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viernes, 20 de octubre de 2023

“Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”

 


(Domingo XXIX - TO - Ciclo A – 2023)

         “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” (Mt 22, 15-21). En este Evangelio, los fariseos tratan de atrapar a Jesús con una pregunta. Para poder entender un poco mejor lo que ocurre entre Jesús y sus enemigos, es necesario colocar la escena en el contexto que la caracteriza. Por un lado, no hay que olvidar que Palestina estaba ocupada por un imperio extranjero, el imperio romano, por lo cual se debía pagar obligatoriamente un impuesto a Roma; de ahí la pregunta que harán los fariseos acerca de si debe pagar o no el tributo al César. Por otro lado, quienes van a preguntar a Jesús, son estudiantes del rabinato, es decir, son integrantes religiosos, que no han alcanzado todavía el grado de rabinos; estos van acompañados por el grupo de los herodianos, una secta política y no religiosa, partidarios de la dinastía de Herodes el Grande, los cuales quieren ver restablecido el poder político del rey de los judíos desde el punto de vista terreno, el rey Herodes. Es importante tener en cuenta que los fariseos, que eran antiherodianos, no compartían las creencias religiosas de los fariseos, o sea, eran enemigos entre sí; sin embargo, a pesar de esta enemistad, los dos grupos coincidían en su táctica de sumisión y obediencia transitoria a Roma y su imperio y puesto que los dos grupos -fariseos y herodianos- estaban satisfechos con este status quo, con esta situación de las cosas, los dos también estaban interesados en sofocar o reprimir cualquier movimiento que pudiera aparecer como amenazante de esta situación de conformidad con la sumisión a Roma.

Ambos grupos comienzan su interpelación a Jesús con un cumplido, con un halago, pero no porque realmente pensaran que tenían esta consideración a Jesús, sino para desarmar emocionalmente a su interlocutor -Jesús- tratando desde el inicio de ponerlo de su lado. Como saben que Jesús es un Maestro religioso que tiene independencia de juicio -no se deja arrastrar por las mentiras de ninguno-, tratan de sonsacar, de Jesús, una declaración que rompiera el status quo, el objetivo de estos dos grupos el de hacer decir algo a Jesús que fuera contra el Imperio Romano, con lo cual tendrían algo para acusarlo ante las autoridades romanas, como, por ejemplo, del delito de conspiración y de rebelión contra las autoridades romanas. Insisten tendenciosamente en la bien conocida independencia de juicio del Maestro y su franqueza frente al poder constituido. Insistiendo en esto, parece como si esperasen una declaración antirromana por parte de Jesús.

El uso de la palabra “tributo” parece abarcar, en este pasaje, no solo un impuesto, sino todos los impuestos que han de ser pagados por los judíos al poder civil, dominante, los romanos. La pregunta que le hacen los fariseos y los herodianos es hecha con total mala fe, puesto que hacía mucho tiempo que fariseos y herodianos habían acomodado sus conciencias al pago del tributo -en otras palabras, le van a preguntar a Jesús si se debe pagar el tributo a Roma, cuando ellos ya han decidido, desde hace tiempo, que sí se puede pagar; en consecuencia, le y plantean a Jesús un dilema. Si Jesús les a aconseja no pagarlo, que era la respuesta que ellos esperaban, para poder así acusarlo ante las autoridades romanas, acudirían de inmediato ante los romanos para acusarlo de sedición contra el imperio. Esta situación había ya ocurrido con el pseudomesías Judas el galileo, el cual, rebelándose contra el pago del tributo, había sido abatido por los romanos, hacía unos veinte años antes, el 7 d. C. y esta situación es la que los judíos quieren que se repita. La otra respuesta posible, es que aconsejara pagar el tributo, con lo cual vería su liderazgo y su imagen de Mesías perjudicadas ante el pueblo, puesto que para el pueblo el mesianismo es interpretado en un sentido terrenal, en el sentido de independencia del yugo extranjero. Nuestro Señor, conociendo la falsedad de la pregunta y la doble trampa que implica, podía negarse a responder, pero no lo hace.

         Como otras veces, pregunta a sus opositores para que contribuyan a su propia ruina y le para esto, le muestran un denario de plata, la moneda romana con la que era muy frecuente pagar las contribuciones. La moneda era probablemente de Tiberio (14-37 d. C.), con la cabeza laureada de este emperador, en el anverso, y la inscripción: “Ti (berius) Caeser Divi Aug (usti) F(ilius) Augustus”. La lógica de Jesús es que, la moneda, como se ve claramente, procede del César, es del César y es natural que deba serle “devuelta”. De esta manera, Jesús coloca a las transacciones civiles en un plano y a los derechos de Dios en otro, con lo cual no existe entre ambos ningún antagonismo inevitable, con tal que (como sucedía en el caso de las relaciones de Roma con los judíos) las exigencias políticas no obstaculicen los deberes de los hombres para con Dios. La respuesta es sencillísima, pero asombra a los adversarios porque ni siquiera habían pensado en el sencillo principio de donde brota. El mesianismo para ellos era inevitablemente un movimiento político y su dilema resultaba exhaustivo y fatal. Lo que ellos no tenían en cuenta es que la naturaleza del mesianismo de Nuestro Señor es del orden espiritual, con lo cual suministra la tercera alternativa, que consiste no en un compromiso, sino en una obligada delimitación de esferas de competencias: “Al César lo que es del César; a Dios, lo que es de Dios”. Con esta respuesta, Jesús desarma intelectualmente a sus opositores y desarma también la trama que le habían tendido: según ellos, si respondía que sí había que pagar el tributo, entonces era culpable del delito de sedición y de resistencia a la autoridad civil, en este caso el Imperio Romano; si respondía que sí había que pagar, entonces lo acusarían ante sus seguidores, diciéndoles que su Maestro era un servidor de Roma y no de Israel, con lo cual buscaban debilitar la fe que los discípulos tenían en Él y así disminuir en gran número a quienes se sumaban a Cristo.

