domingo, 29 de diciembre de 2019

Solemnidad de la Sagrada Familia


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(Ciclo C - 2019 - 2020)

         Al referirse a la familia humana y cristiana, los Padres de la Iglesia sostienen que ésta debe ser una “Iglesia doméstica” y como la Sagrada Familia de Nazareth es modelo de Iglesia doméstica, es que la Iglesia nos hace celebrar la Solemnidad de la Sagrada Familia en el primer Domingo después del Nacimiento de Jesús.
Como en toda unión esponsal, antes de que nazca el hijo, el matrimonio es unión de los esposos; cuando nace el hijo –en este caso, el Niño Dios-, el matrimonio se convierte en la familia y es lo que sucede con la Familia de Nazareth luego de Nochebuena. Desde este momento, la Sagrada Familia se convierte en modelo único e insuperable de santidad para toda familia católica y la razón es que en la Sagrada Familia todo es santo: lo humano se diviniza y lo divino se hace humano, sin dejar de ser divino. En la Sagrada Familia, todo es santo porque todo gira en torno al Hijo de esta Familia, Jesús de Nazareth: Él es Dios Uno y Trino y en cuanto tal, es su centro, su culmen, su punto de partida y su punto de llegada; Jesús es el Principio y el Fin, el Alfa y el Omega; es la Santidad Increada y la Fuente de toda santidad participada. En la Sagrada Familia de Nazareth, al girar todo en torno a Jesús, todo gira en torno a Dios Trinidad, porque Jesús es la Segunda Persona de la Trinidad, que se hace Niño sin dejar de ser Dios para que nosotros, hechos niños por la gracia, nos hagamos Dios por participación.
Para la Sagrada Familia de Nazareth, más que el alimento sólido y material, es indispensable el alimento espiritual y este alimento es la santidad de todos los días, santidad que brota del Niño de la Familia y se desborda sobre su Madre, que es la Madre de Dios y sobre su Padre adoptivo, que es el varón casto y justo, San José.
La santidad es entonces el alimento espiritual que sobreabunda en la Sagrada Familia de Nazareth: en esta familia no hay ni la más pequeña traza del pecado: no hay enojos, no hay mentiras, no hay desavenencias, ni siquiera ligeros malentendidos: todo en la familia es bondad, suavidad, dulzura, paciencia, humildad y sobre todo, amor, un Amor que brotando del Corazón del Niño todo lo inunda y todo lo impregna, haciendo participar de él a todos sus integrantes.
Todo en la Familia de Nazareth se hace para mayor gloria y santidad de Dios; todo es Amor de Dios, Amor del Espíritu Santo, Amor que todo lo penetra, todo lo llena, todo lo colma. En esta Familia de Nazareth se tiene siempre presente a Dios, porque Dios está en medio de ella, ya que Jesús es el Emanuel, el “Dios con nosotros” y así, estando el Niño Dios en medio de ellos, está Dios hecho Niño en medio de la Familia. En la Sagrada Familia de Nazareth no sólo se alaba y se adora a Dios Trino, sino que se agradece todo, antes que nada, su inmensa majestad y