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viernes, 12 de noviembre de 2021

“Han convertido la Casa de Dios en cueva de ladrones”

 


“Han convertido la Casa de Dios en cueva de ladrones” (Lc 19, 45-48). Al llegar al Templo, Jesús se encuentra con una escena que desencadena su ira: el Templo ha sido ocupado por mercaderes y cambistas y ha sido convertido en un lugar en un todo similar a un mercado de compra-venta de mercaderías. Llevado por su ira, Jesús fabrica un látigo de cuerdas y expulsa a mercaderes y cambistas. En este episodio, hay diversos elementos a considerar. Un primer elemento es la ira de Jesús, ira que de modo alguno es un pecado, puesto que Jesús, siendo Dios, no puede pecar; por otra parte, se trata de una ira justa, porque la ira de Jesús es la Ira de Dios, que se desencadena cuando Dios ve que los hombres han cometido el sacrilegio de convertir su Casa, el Templo, en una “cueva de ladrones”. En otras palabras, la ira de Jesús se desencadena cuando advierte la insensatez de los hombres, que han pervertido el fin original del Templo, que es la oración y la adoración al Dios Único, en un mercado en el que se compra y vende todo tipo de mercancías. Otro elemento a considerar es la simbología contenida en la escena: el Templo es la Casa de Dios y como tal, es lugar de oración y adoración, pero en este caso, se trata de un templo profanado, porque se ha desviado y pervertido su función original, para reemplazarla por una actividad, la compra-venta de mercancías, que nada tiene que ver con su función original; además, el templo es imagen del alma del cristiano que, por el bautismo sacramental, se convierte en templo del Espíritu Santo: en este caso, se trata de un templo profanado, es decir, es el cuerpo y el alma del cristiano en estado de pecado, sin la gracia santificante. Otro elemento simbólico son los animales: con su irracionalidad y con el hedor propio de su ser de bestias, representan a las pasiones del hombre que, sin el control de la gracia santificante y por lo tanto sin el control de la razón, esclavizan al hombre induciéndolo al pecado. Otro elemento simbólico son los cambistas, sentados en sus mesas con monedas de oro y plata: representan al hombre que, habiendo desplazado a Dios de su corazón, ha entronizado al dinero y lo ha convertido en un ídolo, ante el cual se postra y por el cual es capaz de hacer cualquier cosa, literalmente. Por último, la acción de Jesús, de expulsar a los mercaderes y a los cambistas del templo, representa la acción de la gracia santificante que, con el poder divino, expulsa al pecado del alma y devuelve a Dios Uno y Trino aquello que le pertenece: el corazón, el cuerpo y el alma del bautizado.

“Han convertido la Casa de Dios en cueva de ladrones”. La Justa Ira de Jesús no se detiene en el episodio del Evangelio; es actual y válida para todo tiempo; por esto mismo, seamos precavidos y tengamos mucho cuidado en no convertir el templo del Espíritu Santo, nuestro corazón, nuestro cuerpo y nuestra alma, en refugio de demonios y por el contrario, que por la gracia santificante conservemos siempre la majestuosa dignidad de ser templos del Espíritu Santo y sagrarios vivientes de Jesús Eucaristía.

 

sábado, 22 de mayo de 2021

“Han convertido la Casa de mi Padre en una cueva de ladrones”


 

“Han convertido la Casa de mi Padre en una cueva de ladrones” (Mc 11, 11-26). Al entrar en el templo, Jesús se da con la desagradable situación de la usurpación y ocupación ilegal de los mercaderes, cambistas y vendedores de palomas. Llevado por la Justa Ira Divina, Jesús hace un látigo de cuerdas y se pone a expulsar a los usurpadores, derribando sus mesas y puestos e impidiendo que nadie más realice esas tareas, del todo inapropiadas para un lugar sagrado. Las palabras de Jesús dirigidas a los usurpadores revelan que Él es Dios, puesto que llama al templo “mi casa”: “Mi casa será casa de oración”. De ninguna manera un hombre común y corriente podría decir que el templo es “su casa”, puesto que el templo es “casa de Dios”, por lo que al decir Jesús que el templo es “su casa”, está diciendo que Él es Dios.

