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sábado, 8 de febrero de 2025

“¡Santo, Santo, Santo es el Señor de los ejércitos!”


 

(Domingo V - TO - Ciclo C - 2025)

“¡Santo, Santo, Santo es el Señor de los ejércitos!” (Lc 5,1-11). En las lecturas y también en el Evangelio, hay un hilo conductor y es el misterio pascual de Nuestro Señor Jesucristo, que comienza en los cielos, para finalizar también en los cielos, misterio que pasa por la tierra y se concreta en el misterio eucarístico. Toda la Liturgia de la Palabra se centra en la Eucaristía. En la primera lectura, el profeta Isaías es llevado a los cielos, en donde le sucede algo que representa a la Eucaristía; luego de lo cual, el profeta es enviado a predicar el misterio del Mesías que ha de venir a salvar al mundo, Mesías que es Jesucristo; en la segunda lectura, el Apóstol predica acerca del misterio pascual de muerte y resurrección, el mismo misterio que vio el profeta Isaías en los cielos y que él, como Apóstol de la Iglesia Católica, ahora predica por todo el mundo; finalmente, en el Evangelio, el milagro de la pesca, está prefigurado también el misterio de la Eucaristía.

En la primera lectura, el profeta Isaías describe una experiencia mística, en la cual es llevado a los cielos: allí ve a Dios “sentado en un trono excelso (…) con las orlas de su manto llenando el Templo”. El profeta describe también a uno de los coros angélicos, los serafines, los cuales entonan el cántico de triple adoración -como un anticipo de la revelación de la Trinidad de Personas en Dios-, el trisagio de alabanzas o triple cántico de santidad: “¡Santo, Santo, Santo es el Señor de los ejércitos!” Toda la tierra está llena de su gloria”. El profeta narra cómo el Templo “se llena de humo”, indicando con eso el incienso que se quema en honor a la Trinidad Santísima, sea en los cielos como en la tierra. Después de expresar su temor por haber visto con sus propios ojos al Dios de majestad infinita y porque lo ha visto él, que es un hombre de labios impuros que habita en medio de un pueblo de labios impuros -indicando con esto el pecado original que afecta a toda la humanidad-, el profeta describe una acción llevada a cabo por uno de los serafines, que prefigura la acción de la gracia sacramental por un lado y la recepción de la Eucaristía por otro. Isaías narra cómo un serafín vuela hacia él, tomando con una tenaza una brasa ardiente que había levantado previamente del altar del cielo; con esa brasa ardiente toca la boca del profeta y el serafín le dice: “Mira, esto ha tocado tus labios; tu culpa ha sido borrada y tu pecado ha sido expiado”. Los labios impuros del profeta representan al pecado original y actual, como ya lo dijimos; la brasa ardiente que purifica los labios del profeta, representan a la gracia santificante que se comunica al alma por medio del Sacramento de la Confesión, que purifican al alma, así como el fuego purifica al oro de sus impurezas, aunque la brasa ardiente también representa a la misma Sagrada Eucaristía, por cuanto la Eucaristía se forja en el Horno Ardiente de caridad infinita que es el Sagrado Corazón de Jesús; por último, en el Templo del cielo hay un altar y aunque aquí no se lo diga, ese altar es el Altar del Cordero de Dios, porque en la Jerusalén celestial hay un único Templo, un único Altar y un único Cordero, Cristo Jesús, por lo que lo que se indica implícitamente en la lectura del Antiguo Testamento es que el serafín purifica los labios del profeta para que este pueda alimentarse del Cordero del Sacrificio, Cristo Jesús. Y esto es lo que sucede en los templos de la tierra, en los templos de la Iglesia Católica: la gracia santificante del Sacramento de la Confesión es la brasa ardiente que purifica al alma y la deja en condiciones de acercarse al Altar del Sacrificio para alimentarse de la Carne y la Sangre glorificadas del Cordero de Dios, Cristo Jesús en la Eucaristía. Por último, la experiencia mística del profeta en el cielo finaliza con el mismo Señor Dios preguntándose a Sí mismo, quién seria aquel que, en Nombre Suyo, iría por la tierra para dar a conocer estos sublimes misterios celestiales: “Yo oí la voz del Señor que decía: “¿A quién enviaré y quién irá por nosotros?” -la pregunta es en plural, porque son las Tres Divinas Personas de la Trinidad, un solo Dios-. A cuya pregunta el profeta responde, ofreciéndose él mismo para ir como evangelizador de las naciones paganas: “¡Aquí estoy, envíame!”. Como vemos, entonces, la lectura del Antiguo Testamento, si bien en un sentido velado y prefigurado, se describe el misterio pascual de Jesucristo, que tiene a la Eucaristía como a su Fuente y a su Culmen, como a su punto de partida y a su punto de llegada y también tiene un sentido netamente misionero, evangelizador.

La segunda lectura también tiene un sentido eucarístico y misionero, porque el Apóstol describe la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo y relata cómo “su gracia no fue estéril en él” y esta gracia le vino a él por medio de la Sagrada Eucaristía que se celebraba sin interrupción desde la Primera Misa, la Última Cena; el sentido misionero es explícito cuando dice que tanto él como los discípulos “predican lo mismo”, esto es, el misterio pascual de Jesucristo, centrado en el misterio eucarístico.

Por último, el Evangelio tiene también un claro sentido eucarístico y misionero, por cuanto el milagro de la pesca abundante es una prefiguración de la Eucaristía, porque la multiplicación de la carne de peces bajo el mandato de la voz de Jesús, prefigura y anticipa la multiplicación de otra carne, esta vez no de peces, sino de la Carne glorificada del Cordero de Dios, Cristo Jesús, no en el ámbito de las aguas del mar, sino en el Altar del Sacrificio, el Sagrado Altar Eucarístico, también por medio de la voz omnipotente del Sumo Sacerdote Jesucristo, Quien es el que convierte el pan y el vino en su Cuerpo y en su Sangre, la Sagrada Eucaristía. Y este milagro también tiene un claro sentido misionero y evangelizador, porque luego del milagro, tanto Pedro como los discípulos, luego de reconocer la divinidad de Jesús y de adorarlo, postrándose a sus pies, reciben el encargo de transmitir y comunicar a las naciones paganas y a los mismos judíos la Buena Noticia: “De ahora en adelante serás pescador de hombres”.

La Palabra de Dios nos revela entonces cómo el misterio eucarístico se origina en el Altar del Cielo y se prolonga en el Altar Eucarístico de la tierra y cómo el mismo Dios Trino en Persona busca de entre su Nuevo Pueblo Elegido quiénes quieran proclamar, con fervor misionero, a los cuatro vientos y desde las terrazas el misterio más grande jamás imaginado, la Sagrada Eucaristía.


miércoles, 16 de octubre de 2024

“¿Sois capaces de beber el cáliz que Yo he de beber?”


 

(Domingo XXIX - TO - Ciclo B - 2024)

         “¿Sois capaces de beber el cáliz que Yo he de beber?” (Mc 10, 35-45). La madre de los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, pide para Jesús “sentarse a la derecha y a la izquierda” de Jesús en el cielo y esto es lo que motiva la pregunta de Jesús: “¿Sois capaces de beber el cáliz que Yo he de beber?”. La razón es que Santiago y Juan no están pidiendo cargos terrenos; no están pidiendo cargos mundanos; no están pidiendo poder político; a diferencia de episodios anteriores, en los que los discípulos sí discutían por banalidades y por disputas terrenas, Santiago y Juan, iluminados por el Espíritu Santo, saben bien qué es lo que quieren: quieren sentarse a la derecha y a la izquierda de Jesús en el Reino de Dios, pero saben que antes de eso, deben participar de la amargura de amargura de la Pasión y esto porque ven con claridad sobrenatural que Jesús no es un líder político, un simple líder terreno, sino el Mesías de Dios, el Hijo de encarnado, que por medio de su Pasión, Muerte y Resurrección, ha de salvar a la humanidad de la eterna perdición por medio de la Cruz y ellos quieren participar de su misterio pascual, de su Cruz.

