domingo, 31 de octubre de 2021

La viuda ha dado más que nadie, porque ha dado de lo que tenía para vivir”

 


(Domingo XXXII - TO - Ciclo B – 2021)

         “La viuda ha dado más que nadie, porque ha dado de lo que tenía para vivir” (). Jesús nos enseña que la viuda del Evangelio es un ejemplo para nosotros, tanto en generosidad hacia el templo, como en amor y confianza hacia Dios. La razón es que, aunque la viuda da materialmente muy poco dinero, en realidad es mucho, porque lo que da es lo que tiene para comer, para alimentarse, para subsistir. Es como si nosotros diéramos el dinero que tenemos para comprar el alimento del día: puede ser mucho o poco en cantidad, pero en términos cualitativos es mucho, porque es todo lo que tenemos. Si se compara lo que da la viuda con lo que dan los que son ricos, parece que está dando poco, pero como dijimos, está dando en realidad mucho más que los que ponen una rica ofrenda, porque estos dan de lo que les sobra, mientras que la viuda da todo lo que tiene para subsistir. En el fondo, los primeros dan lo que no necesitan, mientras que la viuda da lo que le sirve para poder vivir, con lo cual está dando, en cierto sentido, su vida. La viuda es ejemplo de amor al templo de Dios, porque contribuye al sostenimiento material del templo, lo cual es un deber de todo fiel y es además un ejemplo de amor a Dios, porque da la totalidad de lo que tiene, como muestra de agradecimiento y de amor a Dios, que es quien le da la vida y el ser. Por este motivo, la viuda del Evangelio es un ejemplo para nosotros en el sentido de que nos enseña cómo debemos no sólo estar desprendidos de los bienes materiales, sino también de cómo debemos contribuir, con esos bienes, al sostenimiento del culto católico, el único culto verdadero del Único Dios Verdadero y cómo debemos agradecerle por lo que nos da y sobre todo por lo que Es, Dios de infinito amor y misericordia.

Hay otro aspecto más profundo y sobrenatural que debemos considerar en la donación de la viuda y es que no sólo es un ejemplo de cómo debemos comportarnos con nuestros bienes materiales en relación al templo y a Dios: el don de la viuda, de dar lo que tiene para vivir y con eso, dar su propia vida, es en realidad una imitación y una participación a otro don, el don de Jesucristo, que ofrece a Dios en la cruz, mucho más que lo que tiene para vivir, porque ofrece su propia vida, en sacrificio por la salvación de todos los hombres, en otras palabras, la generosidad de la viuda es una participación a otro acto de oblación y de donación, y es el don de la propia vida a Dios, por el rescate de la humanidad, como lo hace Nuestro Señor Jesucristo en la cruz.

“La viuda ha dado más que nadie, porque ha dado de lo que tenía para vivir” (). A imitación de la viuda del Evangelio, no demos al templo de Dios lo que nos sobra, sino incluso lo que necesitamos para vivir y a ejemplo de Cristo crucificado, que ofreció a Dios su propia vida en la cruz para nuestra salvación, ofrezcamos nuestra propia vida, por la salvación propia y la de nuestros hermanos, a Cristo crucificado en el Calvario y el Altar Eucarístico.

viernes, 29 de octubre de 2021

La parábola del administrador infiel

 


“Los hijos de este mundo son más astutos con su gente” (Lc 16, 1-8). La parábola del administrador infiel debe ser analizada minuciosamente, para no caer en interpretaciones erróneas. ¿De qué se trata la parábola? Se trata de un administrador que gobierna la hacienda de un hombre rico y que, acusado de mala administración –con justa razón, como lo insinúa la parábola-, es despedido[1]. Es entonces cuando se pregunta de qué va a vivir, porque siente horror al trabajo y le da vergüenza mendigar, aunque no le da vergüenza robar. Por eso, llama a los arrendadores que pagan su renta en especies y, de acuerdo con ellos, falsifica sus contratos y así engaña de nuevo a su amo. Mediante esta trampa, el administrador piensa hacerse amigos y protectores que puedan recibirlo cuando sea despedido. La alabanza que hace el amo del “administrador infiel”, constituye una dificultad, a la hora de analizar la enseñanza espiritual de la parábola, porque se puede pensar que Nuestro Señor, indirectamente, alaba la conducta del administrador infiel. Sin embargo, de ninguna manera alaba Jesús la actitud deshonesta del administrador infiel. Para encontrar el sentido de la parábola y su enseñanza espiritual por parte de Jesús, hay que tener en cuenta que, por un lado, tanto el administrador como su amo, son “hijos de este mundo”: el primero se entera de que ha sido estafado, en un modo en el que le será difícil probar la estafa y como el amo está acostumbrado a utilizar las mismas artimañas de su administrador, es que hace un comentario en modo de broma, como si dijera: “¡Es un estafador, pero un estafador inteligente!”. Entonces, este es un primer aspecto a tener en cuenta: tanto el amo como el administrador, son “hijos de este mundo”, es decir, viven al margen de la Ley de Dios y por eso están acostumbrados a hacer trampas, a engañar, a mentir, a aplicar la inteligencia en un sentido perverso, con la intención de engañar y de estafar al prójimo; es obvio que Nuestro Señor Jesucristo no aprueba ni puede hacerlo jamás, a esta actitud. El otro aspecto a tener en cuenta es que Nuestro Señor Jesucristo no alaba ni al amo ni al mayordomo y no puede hacerlo por el motivo que hemos dicho: ambos son “hijos de este mundo” y no “hijos de Dios”, “hijos de la luz”; además, la parábola no dice que el administrador haya obrado “sabiamente”, sino “astutamente”, es decir, con una prudencia que pertenece a los ideales de este mundo, ideales que no son los de Dios, porque son terrenos, materiales, inmanentes y sólo buscan la ganancia temporal de bienes materiales, sin importarles los verdaderos bienes, los bienes del Cielo. Es esto lo que Nuestro Señor –no el amo de la parábola- quiere significar cuando compara a los “hijos de este siglo” con los “hijos de la luz”, hebraísmos con los que se designa a aquellos que vienen siguiendo los ideales de este mundo –“hijos de este siglo” o del mundo venidero –“hijos de la luz”-. La enseñanza última es que, si quienes poseen la luz de la gracia –los hijos de Dios-, que ilumina el intelecto y la voluntad para descubrir y desear los verdaderos bienes, los bienes del Reino de los cielos, mostraran al menos la agudeza y sagacidad de los que viven pensando sólo en las ventajas temporales, los hijos de Dios ganarían prontamente el bien más preciado de todos, la vida eterna en el Reino de los cielos.



[1] Cfr. B. Orchard et al., Comentarios al Nuevo Testamento, Tomo III, Barcelona 1956, Editorial Herder, 623.

“El que no lleva su cruz detrás de Mí, no puede ser discípulo mío”

 


“El que no lleva su cruz detrás de Mí, no puede ser discípulo mío” (Lc 14, 25-33). En este Evangelio, Jesús plantea el seguimiento de Él, para lo cual hay que llevar la cruz de cada día. Ahora bien, es una realidad que, en la vida de todos los días, la inmensa mayoría de los seres humanos -principalmente los católicos-, no lo siguen a Jesús, aún cuando Jesús es Dios y en vez de seguir a Jesús, prefieren seguir, no a Dios, sino a otros seres humanos, como por ejemplo, a deportistas, cantantes, artistas, y sobre todo a los políticos, quienes les prometen todo tipo de prebendas a cambio de votos. Para seguir al político de turno, la persona debe renunciar a muchas cosas a las que está aferrado -como por ejemplo, su tiempo, su familia y muchas otras cosas más-, de lo contrario, no podrá seguirlo. Ahora bien, el seguimiento de un ser humano por parte de otro, no tiene mayor sentido, pues el ser humano sólo puede dar, en el mejor de los casos, dádivas y prebendas que no tienen ningún valor trascendental. Si para seguir a un político, se debe renunciar a muchas cosas de la vida cotidiana y sólo para obtener una prebenda de escaso o nulo valor, el hombre debe plantearse seriamente si vale la pena este seguimiento.

