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sábado, 17 de agosto de 2024

"El que coma de este pan vivirá eternamente"

 


(Domingo XX - TO - Ciclo B - 2024)

“Mi carne es verdadera comida, y mi sangre verdadera bebida (…) Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron sus padres y murieron. El que coma de este pan vivirá eternamente” (Jn 6, 51-58). Jesús vuelve a realizar a realizar la revelación de que Él es “Pan vivo bajado del cielo, que da la vida eterna” y que, en consecuencia, quien coma de este pan, “da la vida eterna” y “vivirá eternamente”. Esto nos lleva a preguntarnos qué es la vida eterna, ya que no tenemos experiencia de la vida eterna. Para darnos una idea de la misma, podemos comenzar con algo de lo que sí tenemos experiencia y es con la vida natural, terrena, temporal.

En la vida que vivimos todos los días, la vida que comenzamos a vivir en el tiempo, desde que fuimos concebido en seno materno, en esa vida, la vida transcurre en el tiempo y en el espacio; se caracteriza por lo tanto por desplegarse en el tiempo y en el espacio; es una vida, sí, pero imperfecta, desde el momento en el que, tanto por nuestra naturaleza humana, que es imperfecta, como por estar además contaminada, manchada, por el pecado original, no puede desplegarse en su plenitud y eso la convierte en una vida sumamente imperfecta. Esto quiere decir que los aspectos positivos de la vida, como por ejemplo, la vida misma, la felicidad, la alegría, la paz, la fortaleza, el amor, la prudencia, y toda clase de virtudes, que hacen a la plenitud de la vida, hacen que esta vida terrena no sea plena en acto, es decir, la vida terrena, sujeta ya sea al pecado original o a las tribulaciones o a las incertidumbres o a las infinitas posibilidades que se abren en el porvenir del acontecer diario, determinan que la vida terrena sea sumamente imperfecta, desde el momento en que ninguna de sus características positivas se pueda desarrollar en su plenitud, en ningún momento del tiempo terreno.

A esto se le suma que ningún alimento terreno, como por ejemplo el pan material, terrenal, compuesto por trigo, puede contribuir a mejorar esta situación, porque este pan, solo de manera análoga y muy lejana o superficial, se puede decir que nos da “vida” y esto en un sentido meramente corporal o terreno, porque lo único que puede hacer el pan terreno es impedir que muramos de inanición, prolongando la vida natural que ya poseemos, pero de ninguna manera concediéndonos una vida nueva y distinta a la que ya poseemos.

En cuanto a la vida terrena, la vida natural que cada uno de nosotros vive en el tiempo y en el espacio, es una vida sumamente imperfecta, porque si bien hay momentos buenos, como por ejemplo de alegría, de fortaleza, de templanza, de calma, de prosperidad, de justicia, de amor, de paz, estos se ven empañados, ya sea porque no se viven en su plenitud máxima, ya sea porque se le oponen momentos de tribulación opuestos. Por ejemplo, si hay alguna alegría, esta alegría es pasajera, nunca es total, perfectísima y siempre se acompaña de algún hecho o acontecimiento que la empaña; si hay algún momento de fortaleza espiritual, este momento también es imperfecto, porque se acompaña de algún hecho que demuestra nuestra debilidad por alguna situación, que demuestra que nuestra fortaleza no se despliega en su totalidad y así con cada una de las características de la vida terrena.

Con relación al pan terreno, material, ya lo dijimos previamente: solo por analogía podemos decir que concede “vida”, en el sentido de que impide la muerte por inanición, al concedernos sus nutrientes que, por el proceso de la digestión, se incorporan a nuestro organismo y le impiden la autofagia celular, retrasando o posponiendo la muerte por inanición, concediendo además solamente una extensión o prolongación de la vida natural.

Algo muy diferente sucede con el Pan de Vida eterna que concede Jesús, porque la Vida eterna es completamente distinta a la vida natural que nosotros poseemos como seres humanos y porque la Vida eterna que concede el Pan de Vida eterna nada tiene que ver con la vida natural biológica que naturalmente poseemos los seres humanos.

¿En qué consiste la vida eterna?

