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sábado, 8 de mayo de 2021

Solemnidad de la Ascensión del Señor

 


         

(Ciclo B – 2021)

“Así como tú me enviaste al mundo, así los envío yo también al mundo” (Jn 17, 11b-19). Jesús asciende a los cielos, glorificado, luego de resucitar y luego de vencer, en la Cruz, a los tres grandes enemigos de la humanidad: el Demonio, el Pecado y la Muerte. Pero antes de ascender, en la Última Cena, da a su Iglesia Naciente un mandato, que se extiende hasta el fin del mundo y es el de proclamar al mundo la Buena Noticia de la salvación, enviándolos a misionar, así como el Padre lo ha enviado a Él a sacrificarse por la salvación de los hombres: “Así como tú me enviaste al mundo, así los envío yo también al mundo”. Este envío es específicamente misional, evangelizador, tal como lo dirá en otro pasaje: “Id y proclamad por el mundo la Buena Noticia; el que crea y se bautice se salvará; el que no crea y no se bautice, se condenará”. Por lo tanto, vemos que la actividad misionera, apostólica y evangelizadora de la Iglesia, es esencial para la salvación del alma: quien crea que Cristo es Dios y que la Iglesia Católica es la Verdadera y Única Iglesia del Cordero y reciba el Bautismo sacramental para la remisión del pecado original y la recepción de la gracia santificante que convierte al alma en hija adoptiva de Dios y en heredera del Reino de los cielos, ese se salvará; quien no crea y no se bautice, estará destinado a la eterna condenación.

Por gracia de Dios, la Iglesia inició, desde sus primeros comienzos, esta actividad misionera, apostólica y evangelizadora, convirtiendo a pueblos y naciones enteras al cristianismo, sacándolas de la oscuridad del paganismo, de las tinieblas del gnosticismo, del error de la idolatría. Esto sucedió en todos los continentes adonde fueron enviados los misioneros de la Iglesia y sobre todo en Europa y, desde Europa, específicamente desde España, la Santa Fe Católica de Nuestro Señor Jesucristo llegó hasta nosotros por medio de los Conquistadores y Evangelizadores de España, auténticos héroes y santos, que a costa de sus vidas y de su sangre, plantaron la Santa Cruz de Nuestro Señor Jesucristo, iniciando una tarea evangelizadora que constituye la más grande empresa que una nación haya emprendido jamás en la historia de la humanidad.

Es a Dios Trino, por supuesto, a quien debemos agradecer el haber recibido la Santa Fe Católica, pero también debemos estar eternamente agradecidos a nuestra Madre Patria España, porque fue España la que conquistó, con la Cruz y la espada, el continente americano y también gran parte de Asia, para Nuestro Señor Jesucristo.

El envío de Jesús a su Iglesia, a misionar y a evangelizar, supone para la Iglesia la lucha contra “las potestades y principados de los aires”, es decir, los demonios, que dominaban y controlaban a los hombres antes de la llegada de los misioneros evangelizadores, en nuestro caso, desde España. España se convirtió así en instrumento divino de la Santísima Trinidad para conquistar millones de almas para el Hombre-Dios Jesucristo, incorporándolas a su Iglesia por el Bautismo y destinándolas a la eterna salvación.

Es un gravísimo error, por lo tanto, considerar a las religiones, creencias y supersticiones pre-hispánicas –como el culto a la Pachamama o madre tierra, o los cultos paganos amerindios idolátricos- como equivalentes o incluso superiores al mensaje de salvación que propaga la Santa Iglesia Católica por mandato del Hombre-Dios Jesucristo. De ninguna manera la Iglesia debe convertirse en “discípula” de otras religiones y en particular de las amazónicas y amerindias, caracterizadas por la siniestra oscuridad del paganismo, el ocultismo, el satanismo y la hechicería. Son los paganos los que deben convertirse al Evangelio e ingresar en la Iglesia Católica para así salvar sus almas; jamás debe la Iglesia abandonar su mandato misionero y evangelizador, que dejaría a las almas sumergidas en la oscuridad y siniestra tiniebla del culto panteísta a la madre tierra, la Pachamama, propia de los cultos panteístas paganos[1]. Otros cultos paganos, idolátricos y demoníacos, además de la Pachamama, son las devociones neo-paganas a ídolos demoníacos como el Gauchito Gil, la Difunta Correa, San La Muerte y todo lo que proviene del gnosticismo, del ocultismo, de la brujería y del satanismo: todo eso debe ser arrojado al fuego del Infierno y ser reemplazados por la Santa Cruz de Nuestro Señor Jesucristo.