Un caso muy distinto es el seguimiento de Jesús: Jesús no nos promete prebendas mundanas si alguien lo sigue: nos promete nada menos que la vida eterna en el Reino de los cielos, lo cual quiere decir un estado de alegría, de felicidad, de bienaventuranza, de gozo, inimaginables y además interminables, pues durarán para siempre, por toda la eternidad. En el caso de Jesús, para su seguimiento, lo que hace falta es “cargar la cruz” y “seguir detrás de Él”, porque es Él quien, con la cruz a cuestas, encabeza la marcha. ¿Hacia dónde va Jesús con la cruz? Va hacia el Calvario, para allí subir a la cruz y morir a la vida terrena, para luego resucitar glorificado y así ascender a los cielos. Es esto lo que nos promete Jesús, si lo seguimos por el Via Crucis, por el Camino Real de la Cruz: el ingreso en el Reino de los cielos. No vale la pena seguir a un simple ser humano, que solo podrá dar, en el mejor de los casos, una prebenda de mayor o menor valor pero que, siempre, será inútil para el Reino de los cielos. Sí conviene, por el contrario, seguir a Nuestro Señor Jesucristo, cargando la cruz de cada día, para así, subiendo con Él al Calvario, muriendo al hombre viejo, seamos recibidos, por la Misericordia Divina, en el Reino de los cielos.

miércoles, 27 de octubre de 2021

Conmemoración de todos los fieles difuntos

 



         La práctica de orar por los difuntos es sumamente antigua y se remonta al Antiguo Testamento. Por ejemplo, en el libro 2º de los Macabeos se dice: “Mandó Juan Macabeo ofrecer sacrificios por los muertos, para que quedaran libres de sus pecados” (2 Mac 12, 46) es decir, los judíos rezaban por los muertos, porque creían que existía una vida después de esta vida y así la Iglesia, siguiendo esta tradición, ha tenido la costumbre, desde los primeros siglos, de orar por los difuntos, porque la fe de la Iglesia cree firmemente en la existencia de una vida eterna. La característica principal de esta fiesta litúrgica radica en la fe de la Iglesia Católica, que afirma que además del Cielo y el Infierno, destinos eternos e irrevocables, se encuentra el Purgatorio, que es un estado de purificación de las almas que han muerto en gracia pero que necesitan ser purificadas de sus faltas veniales para así poder ingresar al Cielo. Al respecto, San Gregorio Magno afirma: "Si Jesucristo dijo que hay faltas que no serán perdonadas ni en este mundo ni en el otro, es señal de que hay faltas que sí son perdonadas en el otro mundo. Para que Dios perdone a los difuntos las faltas veniales que tenían sin perdonar en el momento de su muerte, para eso ofrecemos misas, oraciones y limosnas, por su eterno descanso”. Basado en las palabras de Nuestro Señor Jesucristo, el Catecismo de la Iglesia Católica nos recuerda que los que mueren en gracia y amistad de Dios pero no perfectamente purificados, pasan después de su muerte por un proceso de purificación, para obtener la completa hermosura de su alma. La Iglesia llama “Purgatorio” a esa purificación; y para hablar de que será como un fuego purificador, se basa en aquella frase de San Pablo que dice: “La obra de cada uno quedará al descubierto, el día en que pasen por fuego. Las obras que cada cual ha hecho se probarán en el fuego” (1 Cor 3, 14). La conmemoración de los fieles difuntos debe llevar por lo tanto a considerar el enorme valor que tienen las oraciones, sobre todo el Rosario y las Santas Misas ofrecidas por los fieles difuntos, porque ellos no pueden orar por sí mismos y es por eso que necesitan de nuestras oraciones, sacrificios y penitencias, así como el que arde en la sed extrema necesita del agua más pura, fresca y cristalina. Orar por los difuntos es entonces una gran obra de misericordia espiritual que, además de aliviar los dolores de las Almas del Purgatorio, nos abren las puertas del Cielo, porque esas mismas almas luego intercederán por nosotros, para que seamos salvados en Cristo.

         Nuestra fe católica nos enseña, entonces, que hay dos destinos eternos, el Cielo y el Infierno, siendo el Purgatorio la antesala del Cielo; además, nos enseña que debemos atravesar el Juicio Particular, en el cual se decide nuestro destino eterno. Por esta razón, es incorrecto pensar que “ya estamos salvados”, porque si bien es cierto que Jesús murió en la cruz para salvarnos, también es cierto que debemos aceptar libremente esa salvación, lo cual implica, para el cristiano, cargar la cruz de cada día, es decir, luchar contra las pasiones, luchar contra el pecado, hacer el esfuerzo por evitar las ocasiones de pecado, hacer el esfuerzo por conservar la gracia, observar los Mandamientos de la Ley de Dios, obrar la misericordia corporal y espiritual para con el prójimo: sólo de esta manera estaremos en grado de salir airosos del Juicio Particular, juicio al que seremos llevados el mismo día de nuestra muerte terrena. En otras palabras, no podemos decir “estamos salvados”, porque todavía no hemos afrontado el Juicio Particular y sólo si atravesamos airosamente este juicio, podremos decir que estamos salvados. Otro aspecto a tener en cuenta en relación al destino después de la muerte, es que no se debe decir que tal persona, que falleció, “partió a la Casa del Padre”, porque eso no es así: como dijimos, la Iglesia nos enseña que inmediatamente después de la muerte terrena, viene el Juicio Particular, en donde el alma recibe el juicio y la sentencia final, el Cielo o el Infierno, siendo el Purgatorio el destino previo antes del Cielo. Es verdad que todos esperamos que nuestros seres difuntos, por la Misericordia Divina, estén salvados, pero eso lo reservamos para nuestro fuero íntimo; mientras tanto, debemos rezar por nuestros seres queridos difuntos y por todos los difuntos en general, para que, por la Sangre de Cristo derramada en la cruz, nos reencontremos con ellos, algún día, en el Reino de los cielos, para nunca más separarnos.

 

domingo, 24 de octubre de 2021

“¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?”

 


(Domingo XXXI - TO - Ciclo B – 2021)

         “¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?” (Mc 12, 28-34). Le preguntan a Jesús cuál es el “primero de todos los mandamientos” y Jesús responde que es “amar a Dios con todas las fuerzas”. También le dice Jesús que el segundo mandamiento es “amar al prójimo  como a uno mismo”. A partir de Jesús, el cristianismo adoptará, igual que el judaísmo, a estos dos mandamientos como a uno solo, quedando formulados en la práctica de la misma manera: “Amarás a Dios y al prójimo como a uno mismo”. Podría entonces alguien decir que el cristianismo y el judaísmo, al tener el mismo mandamiento, son casi la misma religión; sin embargo, el mandamiento cristiano difiere radicalmente del mandamiento judío, al punto de constituir casi dos mandamientos distintos y veremos las razones.

         Ante todo, el mandamiento judío manda “amar a Dios y al prójimo” con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente y con todas las fuerzas y es evidente que hace referencia al corazón, al alma, a la mente y a las fuerzas del hombre: “amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas”. Se hace hincapié en que el cumplimiento de este mandamiento se basa sí en el amor, pero en el amor del hombre hacia Dios.

         Por el contrario, en el caso del cristianismo, la diferencia radica en que el amor con el que se manda amar a Dios y al prójimo –y también a uno mismo- es un amor distinto; no se trata del simple amor humano, sino de otro amor, el Amor del Sagrado Corazón de Jesús, un amor que es divino, celestial, sobrenatural, porque es el Amor del Padre y del Hijo, el Espíritu Santo, y porque se expresa en la donación de sí mismo, no de un modo cualquiera, sino expresamente y exclusivamente a través de la unión con Cristo en el Santo Sacrificio del altar. Es esto lo que Jesús dice: “Ámense los unos a los otros como Yo los he amado” y Cristo nos ha amado con el Amor del Espíritu Santo y hasta la muerte de cruz. Entonces, si bien el cristianismo y el judaísmo tienen como primer y principal mandamiento al primer mandamiento, que manda amar a Dios y al prójimo como a uno mismo, difieren substancialmente en la cualidad del amor con el que se deben cumplir estos mandamientos: para el judaísmo, basta con el simple amor humano –un amor que, además de ser limitado, está contaminado con la mancha del pecado original-, mientras que en el cristianismo, este amor ya no es suficiente, sino que para cumplir el primer mandamiento, es necesario amar a Dios y al prójimo y a uno mismo con el Amor de Dios, el Espíritu Santo.

