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domingo, 30 de agosto de 2020

“El vino nuevo hay que echarlo en odres nuevos”

 


“El vino nuevo hay que echarlo en odres nuevos” (Lc 5, 33-39). ¿Qué nos quiere decir Jesús con esta frase y este ejemplo? ¿Acaso nos está dando una clase de vitivinicultura? No se trata de eso: está dando una lección de espiritualidad cristiana y para saber de qué se trata, hay que tomar los elementos de la figura y reemplazarlos por elementos de la espiritualidad cristiana. Si hacemos esto, nos queda que el “vino nuevo” es la gracia santificante, la gracia que Él ha venido a traernos y que nos ha conquistado para nosotros al precio de su vida en la Cruz; los “odres nuevos” son las almas que han sido purificadas por la gracia y que por esa razón se encuentran en estado de recibir el Vino de la Alianza Nueva y Eterna, la Sangre del Cordero de Dios derramada en la Cruz del Calvario.

A su vez, el vino viejo es la Antigua Ley, mientras que los odres viejos son las almas que aún no han sido purificadas por la gracia. Esto es lo que Jesús quiere significar con la figura de los vinos y los odres nuevos y viejos. 

Finalmente, queda una frase de Jesús, a la cual también podemos interpretar según este esquema y es la siguiente: “El vino añejo es el mejor”. En este caso, el “vino añejo” es la vida eterna la cual, comparada en el Reino de los cielos con el vino nuevo -aquí, el vino nuevo es esta vida terrena; el vino añejo, la vida eterna, es mucho mejor que la vida terrena-, porque es la vida de la gloria, en la que se contempla en la visión beatífica a la Trinidad y al Cordero, por siglos sin fin.

viernes, 6 de septiembre de 2019

“A vino nuevo, odres nuevos”




“A vino nuevo, odres nuevos” (Lc 5, 33-39). Preguntan a Jesús el motivo por el cual sus discípulos no ayunan, mientras que sí lo hacen los discípulos de Juan y también los fariseos. Jesús responde auto-proclamándose como “Esposo”: los amigos del Esposo -es decir, sus discípulos-, no ayunarán mientras el Esposo esté con ellos; sí lo harán cuando “el Esposo les sea quitado”, o sea, cuando Él sufra la Pasión y muerte en cruz. Entonces sí los discípulos de Cristo harán ayuno, porque el misterio pascual de Cristo de muerte y resurrección dará inicio a un nuevo orden de cosas, inexistente hasta ahora: las almas ya no se alimentarán espiritualmente con la Antigua Ley, sino con el fruto de la Pasión de Cristo, la gracia santificante. Todo lo antiguo, las razones del ayuno de los fariseos y de los discípulos del Bautista, con todo su orden de cosas, dejará de tener sentido, porque la muerte de Cristo en la cruz y su posterior resurrección hará que “todo esté cumplido”, lo cual significa, entre otras cosas, el cese del Antiguo orden y el inicio del Nuevo Orden o Nueva Era de Cristo. Para reafirmar esta noción, es que da el ejemplo de ““A vino nuevo, odres nuevos”: así como los odres viejos no pueden llevar en sí vinos nuevos, y así como estos necesitan odres nuevos para allí ser escanciados, así también los discípulos de Cristo, discípulos del Nuevo Orden, del Orden de la gracia, no pueden ayunar por los motivos que ayunan los discípulos del Bautista y los fariseos, pero sí ayunarán cuando el Esposo les sea quitado de en medio por la Pasión y muerte en cruz.
“A vino nuevo, odres nuevos”. El vino nuevo del Nuevo Orden de Cristo es la gracia; los odres nuevos son las almas de los cristianos que la reciben con sus almas dispuestas por el ayuno, la penitencia y las obras de misericordia. Con Cristo, todo lo antiguo ha pasado -los odres viejos- mientras que se inaugura el Nuevo Orden cristiano, el Orden de la gracia en las almas de los justos. Pretender volver al orden antiguo, es desconocer el Nuevo Orden de la gracia de Cristo.

lunes, 18 de enero de 2016

“A vino nuevo, odres nuevos”


“A vino nuevo, odres nuevos” (Mc 2, 18-22). ¿Por qué Jesús utiliza la figura del vino y del odre? Para entenderlo, hay que considerar que el odre, el recipiente de cuero que se utiliza para almacenar el vino, es figura del corazón humano: hasta tanto el Hijo del hombre no cumpla su misterio pascual de muerte y resurrección, el corazón del hombre –el odre- almacena el vino viejo –la Ley del Antiguo Testamento-, pero cuando Él cumpla su misterio pascual de muerte y resurrección, es decir, cuando muera en cruz y resucite, el corazón del hombre será renovado por la gracia santificante que Él concederá desde la cruz: así, el corazón humano es el odre nuevo, que se encuentra en grado de alojar el “vino nuevo”, es decir, su Sangre brotada de su Corazón traspasado, el Vino de la Alianza Nueva y Eterna.