En la posesión en acto de todas las perfecciones de la vida eterna y esto es lo que brevemente Trataremos de explicar qué significa. Ante todo, es eterna porque no solo es inmortal, imperecedera, sino porque es una emanación de la vida absolutamente eterna, sin principio ni fin, inmutable, de la divinidad[1], de la Santísima Trinidad. Esta vida es la fuente primera de toda vida; es indestructible, inmortal y despliega en un solo acto toda su riqueza, toda su perfección divina, celestial, sobrenatural, sin sombra alguna de imperfección, a diferencia de la vida del espíritu creado, que, por desarrollarse en el tiempo, no puede desplegar en un solo acto toda su riqueza, sino que debe hacerlo en el cambio continuo de diversos actos[2]. Es esta vida eterna la que el Hijo de Dios nos comunica de un modo sobrenatural nos comunica, de un modo sobrenatural, a través de la Sagrada Eucaristía, primero en germen mientras vivimos en la vida terrena, y luego en plenitud cuando morimos a la vida terrena y comenzamos a vivir en la vida del Reino de los cielos. Es decir, toda la perfección de la vida eterna, propia del Ser divino trinitario, está contenida en la Sagrada Eucaristía y se nos da en anticipo en la Sagrada Eucaristía. Cuando el espíritu creado vive con la vida eterna, vive en Dios y su vida es de carácter divino; todo se concentra en Dios y en torno a Dios; todo cuanto conoce y ama el espíritu lo conoce y ama en Dios y mediante Dios. Cuando está en la tierra, cuando vive con su vida natural, se dirige a Dios por diversos caminos, girando en torno a Dios de forma incesante, como lo hacen los planetas en torno al sol, mientras que en la vida eterna está en ese Sol, que es Dios, por así decirlo, con un reposo inmutable, abarcando en el solo acto del conocimiento y del amor de Dios todo cuanto en la vida natural debía hacerlo por medio de diversos y múltiples actos. En Dios y con Dios el espíritu vive con la vida verdaderamente divina, eterna, perfectísima, que brota de Dios y que hace que el espíritu se una a Dios como una sola cosa con Él y hace que su vida sea una sola con la vida de Dios, que es vida eterna y es esta vida eterna la que el Hijo de Dios Jesucristo nos comunica cuando dice: “El que coma de este Pan que Yo daré tendrá Vida Eterna”. A diferencia de la vida terrena, en la que las perfecciones se desarrollan en actos discontinuos y son interrumpidos por los aconteceres del tiempo, como por ejemplo las tribulaciones -una alegría es interrumpida por el infortunio, por ejemplo-, en la vida eterna no sucede así, porque por un lado, no hay más infortunios, sino solo alegría y por otro lado, esa alegría se despliega en toda su plenitud, en toda su infinitud divina y es para siempre y así sucede con todo lo demás que caracteriza a la vida terrena. Y en cuanto a la diferencia entre el pan terreno y el Pan de Vida eterna vemos que, si el pan terreno impide que muramos de inanición, conservándonos en la vida corporal al alimentarnos con la substancia del pan, hecha de trigo, el Pan de Vida eterna, compuesto por la substancia divina de la Carne del Cordero de Dios, asada en el Fuego del Espíritu Santo, alimenta nuestras almas con la substancia misma de la naturaleza divina de la Trinidad, nutriéndonos con el alimento de los ángeles, el Pan Vivo bajado de los cielos, la Carne del Cordero de Dios, el Vino de la Alianza Nueva y Eterna, la Sagrada Eucaristía, el Maná bajado del cielo, que concede la Vida Eterna de la Trinidad a quien consume este Pan del Altar en gracia, con Fe, con Piedad, con Devoción y sobre todo con celestial Amor.



[1] Cfr. Matthias Joseph Scheeben, Los misterios del cristianismo, Ediciones Herder, Barcelona 1956, 708.

