Mostrando entradas con la etiqueta Dedicación. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Dedicación. Mostrar todas las entradas

sábado, 9 de noviembre de 2019

Fiesta de la dedicación de la Basílica de Letrán



         La Iglesia celebra hoy la dedicación o consagración de la majestuosa Basílica de Letrán o San Juan de Letrán. “Basílica” significa “Casa del Rey” y esto es así en sentido literal, pues es la Casa del Rey de los cielos, Jesús Eucaristía. Se le da el nombre de basílica en la religión sólo a ciertos templos que, por algún motivo, son más famosos que los demás y solamente se les puede llamar así a aquellos templos a los cuales el Sumo Pontífice les concede ese honor especial. Esta Basílica es llamada también "madre y cabeza de todas las iglesias de la Urbe -la ciudad de Roma- y del orbe, en señal de amor y de unidad con la Cátedra de Pedro, que como escribió San Ignacio de Antioquía, "preside a todos los congregados en la caridad".
         La Basílica de Letrán fue la primera basílica que hubo en la religión católica y es su consagración o dedicación al uso exclusivo de Dios Uno y Trino lo que celebramos en este día. Era un palacio que pertenecía a una familia que llevaba ese nombre, Letrán. El primer gobernador católicos, el emperador Constantino, fue quien le regaló al Sumo Pontífice el Palacio Basílica de Letrán, que el Papa San Silvestro convirtió en templo y lo consagró el 9 de noviembre del año 324.
         Además de recordar los hechos históricos, hay otro aspecto que debemos ver en esta fiesta y es el hecho de la consagración de la basílica a Dios Uno y Trino: consagrar significa que, de uso profano que tenía, recibe una bendición especial por la cual deja de tener uso profano, es decir, deja de pertenecer a los hombres y al mundo terreno, para pasar a formar una propiedad exclusiva de Dios Trinidad, de manera tal que está absolutamente prohibido el realizar actividades profanas en el templo, a partir de la consagración.
         Este hecho nos debe recordar a nosotros y a nuestro bautismo: antes del bautismo, éramos simples creaturas y nuestros cuerpos eran simples cuerpos humanos de seres humanos comunes y corrientes. A partir del Bautismo Sacramental, tanto nuestra alma como nuestro cuerpo quedaron consagrados a Dios Uno y Trino, siendo el cuerpo en especial modo “templo del Espíritu Santo”. Esto quiere decir que nuestro cuerpo, al ser templo del Espíritu Santo, no puede tener un uso profano, mundano, terreno, sino que todo en él debe estar dirigido a Dios Trino y a su Mesías. Las ventanas de este templo, que son los ojos, deben dejar entrar sólo la luz de la gloria de Dios, siendo indigno de este templo cualquier imagen que no pertenezca a Dios; el cuerpo en sí, el templo de Dios, no puede ser usado en forma profana, sino que debe ser usado para gloria y alabanza de Dios, sea en el camino del matrimonio o en el de la vida consagrada; la cabeza de este templo, el ábside, sólo debe albergar pensamientos provenientes de y dirigidos a Dios Trinidad; nuestros cantos deben ser cantos de alabanza a la Trinidad; finalmente, el corazón de este templo que es nuestro cuerpo, debe ser como un altar sagrado en donde sólo se rinda culto, alabanza, amor y adoración a Dios Uno y Trino y a su Mesías, que viene a nosotros en la Eucaristía.
         Al recordar la consagración de la Basílica de San Juan de Letrán, recordemos entonces que también nosotros hemos sido consagrados, en nuestros cuerpos y almas, a Dios Trino y, por lo tanto, debemos evitar toda clase de acción, pensamiento y obra que sean indignos de tan magnífica consagración, para “no entristecer al Espíritu Santo” que inhabita en el alma del justo.

martes, 11 de septiembre de 2018

Dedicación o Consagración del templo



Homilía en ocasión de la consagración o dedicación del templo parroquial
de la Parroquia San José de la Ciudad de Alberdi, 
Diócesis de la Santísima Concepción,
Tucumán, Argentina.

