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sábado, 16 de noviembre de 2013

“(Antes del fin) los perseguirán y encarcelarán (…) esto les sucederá para que puedan dar testimonio de Mí”


(Domingo XXXIII - TO - Ciclo C - 2013)
         “(Antes del fin) los perseguirán y encarcelarán (…) esto les sucederá para que puedan dar testimonio de Mí” (Lc 21, 5-19). Jesús nos advierte que, antes de su Segunda Venida, aquellos que en su Iglesia lo amen y crean en Él, en su misterio pascual de muerte y resurrección y en su Presencia eucarística, deberán sufrir una gran prueba y una gran tribulación: quienes lo amen y tengan fe en Él –la fe de la Santa Madre Iglesia, no la fe “humanizada” del progresismo-, serán perseguidos, encarcelados y llevados ante las autoridades, momento en el cual darán testimonio de Cristo, testimonio para el cual serán asistidos en Persona por el mismo Cristo y por el Espíritu Santo.
         Los tiempos previos a la Segunda Venida de Cristo serán tiempos de una gran oscuridad espiritual, puesto que la humanidad entera se encontrará inmersa en las tinieblas del error, del pecado y de la ignorancia como consecuencia de la apostasía de los cristianos que, habiendo rechazado la luz de Cristo, se habrán volcado al neo-paganismo, desorientando y desviando a los mismos paganos con su obrar errático y alejado de Dios y sus Mandamientos.
         El Catecismo advierte acerca del estado de las dos características centrales de los tiempos previos a la Segunda Venida de Jesucristo, esto es, la oscuridad espiritual y la persecución a quienes se mantengan fieles en la verdadera fe: “Antes del advenimiento de Cristo, la Iglesia deberá pasar por una prueba final que sacudirá la fe de numerosos creyentes. La persecución que acompaña a su peregrinación sobre la tierra desvelará el “misterio de iniquidad” bajo la forma de una impostura religiosa que proporcionará a los hombres una solución aparente a sus problemas mediante el precio de la apostasía de la verdad. La impostura religiosa suprema es la del Anticristo, es decir, la de un pseudo-mesianismo en que el hombre se glorifica a sí mismo colocándose en el lugar de Dios y de su Mesías venido en la carne”[1].
         La “prueba final” hará que muchos fieles abandonen la fe verdadera en Cristo como Hombre-Dios, para comenzar a creer en un falso Cristo, un Cristo humanizado, que defiende los derechos del hombre y no los derechos de Dios o, mejor dicho, que presenta a la anti-naturaleza como un derecho humano, a la par que silencia el derecho de Dios Trino de ser conocido, amado y adorado por todos los hombres debido a su inmensa majestad y debido a sus obras: la Creación de Dios Padre, la Redención de Dios Hijo, la Santificación obrada por Dios Espíritu Santo.
         Los seguidores del Anticristo –es decir, los seguidores del falso Cristo, del Cristo humanista y “humanizante”, que en pos de un falso humanismo propiciará la anulación de los Mandamientos de Dios para sustituirlos por los Mandamientos del Hombre, en donde todas las perversiones anti-naturales estarán justificadas, aprobadas y “bendecidas”- perseguirán a los que conserven la fe en el verdadero Cristo, el Hombre-Dios, y sus Mandamientos, los Mandamientos que con sus prohibiciones advierte al hombre acerca de aquello que le provoca desgracia y muerte –no tomarás el nombre de Dios en vano, no matarás, no cometerás actos impuros, no desearás la mujer de tu prójimo, no robarás, no levantarás falso testimonio ni mentirás-, al tiempo que con sus preceptos positivos, le indica el camino directo a su felicidad –amarás a Dios y al prójimo, santificarás las fiestas-. El Anticristo, levantando en alto las banderas de un falso humanismo y de una religión “alivianada” de tal manera en sus preceptos que permitirá toda clase de excesos y transgresiones morales, se convertirá a través de esta “impostura religiosa”, como lo dice el Catecismo, en un “pseudo mesías” que conducirá a los hombres a adorar al hombre en vez de adorar a Dios Trino y al verdadero Mesías, la Segunda Persona de la Trinidad encarnada.
         El clima espiritual reinante antes de la Venida de Cristo a juzgar el mundo será el de la oscuridad más absoluta, porque la gran mayoría de los bautizados habrá defeccionado en la fe, mientras el mundo no-cristiano, al no ver en los católicos la “luz del mundo” que lo  guíe en la oscuridad, estará sumido también en las tinieblas. En esta densa oscuridad brillarán como estrellas en la noche, como antorchas en la oscuridad, los católicos que, fieles a la gracia bautismal, perseveren en la fe de la Iglesia y confiesen que Jesucristo es Verdadero Dios y verdadero Hombre, y que es el Cordero de Dios que, inmolado de una vez y para siempre en el Santo Sacrificio de la Cruz en el Calvario, renueva de modo incruento ese mismo sacrificio en el Nuevo Monte Calvario, el altar eucarístico.
“(Antes del fin) los perseguirán y encarcelarán (…) esto les sucederá para que puedan dar testimonio de Mí”. No sabemos “ni el día ni la hora” de cuándo sucederán todas estas cosas y, aunque lo supiéramos, no tendría mayor importancia, puesto que lo realmente importante es vivir en estado de gracia, ya que es la gracia la que permite la participación en la vida trinitaria y por lo tanto el ser iluminados por el Espíritu Santo, condición absolutamente necesaria para perseverara hasta el fin en la fe verdadera de la Santa Madre Iglesia y en las buenas obras. Esta gracia hay que pedirla todos los días, hasta el día de la muerte.