bondad, que son infinitas y esto no un día ni dos, sino todos los días, durante el día y durante la noche, sin que quede resquicio alguno de tiempo y espacio en el que no se alabe, adore y agradezca a Dios Uno y Trino. Aun cuando la Familia de Nazareth padece penas y tribulaciones, porque es muy pobre, ni siquiera entonces se dejan de entonar salmos y cánticos inspirados a la Trinidad, por el inmenso don que ha hecho a la humanidad de conceder a Dios Hijo como Cordero del sacrificio, para la salvación de la humanidad.
Aunque por fuera parece una familia más entre tantas –está formada por una madre, un padre y un hijo-, sin embargo cuando se la contempla con la luz de la fe, se toma conciencia de que la Familia de Nazareth es sagrada porque en ella todo es sagrado: es sagrado el Hijo, porque es la Santidad Increada en sí misma; es sagrada la Madre, porque es la Madre de Dios; es sagrado el padre adoptivo, porque es un varón casto y justo, temeroso de Dios y por esta razón, porque todo es sagrado y santo en esta Familia, es que la Sagrada Familia de Nazareth es modelo de santidad para toda familia católica.
La Madre de esta Familia es la Mujer del Génesis, que aplasta la cabeza de la Serpiente; es la Mujer al pie de la Cruz, que adopta como hijos a todos los hombres; es la Mujer del Apocalipsis, revestida de sol, revestida de gracia y así la Madre de la Sagrada Familia es modelo de santidad para toda madre de familia que desee ser santa a los ojos de Dios.
El Hijo de esta Familia Santa, aunque es pequeño y frágil como todo recién nacido, es el Hijo del Eterno Padre, es el Verbo del Padre Eterno que se ha encarnado y se ha manifestado a los hombres como Niño humano, sin dejar de ser Dios, para ofrecerse como Víctima Santa y Pura en la edad adulta, en el ara de la Cruz, para la salvación de la humanidad, obedeciendo la Voluntad del Padre y así es modelo para todo hijo que desee ser santo, cumpliendo la voluntad de Dios en sus vidas.
El esposo y padre de esta Familia Santa, quien es esposo meramente legal de María Santísima y es padre adoptivo de Jesús, es San José, varón casto, justo, santo, de altísima santidad, que da su vida por su Esposa y por su Hijo y así se convierte en modelo de todo padre que desee ser santo, santificándose en los quehaceres propios de la vida familiar, obedeciendo también la voluntad de Dios.
En el primer Domingo después de Navidad, la Iglesia nos coloca a la Sagrada Familia no sólo para que la contemplemos, sino para que, como familia, la imitemos y la imitemos ante todo en su santidad: así como todo en la Sagrada Familia de Nazareth gira en torno al Niño Dios, Jesús, así debe ser en toda familia católica: todo debe girar en torno al Redentor, el Hijo de la Sagrada Familia de Nazareth. Sólo así la familia católica podrá cumplir el designio divino sobre ella y ser, como la llaman los Padres de la Iglesia, un “iglesia doméstica” que transforme al mundo con su santidad.