Otro elemento a considerar es la simbología presente en este hecho realmente acaecido: el templo, además de ser Casa de Dios, es figura del alma humana que, por la gracia, es convertida en templo del Espíritu Santo; los mercaderes, los vendedores de palomas y los cambistas, representan a las pasiones humanas, sobre todo a la avaricia, el egoísmo y la idolatría del dinero; los animales –bueyes, palomas, ovejas-, con su irracionalidad y también falta de higiene, representan a las pasiones humanas sin el control ni de la razón ni de la gracia, que por lo tanto ensucian al alma humana con el pecado, así como los animales, con su falta de higiene, ensucian el templo; los mercaderes, cambistas y vendedores de palomas, representan a los cristianos que, habiendo recibido el Bautismo y por lo tanto, habiendo sido convertidos sus cuerpos en templos del Espíritu Santo y sus corazones en altares de Jesús Eucaristía, ignorando por completo esta realidad, sea por ignorancia, por negligencia, por amor al dinero, o por todas estas cosas juntas, profanan los templos de sus cuerpos con el pecado, principalmente la avaricia, la idolatría y la lujuria, permitiendo que sus cuerpos y almas, en vez de estar dedicados y consagrados a Dios, como por ejemplo la oración, sean refugio de pasiones y también de demonios.

“Han convertido la Casa de mi Padre en una cueva de ladrones”. Debemos prestar mucha atención a esta escena evangélica, porque cuando preferimos las actividades mundanas antes que la oración y el silencio, estamos cometiendo el mismo error que los mercaderes del templo, convirtiéndonos así en objeto de la Justa Ira Divina. Al recibir el Bautismo, hemos sido convertidos en templos de Dios y nuestros corazones en altares de Jesús Eucaristía. No nos olvidemos de esta realidad, para no ser destinatarios de la Ira Divina.

 

jueves, 12 de noviembre de 2020

“Ustedes han convertido Mi Casa en cueva de ladrones”

 


“Ustedes han convertido Mi Casa en cueva de ladrones” (cfr. Lc 19, 45-48). Jesús expulsa a los mercaderes del templo, acusándolos de haber convertido “Su” casa, en “cueva de ladrones”. Si observamos bien, no se trata de un exceso de celo por parte de un profeta o un hombre de bien, que ante la conversión del Templo en una feria, reacciona con exceso. De ninguna manera es un hombre santo el que expulsa a los mercaderes del Templo: es Dios en Persona quien lo hace y esto se deduce de las palabras de Jesús: “Mi Casa”. Es decir, Jesús no dice que el Templo sea la Casa de Dios, sino que, al citar la Escritura, se la aplica a Sí mismo y por eso lo que dice es que el Templo es “Su Casa”, porque Él es el Dueño del Templo de Dios, porque Jesús Es Dios. Entonces, en la expulsión de los mercaderes, no sólo hay una afirmación de que el Templo de Dios es Casa de oración y no de comercio, sino que hay una afirmación, implícita, de parte de Jesús, de que Él es Dios en Persona; de otro modo, no habría dicho “Mi Casa”, sino que habría dicho “la Casa de Dios”.

Los sacerdotes y escribas, habían permitido que los mercaderes se apoderaran del Templo y lo convirtieran en un mercado, en donde se vendían animales y se intercambiaban mercaderías y dinero. Al expulsarlos, Jesús devuelve, al Templo, su función única y original, que es la de ser “Casa de oración”.

Otro elemento que debemos ver en esta escena del Evangelio, es que está representada, en el Templo convertido en mercado, el alma con sus pasiones: en efecto, el alma ha sido creada para ser convertida, por el Bautismo, en Templo del Espíritu Santo, pero cuando el alma vive en pecado, el alma deja de cumplir su función de ser Templo del Espíritu Santo, para ser refugio de demonios, desde el momento en que no pueden convivir, en el alma, la santidad de Dios, con la malicia del pecado. Y sin la Presencia de Dios por la gracia, el alma se convierte en refugio de demonios y es dominada por las pasiones, simbolizadas estas por las bestias irracionales –lujuria- , por los cambistas de dinero –avaricia- y por los vendedores de mercancía –apego  a los bienes terrenales-.