         Precisamente, para trazar una clara diferencia entre el modo de obrar de los líderes humanos y del Mesías, Jesús les recuerda cómo es que obran los hombres cuando suben al poder, movidos por ideologías anticristianas y antihumanas -en nuestros días, el comunismo, la masonería, el sionismo, el ateísmo, el socialismo-: “Los jefes de los pueblos los tiranizan y los oprimen” y esto es verdad, porque las ideologías anticristianas, ateas y materialistas solo buscan el poder y el dinero, despreciando radicalmente el valor de la vida humana, tal como queda expresado en la frase del genocida comunista Stalin: “Es lo mismo asesinar a una persona que a un millón”. El Mesías se ubica en las antípodas de los líderes terrenos: mientras estos buscan mostrar poderío político, militar, financiero, social, y para eso dominan a las masas tiránicamente, Jesús muestra su omnipotencia divina en la Cruz, porque es ahí, en donde en apariencia se muestra en el máximo estado de debilidad, en donde vence a los más grandes enemigos de la humanidad, el Demonio, el Pecado y la Muerte. Es en la Cruz en donde Jesús, que aparece vencido a los ojos humanos, triunfa, de una vez y para siempre, sobre los poderosos enemigos del hombre. Al ser elevado en la Cruz, Jesús atrae a todos hacia Él: “Cuando sea levantado en alto, atraeré a todos hacia Mí”, pero lo hará no con ejércitos y cadenas, como lo hacen los líderes de la tierra, no con la violencia y la tiranía, como lo hacen los hombres, sino con la fuerza del Amor de su Sagrado Corazón. Si los hombres buscan el poder para dominar con tiranía a sus semejantes, Jesús por el contrario ejerce el poder, sí, pero el poder del Amor de su Sagrado Corazón traspasado, el Espíritu Santo. Es esto lo que han entendido Santiago y Juan y es la razón por la cual quieren beber la amargura del Cáliz de la Pasión, una gracia que Jesús les ha concedido: “Ustedes han de beber el cáliz que Yo he de beber”. De esta manera Santiago y Juan demuestran que han entendido que Jesús es Dios y que su omnipotencia es la omnipotencia de un Dios que es Amor y Justicia infinitos.

         Por otra parte, los que siguen sin comprender nada sobre el misterio pascual de muerte y resurrección de Jesús son el resto de los Apóstoles y esto lo demuestran porque al enojarse con Santiago y Juan lo hacen porque creen que Santiago y Juan están pidiendo puestos de poder terreno y porque siguen viendo a Jesús como a un líder al estilo de los líderes humanos; el resto de los Apóstoles todavía siguen sin entender que deben buscar salvar el alma propia y la de los prójimos por medio de la Cruz de Jesús, pero no, ellos siguen buscando las miserias del poder económico, militar, político, social, propios de la sociedad humana, poder que cuando no está subordinado a Dios, se ejerce de forma tiránica para dominar sobre el resto de los hombres. El resto de los Apóstoles todavía no ha llegado a comprender que Jesús, al ser Dios encarnado, no gobierna con injusticia y tiranía como lo hacen los hombres, sino con el Amor de su Sagrado Corazón. Solo ven el poder terreno y solo quieren el poder y la vanagloria que el poder consigue y quieren estar con Jesús solo por eso, no les interesan ni la Cruz, ni el Cielo, ni la salvación eterna de las almas. Es por esto que Jesús debe marcar la diferencia entre Él y el resto de los líderes humanos: siendo Dios, Él gobierna con la fuerza de su Amor, pero no desde un costoso sillón de emperador, sino crucificado con gruesos clavos de hierros a la Cruz de madera y si alguien quiere reinar con Él, debe hacerlo como Él, unido a Él y junto a Él, desde el leño de la Cruz, desde el Monte Calvario.

         En la Iglesia, muchos se encuentran como los Apóstoles antes de su conversión: no les interesa la Cruz ni el Cielo ni la salvación eterna, sino el prestigio, el poder e incluso el dinero. Otros, muy pocos, son los que entienden lo que entendieron Santiago y Juan: que la Iglesia es Arca de Salvación y que fuera de la Iglesia no hay salvación y que solo con Cristo crucificado se encuentra la salvación y que solo bebiendo del amargo Cáliz de la Pasión en esta vida terrena se llega a la dulzura del Reino de los cielos en la vida eterna. Cada uno de nosotros puede libremente elegir de qué lado quiere estar: si del lado mundano de una iglesia mundana, que ejerce un poder tiránico, que no busca la salvación de las almas sino solo el poder y el dinero y que no busca hacer la voluntad de Dios, o del lado de Jesús y su Cruz, en la cima del Monte Calvario, preludio del Reino de los cielos. Si somos hijos de la Virgen, estaremos donde está la Virgen: al pie de la Cruz, en la cima del Monte Calvario, bebiendo del amargo Cáliz de la Pasión, única forma de beber luego del dulce néctar de la Sangre del Cordero en el Reino de Dios.

 


jueves, 11 de abril de 2024

“Ustedes son testigos de todo esto”

 



(Domingo III -TP - Ciclo B – 2024)

         “Ustedes son testigos de todo esto” (Lc 24, 35-48). Jesús resucitado les resume su misterio pascual de muerte y resurrección, les renueva la misión de anunciar dicho misterio a toda la humanidad y para eso “les abre la inteligencia”, para que puedan comprender “las Escrituras”, la Palabra de Dios. En otras palabras, les abre la inteligencia con la luz del Espíritu Santo, para que puedan comprenderlo a Él, que es la Palabra de Dios por excelencia. Sin esta luz del Espíritu Santo, el ser humano se pierde en las estrechas fronteras de su razón natural y tiende, por naturaleza, a dejar de lado lo que no entiende, como por ejemplo los milagros de Jesús y, lo que es más grave todavía, deja de lado todo lo sobrenatural que el misterio pascual de Jesús implica. Eso es lo que sucedió con Lutero, con Calvino, y con todos los reformadores protestantes, los cuales, al rebelarse contra la Iglesia Católica, perdieron la luz del Espíritu Santo y se quedaron con su sola razón natural, lo cual les hizo perder por completo la esencia, el sentido y la razón misma de ser de la Encarnación del Verbo y de su misterio pascual de muerte y resurrección.