miércoles, 25 de diciembre de 2019

Octava de Navidad 7 2019


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         Al contemplar la escena del Pesebre de Belén, nos damos con los siguientes personajes: se encuentran tres personas, dos humanas, la Virgen y  San José, y una divina, la Segunda de la Trinidad, en forma de Niño; además, hay dos animales, quienes son los habitantes “originales” del pesebre, un buey y un asno[1].
         ¿Por qué están presentes estos dos animales? Su presencia no se debe a la imaginación de San Francisco de Asís, inventor del pesebre, ni a la imaginación de ninguna comunidad cristiana. Su presencia, aunque no es mencionada en los Evangelios, sí lo es por los Padres de la Iglesia y también por el Antiguo Testamento. En efecto, los Padres de la Iglesia, al meditar sobre el pasaje “El buey conoce a su amo, y el asno el pesebre de su dueño” (Is 1, 3), aplicaron este versículo a todos los hombres, ya que contemplaron en esos animales a todos aquellos a quienes el Mesías había venido a salvar.
         La presencia de estos animales en el Pesebre está entonces justificada, completando la imagen de Belén: el Niño Dios, la Virgen, San José y la humanidad entera, representada en los animales, humanidad a la que el Mesías viene a salvar. Cuando se analiza el versículo del Profeta Isaías, se puede apreciar el simbolismo de los animales reales, verdaderamente presentes en el momento del Nacimiento. Isaías dice: “El buey conoce a su dueño y el asno el pesebre de su amo; pero Israel no conoce, mi pueblo no tiene entendimiento” (Is 1, 3). En este pasaje Dios, quien habla por boca de Isaías-, hace una alabanza de los dos animales, el buey y el asno, desde el momento en que demuestran “conocer a su dueño” y al “pesebre de su amo”; sin embargo, el mismo Yahvéh se queja de Israel, porque no es capaz de entender, al carecer de entendimiento: “mi pueblo no tiene entendimiento”. Nos preguntamos: ¿qué es lo que no entiende Israel? Lo que Israel no entiende es que Yahvéh es el único Dios que debe ser adorado y que como Pueblo Elegido, no debe postrarse ante ídolos y mucho menos ante el becerro de oro, no solo porque nunca le darán felicidad, sino porque esta actitud de Israel es un ultraje a Yahvéh, el Dios Verdadero, que es intercambiado por ídolos abominables.
         Ahora bien, si aplicamos el pasaje a la escena del Pesebre –podemos suponer que la gruta de Belén símbolo del corazón humano-, podríamos decir que Dios Padre tiene la misma queja con respecto al Nuevo Pueblo Elegido, los bautizados en la Iglesia Católica, porque podría decir que tanto el buey como el asno han reconocido al Mesías y se han acercado a la gruta de Belén para homenajearlo y proporcionarle calor con sus cuerpos; sin embargo, el Nuevo Israel, el Nuevo Pueblo de Dios, no conoce al Niño Dios y si no lo conocen, no lo aman y por eso no se acercan a adorarlo”.
En otras palabras, lo que se quiere decir es que muchos de aquellos elegidos por el Niño Dios para ser Nuevo Pueblo, los cristianos católicos, no ven en el Niño de Belén a Dios Hijo encarnado y al no verlo, no lo aman, no lo entienden, no lo adoran y entonces cometen el mismo error del Pueblo Elegido: en vez de postrarse ante el Único Dios Verdadero, que viene en forma de Niño humano, van a postrarse ante dioses e ídolos paganos que son mudos, ciegos y sordos y que no pueden salvar de ninguna manera. Hay una multiplicidad de ídolos ante los que los católicos se postran, cuando no se postran ante el Niño de Belén: el poder autoritario, el dinero ilícito, el ocultismo, el placer, el materialismo, la cultura de la muerte, el cine, la música y la cultura anti-cristianos, etc.
         “El buey conoce a su dueño y el asno el pesebre de su amo; pero Israel no conoce, mi pueblo no tiene entendimiento”. Cuando nos encontremos delante de la escena del Pesebre, pidamos la gracia de ser como el buey y el asno, que aunque son irracionales, reconocen, con su entendimiento animal, irracional, a su Creador, y desde ese reconocimiento natural, con la luz de la inteligencia iluminada por la fe, reconozcamos, en el Niño de Belén, a la Segunda Persona de la Trinidad, al Verbo Eterno del Padre, que ha venido a nuestro mundo como un Niño humano, para salvarnos. Y si el buey y el asno, con su corporeidad animal, proporcionaron calor al Niño en la fría noche de Nochebuena, nosotros, con nuestros pobres corazones, le demos el calor de nuestro humilde amor a Dios que se ha hecho Niño y así el Niño Dios, en recompensa, encenderá en el fuego del Divino Amor nuestros corazones.



[1] Con relación a este tema, los medios de comunicación masivos han desatado una polémica, al sostener que el Santo Padre Benedicto XVI afirmó, en su libro “Infancia de Jesús”, que “había que quitar al buey y al asno del pesebre, puesto que su presencia no tenía fundamentos evangélicos, al no ser nombrados en los Evangelios”. Además de sostener que el Santo Padre nunca dijo esto, sino que fue una burda tergiversación de los medios de (in)comunicación masiva, ofrecemos esta meditación en apoyo a lo que el Santo Padre SÍ quiso expresar, que es todo lo opuesto: el buey y el asno tienen fundamento bíblico y teológico, y por eso deben permanecer en el pesebre.