“A vino nuevo, odres nuevos”. No se puede alojar el “Vino Nuevo”, la Sangre del Cordero, en un odre viejo, un corazón no purificado por la gracia santificante, un corazón apegado a las cosas bajas del mundo, un corazón dominado por las pasiones. El “Vino Nuevo”, la Sangre de Jesús brotada de su Corazón traspasado y derramada en el cáliz del altar eucarístico, debe ser recibida y alojada en un odre nuevo, en un corazón renovado por la gracia santificante, un corazón que no es del hombre viejo, apegado al pecado, sino del hombre nuevo, el hombre nacido a la vida de la gracia.

domingo, 19 de enero de 2014

“A vino nuevo, odres nuevos”


“A vino nuevo, odres nuevos” (Mc 2, 18-22). Para entender lo que Jesús nos quiere decir, hay que acudir al profeta Ezequiel, ya que allí se encuentra la clave para su comprensión. A través del profeta, Dios anuncia la renovación del corazón del hombre por medio del agua y de su Espíritu: “Derramaré sobre vosotros un agua pura que os purificará: de todas vuestras inmundicias e idolatrías os he de purificar; y os daré un corazón nuevo, y os infundiré un espíritu nuevo; arrancaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. Os infundiré mi espíritu, y haré que caminéis según mis preceptos, y que guardéis y cumpláis mis mandatos” (Ez 36, 25-27). Por el pecado, el mal ha endurecido al corazón humano y le ha dado la consistencia de una piedra, y en vez de adorar y amar a Dios, que es su Creador, lo ha desplazado de su puesto natural y ha colocado en su lugar a ídolos inertes, ídolos mudos y sordos, ídolos que le exigen obrar inmundicias y es así como su corazón es como un templo de piedra, frío, oscuro, lleno de inmundicias y repleto de ídolos abominables, los cuales no son otra cosa que ángeles caídos, es decir, demonios, que han usurpado el corazón del hombre y lo han poseído indebida e ilegalmente. Dios no puede tolerar esta situación, porque Él ha creado el corazón humano y le pertenece, es su propiedad y no de los ídolos demoníacos, y es por eso que anuncia, a través del profeta, que ha de solucionar prontamente la situación a través de dos elementos que lavarán y regenerarán completamente el corazón del hombre, el agua y el Espíritu, prefiguración del sacramento del Bautismo. Por el Bautismo sacramental, el alma será sumergida místicamente con Cristo en las aguas del Jordán, y allí se cumplirá lo que dice el profeta Ezequiel: “derramaré sobre vosotros un agua que os purificará de todas vuestras inmundicias e idolatrías”, porque el templo de piedra que es el corazón del hombre, será inundado por el torrente impetuoso de la gracia de Cristo que lo sumergirá en la santidad divina y arrasará con los ídolos y lo lavará de toda podredumbre de pecado y de malicia y exorcizará toda presencia y posesión demoníaca, y el corazón de piedra se convertirá en un corazón humano, es decir, no solo dejará de obrar el mal, sino que obrará el bien y, más que el bien, obrará la santidad, guiado por la gracia divina; por el Bautismo sacramental, el alma recibirá el soplo del Espíritu Santo, que como Dulce Paloma aleteará sobre ella haciendo del alma una Nueva Creación, así como el Espíritu aleteó en la Creación, en el Génesis, cumpliéndose de esta manera lo anunciado por el profeta Ezequiel: “Os infundiré mi Espíritu”, y el que recibe el Espíritu de Dios obra los Mandamientos de Dios porque ama a Dios y es una sola cosa con Él por el Amor, cumpliéndose también esto otro anunciado por el profeta Ezequial: “y haré que caminéis según mis preceptos, y que guardéis y cumpláis mis mandatos”.

Es así como se entiende lo que dice Jesús: “A vino nuevo, odres nuevos”, porque el vino nuevo es la gracia y el odre nuevo es el corazón del hombre, renovado por el agua y el Espíritu en el Bautismo sacramental.