         Esto mismo nos puede pasar a nosotros los católicos, en relación al misterio pascual y a su actualización sacramental y litúrgica en el tiempo, que es la Santa Misa y la Sagrada Eucaristía y así es como surge el modernismo, el progresismo, descartando y dejando de lado todo lo que no entiende, todo el misterio sobrenatural que posee la Santa Misa y la Sagrada Eucaristía. Esto es lo que explica que hayan sacerdotes que bailen en Misa, o que celebren Misa vestidos de payasos -literalmente-, de raperos, de osos de peluche o incluso que ambienten la Misa con objetos satánicos como los de Halloween, todo lo cual está debidamente documentado. Esto es lo que explica la ausencia de sacralidad en la música, la gran mayoría de la cual parecen pésimas baladas pseudo-sentimentales de la década de los setenta, con letras religiosas; es lo que explica que se haya perdido por completo la hermosa arquitectura de las catedrales católicas, que reflejaban en la Edad Media lo sagrado, desde el principio hasta el fin, reemplazando dichas catedrales por edificios vacíos de sacralidad y llenos de mundanidad. Todo esto se produce cuando el hombre no posee la luz del Espíritu Santo y cuando esto sucede, todo lo reduce al estrecho límite de su comprensión, cayendo en un malsano racionalismo, dejando de lado todo el misterio sobrenatural absoluto que, originándose en la Trinidad, desciende sobre la Iglesia y se manifiesta en su arquitectura, en su música, en su prédica. Lo más grave de todo es la pérdida del sentido sobrenatural en cuanto a Jesús -no se lo considera más el Hombre-Dios ni tampoco que prolongue su Encarnación en la Eucaristía- y en cuanto a su misterio pascual, que es salvar a la humanidad de la eterna condenación para conducirla al Reino de los cielos, reduciendo el contenido de su mensaje a una serie de consejos de auto-ayuda que ni siquiera son útiles para la vida de todos los días, dando la impresión de que la Iglesia es una especie de ONG religiosa que se encarga de la ecología y del medio ambiente y no de la salvación de las almas, de la lucha contra las pasiones y contra el Enemigo de Dios y de los hombres, el Ángel caído, Satanás.

         Nuestra religión católica es una religión de misterios y así lo dice el Misal Romano ya al inicio de la Misa: “Hermanos, confesemos nuestros pecados para que podamos participar dignamente de estos sagrados misterios”. El sacerdote da la absolución de los pecados veniales al inicio de la Misa, para que participemos con dignidad de un misterio, el misterio más grande de todos, la renovación incruenta y sacramental del Santo Sacrificio de la Cruz, que se llevará a cabo por la liturgia eucarística. La Eucaristía es un misterio -que nos alimentemos con el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad del Hijo de Dios-, la Confesión es un misterio -que la Sangre del Cordero caiga sobre nuestras almas quitándonos nuestros pecados-, la Confirmación es un misterio -que recibamos a la Tercera Persona de la Trinidad en nuestras indignas almas-; en definitiva, toda nuestra religión es un misterio sobrenatural absoluto y si Jesús no nos infunde su Espíritu Santo, si Jesús no nos ilumina con su luz divina, caemos en el peor de los racionalismos, que nos impide precisamente vivir y practicar nuestra religión como una religión de misterios absolutos originados en la Santísima Trinidad, reduciendo todo a lo que hacen los protestantes, una simple reunión fraterna religiosa en donde se recuerda con la memoria la Última Cena y reduciendo al cristianismo a una especie de terapia de auto-ayuda emocional y afectiva, que tiene que acompañarse de lastimosos cantos sensibleros para despertar emociones de auto-compasión en los que se dicen cristianos. Esto último es lo que sucede en una secta evangelista, pero no es la religión católica. Además de pedir el perdón de los pecados al inicio de la Santa Misa, debemos pedir la asistencia del Espíritu Santo para que, iluminados por su luz divina, participemos dignamente de los Santos Misterios del Altar Eucarístico, la Santa Misa.


martes, 14 de septiembre de 2021

“El Hijo del hombre tiene que sufrir mucho, lo matarán y resucitará al tercer día”

 


(Domingo XXV - TO - Ciclo B – 2021)

         “El Hijo del hombre tiene que sufrir mucho, lo matarán y resucitará al tercer día” (cfr. Mc 9, 30-37). En una sola oración, con pocas y precisas palabas, Jesucristo describe, por un lado, su misterio pascual de muerte y resurrección y, por otro lado, nos revela el sentido, la dirección y la razón de ser de nuestra existencia en esta vida terrena. En efecto, lo primero que revela y anticipa proféticamente es qué es lo que le va a suceder a Él: sufrirá en manos de los ancianos, de los fariseos y de los escribas, quienes lo condenarán a muerte en un juicio inicuo, porque la causa de la sentencia de muerte es una verdad y no una blasfemia: Jesús es Dios Hijo encarnado; morirá en cruz, en el Calvario, luego de tres horas de agonía; finalmente, al tercer día, el Domingo de Resurrección, resucitará, es decir, volverá a la vida, pero no a esta vida terrena, sino a la vida eterna y glorificada, la misma vida que Él posee con el Padre y el Espíritu Santo desde toda la eternidad. De esta manera, Jesús revela, anticipadamente a sus discípulos, qué es lo que le va a suceder a Él, esto es, la Pasión, Muerte y Resurrección. El segundo elemento que se revela en esta frase, que no está dicho explícitamente sino implícitamente, es el sentido de nuestra existencia en el tiempo y en la historia humana: estamos destinados de antemano, por Dios, a seguir a Cristo por el Camino de la Cruz –“El que quiera venir en pos de Mí, que tome su cruz y me siga”-, para así también nosotros participar de su misterio salvífico de muerte y resurrección. En la Pasión y Resurrección de Cristo se comprende el sentido de nuestra existencia en la vida porque nuestra vida terrena, caracterizada por el sufrimiento y el dolor, ha sido santificada por Cristo, al asumir Él nuestra naturaleza humana, menos el pecado, de manera que al sufrir Cristo en la cruz con su humanidad, Él santifica el dolor humano, de manera que el dolor humano –nuestro propio dolor, nuestra propia historia de dolor y sufrimiento, del orden que sea-, queda unido a  Cristo y en Cristo es santificado y así, de ser el dolor y la muerte el castigo por el pecado original, pasan a ser, este mismo dolor y esta misma muerte, caminos de santificación personal, de unión con Cristo y de acceso al seno del Padre en el Reino de los cielos. Es por esto que decimos que Jesús da sentido a nuestra existencia en la tierra: porque estamos destinados a unirnos a Él en la cruz, para así santificar nuestra existencia, con sus alegrías, con sus dolores y así, con nuestra vida unida a Cristo crucificado, seremos luego glorificados en la vida eterna. Éste es el único sentido de la existencia humana, de todo ser humano, desde Adán y Eva hasta el último hombre que nazca en el Último Día, en el Día del Juicio Final. Cualquier otra explicación, que no sea la de la unión personal con Cristo en la cruz para llegar al Reino de Dios, carece de sentido y no tiene razón de ser. Muchos, sino la gran mayoría de los hombres, pasan sus vidas enteras sin encontrar sentido a la vida, al dolor, a la enfermedad, a la muerte, pero tampoco a la alegría, al gozo no pecaminoso y buscan en vano este sentido en extrañas filosofías, en otras religiones, en sectas, en partidos políticos, cuando lo único que tienen que hacer es escuchar al Hombre-Dios: “El Hijo del hombre tiene que sufrir mucho, lo matarán y resucitará al tercer día (…) el que quiera seguirme, que tome su cruz y me siga y tendrá la Vida eterna”. El sentido de nuestro paso por la tierra es ganar la Vida eterna y evitar la eterna condenación, pero eso sólo lo lograremos si cargamos nuestra cruz de cada día para seguir al Hombre-Dios Jesucristo en camino al Calvario.

viernes, 3 de septiembre de 2021

“Vade retro, Satán!”

