía pecar porque Él es el Hombre-Dios, nosotros sí podemos pecar; de hecho, nacemos con el pecado original y somos tentados desde que comenzamos a existir, hasta el último segundo de nuestra vida terrena y esto lo puede experimentar cada uno, porque llevamos la marca del pecado original en el alma. Lo que nos enseña Jesús es que, aun cuando la tentación fuera muy grande, la más grande que pueda soportar nuestra humanidad, si somos sostenidos por la gracia santificante, nunca caeremos en pecado y así la tentación se volverá no ocasión de caída, sino ocasión de crecimiento en la gracia, lo cual quiere decir crecimiento en el Amor de Dios. Las tentaciones de Jesús nos enseñan que la tentación puede ser vencida, pero solo con la gracia de Dios, además de la oración y el ayuno y esto lo vemos en Jesús: Jesús ES la Gracia Increada, ora al Padre en el Espíritu Santo y hace ayuno, no de un día o dos, sino de cuarenta días. Nuestro espíritu humano es sometido a la tentación desde que comienza a existir, hasta que deja esta vida terrena, pero lo que Jesús nos enseña es que la tentación no necesariamente finaliza en el pecado, sino que, con la ayuda de la gracia, la oración y el ayuno, se puede convertir en ocasión de crecimiento en el Amor de Dios.

Viernes después de Cenizas

 


         “Que la austeridad penitencial nos ayude en el combate cristiano contra el mal”. Esto reza la Iglesia en la Liturgia de las Horas en las Laudes del Jueves de Cenizas y de esta manera nos da las razones por las cuales, como cristianos, debemos vivir el tiempo litúrgico de la Cuaresma haciendo penitencia. ¿Qué significa este “combate cristiano contra el mal? Para saber la respuesta, debemos reflexionar acerca de qué es lo que entendemos por “mal”, porque la penitencia cuaresmal se orienta a combatir el mal. Podemos decir que hay dos tipos de males: el pecado como mal de la persona y el mal personificado, el mal que define a una persona y este es el Ángel caído, Satanás. Entonces, cuando decimos que la penitencia y la austeridad cuaresmal nos ayudan en el “combate cristiano contra el mal”, estamos haciendo referencia a estos dos tipos de males, el pecado como mal personal y el Demonio como mal personificado en una persona angélica, el Ángel Apóstata.

         Con relación al pecado personal podemos encontrar en las Escrituras qué es lo que el mismo Dios quiere que combatamos en nosotros. Por ejemplo, en Isaías 58, 1-12, Dios dice así por boca del profeta: “El día del ayuno buscáis vuestro interés y apremiáis a vuestros servidores; mirad: ayunáis entre riñas y disputas, dando puñetazos sin piedad”. Dios nos hace ver que lo que debemos combatir a través del ayuno y la penitencia es el pecado personal, que es el mal que surge en el corazón y que luego se traduce en obras malas: egoísmo, riñas, disputas, las cuales no necesariamente son físicas, sino ante todo de orden moral, como la calumnia y la difamación, males inmensamente peores que los golpes físicos.

         Éste es entonces el primer mal a combatir, el pecado como mal personal.

         El segundo mal a combatir es el mal personificado, podríamos decir, el mal convertido en persona y es el Ángel caído, Satanás, quien ronda a nuestro alrededor buscando la ocasión de hacernos caer para arrastrarnos con él a la eterna perdición. La Escritura lo describe como “león rugiente que anda buscando a quién devorar”. Por supuesto que no debemos creer que todo el mal personal que cometemos se debe a la acción del demonio, porque en la mayoría de las veces el demonio no tiene necesidad de tomarse el trabajo de tentarnos, ya que solos nos precipitamos en el pecado.

         “Que la austeridad penitencial nos ayude en el combate cristiano contra el mal”. Nuestro combate –“combate es la vida del hombre en la tierra”, dice el libro de Job- entonces no es contra el prójimo, sino contra nosotros mismos, en la tendencia al mal que llevamos, como consecuencia del pecado original y es contra el demonio, contra el Príncipe de las tinieblas. Y como es un combate cristiano, no usamos armas materiales, sino espirituales: la oración, los sacramentos, la adoración eucarística, el santo crucifijo, los sacramentales. Sólo así no sólo combatiremos el mal, sino que obraremos el bien, la misericordia corporal y espiritual, que nos abre las puertas del cielo.

viernes, 25 de febrero de 2022

“Cada árbol se conoce por su propio fruto”

 