         Por último, ¿dónde conseguimos este Divino Amor, para así cumplir a la perfección el primer mandamiento? Lo conseguimos allí donde se encuentra como en su Fuente, el Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús. Es en el Corazón Eucarístico de Jesús en donde arde este Fuego del Divino Amor, el Espíritu Santo y es por eso que debemos ir a buscar este Divino Amor en la Eucaristía.

sábado, 23 de octubre de 2021

“¿Está permitido curar en sábado o no?”


 

“¿Está permitido curar en sábado o no?” (Lc 14, 1-6). Jesús, Médico Divino, cura con su omnipotencia y con su Divino Amor a un enfermo de hidropesía. Este milagro de curación corporal es muy frecuente a lo largo de los Evangelios pero en este caso, tiene una particularidad: es realizado en día sábado y delante de los fariseos y este hecho es importante porque para los fariseos, estaba prohibido realizar cualquier tipo de trabajo en día sábado. La razón de esta prohibición es que debían mantener el sábado como día sagrado, por lo cual no se podía trabajar. De hecho, en la actualidad, los judíos tienen tantas reglas y sub-reglas para el sábado, que está prescripto cuántos pasos se debe dar en sábado y cuántas palabras se puede escribir[1].  Al curar al enfermo de hidropesía delante de los fariseos y en día sábado, Jesús no solo anula la ley sabática farisaica, sino que establece una nueva ley, en la que el Domingo reemplazará al sábado como Día del Señor, porque el Domingo será el Día de la Resurrección y además, en esta ley la caridad estará por encima del cumplimiento meramente exterior de los Mandamientos. El exceso de reglas y sub-reglas tiene como consecuencia el centrar los esfuerzos espirituales en cumplir este exceso de mandamientos humanos, al mismo tiempo que se descuida lo esencial de la religión: el amor y la piedad a Dios y la caridad con el prójimo. Jesús cura en sábado y así quebranta deliberadamente el sistema de reglamentación elaborado por los fariseos; de esa manera, les enseña en primera persona que lo que Dios quiere del hombre es amor, compasión, caridad y no cumplimiento exterior de leyes meramente humanas.

 



[1] “Para seguir el reglamento de no trabajar en sábado, hay literalmente miles de sub-reglas a seguir, incluyendo la cantidad de pasos que puedes tomar, y el número de letras que puedes escribir en el día de reposo”. Cfr. https://www.buscadedios.org/el-reglamento-de-los-fariseos/

viernes, 22 de octubre de 2021

“Salía de Él una fuerza que sanaba a todos”

 


“Salía de Él una fuerza que sanaba a todos” (Lc 6, 12-19). Toda la multitud quiere acercarse a Jesús porque se dan cuenta de que de Él sale “una fuerza que sana a todos”. Es decir, la multitud se da cuenta que, todo aquel que se acerca a Jesús, se cura inmediatamente de sus dolencias y por eso todos quieren estar cerca de Él. ¿De qué fuerza se trata? Se trata de algo más que una simple “fuerza” o “energía”: es la potencia infinita de su poder divino; es su omnipotencia divina la que cura inmediatamente, en el acto, toda enfermedad, toda tristeza, todo llanto, todo dolor. Pero hay aún más: Jesús no solo cura las enfermedades del cuerpo y de la mente, sino ante todo, Jesús cura la enfermedad más grave de todas, la enfermedad del alma, el pecado y lo hace por medio de su Sangre, derramada en el Santo Sacrificio del Calvario y del Altar. Jesús no solo cura las enfermedades del cuerpo, sino que cura la enfermedad más grave del alma, el pecado y si esto todavía no fuera suficiente para demostrarnos su amor, además de curarnos en el cuerpo y el alma, Jesús nos concede la gracia santificante, que nos hace participar de la vida misma del Ser divino trinitario, nos hace participar de la vida eterna de la Trinidad, aun viviendo en la tierra, antes de ingresar en la otra vida.

“Salía de Él una fuerza que sanaba a todos”. Jesús sólo quiere hacernos bien; Jesús sólo quiere darnos la sanación completa y total del cuerpo y del alma; Jesús sólo quiere darnos su Amor, el Amor infinito y eterno que arde en su Sagrado Corazón y nos quiere dar su Amor ya desde esta vida, como un anticipo del gozo eterno del Reino de los cielos. Jesús sólo quiere darnos su Amor, pero extrañamente, y al revés de lo que hacía la multitud del Evangelio, que buscaba acercarse a Jesús para ser curada por Él, los hombres de hoy se alejan de Jesús, como si Jesús fuera a hacerles daño o como si Jesús no hubiera nunca demostrado su Amor por la humanidad. Desde los más pequeños, hasta los más grandes, enormes multitudes de cristianos, en vez de acercarse a Jesús, se alejan de Él, lo rechazan, a Él y a su Santa Cruz; manifiestan no querer saber nada de Él y prefieren las diversiones y los placeres mundanos, antes que recibir la gracia y el Amor de Jesús. ¡Cuánto dolor experimentarán en la otra vida, aquellos que aquí no quisieron recibir el Amor de Jesús! ¡Cuánto dolor y cuántas lágrimas derramarán, pero para muchos, será muy tarde!

 

jueves, 21 de octubre de 2021

“¿Es verdad que son pocos los que se salvan?”

 


“¿Es verdad que son pocos los que se salvan?” (Lc 13, 22-30). Le preguntan a Jesús si “es verdad que son pocos los que se salvan” y Jesús no responde directamente, sino mediante la imagen de la puerta estrecha y con la imagen de un dueño de casa que se levanta y cierra la puerta, dejando afuera, no a cualquiera, sino a quienes aparentemente eran hombres de Dios y dedicados a la religión y al templo: Cuando el dueño de la casa se levante de la mesa y cierre la puerta, ustedes se quedarán afuera y se pondrán a tocar la puerta, diciendo: ‘Señor, ábrenos’. Pero él les responderá: ‘No sé quiénes son ustedes’. La imagen que utiliza Jesús desconcierta a los fariseos, los escribas y los doctores de la Ley, porque es a ellos a quienes se refiere Jesús implícitamente, ya que ellos eran los que en teoría debían estar preparados para cuando llegue el Mesías. Sin embargo, cuando llegó el Mesías, Cristo Jesús, los fariseos, los escribas, los doctores de la ley y también la gran mayoría de los que seguían sus enseñanzas, rechazó al Mesías en la Persona divina de Jesús, la Segunda de la Trinidad, encarnada en la humanidad santísima de Jesús de Nazareth. En el Día del Juicio Final, Jesús les dirá que no los conoce, de la misma forma a como ellos eligieron no reconocerlo como al Mesías, como al Hijo de Dios encarnado. Es importante tener en cuenta que quienes queden fuera del Reino serán aquellos que, en teoría, en esta vida, estaban más cerca de Dios y de su templo, porque esto es lo que se deduce de lo que dirán los condenados: ‘Hemos comido y bebido contigo y tú has enseñado en nuestras plazas’. Pero él replicará: ‘Yo les aseguro que no sé quiénes son ustedes. Apártense de mí, todos ustedes los que hacen el mal’. Entonces, quedarán afuera los que, aparentando ser hombres religiosos, sin embargo obraban el mal: “Apártense de Mí los que hacen el mal”.

“¿Es verdad que son pocos los que se salvan?”. Con su respuesta, lo que Jesús quiere hacer ver es que serán pocos los que se salvan, si es que no cambian de corazón y dejan de practicar el mal. Es decir, para un católico, no basta con acudir al templo; no basta con practicar exteriormente la religión católica; no basta con recibir superficial y mecánicamente a la Eucaristía: hay que hacer todo esto, pero al mismo tiempo, se debe buscar la conversión del corazón, que es una conversión eucarística, porque el Dios hacia el cual hay que dirigir el alma es Cristo Eucaristía. Sólo si buscamos con fe y con amor la conversión eucarística, estaremos seguros de que, por la Misericordia Divina, entraremos en el Reino de los cielos.