         Dada esta respuesta de Jesús y puesto que es la respuesta para nosotros, debemos entonces preguntarnos qué es lo que le corresponde al César y qué es lo que le corresponde a Dios, en nuestra vida personal. Al César, entendido como la autoridad civil, el gobierno actual, el régimen de gobierno, etc., le corresponde lo que es del César, es decir, los impuestos, tomados en sentido general, pero esto, también tiene sus límites, según la doctrina católica, como por ejemplo: no se deben pagar impuestos excesivamente gravosos, o a políticos corruptos, o impuestos que financien actividades homicidas y anticristianas, como el aborto, la eutanasia, la ideología LBGBT, o que financien cualquier actividad política dirigida a la sociedad pero que sea contraria a los principios cristianos, como las actividades de las ideologías anticristianas como el socialismo, el comunismo, el liberalismo, la masonería, etc. Nada de este debe solventar el verdadero cristiano, puesto que está incurriendo en falta con Dios. Si el impuesto es justo, regresa en obras para la sociedad y no es contrario a la doctrina de Cristo, entonces sí se debe pagar.

         ¿Y qué es lo que debemos dar a Dios? A Dios, lo que es de Dios: nuestro acto de ser y nuestra existencia, porque es nuestro Creador; debemos darle nuestra alma y nuestro cuerpo, porque nos rescató al precio de su Sangre Preciosísima derramada en la Cruz, convirtiendo nuestro corazón en sagrario viviente para la Sagrada Eucaristía y nuestro cuerpo en templo del Espíritu Santo. Puesto que somos suyos, somos de su pertenencia, somos más hijos de Dios que de los propios padres biológicos, debemos entregarle nuestros pensamientos, siempre elevados a Él, pensamientos que deben ser de adoración hacia la Trinidad, de agradecimiento, de reparación; pensamientos que deben ser, para con el prójimo, de perdón, de misericordia, de paz, de comprensión, de caridad; a Dios le pertenecen nuestras palabras, que siempre deben ser de bondad, de misericordia, de perdón, porque deben surgir del corazón renovado y purificado por la gracia; a Dios le pertenecen nuestras obras, las cuales deben ante todo demostrar la fe, ya que la fe sin obras está muerta y a Dios le pertenece nuestra fe, la cual debe demostrarse con obras de misericordia. Solo así daremos "al César lo que es del César, y a Dios, lo que es de Dios".

domingo, 4 de junio de 2023

“Al César lo del César, a Dios lo de Dios”

 


“Al César lo del César, a Dios lo de Dios” (Mt 12, 13-17). Los escribas y herodianos tratan de tenderle una trampa a Jesús para tener algo de qué acusarlo. Para eso, le presentan una moneda con la efigie del César y le preguntan si sus discípulos deben pagar los impuestos o no. Es una pregunta con trampa: si Jesús contesta que sí hay que pagar, entonces lo acusarán de ser un traidor a la nación, porque está de acuerdo con el pago de impuestos a la potencia ocupante, el Imperio Romano; si Jesús dice que no hay que pagar los impuestos, entonces lo acusarán de ser un rebelde que busca formar un partido propio o una secta para luchar contra el emperador. En caso de respuesta positiva, lo acusarían de traidor ante su pueblo; en caso de respuesta negativa, lo acusarían de fomentar la rebelión contra el emperador.

Lo que no tienen en cuenta los escribas y fariseos es que Jesús es Dios y su Sabiduría es infinita y que tratar de hacerlo caer en una trampa es de una ingenuidad propia de quien desconoce la inmensidad de la Sabiduría Divina. Jesús no responde, ni positiva ni negativamente; les dice que le muestren la moneda que lleva impresa la imagen del César y les pregunta de quién es esa imagen, respondiéndoles obviamente que del César; entonces Jesús finaliza el diálogo dándoles una respuesta que los deja con las manos vacías: “Al César lo que es del César; a Dios, lo que es de Dios”. Es decir, si la moneda es del César, puesto que lleva su imagen, entonces hay que dársela al César, pero al mismo tiempo, el cristiano no debe olvidarse de Dios y darle a Dios lo que es de Dios.