martes, 24 de diciembre de 2019

Octava de Navidad 2019 6


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          En el siglo XXI, la Navidad se ha tergiversado tanto en su sentido original, que se ha convertido en una fiesta mundana y pagana, en la que el personaje central, Cristo, ha sido dejado de lado por la fiesta misma, por los regalos, los festejos y por un usurpador llamado “Santa Claus”. Esto que decimos no lo inventamos nosotros, sino que, además de ser una experiencia que puede ser comprobada por nosotros mismos, lo afirma un diario inglés, llamado The Guardian Unlimited[1]. En dicho diario, en un artículo, se dan toda una serie de consejos mundanos, banales, triviales e incluso anti-cristianos, para festejar una Navidad “super” –en inglés le dicen “cool”- o, también, una "Navidad mundana". Es decir, el artículo da consejos para que la Navidad sea una fiesta divertida, sorprendente, que sea recordada por todos precisamente por lo divertida que resultó ser. En estos consejos, se incluyen todo tipo de detalles, que van desde la ropa, los zapatos, los accesorios, hasta qué elementos decorativos colocar, qué comidas preparar, qué bebidas servir, etc. Tal y como se realiza con una fiesta mundana, así se aconseja hacer para Navidad. El problema no radicaría tanto en esto, puesto que una fiesta sí debe ser, además de elegante, divertida, y por eso no están demás algunos consejos dados en buena fe: el problema radica en que se reduce la Navidad a eso, a una fiesta, quitándole lo esencial, lo mistérico, lo sobrenatural, lo que es la causa de la Navidad, esto es, el Nacimiento del Hijo de Dios en forma de Niño humano en el Portal de Belén.
          Es decir, en el artículo se dan toda clase de consejos para que la Navidad sea una fiesta “inigualable” e “inolvidable”, pero se olvidan de lo esencial de la Navidad, el Niño Dios, por quien tiene sentido toda fiesta y sin el cual ninguna fiesta tiene razón de ser. Una fiesta así, en la que se deja de lado al personaje central de la fiesta, carece de sentido.
          Ahora bien, hay otro error en el artículo y es el pensar que la fiesta de Navidad se da en un solo ambiente, el mundano: no toman en cuenta que es en otro ambiente, no de origen mundano o terrestre, en donde se origina la verdadera fiesta de Navidad y es la Santa Misa de Nochebuena. La razón es que allí, en la Santa Misa –como en cada Santa Misa- el Niño Dios prolonga su Encarnación en la Eucaristía, para nacer en los corazones de aquellos que lo reciban con un corazón humilde, con fe y en gracia. Es decir, la verdadera fiesta de Navidad es la Santa Misa de Nochebuena, la cual se origina no en la tierra sino en los cielos, porque es desde de los cielos desde donde desciende el Niño Dios para prolongar su Encarnación en la Eucaristía y nacer en los corazones convertidos en otros tantos portales de Belén.
          El Niño que nace indefenso, temblando de frío, llorando por el hambre, es el Niño que fue engendrado en la eternidad en el seno del Padre y ahora viene a este mundo para cumplir su misterio salvífico y pascual de muerte y resurrección.
El Niño que nace en Belén y actualiza su Nacimiento por la liturgia eucarística en el altar eucarístico es el Rey de los cielos y es por lo tanto, en Sí mismo, la Alegría Increada y la causa de toda alegría participada. Este Niño que nace en Belén es el que le da a la fiesta de Navidad su verdadera y única alegría, ya que la alegría de la fiesta terrena es sólo una alegría refleja de esta alegría celestial.
La fiesta que no tiene en cuenta a la Santa Misa de Nochebuena, es una fiesta mundana, pagana, sin razón de ser, en donde la alegría es vana y banal, pasajera, sin fundamento alguno que la sustente y esto porque dejan de lado a Aquél que es la razón de ser de la fiesta de Navidad, Cristo Jesús, el Niño Dios. La verdadera fiesta, lo volvemos a decir, es la Santa Misa de Nochebuena, Santa Misa en la que Dios hecho Niño sin dejar de ser Dios, actualiza por la liturgia eucarística del altar su milagroso nacimiento del seno virginal de María Santísima, al nacer también de modo milagroso en otro seno virginal, el de la Iglesia, esto es, el altar eucarístico y esto lo hace para luego convertir a cada corazón en un nuevo Portal de Belén.
La verdadera fiesta y el verdadero banquete es la Santa Misa de Nochebuena, porque allí Dios Padre organiza para nosotros un banquete celestial, un manjar suculento, substancioso: nos convida con el Pan de Vida eterna, la Sagrada Eucaristía; con el Vino de la Alianza Nueva y Eterna, la Sangre de Jesús y con la Carne del Cordero de Dios, asada en el fuego del Espíritu Santo. Sin esta fiesta celestial, toda fiesta terrena es mundana, pagana y anti-cristiana, carente de toda razón de ser.
Por último, una fiesta mundana, en la que se deje de lado al Verdadero y Único protagonista, Cristo Jesús, es  incluso peligroso, tal como lo dice San Hilario: “¿Hay algo más peligroso para el mundo que el hecho de no querer aceptar a Cristo?”[2].