(Domingo VIII - TO - Ciclo C – 2022)

          “Cada árbol se conoce por su propio fruto” (Lc 6, 39-45). Jesús nos da la clave para saber cuál es el espíritu que gobierna en el corazón del hombre y para ello utiliza dos imágenes, la de un árbol bueno, con sus frutos buenos y la de un árbol malo, con sus frutos malos: entonces, así como un árbol bueno, en buen estado de salud, da frutos buenos, saludables, así una persona buena, cuyo corazón es bueno, da frutos de bondad; de la misma manera, así como de un árbol malo, el árbol que se está secando, da frutos malos, frutos secos, sin sabor, así también una persona mala, cuyo corazón es malo, sólo da frutos de malicia.

          Ahora bien, a partir de Cristo, el concepto de bondad y maldad se amplía, puesto que Él viene a traernos la gracia santificante, que nos hace partícipes de la Bondad de Dios y eso es la santidad; por otra parte, quien no participa de la gracia, vive bajo el dominio del pecado y es el pecado el que lo lleva a participar del pecado del Ángel caído, el Demonio. Es decir, a partir de Cristo, el árbol bueno es el alma que vive en estado de gracia y da frutos de santidad, mientras que el árbol malo es el alma que no vive en gracia y que por eso da frutos de pecado.

          ¿Cuáles son los frutos de santidad? Cuando el alma está en gracia, dijimos que participa de la Bondad de Dios y esto es lo que sucedió con los santos, que eran buenos pero no con una simple bondad humana, sino que eran santos, que quiere decir que eran buenos con la Bondad de Dios. Esta bondad divina de la que participaban los santos es la que los llevó a vivir una vida no humana, sino divina, aun cuando vivían en la tierra: por ejemplo, es la bondad que poseía el Padre Pío, la Madre Teresa, o Santo Tomás, o cualquier santo de la Iglesia Católica. Ellos son los máximos ejemplos de los frutos de bondad y santidad divina que pueden dar las almas cuando estas participan de la bondad del Sagrado Corazón de Jesús.

          Por otra parte, los frutos de malicia, son los frutos de la concupiscencia consentida, es decir, el pecado: la maledicencia, la calumnia, la difamación, la mentira, el engaño, la violencia, la deshonestidad, el robo y toda clase de obras malas. Todos estos frutos malos, los frutos envenenados del mal, surgen de los corazones oscuros, de los corazones que no están iluminados, santificados y purificados por la gracia santificante del Corazón de Cristo, que se nos comunica a través de los sacramentos, sobre todo la Confesión Sacramental y la Eucaristía.

          “Cada árbol se conoce por su propio fruto”. Si en nuestros corazones inhabita el Espíritu Santo, por obra de la gracia, entonces daremos frutos de santidad; si en nuestros corazones no está la gracia, sino la oscuridad del pecado, entonces daremos frutos de malicia. El corazón bueno da frutos de bondad; el corazón que no tiene bondad, da solo frutos malos. Cada uno elige qué clase de frutos quiere dar, a Dios y al prójimo.

 

domingo, 30 de enero de 2022

“El Espíritu del Señor está sobre Mí”

 


(Domingo III - TO - Ciclo C – 2022)

          “El Espíritu del Señor está sobre Mí” (Lc 1, 1-4; 4, 14-21). Jesús, que es un rabbí judío, es decir, un letrado en la religión hebrea, sube al estrado para leer las Sagradas Escrituras. No es por casualidad que abre las Escrituras en el pasaje en el que Dios habla a través del Profeta Isaías –nada hay por casualidad en la vida y en las obras de Jesús-, pasaje en el que el Mesías revela que “el Espíritu de Dios” reposa sobre Él y que Dios lo ha enviado para una misión: dar la vista a los ciegos, curar a los enfermos, llevar la salvación a los hombres. Ahora bien, el hecho verdaderamente asombroso no es que Jesús lea el pasaje del Profeta Isaías, sino que Jesús se auto-atribuya ese pasaje como dedicado a Él; es decir, según las propias palabras de Jesús, el Mesías al cual hace referencia el Profeta, sobre el cual se posa el Espíritu del Señor y por medio del cual lo envía a cumplir una misión sobre la humanidad, se refiere a Él, Jesús de Nazareth. Esto provoca una gran admiración entre los asistentes a la sinagoga, porque para ellos, Jesús era un habitante más del pueblo, el “hijo del carpintero”, “el hijo de José y María”, alguien que había crecido entre ellos, como un hijo más entre tantos, como un hijo de vecino más entre tantos. Y sin embargo, Jesús, que es Dios Hijo en Persona, encarnado en la humanidad santísima de Jesús de Nazareth, revela la verdad acerca de la divinidad de su Persona, con lo cual revela al mismo tiempo que Él es hijo adoptivo de San José, Hijo de María Virgen e Hijo del Eterno Padre, tan Dios como su Padre Dios.