La respuesta de Jesús nos sirve a nosotros también, como no puede ser de otra manera: al César, al Estado, se deben pagar los impuestos que sean justos; al mismo tiempo debemos, como cristianos, darle a Dios lo que es de Dios. ¿Qué es de Dios? Nuestro ser, porque Él nos creó; nuestra alma, porque Él la purificó con su Sangre; nuestro cuerpo, porque Él lo convirtió en templo del Espíritu Santo; nuestro corazón, porque es sagrario viviente de Jesús Eucaristía; nuestro tiempo, porque fuimos rescatados en el tiempo para vivir en su reino por toda la eternidad.

sábado, 10 de octubre de 2020

“Den al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios”

 


(Domingo XXIX - TO - Ciclo A – 2020)

“Den al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios” (Mt 22, 15-21). Unos fariseos envían a unos comisionados suyos para que se presenten ante Jesús, con el encargo de tenderle una trampa dialéctica y así tener algo con lo cual “poder acusarlo”. Estos le tienden a Jesús una trampa, disfrazada de pregunta: si es lícito pagar los impuestos al César o no. Para entender tanto la razón de la pregunta, como la respuesta de Jesús, hay que retroceder un poco en la historia y remontarnos a la época de la ocupación de Jerusalén por parte de las tropas de la Roma Imperial: si Jesús responde que sí hay que pagar el impuesto, entonces, lo acusarán de colaboracionista con las tropas imperiales y su delito será el de cooperar con los que están ocupando militarmente la patria; si Jesús responde que no hay que pagar los impuestos, entonces lo acusarán de pretender sublevarse frente al César –una rebelión al estilo de los Macabeos- y entonces su delito será el de querer atentar contra el César. Es decir, visto humanamente, la pregunta es insidiosa por donde se la vea y no hay forma humana de escapar al dilema.

La respuesta de Jesús los deja atónitos, ya que su respuesta no viene de la mente de un hombre, sino de la Sabiduría Encarnada, Jesús de Nazareth. En efecto, Jesús no dice ni sí ni no, sino que dice: “Den al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios”. De esta manera, hay que dar al César lo que es de él, la moneda que lleva su efigie –es decir, hay que pagar impuestos-, y con eso se cumple toda justicia, porque si la moneda es del César, le pertenece al César y a él hay que dársela; sin embargo, también hay que cumplir con Dios y si cumplimos con el César, mucho más debemos cumplir con Dios, dándole a Dios lo que le corresponde a Dios. ¿Y qué le corresponde a Dios? A Dios le corresponde nuestro acto de ser y nuestra esencia y existencia, porque por Él fuimos creados; a Él le corresponde cada segundo de nuestra vida, cada palpitar del corazón, cada respiración de los pulmones, cada paso que damos, porque fuimos creados para Él; a Él le corresponde no sólo nuestra vida terrena, sino nuestra vida eterna, nuestra alma en gracia destinada a la gloria de los cielos, porque fuimos rescatados por Él, por su Santo Sacrificio en la Cruz: Jesús murió en la Cruz no sólo para que no nos condenemos, sino para que nos salvemos, es decir, compró nuestra vida eterna al precio de su Sangre en la Cruz, por eso a Dios le corresponde nuestro ser eterno.

“Den al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios”. Un cristiano no puede conformarse con darle a Dios su ser, su vida, su respiración, sus pensamientos, sus pasos: debe darle a Dios, porque le pertenece a Dios, su alma en estado de gracia, para vivir luego en la gloria del Reino de los cielos. Démosle entonces a Dios lo que a Él le corresponde: nuestro ser y nuestra vida terrena y nuestra vida eterna y sólo así cumpliremos su voluntad. Por último, le demos, ya desde la tierra, en acción de gracias por su infinita bondad y misericordia, lo que le pertenece a Él, porque surgió de su seno eterno de Padre celestial: la Sagrada Eucaristía, el Cuerpo y la Sangre del Señor Jesús. Demos a Dios nuestra vida unida a la Eucaristía y así le estaremos dando a Dios Trino lo que a Él le pertenece.

 

sábado, 30 de mayo de 2020

“Al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”




“Al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” (Mc 12, 13-17). Unos fariseos y algunos partidarios de Herodes le hacen una pregunta a Jesús, no con el afán sincero de saber su respuesta, sino con la intención de tenderle una trampa y tratar de atraparlo con alguna afirmación de Jesús que luego pueda ser usada en un juicio en su contra. Llevados por la malicia, le preguntan a Jesús si es lícito pagar impuestos al César, o no. Si Jesús dice que sí, lo acusarán de traición al pueblo hebreo y de colusión con la potencia ocupante; si dice que no hay que pagar impuestos, lo acusarán de pretender sublevar al pueblo, poniéndolo en contra del César. Para los fariseos y herodianos, se trata de una trampa perfecta. Pero Jesús es Dios y como dice la Escritura, “de Dios nadie se burla”. En vez de responder directamente, Jesús pide que le traigan un denario -que llevaba la efigie del César- “para que lo vea” y les pregunta de quién es esa imagen y ellos le responden, obviamente, que es la imagen del César. Entonces Jesús da una respuesta que sobrepasa la inteligencia humana, demostrando toda la Sabiduría divina, dejando entrampados en su propia trampa a fariseos y herodianos. Les dice que si esa moneda tiene la imagen del César, entonces es del César; por lo tanto, hay que darle al César lo que es del César, es decir, hay que pagar impuestos. Pero también agrega algo que no estaba en los planes de sus enemigos: además de darle al César lo que es del César, hay que “dar a Dios lo que es de Dios”. Es decir, el cristiano tiene la obligación moral de pagar impuestos justos -eso es darle al César, el poder temporal, lo que le corresponde-, aunque también debe darle a Dios lo que es de Dios.
Del César -el poder temporal-, entonces, es el dinero y el cristiano debe dárselo en forma de impuestos justos, para que el César, el poder temporal, lo administre bajo la ley de Dios y devuelva el dinero de los impuestos en obras públicas, para el Bien Común de la sociedad. Pero como lo dice Jesús, además de darle al César lo que le corresponde, hay que dar a Dios lo que le corresponde, lo que es de Él. ¿Y qué es lo que es de Dios? A Dios le pertenece, porque es nuestro Creador, nuestro ser, nuestro acto de ser, es decir, lo más profundo e íntimo de nosotros mismos, sin lo cual no somos lo que somos; además del ser, le pertenecen a Dios nuestros pensamientos, palabras y acciones, todo lo cual debe ser santo, porque Dios es nuestro santificador y la Santidad Increada en Sí misma y por esta razón, no podemos darle pensamientos, palabras y obras que no sean santos.
“Al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. Demos el dinero al mundo, que es a quien le pertenece y demos a Dios lo que es Dios: todo lo que somos, lo que pensamos, deseamos y obramos, aunque como dijimos, puesto que Dios es Tres veces Santo, lo que le demos a Dios también debe ser santo.