[2] Cfr. Scheeben, ibidem, 708.


viernes, 10 de agosto de 2018

“El pan que Yo daré es mi carne para la vida del mundo”



(Domingo XIX - TO - Ciclo B – 2018)

“El pan que Yo daré es mi carne para la vida del mundo” (Jn 6, 41-51). Cuando Jesús hace esta afirmación a los judíos –“El pan que Yo daré es mi carne para la vida del mundo”-, estos se escandalizan y no dan crédito a sus palabras: “¿Cómo puede este hombre darnos a comer su carne?”. Se escandalizan porque miran las cosas con la sola luz de la razón natural, sin fe y sin comprender que Jesús se refiere a su Cuerpo como habiendo pasado ya por su misterio pascual de muerte y resurrección. Cuando Jesús dice que el pan que Él dará es su carne para la vida del mundo, está diciendo, por un lado, que Él y no el maná que recibieron los israelitas en el desierto, es el verdadero y único Maná bajado del cielo, pero además les está diciendo, literalmente, que es su Cuerpo el que es ese Pan que es Carne y que da la vida eterna. Los judíos se escandalizan porque piensan lo que Jesús les propone algo así como un acto de antropofagia, porque interpretan sus palabras con la sola luz de la razón natural.
Todavía más se escandalizan cuando les afirma acerca de su procedencia del seno del Padre: “Los judíos murmuraban de él, porque había dicho: “Yo soy el Pan bajado del cielo”. Jesús les afirma que Él es Pan y que ha bajado del cielo, que alimenta con la Vida eterna a quienes se unan a Él. Pero nuevamente los judíos se escandalizan acerca del origen divino auto-revelado por Jesús, porque lo ven con ojos puramente humanos y creen que Jesús es hijo natural del matrimonio meramente legal entre San José y la Virgen: “Y decían: “¿Acaso este no es Jesús, el hijo de José? Nosotros conocemos a su padre y a su madre. ¿Cómo puede decir ahora: 'Yo he bajado del cielo'?”. Nuevamente desconfían porque racionalizan las palabras de Jesús: lo han visto crecer en el pueblo entre ellos; ellos son sus vecinos, conocen a sus padres, José y María y ahora Jesús les dice que viene del cielo. No pueden entender las palabras de Jesús porque todo lo reducen a los estrechos límites de su razón humana.
Para sacarlos de su incredulidad y confusión, es que Jesús les revela que, para que alguien pueda creer en Él como Pan Vivo bajado del cielo y como el que da de su Carne para la vida del mundo, es que debe ser atraído por el Padre, por el  Espíritu del Padre, el Espíritu Santo: “Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me envió; y yo lo resucitaré en el último día”. Los judíos no pueden entender sus palabras porque no tienen al Espíritu Santo en ellos y por eso mismo, toman las palabras de Jesús materialmente, porque no pueden, de ninguna manera, dimensionar la portada sobrenatural de sus revelaciones. Creen que Jesús los invita a una especie de antropofagia cuando les dice que deben comer de su Cuerpo para entrar en el Reino y creen también que Jesús ha perdido la razón cuando afirma que Él ha bajado del cielo, cuando todos pueden dar testimonio de que es un vecino más entre tantos, pues ha crecido entre ellos, en su mismo pueblo. No pueden vislumbrar la Persona Segunda de la Trinidad que está oculta en la naturaleza humana de Jesús, porque carecen del Espíritu Santo.
Sin hacer caso a su falso escándalo y a su incredulidad, Jesús profundiza su discurso y su auto-revelación como Pan Vivo bajado del cielo y como Verdadero y Único Maná bajado del cielo, que da la vida eterna a quien se une a Él por la comunión eucarística en gracia, con fe y con amor. Dice así Jesús: “Yo soy el pan de Vida. Sus padres, en el desierto, comieron el maná y murieron. Pero este es el pan que desciende del cielo, para que aquel que lo coma no muera. Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo”.
Jesús profundiza su auto-revelación como Dios Hijo que ha venido al mundo enviado por el Padre para donarse como Pan Vivo bajado del cielo y donar la vida eterna a quien crea en Él y se una a Él por la fe y por el amor: “Yo Soy el Pan de Vida (…) Yo Soy el Pan Vivo bajado del cielo. El que coma de esta Pan vivirá eternamente y el Pan que Yo daré es mi Carne para la vida del mundo”. La Eucaristía es el cumplimiento de las palabras de Jesús porque la Eucaristía es Jesús, vivo, glorioso, resucitado; la Eucaristía es algo que parece pan sin vida a los ojos del cuerpo, pero es un Pan que está Vivo porque el que está en Él es el Dios Viviente; la Eucaristía es Jesús, Vida Increada, Vida divina, infinita, eterna, que comunica de su vida divina a quien se une a Él sacramentalmente, por la comunión eucarística, en estado de gracia, con amor, adoración y fe. La Eucaristía es un Pan que parece pan pero que en realidad es la Carne del Cordero de Dios; es la Carne santa del Cordero tres veces santo, que con su luz divina ilumina la Jerusalén celestial e ilumina también las tinieblas del alma que a Él se une por la comunión.
“¿Cómo puede este hombre darnos a comer su carne? ¿No vive acaso entre nosotros; sus padres no son José y María y no creció Él en nuestro mismo pueblo? ¿Cómo puede decir que viene del cielo”.
La incredulidad de los hebreos se repite, lamentablemente, entre los católicos de hoy. ¿No pasa acaso lo mismo con nosotros y la Eucaristía? ¿No es que, en el fondo, desconfiamos de las palabras de la Iglesia pronunciadas por el sacerdote en la consagración y no podemos creer que un pan y un poco de vino se conviertan en el Cuerpo y la Sangre de Jesús? ¿No decimos también nosotros, con nuestro comportamiento anti-cristiano, que la Eucaristía no puede venir del cielo, que sabemos que la Eucaristía es sólo pan; que sabemos que la confeccionan las hermanas con trigo y agua, sin levadura?
Si verdaderamente creyéramos en las palabras de Jesús, repetidas por el sacerdote ministerial en cada consagración –“Esto es mi Cuerpo, Esta es mi Sangre”-, correríamos a postrarnos ante la Eucaristía y daríamos verdadero testimonio de vida cristiana, viviendo la caridad cristiana a cada momento y con todo prójimo. Pidamos que el Espíritu Santo ilumine nuestra ceguera y podamos contemplar en la Eucaristía, con los ojos del alma iluminados por la luz de la fe, a Jesús, Pan de Vida eterna y demos testimonio de lo que creemos con obras de piedad y misericordia.