          “El Espíritu del Señor está sobre Mí y me ha enviado a curar a los enfermos y a liberar a los cautivos”. Que nadie se engañe acerca del envío y la misión del Mesías, Jesús de Nazareth: Él ha venido para principalmente curarnos de la lepra espiritual que es el pecado, lepra que nos cerraba las puertas del Cielo y nos abría las puertas del Infierno; Él ha venido para sanarnos de esta lepra espiritual con su gracia santificante y ha venido también para liberarnos de la esclavitud de la muerte y del Demonio para conducirnos, en la libertad de los hijos adoptivos de Dios, a la felicidad eterna del Reino de los cielos. Jesús no ha venido para liberarnos de la pobreza material ni para hacer de este mundo un “mundo feliz”, sino para convertirnos en hijos adoptivos de Dios, en herederos del Reino de los cielos y en adoradores del Padre, “en espíritu y en verdad”.

viernes, 12 de noviembre de 2021

“Han convertido la Casa de Dios en cueva de ladrones”

 


“Han convertido la Casa de Dios en cueva de ladrones” (Lc 19, 45-48). Al llegar al Templo, Jesús se encuentra con una escena que desencadena su ira: el Templo ha sido ocupado por mercaderes y cambistas y ha sido convertido en un lugar en un todo similar a un mercado de compra-venta de mercaderías. Llevado por su ira, Jesús fabrica un látigo de cuerdas y expulsa a mercaderes y cambistas. En este episodio, hay diversos elementos a considerar. Un primer elemento es la ira de Jesús, ira que de modo alguno es un pecado, puesto que Jesús, siendo Dios, no puede pecar; por otra parte, se trata de una ira justa, porque la ira de Jesús es la Ira de Dios, que se desencadena cuando Dios ve que los hombres han cometido el sacrilegio de convertir su Casa, el Templo, en una “cueva de ladrones”. En otras palabras, la ira de Jesús se desencadena cuando advierte la insensatez de los hombres, que han pervertido el fin original del Templo, que es la oración y la adoración al Dios Único, en un mercado en el que se compra y vende todo tipo de mercancías. Otro elemento a considerar es la simbología contenida en la escena: el Templo es la Casa de Dios y como tal, es lugar de oración y adoración, pero en este caso, se trata de un templo profanado, porque se ha desviado y pervertido su función original, para reemplazarla por una actividad, la compra-venta de mercancías, que nada tiene que ver con su función original; además, el templo es imagen del alma del cristiano que, por el bautismo sacramental, se convierte en templo del Espíritu Santo: en este caso, se trata de un templo profanado, es decir, es el cuerpo y el alma del cristiano en estado de pecado, sin la gracia santificante. Otro elemento simbólico son los animales: con su irracionalidad y con el hedor propio de su ser de bestias, representan a las pasiones del hombre que, sin el control de la gracia santificante y por lo tanto sin el control de la razón, esclavizan al hombre induciéndolo al pecado. Otro elemento simbólico son los cambistas, sentados en sus mesas con monedas de oro y plata: representan al hombre que, habiendo desplazado a Dios de su corazón, ha entronizado al dinero y lo ha convertido en un ídolo, ante el cual se postra y por el cual es capaz de hacer cualquier cosa, literalmente. Por último, la acción de Jesús, de expulsar a los mercaderes y a los cambistas del templo, representa la acción de la gracia santificante que, con el poder divino, expulsa al pecado del alma y devuelve a Dios Uno y Trino aquello que le pertenece: el corazón, el cuerpo y el alma del bautizado.

“Han convertido la Casa de Dios en cueva de ladrones”. La Justa Ira de Jesús no se detiene en el episodio del Evangelio; es actual y válida para todo tiempo; por esto mismo, seamos precavidos y tengamos mucho cuidado en no convertir el templo del Espíritu Santo, nuestro corazón, nuestro cuerpo y nuestra alma, en refugio de demonios y por el contrario, que por la gracia santificante conservemos siempre la majestuosa dignidad de ser templos del Espíritu Santo y sagrarios vivientes de Jesús Eucaristía.