         ¿Qué es o a qué se llama la “Dedicación” o “Consagración” de un templo? Como su palabra lo indica, es la destinación de un edificio al uso exclusivo del culto sagrado, o también la consagración, es decir, el convertir en sagrado o perteneciente a lo sagrado, algo que antes no  lo era. Antes de la dedicación o consagración, el edificio puede ser utilizado para fines mundanos; luego de la consagración, sólo puede ser utilizado para el culto de Dios, porque el edificio en sí se vuelve sagrado. Esto significa que en el templo consagrado no se pueden desarrollar tareas o actividades mundanas, porque no sólo sería desvirtuar el fin, que es el culto de Dios, sino que sería además ofender a la majestad de Dios, desarrollando en el templo una actividad que no es digna de esa majestad. Como dijimos, consagrar es hacer o volver sagrado algo que antes no lo era; el templo consagrado deja de pertenecer a los hombres, para pertenecer a Dios. Ésa es la razón por la cual todo lo que se desarrolla en el templo, debe ser dedicado a Dios. Las conversaciones, las posturas, la vestimenta, deben ser acordes a la dignidad del templo y a la majestad de Dios. Por eso no se puede hablar de temas mundanos, como la familia, el tiempo, la economía, etc., porque no solo son mundanos, sino porque se rompe el silencio, absolutamente necesario para que el alma pueda unirse a Dios y escuchar su voz. En el templo solo debe reinar el silencio o sino, las oraciones sagradas o las canciones sagradas. Con respecto a estas, existe una falsa concepción de que lo antiguo es pasado de moda y obsoleto, mientras que lo nuevo, por ser nuevo, es bueno. Es un grave error, porque Dios es eterno y lo que era bueno y santo en la Antigüedad, como el canto gregoriano, lo sigue siendo y lo seguirá siendo hasta el fin de los tiempos, porque Dios es Santo e Inmutable. Y puesto que Dios es santo, lo que se haga en el templo debe estar dirigido a la santidad de Dios, orientado a la santidad de Dios y causado por la santidad de Dios. Esta es la razón por la cual en el templo sólo se pueden desarrollar actividades litúrgicas, porque la liturgia es el modo por el cual la Iglesia, como Cuerpo Místico, se dirige a Dios. Si en el templo consagrado sólo se deben desarrollar actividades litúrgicas como misas, bautismos, matrimonios o sacramentos en general, quiere decir también que cualquier actividad mundana –comer, bailar, aplaudir, cantar canciones mundanas, etc.- implica una real profanación del templo, por cuanto el templo está consagrado para Dios y sólo para él. La actividad mundana puede ser de tal magnitud, que el templo puede ser declarado como des-consagrado, con lo cual en ese caso, el templo debería ser consagrado nuevamente. Es lo que sucedió y sucede en regímenes comunistas, por ejemplo, en los que los templos son confiscados a la fuerza para ser convertidos en caballerizas, almacenes, depósitos, etc. Es lo que está sucediendo en países socialdemócratas de Europa, en donde cientos de templos son abandonados por la apostasía del clero y de los fieles, para ser convertidos en restaurantes, bibliotecas, salones con pistas para practicar deportes como el skateboard, etc. Y en muchos otros casos, el colmo de la des-consagración es la demolición del templo sagrado para levantar en su lugar un emprendimiento comercial.
Ahora bien, lo que hay que considerar es que todo lo que se dice del edificio, se dice del alma, antes y después del bautismo antes del bautismo, el alma es sólo una creatura de Dios; después del bautismo, el alma es hija adoptiva de Dios porque ha recibido, de parte de Dios, su santidad y pasa a ser propiedad de Dos. Y esto a tal punto, que el alma y el cuerpo son convertidos en templo del Espíritu Santo, de manera que la Trinidad inhabita en ese cuerpo. De ahí que la profanación del cuerpo –con malos pensamientos, malos deseos, malas palabras-, o la introducción de substancias tóxicas en el cuerpo, o el uso del cuerpo para actividades pecaminosas, o el tatuarse la piel -en el Levítico se dice: "No te harás tatuajes", 19, 28-ofende gravemente a Dios, porque se está mancillando y profanando una propiedad de Dios. A partir del bautismo, el cuerpo deja de ser propiedad de la persona bautizada, para ser propiedad de Dios, de ahí que todo lo que no sea santo y se haga con el cuerpo, ofende a su divina majestad. Para darnos una idea de cómo el cuerpo es templo del Espíritu Santo, tomemos la siguiente situación: decir una mala palabra, aun cuando sea pensada, es el equivalente a que en el templo se reproduzcan, por los altavoces, esas mismas malas palabras; tener malos pensamientos o mirar cosas pecaminosas, es el equivalente a que en el templo se proyectaran, en las paredes, esas mismas imágenes o escenas pecaminosas; beber alcohol en exceso, equivale a que en el templo se derramaran litros y litros de bebidas alcohólicas a tal punto, que todo el templo quedaría impregnado con el olor a alcohol –es la razón por la cual los que se embriagan, junto a otros grupos de pecadores empedernidos, jamás entrarán en el Reino de los cielos, como lo dice la Escritura-; realizarse tatuajes, es como escribir cosas blasfemas en las paredes del templo.
Conmemorar la consagración o dedicación del templo no es sólo recordar que el templo material está destinado al culto divino: es ocasión para recordar nuestro propio bautismo, día en que nuestro cuerpo fue dedicado o consagrado a Dios y convertido en templo del Espíritu Santo y en morada de la Santísima Trinidad. Es ocasión entonces para renovar el uso exclusivamente sagrado del templo y de nuestro cuerpo.

