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domingo, 9 de septiembre de 2012

“Los fariseos observaban a Jesús para ver si curaba en sábado, porque querían encontrar algo de qué acusarlo”




“Los fariseos observaban a Jesús para ver si curaba en sábado, porque querían encontrar algo de qué acusarlo” (cfr. Lc 6, 6-11). Además del milagro de la curación de la mano paralizada de un hombre enfermo, realizado por Jesús, en el Evangelio quedan de manifiesto la malicia, la hipocresía, la falsedad, y la contumacia de quienes se llaman a sí mismos “religiosos practicantes”, es decir, los fariseos.
Según el Evangelio, los fariseos, que están dentro de la sinagoga al momento de entrar Jesús, se ponen a “observarlo atentamente” en sus movimientos, pero no para maravillarse por su milagro, ni para agradecerle por su gran compasión para con un hombre enfermo, sino para “encontrar algo de qué acusarlo”. Que no les interesara en lo más mínimo la compasión y la misericordia que demuestra Jesús, se pone de manifiesto cuando, luego de curar la mano del hombre, en vez de alegrarse, “se enfurecen”, dedicándose a tramar algo para poder atraparlo.
El episodio pone al descubierto el error farisaico: se ocupan de lo exterior de la religión –ocupan puestos, hacen cosas para el templo, están en el templo todo el día-, pero se olvidan, como les dice Jesús, de lo “esencial de la religión”: la compasión, la caridad, la misericordia.
El problema de los fariseos no es el hecho de que sean religiosos, sino que, mientras aparentan ser religiosos, pues no sólo están todo el día en el templo, sino que dedican su vida a la religión, niegan con sus hechos aquello que dicen profesar en sus corazones. Si hubieran sido verdaderamente religiosos, se habrían alegrado del bien de su hermano, el hombre de la mano paralizada, porque recibió un milagro asombroso de parte de Jesús y sobre todo porque recibió su misericordia. Pero como eran religiosos falsos, hipócritas y mentirosos, no sólo no se alegran, sino que “se enfurecen” contra Jesús.
La ley mosaica prescribía el amor a Dios y al prójimo, pero los fariseos, con su cumplimiento meramente extrínseco de la religión, ni aman a Dios ni aman al prójimo, toda vez que se consideran superiores al prójimo, despreciándolo y atribuyéndole maldad, creyéndose ser al mismo tiempo “puros” y “santos” por el solo hecho de pertenecer a una sociedad religiosa, y por el solo hecho de estar en el templo y de ocupar lugares de responsabilidad.
El cristiano debe estar muy atento para no enfermar su alma con este cáncer espiritual que es el fariseísmo, ya que es fariseo de hecho, a los ojos de Dios, toda vez que, asistiendo a Misa regularmente, comulgando diariamente, prestando servicios en la Iglesia en alguna institución, e incluso siendo consagrado, en vez de luchar contra su soberbia para reflejar al prójimo el amor misericordioso de Jesús, usa la religión como máscara que oculta su propio corazón, soberbio, duro, hueco, incapaz de perdonar y de pedir perdón, vacío de humildad, de amor cristiano y de compasión.

domingo, 26 de agosto de 2012

¡Ay de ustedes fariseos, hipócritas, ciegos, insensatos!



“Ay de ustedes fariseos, hipócritas, ciegos, insensatos” (cfr. Mt 23, 13-22). En este pasaje del Evangelio, Jesús se muestra particularmente molesto e irritado contra los fariseos, y da muestra de este enojo e irritación la sucesión de adjetivos con los que los califica: hipócritas, ciegos, insensatos. La dureza de su reproche se acentúa todavía más, cuando se considera que los fariseos eran individuos religiosos, que se jactaban precisamente del cumplimiento escrupuloso de las prescripciones legales, de su dedicación al Templo, y de su conocimiento de las Escrituras. Pero Jesús no les reprocha esta dedicación y este cumplimiento de normas, ni el conocimiento de las Escrituras: les reprocha la doblez de corazón –eso es lo que significa “hipócrita”-, pues mientras dicen orar a Dios, menosprecian a su prójimo; les reprocha su ceguera espiritual, porque aprecian más el oro y la ofrenda del altar, antes que a Dios, por quien el oro y la ofrenda tienen sentido; les reprocha su insensatez, porque cuando hacen algún prosélito, en vez de acercarlo al Dios verdadero, lo alejan de Él al enseñarle a ser hipócrita como ellos.
Como cristianos, no debemos pensar que el reproche de Jesús se limita a los fariseos y que a nosotros no nos llega, ya que también podemos caer en el mismo error farisaico: de hecho, somos fariseos cuando usamos la religión para aparecer ante los demás como buenos, mientras que en nuestro interior murmuramos contra el prójimo; somos fariseos cuando rezamos y cumplimos el precepto dominical, pero somos al mismo tiempo indiferentes a las necesidades materiales y espirituales de quienes sufren; somos fariseos cuando decimos amar a Dios pero atribuimos maldad a las intenciones de nuestro prójimo; somos fariseos cuando juzgamos a nuestros hermanos en Cristo por su apariencia y por lo que tienen, en vez de considerarlos “superiores a nosotros mismos” (cfr. Fil 2, 3), como lo pide San Pablo.
“Ay de ustedes fariseos, hipócritas, ciegos, insensatos”. Sólo la gracia santificante de los sacramentos previene y cura de ese cáncer espiritual que es el fariseísmo, ya que destruye a la hipocresía, al conceder al corazón el Amor mismo de Dios; cura la ceguera espiritual, iluminando los ojos del alma con la luz de la fe, y sana la insensatez, dando a la razón humana la Sabiduría divina.