 

domingo, 19 de septiembre de 2021

“Si tu mano te hace caer, córtatela”

 


(Domingo XXVI - TO - Ciclo B – 2021)

         “Si tu mano te hace caer, córtatela” (cfr. Mc 9, 38-43. 45. 47-48). Jesús utiliza una imagen que, de buenas a primera, suena bastante fuerte: nos dice que si el ojo, la mano o el pie, son ocasión de caída en el pecado, debemos “extirparlos”, por así decirlo. Ahora bien, es obvio que Jesús no está hablando literalmente, si no, metafóricamente, porque de ninguna manera nos está diciendo que debemos hacer eso literalmente. Sin embargo, si utiliza una imagen tan fuerte, es para que tomemos conciencia acerca de la gravedad del pecado. Es decir, Jesús utiliza una imagen corpórea, sensible, material –el ojo, la mano, el pie-, para referirse a una realidad espiritual, la integridad del alma. El alma no puede trocearse, no puede cortarse en pedazos, como sí puede suceder con el cuerpo, como con una cirugía, por ejemplo, pero el alma sí puede perder su vitalidad, aquello que le da vida divina al hacerla partícipe de la vida de Dios y es la gracia santificante. Si el alma pierde la gracia, queda en estado de pecado y si es mortal, queda en estado de condenación, lo cual es una situación muy grave y delicada, porque si la persona muere en ese estado, se condena. Esto explica que Jesús utilice una imagen tan fuerte, como la de extirpar un ojo, una mano o un pie, si estos son ocasión de pecado: como Él mismo dice, es mejor salvar el alma con el cuerpo tullido, antes que condenarse con el cuerpo entero. El consejo de Jesús tiene una relación directa con el propósito que el alma hace cuando se confiesa: en la fórmula de arrepentimiento, que el penitente tiene que recitar antes de recibir la absolución sacramental en el Sacramento de la Penitencia, se dice “antes querría haber muerto que haberos ofendido”, con lo cual se expresa que se prefiere la muerte terrena, corporal, antes que la muerte espiritual, por causa del pecado. Es decir, la Iglesia, que es la que redacta la fórmula del arrepentimiento, traslada las palabras de Jesús de este Evangelio, al Sacramento de la Penitencia y esto para que tomemos conciencia de la gravedad del pecado, sobre todo del pecado mortal: todavía más que perder un ojo, una mano o un pie, es preferible perder la vida terrena –“antes querría haber muerto que haberos ofendido”- que cometer un pecado mortal o venial deliberado. La Iglesia, con la sabiduría divina que le proporciona el Espíritu Santo, comprende el sentido eminentemente espiritual de las palabras de Jesús y las aplica para el Sacramento de la Penitencia.

“Si tu mano te hace caer, córtatela”. El consejo de Jesús, en sentido espiritual, se traslada a lo siguiente: si hay algo, o alguien, que es ocasión de pecado, entonces debo retirarme de ese algo o alguien, para así conservar la gracia y evitar el pecado y es esto también lo que dice el penitente: “Propongo firmemente evitar las ocasiones de pecado”. Meditando en las palabras de Jesús, valoremos la vida de la gracia y pidamos la gracia, como lo hacían los santos, de “morir antes que pecar”, para conservar siempre la gracia, que nos concede la participación en la vida eterna de la Santísima Trinidad.

sábado, 21 de agosto de 2021

“Es del corazón del hombre de donde salen toda clase de cosas malas”

 


(Domingo XXII - TO - Ciclo B – 2021)

         “Es del corazón del hombre de donde salen toda clase de cosas malas” (cfr. Mc 7, 1-8. 14-15. 21-23). Al ver que los discípulos de Jesús no cumplen con los requisitos legales del lavatorio ritual de las manos antes de comer, los fariseos ven la oportunidad de atacar a Jesús para hacerlo quedar en evidencia, a Él y a sus discípulos, por la presunta falta cometida[1]. Para los fariseos, constituía una grave falta el comer sin lavarse las manos, pero no porque se tratara de una medida higiénica, sino porque los fariseos no sólo se preocupaban por la observancia de los preceptos escritos de la ley mosaica relativos a la impureza legal, sino también por la tradición de los ancianos, la interpretación de la ley escrita y las demás disposiciones establecidas por los antiguos rabinos. En otras palabras, para los fariseos, la interpretación que los rabinos hacían de la ley de Moisés estaba al mismo nivel que la ley de Moisés, de ahí el reproche a Jesús y sus discípulos: los discípulos de Jesús habían transgredido una de estas tradiciones rabínicas, lo cual equivalía a transgredir la ley misma, porque para los fariseos tenían el mismo nivel de obligatoriedad[2].