[1] Catecismo de la Iglesia Católica, 675.

miércoles, 24 de abril de 2013

“El que crea se salvará, el que no crea se condenará”


“El que crea se salvará, el que no crea se condenará” (Mc 16, 1-20). Frente a Jesucristo y su Evangelio, no hay disyuntiva ni tintes intermedios: o se está con Él o contra Él; o se cree en Él, o no se cree en Él; o se salva quien cree en Él, o se condena quien no cree en Él. La razón de esta drástica separación y distinción es que Él ha sido enviado por Dios como el Único Salvador del mundo; fuera de Él, “no hay otro nombre en el que se encuentre la salvación” (cfr. Hch 4, 12).
Ahora bien, el problema está en que muchos sectarios toman este versículo y dicen creer en Cristo, pero en la práctica resulta un cristo falso, adaptado a la mentalidad, a los gustos e incluso a los caprichos personales de los fundadores de sectas. Incluso dentro de la Iglesia Católica puede suceder que se piensa que se “cree en Cristo”, pero en realidad se está creyendo en un Cristo imaginario, un Cristo construido a la medida de mi entendimiento y de mi gusto personal. Muchos católicos hacen lo mismo que Lutero: toman de Cristo Jesús lo que les conviene, y dejan de lado lo que no les conviene.
Así, creen en un Cristo que es pura misericordia, incapaz de juzgar y condenar el mal, sin justicia, con lo cual es en realidad un Cristo injusto, porque si no castiga y corrige el mal, es injusto; muchos creen en un Cristo moldeable y maleable, que puede adaptarse a cuanta corriente ideológica aparezca, y así es que muchos creen en un Cristo pobre que manda odiar a los ricos, como la Teología de la Liberación, o en un Cristo rico que manda enriquecerse materialmente a toda costa, como la falsa teología de la prosperidad, lo cual es radicalmente falso, porque Cristo nos manda a ser pobres y ricos a la vez: nos manda ser pobres con la pobreza de la Cruz, que es despojarnos de los bienes materiales que no nos conduzcan al cielo, y nos manda ser ricos con la riqueza de la Cruz, que es poseer el tesoro más grande de todos los tesoros del mundo, su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad. Otro Cristo radicalmente falso es el de la Nueva Era o Conspiración de Acuario: un Cristo que es la encarnación de Maitreya, o un Cristo que habita en un lejano planeta y se desplaza en naves espaciales. Así como estos, hay muchísimos otros ejemplos de falsos cristos que han sido inventados a lo largo de la historia por la imaginación y fantasía de los hombres, dentro y fuera de la Iglesia.
“El que crea se salvará, el que no crea se condenará”. “Creer en Cristo” implica creer no en cualquier Cristo, no en el Cristo revolucionario, en el Cristo de los pobres sin Dios que odian a los ricos, no en el Cristo de los ricos que odian a los pobres, no en el Cristo reformador y protestante, no en el Cristo cósmico y pagano de la Nueva Era; creer en Cristo implica creer en el Cristo del Credo de la Santa Iglesia Católica, que es el Cristo por quien dieron la vida los santos a lo largo de los siglos; es el Cristo que por el bautismo nos incorpora a su Cruz y muerte y a su gloria y resurrección, es el Cristo que nos manda negarnos a nosotros mismos todos los días y cargar la Cruz para seguirlo a Él camino del Calvario, único modo de llegar al Reino de los cielos; es el Cristo que conmovió el corazón de Zaqueo, por quien Zaqueo prometió devolver cuatro veces más a los que hubiera perjudicado: “Señor, ahora mismo voy a dar la mitad de mis bienes a los pobres, y si he perjudicado a alguien, le daré cuatro veces más” (Lc 19, 1-10); es el Cristo Cordero a quien adoran los ángeles y los santos en el cielo; es el Cristo Dios que está Presente con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad en la Eucaristía. Es en este Cristo y no otro, en el cual creemos y al cual amamos y adoramos en el tiempo, en su Presencia Eucarística, y al cual, por gracia y misericordia suya, amaremos y adoraremos en la eternidad en los cielos.