[1] Cfr. The Guardian Unlimited, edición digital, www.theguardian.uk, noviembre de 2006.
[2] Cfr. In Evang. Matth. Comment. XVIII, 3, PL 9, 1019; cit. en Iván Kologrivoff, Il Verbo di Vita, Libreria Editrice Fiorentina, Florencia 1956, 128.

Octava de Navidad 2019 5


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          Al contemplar la escena del Pesebre de Belén no consideramos, por lo general, que sus protagonistas y la escena misma tengan alguna relación con nosotros y nuestro tiempo. En el mejor de los casos, la consideramos como la representación de una cultura –greco-hebreo-romana- determinada, pero que ha quedado en el tiempo y se ha atrasado en relación a los tiempos modernos. Suponemos que el Pesebre es el producto de una cultura, elaborada siglos atrás por comunidades cristianas primitivas y que luego se expandió por el tiempo y el espacio. Esta consideración de la extrañeza de la escena de Belén en relación a nuestros días es algo real y hasta tal punto se piensa que el Pesebre es un hecho cultural –lo cual equivale a decir que es un hecho subjetivo, epocal, cultual determinado-, que para el pensamiento post-moderno de hoy, que es un pensamiento débil, nihilista, relativista, materialista, hedonista y ateo, el Pesebre, con todo lo que representa, ya no tiene más cabida. Es algo del pasado que, como tal, debe ser superado. Y a tal punto llega esta idea que el Pesebre, en cuanto tal, ya no se vende más, porque no se lo solicita más, al menos en las principales tiendas de Europa.
          Esta noticia la da el diario Corriere della Sera, en su edición del 29 de noviembre de 2006, en donde dice así: “El Pesebre no se vende más. No se encuentra en los escaparates de las grandes tiendas de Venecia”. Luego cita al responsable de ventas, quien da la explicación: “Desde hace algunos años, el Pesebre no se vende más, porque la gente no lo solicita. Y, como a cualquier producto que no se vende, lo retiramos de las vidrieras, ya que representa pérdida económica”[1]. El Pesebre ha sido reducido, en la mentalidad mercantilista y atea de hoy, a un mero producto mercantil que, como no se vende, no se produce ni se ofrece a la venta.
          Cuando esto sucede es porque no se encuentra la relación entre lo que el Belén representa y nuestras existencias personales; se piensa que es sólo el producto de un tiempo, una cultura y una mentalidad determinada.
          Hoy el mundo piensa que con la ciencia ha avanzado y ha crecido como humanidad, ya que tiene proyectos que superan –al menos en apariencia- a lo que el Pesebre representa: viajes espaciales, estaciones espaciales, proyectos de bases lunares permanentes, exploraciones con sondas espaciales a los confines del universo, proyectos basados en la nanotecnología, en la aceleración de partículas elementales para encontrar el origen del universo, etc. Es decir, el mundo se encuentra hoy en un momento en el que ha avanzado más en la ciencia que en los últimos cincuenta años, en un avance que es de veras prodigioso y admirable, pero lo que lo lleva a despreciar y a echar de menos al Pesebre y lo que representa. El hombre de hoy es el hombre prometeico, que cree que nada debe a Dios para su propia auto-realización y por eso deja al Pesebre, que muestra a Dios-con-nosotros de lado. Para el mundo hiper-científico de hoy, hablar del Pesebre es hablar de cosas atrasadas en el tiempo, relegadas al campo de las fábulas y las leyendas.
          Sin embargo, a pesar de la indiferencia, el rechazo y el desprecio del pensamiento post-moderno, el Pesebre, si bien pertenece en verdad  a una época determinada, que en verdad está lejos en el tiempo, no por eso deja de alcanzarnos hasta el día de hoy y no por eso el contenido, la esencia y el misterio que la Navidad representa deja de tocar nuestras más íntimas fibras de nuestro ser personal, familiar, nacional y universal, porque el personaje central del Pesebre, el Niño Dios, es Dios Omnipotente y Omnisciente que ha venido para salvar a los hombres de todos los tiempos, desde Adán y Eva hasta el último hombre nacido en el Último Día de la humanidad. Es por eso que la figura del Pesebre, lejos de ser una mera representación simbólica de épocas pasadas, tiene una estrechísima relación con nuestro hoy y con nuestro “yo”, porque es el Niño Dios que viene a redimirnos, a quitarnos el pecado, a concedernos la gracia de la filiación divina y a hacernos herederos del Reino de Dios, para que al fin de nuestras vidas terrenas, estemos en grado, por su gracia y misericordia, de habitar en el Reino de los cielos por la eternidad. Por esta razón, el Pesebre, aun cuando pasen miles de años, será siempre actual para los hombres de todos los tiempos, porque la eternidad del Niño del Pesebre abarca, penetra, sobrepasa todos los tiempos de la humanidad.
          El Niño del Pesebre es Dios y por lo tanto viene de la eternidad, del seno del Eterno padre y nace en el tiempo, en el seno de la Virgen Madre, para conducirnos a todos a la feliz eternidad de donde Él procede.