 

miércoles, 20 de octubre de 2021

“El Reino de Dios es como una semilla de mostaza”

 


“El Reino de Dios es como una semilla de mostaza” (Lc 13, 18-21). Para entender la parábola de Jesús del Reino de Dios como una semilla de mostaza, debemos reemplazar los elementos naturales y sensibles de la imagen, por los elementos sobrenaturales e invisibles. Los elementos son: una semilla de mostaza, en sus inicios, pequeña y luego al final de su desarrollo, grande como un árbol; luego, tenemos los pájaros del cielo, que van a hacer nido en la semilla de mostaza convertida en árbol. ¿Qué representa cada imagen? La semilla de mostaza, tal como es en sí, pequeña, es el alma humana, la cual en sí misma es pequeña, cuando se la compara con las naturalezas angélica o divina y es todavía más pequeña –los santos la llaman “nada más pecado”- cuando el alma tiene en sí el pecado original o cualquier otro pecado; la semilla de mostaza convertida en árbol, es el mismo hombre, que no solo no tiene el pecado, sino que tiene consigo la gracia santificante, la cual actúa como el agua y el sol sobre la semilla: así como el agua y el sol permiten que la semilla se convierta en árbol, así la gracia permite que el alma crezca en santidad y en gracia, hasta llegar a configurarse al Hombre-Dios Jesucristo, porque eso es lo que simboliza el árbol de mostaza, al alma que, por la gracia, se configura con Jesucristo. Por último, están los pájaros del cielo, que van a hacer nido en el árbol. ¿Qué representan estos pájaros? Podemos que estos pájaros son tres, aunque no lo dice el Evangelio y por lo tanto, representan a las Tres Divinas Personas, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, que van a hacer morada en el alma en gracia. Es decir, las Tres Divinas Personas, que habitualmente viven en los cielos eternos, aman tanto al alma en gracia, que dejan el cielo, por así decirlo, para ir a morar, a habitar, en el alma en gracia.

“El Reino de Dios es como una semilla de mostaza”. Apreciemos entonces la gracia santificante, que es la que nos permite configurarnos con Cristo y es la que convierte al alma en morada de la Santísima Trinidad.

 

domingo, 17 de octubre de 2021

“Señor, que pueda ver”

 


(Domingo XXX - TO - Ciclo B – 2021)

         “Señor, que pueda ver” (Mc 10, 46-52). Un ciego le pide a Jesús que cure su ceguera y Jesús, utilizando su poder divino, cura instantáneamente la falta de visión del hombre. En este milagro corporal debemos ver, además del milagro en sí mismo, que como todo milagro es un prodigio sobrenatural que demuestra el poder divino de Jesús y por lo tanto su condición de Dios, una prefiguración de otra ceguera y de otra curación: es decir, en la ceguera corporal, debemos ver prefigurada la ceguera espiritual del hombre en relación a los misterios del Hombre-Dios Jesucristo: así como un ciego no puede ver la luz y por lo tanto la realidad que lo circunda, así el hombre es como un ciego en relación a los misterios sobrenaturales salvíficos del Hombre-Dios Jesucristo; de igual manera, la curación corporal de la ceguera corporal, prefigura la curación espiritual de esta ceguera espiritual por parte de la gracia santificante, que hace posible que el hombre pueda “ver”, espiritualmente hablando, a Jesús como Dios y a cada episodio de su vida terrena, desde la Encarnación hasta la Pasión, Muerte y Resurrección, como la obra maestra salvífica de la Trinidad, destinada a la salvación del hombre.

         Si el milagro de la curación corporal de la ceguera del hombre del Evangelio es asombroso en sí mismo, puesto que le concede al ciego una vida nueva que antes no tenía, esto es, el poder contemplar la luz y la realidad del mundo sensible y material que lo rodea, la donación de la gracia santificante por parte de Jesucristo al alma, que lleva a cabo la curación de la ceguera espiritual, le concede una vida nueva espiritual que antes de la gracia no tenía y es la participación en la Vida divina del Ser divino trinitario que, en cuanto tal, es Luz Eterna y como es Luz Eterna, es Luz Viva, que tiene la Vida Divina en sí misma y que comunica de esta Vida divina a quien ilumina: ésta es la razón por la cual la gracia santificante, al hacer partícipe al alma de la Vida divina del Ser divino trinitario, recibe una vida nueva, verdaderamente nueva, porque no es humana sino divina, sobrenatural, celestial, la Vida divina de la Trinidad, Vida que es en sí misma Luz Divina y Eterna y que ilumina al alma con esta luz, dándole Vida divina y sacándola de las tinieblas espirituales en las que está envuelta.

         “Señor, que pueda ver”. Hasta que no recibimos la gracia santificante que nos comunica la participación en la Luz Eterna de la Trinidad, somos como ciegos espirituales en relación al Hombre-Dios Jesucristo y esto tiene consecuencias, porque el ciego espiritual, en relación a Jesús, lo considera sólo como a un hombre bueno pero no como al Dios Tres veces Santo, Fuente de toda bondad y la Bondad Increada en sí misma y lo considera como una persona humana, incapaz de hacer milagros, el principal de todos, el milagro de la conversión del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo y es así que quien no cree que Cristo es Dios, porque no tiene la luz de la gracia santificante, considera a Jesús sólo como al “hijo del carpintero” y como al “hijo de María”, un simple hombre bueno que murió, que no resucitó y que por lo tanto no prolonga su Encarnación en la Eucaristía. En definitiva, la ceguera espiritual acerca de la condición divina de Jesús lleva a negar su Presencia real, verdadera y substancial en la Eucaristía y lo lleva a considerar a la Eucaristía sólo como a un pan bendecido y nada más.

         “Señor, que pueda ver”. A través de la Virgen, Mediadora de todas las gracias, pidamos siempre el don de participar de la Luz Eterna de Cristo, con la cual seamos capaces de contemplar la divinidad de su Persona divina, la Segunda de la Trinidad, que se encarna en el seno de la Virgen, para así poder contemplar su Persona divina, oculta en la Eucaristía, de manera tal de poder adorarlo en su Presencia Eucarística en el tiempo, como anticipo de la adoración eterna que esperamos, por la Misericordia Divina, tributarle por toda la eternidad en el Reino de los cielos.

viernes, 15 de octubre de 2021

“¡Hipócritas! Disciernen el clima pero no el signo de los tiempos”

 


“¡Hipócritas! Disciernen el clima pero no el signo de los tiempos” (cfr. Lc 12, 54-59). ¿Por qué Jesús trata de “hipócritas” a la multitud? Antes de responder, repasemos el significado de la palabra “hipócrita”. Según la Real Academia Española, se dice “hipócrita” es la “[Persona] que actúa con hipocresía o falsedad”[1]. Entonces, lo que caracteriza al hipócrita es la falsedad. Ahora bien, en relación a la multitud, Jesús les dice que son hipócritas o falsos porque saben discernir el cambio de clima –saben si va a llover o si va a hacer calor- por el aspecto de las nubes y por el viento, pero en cambio callan cuando deben discernir “el signo de los tiempos”. Esto quiere decir que el ser humano tiene la inteligencia suficiente, dada por Dios, para poder discernir no sólo el clima, sino “el signo de los tiempos”, es decir, aquello que acontece en el tiempo y en el devenir de la historia. Por ejemplo, un discernimiento del “signo de los tiempos”, sería el de aquellos que, viendo el contenido ideológico ateo y materialista del marxismo, deduciría la crueldad del comunismo en cuanto llegara al poder; otro signo de los tiempos sería también el que, viviendo en la Alemania nazi, se diera cuenta, por la agresividad racista del discurso de los socialistas de Hitler, que el nacionalsocialismo impulsaría una “limpieza étnica”, como de hecho lo hizo. Tanto en la surgimiento del marxismo comunista, como en el surgimiento del nacionalsocialismo alemán, hubo voces críticas que se alzaron en contra de estos movimientos totalitarios, pero, o fueron silenciados a la fuerza, o bien debieron escapar para salvar sus vidas. Esto confirma que el ser humano tiene efectivamente la capacidad de discernir “el signo de los tiempos”, como lo afirma Jesús implícitamente y es por eso que les dice “hipócritas”, porque no disciernen que el Mesías está en medio de ellos, obrando milagros, expulsando demonios y anunciando la llegada del Reino de los cielos. Éstos eran para ellos los signos de los tiempos, pero no los reconocieron y de ahí el reclamo de Jesús.

