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martes, 24 de agosto de 2021

“Sé quién eres: el Santo de Dios”


 

“Sé quién eres: el Santo de Dios” (Lc 4, 31-37). En este Evangelio se nos revelan por lo menos dos verdades de fe: por un lado, se da la revelación –implícita, pero revelación al fin- de la existencia del Infierno y además de que el Infierno no está vacío, pues al menos hay un cierto tipo de habitantes, los demonios que poseen los cuerpos de los seres humanos, aunque luego la Iglesia enseñará que, además de demonios, en el Infierno se encuentran también seres humanos condenados; por otro lado, se revela la condición de Jesús como Dios Hijo encarnado y esto por una doble vía: porque sólo Dios, con el poder de su voz, puede exorcizar, esto es, arrojar, del cuerpo de un poseso, a un espíritu inmundo y es esto lo que hace Jesús y la otra vía por la que se revela la divinidad de Jesús es por la confesión del demonio antes de ser expulsado por Jesús: “Sé quién eres: el Santo de Dios”. Cuando el demonio le dice a Jesús que es el “Santo de Dios”, no se refiere a Jesús como un hombre santo, como podría serlo un profeta, por ejemplo, sino como Dios Hijo en Persona, porque el demonio, que conoce a Dios y a su voz, por haber sido creado como ángel por parte de Dios, reconoce en la voz humana de Jesús de Nazareth a la Palabra Eterna de Dios, el Hijo de Dios, que es quien, junto al Padre y al Espíritu Santo, lo creó y luego de la rebelión lo juzgó y lo condenó al Infierno eterno.

“Sé quién eres: el Santo de Dios”. Existencia del Infierno, existencia de ángeles caídos y de condenados; poder exorcista de Jesús, derivado de su condición de Dios Hijo encarnado, son las dos verdades de fe reveladas en este Evangelio. Si alguien niega estas dos verdades –que el Infierno existe, que está ocupado y que Cristo es Dios-, las niega al costo de contradecir al mismo Jesucristo, que es Quien nos ha revelado estas verdades. Y contradecir al Hombre-Dios Jesucristo, además de pecado de apostasía, demuestra una temeridad, un orgullo, una soberbia, verdaderamente demoníacos.

domingo, 26 de julio de 2020

“El Reino de los cielos se parece también a la red que los pescadores echan en el mar y recoge toda clase de peces”




“El Reino de los cielos se parece también a la red que los pescadores echan en el mar y recoge toda clase de peces” (Mt 13, 47-53). Utilizando la imagen de unos pescadores que separan a los peces aptos para el consumo de aquellos que no lo son, Jesús describe dos cosas: por un lado, cómo es el Reino de Dios; por otro lado, y al mismo tiempo, describe cómo será el Día del Juicio Final: “Cuando se llena la red, los pescadores la sacan a la playa y se sientan a escoger los pescados; ponen los buenos en canastos y tiran los malos. Lo mismo sucederá al final de los tiempos: vendrán los ángeles, separarán a los malos de los buenos y los arrojarán al horno encendido. Allí será el llanto y la desesperación”.
Con esta imagen, sabemos cómo es el Reino de Dios, cuyos inicios están cerca, en cada alma en gracia, representada en los peces que son buenos, en el sentido de que son aptos para el consumo; pero al mismo tiempo, sabemos cómo es el reino de las tinieblas, que está en la tierra y obra a través de los ángeles caídos y los hombres malvados y perversos asociados a la Serpiente Antigua: estos están representados en los peces que ya no son aptos para el consumo y deben ser devueltos al mar, es decir, son los hombres que mueren en estado de pecado mortal y deben ir, por propia voluntad, al Infierno eterno.
“El Reino de los cielos se parece también a la red que los pescadores echan en el mar y recoge toda clase de peces”. Cuando elegimos vivir en gracia, nos convertimos en ciudadanos del Reino en la tierra, destinados a la eterna bienaventuranza en el Día del Juicio Final; cuando elegimos el pecado, nos convertimos en ciudadanos del reino de las tinieblas y en socios y amigos de la Serpiente Antigua, destinados a la eterna condenación. Elijamos la gracia y el obrar la misericordia y así los ángeles nos llevarán, en el Día del Juicio Final, ante la Presencia del Rey de los cielos, Cristo Jesús.