“Así como tú me enviaste al mundo, así los envío yo también al mundo”. Dios, que NO ES padre-madre, como lo afirman erróneamente los paganos indigenistas, sino que es Dios Uno y Trino, Padre, Hijo y Espíritu Santo, nos envía al mundo para que proclamemos la Verdad de la Encarnación de Dios Hijo en la naturaleza humana de Jesús de Nazareth; para que proclamemos que Jesús murió en la Cruz, resucitó, ascendió a los cielos y al mismo tiempo se quedó en el misterio de la Sagrada Eucaristía y allí se quedará, para estar con nosotros, hasta el fin de los tiempos. Estamos en esta vida para proclamar que Jesús es Dios, que ha venido a salvarnos y para combatir, en su Nombre, a las obras del Demonio, el paganismo, el ocultismo, el gnosticismo, la hechicería, el satanismo. Para eso hemos recibido el Bautismo y la Fe Católica y para eso nos envía el Señor Jesús al mundo, para proclamar la Verdad Eterna de la Santa Cruz de Nuestro Señor Jesucristo.

martes, 22 de noviembre de 2011

Todos los odiarán por causa mía



“Todos los odiarán por causa mía” (cfr. Lc 21, 12-19). Es el odio del paganismo y del neo-paganismo, un odio que no se explica por las meras pasiones humanas, puesto que se trata de un odio preternatural, originado en la voluntad perversa y diabólica del ángel caído.

Nuestro mundo actual crece, día a día, minuto a minuto, en el rechazo de Dios Trino y de Jesucristo, y esto se puede ver en la práctica totalidad de las manifestaciones de la cultura y del pensamiento del hombre: en el cine, en la televisión, en Internet, en los espectáculos, en la música, en los entretenimientos, en las leyes contrarias a la vida y a la naturaleza humana.

Cada vez más, la sociedad se vuelca hacia el neo-paganismo propiciado por la Nueva Era, y cada vez más, el mundo se vuelve contrario a la Iglesia de Dios y a sus enseñanzas.

La persecución actual no es tanto la cruenta, que sí existe, sobre todos en países en donde el Islam es la religión mayoritaria y en donde impera la “sharia” o ley islámica; la persecución contra la Iglesia, en nuestro país, en nuestro continente, se hace notoria desde que se enciende la televisión o se conecta a Internet, ya que sobreabundan los signos y las señales de una creciente paganización y satanización de todo el quehacer de la sociedad.

De continuar este ritmo de crecimiento, el neo-paganismo y el luciferianismo no tardarán en colisionar, esta vez sí cruentamente, contra la Iglesia, renovando la persecución sufrida en los primeros siglos del cristianismo.

Para cuando eso suceda, y también desde ahora, el cristiano debe tener en mente dos cosas: la primera, que el Infierno jamás triunfará sobre la Iglesia, según la promesa de Jesús: “Las puertas del Infierno no prevalecerán contra mi Iglesia” (Mt 16, 18); la segunda cosa a tener presente, desde ahora, es lo que dice San Pablo: “Nuestra lucha no es contra la carne y la sangre, sino contra las potestades espirituales malignas de los cielos” (Ef 6, 12), y el mandato de Jesús: “Ama a tus enemigos” (Mt 5, 44), lo cual quiere decir que, lejos, muy lejos de condenar al prójimo que se encuentra objetivamente en el error –ateísmo, materialismo, hedonismo, satanismo, paganismo-, el cristiano debe tener la disposición espiritual y anímica de dar la vida por ese prójimo, pues eso es lo que implica el ser cristiano.

“Todos los odiarán por causa mía”. Si en el final de los tiempos la gran mayoría de los hombres estarán poseídos por Satanás y actuarán, movidos por el odio y comandados por el Anticristo, contra la Iglesia, los cristianos, movidos por el Amor divino derramado por Cristo en la Cruz, deberán demostrar ese Amor, recibido en cada comunión eucarística, dando sus vidas por sus enemigos. Sólo así salvarán sus almas y las de aquellos que los ejecutarán. Sólo así conseguirán la vida eterna.