miércoles, 7 de enero de 2015

“Tomó los cinco panes y los dos pescados, y levantando los ojos al cielo, pronunció la bendición (…) Todos comieron hasta saciarse”


“Tomó los cinco panes y los dos pescados, y levantando los ojos al cielo, pronunció la bendición (…) Todos comieron hasta saciarse” (Mc 6, 34-44). Jesús multiplica panes y pescados y con ellos da de comer a una multitud. El milagro, realizado con su omnipotencia divina, tiene un claro objetivo inmediato, y es el saciar el hambre corporal de la multitud y a pesar de la espectacularidad de su ejecución, no trasciende el plano físico y temporal. Jesús, el Hombre-Dios, utiliza su poder divino para crear, de la nada, las substancias inertes de los panes y los peces; utiliza su poder creador, el mismo con el cual creó el mundo, para crear los átomos y las moléculas constitutivas de los panes y los peces, para aumentar la cantidad de estos, de manera tal que alcancen y sobren para satisfacer el hambre corporal de la multitud. A pesar de lo maravilloso que supone el prodigio de la creación y la multiplicación de la materia, el milagro de la multiplicación de panes y peces, por un lado, no significa nada para la omnipotencia de un Dios como Jesucristo; por otro lado, el milagro, espectacular en sí mismo, como decimos, con todo, no trasciende el plano físico y temporal, puesto que la intención de Jesús no es otra que la de saciar el hambre de esas personas en ese momento determinado de la historia.
Es muy importante valorar la dimensión y el alcance de este asombroso milagro –valga la redundancia, porque todo milagro es asombroso-, porque muchos pretenden ver, en la multiplicación de panes y peces y en la consecuente satisfacción corporal del hambre de la multitud, una prefiguración de la misión de la Iglesia, que sería la de dar de comer a los hambrientos corporales. Es decir, basándose en este pasaje evangélico, muchos sostienen que la misión de la Iglesia es meramente terrenal y material, limitada a Cáritas –que termina siendo acción social-: así, la misión de la Iglesia se reduce a predicar un mensaje de conversión meramente moral y a administrar comedores y hogares, mientras que la Iglesia misma se reduce, de Esposa de Cristo y su Cuerpo Místico, a una inmensa ONG que solo busca paliar el hambre de los más desprotegidos.
Es verdad que la Iglesia en general y los bautizados en particular, deben practicar las obras de misericordia, y que dentro de estas, se encuentran las obras de misericordia corporales, y que dentro de estas, una de las principales, es la de dar de comer a los hambrientos; pero la misión central de la Iglesia no es la de terminar con el hambre corporal de la humanidad; la misión de la Iglesia es terminar con el hambre, sí, pero con el hambre espiritual, que es hambre de Dios, que tiene la humanidad, y este hambre se sacia solo con un Pan, un “Pan bajado del cielo” (cfr. Jn 6, 51-58), la Eucaristía.
El milagro de la multiplicación de los panes y peces tiene, entonces, un objetivo inmediato, que es el de satisfacer el hambre corporal de la multitud, y por eso se desarrolla en un plano meramente físico y material, ya que lo que el Hombre-Dios multiplica es la materia corpórea e inerte de los panes y los peces. Sin embargo, podemos decir que sí tiene un objetivo oculto, a largo plazo, que va más allá de lo inmediato, y es el de prefigurar y anticipar otro milagro, por el cual el Hombre-Dios multiplicará no la carne inerte, del pez, ni la substancia sin vida, del pan, sino la Carne viva, gloriosa y resucitada del Cordero de Dios y el Pan de Vida eterna, la Eucaristía.  
En la Iglesia, y por el misterio litúrgico de la Santa Misa, Jesucristo renueva para nosotros, cada vez, un milagro que supera infinitamente el milagro de los panes y peces, y es el milagro de la Transubstanciación, milagro por el cual las substancias inertes del pan y del vino se convierten en las substancias gloriosas de su Cuerpo, su Sangre, Su Alma y su Divinidad, contenidas estas substancias en el Maná Verdadero, el Pan Vivo bajado del cielo, la Eucaristía, para que cuando nos alimentemos de él, recibamos la totalidad sin límites del Amor eterno contenido en su Sagrado Corazón Eucarístico.