“¡Hipócritas! Disciernen el clima pero no el signo de los tiempos”. El duro reproche de Jesús no se detiene en los hombres de su tiempo, sino que abarca a toda la humanidad y en primer lugar a los cristianos, que por la luz de la gracia recibida en el Bautismo, podemos ver más allá de lo que puede hacerlo un no bautizado. En otras palabras, también a nosotros Jesús nos dice “hipócritas” y esto lo merecemos toda vez que callamos o fingimos no darnos cuenta de lo que sucede a nuestro alrededor, para que nadie nos moleste y así podamos seguir cómodamente en nuestras ocupaciones. Esto nos lleva a preguntarnos: ¿cuáles son los signos de los tiempos, para nuestros tiempos? Sólo basta con una lectura ligeramente atenta a los medios de comunicación masivos, para ver qué dicen y qué omiten, para darnos cuenta de que estamos en tiempos caracterizados por un fuerte espíritu anticristiano: en muchos países del mundo domina el comunismo, ateo y materialista; en los llamados países libres, predominan también el ateísmo y el materialismo, además de la religiosidad luciferina de la Nueva Era o Conspiración de Acuario: esto hace que Halloween, la celebración del demonio, sea visto como algo "normal", alegre, placentero, bueno; tanto en países comunistas como en países libres, se persigue al cristianismo, sea de forma cruenta, sea a través de legislaciones anticristianas -ley del aborto, ley de identidad de género, ley de la ideología LGBT, etc.-, es entonces cuando estas democracias falsas se convierten en dictaduras, porque obligan a inocular a la población general un fármaco experimental, o bien se lo prohíbe directamente, como sucede en países en donde el Islam es gobierno. Cuando discernimos el signo de los tiempos, nos damos cuenta entonces que predomina el espíritu anticristiano, que prepara a la humanidad para la llegada del Anticristo. Esto, a su vez, debe llevarnos a elevar la mirada a Jesús Eucaristía, nuestro Dios y Señor, nuestro Salvador, el Único que puede salvarnos del reino de las tinieblas y conducirnos al Reino de Dios.

 

jueves, 14 de octubre de 2021

“He venido a traer fuego a la tierra, ¡y cuánto desearía que ya estuviera ardiendo!”

 


“He venido a traer fuego a la tierra, ¡y cuánto desearía que ya estuviera ardiendo!” (Lc 12, 49-53). Jesús anuncia que ha “venido a traer fuego a la tierra” y que “desearía ya verlo ardiendo”. Es obvio que no se trata del fuego material, porque este es un fuego que existe desde que el hombre está en la tierra. Entonces, ¿de qué fuego se trata? Se trata del Fuego del Divino Amor, el Espíritu Santo, el Amor del Padre y el Hijo, con el cual el Padre y el Hijo se aman mutuamente desde la eternidad. Este Amor Divino es como un fuego y puesto que no tenemos experiencia de Él, es que Jesús lo compara con el fuego: así como el fuego enciende el leño seco y lo envuelve, convirtiéndolo en una brasa ardiente, así el Fuego del Amor Divino abrasa al corazón humano y lo convierte en una brasa ardiente, que arde en el Amor de Dios.

“He venido a traer fuego a la tierra, ¡y cuánto desearía que ya estuviera ardiendo!”. Jesús nos da gratuitamente el Amor de Dios; quiere que nuestros corazones se enciendan, ya desde esta vida, en el Fuego del Divino Amor, para que permanezcan, por toda la eternidad, como antorchas que eternamente ardan en el Fuego del Amor de Dios. Pero así como es gratuito, también así debe ser recibido libremente, con deseos de arder en el Amor de Dios, porque Jesús no lo concederá, en la eternidad, a quien no quiera amar a Dios. Esto significa que quien no se deje abrasar por el Amor de Dios, arderá con otro fuego, un fuego que sí lastima, que sí provoca dolor; un fuego que no es el Fuego del Amor Divino, sino el Fuego de la Divina Justicia, el fuego que hace arder al Infierno.

 

“Estén preparados, porque a la hora que menos lo piensen, vendrá el Hijo del hombre”

 


“Estén preparados, porque a la hora que menos lo piensen, vendrá el Hijo del hombre” (Lc 12, 39-48). Jesús advierte que estemos preparados, porque el Hijo del hombre, es decir, Él, vendrá cuando menos se lo espere. ¿De qué venida se trata? Puede ser de dos venidas: en el día de nuestra muerte personal, que será el día en el que nos encontremos cara a cara con Nuestro Señor, para recibir el Juicio Particular, y el Día de su Segunda Venida, que será el Día del Juicio Final, en el que toda la humanidad comparecerá ante su Presencia, para que se ratifique el destino fijado en el Juicio Particular y para premiar a los buenos con el Cielo y castigar a los malos con el Infierno.

Ahora bien, ¿de qué manera prepararnos? Ante todo, teniendo en la mente y en el corazón que el encuentro personal con Cristo Nuestro Señor es una realidad que se producirá, antes o después, pero que se producirá y que es para ese encuentro para el que debemos estar preparados y para prepararnos es que debemos procurar tener dos cosas: en el alma, la gracia santificante y en las manos, obras de misericordia corporales y espirituales. Con estas dos cosas, podemos, además de mucho amor a Cristo en el corazón, podemos estar más que seguros de que estaremos correctamente preparados para encontrarnos con Nuestro Señor. Imploremos su Misericordia Divina, pidiéndole la gracia de estar preparados para cuando Él venga a buscarnos, para así poder ingresar en el Reino de los cielos y adorarlo por toda la eternidad.

miércoles, 13 de octubre de 2021

“Estén listos, con las túnicas puestas y con las lámparas encendidas”

 


“Estén listos, con las túnicas puestas y con las lámparas encendidas” (Lc 12, 35-38). Jesús da a la Iglesia una advertencia muy importante: todos debemos estar “listos”, “preparados”, para su Segunda Venida porque sólo así seremos juzgados dignos de ingresar en el Reino de los cielos. La advertencia se comprende mejor cuando se reemplazan los elementos naturales de la figura evocada por Jesús –criados que esperan atentos, con ropa de trabajo, a su señor que ha de llegar a una hora imprevista- por elementos sobrenaturales. Así, el criado o criados somos los bautizados en la Iglesia Católica; la boda a la que acudió su Señor es la Encarnación del Verbo de Dios con la Humanidad Santísima de Jesús de Nazareth; la noche o madrugada, es decir, los horarios en los que los criados deben estar atentos ante el regreso de su señor, es el momento en la historia de la humanidad en la que Jesús habrá de regresar en la gloria, en su Segunda Venida, para juzgar a vivos y muertos; el señor que llega de improviso es Nuestro Señor Jesucristo, quien llegará en un momento inesperado para juzgar a toda la humanidad, dando así fin al tiempo y a la historia humana, la cual ingresará en su totalidad en la eternidad, unos para la condenación eterna en el Infierno, otros para la alegría eterna en el Cielo; las “túnicas puestas” indican que los criados están con ropa de trabajo, no es ropa para descansar y esto significa que el cristiano no debe vivir esta vida terrena como si estuviera dormido en la fe, sino que debe estar despierto en la fe, obrando la misericordia, luchando contra sus pasiones y tratando de vivir en gracia; las “lámparas encendidas” representan la gracia –el aceite- y la fe –la llama-: así como una lámpara se enciende para disipar las tinieblas, así en el cristiano debe brillar la luz de la gracia en su mente y en su corazón, para que ésta sea fructuosa en obras de misericordia, corporales y espirituales.

“Estén listos, con las túnicas puestas y con las lámparas encendidas”. Nadie sabe cuándo será el día en el que llegará Nuestro Señor, como así también nadie sabe cuándo será el día de su propia muerte, que es el momento en el que el alma se encontrará cara a cara con Jesucristo, en el Juicio Particular; ahora bien, es por esta razón por la cual debemos estar con las “túnicas puestas” y con las “lámparas encendidas”, es decir, en estado de gracia y con una fe activa, fructífera en obras de misericordia.

