viernes, 25 de febrero de 2022

Miércoles de Cenizas

 



(Ciclo B – 2022)

          ¿Qué significado tienen el rito de imposición de cenizas? Por un lado, recordar que esta vida terrena es pasajera, que solo dura un tiempo ya establecido por Dios desde toda la eternidad y que nuestro cuerpo material, creado por Dios, quedará reducido a cenizas cuando se produzca nuestra muerte corporal. Éste es el significado de las palabras: “Recuerda que eres polvo y al polvo regresarás”. Por otro lado, significa que es urgente la conversión del corazón al Hombre-Dios Jesucristo, ya que esto es lo que significan las palabras: “Conviértete y cree en el Evangelio”. Esto quiere decir que con la muerte terrena no se acaba nada, sino que empieza la vida eterna, pero esa vida eterna puede ser en el dolor y el horror eternos, que es la eterna condenación en el Infierno, o puede ser la dicha y la alegría eterna, que es la eterna salvación en el Reino de los cielos. Ahora bien, para que luego de esta vida terrena seamos capaces de ingresar en el Reino de los cielos, es necesaria la conversión del corazón. ¿Qué significa “conversión del corazón”? Significa que nuestro corazón está, a causa del pecado, inclinado a las cosas bajas de la tierra, así como el girasol por la noche se inclina sobre sí mismo y con su corola se dirige en dirección a la tierra. La conversión, que se da por la acción de la gracia santificante, se produce cuando el alma, guiada por la gracia, se despega de las cosas de la tierra y dirige la mirada espiritual hacia el cielo, hacia el Sol de justicia, Cristo Jesús en la Eucaristía, del mismo modo a como el girasol, cuando aparece en el cielo la Estrella de la mañana, que simboliza a la Virgen María, se deja llevar por la gracia y dirige su corola al cielo, enfocando hacia el sol y siguiendo el recorrido del sol en el cielo. Así el alma, con la gracia de Dios infundida por mediación de la Virgen, debe despegarse de las cosas terrenas, de los falsos atractivos del mundo, para dirigir su mirada y el amor de su corazón al Sol de justicia, Jesús Eucaristía, para contemplarlo y adorarlo. En esto consiste la conversión que la Iglesia pide en el Miércoles de cenizas, en una conversión eucarística, porque la Eucaristía es Dios Hijo en Persona, Jesús de Nazareth, el Salvador, oculto en apariencia de pan. Para esta conversión eucarística, además de la acción de la gracia santificante, son necesarios la oración -sobre todo el Santo Rosario-, el ayuno -a pan y agua, uno o dos días a la semana, según las posibilidades de cada uno- y la práctica de las obras de misericordia, corporales y espirituales. Esto es entonces lo que significa el Miércoles de Cenizas: recordar que estamos destinados a la vida eterna y que debemos convertir nuestros corazones a Jesús Eucaristía, por medio de la oración, el ayuno y las obras de misericordia.

“Quien deje todo por Mí recibirá cien veces más y la Vida eterna”

 


“Quien deje todo por Mí recibirá cien veces más y la Vida eterna” (Mc 10, 28-31). Jesús revela que, para aquel que lo deje todo en esta vida -familia, amigos, bienes- para seguirlo a Él, recibirá en recompensa “cien veces más” de lo que dejó y además “la Vida eterna”. En otras palabras, Dios dará como recompensa no sólo una cantidad cien veces superior a los bienes materiales que se dejó aquí en la tierra, sino que además dará a quien lo siga algo que es totalmente inimaginable, que es la Vida eterna. En esto podemos constatar la siguiente enseñanza: Dios no se deja ganar en generosidad. Así lo dice Jesús, así es en la realidad. Y si Dios es generoso, también lo es la Madre de Dios, la Santísima Virgen María y así lo dicen los santos, como por ejemplo San Luis María Grignon de Montfort: “Si tú le das a la Virgen una manzana, Ella te da un toro”. Esto, para graficar la generosidad de la Virgen, que es una participación a la generosidad de Dios. La enseñanza de este Evangelio, entonces, es que si alguien es generoso con Dios, dando algo -o incluso su persona, en el caso de los consagrados- en nombre de Cristo, Dios lo recompensa enormemente, incluso con un bien tan inmenso, tan grande y tan hermoso, ni siquiera posible de imaginar, como la Vida eterna.

“Vende lo que tienes y sígueme”

 


“Vende lo que tienes y sígueme” (Mc 10, 17-27). Una persona se acerca a Jesús y le pregunta qué es lo que tiene que hacer para ganar la vida eterna. Jesús le contesta que debe cumplir con los Mandamientos; la persona le responde que eso lo hace desde toda la vida. Luego, Jesús agrega: “Entonces, vende lo que tienes y sígueme”. La persona se retira entristecida, porque, dice el Evangelio, “poseía muchos bienes”.

En este pasaje hay varias enseñanzas: por un lado, quien se acerca a Jesús era una buena persona, ya que vivía según los Mandamientos de Dios; por otro lado, reconoce a Jesús como al “Maestro” de la humanidad; por otro lado, se puede constatar que, aunque la persona es buena, porque no hace el mal y vive según los Mandamientos de Dios, sin embargo, se ve que está apegada a los bienes de la tierra, por eso es que se retira apenada cuando Jesús le dice que venda todo lo que tiene.