“Ustedes han convertido Mi Casa en cueva de ladrones”. No permitamos que nuestra alma, convertida en Templo de Dios por el Bautismo, se convierta en “cueva de ladrones” y refugio de demonios; para ello, hagamos el propósito de evitar el pecado y de vivir en gracia de Dios.

viernes, 27 de mayo de 2016

“No hagáis de la Casa de mi Padre una casa de mercado”


“No hagáis de la Casa de mi Padre una casa de mercado” (Mc 11, 11-26). Jesús expulsa a los mercaderes del templo, movido por una más que justa indignación e ira, y lo hace de modo intempestivo: “Jesús entró en el Templo y comenzó a echar a los que vendían y compraban en él. Derribó las mesas de los cambistas y los puestos de los vendedores de palomas, y prohibió que transportaran cargas por el Templo”. La razón de su ira santa queda expuesta en sus propias palabras: “¿Acaso no está escrito: Mi Casa será llamada Casa de oración para todas las naciones? Pero ustedes la han convertido en una cueva de ladrones”. Y en el Evangelio de Juan dice: “Quitad esto de aquí. No hagáis de la Casa de mi Padre una casa de mercado” (2, 13-25). Con su actitud y sus palabras, Jesús revela que Él es el Hijo de Dios, pues lo llama “mi Padre”, y es Dios como el Padre, puesto que llama al templo “mi Casa” y “Casa de mi Padre”. Queda así revelada su condición divina y la razón que justifica ampliamente su ira: a la Casa de Dios se va a orar, pero la han convertido en “mercado”, lo cual, además de constituir la compra-venta una acción extemporánea, por cuanto está fuera de lugar, ya que no es el lugar indicado para hacerlo, ofende a Dios porque expresa, en quien lo hace, la primacía del dinero por encima del amor debido a Dios.
Jesús actúa, por lo tanto, con toda justicia, desalojando a quienes, a sabiendas, han profanado “su Casa” y “Casa de su Padre”. Pero además del hecho real con su significación directa, hay un sentido figurado, puesto que cada elemento de la escena evangélica corresponde a una realidad sobrenatural: el templo representa el cuerpo y el alma del cristiano que, por la gracia, se convierte en “templo de Dios” y que, por el pecado, desplaza a Dios de su altar, el corazón, para entronizar algún ídolo, sea el dinero o algún amor profano y mundano; los animales irracionales –con la falta de higiene y la irracionalidad- representan, a su vez, a las pasiones que, sin el control de la razón y de la gracia, contribuyen a profanar el cuerpo y el alma del cristiano, “templo de Dios”; los cambistas con sus mesas de dinero, por último, representan a los cristianos que, seducidos por los bienes materiales, desplazan a Dios de sus corazones, emplazando en su lugar al dinero y sirviendo a Satanás, su dueño.

“No hagáis de la Casa de mi Padre una casa de mercado”. La advertencia de Jesús no es solo para los fariseos, sino sobre todo para nosotros. Estemos atentos, entonces, para no profanar el cuerpo y el alma, puesto que desde el Bautismo, han sido convertidos en templos de Dios, en donde inhabita el Espíritu Santo y en cuyo altar, que es el corazón, sólo debe ser adorado Jesús Eucaristía.

jueves, 22 de noviembre de 2012

“Habéis convertido mi casa de oración en una cueva de ladrones”