“Tomó los cinco panes y los dos pescados, y levantando los ojos al cielo, pronunció la bendición (…) Todos comieron hasta saciarse”. En la Santa Misa, por intermedio del sacerdote ministerial, Jesús toma el pan y el vino, levanta los ojos al cielo, pronuncia la fórmula de la consagración, convierte el pan y el vino en su Cuerpo Sacramentado y nos lo da de alimento, obrando un prodigio que supera infinitamente la multiplicación narrada en el Evangelio. A nosotros, no nos alimenta con la substancia muerta del pan y del pescado, sino con la substancia viva, gloriosa y resucitada de la Carne del Cordero y del Pan de Vida eterna, y como este Pan es Él en Persona, que es Dios y es Amor infinito, quien consume de este Pan celestial, “come hasta quedar saciado” del Amor divino en él contenido. Ésta es la misión primera y última de la Iglesia: saciar el hambre del Amor de Dios que tiene la humanidad, y para eso es que la Iglesia renueva el prodigio de la multiplicación del Cuerpo Sacramentado del Señor, en cada Santa Misa.

domingo, 12 de agosto de 2012

Jesús en la Eucaristía es el verdadero Pan bajado del cielo



(Domingo XIX – TO – Ciclo B – 2012)
         “Los judíos murmuraban de Él porque había dicho: “Yo Soy el Pan bajado del cielo. Y decían: “¿Acaso no es Jesús, el hijo de José, el carpintero? (…) ¿Cómo puede decirnos ahora: “Yo he bajado del cielo”?
         Quienes escuchan a Jesús se muestran incrédulos frente a sus palabras: Jesús les había dicho que Él y no el maná que los israelitas habían recibido en el desierto, era el verdadero Pan bajado del cielo. Los judíos no pueden entender sus palabras, porque por un lado, conocen su historia sagrada, y recuerdan el episodio del maná en el desierto, y les parece absurdo que un hombre les diga que Él es el verdadero pan bajado del cielo, con lo cual parece contradecir a sus antepasados; por otro lado, ven en Jesús a un hombre más, a un vecino del pueblo, al “hijo de José, el carpintero”, y no pueden comprender de qué manera ese hombre común, ese “hijo del carpintero”, cuyos padres son conocidos en el pueblo, haya “bajado del cielo”: si ellos conocen a sus padres, se preguntan, ¿cómo puede decir que ha bajado del cielo?
         Y sin embargo, Jesús es el verdadero Pan bajado del cielo, el verdadero Maná celestial, cuya consumición comunica la vida eterna, y ha venido del cielo, porque Él es Dios Hijo, generado eternamente en el seno del Padre, y encarnado en el tiempo para en el seno de la Virgen Madre para comunicar a los hombres el Espíritu divino, el Espíritu Santo.
La mala interpretación, la ignorancia acerca del origen real de Jesús, la sospecha, llevan a quienes escuchan a Jesús, a murmurar y a no dar crédito a sus palabras: “¿Acaso no es Jesús, el hijo de José, el carpintero? (…) ¿Cómo puede decirnos ahora: “Yo he bajado del cielo”?