martes, 5 de junio de 2018

“Den al César lo que es del César, y a Dios, lo que es de Dios”



“Den al César lo que es del César, y a Dios, lo que es de Dios” (Mc 12, 13-17). Unos fariseos y herodianos intentan tender una trampa a Jesús, con el fin explícito de hacerlo caer en alguna afirmación que pueda comprometerlo, para así tener una excusa para acusarlo y encarcelarlo. Para tal fin, le presentan una moneda a Jesús, con la efigie del César y le preguntan si “es lícito pagar impuestos o no”. La pregunta encierra en sí misma una trampa: si les dice que sí, entonces lo acusarán ante los judíos de ser colaboracionista con el imperio romano opresor; si dice que no, lo acusarán ante los romanos, afirmando falsamente que instiga a la rebelión y al no pago de los impuestos. Sin embargo, la respuesta de Jesús los deja sin habla, literalmente: luego de observar la moneda, Jesús les pregunta a su vez acerca de la pertenencia de la moneda: “¿De quién es esta figura y esta inscripción?”. Y ellos respondieron: “Del César”. Entonces Jesús les responde, con toda lógica: “Den al César lo que es del César, y a Dios, lo que es de Dios”. Es decir, si la moneda es del César, entonces, dénsela al César, esto es, paguen los impuestos; pero al mismo tiempo, no dejen de dar a Dios lo que es de Dios. ¿Qué es “de Dios”? De Dios es el ser, el alma y el cuerpo del hombre; es decir, todo el hombre, en su totalidad, le pertenece a Dios y por lo tanto, todo lo que el hombre es, debe dárselo a Dios. El dinero, representado en la moneda, es del César, es decir, de los poderes mundanos y al él, al César y al mundo, le corresponde el dinero. Dios no quiere que le demos dinero –aunque sí es obligación del cristiano sostener el culto-, porque eso le pertenece al mundo: quiere que le demos lo que a Él le pertenece, nuestro ser, nuestra alma y nuestro cuerpo. Esto es lo que significa: “Den al César lo que es del César, y a Dios, lo que es de Dios”.

sábado, 21 de octubre de 2017

“Den al César lo que es del César, y a Dios, lo que es de Dios”


(Domingo XXIX - TO - Ciclo A – 2017)