  
“Habéis convertido mi casa de oración en una cueva de ladrones” (Lc 19, 45-48). La ira de Jesús se desata cuando comprueba la profanación del templo que supone la presencia de vendedores en él. Como bien dice Jesús, el templo es “casa de oración”, y ellos la han convertido en “cueva de ladrones”. Pero hay algo que llama la atención, y es que Jesús se atribuye la condición de dueño del templo, porque dice: “Habéis convertido mi casa de oración en una cueva de ladrones”.
         No se trata de un exceso de celo de un maestro religioso hebreo, que en un exceso de moralidad, trata de poner orden en el templo del Pueblo Elegido. Mucho más que eso, Jesús es el verdadero, real, y único Dueño del templo, puesto que Él es el Dios al cual el templo está dedicado. Sin Él, ni el templo, ni los sacerdotes, ni los fieles, tienen razón de ser; es por esto que su indignación e ira están más que justificadas, pues el Pueblo Elegido ha pervertido el uso original, único y exclusivo del templo, que es la oración y la adoración al Dios Viviente.
         Pero esta indignación de Jesús no se limita solamente a los vendedores y cambistas de su tiempo, sino a los cristianos que profanan sus cuerpos con modas, música y costumbres escandalosas. El motivo es que la presencia de vendedores de palomas y bueyes, y la presencia de cambistas, presencia extemporánea ya que nada tiene que ver con la realidad del templo, tiene además un sentido figurado de realidades sobrenaturales: son una representación de los ídolos a los cuales los cristianos adoran, desplazando a Cristo de sus corazones y poniéndolos a estos en su lugar.
         Esto es así porque Cristo ha convertido, a cada cristiano, en el día de su bautismo, en un templo consagrado a Dios y a su Espíritu, y por esta misma gracia, ha convertido sus corazones en altares, sagrarios y custodias en donde alojarse Él en su Presencia sacramental. Es por esto que San Pablo dice: “El cuerpo es templo del Espíritu Santo” (1 Cor 6, 19). Y si el cuerpo es templo del Espíritu Santo, el corazón es altar y sagrario de Jesús Eucaristía. El cristiano no tiene otra misión ni otra razón de ser en esta vida terrena, que ser templo del Espíritu y sagrario de Jesús Eucaristía. Si su cuerpo es profanado, profana a la Persona del Espíritu Santo, a quien su cuerpo había sido consagrado el día del bautismo; si su corazón es profanado, con amores y deseos impuros, carnales, codiciosos, lascivos, vengativos, profana a Jesús, para quien ese corazón había sido consagrado como altar y sagrario suyo.
         Cuando se ven la multitud inmensa de jóvenes que profanan sus cuerpos con modas escandalosas; cuando en sus corazones resuena música indigna e indecente no ya de un cristiano sino de un ser humano, como la música cumbia, la música rock, especialmente el rock “heavy” o pesado, explícitamente satánico; cuando se ve que generaciones enteras son introducidas en el ocultismo y la brujería por sagas de películas esotéricas que pasan por “aptas para todo público”; cuando la gran mayoría de los jóvenes prefiere empapar sus cerebros en alcohol en la llamada “previa”, llenando de alcohol sus cuerpos, que son templos del Espíritu Santo; cuando esos mismos jóvenes saturan sus corazones con imágenes pornográficas, pensamientos lascivos, deseos lascivos, que hacen honor a Asmodeo, el demonio de la lujuria; cuando se piensa que a los adultos les importan más sus intereses y diversiones terrenas antes que Jesús Eucaristía, y así abandonan la misa dominical, dando pésimo ejemplo a sus hijos; cuando se piensa que los cristianos, la gran mayoría, han profanado sus cuerpos, que habían sido consagrados como templos del Espíritu, y en sus corazones, convertidos en altares de Dios para que Jesús Eucaristía sea allí adorado, está ocupado por ídolos de todos los tamaños, nombres y colores, se comprende la ira de Jesús, que no puede tolerar tamaña profanación. A estos cristianos, Jesús también les dice: “Habéis convertido mi casa de oración en una cueva de ladrones”. Guardémonos muy bien de cometer el mismo error, para no ser destinatarios de la justa ira de un Dios, cansado de tanta malicia que sale del corazón humano, y tomemos la decisión de vivir en gracia, de modo que nuestro cuerpo sea verdaderamente templo del Espíritu, y nuestro corazón, altar, sagrario y custodia de Jesús Eucaristía, y que en ese templo se escuche, no la música mundana, sino cantos de alabanza y gloria al Cordero de Dios.