 


(Domingo XXIV - TO - Ciclo B – 2021)

         “Vade retro, Satán!” (Mt 16, 20-23). Llama la atención el trato radicalmente opuesto que le dirige Jesús a Pedro, que es su Vicario, el Vicario de Cristo Dios. En un primer momento, cuando Pedro responde correctamente a la pregunta de Jesús acerca de quién dice la gente que es Él, diciendo que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, Jesús lo felicita y le dice que esa verdad no proviene de él, de Pedro, de sus razonamientos humanos, sino que proviene del Espíritu Santo, el Espíritu del Padre: “Esto te lo ha revelado mi Padre”. Es decir, Jesús felicita a Pedro cuando Pedro, iluminado por el Espíritu Santo, lo reconoce como a Dios Hijo encarnado. Pero acto seguido, en el mismo diálogo, luego de que Jesús le revelara a Pedro y a sus discípulos su misterio pascual de muerte y resurrección –“el Hijo del hombre tiene que sufrir mucho a manos de los hombres, morirá en la cruz y al tercer día resucitará”-, y luego de que Pedro se opusiera a este misterio salvífico, Jesús reprende duramente a Pedro, llamándolo “Satanás”: “Vade retro, Satán! Tus pensamientos no son los de Dios, sino de los hombres”. Es decir, cuando Pedro niega la cruz, cuando Pedro niega el misterio de la redención de los hombres, que pasa por la muerte en cruz del Hombre-Dios Jesucristo, es ahí cuando Jesús lo reprende y Jesús lo reprende porque esta vez, Pedro no ha sido iluminado por el Espíritu Santo, sino que le ha sucedido lo siguiente: rechazando la iluminación del Espíritu Santo, que le hubiera permitido aceptar la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo como condición para la salvación de la humanidad, Pedro se deja llevar por su razón humana, la cual, sin la luz de Dios, es oscuridad y tinieblas y así, llevado por su sola razón humana, sin la luz de Dios, rechaza el sufrimiento de la cruz, rechaza el misterio de la muerte de Jesucristo y rechaza también el misterio de la resurrección. Es decir, Pedro, primero proclama a Cristo como a Dios Hijo encarnado, cuando es iluminado por el Espíritu Santo, pero a renglón seguido, dejando de lado al Espíritu Santo, su entendimiento humano no puede comprender el misterio de la redención y por eso rechaza la cruz y con el rechazo de la cruz, rechaza también la resurrección y ésta es la razón del duro reproche de Jesús hacia Pedro. Pero en el reproche de Jesús hacia Pedro hay algo más: Jesús no le dice: “Vade retro, Pedro”, sino “Vade retro, Satán”, es decir, Jesús se está dirigiendo a Satanás y no a Pedro y la razón es que Pedro, sin la luz del Espíritu Santo, queda con su razón humana oscurecida, pero también se le agrega otra tiniebla, la tiniebla viviente por antonomasia, el Demonio, el Ángel caído, el Príncipe de la oscuridad, el cual ensombrece todavía más a la razón de Pedro y lo conduce a negar la cruz. Es por esta razón que Jesús dice: “Vade retro, Satán” y no “Vade retro, Pedro”, porque Jesús reprende al Ángel caído, que es quien está detrás de la negación de la cruz por parte de Pedro.

         “Vade retro, Satán!”. No debemos pensar que sólo Pedro estuvo tentado por el Demonio, haciéndolo rechazar la cruz como único camino que conduce al Cielo: debemos sospechar de todo pensamiento que aparezca en nuestras mentes y corazones, que nos conduzca a negar la cruz, porque estos pensamientos no vienen nunca del Espíritu Santo, sino que vienen de nuestras mentes y también del Ángel caído. Estemos atentos a cualquier pensamiento que nos sugiera renegar de la cruz, para rechazarlo prontamente, con la ayuda de la luz de la gracia.

jueves, 22 de abril de 2021

“Yo Soy el Camino, la Verdad y la Vida”

 

“Yo Soy el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn 14, 1-6). Jesús está revelando a sus discípulos, de manera velada e implícita, el desenlace de su misterio pascual de Muerte y Resurrección: Él, a través de su muerte en Cruz, pasará de esta vida a la vida eterna, la vida del Reino de los cielos y lo hará para preparar una morada para cada uno de sus discípulos; una vez que lo haya llevado a cabo, regresará para llevar, a sus discípulos, a la Casa de su Padre, para que donde esté Él, estén todos los que lo aman. Los discípulos no entienden de qué está hablando Jesús, o mejor aún, lo entienden según el límite de la razón humana: piensan que Jesús irá a un lugar, tal vez un poco retirado de Jerusalén, en donde preparará una serie de casas o habitaciones, para luego regresar y llevar a sus discípulos a vivir en esta especie de “pueblo religioso”. Es decir, los discípulos piensan dentro de los límites del intelecto humano y son incapaces, por lo tanto, de superar esta estrechez natural de miras que tiene la razón humana en relación a los misterios sobrenaturales absolutos de Dios Uno y Trino. Jesús, como dijimos al principio, les está revelando su misterio pascual de Muerte y Resurrección, les está diciendo que morirá corporalmente, en la Cruz, para ascender glorificado al cielo, para allí preparar una morada para cada uno de sus discípulos y para regresar luego, al fin del mundo, con el objetivo de llevarlos a ese Reino de los cielos a quien lo ame, es decir, a quien haya deseado vivir y morir en gracia, cargando la Cruz de cada día, negándose a sí mismo y siguiéndolo a Él por el Camino Real de la Cruz, el Via Crucis. Jesús habla en un plano sobrenatural, divino, mientras que los discípulos entienden sus palabras en un plano terrenal, natural, humano y por eso no comprenden lo que Jesús les dice. Porque no entienden adónde va Jesús, es que Tomás dice: “Señor, no sabemos dónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?”. Entonces Jesús simplifica la respuesta, revelando la esencia de su misterio salvífico: “Yo Soy el Camino, la Verdad y la Vida”. Si no saben el Camino –si no sabemos el Camino- que conduce al Reino de los cielos, lo único que debemos hacer es seguir a Jesús por el Camino Real de la Cruz, el Via Crucis, para morir al hombre viejo y nacer al hombre nuevo; si no sabemos cuál es la Verdad acerca de Dios y de nuestro destino final, Jesús es la Verdad Absoluta de Dios, encarnada en una naturaleza humana, que nos revela los secretos inaccesibles del Ser divino trinitario y el destino último de salvación al que estamos llamados; si no sabemos cuál es la Vida que hemos de vivir, lo que debemos hacer es alimentarnos del Cuerpo y la Sangre de Jesús, la Sagrada Eucaristía, para recibir la Vida Eterna de la Santísima Trinidad, que se nos dona en cada comunión eucarística.

“Yo Soy el Camino, la Verdad y la Vida”. Jesús les revela esta verdad a sus discípulos, aun antes de cumplir su misterio salvífico redentor, antes de pasar por la Pasión, la Muerte y la Resurrección. También a nosotros nos dice: “Yo Soy el Camino, la Verdad y la Vida”, pero nos lo dice habiendo ya atravesado su misterio salvífico en la Cruz, habiendo ya resucitado, habiendo ya ascendido a la Casa del Padre para prepararnos una morada. Jesús nos lo dice desde un lugar muy especial, desde el sagrario, desde la Eucaristía, porque Jesús en la Eucaristía es el Camino para ir al seno del Padre; es la Verdad Absoluta sobre Dios Uno y Trino; es la Vida Eterna de la Trinidad que se nos dona en cada comunión. Ningún cristiano –ningún católico- puede decir que “no sabe para qué está en esta vida”; ningún católico puede decir que “no sabe dónde va”, porque vamos hacia la Morada Santa, hacia la Jerusalén celestial, hacia el seno del Padre y el Camino, la Verdad y la Vida para alcanzar el objetivo de nuestro paso por la tierra es Jesús Eucaristía.