“Den al César lo que es del César, y a Dios, lo que es de Dios” (Mt 22, 15-21). Los fariseos y los herodianos se reúnen para tender una trampa a Jesús y así poder acusarlo, llevarlo a juicio y condenarlo. Para ello, idean la siguiente pregunta: “¿Está permitido pagar el impuesto al César o no?”. La pregunta esconde una trampa, cualquiera sea la respuesta: si Jesús dice que sí hay que pagar, entonces lo acusarán de cómplice con los romanos y por lo tanto, de ser un falso mesías (aunque tanto fariseos como herodianos habían aceptado, hacía ya bastante tiempo, el pago del tributo al Imperio Romano), ya que para ellos el mesías debía liberarlos del yugo extranjero[1]; si dice que no, entonces lo acusarán de sedición, de incitar a la revuelta contra la autoridad romana. La forma de preguntar es sibilina, diabólica, porque al tiempo que lo halagan, con la pregunta, desenfundan el puñal con el cual quieren herir a Jesús. El Evangelio dice así: “Y le enviaron a varios discípulos con unos herodianos, para decirle: Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas con toda fidelidad el camino de Dios, sin tener en cuenta la condición de las personas, porque tú no te fijas en la categoría de nadie. Dinos qué te parece: ¿Está permitido pagar el impuesto al César o no?”. Pero con lo que no cuentan los fariseos y los herodianos, es que Jesús es Dios Hijo encarnado; por lo tanto, es la Sabiduría divina, que sabe desde toda la eternidad cuáles son sus intenciones y, leyendo en sus corazones, ve la malicia y la doblez que se esconde en ellos, razón por la que, al mismo tiempo que les responde, los trata duramente como lo que son, “hipócritas”, esto es, falsos, mentirosos, insidiosos, calumniadores: “Pero Jesús, conociendo su malicia, les dijo: “Hipócritas, ¿por qué me tienden una trampa?”. Inmediatamente, da respuesta a la insidiosa pregunta, desarmando los argumentos de sus adversarios: “Muéstrenme la moneda con que pagan el impuesto”. Ellos le presentaron un denario. Y Él les preguntó: “¿De quién es esta figura y esta inscripción?”. Le respondieron: “Del César”. Jesús les dijo: “Den al César lo que es del César, y a Dios, lo que es de Dios”. Con esta respuesta, Jesús desarma a sus adversarios e ilumina acerca de cómo debe el cristiano conducirse no solo con respecto a las autoridades terrenas, sino también en su vida espiritual.
“Den al César lo que es del César, y a Dios, lo que es de Dios”. ¿Qué es lo que le pertenece al César, y qué es lo que le pertenece a Dios? Al César –el mundo- le corresponde el dinero y de tal manera, que quien sirve al dinero –esto es, le entrega su corazón y su vida-, no puede servir a Dios: “No se puede servir a Dios y al dinero” (Lc 16, 13). El mandamiento de Jesús de “dar al César lo que es el César”, está íntima y estrechamente emparentado a esta advertencia: “No se puede servir a Dios y al dinero, porque amará a uno y aborrecerá al otro” y esto lo vemos cotidianamente, puesto que quien adora al dinero y no a Dios, es capaz de cometer los peores crímenes, los peores delitos, las peores abominaciones, con tal de ganar dinero. Valgan solo como ejemplo, los médicos que por dinero realizan abortos; los inmorales traficantes que por ganar dinero destruyen personas, familias y sociedades enteras; los inmorales sicarios, que por dinero asesinan gente, tomando a esto como un “trabajo”; los políticos corruptos, que por obtener dinero ilícito de las arcas públicas del Estado y del pueblo, no dudan en cometer innumerables delitos; los políticos, jueces, abogados, que por dinero son capaces de promulgar las leyes más inhumanas, como el aborto, la eutanasia, el suicidio asistido, la fecundación in vitro; los que, para ganar dinero, hacen pactos con el Demonio, o los que se dedican a la brujería, el ocultismo y el satanismo, para ofrecer a los demás el modo de hacer esos pactos. "El dinero compra conciencias", dice el Talmud, y es así que por dinero, los hombres pueden llegar a los más infames y perversos delitos, como la traición a Dios -como en el caso de Judas Iscariote, que por dinero entrega a Dios Hijo encarnado-, o la traición a la Patria, como quienes atentan contra su integridad territorial, cultural y religiosa por medios físicos, como la guerrilla, o por medios intelectuales, propagando sistemas ideológicos intrínsecamente perversos, como el comunismo o el liberalismo, y así, innumerables ejemplos más. El que sirve al dinero, sirve al Demonio, porque el dinero es, según los santos, “el estiércol del Diablo” y puesto que en el corazón humano no hay lugar para dos, sino para uno solo, o se adora a Dios Trino, o se adora al Diablo, representado en el dinero mal habido.
“Den al César lo que es del César, y a Dios, lo que es de Dios”. El César, cuya efigie se encuentra en la moneda, es decir, en el dinero, representa el mundo y el poder que mueve al mundo, que es el dinero y en este sentido es que dice Jesús que al mundo hay que darle lo que le pertenece: darle al mundo el dinero, en el sentido de despojarse del dinero mal habido, pero sobre todo, hay que despojarse de todo lo que el dinero simboliza y concede: poder mundano, éxito mundano, riquezas terrenas, influencias, vida agitada y dominada por las pasiones. Hay que darle al César todo lo malo que el dinero proporciona; eso le pertenece “al César”, al mundo, y eso hay que dárselo al mundo, en el sentido de no quedárnoslo nosotros; hay que dárselo al César, porque es del César.
Entonces, al César –esto es, al mundo, al Príncipe de este mundo-, el dinero, que es lo que le pertenece; a Dios Uno y Trino –nuestro Creador, Redentor y Santificador- lo que le pertenece y lo que le pertenece son nuestro ser, nuestras almas, cuerpos y corazones, porque Él nos creó, Él nos redimió en la Cruz y Él nos santificó por el Espíritu Santo, y esa es la razón por la cual debemos entregarle a Dios todo lo que somos y tenemos, y esto significa entregarle desde la respiración hasta el más pequeño pensamiento, porque no nos pertenecemos, sino que le pertenecemos a Dios. Y la mejor forma de dar a Dios lo que es Dios, es decir, nuestro ser entero, es ofreciéndonos junto a Jesús, en el Santo Sacrificio del Altar, para unirnos a Él, que es la Víctima Inmolada, como víctimas de la Divina Justicia y de la Divina Misericordia, para la salvación de nuestros hermanos.




[1] Cfr. B. Orchard et al., Verbum Dei. Comentario a la Sagrada Escritura, Tomo III, Editorial Herder, Barcelona 1957, 442.

martes, 2 de junio de 2015

“Den al César lo que es del César, y a Dios, lo que es de Dios”


“Den al César lo que es del César, y a Dios, lo que es de Dios” (Mc 12, 13-17). Los fariseos y herodianos buscan tenderle una trampa a Jesús, para lo cual, le presentan una moneda que lleva grabada la efigie del César y le preguntan “si es lícito pagar o no los impuestos”. Con su sabiduría divina, Jesús no solo evade la trampa, sino que los encierra a ellos mismos en su propia trampa, al tiempo que nos deja una enseñanza válida para esta vida y para la vida eterna: “Den al César lo que es del César, y a Dios, lo que es de Dios”. La moneda, es decir, el dinero, es del César, y es por eso que lleva su efigie; por lo tanto, hay que dar “al César, lo que es del César”: puesto que el César representa el mundo y el poder mundano, al mundo hay que darle –en el sentido de despojarse de éste- el dinero y todo lo que el dinero representa: poder, éxito, riquezas terrenas, influencias. Eso le pertenece “al César”, al mundo, y eso hay que dárselo al mundo, en el sentido de no quedárnoslo nosotros; hay que dárselo al César, porque es del César.
La otra parte de la respuesta de Jesús, completa y profundiza el sentido de la primera parte: “a Dios, hay que darle lo que es de Dios”. ¿Qué le pertenece a Dios? A Dios le pertenece nuestro ser, nuestra alma, nuestro corazón, porque Él es nuestro Creador, nuestro Redentor, nuestro Santificador.

