“Vengan
a mí, todos los que están fatigados y agobiados y yo les daré alivio” (Mt 11, 28-30). Jesús llama a todos los
que están “fatigados y agobiados” para que Él les dé alivio. Parece algo
difícil o incluso imposible, el hecho de que Jesús pueda dar alivio, porque Él
mismo está “fatigado y agobiado” en la cruz y lo está al punto de encontrarse
en estado de agonía, a causa de las innumerables heridas sangrantes que cubren
su Sagrado Cuerpo. También si lo contemplamos en la Eucaristía, parecería ser
casi imposible que Jesús nos dé alivio, porque Él está en la Eucaristía y
parece solo estar ahí, sin poder hacer nada más que estar ahí. Ahora bien,
pensar de esta manera es pensar de manera mundana y es no considerar, en
realidad, quién es Jesús y cuál es su verdadero poder. Cuando Jesús dice que
acudan a Él los que están “afligidos y agobiados”, está diciendo que acudan a
Él que está en la Cruz y que está también, en Persona, en la Eucaristía. Aunque
humanamente parecería que Jesús no nos puede auxiliar desde la Cruz y la
Eucaristía, sí puede hacerlo en realidad y puede hacerlo porque Él es Dios. Por
eso, aunque parezca abatido en la Cruz y ausente en la Eucaristía, Jesús puede
darnos alivio en nuestras aflicciones a causa de su omnipotencia divina. Por esto
mismo, acudamos a Jesús crucificado y a Jesús Eucaristía y nos postremos ante
Él, para que, en el silencio de la oración y en lo más profundo de nuestro ser,
sintamos y experimentemos el alivio que Jesús nos concede.
Adorado seas, Jesús, Cordero de Dios, Segunda Persona de la Santísima Trinidad, Dios oculto en el Santísimo Sacramento del altar. Adorado seas en la eternidad, en el seno de Dios Padre; adorado seas en el tiempo, en el seno de la Virgen Madre; adorado seas, en el tiempo de la Iglesia, en su seno, el altar Eucarístico. Adorado seas, Jesús, en el tiempo y en la eternidad.

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martes, 14 de julio de 2020
martes, 16 de julio de 2019
“Vengan a Mí los afligidos y agobiados y Yo los aliviaré”
“Vengan
a Mí los afligidos y agobiados y Yo los aliviaré” (Mt 11, 28-30). Si hay algo que caracteriza a la vida del
hombre sobre la tierra, después del pecado original, es la aflicción y el
agobio, precisamente por haberse apartado el hombre de Dios a causa del pecado.
El hombre fue creado por Dios para Dios, para que el hombre encontrara en Dios
todo su solaz, toda su alegría, toda su paz y todo su amor. Al alejarse de Él
por el pecado original, toda la vida del hombre se sumerge en una inmensa
oscuridad, en donde todo es tinieblas, tribulación, aflicción y agobio y en
donde nada de lo creado ni de lo material puede remediar esta situación. Nada
de lo creado ni nada de lo material puede conceder al hombre la paz que sólo Dios
puede darle, la paz de Dios que Dios infunde en el alma por la gracia. Es por
esta razón que Jesús nos invita a que acudamos a Él, para que Él nos conceda la
paz del corazón y nos quite el agobio, la tribulación y la aflicción. Si los
hombres acudiéramos a Jesús, que está en la Eucaristía y en la cruz, si nos
postráramos ante Él y le pidiéramos que nos dé su paz, su alivio y su amor, muy
distinta sería la vida en la tierra, ya que se convertiría en un anticipo del
paraíso. Muchos, ante las aflicciones y tribulaciones, acuden vanamente a otros
hombres para encontrar alivio, pero solo encuentran mayores cargas y mayores
tribulaciones y aflicciones, porque sólo Jesús puede dar verdadero alivio al
corazón.