 

 

 

jueves, 5 de noviembre de 2020

“Sólo hemos hecho lo que teníamos que hacer”

 


“Sólo hemos hecho lo que teníamos que hacer” (Lc 17, 7-10). Para comprender la enseñanza de Jesús, debemos saber cuál es su significado de la misma al interno de su misterio pascual de muerte y resurrección. Así, el dueño del campo que al regresar le ordena a su servidor que le prepare la cena, es Él, el Hijo de Dios, que ha de regresar, sea en el momento de nuestra muerte terrenal, o en el Día del Juicio Final y nos pedirá cuentas de lo que hemos hecho; el servidor, que debe mostrarse obediente frente a su señor, es el alma del bautizado, que ha sido creada para amar a Dios, para servirlo y adorarlo, y no para otra cosa. Somos siervos de Dios; hemos sido creados por Él y para Él y por eso no podemos  tener otra ley que la Ley Divina, los Diez Mandamientos y guardarlos, cumplirlos. Es decir, cuando se produzca el encuentro entre el alma y Jesús, Nuestro Dios y Señor, Jesús nos pedirá cuentas de lo que hayamos obrado, pero sólo si hemos obrado la misericordia y observado y cumplido los Diez Mandamientos, sólo entonces podremos decir: “Sólo hemos hecho lo que teníamos que hacer”.

Tenemos una obligación de amor para con Dios, porque Él, por amor, nos rescató del pecado, nos libró de la muerte eterna y nos abrió las puertas del Reino de los cielos, adoptándonos como hijos en el Bautismo. El cumplir los Mandamientos de Dios –los Diez Mandamientos- y los de Cristo –cargar la cruz de cada día y seguir en pos de Él- no son para nosotros un objeto de elección: es nuestra obligación espiritual y moral, porque tenemos una deuda infinita de amor para con Dios y sólo así la podemos saldar, obrando como cristianos, como hijos de Dios.

“Sólo hemos hecho lo que teníamos que hacer”. Podemos considerarnos afortunados por haber recibido el Bautismo y haber sido convertidos en hijos de Dios: obremos como corresponde a los hijos de Dios, carguemos nuestra cruz de cada día, sigamos a Jesús por el Camino del Calvario, vivamos en gracia, obremos la misericordia, y así, luego de “haber hecho lo que teníamos que hacer”, obtendremos un premio inmerecido, el Reino de los cielos.

sábado, 24 de octubre de 2020

“La casa de ustedes quedará abandonada”

 


“La casa de ustedes quedará abandonada” (Lc 13, 31-35). Unos fariseos se acercan a Jesús para advertirle que debe abandonar Jerusalén, pues Herodes lo está buscando para matarlo: “Vete de aquí, porque Herodes quiere matarte”. Jesús, a su vez, le envía un mensaje a Herodes, de que Él no se irá de Jerusalén, sino que seguirá “sanando y expulsando demonios”, al tiempo que anuncia veladamente los tres días de su Pasión, Muerte y Resurrección: “Vayan a decirle a ese zorro que seguiré expulsando demonios y haciendo curaciones hoy y mañana, y que al tercer día terminaré mi obra”.

Pero además de anunciar su misterio pascual de muerte y resurrección, Jesús lanza, también veladamente, una profecía acerca de la destrucción del Templo y de la ciudad de Jerusalén –algo que ocurrió efectivamente en el año 70 d. C., al ser arrasada la Ciudad Santa por las tropas romanas-, como consecuencia del rechazo de Jerusalén hacia el Mesías: “La casa de ustedes quedará vacía”. Al rechazar al Mesías y condenarlo a la muerte en cruz, Jerusalén sella su destino, porque por sí misma decide, libremente, quedar sin la protección divina frente a sus enemigos y efectivamente así sucederá, porque será arrasada hasta sus cimientos.

“La casa de ustedes quedará abandonada”. Tanto el Templo, como la Ciudad Santa, Jerusalén, que rechazan al Mesías, son figura del alma que rechaza a Jesús como a su Salvador, quedando así a la merced de sus enemigos naturales, los hombres y sus enemigos preternaturales, los ángeles caídos. El velo del Templo partido en dos y la ciudad sitiada y arrasada, son figura por lo tanto del alma que abandona el Camino de la Cruz y que se encamina por senderos oscuros que la alejan cada vez más de Dios y el Redentor, Cristo Jesús. Tengamos presente esta realidad y pidamos la gracia de no abandonar nunca el Camino Real de la Cruz, que conduce al Cielo, y de no apartarnos nunca de nuestro Salvador y Redentor, Cristo Jesús en la Eucaristía.

miércoles, 20 de mayo de 2020

“Cuando venga el Paráclito, dejará convicto al mundo acerca de un pecado, de una justicia y de una condena”


Características bíblicas del Espíritu Santo que como cristiano ...

“Cuando venga el Paráclito, dejará convicto al mundo acerca de un pecado, de una justicia y de una condena” (Jn 16, 5-11). Es necesario que Jesús cumpla su misterio pascual de muerte y resurrección para que Él y el Padre envíen a la Iglesia al Espíritu Santo: “Les conviene que Yo me vaya para que les envíe el Espíritu Santo”. Ahora bien, una vez que el Espíritu Santo venga a la Iglesia, hará tres cosas: “Dejará convicto al mundo acerca de un pecado, de una justicia y de una condena”. Jesús explica de qué se trata: “De un pecado, porque no creen en mí; de una justicia, porque me voy al Padre, y no me veréis; de una condena, porque el príncipe de este mundo está condenado”. En otras palabras, el Espíritu Santo, con su santidad, dejará en evidencia tres elementos propios del misterio pascual del Hombre-Dios: que existe el pecado de no creer en Cristo como Dios y como Salvador de la humanidad; que Dios ha obrado un acto de justicia y caridad al enviar a su Hijo Único para salvar al mundo; por último, que con la muerte en Cruz de Jesucristo, el Hombre-Dios ha vencido, de una vez y para siempre, al Príncipe de este mundo, la Serpiente Antigua, Satanás.
“Cuando venga, dejará convicto al mundo acerca de un pecado, de una justicia y de una condena”. Quien niegue las verdades que revela el Espíritu Santo a la Iglesia, niega la Verdad de Dios y de su misterio de salvación para los hombres y se hace reo de la Ira Divina.

sábado, 18 de abril de 2020

“El Hijo del hombre tiene que ser elevado en alto para que tengan vida eterna”




“El Hijo del hombre tiene que ser elevado en alto para que tengan vida eterna” (Jn 3, 5a.7b-15). En su diálogo con Nicodemo Jesús anticipa, de forma misteriosa, su misterio pascual de muerte y resurrección. Para hacerlo, trae a la memoria el episodio de Moisés en el desierto, cuando aparecieron las serpientes venenosas y Dios le ordenó construir una serpiente de bronce para que todo el que la contemple, quede curado. En efecto, Jesús hace la analogía entre el episodio de la serpiente elevada en alto por Moisés y aplica ese episodio a Él mismo: “Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna”. Es decir, para que los hombres seamos salvados de nuestros pecados, para que la muerte y el demonio sean derrotados definitivamente y para que alcancemos la vida eterna por la gracia, es necesario que Jesús sea “elevado en lo alto”, crucificado.
“El Hijo del hombre tiene que ser elevado en alto para que tengan vida eterna”. Así como en el desierto todos los que miraban a la serpiente de bronce elevada por Moisés se curaban milagrosamente, así también, de manera análoga, todos los que miran con piedad y con amor a Cristo crucificado reciben la gracia de la conversión y así son curados de la peor enfermedad espiritual que pueda un alma tener en esta vida y es el ateísmo; además, quien contempla a Cristo crucificado, recibe algo inimaginable, imposible de ser captado por los sentidos e imposible de ser apreciado en su real magnitud y es la vida eterna. Entonces, quien contempla a Cristo elevado en lo alto, crucificado, recibe la gracia de la vida eterna. Esto significa que cuanto más contemplemos a Cristo crucificado -cuanto más lo contemplemos en la Eucaristía, en la Santa Misa, en donde se renueva el Santo Sacrificio del Calvario-, tanto más incoada tendremos en el alma la vida eterna, vida que luego se desplegará en su plenitud en el Reino de los cielos.