miércoles, 9 de noviembre de 2016

Fiesta de la Dedicación de la Basílica de Letrán



         La Iglesia celebra en este día la dedicación –consagración- de la basílica San Juan de Letrán, construida por el emperador Constantino y considerada “Madre y cabeza de todas las iglesias de la Urbe y del Orbe”, por ser la Catedral del Papa, Vicario de Cristo y Obispo de Roma[1]. Se celebra esta fiesta de la dedicación de la cátedra del Obispo de Roma, en señal de amor y de unidad para con la cátedra de Pedro -que, como escribió san Ignacio de Antioquía, “preside a todos los congregados en la caridad”[2]-, con lo que afirmamos nuestra unidad como católicos romanos, al tiempo que proclamamos el primado del Papa sobre los demás obispos[3].
         Ahora bien, podemos preguntarnos: ¿hay alguna otra razón por la cual la Iglesia Católica celebra y hace fiesta por un edificio? Para conocer la respuesta, debemos tener en cuenta el significado simbólico del Templo dedicado al Señor, es decir, que representa -el templo material-, al cuerpo del cristiano, convertido en “templo del Espíritu Santo” por medio de la gracia bautismal.
         Es en este sentido en el que se expresa San Bernardo[4] al referirse a esta fiesta, al afirmar que lo que se festejaba o celebra, más allá del templo material concreto que es la Basílica de San Juan de Letrán, “es la fiesta de la casa del Señor, del templo de Dios, de la ciudad del Rey eterno, de la Esposa de Cristo”, pero esta “casa del Señor” es, ante todo, el bautizado: “Preguntémonos ahora qué puede ser la casa de Dios, su templo, su ciudad, su Esposa. Lo digo con temor y respeto: somos nosotros. Sí, nosotros somos todo esto en el corazón de Dios. Lo somos por su gracia, no por nuestros méritos”. Por la gracia del bautismo sacramental, fuimos convertidos, de meras creaturas, en “templos vivientes del Espíritu Santo” (cfr. 1 Cor 6, 9) y “casa de Dios”: “Somos su casa” y en esta casa inhabita el Espíritu Santo: “Y el apóstol Pablo nos dice: “¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?”[5]. “Hermanos, sabemos por experiencia que somos la casa del Padre de familia por el alimento tan abundante que tenemos, el templo de Dios por nuestra santificación, la ciudad del Rey supremo para nuestra comunión de vida, la esposa del Esposo inmortal por el amor. Creo, pues, que puedo afirmar sin miedo: esta fiesta es realmente nuestra fiesta”.
Ahora bien, esta “casa de Dios” y “templo del Espíritu Santo” que somos nosotros, los bautizados, es lo que constituye en la otra vida a la Jerusalén celestial, según nos enseña la Iglesia cuando reza así: “Señor, tú que con piedras vivas y elegidas edificas el templo eterno de tu gloria: acrecienta los dones que el Espíritu ha dado a la Iglesia para que tu pueblo fiel, creciendo como cuerpo de Cristo, llegue a ser la nueva y definitiva Jerusalén”. Las “piedras vivas y elegidas” que “edifican el templo eterno de la gloria” de Dios, son los bautizados. Es esto mismo lo que se desprende del Libro del Apocalipsis: “Vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo, enviada por Dios, arreglada como una novia que se adorna para su esposo. Y escuché una voz potente que decía desde el trono: “Ésta es la morada de Dios con los hombres, y acampará entre ellos. Ellos serán su pueblo y Dios estará con ellos”. Pero no vi santuario alguno en ella; porque el Señor, Dios todopoderoso, y el Cordero, es su santuario. Nada profano entrará en ella, ni los que cometen abominación y mentira, sino solamente los inscritos en el libro de la vida del Cordero” (Ap 21, 2-3. 22. 27). La Ciudad Santa, la Morada de Dios, es la Jerusalén celestial, los bautizados con la gracia del Cordero y esta Ciudad santa “no tiene santuario”, porque el santuario es “el mismo Dios”, que habita con su Pueblo, los santos. La Ciudad santa, en el cielo, está formada por los santos, aquellos en los que habita Dios Trino, que es su santuario.