[1] Cfr. Corriere della Sera, Il presepe non si vende piú, edición electrónica www. corriere.it, del 29 de noviembre de 2006.

Octava de Navidad 20019 4


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¿Por qué razones es que Dios Hijo, siguiendo las indicaciones del Padre y llevado por el Espíritu Santo, decide encarnarse y manifestarse ante los hombres como un niño humano, siendo que Él es Dios y no deja de serlo por la Encarnación y Nacimiento? ¿Cuál es la razón que explica que Él, siendo un Dios omnipotente y todopoderoso, decide manifestarse como un niño humano recién nacido, completamente indefenso?
¿Qué es lo que explica que Dios, siendo la Vida Increada en sí misma y autor de toda vida participada, decida encarnarse en el seno de la Virgen, en donde tiene necesidad de recibir todo el soporte vital hasta el día de su Nacimiento, y sigue necesitando de la ayuda de su Madre para subistir, aun después de nacer?
¿Por qué si Dios, que es Invisible e inhabita en una luz inaccesible, decide libremente venir a este mundo de tinieblas, para hacerse visible encarnándose en un cuerpo y en un alma humanos, para que todos los hombres puedan ver la gloria del Dios Inaccesible?
Una de las principales razones por la que el Dios Invisible decide hacerse visible como un niño humano es que viene para redimir al hombre de su pecado, para adoptarlo como Hijo de Dios, siendo de esta manera su Redentor y Salvador. Ahora bien, el Niño Dios no ha venido sólo para perdonarnos nuestros pecados, sino ante todo para donar al mundo el Amor de Dios, el Espíritu Santo. El don del Espíritu Santo a la Iglesia es el fin último de la Encarnación, Nacimiento y misterio pascual de Dios Hijo hecho Niño.
Es decir, el Niño Dios no viene a este mundo a perdonar los pecados y luego retornar a su cielo de gloria: viene para, mediante su sacrificio en cruz, su muerte y resurrección, donar al mundo el Amor de Dios, el Espíritu Santo, para que sea el Amor de Dios el que reine en los corazones de los hombres de toda la tierra.
Fue el Amor de Dios el que trajo al Hijo de Dios a este mundo y este Niño Dios, que abre sus bracitos en la cuna de Belén, donará al Espíritu Santo cuando suba a la cruz, siendo ya adulto y cuando permita que su Corazón Sagrado sea traspasado en la cruz, después de muerto. Entonces habrá completado la efusión del Espíritu Santo, con la efusión de la Sangre de su Sagrado Corazón traspasado en la cruz.
Ya desde Belén el Niño efunde el Amor del Padre, pero esa efusión será completa y universal cuando ya de adulto suba a la cruz y permita que su Sagrado Corazón sea traspasado.
El Niño de Belén, además de perdonar los pecados, viene para donar el Amor de Dios, el Espíritu Santo, a los hombres, a todos los hombres que ingresen en su Iglesia y lo hará cuando su Corazón sea traspasado en la cruz, aunque ya lo empieza a dar desde el Belén y también cada vez que se dona a las almas como Pan Vivo bajado del cielo.
Y al final de los tiempos, cuando el Niño de Belén, convertido ya en Hombre-Dios, venga sobre los cielos en un caballo blanco cubierto con el manto coloreado de púrpura por su sangre derramada en la cruz,  buscará en las almas el Espíritu Santo, el Amor de Dios que Él vino a traer en el Portal de Belén.