lunes, 9 de marzo de 2020

“Lo condenarán a muerte”




“Lo condenarán a muerte” (Mt 20, 17-28). Jesús revela proféticamente su misterio de Muerte y Resurrección a sus discípulos: “El Hijo del hombre será entregado, lo condenarán a muerte, lo crucificarán y al tercer día resucitará”. Frente a este anuncio de la Pasión, hay dos reacciones distintas entre los discípulos: por un lado, la madre de los Zebedeos y sus hijos y, por otro, el resto de los discípulos. Los primeros, se muestran dispuestos a compartir las penas y amarguras de la Pasión de Jesús, con tal de alcanzar el Reino de los cielos; los segundos, se enojan con los primeros porque piensan al modo humano y creen que los hijos de Zebedeo están buscando ventajas de poder, como sucede entre los seres humanos.
          Las dos reacciones, frente al anuncio de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo, representan las reacciones de todos los hombres hasta al fin de los tiempos, cuando se les comunica el misterio pascual de Jesús: unos, como los hijos de Zebedeo –Santiago y Juan- reaccionan sobrenaturalmente, es decir, comprenden que la muerte de Jesús en la Cruz se trata de un misterio celestial y el único camino para acceder al cielo; otros, como el resto de los discípulos, ven sólo lo que sus estrechas razones humanas les permiten ver y es nada más que la disputa por un poco de poder terreno. En todo tiempo de la historia se han producido estas dos clases de reacciones, la primera, la de la aceptación de la Pasión y Muerte de Jesús como único camino para entrar en el Reino de Dios, ha forjado y generado santos a lo largo de los siglos; la segunda, ha generado cristianos racionalistas, incapaces de ver más allá del estrecho límite de comprensión de sus razones humanas, lo cual los ha llevado a vivir no la santidad, sino un cristianismo racionalista, privado de todo misterio sobrenatural.
          También nosotros nos encontramos ante la misma disyuntiva y de nosotros depende que aceptemos el misterio pascual de Cristo, de modo sobrenatural y así vivamos nuestra vida terrena, de cara a la eternidad, o sino nos queda reaccionar de modo que rebajemos el misterio de Cristo a lo que podemos comprender, quitando todo vestigio de sobrenaturalidad a nuestra religión y viviendo un cristianismo racionalista, que no es el cristianismo de Cristo.

domingo, 2 de febrero de 2020

Fiesta de la Presentación de Señor


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(Ciclo A - 2020)

          La Virgen Santísima y San José cumplen con lo prescripto por la ley, que establecía que luego del parto del primogénito, la madre debía presentarse en templo luego de cuarenta días para purificarse y debía llevar al niño para ofrecerlo al Señor. Al ingresar en el templo, se encuentran con el anciano Simeón, quien toma al niño entre sus brazos y profetiza que ese niño será la “luz de las naciones”.
          Visto con los ojos naturales y con la luz de la simple razón, lo que se puede observar es a una joven pareja que lleva a su hijo primogénito luego de cuarenta días, para cumplir con la ley de Moisés. Sin embargo, la escena no puede ni debe ser vista con la sola luz de la razón natural, sino con la luz de la fe, porque encierra en sí misma un misterio insondable, oculto por los siglos y ahora revelado en el Niño que lleva la Virgen entre sus brazos. ¿Cuál es este “misterio oculto y ahora revelado en el Niño de la Virgen”? El misterio que se revela -y que el anciano Simeón, iluminado por el Espíritu Santo, logra entrever- es que ese Niño, traído en brazos por la Virgen y presentado al templo, es la Luz Eterna de Dios, es el Hijo del Padre, Dios Eterno de Dios Eterno, Luz Eterna de Luz Eterna, que viene a este mundo, envuelto en “tinieblas y sombras de muerte” para iluminar el mundo, vencer a las tinieblas y hacer resplandecer la luz eterna de Dios Uno y Trino sobre toda la humanidad, mediante su misterio pascual de muerte y resurrección.
          Cuando el anciano Simeón toma al Niño entre sus brazos, no toma a un niño más entre tantos, sino al Niño Dios y es iluminado por la luz eterna que brota de su ser divino trinitario y es la razón de su profecía: “Ahora Señor puedes dejar que tu servidor muera en paz, porque mis ojos han visto la salvación que preparaste delante de todos los pueblos: Luz para iluminar a las naciones paganas y gloria de tu pueblo Israel”. Si el niño fuera un niño más entre tantos, no tendrían sentido las palabras del anciano Simeón, pero como no lo es, como es el Niño Dios, sus palabras se convierten en profecía.
          Por último, debemos considerar que nosotros, en cada Santa Misa, si bien no tomamos al Niño entre nuestros brazos, como el anciano Simeón, recibimos de Dios Trino una muestra de amor infinitamente más grande que la demostrada con Simeón, porque lo comulgamos, es decir, nos alimentamos con su Cuerpo y su Sangre en la comunión eucarística. Por esto mismo, nosotros, luego de cada comunión eucarística -hecha por supuesto con el alma purificada por el Sacramento de la Confesión-, podemos parafrasear a San Simeón y decir: “Ahora Señor puedes dejar que tu servidor muera en paz, porque mi corazón se ha deleitado con el Cuerpo y la Sangre del Salvador, Cuerpo y Sangre que es luz y gloria eterna de Dios para salvar a la humanidad perdida”.