La murmuración no es nunca un acto virtuoso; por el contrario, es un acto que refleja malicia, ya que no hay una búsqueda sincera da la verdad, sino el rechazo de esta y el regocijo perverso que surge de atribuir el mal al otro. La murmuración es siempre maligna, porque siembra la desconfianza y la duda en las buenas intenciones del prójimo. Con toda probabilidad, es de estas murmuraciones, producto de la malicia de quien no quiere averiguar la verdad, de donde salieron varios de los testigos falsos que luego testimoniaron en contra de Jesús, en el juicio inicuo que lo llevó a su condena a muerte. Este es el resultado de la murmuración que se convierte en calumnia: la muerte del inocente.
Es por eso que el cristiano no debe murmurar, es decir, hablar mal del prójimo atribuyéndole mala intención, sino que debe, por el contrario, ejercer la caridad, esforzándose por pensar y hablar bien del prójimo, justificándolo en su intención.
Sin embargo, no es la murmuración lo que Jesús les reprocha principalmente –“No murmuren entre ustedes”, les dice Jesús-; Jesús les reprocha su incredulidad, porque se escandalizan de sus palabras, y no debían hacerlo, porque los signos y milagros que Jesús hizo delante de sus ojos –resucitar muertos, curar enfermos, multiplicar panes y peces, expulsar demonios-, eran suficientes para atestiguar su condición divina, con lo cual sus palabras quedan atestiguadas por sus obras. Por eso Jesús dice: “Si no me creéis a Mí, creed al menos por mis obras”.
Pero el murmurador, ciego ante la Verdad que se le manifiesta con signos y milagros, en vez de abrir su corazón a la luz de la Verdad, prefiere cerrar los ojos y vivir en la oscuridad y en la ceguera, con lo cual la murmuración se convierte luego en calumnia. Es lo que le sucederá a Jesús, en el juicio inicuo: los falsos testigos se basan en los murmuradores, para atestiguar falsamente y lograr su condena a muerte.
Más allá de enseñarnos lo negativo de la murmuración –que finaliza en calumnia y en grave daño para el prójimo-, el pasaje del Evangelio nos hace ver la realidad de Jesucristo como Pan de Vida eterna bajado del cielo, que comunica la vida eterna a quien se une a Él por la comunión eucarística, con fe y con amor.
Yahveh, en el desierto, como muestra de su amor de predilección por los judíos, el Pueblo Elegido, les hizo llover el maná, llamado pan bajado del cielo, porque su origen era milagroso y celestial; sin embargo, no era el definitivo y verdadero, porque quienes comieron de ese pan, luego murieron. Es Jesús el verdadero Pan bajado del cielo, que alimenta con un manjar exquisito, la substancia misma de Dios Trinidad, a quien lo consume, y de la misma manera a como los israelitas, alimentados por el pan, pudieron atravesar el desierto, venciendo el calor del mediodía y el frío de la noche, y pudieron, con las fuerzas que le daba ese pan, hacer frente a las alimañas del desierto, las arañas y los escorpiones, para llegar sanos y salvos a Jerusalén, la Tierra Prometida, así también Dios Padre da, al Nuevo Pueblo Elegido, la Iglesia Católica, el verdadero Pan bajado del cielo, el Maná celestial, la Eucaristía, para que quien lo coma, sea alimentado con la misma substancia divina, fortalecido, pueda atravesar el desierto de la vida terrena, venciendo al ardor de las pasiones mundanas, al frío de la corazón sin amor, y a las alimañas espirituales, los ángeles caídos, y llegar sano y salvo a la Jerusalén celestial, la feliz contemplación en la eternidad de la Santísima Trinidad.