“Vengan
a Mí los afligidos y agobiados y Yo los aliviaré”. Para encontrar y recibir el
alivio, la paz y el amor que sólo Dios puede dar, debemos acudir ante la
Eucaristía y la Cruz y postrarnos ante Jesús, cargar con su yugo que es suave e
imitarlo en la mansedumbre de su corazón, y Jesús hará el resto por nosotros,
concediéndonos la paz del corazón que sólo Él puede dar.
martes, 9 de diciembre de 2014
“Vengan a Mí todos los que están afligidos y agobiados y Yo los aliviaré”
“Vengan
a Mí todos los que están afligidos y agobiados y Yo los aliviaré” (Mt 11, 28-30). Para quienes estén “afligidos
y agobiados”, Jesús promete alivio; sin embargo, contrariamente a lo que
pudiera parecer, el alivio no se dará por el quite del peso que provoca la
aflicción y el agobio, sino por el intercambio de ese peso por otro peso: quien
acuda a Él, debe darle el peso de la aflicción y el agobio, pero tomar a
cambio, el peso de su yugo: “Vengan a Mí todos los que están afligidos y agobiados, y
Yo los aliviaré. Carguen sobre ustedes Mi yugo…”.
Es decir, quien acuda a Jesús
agobiado por el peso de la aflicción, se verá libre de este peso, pero recibirá
en cambio otro peso, el peso del “yugo de Jesús”, el cual deberá cargarlo;
paradójicamente, sin embargo, este intercambio de pesos –el afligido le da el
peso de su aflicción y Jesús le da el peso de su yugo- provocará el alivio de
la aflicción de quien acude a Jesús: “Yo los aliviaré”. Pareciera entonces una
contradicción: estar agobiados por un peso –el de la aflicción- y para ser
aliviados de la misma, hay que recibir otro peso –el del “yugo de Jesús”-.
Parece, pero no lo es, porque toda la cuestión se centra en qué es el “yugo de
Jesús”: como Jesús lo dice, es “suave y ligero”, es decir, no es pesado, por lo
que, en el intercambio de cargas, Jesús queda con la parte más pesada, mientras
que quien acude a Jesús con el peso de la aflicción, recibe el peso del “yugo
de Jesús”, que en realidad es “suave y ligero”, es decir, es prácticamente
igual a no llevar nada de peso. Quien acude a Jesús, descarga sobre Él el peso
de la aflicción, y se lleva en cambio su yugo, que no pesa nada. ¿Y en qué
consiste este “yugo de Jesús”? El yugo de Jesús es su cruz y la cruz de Jesús
se la lleva como Él mismo la lleva, con mansedumbre y humildad de corazón: “Aprended
de Mí, que soy manso y humilde de corazón”.
Quien está afligido y agobiado,
debe entonces acudir a Jesús, descargar sobre Él el peso de su aflicción y
recibir a cambio su “yugo”, que es su cruz, y llevarla con mansedumbre y
humildad, y así encontrará alivio, porque el corazón humano no ha sido hecho
para otra cosa que para ser una imitación del Sagrado Corazón de Jesús, manso y
humilde como un cordero.
Por
último, Jesús dice que “vayamos a Él” los que estemos “afligidos y agobiados”.
¿Dónde está Jesús, para ir a descargar el agobio de nuestra aflicción y recibir
a cambio la suavidad de su yugo, para llevarlo con mansedumbre y humildad de
corazón y así ser aliviados por Él? Jesús está en el sagrario, está en la
Eucaristía, porque Él es el Dios del sagrario, el Dios oculto en la Eucaristía,
que se revela a los ojos del alma a quien lo busca con humildad, con fe, con
amor, y con un corazón contrito y humillado.