         Pero esta inhabitación trinitaria en el alma de los redimidos no es exclusiva del cielo, sino que comienza ya aquí en la tierra, con la inhabitación trinitaria por la gracia en el alma de los justos –pecadores pero que se esfuerzan por vivir en gracia y rechazar el pecado-. Para San Bernardo, el hecho de que Dios inhabite en nuestras almas, es la razón primera para ser santos –perfectos- como Dios es santo y perfecto, porque Él es el que comunica de su santidad en aquellos en los que inhabita, y es así que dice: “Sed santos, dice, porque yo, vuestro Señor, soy santo” (Lv 11,45).  ¿Será suficiente la santidad? Según el testimonio del apóstol también la paz es necesaria: “Procurad la paz con todos y la santidad sin la cual nadie verá a Dios” (Heb 12,14). Esta paz es la que nos hace vivir juntos, unidos como hermanos, y edifica para nuestro Rey, una ciudad enteramente nueva llamada Jerusalén que significa: visión de paz”. Es decir, porque Jesús y el Padre, con el Espíritu Santo, hacen morada en nuestros cuerpos, almas y corazones, convirtiéndolos en algo más grande que los cielos, porque inhabita en ellos el Dios Uno y Trino, cuya grandeza no pueden abarcar los cielos, entonces es por esta razón por la cual debemos ser santos y perfectos: “Sed perfectos, como mi Padre del cielo es perfecto” (Mt 5, 48). Esto quiere decir que, siendo templos vivientes de Dios Trino, en donde inhabitan las Tres Divinas Personas no podemos, de ninguna manera, profanar el Templo de Dios que es nuestro cuerpo y nuestra alma, con pensamientos, deseos y obras malas de cualquier tipo, puesto que eso significaría, inmediatamente, la profanación, más que de nuestros cuerpos y almas, de las Tres Divinas Personas que hicieron de nuestros corazones sus altares en donde ser adoradas como un Único Dios Verdadero.
         Para darnos una idea de lo que decimos, basta con hacer la siguiente analogía: así como en el templo material inhabita Dios Hijo en la Eucaristía, en el sagrario, así el Espíritu Santo inhabita en el cuerpo del bautizado en gracia, y de la misma manera a como Jesús Eucaristía sería gravemente ultrajado si en el templo se interpretara otra música que no sea la de su adoración, o se proyectasen imágenes indecentes, o si hiciera cualquier cosa que no fuera para su alabanza y gloria, de la misma manera, cuando en el templo del Espíritu Santo que es el cuerpo del bautizado, es profanado, se profana a la Persona Tercera del Espíritu Santo que en él inhabita, y cuando se escuchan canciones mundanas, profanas o directamente blasfemas, o se vieran espectáculos inmorales, es como si en el Templo se escucharan cosas indecentes, se profirieran palabras y entonaran cantos soeces, y se vieran cosas inmorales. Y de un modo inverso, si el templo que es el cuerpo, está iluminado por la gracia y si se entonan en el alma cánticos de alabanza y adoración al Cordero, y si se hacen obras buenas en su honor y se evita todo pensamiento, deseo y obra impuros, entonces es como cuando un templo, en el que habita Jesús Eucaristía en el sagrario, está todo perfumado, limpio, aireado y en su interior se escucha la voz de Dios Trino, que habla en el silencio, en lo más profundo del corazón del hombre. Por lo que vemos, entonces, en esta fecha, no se celebra a un “edificio material”, sino ante todo, a aquello que este edificio material, consagrado, esto es, dedicado al servicio del Señor, representa: el cuerpo y el alma del hombre que por la gracia son convertidos en templo del Espíritu Santo y sus corazones en altar, sagrario y custodia de Jesús Eucaristía.