A Dios Uno y Trino hay que darle, entonces, el corazón, el alma, el ser, porque a Él le pertenecen, por ser Él nuestro Dueño y Señor, y es por eso que debemos darle cuanto antes lo que le pertenece -todo lo que somos y tenemos-, para que empezando a poseer de nosotros, que somos su propiedad, en el tiempo, sigamos siendo de su propiedad y pertenencia en el Reino de los cielos, por la eternidad. Y lo que somos y tenemos, que es de Dios, se lo damos por intermedio de las manos y del Inmaculado Corazón de María.

viernes, 17 de octubre de 2014

“Den al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios”


(Domingo XXIX  - TO - Ciclo A – 2014)
         “Den al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios” (Mt 22, 15-21). Los fariseos, acompañados por los herodianos -secta política y no religiosa y partidarios de la dinastía de Herodes el Grande-, tratan de tender una trampa a Jesús, preguntándole acerca del tributo –con esta palabra, se abarcan todos los impuestos: capitación, contribución territorial, etc.- debido al César. La cuestión era importante para los hebreos, puesto que se encontraban bajo el dominio militar y político de Roma, una potencia extranjera, y la cuestión de los impuestos a pagar era algo delicado, ya que si estos suben, la población ve aumentada su esclavitud bajo la potencia extranjera, porque tiene que trabajar más para pagar el tributo exigido por los ocupantes. Sin embargo, los fariseos y herodianos, a pesar de ser ellos hebreos y por lo tanto encontrarse, al igual que el resto del Pueblo Elegido, bajo el dominio de Roma, querían que el status quo se mantuviera[1], ya que eran conniventes con la ocupación y sumisos a Roma, porque esto les aseguraba la conservación de sus privilegios. Es por esto que, contrariamente a lo que pudiera parecer, los fariseos y herodianos que hacen la pregunta a Jesús con respecto al tributo, estaban unidos en sus intentos por sofocar todo intento de rebelión contra Roma.
         La pregunta acerca de si hay que pagar o no el tributo al César, es hecha con mala fe, porque tanto fariseos como herodianos pagaban el tributo, pero sobre todo, porque es hecha con la perversa intención de acusar a Jesús y denunciarlo, ya sea ante el emperador o ante el pueblo, sea cual sea la respuesta que Jesús dé, y le plantea por lo tanto a Jesús una difícil encrucijada[2]. Si Jesús contesta que no hay que pagar, entonces lo denunciarán ante los romanos por desobediencia al emperador. Si por el contrario, aconseja pagar el tributo, su autoridad como Mesías quedaría disminuida ante el pueblo, que identificaba al mesianismo con la independencia del yugo extranjero. Le dirían al pueblo: "Miren, el Mesías que venía a liberarlos del yugo de Roma, aconseja pagar los impuestos del emperador. ¿Qué clase de Mesías es éste?". Es porque los fariseos y herodianos concebían al Mesías como un liberador exclusivamente político y terreno, que venía a liberar al Pueblo Elegido de la esclavitud temporal que los enemigos humanos infligían a Israel. No tenían, en absoluto, la concepción de un Mesías espiritual. Jesús, conociendo la falsedad de la pregunta, podría haberse negado a contestarla, pero no lo hace.
         Jesús procede de la misma manera a como lo ha hecho en otras oportunidades sus enemigos, cuando también querían tenderle trampas por medio de sofismas o de preguntas mal intencionadas: responde a la pregunta con otra pregunta, y lo hace de tal manera, que en la misma respuesta de sus adversarios, ellos mismos encontrarán su propia ruina. Los fariseos y herodianos le muestran una moneda de plata, con la que se solía pagar las contribuciones. Probablemente, por la época, se trataría de una moneda de Tiberio (14-37 d. C.), con la cabeza laureada de este emperador en el anverso y con la inscripción: “Ti (berius) Caesar Divi Aug (usti) F (ilius) Augustus”. La moneda, como se ve claramente por las leyendas acuñadas, proviene del César, es decir, del emperador romano, y es natural que deba serle devuelta. Esta es la lógica divina de Jesucristo: "¿De quién es la moneda? ¿Del César? Pues, entonces, den al César lo que es del César". Pero luego agrega algo inesperado, que deja desarmados a sus oponentes: "Den a Dios lo que es de Dios". 
           De esta manera Jesús establece que, por un lado, no hay inconvenientes en realizar intercambios comerciales y en el cumplir con las autoridades civiles: si el dinero es del César, debe retornar al César. Pero establece un principio nuevo, que no estaba presente en la mentalidad de sus oponentes, puesto que concebían al mesianismo que debía liberar a Israel como meramente político y terreno: si al César se le debe dar lo que le corresponde, con mucha mayor razón, también se le debe dar a Dios lo que le corresponde: "Al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios". 