miércoles, 16 de julio de 2014
“Vengan a Mí los que estén afligidos y agobiados, que Yo los aliviaré”
“Vengan
a Mí los que estén afligidos y agobiados, que Yo los aliviaré” (Mt 11, 28-30). Jesús ofrece su ayuda a
todos aquellos que estén en el extremo de sus fuerzas, a todos aquellos que
estén “afligidos y agobiados”, aunque, como esta ayuda la ofrece desde la cruz,
no se ve de qué manera pueda hacerla efectiva, puesto que en la cruz, Él mismo
está suma y máximamente afligido y agobiado. Sin embargo, Jesús ni dice ni
ofrece nada en vano: Él es el Hombre-Dios y si dice es que puede hacerlo, aun
cuando Él esté en la cruz, porque Él es Dios omnipotente, y Él puede, aun en
esa extrema condición de debilidad, es decir, en esa condición de crucificado,
auxiliar a toda la humanidad que está afligida y agobiada. Pero Jesús pone una condición que
hace parecer aun más imposible su ayuda, porque pone como requisito –y esta
vez, indispensable, de manera tal, que si no se cumple, no hay auxilio
posible-, el que cada uno lleve su cruz: “Carguen sobre ustedes mi yugo (…)
porque mi yugo es suave y mi carga liviana”. La condición que pone Jesús para
que el que está afligido reciba su ayuda, hace parecer todavía más paradójica e
imposible la ayuda: quien quiera recibir consuelo y auxilio de parte de Jesús,
debe cargar la cruz de Jesús, lo cual, a primera vista, parecería que solo
haría aumentar la aflicción y el agobio, porque Jesús en la cruz sufre
aflicción y agobio. Sin embargo, Jesús dice que “su yugo”, es decir, “su cruz”,
es “suave” y “su carga, liviana”, porque a pesar de que la cruz es de madera y
es pesada, Él es el Hombre-Dios y sobre Él, sobre sus espaldas, soporta el
peso de los pecados de toda la humanidad, de todos los hombres de todos los
tiempos, y por eso la cruz es liviana para quien acepta llevarla, porque es Él
en realidad quien la lleva por todos y cada uno de nosotros. Quien acepta
llevar la cruz de Jesús, lo que hace en realidad, es descargar sobre Él, sobre
las espaldas del Hombre-Dios, todo el peso de sus pecados, para que Él los lave
y los haga desaparecer para siempre, borrándolos por medio de la acción
purificadora de su Sangre, que es la Sangre del
Cordero de Dios.
“Vengan
a Mí los que estén afligidos, y agobiados que Yo los aliviaré”. Desde la cruz,
Jesús ofrece a todos su auxilio divino, para quienes estén agobiados por el
peso de sus pecados y por sus tribulaciones, pero la condición y el requisito
indispensable para recibir este auxilio es que cada uno cargue a su vez con su
yugo, que es su cruz, porque es Él quien la carga por nosotros: nuestra cruz,
la cruz de cada uno, está contenida en su cruz y por eso nuestra cruz es
liviana; por el contrario, quien rechaza el auxilio divino que ofrece Jesús, no
tiene otra opción que quedar aplastado por el insoportable peso de sus pecados
y tribulaciones, para siempre, sin posibilidad alguna de redención.
sábado, 5 de julio de 2014
“Vengan a Mí los que estén afligidos y agobiados"
(Domingo
XIV - TO - Ciclo A – 2014)
“Vengan a Mí los que estén afligidos y agobiados (…) Carguen
sobre ustedes mi yugo y aprendan de Mí porque soy paciente y
humilde de corazón y así encontrarán alivio” (Mt 11, 25-30). Jesús promete, a todos los que estén “afligidos y
agobiados”, que “obtendrán alivio”; la condición es “acercarse a Él”, “cargar
su yugo” y “aprender de Él”, que es “paciente y humilde de corazón”. Puesto que
las promesas que Jesús hace, las hace desde la cruz, alguien podría preguntarse
cómo es posible que Jesús pueda conceder alivio si Él en la cruz está
crucificado, y en la cruz no hay precisamente alivio, porque la cruz es un
lugar de tortura; alguien podría preguntarse, si cómo es posible que, cargando
la cruz de Jesús, se pueda encontrar alivio, puesto que la cruz es de madera, y
el leño es muy pesado. Alguien podría decir, por lo tanto, que Jesús promete algo
que parece imposible. Sin embargo, Jesús no promete nada imposible y cuando
Jesús dice desde la cruz: “Vengan a Mí los que estén afligidos y agobiados (…) Carguen
sobre ustedes mi yugo y aprendan de Mí porque soy paciente y
humilde de corazón y así encontrarán alivio”, es porque literalmente, quien