domingo, 12 de enero de 2020

Solemnidad del Bautismo del Señor


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(Ciclo A – 2020)
         Jesús se introduce en el río Jordán, posiblemente hasta la altura en la que el agua le llega hasta la cintura, y lo hace para recibir el bautismo de parte de su primo, el Profeta Juan el Bautismo. El Bautista lo toma delicadamente con una mano en la espalda y con otra el pecho, y así lo sumerge en el río, para hacerlo emerger luego de unos breves segundos, con lo cual Jesús queda bautizado por Juan. El bautismo que daba Juan era un bautismo de conversión moral, necesario para todos aquellos que desearan recibir al Mesías con un corazón purificado, viviendo en sus vidas los Mandamientos de la Ley de Dios.
       Ante la escena del Bautismo de Jesús, no podemos dejar de preguntarnos: ¿cuál es la razón por la cual Jesús se bautizó, si Él, siendo Dios Hijo, no tenía pecado y por lo tanto no tenía necesidad de bautismo? ¿Por qué Jesús se bautizó, si Él, siendo la Palabra del Padre no tenía necesidad de convertirse, al no solo no tener pecado, sino ser Él la Santidad Increada y la Fuente de toda santidad participada?
       Es decir, bajo ningún punto de vista, se justificaba el bautismo de Jesús por Juan: Juan bautizaba para que el corazón se convierta del pecado y así pueda recibir al Redentor, pero por un lado, Jesús no solo no tenía pecado, sino que era la Santidad Increada y por otro lado, Él era el Redentor al cual Juan anunciaba. Volvemos entonces a preguntarnos: ¿por qué se bautizó Jesús, si no tenía necesidad?
       La respuesta es que Jesús se deja bautizar por Juan por dos razones: la primera, para darnos a nosotros ejemplo de cómo debemos ser obedientes a la Ley de Dios y por eso debemos dejarnos bautizar si somos adultos, o hacer bautizar a nuestros hijos cuando son pequeños; la otra razón es que, al bautizarse Jesús, cumple místicamente su misterio pascual de muerte y resurrección y con él, nos une a nosotros y nos hace partícipes de su Muerte y Resurrección, porque al sumergirse en el agua, con eso se está significando su Muerte y al emerger del agua, con eso se está significando su Resurrección y así es como lleva a cabo místicamente su misterio pascual de muerte y resurrección. Y como Él nos asocia, por el bautismo, a su Pasión y Resurrección, en su bautismo, nos incorpora a su Muerte y Resurrección. En el momento en que Jesús se sumerge, participamos de su Muerte; en el momento en que Jesús emerge del agua, participamos de su Resurrección. Jesús se deja bautizar, siendo Él el Mesías; nosotros sí necesitamos el bautismo, porque somos pecadores y necesitamos de los dones que nos da el bautismo: nos quita el pecado original, nos libra del poder del Demonio, nos concede la gracia santificante y nos convierte en hijos adoptivos de Dios, además de hacernos partícipes, místicamente, de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús.
En otra palabras, al ser bautizado Jesús por Juan en el Jordán, quienes somos bautizados, somos unidos a Jesús en su muerte en Cruz y somos unidos y hechos partícipes de su Resurrección gloriosa el Domingo de Resurrección. Por estas razones, es que Jesús se deja bautizar por Juan en el Jordán.




lunes, 23 de septiembre de 2019

“Cristo Dios debe ser crucificado para resucitar”




“Cristo Dios debe ser crucificado para resucitar” (Lc 9,18-22). Jesús pregunta a sus discípulos quién es Él, según la gente y la respuesta es siempre errónea: unos dicen que es Elías, otros, que es el Bautista resucitado, otros, que es un profeta. Cuando les pregunta a ellos quién dicen ellos que es Él, el que responde en primer lugar y en nombre de todos es Pedro, quien le dice: “Tú eres el Mesías de Dios”, es decir, Tú eres el enviado de Dios para salvar a la humanidad. Inmediatamente después, y para que no hayan dudas acerca de la naturaleza de la misión que Él debe cumplir, Jesús revela, proféticamente, su misterio pascual de muerte y resurrección: “El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día”. Esto, porque muchos cristianos, y empezando en primer lugar por Pedro y los Apóstoles, piensan que el hecho de que Cristo sea Dios, aparta instantáneamente todo dolor y toda tribulación. Muchos cristianos creen que por el hecho de ser cristianos, por el hecho de asistir a Misa, de rezar, de confesarse, están exentos del dolor y la tribulación, sin ver que el dolor y la tribulación forman parte esencial del misterio pascual de muerte y resurrección de Jesús.
“Cristo Dios debe ser crucificado para resucitar”. Si Jesús es Cristo Dios, el Mesías Salvador de la humanidad y si Él, para salvarnos, tuvo que pasar por su Pasión, Crucifixión y Muerte para luego resucitar y ascender a los cielos, y si nosotros estamos llamados a unirnos a su Pasión, para ser corredentores con Él, entonces eso quiere decir que nuestras vidas tienen que estar marcadas por el sello de Cristo, que es la Pasión y la Crucifixión para recién después acceder a la Resurrección. Pretender la Resurrección sin la Pasión, es decir, pretender una vida sin tribulaciones asociadas al misterio de Jesús, es como pretender ir al cielo sin la Cruz: es imposible. O vivimos crucificados y en medio de las persecuciones y tribulaciones del mundo, para así llegar al cielo, o vivimos una vida con paz aparente, pero que no conduce a la eterna bienaventuranza.

lunes, 13 de mayo de 2019

“Yo soy el camino y la verdad y la vida”


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“Yo soy el camino y la verdad y la vida” (Jn 14, 1-6). Jesús les profetiza su misterio pascual de muerte y resurrección y por lo tanto, les avisa a sus discípulos que Él ha de partir, para regresar a la casa del Padre, adonde “hay muchas moradas”, para “prepararles una morada” y luego regresar. Tomás, que entiende todo en sentido terreno, piensa que se trata de un lugar geográfico al donde Jesús está por ir y por eso le pregunta por el “camino”: “Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?”. Tomás cree que se trata de un lugar físico, geográfico; piensa que Jesús va a un lugar lejano, donde su Padre tiene una gran hacienda, y que es ahí en donde Jesús les ha de preparar una morada. Pero Jesús no está hablando de ir a un lugar geográfico: está hablando de su Pasión y Muerte en Cruz y de su Resurrección: Él irá al seno del Padre, de donde vino, por la muerte en Cruz y allí, en el Reino de los cielos, con su muerte habrá conquistado un lugar para cada uno de sus seguidores y entonces luego volverá para llevarlos allí.
“Yo soy el camino y la verdad y la vida”. En el mundo espiritual, Jesús es el Camino que nos lleva al seno del Padre; es la Verdad acerca de Dios Uno y Trino; es la Vida divina que se nos comunica a través de la Eucaristía. Quien busque otro camino para llegar a Dios, quien crea en otra verdad que no sea la del Jesús Hombre-Dios de la Iglesia Católica y quien busque una vida divina que no esté contenida en la Eucaristía, está lejos, muy lejos, del único y verdadero camino que lleva a Dios Trino, Cristo Jesús en la Eucaristía.

martes, 26 de febrero de 2019

“No comprendían lo que les decía"



“No comprendían lo que les decía (…)  discutían entre sí sobre quién era el más grande” (Mc 9, 30-37). Mientras Jesús les revela a sus discípulos su misterio pascual de muerte y resurrección, los discípulos, dice el Evangelio “no comprendían lo que les decía” y no sólo eso, sino que “discutían entre sí sobre quién era el más grande”. La actitud de los discípulos demuestra una doble incomprensión del discurso de Jesús: Jesús les está revelando qué es lo que sucederá con Él; les está anticipando que habrá de sufrir, habrá de morir y luego resucitar, para salvar a la humanidad; les está confiando su misterio pascual de muerte y resurrección. Sin embargo, los discípulos, por un lado, “no comprenden” qué es lo que Jesús les dice, en una actitud similar a la de alguien que escucha hablar a otro en un idioma que no comprende; y no solamente eso sino que, peor aún, se enfrascan en discusiones mundanas, banales e inútiles a los ojos de Dios, sobre quién es el más grande entre ellos. Con esto, los discípulos demuestran, por un lado, ignorancia total y absoluta acerca del carácter misterioso de Cristo y del cristianismo y, por otro, demuestran que ellos permanecen en un nivel mundano, preocupándose por banalidades y mundanidades que desde el punto de vista de Dios no tienen ninguna importancia.
“No comprendían lo que les decía (…)  discutían entre sí sobre quién era el más grande”. No solo los discípulos demuestran ignorancia acerca del carácter misterioso del cristianismo y no sólo los discípulos de Cristo ignoran su misterio pascual y se enfrascan en conversaciones mundanas y sin interés: también muchos católicos no entienden que, desde el bautismo, sus vidas han adquirido un giro de ciento ochenta grados que, del mundo y la perdición a la que estaban destinados, han sido incorporados al Cuerpo Místico de Jesús para unir sus vidas a la de Él y así convertirse en corredentores con Él; muchos cristianos no asumen que sus vidas humanas no tienen valor sino en tanto y en cuanto sean unidas a la vida, Pasión y Muerte del Redentor; muchos cristianos no asumen que son cristianos, es decir, hijos adoptivos de Dios y herederos del cielo, ciudadanos de la Jerusalén celestial que todavía viven en el mundo pero que están destinados a la eterna felicidad; muchos cristianos no asumen que su alimento principal es la Eucaristía, el Pan de Vida eterna y no los manjares de la tierra; muchos cristianos no se dan cuenta que su verdadero y único tesoro es la Eucaristía, y se afanan y preocupan por los bienes y cosas de la tierra, como si esta vida fuera a durar para siempre y no existiera la vida eterna. En definitiva, muchos cristianos se comportan como paganos y no como cristianos, porque no han entendido que sus vidas humanas han sido sepultadas con Cristo en su inmersión en el Jordán y por lo tanto están destinados a vivir, ya desde esta tierra, las bienaventuranzas de la vida eterna. Muchos cristianos discuten banalidades, mundanidades, sinsentidos a los ojos de Dios, como por ejemplo quién es el que tiene más gloria mundana, sin darse cuenta que eso, de cara a la eternidad de Dios, es “vanidad de vanidades y caza de vientos”, como dice el Quoelet.
“No comprendían lo que les decía (…)  discutían entre sí sobre quién era el más grande”. Si no comprendemos en qué consiste el misterio sobrenatural de ser cristianos, de haber recibido el bautismo, pidamos la gracia de comprender que estamos destinados a la eternidad bienaventurada en el Reino de los cielos y dejemos la mundanidad, los aplausos mundanos, las banalidades, para quienes están en el mundo, porque esas cosas ya no nos pertenecen y preocupémonos sólo por agradar a Dios, desde el trabajo hecho en el silencio y en la humildad y en el amor, desde el trabajo por el Reino visto sólo por Dios, en lo más profundo del corazón.