[1] San Juan de Letrán es la catedral de la diócesis de Roma, que el Papa preside como obispo. En el día de hoy, celebramos su dedicación por el papa Silvestre I en el año 324 d.C., cuando se convirtió en la primera iglesia en la que los cristianos podían hacer culto en público. Cfr. http://es.aleteia.org/2015/11/09/9-de-noviembre-un-dia-de-fiesta-por-un-edificio/
[2] http://www.liturgiadelashoras.com.ar/
[4] San Bernardo (1091-1153); Sermón 5 para la Dedicación: Fiesta de la dedicación de una iglesia, fiesta del Pueblo de Dios.
[5] Cfr. ibidem.

viernes, 12 de agosto de 2016

Fiesta de la Dedicación de la Iglesia Catedral


         En la dedicación de un templo, lo que hace la Iglesia es ofrecer a Dios una obra hecha por manos humanas, para que Él, con su santidad, la convierta en algo sagrado, en algo que es de su propiedad, en algo que ya no pertenece al mundo y por lo tanto está separado de todo lo que es profano y mundano. El templo, de mera construcción material hecha por el hombre, pasa a ser un lugar consagrado a Dios por la santidad divina y destinado a ser un lugar en el que los hombres se congregan para rendir culto a Dios, para proclamar su Palabra y celebrar sus sacramentos, el principal de todos, la Eucaristía. Al ser consagrado a Dios, el edificio no se puede usar para ninguna otra actividad que no sea la de dar culto a Dios, so pena de profanarlo y, con la profanación del templo, profanar a su Dueño, que es Dios. El templo consagrado se convierte, además de lugar de culto a Dios, en un signo visible de la presencia divina en el mundo, más específicamente, de la presencia de Jesucristo en el mundo, puesto que se contradistingue radicalmente de todo otro edificio mundano. El hecho de estar consagrado a Dios y de ser el lugar de la Presencia de Dios en medio del mundo, hace que el templo deba ser respetado como se lo merece, como un lugar sagrado, y esto implica que se deben evitar las conversaciones, no solo las mundanas, sino toda conversación que no sea verdaderamente necesaria para la santidad y el culto debido a Dios; se deben evitar los pensamientos inútiles y vanos; se deben evitar las canciones profanas y mundanas; se deben evitar las vestimentas que ofenden a la majestad divina y que no condicen con la aspiración a la santidad de los fieles, hijos de Dios; se deben evitar, en definitiva, cualquier comportamiento mundano, y puesto que Dios no habla en el estrépito, sino en la “suave brisa”, es decir, en el silencio, el silencio, tanto exterior, como interior, son los que deben caracterizar al templo, para que el hombre pueda escuchar, en lo profundo de su ser, la dulce voz de Dios. El templo es lugar de oración, de contemplación de los misterios de Dios, de reflexión y meditación en la Palabra de Dios, y no es un lugar para amenizar, ni para convertirnos en espectadores de una función teatral.
Al consagrar el templo o la iglesia a Dios, se lo dedica a Él y se le entrega este templo como una ofrenda, para que su Presencia divina llene el espacio, lo convierta en algo sagrado y por lo tanto digno de Él, de manera que los hombres, al estar ante la Presencia de Dios en un lugar consagrado, abandonen su mundanidad, hagan el propósito de alejarse del pecado y se decidan a vivir en gracia y santidad.
Ahora bien, el templo material, es decir, la construcción humana convertida en sagrada por la santidad de Dios es,a su vez, es la prefiguración del hombre convertido en mera creatura en hijo de Dios y en “templo del Espíritu Santo” por la acción de la gracia santificante, por lo cual, todo lo que se dice del templo consagrado, se dice del cuerpo y del alma del hombre que ha recibido la gracia de la divina filiación y la gracia de que su cuerpo y su alma sean templos de Dios. Así como el templo está dedicado a Dios y nada profano puede entrar en él, así también el cristiano está consagrado a Dios y nada profano, mundano, pecaminoso, puede contaminar, ni su alma, ni su corazón, ni su cuerpo, porque ya no le pertenecen a él, sino a Dios. Y de la misma manera a como el templo se profana con palabras, músicas, acciones mundanas, así también el cristiano, al permitir palabras, música, acciones profanas y mundanas, profana el templo de Dios que es su cuerpo, ofendiéndolo en su majestad.