acuda a Él, afligido y agobiado, y cargue su cruz, y quien aprenda de Él a
sobrellevar la cruz con paciencia y humildad de corazón, encontrará alivio, y esto
Jesús lo puede hacer, y de hecho lo hizo, lo hace y lo hará, hasta el fin de
los tiempos, porque Él es el Hombre-Dios, que con su omnipotencia convierte
todo y todo lo transforma, todo “lo hace nuevo”, como dice el Apocalipsis[1], y
una de las cosas que hace nuevas, es el dolor y el sufrimiento humano, al cual
lo transforma en salvífico y redentor, cuando es unido a su dolor en la cruz. Jesús lo hizo con todos los santos de la historia; lo hace con todo aquel que se acerque a Él, que está en la cruz, y lo hará con todos los que se le acerquen, hasta el fin de los tiempos, porque Jesús cambia, transmuta, con su poder divino, al dolor humano, por alegría, por paz, por serenidad, en la cruz. Pero es necesario que el hombre se acerque a Él en la cruz, y toque sus llagas y bese sus llagas y adore su Sangre y bese su Sangre y se deje bañar por su Sangre, que es la Sangre del Cordero de Dios. Cuando el hombre hace esto, la Sangre del Cordero, que contiene al Espíritu Santo, ingresa en el lo más profundo del ser del hombre con la gracia divina, quitando de raíz todo mal, toda perversidad, toda escoria, y concediéndole la gracia santificante, haciéndolo nacer a la vida nueva de los hijos de Dios, haciéndolo partícipe de la filiación divina, haciéndolo ser hijo adoptivo de Dios, con la misma filiación divina con la cual el Hijo de Dios es Hijo de Dios desde la eternidad, y por lo tanto, haciéndolo ser partícipe también de su Pasión y de su misterio pascual de muerte y resurrección. Si el hombre se deja bañar con la Sangre de Cristo crucificado, participa de su Pasión y así su dolor se convierte en salvífico, y luego su muerte se convierte en un paso hacia la resurrección, hacia la vida eterna, hacia la eterna bienaventuranza, como lo fue la muerte de Cristo, porque si participa en la Pasión y en la cruz de Jesús, también participa luego de su Resurrección y de su gloria. Y es en esto en lo que consiste el "alivio" que promete Jesús, y no en la curación instantánea, o en la sanación o en el resolverse de los problemas.
Es por eso que la Liturgia de las Horas dice, en las Preces de las Vísperas del IIo Domingo del Tiempo Ordinario, en su Semana Décimo Cuarta: “Que los fieles vean en sus dolores, la participación a la Pasión de tu Hijo”. A partir de Jesús, los dolores del hombre, sean morales, espirituales o físicos, si son unidos a la cruz de Jesús, adquieren un valor infinito, porque se convierten en dolores salvíficos, tanto para la persona, como para sus queridos, y para muchos otros hermanos suyos, que solo Dios conoce. Esto es en sí mismo ya un alivio, porque el saber que el dolor es salvífico, constituye un alivio para el alma que sufre, porque quien sufre sabe que su dolor no es en vano, sino que sabe que, unido al dolor de Cristo en la cruz, adquiere un valor infinito, un valor que solo Dios conoce y aprecia, porque se convierte, por así decirlo, en el dolor mismo de Dios, un dolor de cruz que, por la cruz, salva a muchos de la eterna condenación.
Es por eso que la Liturgia de las Horas dice, en las Preces de las Vísperas del IIo Domingo del Tiempo Ordinario, en su Semana Décimo Cuarta: “Que los fieles vean en sus dolores, la participación a la Pasión de tu Hijo”. A partir de Jesús, los dolores del hombre, sean morales, espirituales o físicos, si son unidos a la cruz de Jesús, adquieren un valor infinito, porque se convierten en dolores salvíficos, tanto para la persona, como para sus queridos, y para muchos otros hermanos suyos, que solo Dios conoce. Esto es en sí mismo ya un alivio, porque el saber que el dolor es salvífico, constituye un alivio para el alma que sufre, porque quien sufre sabe que su dolor no es en vano, sino que sabe que, unido al dolor de Cristo en la cruz, adquiere un valor infinito, un valor que solo Dios conoce y aprecia, porque se convierte, por así decirlo, en el dolor mismo de Dios, un dolor de cruz que, por la cruz, salva a muchos de la eterna condenación.