 

domingo, 10 de octubre de 2021

“Vende todo lo que tienes y sígueme”

 


(Domingo XXVIII - TO - Ciclo B – 2021)

         “Vende todo lo que tienes y sígueme” (Mc 10, 17-30). En el episodio del Evangelio, un hombre rico le pregunta qué tiene que hacer para ganar la vida eterna. Jesús le responde que debe cumplir los mandamientos, sobre todo el primero; el hombre le responde que eso lo hace desde hace tiempo, desde su juventud; entonces Jesús le dice que tiene que desprenderse de “todo lo que tiene” para así “seguirlo”. El hombre, que estaba apegado a sus bienes, se marcha entristecido. Más allá de cómo habrá respondido finalmente esta persona –tal vez recapacitó, lo vendió todo y siguió a Jesús-, lo importante es lo que Jesús le dice acerca de qué es lo que tiene que hacer para llegar al Reino de los cielos: cumplir los mandamientos de la Ley de Dios y además vender todo lo que tiene. La razón es que ésa es la única forma en que el alma puede abrazar la Santa Cruz y seguir a Cristo por el Camino Real de la Cruz, el Via Crucis; sólo así, podrá el alma estar en condiciones de llegar al Reino de los cielos. Si el alma está apegada a los bienes materiales, o si no cumple con los Mandamientos de la Ley de Dios, no puede seguir a Cristo, quien no posee nada material –lo único material que posee y que no es suyo es el leño de la cruz, los clavos de hierro y la corona de espinas- y es en quien también la voluntad de Dios, expresada en la los Mandamientos, se cumple a la perfección.

         “Vende todo lo que tienes y sígueme”. En la respuesta de Jesús al hombre rico debemos ver algo más: este hombre era rico y era bueno, puesto que cumplía con la Ley de Dios, lo cual demuestra que amaba a Dios y el hecho de que se haya puesto triste cuando Jesús le dice que tiene que “vender todo para seguirlo”, no demuestra falta de bondad en él: lo que sucede es que Cristo agrega algo más que la Ley de Dios: para seguir a Cristo, es necesario no sólo ser bueno, sino ser santo y esta santidad la concede Dios a quien lo abandona todo para seguir a Jesús por el Camino de la Cruz. Es decir, hasta Jesús, bastaba con cumplir los Mandamientos, para ser buenos, justos y agradables a los ojos de Dios, pero a partir de Jesús, para entrar al Cielo, se necesita algo más y es el desapego del corazón a todas las cosas de la tierra y esto porque en el Cielo no valen nada las posesiones materiales. En otras palabras, lo que hace aquí, en la tierra, a un hombre rico materialmente hablando, no cuenta nada en el Reino de los cielos, porque en el Reino de los cielos sólo cuenta la santidad, esto es, la gracia convertida en gloria y para esto es necesario el desprendimiento de los bienes materiales. Ahora bien, quien tiene bienes materiales puede desprenderse de ellos de dos maneras: un primer modo es un desprendimiento del corazón, lo cual quiere decir que se tienen los bienes pero para ayudar con ellos a los más necesitados, de manera que su corazón no está apegado a los bienes y es así como obraron los santos a lo largo de la historia, comenzando desde Nicodemo, que prestó su sepulcro nuevo a Jesús, hasta el Beato Pier Giorgio Frassatti, quien era heredero de una inmensa fortuna, pero andaba siempre con los bolsillos vacíos porque todo lo que tenía lo daba a los pobres: esto no demuestra que ser ricos no es un pecado, como lo decía el apóstata y practicante de la hechicería, el comunista Hugo Chávez, quien al mismo tiempo decía que ser rico era algo malo, por debajo de la mesa recibía miles de millones de dólares, que eran propiedad del pueblo venezolano y esto explica que su hija, que no tiene cuarenta años, sea poseedora de una fortuna mal habida de cinco mil millones de dólares; otro ejemplo de riqueza mal habida es Máximo Kirchner, con cuatrocientos millones de pesos sin haber trabajado nunca, o Lázaro Báez-Cristina Kirchner, que poseen más de doscientas sesenta mil hectáreas de tierra, también sin haber trabajado-, o bien puede desprenderse de ellos real y efectivamente, como lo hizo por ejemplo San Francisco de Asís, quien renunció formalmente a su fortuna de heredero para seguir a Cristo por el camino de la pobreza.

         “Vende todo lo que tienes y sígueme”. Cada uno debe encontrar, en la oración y en la meditación ante Jesús Eucaristía, cuál es el modo en el que Jesús quiere que lo siga y actuar en consecuencia. De la forma que sea, no se puede seguir a Cristo si se tiene el corazón apegado a los bienes materiales; hay que pedir la gracia de desprenderse de los bienes materiales y de desear abrazar la Santa Cruz de Jesús, el mayor tesoro que se puede encontrar en esta vida terrena, único Camino que conduce al Reino de los cielos.

sábado, 9 de octubre de 2021

“Los jefes de las naciones las oprimen como si fueran sus dueños (…) pero ustedes deben ser esclavos de todos, como el Hijo del hombre (…) que dio su vida por la salvación de todos”

 


(Domingo XXIX - TO - Ciclo B – 2021)

         “Los jefes de las naciones las oprimen como si fueran sus dueños (…) pero ustedes deben ser esclavos de todos, como el Hijo del hombre (…) que dio su vida por la salvación de todos” (Mc 10, 42-45). Jesús no sólo da una regla de comportamiento moral para ser un buen gobernante –“Los jefes de las naciones las oprimen, pero entre ustedes no debe ser así”-, sino que abre una nueva perspectiva en el horizonte de la existencia humana y es el de la salvación eterna del alma por medio de su imitación y participación en el Santo Sacrificio de la Cruz: “El Hijo del hombre ha venido para dar su vida por la salvación de todos”. Más allá de que el cristiano no debe comportarse nunca como un tirano -no es necesario ser un jefe de nación para ser tirano: se puede ser un esposo tirano; se puede ser una esposa tirana, si esta ejerce violencia psicológica, moral o física contra el esposo; se puede ser padre de familia tirano; se puede ser hijo tirano, si se trata con crueldad a los padres, etc.-, el cristiano debe tener presente que a partir de Cristo se abren las puertas del Reino de los cielos para quien quiera seguirlo por el Camino Real de la Cruz; es decir, no estamos en esta vida para ser tiranos de nadie, sino que debemos servir a nuestros hermanos y no de cualquier manera, sino unidos a Cristo crucificado y siendo partícipes de su sacrificio redentor.

         Jesús dice entonces que “los jefes de las naciones las oprimen como si fueran sus dueños” y esto es una tristísima realidad, que si era válida para los tiempos de Jesús, es muchísimo más actual para nuestros tiempos -esto se debe a que la Palabra de Dios es atemporal porque es eterna, lo cual significa que atraviesa e impregna, en un continuo acto presente, toda la historia humana y todo el tiempo humano, desde su inicio con Adán y Eva hasta su final en el Día del Juicio Final-, en los que vemos cómo los políticos –toda la casta política, nacional e internacional, comunista o liberal, marxista o masónica- se ha olvidado de Dios y de la reyecía de Cristo sobre los corazones y las naciones y al haber quitado de en medio a Cristo Rey, se han erigido ellos como verdaderos tiranos que oprimen a los pueblos y a las naciones a los que deberían servir, comportándose sin embargo, contra toda razón, como si fueran sus dueños y no sus simples administradores. El dejar de lado a Cristo Rey de las naciones -Cristo es Rey, no sólo mío de mi persona, sino que también es Rey de la Nación Argentina, es Rey del mundo, es Rey del Universo visible y es Rey del Universo invisible, porque ante su Presencia se postran los ángeles de luz y tiemblan de terror los ángeles caídos, los demonios del Infierno- no es inocuo, no es "igual a nada": al desplazar a Cristo Rey de su corazón, el hombre se entroniza a sí mismo y como está contaminado con el pecado original, se convierte no en servidor de su prójimo, sino en tirano déspota de su prójimo y es esto lo que advierte Jesucristo en este Evangelio. Ejemplos clarísimos de estas tiranías se ven en los países en donde gobierna el comunismo, como China, Rusia, Corea del Norte, Cuba, Venezuela y tantos otros más: sus gobernantes son tiranos crueles y déspotas sanguinarios, que esclavizan a sus propios compatriotas, adueñándose de sus bienes, de sus propiedades, de sus vidas. Por ejemplo, el tirano dictador, sanguinario y genocida Fidel Castro, desde que asumió el poder, hasta su muerte, impuso en Cuba una dictadura brutal, en la que se dedicó a asesinar a todos los opositores, aferrándose luego al poder durante décadas y convirtiendo a toda Cuba en su finca personal; de hecho, la revista Forbes lo ubicó entre las personas más ricas del mundo, con una fortuna calculada en mil millones de dólares. Otro caso indignante es el de Corea del Norte, en el que una familia se ha apoderado del país y lo gobierna literalmente como si fuera de su propiedad, enriqueciéndose ellos y todos los miembros del Partido Comunista, mientras los ciudadanos viven en la mayor de las miserias. Lo mismo sucede en Cuba, en Venezuela y en todo país en donde reinan despótica y tiránicamente el socialismo y el comunismo. En nuestro país también sucede lo mismo: un grupo de políticos ha tomado el poder desde hace años, pero sin proyecto de país, sino solo para enriquecerse personalmente, como por ejemplo Máximo Kirchner, que tiene una fortuna declarada de cuatrocientos millones de pesos, sin que se le conozca ningún trabajo hasta la fecha. ¿Cómo puede una persona poseer cuatrocientos millones de pesos, sin haber trabajado nunca en su vida? En nuestro país y en muchos países del mundo se cumplen las palabras de Jesús: “Los jefes de las naciones las oprimen como si fueran sus dueños”.