El cristiano, por el solo hecho de ser cristiano, es templo de Dios en su cuerpo y en su espíritu y su corazón es altar en donde debe ser bendecido, amado y adorado Jesús Eucaristía. Éste es el sentido de la consagración del cristiano como templo de Dios en el bautismo y todo lo que atente contra esta consagración, debe ser evitado, como si de la peste se tratase, y es el sentido de que el cristiano debe distinguirse del mundo como signo de la presencia de Dios, como lo es un templo.

jueves, 8 de noviembre de 2012

La mayoría de los templos vivientes del Dios Altísimo, han sido arrasados por el libertinaje de la sociedad moderna




A pesar de la magnificencia de la Basílica de San Juan de Letrán –el primer templo consagrado a Dios en la cristiandad-, la Iglesia es consciente de que el verdadero templo de Dios está formado no por elementos materiales, sino por “piedras vivas”, es decir, por los bautizados, y esta creencia se expresa en la oración colecta: “Señor, que construyes un templo eterno para ti con piedras vivas, que son tus elegidos, aumenta en la Iglesia los dones del Espíritu”. Esta doctrina, a su vez, se funda en la Revelación, según lo expresado en la Primera Carta a los Corintios: “El cuerpo es templo del Espíritu Santo” (6, 19). Para San Pablo, la Iglesia está compuesta ante todo por templos vivientes, debido a la gracia santificante recibida en el bautismo sacramental.
Ahora bien, esta gracia no es apreciada por la inmensa mayoría de los cristianos, quienes lejos de considerar a sus cuerpos como templos vivientes del Santo Espíritu de Dios, lo profanan a diario por medio de modas, bailes, vestimentas, diversiones, exhibiciones escandalosas, tan impúdicos, que hacen sonrojar a los ángeles del cielo, y hacen quedar, a las profanaciones y sacrilegios cometidas en los regímenes marxistas ateos, como fracasados intentos de principiantes.
         Es conocido por todos que, en los regímenes comunistas, los templos católicos fueron profanados, y convertidos en almacenes, en depósitos, en cines, en museos; sus imágenes sagradas fueron incendiadas, profanadas, destruidas; sus altares fueron derribados. El régimen comunista, ateo y materialista por esencia, tiene por fin único combatir y destruir a la Iglesia Católica, la única Iglesia en donde se da el culto verdadero, al adorar “en espíritu y en verdad” a Dios Trino. Esto es lo que explica la saña con la que los regímenes de este tipo tengan por fin destruir todo vestigio de presencia de la Iglesia Católica, destruyendo en primer lugar sus templos, lugar físico de congregación del pueblo de Dios.
         Pero hay un régimen que supera en malicia y astucia al comunista, y es el régimen liberal y capitalista, porque no se destruyen los templos materiales, los cuales quedan incólumes, sino que, con la permisión libertina de todo tipo de excesos, y con la elevación a rango de derecho humano de todas las perversiones humanas, se logra corromper el corazón del hombre, aquello que ha sido convertido, por el bautismo, en templo y sagrario del Dios viviente.
         El actual occidente capitalista en nada tiene que envidiar a las profanaciones y sacrilegios llevadas a cabo en los países de extracción comunista, porque la degradación moral y el vacío espiritual conseguido por la rienda suelta al materialismo y a la lujuria, a la embriaguez y a la drogadicción, y a toda clase de desenfrenos, supera con creces a las profanaciones de los templos materiales del marxismo.
Sucede en estos regímenes liberales como cuando se arroja la bomba de neutrones, que aniquila toda vida, pero deja intactos a los edificios materiales: el libertinaje actual, expresado en casi infinitos programas de televisión, en las leyes inmorales, en la difusión masiva de la pornografía, deja intacto el cuerpo material, pero arrasa hasta el suelo con el alma espiritual, enlodándola con la inmundicia del pecado, y logrando su objetivo: des-consagrar los templos vivientes del Espíritu Santo, los bautizados, para consagrarlos a Asmodeo, el demonio de la lujuria.
Es necesario entonces suplicar a María, la Medianera de todas las gracias, que interceda para que la presencia del Espíritu Santo en sus templos vivos, los bautizados en la Iglesia Católica, sea cada vez más fuerte, tan fuerte, que llegue a ser percibida por los cristianos, para que estos no solo dejen de profanar el cuerpo, sino que lo hermoseen con la gracia, y así la Santísima Trinidad sea adorada en los altares de sus corazones, en el tiempo y en la eternidad.