“Vengan
a Mí los que estén afligidos y agobiados (…) Carguen sobre ustedes mi yugo
y
aprendan de Mí porque soy paciente y humilde de corazón y así encontrarán
alivio”. Aun cuando los dolores, sean morales, espirituales o físicos, no cesen
en esta vida, sino, paradójicamente, aumenten hasta el instante último de la
vida, cuando son unidos a Cristo crucificado, obtienen alivio para el alma,
porque el alma sabe que, uniendo su dolor a Cristo crucificado, salva su propia
alma y la de muchos de sus hermanos, y ése es un alivio celestial, un alivio
que nadie en la tierra puede conceder. Ésta es la razón por la cual Jesús, en
la cruz, aun cuando parece que no puede conceder alivio, concede un alivio que
nadie puede dar sino Él, que es Dios crucificado y que desde la cruz, nos
conduce al cielo cuando, arrodillados, abrazamos y besamos sus pies clavados en
la cruz.
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martes, 10 de diciembre de 2013
“Vengan a Mí los que estén afligidos y agobiados, y Yo los aliviaré”
“Vengan
a Mí los que estén afligidos y agobiados, y Yo los aliviaré” (Mt 11, 28-30). Jesús promete
el alivio a los que acudan a Él, pero luego hace una afirmación que parece
contradecir lo que promete, porque dice que a los que se acerquen a Él, en
busca de alivio, les dará a “cargar su yugo”. Es decir, mientras por un lado
ofrece alivio al que se le acerque, inmediatamente, al que se le acerque, le da
a cargar un yugo, y así no se ve de qué manera alguien que busca ser aliviado
del peso de su aflicción y agobio, pueda ser aliviado con una nueva carga, la
carga del yugo de Jesús, aun cuando este sea “suave y su carga liviana”. Es decir,
se trata de una paradoja que, a primera vista, no se entiende: si alguien está “afligido
y agobiado”, ¿de qué manera va a ser aliviado de esa carga, si se le aumenta
una carga más, la carga del yugo de Jesús, aun cuando esta carga sea “suave y
liviana”?
La
paradoja –aparente- se entiende un poco más adelante, cuando Jesús dice: “Carguen
mi yugo y aprendan de Mí, que soy manso y humilde de corazón”. Es esto lo que
permite entender por qué el hecho de cargar su yugo es un alivio: el yugo de
Jesús es la Cruz y como en la Cruz está todo aquello que nos agobia, es decir,
el pecado –el pecado oprime y agobia al corazón del hombre porque el hombre no
ha sido hecho para el pecado, sino para Dios y su gracia-, y como Cristo en la
Cruz destruye el pecado con el poder de su Sangre, se sigue que quien carga la
Cruz y la lleva como la lleva Él, con mansedumbre y humildad de corazón, ve
destruido aquello que provocaba agobio, al ser reemplazado por las virtudes del
Sagrado Corazón, la mansedumbre y la humildad, virtudes que alivian al corazón
del hombre agobiado y oprimido por la ira y la soberbia.
“Vengan
a Mí los que estén afligidos y agobiados y Yo los aliviaré”. El yugo de Jesús,
suave y ligero, su Cruz empapada en su Sangre Redentora, no solo nos alivia de
todas nuestras aflicciones y agobios, sino que nos colma con la Alegría
infinita de su Ser divino, la Alegría de su Sagrado Corazón.
miércoles, 17 de julio de 2013
"Venid a Mí los que estéis afligidos y agobiados y Yo os aliviaré"
"Venid
a Mí los que estéis afligidos y agobiados y Yo os aliviaré" (Mt 11,
28-30). Desde el sagrario, Jesús nos invita a acercarnos a Él, en su Presencia eucarística
y a confiarle nuestros dolores, nuestras angustias, nuestras penas, las cuales,
en determinado momento, pueden volverse tan duras y pesadas, que lleguen a
provocar agobio en el alma. "Agobio" significa: "cargado de
espaldas o inclinado hacia adelante", y los sinónimos de "afligido"
son: "abatido", "angustiado", "abrumado",
"apenado", "atribulado", "deprimido",
"melancólico", angustiado". En ambos casos, tanto la aflicción
como el agobio, pueden ser ocasionados por un exceso de peso físico, pero en el
sentido de Jesús, es ante todo y principalmente, en un sentido espiritual,
porque el hombre puede estar "cargado de espaldas o inclinado hacia
adelante", además de "abatido", "angustiado",
"abrumado", etc., de un modo puramente espiritual. Es para esta
aflicción y agobio para la cual Jesús promete el alivio si acudimos a Él, si lo
visitamos en el sagrario.