         Ahora bien, está claro que el cristiano, si accede al poder, no debe en absoluto tener este comportamiento tiránico, que implica por sí mismo muchos otros delitos, como el enriquecimiento ilícito, la persecución ideológica, el encarcelamiento y asesinato de opositores, etc. Nada de esto debe hacer el gobernante cristiano, porque no solo esto es malo, sino porque el cristiano tiene una perspectiva distinta: está en esta vida para servir a los demás –y mucho más si es un jefe de una nación, es un servidor y un esclavo de sus compatriotas que lo eligieron- e incluso hasta dar su vida en este servicio, en imitación y participación del Hombre-Dios Jesucristo, Rey de reyes, quien dio su vida en la Cruz para nuestra salvación.

         “Los jefes de las naciones las oprimen como si fueran sus dueños (…) pero ustedes deben ser esclavos de todos, como el Hijo del hombre (…) que dio su vida por la salvación de todos”. Seamos jefes de gobierno o seamos empleados públicos o de comercio o cualquier ocupación que tengamos, los cristianos no debemos nunca erigirnos en dictadores y opresores de nuestros prójimos, sino que debemos imitar a Cristo y convertirnos en siervos de los siervos de Dios, unidos a Cristo crucificado, para así ser corredentores de nuestros hermanos, los hombres.

 

jueves, 7 de octubre de 2021

“Teman a Aquel que los puede arrojar al lugar de castigo eterno”

 


“Teman a Aquel que los puede arrojar al lugar de castigo eterno” (cfr. Lc 12, 1-7). Jesús nos enseña cuál es el buen temor y cuál es el mal temor: el buen temor es el temor de Dios, que no es “tenerle miedo” a Dios, sino que con “temor de Dios” se entiende el temor que tiene el alma de ofender a Dios, no tan solo con el pecado mortal, sino tan siquiera con el más pequeño pecado venial. Este temor de Dios es un temor bueno, porque se origina en el amor que el alma tiene a Dios; para entenderlo, tomemos un ejemplo de la vida cotidiana: sería algo equivalente a como cuando un hijo ama tanto a su padre o a su madre, que se moriría literalmente de la angustia si llegara a provocarles el más mínimo disgusto por alguna falta: lo mismo sucede con el alma y el verdadero temor de Dios: el alma ama tanto a Dios como Padre, que se muere literalmente de pena si es que llega a provocarle un disgusto por algún pecado, por pequeño que sea. Algo distinto es tener miedo de Dios y esto lo tienen ante todo quienes sufren la Justa Ira de Dios, Satanás y los ángeles caídos y también los condenados en el Infierno, porque ellos sufren en carne propia todo el peso y el poder de la omnipotencia divina, que se manifiesta en los diferentes tormentos del Infierno. El cristiano no debe tener este temor, aunque sí debe saber, como lo dice Jesús, que Dios tiene el poder para arrojarnos al Infierno, si es que morimos en estado de pecado mortal: “Teman a Aquel que los puede arrojar al lugar de castigo eterno”. Jesús hace la aclaración porque tanto en su tiempo como en el nuestro –y como en todo tiempo, desde la caída de Adán y Eva-, existen hombres malvados y perversos que provocan toda clase de daño a sus prójimos, incluida la muerte: Jesús nos advierte que no debemos tenerles miedo a estos hombres malvados, porque es Él quien nos da la fortaleza divina y además porque al Único al que se le debe temer es a Dios Uno y Trino.

La enseñanza de Jesús es particularmente actual para nuestra Patria, asolada desde hace décadas por generaciones de gobiernos y políticos corruptos, ineptos, inmorales, que han hundido a nuestra Nación en un abismo moral, espiritual y material como jamás antes en la historia; la enseñanza de Jesús es actual para los argentinos porque de entre esos políticos inmorales e ineptos, una de ellos, una mujer arrogante y soberbia, profirió una blasfemia, al decir que había que tenerle miedo a Dios y también a ella. Lo que sucedió fue que una notoria política corrupta, causante de numerosos males en nuestro desgraciado país, política que está acusada por fraude al erario público, dijo públicamente hace unos años que había que temerle a Dios “y a ella también”. A esta señora, caracterizada por la corrupción y el desfalco del dinero de la Nación Argentina, le decimos que está equivocada, que no le tememos, ni a ella, ni a cualquier ser humano. No le tenemos miedo, aun cuando se crea que es una arquitecta egipcia, porque como cristianos católicos, tememos sólo a Dios Uno y Trino, Quien es el que tiene la omnipotencia divina necesaria para salvar a las almas en gracia y para condenar al Infierno a las almas que mueren en pecado mortal. Como católicos, no le tememos ni a ella ni a ningún otro ser humano en el mundo y no nos doblegamos frente a su altanería, que se disipará como el humo se disipa en el viento. Sólo le tememos a Dios Uno y Trino y sólo ante Él doblamos la rodilla.

“¡Ay de ustedes, fariseos y doctores de la ley!”


 

“¡Ay de ustedes, fariseos y doctores de la ley!” (cfr. Lc 11, 47-54). Jesús dirige nuevamente “ayes” y lamentos, a los fariseos, a los escribas y a los doctores de la ley. La gravedad de estos ayes y lamentos aumenta por el hecho de que aquellos a quienes van dirigidos, son hombres, al menos en apariencia, de religión. Entonces, surge la pregunta: si son hombres de religión, si son hombres que están en el Templo, cuidan el Templo y la Palabra de Dios, ¿por qué Jesús les dirige ayes y lamentos? Porque si bien fueron los destinatarios de la Revelación de Dios Uno, por un lado, pervirtieron esa religión y la reemplazaron por mandatos humanos, de manera tal que ese reemplazo los llevó a olvidarse del Amor de Dios, como el mismo Jesús se los dice; por otro lado, se aferraron con tantas fuerzas a sus tradiciones humanas, que impidieron el devenir sucesivo de la Revelación, al perseguir y matar a los profetas que anunciaban que el Mesías habría de llegar pronto, en el seno del mismo Pueblo Elegido. Es esto lo que les dice Jesús: “¡Ay de ustedes, que les construyen sepulcros a los profetas que los padres de ustedes asesinaron! Con eso dan a entender que están de acuerdo con lo que sus padres hicieron, pues ellos los mataron y ustedes les construyen el sepulcro. Por eso dijo la sabiduría de Dios: Yo les mandaré profetas y apóstoles, y los matarán y los perseguirán”.