          A la par que regula los deberes del cristiano para con Dios y con la Patria, Jesús establece el carácter de su mesianismo, que no es político ni terreno, sino espiritual, puesto que Él es el Mesías que ha de liberar a Israel primero y a toda la humanidad después, no de un sistema político ni de un ejército de ocupación, sino de los verdaderos y mortales enemigos de la humanidad: el Demonio, la Muerte y el Pecado. Al establecer que "a Dios hay que darle lo que es de Él", Jesús establece su mesianismo como puramente espiritual, y no de orden político, puesto que Él derrotará con su sacrificio en la cruz, no a los hombres, sino a los enemigos mortales y espirituales de la humanidad: Satanás, el Mundo y el Pecado.
          En otras palabras, lo que indica Jesús con la respuesta es no solo que las transacciones civiles están en un plano, mientras que los derechos de Dios están en otro, sino que si el César tiene derecho a que se le devuelva lo que le pertenece -el dinero-, con mucha mayor razón, Dios tiene también derecho a que se le devuelva lo que le pertenece, y que Él es un Mesías de orden espiritual y no político. 
          De acuerdo a la respuesta que da Jesús, no existe ningún antagonismo entre los derechos del César y los de Dios, con tal de que las exigencias políticas no obstaculicen los deberes del hombre para con Dios: es decir, el hombre debe cumplir con su Patria -pagar impuestos justos, por ejemplo- y obedecer a sus autoridades, siempre y cuando las autoridades civiles y sus leyes no sean contrarias a la Ley de Dios; en este caso, el cristiano no está obligado, de ninguna manera, a cumplir esas leyes inicuas (como sería el caso, por ejemplo, de las leyes del aborto, eutanasia, divorcio, o cualquier ley que sea contraria a la naturaleza humana).  
          Regresando a la respuesta, los fariseos se sorprenden por la respuesta, que es extremadamente sencilla y que se basa, no en un mesianismo político, como lo entendían ellos, sino en un mesianismo espiritual, el cual posibilita esta tercera alternativa, que consiste no en enfrentar los deberes para con la autoridad civil con los deberes para con Dios, sino en delimitar las esferas de unos y otros deberes[4]. Es decir, Jesús les responde que no se trata de confrontar entre el deber civil –pagar los impuestos- y el deber de Dios, sino que se debe cumplir con la ley humana –siempre y cuando no sea contraria a la Ley de Dios, se entiende- y al mismo tiempo, cumplir con la Ley de Dios.
         Ésta es entonces, la enseñanza central de la parábola. Ahora bien, también estas palabras de Jesús: “Den al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios”, las podemos tomar en un sentido traslaticio y aplicarlas a la vida espiritual y así nos podemos preguntar, desde este punto de vista: ¿quién es el César, espiritualmente hablando? ¿Qué le pertenece al César? ¿Qué le pertenece a Dios?
         El César representa todo lo que es de este mundo y que no será llevado al otro mundo: el hombre viejo con sus pasiones, con su atracción por lo mundano, por lo caduco, por lo corrupto, por lo pasajero; y como pertenece al César, hay que dárselo al César, es decir, al mundo, para que quede sepultado con él, para que cuando regrese Jesucristo en la Parusía, en su Segunda Venida en gloria, sea sepultado para siempre,  bajo el peso omnipotente de la cruz, junto a los otros enemigos del hombre, la muerte y el demonio, para que no resurjan nunca más.
         A Dios le pertenecen, en cambio, el alma, el cuerpo, el ser del hombre, porque Él nos ha creado, nos ha redimido y nos ha santificado; a Dios le pertenece nuestro acto de ser y por lo tanto le pertenecemos todos nosotros con todo lo que somos y tenemos, con nuestro pasado, presente y futuro;  a Dios le pertenece nuestra alma renovada y santificada por la gracia santificante; a Dios le pertenece a Dios nuestra vida, nuestro corazón en gracia, nuestro arrepentimiento, nuestras buenas obras, nuestra fe, nuestro deseo del cielo, nuestras comuniones eucarísticas, nuestras oraciones; a Dios le pertenece todo lo bueno que poseemos y que seamos capaces de decir, hacer y desear; a Dios le pertenece nuestro tiempo y nuestra eternidad también le pertenece, y a Él se la debemos dar, porque hemos sido creados en el tiempo pero para vivir en la eternidad bienaventurada, contemplando a la Santísima Trinidad.
 “Den al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios”. Del César son las pasiones; de Dios son los corazones. A Dios le pertenecen nuestros corazones, entonces se los entregamos en esta Santa Misa, dejándolos al pie del altar, para que Jesucristo, cuando presente su ofrenda al Padre, los lleve consigo y los ofrezca junto a su Sacrificio en cruz, para la redención de la humanidad. Pero para no ser rechazados en el don que hagamos a Dios de nuestros corazones, de todo nuestro ser y de todo lo que somos y tenemos -San Luis María Grignon de Montfort dice que si nosotros vamos por nosotros mismos a Jesucristo, con toda seguridad, seremos rechazados; en cambio, si vamos por medio del Inmaculado Corazón de María, seremos, con toda seguridad, aceptados-, este don lo hacemos por medio de la Virgen, consagrándonos a María Santísima, para que sea Ella la Tesorera Celestial que custodie nuestros corazones en su Corazón Inmaculado, para que Jesucristo tome posesión de ellos en el tiempo que nos queda de nuestra vida terrena, y para que luego permanezcan en adoración perpetua ante la Presencia del Cordero de Dios, en el altar del cielo, por los siglos sin fin.