"Venid a Mí los que estéis
afligidos y agobiados y Yo os aliviaré". Jesús entonces nos llama y nos
invita al sagrario, para que allí le contemos acerca de nuestras vidas, acerca
de absolutamente todo lo que nos pasa, y principalmente acerca de aquello que
nos agobia, pero no porque Él no lo sepa, ya que siendo nuestro Dios, es
nuestro Creador, nuestro Salvador y nuestro Redentor, sino porque quiere que
confiemos en Él, así como se confía el hijo con su padre, el hermano con el
hermano, el amigo con el amigo. Y quiere que se lo confiemos porque la
confianza es señal de amor, es una muestra de amor: confío en mi amigo, en mi
madre, en mi padre, y por eso acudo a ellos, sabiendo que el amor no defrauda; de
la misma manera, acudo a Jesús con confianza, para recibir su Amor infinito que
no defrauda jamás, porque el suyo es un Amor "más fuerte que la
muerte" (Cant 8, 6.
Sin embargo, al acercarnos, Jesús nos
pide algo: que carguemos su yugo: "Cargad sobre vosotros mi yugo y aprendan
de Mí que soy paciente y humilde de corazón y así obtendréis alivio. Porque mi
yugo es suave y mi carga liviana". La condición para encontrar alivio a
los pesares de esta vida es "cargar el yugo" de Jesús, y el yugo de
Jesús no es otra cosa que la Cruz, la cual es pesada pero para Él, por es Él
quien lleva la Cruz por nosotros y para nosotros, convirtiendo nuestra propia
cruz en algo liviano, quitándole el peso agobiante: "Porque mi yugo es
suave y mi carga liviana".
"Venid a Mí los que estéis
afligidos y agobiados y Yo os aliviaré". Jesús nos invita a que acudamos a
Él en los pesares y en las aflicciones, en las tribulaciones y en los dolores,
para aliviarlos, pero "alivio" no quiere decir
"desaparición"; Jesús no promete hacer desaparecer las penas y
dolores, sino aliviarlas y esto sucede cuando le confiamos lo que nos agobia,
porque ahí es cuando Jesús toma sobre su Cruz la nuestra. Y así, llevando Él
sobre su Cruz nuestros dolores, debido a que Él Dios Tres veces Santo y
santifica todo lo que toca, santifica de esta manera nuestros dolores. No los
hace desaparecer: los santifica, y así nos concede el alivio, porque ese dolor,
esa pena, esa aflicción, así santificados por la Cruz de Jesús, se convierten
en fuente de santidad para uno mismo, para los seres queridos y para muchos
otros más.
"Venid a Mí los que estéis
afligidos y agobiados y Yo os aliviaré". Obedeciendo a su voz, acudimos al
sagrario cargados de dolores y penas y allí Jesús transforma nuestras vidas,
porque el fruto del hablar confiado y filial con Jesús en el sagrario, es el
alivio de las mismas: "Venid a Mí los que estéis afligidos y agobiados y
Yo os aliviaré". En la visita al sagrario, al Prisionero de Amor, se
cumplen entonces las palabras del Salmo: "Al ibar iban llorando, llevando
la semilla; al volver, vuelven cantando, trayendo la gavilla". Jesús en el
sagrario transforma el dolor que llevamos, simbolizado en la semilla, en
alegría, simbolizada en la gavilla, es decir, en el fruto de la cosecha, y esto
porque Jesús siembra su semilla de gracia, de paz y de amor en nuestros
corazones, cada vez que nos acercamos a Él en el sagrario.
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