“¡Ay de ustedes, fariseos y doctores de la ley!”. Los ayes y lamentos también van dirigidos a nosotros porque si tal vez no hemos matado a ningún profeta, sí puede suceder que “ni entremos en el Reino, ni dejemos entrar” a los demás, toda vez que nos mostramos como cristianos, pero ocultamos el Amor de Dios al prójimo. Cuando hacemos esto, nos convertimos en blanco de los ayes de Jesús, igual que los fariseos, escribas y doctores de la ley. Para que Jesús no tenga que lamentarse de nosotros, no cerremos el paso al Reino de Dios a nuestro prójimo; por el contrario, tenemos el deber de caridad de mostrar a nuestro prójimo cuál es el Camino que conduce al Reino, el Camino Real de la Cruz, el Via Crucis y esto lo haremos no por medio de sermones, sino con obras de misericordia, corporales y espirituales.

 

“¡Ay de ustedes, fariseos, porque pagan diezmos pero se olvidan del Amor de Dios!”

 


“¡Ay de ustedes, fariseos, porque pagan diezmos pero se olvidan del Amor de Dios!” (cfr. Lc 11, 42-46). Los “ayes” o lamentos de Jesús, dirigidos a los fariseos, no se deben a que estos paguen el diezmo, puesto que el sostenimiento del templo es algo que todo fiel tiene la obligación de hacer, sino que se debe a que los fariseos han desvirtuado tanto la religión del Dios Uno, que han llegado a pensar que el pago del diezmo constituye la esencia de la religión, olvidando lo que es verdaderamente la esencia de la religión, que es el Amor de Dios y el amor al prójimo por amor a Dios. Algo similar sucede con los doctores de la ley, a quien también van dirigidos los “ayes” o lamentos: en este caso, la perversión de la religión consiste en hacer cumplir a los demás reglas humanas, innecesarias, inútiles para la salvación, surgidas de sus mentes entenebrecidas y de sus corazones corruptos, con el agravante de que hacen cumplir a los demás estas reglas inútiles y puramente humanas, mientras que ellos, los doctores de la ley, no las cumplen.

En los dos casos los ayes o lamentos están plenamente justificados porque en ambos, en los fariseos y en los doctores de la ley, el amor dinero en los primeros y el apego al formalismo de reglas puramente humanas en los segundos, tiene una consecuencia devastadora para la vida del alma, porque apaga en el alma el Amor de Dios; hace que la inteligencia pierda de vista la Verdad Divina y que el corazón, olvidado de la ternura y de la dulzura del Amor Divino, se apegue con dureza a las pasiones humanas y a las riquezas terrenas. En ambos casos, se desvirtúa y pervierte la religión verdadera porque se deja de lado la esencia de la religión, el Amor a Dios por sobre todas las cosas y el amor al prójimo por amor a Dios.

“¡Ay de ustedes, fariseos (…) ay de ustedes, doctores de la ley, porque se olvidan del Amor de Dios!”. No debemos creer que los ayes y lamentos de Jesús se dirigen solo hacia ellos. Cada vez que nos apegamos a las pasiones y a esta vida terrena, indefectiblemente nos olvidamos del Amor de Dios, porque deseamos esas cosas y no a Dios Uno y Trino, Quien merece ser amado en todo tiempo y lugar por el sólo hecho de Ser Quien Es, Dios de infinita bondad, justicia y misericordia. Por eso, Jesús nos dice desde la Eucaristía: “¡Ay de ustedes, cristianos, porque se apegan a los placeres del mundo y se olvidan del Amor Eterno que arde en mi Corazón Eucarístico y así me dejan solo y abandonado en el Sagrario! ¡Ay de ustedes, porque si no vuelven a Mí en la Eucaristía, permaneceréis sin Mi Presencia por toda la eternidad”.

 

12 de Octubre Día de la Conquista y Evangelización de América

 



         El 12 de Octubre se celebra lo que podemos llamar el acontecimiento más grande para la historia de la humanidad, después de la Encarnación del Verbo de Dios y es el Descubrimiento, Conquista y Evangelización del continente americano por parte de España. Este hecho es tan grandioso, que supera a cualquier gesta que pudiera haber realizado cualquier nación a lo largo de la historia y nada hay que pueda ser hecho en adelante, por parte de los hombres, que pueda superar a lo realizado por España. España, la España Católica, la España Sierva de la Iglesia, la España de los Reyes Católicos, llevada por el Espíritu Santo, descubrió, conquistó y evangelizó a decenas de millones de almas que, de vivir en las tinieblas del paganismo, del oscurantismo y de la idolatría, pasó a adorar al Hombre-Dios Jesucristo y a venerar a la Madre de Dios, María Santísima.

         La Conquista y Evangelización de América es un hecho tan grandioso, que España debería y debe estar, hasta el fin de los tiempos, orgullosa por haber sido un instrumento en las manos del Espíritu Santo, Quien fue el que no sólo las carabelas La Pinta, La Niña y Santa María, sino que además fue quien inflamó en el fuego del Amor de Dios a decenas de miles de españoles, convertidos en religiosos, sacerdotes, misioneros, militares, conquistadores, doctores, constructores, que trajeron al Nuevo Mundo, además de la hermosura de la cultura española y de su idioma, lo más importante y grandioso que un alma ni siquiera puede imaginarse y es la Santa Fe Católica en Nuestro Señor Jesucristo, el Hombre-Dios, el Redentor del mundo y la fe en la intercesión materna de la Inmaculada Concepción, la Madre de Dios, la Corredentora de la humanidad. Gracias a la intervención milagrosa del Espíritu Santo, Quien guio a España a este continente y la conquistó para la Santísima Trinidad, es que ahora rezamos en español a Jesucristo y no adoramos los leños, las piedras y las estrellas.

         Por todo esto y por mucho más, no solo nunca cometeremos la torpeza de pretender que España nos pida perdón –valdría más-, sino que estaremos siempre y eternamente agradecidos a España, nuestra amada Madre Patria, de la cual nunca debimos separarnos, por haber sido un dócil instrumento en las manos de las Tres Divinas Personas de la Santísima Trinidad, Quienes fueron las que idearon, condujeron y llevaron a la práctica el Descubrimiento, la Conquista y la Evangelización de América. ¡Gracias eternamente, España, por traernos la Santa Fe Católica, la Única Fe Verdadera, la Fe en el Hombre-Dios Jesucristo!

viernes, 1 de octubre de 2021

“Si expulso demonios es porque ha llegado el Reino de Dios”

 


“Si expulso demonios es porque ha llegado el Reino de Dios” (Lc 11, 15-26). Desde su caída de los cielos, luego de combatir y ser vencido por San Miguel Arcángel y los ángeles de Dios, Satanás y sus ángeles apóstatas fueron arrojados a la tierra, según las Escrituras. Es en la tierra en donde el Demonio ha instalado su reino, además de reinar en el Infierno y las expresiones de la presencia del Demonio y su reino infernal no son sólo las posesiones, sino ante todo una ideología atea y demoníaca, el Comunismo marxista, por el cual el Demonio reina en los países comunistas, como así también la Masonería, por medio de la cual el Demonio reina en países democráticos pero laicistas. Por esta razón es que Jesús lo llama “Príncipe de este mundo”. Ahora bien, la llegada de Cristo marca el inicio del fin para el reinado tenebroso de Satanás y así lo dicen las Escrituras: “Cristo vino para destruir las obras del Demonio”. Un signo claro del inicio del fin del reino del Infierno sobre la tierra son las expulsiones de demonios o también exorcismos, que realiza Jesús primero y continúa la Iglesia después, por medio del sacerdocio ministerial. Jesús tiene poder para expulsar demonios porque Él es Dios en Persona, el mismo Dios que expulsó al Demonio de los cielos, es ahora el que viene para expulsar al Demonio de la tierra.

Esto es, a la vez, un indicio del inicio del Reino de Dios en la tierra: ya no sólo está el Reino de Dios en los cielos, sino que ahora viene a la tierra y para hacerlo, comienza con la expulsión del Demonio, el Príncipe de las tinieblas. La derrota total y absoluta del reino del Infierno ya se produjo en el Calvario, por medio del Santo Sacrificio de la Cruz, pero se consumará al fin de los tiempos, en el Día del Juicio Final. Hasta ese entonces, la Iglesia, Esposa del Cordero, continúa y continuará su combate contra las fuerzas infernales, las cuales serán sepultadas, en el Último Día, en los abismos del Infierno; entonces se dará la manifestación plena del Reino de Dios entre los hombres.