[1] Cfr. B. Orchard et al., Comentarios al Nuevo Testamento, Tomo III, Barcelona 1957, Editorial Herder, 442.
[2] Cfr. ibidem.
[3] Cfr. ibidem.
[4] Cfr. ibidem.

martes, 4 de junio de 2013

"A Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César"


"A Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César" (Mc 12, 13-17). Los fariseos intentan tender una trampa a Jesús, pero ellos mismos quedan atrapados. Preguntan a Jesús si es contrario a la Ley pagar el impuesto al César, con lo cual creen que pueden atrapar a Jesús con cualquier respuesta que de: si dice que sí hay que pagar el impuesto, lo acusarán de colaboracionista con el imperio romano que oprime al pueblo; si contesta que no hay que pagar el impuesto, lo acusarán ante el César de revolucionario que incita a la rebelión contra el emperador. 
Sin embargo, la respuesta de Jesús los deja sin palabras: "A Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César", es decir, de Dios es el alma, el corazón y todo el ser, por lo que a Dios se le debe dar lo que le pertenece: el alma, el corazón, y todo el ser, y esto se hace por medio de la oración; al César, gobernante del mundo, le pertenecen las cosas del mundo y aquello por lo que se mueven los que pertenecen al mundo, es decir, el dinero con el que se pagan los impuestos, y por lo tanto, se deben pagar los impuestos.
    "A Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César". A Dios la oración y la adoración eucarística
, que constituyen las riquezas que hay que atesorar en el cielo, y al César lo que le pertenece, el dinero, que desaparecerá al final del tiempo, cuando la figura de este mundo de paso a los "cielos nuevos y tierra nueva" que inaugurarán el reinado universal de los Sagrados Corazones de Jesús y de María.

domingo, 16 de octubre de 2011

A Dios lo que es de Dios, y al César lo que es del César



“A Dios lo que es de Dios, y al César lo que es del César” (cfr. Mt 22, 15-21). El mandato de Jesús nos lleva preguntarnos qué es de Dios, para saber qué es lo que debemos darle, y también qué le pertenece al César, para dárselo.

¿Qué es de Dios? Toda alma humana, puesto que Dios es su Creador. En una época en donde se exaltan los derechos humanos, al mismo tiempo se olvidan los derechos de Dios, que son inalienables sobre toda criatura, por el solo hecho de ser su Creador. Dios es el Dueño de toda alma, y es por eso que tiene derechos sobre todos y cada uno de los seres humanos.

A Dios le pertenecen los cuerpos y las almas, y por eso todo cuerpo y toda alma deben ser puros y santos, llenos de la gracia divina, para poder retornar a su Dueño y Creador; a Dios le pertenecen las miradas, los deseos, las palabras, y por eso las miradas deben ser puras, los deseos deben ser santos, las palabras deben ser de caridad y comprensión para con el prójimo y de alabanza y adoración para con Dios; a Dios le pertenecen las obras, y por eso las obras deben ser misericordiosas, reflejo del amor del corazón en gracia y lleno de Dios; a Dios le pertenecen los pies y los pasos de todos y cada uno de los hombres, y por eso cada paso dado por cada pie, debe ser en dirección del auxilio del más necesitado, para encaminarse luego en dirección al sagrario, para hacer adoración y alabanza de Cristo Dios en la Eucaristía.

¿Qué es de Dios? De Dios es todo cuerpo y toda alma, y por eso Dios reclama, con justicia, que cada cuerpo y cada alma sean puros y santos, porque salieron de Él, que es el Dios Tres veces Santo, el Dios sin mancha ni sombra alguna de mal, el Dios de infinita bondad. Y es por esto que se enciende la ira divina cuando el cuerpo se mancha con la fornicación, y cuando el alma se oscurece con la maldad; se enciende su justa ira cuando, debiendo dar a Dios un cuerpo puro y un alma en gracia, se presenta ante sus ojos un cuerpo mancillado, cubierto de las inmundicias de los placeres terrenos, y un alma oscurecida por el mal, por el odio, por el deseo de venganza, por el apetito de placeres terrenos, por la avaricia, la codicia, el rencor, y toda clase de cosas bajas y rastreras.

“A Dios lo que es de Dios, y al César lo que es del César”. ¿Qué es de Dios? De Dios es la eternidad de la divinidad, porque Él es su misma eternidad; de Dios es el tiempo de las criaturas, y por eso le pertenecen los segundos, las horas, los días, los meses y los años de cada uno de los hombres; el tiempo personal de cada hombre, así como el tiempo total de toda la humanidad de todos los tiempos, está orientado hacia Dios, desde la Encarnación del Hijo de Dios, y por eso cada segundo de la vida del hombre debe estar impregnado de la vida de Dios, como anticipo de lo que habrá de suceder en el Último Día, porque cuando el tiempo se termine en el Último Día, toda la humanidad ingresará en la eternidad divina. Él es el Principio y el Fin, el Alfa y el Omega del tiempo y de la historia humana, y por eso el hombre le debe dedicar de su tiempo a alabarlo, a adorarlo, a bendecirlo, a glorificarlo, por ser Dios quien Es, Dios de infinita majestad, grandeza y gloria.

Todo esto es lo que debe darse a Dios Uno y Trino, en el tiempo y en la eternidad.