martes, 22 de mayo de 2018

“Los discípulos no comprendían (…) discutían sobre quién era el más grande”




“Los discípulos no comprendían (…) discutían sobre quién era el más grande” (cfr. Mc 9, 30-37). Mientras Jesús les anticipa proféticamente y les revela el más grande misterio sobrenatural de la humanidad, esto es, su misterio pascual de muerte y resurrección, los discípulos dan muestra de no estar a la altura de los acontecimientos: no solo “no comprenden” lo que Jesús les está diciendo, sino que además “discuten entre ellos acerca de quién sería el más grande”. La actitud de los discípulos refleja cuál es la actitud de muchos cristianos dentro de la Iglesia y de la Iglesia de todos los tiempos, puesto que se da desde el estado embrionario de la Iglesia Apostólica: muchos cristianos están en la Iglesia, pero “no comprenden” el misterio pascual de Jesucristo, además de “discutir acerca de quién es el más grande”. Es decir, muchos cristianos están en la Iglesia, pero sus categorías existenciales y espirituales son literalmente mundanas: por un lado, al no comprender la sobrenaturalidad del misterio de la gracia que concede la filiación divina, rebajan el misterio de la Iglesia al reducido alcance de la razón humana, convirtiendo al catolicismo en un humanismo cristiano; por otro lado, y como consecuencia natural de la radical incomprensión del misterio pascual del Hombre-Dios Jesucristo, ambicionan puestos de poder dentro de la Iglesia, como si la Iglesia Militante fuera un espacio político o una organización no gubernamental que concede dinero, prestigio y poder a quienes más encumbrados están en el poder.
“El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; lo matarán y tres días después de su muerte, resucitará (…) Pero los discípulos no comprendían esto (…) discutían sobre quién era el más grande”. La fe sobrenatural en el misterio pascual de Jesucristo es un don que viene de lo alto; no es una consecuencia de una deducción lógica de nuestro razonamiento y por eso debe ser pedida insistentemente y no creer que por estar bautizados y por hacer determinadas prácticas devocionales “lo sabemos todo”. Si esto hiciéramos, caeríamos en el mismo error de los discípulos: rebajar el catolicismo a un humanismo cristiano y buscar puestos de poder en la Iglesia, reducida a un espacio mundano de poder, dinero y prestigio mundano.

miércoles, 27 de mayo de 2015

“¿Pueden beber del cáliz que Yo he de beber?”


“¿Pueden beber del cáliz que Yo he de beber?” (Mc 10, 32-45). Luego de que Jesús les anunciara su misterio pascual de muerte y resurrección, Santiago y Juan le piden a Jesús tener puestos de privilegio en el Reino de los cielos: le piden “sentarse a su derecha e izquierda”. Esto suscita enojo entre los demás Apóstoles, quienes lo toman como una especie de arribismo o de oportunismo, propio de grupos humanos en donde diversas facciones se disputan cuotas de poder alrededor del líder o conductor. Para el resto de los Apóstoles, la petición de Santiago y Juan es vista precisamente como esto, como una muestra de arribismo, puesto que, valiéndose de la amistad con Jesús, pretenden hacerse con puestos de honor y de poder preferencial.

Sin embargo, en realidad, el resto de los Apóstoles no ha entendido el mensaje de Jesús, el cual sí han comprendido Santiago y Juan, y ésa es la razón por la cual Jesús ha accedido positivamente a su pedido. La primera cuestión es que los puestos de primacía no se refieren a esta vida, sino a la otra, al Reino de los cielos, y la otra cuestión, mucho más importante, es que el acceso a estos puestos, no se da al estilo humano, con favoritismos y facilismos; todo lo contrario, se accede a estos puestos privilegiados en el Reino, si se participa de la Pasión del Señor, lo cual quiere decir, participar de su condena a muerte, de su humillación, de sus ultrajes de todo tipo, de su amarguras y dolores y, en última instancia, participar también de su muerte. Ésa es la razón por la cual Jesús, antes de responderles, les pregunta: “¿Podéis beber del cáliz que Yo he de beber y recibir el bautismo que Yo recibiré?”. Y los hermanos, que han comprendido bien de qué se trata, de la Pasión y no de puestos de honor mundano, responden: “¡Podemos!”, porque están dispuestos, movidos por el Amor del Espíritu Santo, a participar de la Pasión de Jesús, a acompañarlo en su dolor y humillación, a beber del cáliz de sus amarguras en esta tierra y recibir su bautismo. Y entonces sí, son merecedores de los puestos de honor en el Reino. El resto de los diez, que se ha indignado contra Santiago y Juan, no ha entendido el mensaje de Jesús y piensan que Santiago y Juan son advenedizos que buscan acomodarse en las altas esferas del poder, tal como sucede con las personas codiciosas, egoístas  y mezquinas, que ven las estructuras de poder como lugares de usufructo personal pero no como lo que son, instituciones al servicio del bien común; en este caso, al servicio de la salvación de las almas. Es la razón por la cual Jesús debe llamarlos y aclararles que entre ellos, sus discípulos, no debe ser como entre los mundanos: entre los discípulos de Jesús, no deben existir apetencias de poder, como entre los mundanos, sino deseos de servir al proyecto del Padre, participando de la Pasión, de la amargura, de los dolores, de la cruz y de la muerte del Hombre-Dios Jesucristo, es decir, “bebiendo del cáliz de su amargura”. Sólo así se está en condiciones de acceder a puestos de honor, pero no en esta vida, sino en el Reino de  los cielos. Puesto que el misterio de la Redención continúa, también a nosotros nos hace Jesús la misma pregunta que les hiciera a Santiago y a Juan: “¿Pueden beber del cáliz que Yo he de beber?”. Y nosotros, junto con Santiago y Juan, decimos: “¡Podemos!”.