         Ahora bien, Jesús, lejos de darles la razón, les reprocha a su vez y les pone en tela de juicio el principio de estas tradiciones y denuncia la falta de sinceridad y la hipocresía que caracteriza a la conducta de los fariseos. Jesús cita a Isaías y aplica la cita a los fariseos: “¡Qué bien profetizó Isaías sobre ustedes, hipócritas, cuando escribió: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. Es inútil el culto que me rinden, porque enseñan doctrinas que no son sino preceptos humanos!”. Y luego agrega: “Ustedes dejan a un lado el mandamiento de Dios, para aferrarse a las tradiciones de los hombres”. Lo que Jesús les quiere hacer notar con esta cita de Isaías y con su reproche es que los fariseos, en sus deseos por mantener las tradiciones que se originaban en los hombres –en los rabinos-, se olvidaban de las obligaciones fundamentales de la ley de Dios. En otras palabras, los fariseos tenían dos tradiciones: una, de origen humano, la interpretación de los rabinos; la otra, la ley de Dios y el error consistía en que ponían al mismo nivel la interpretación rabínica, humana, de la ley de Dios y a la ley de Dios en sí misma, llegando incluso a hacer prevalecer la ley rabínica por encima de la ley de Dios. Es este grave error el que les reprocha Jesús, porque en la vida cotidiana, el poner en práctica la tradición rabínica, llevaba a anular la ley de Dios. Es decir, por lavarse las manos antes de comer, por ejemplo, se olvidaban del amor a Dios y al prójimo; para ellos era más importante el aspecto sanitario de la ley rabínica, por así decirlo, que el aspecto espiritual de la ley de Dios, que mandaba amar a Dios y al prójimo. Otro ejemplo de esta hipocresía farisaica se da en el cumplimiento del Cuarto Mandamiento, que manda asistir a los padres cuando estos se encuentran en necesidad: para esquivar este mandamiento y para no tener que dar a los padres ninguna ayuda material, los fariseos declaraban a sus bienes materiales como sagrados, utilizando la palabra “corbán”, con lo cual, según ellos, quedaban exentos de ayudar a los padres. En otras palabras, si tenían cinco monedas de plata con la que podían ayudar a los padres, los fariseos decían: “Estas cinco monedas son corbán”, es decir, las declaraban como destinadas al templo, con lo cual, la acción que realizaban se ponía en clara contradicción con la ley de Dios, que mandaba en el Cuarto Mandamiento ayudar a los padres. De estos graves abusos está repleto el Talmud, que es el libro de las interpretaciones rabínicas de la ley, al cual ponen por encima de la ley de Dios: para los judíos, tiene más valor lo que los rabinos interpretan de la ley de Dios, que la ley de Dios misma, por eso Jesús les dice que siguen preceptos humanos y no la ley de Dios.

         Por último, luego de desenmascararlos en su cinismo e hipocresía y en su falso cumplimiento de la ley de Dios, porque anteponen las leyes rabínicas a la ley divina, Jesús revela cuál es la verdadera impureza del hombre, que no es material, corpórea, sino inmaterial y es el pecado, que nace del corazón mismo del hombre, corrompido por el pecado original: “(Es) del corazón del hombre salen las intenciones malas, las fornicaciones, los robos, los homicidios, los adulterios, las codicias, las injusticias, los fraudes, el desenfreno, las envidias, la difamación, el orgullo y la frivolidad. Todas estas maldades salen de dentro y manchan al hombre”. Es decir, todo lo malo que mancha al hombre, se origina en esa mancha original con la que nace el hombre en su corazón y es el pecado y lo único que nos limpia de esa mancha espiritual, es la gracia santificante, que se nos comunica por los sacramentos, sobre todo el Sacramento de la Penitencia, que perdona pecados mortales y veniales y también el Sacramento de la Eucaristía, que perdona pecados veniales y nos concede a la Fuente Increada de la Gracia, el Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús.

         Hagamos entonces el propósito de vivir en la verdadera pureza de cuerpo y alma, la que nos concede la gracia de Nuestro Señor Jesucristo.

 

 

 



[1] Cfr. B. Orchard et al., Verbum Dei, Comentario a la Sagrada Escritura, Tomo III, Editorial Herder, Barcelona 1957, 512.

[2] Cfr. Orchard, ibidem, 512.