¿Por qué razón Jesús le dice que venda lo que tiene y lo siga, para así ganar la vida eterna? ¿No era suficiente que el hombre viviera según los Mandamientos de la Ley de Dios? Evidentemente, no, no era suficiente vivir según los Mandamientos, porque a partir de Jesús, ahora hay un nuevo requisito para entrar en el Cielo, que es seguir a Jesús y a Jesús se lo sigue con la cruz a cuestas, porque Jesús va camino del Calvario. Ahora bien, no se puede seguir a Jesús y al mismo tiempo estar apegados a la tierra y a los bienes terrenos, porque quien sigue a Jesús, debe llevar la cruz y no se pueden llevar la cruz y los bienes terrenos al mismo tiempo; por otra parte, Jesús no va a la tierra, Jesús va al cielo y en el cielo los bienes materiales no son necesarios para nada, no sirven de nada. Los únicos bienes materiales que debe poseer quien quiera seguir a Jesús, son los mismos bienes que Él tiene en el Calvario: una corona de espinas, los clavos de hierro y el madero de la cruz. Si queremos seguir a Jesús, debemos desapegarnos de la tierra y de los bienes terrenos, debemos aferrarnos a la cruz y seguir a Jesús, que va al cielo por el Camino del Calvario.

“Cada árbol se conoce por su propio fruto”

 


(Domingo VIII - TO - Ciclo C – 2022)

          “Cada árbol se conoce por su propio fruto” (Lc 6, 39-45). Jesús nos da la clave para saber cuál es el espíritu que gobierna en el corazón del hombre y para ello utiliza dos imágenes, la de un árbol bueno, con sus frutos buenos y la de un árbol malo, con sus frutos malos: entonces, así como un árbol bueno, en buen estado de salud, da frutos buenos, saludables, así una persona buena, cuyo corazón es bueno, da frutos de bondad; de la misma manera, así como de un árbol malo, el árbol que se está secando, da frutos malos, frutos secos, sin sabor, así también una persona mala, cuyo corazón es malo, sólo da frutos de malicia.

          Ahora bien, a partir de Cristo, el concepto de bondad y maldad se amplía, puesto que Él viene a traernos la gracia santificante, que nos hace partícipes de la Bondad de Dios y eso es la santidad; por otra parte, quien no participa de la gracia, vive bajo el dominio del pecado y es el pecado el que lo lleva a participar del pecado del Ángel caído, el Demonio. Es decir, a partir de Cristo, el árbol bueno es el alma que vive en estado de gracia y da frutos de santidad, mientras que el árbol malo es el alma que no vive en gracia y que por eso da frutos de pecado.

          ¿Cuáles son los frutos de santidad? Cuando el alma está en gracia, dijimos que participa de la Bondad de Dios y esto es lo que sucedió con los santos, que eran buenos pero no con una simple bondad humana, sino que eran santos, que quiere decir que eran buenos con la Bondad de Dios. Esta bondad divina de la que participaban los santos es la que los llevó a vivir una vida no humana, sino divina, aun cuando vivían en la tierra: por ejemplo, es la bondad que poseía el Padre Pío, la Madre Teresa, o Santo Tomás, o cualquier santo de la Iglesia Católica. Ellos son los máximos ejemplos de los frutos de bondad y santidad divina que pueden dar las almas cuando estas participan de la bondad del Sagrado Corazón de Jesús.

          Por otra parte, los frutos de malicia, son los frutos de la concupiscencia consentida, es decir, el pecado: la maledicencia, la calumnia, la difamación, la mentira, el engaño, la violencia, la deshonestidad, el robo y toda clase de obras malas. Todos estos frutos malos, los frutos envenenados del mal, surgen de los corazones oscuros, de los corazones que no están iluminados, santificados y purificados por la gracia santificante del Corazón de Cristo, que se nos comunica a través de los sacramentos, sobre todo la Confesión Sacramental y la Eucaristía.

          “Cada árbol se conoce por su propio fruto”. Si en nuestros corazones inhabita el Espíritu Santo, por obra de la gracia, entonces daremos frutos de santidad; si en nuestros corazones no está la gracia, sino la oscuridad del pecado, entonces daremos frutos de malicia. El corazón bueno da frutos de bondad; el corazón que no tiene bondad, da solo frutos malos. Cada uno elige qué clase de frutos quiere dar, a Dios y al prójimo.

 

“Que no separe el hombre lo que Dios ha unido”

 


“Que no separe el hombre lo que Dios ha unido” (Mc 10, 1-12). Los fariseos, citando a Moisés, que permitía el divorcio, le preguntan a Él qué es lo que piensa acerca de la separación o divorcio entre quienes se han unido en matrimonio. Jesús no les responde directamente, sino que se remonta al origen de la creación de la raza humana por parte de Dios, para hacerles ver que, por un lado, Dios los creó “varón y mujer” -con lo cual da por sentado que no hay ningún otro modelo o forma de unión marital posible-; por otro lado, les recuerda que esta unión es indisoluble, ya al unirse en matrimonio, ambos “forman una sola carne”; por último, les dice que si Moisés permitió el divorcio, eso era solo por la dureza de corazón de los hombres, pero ahora, a partir, de Él, eso ya no será posible, es decir, ya no será posible el divorcio. La razón de la unidad e indisolubilidad del matrimonio es que, a partir de Jesús, el matrimonio será elevado a sacramento, lo cual quiere decir que los contrayentes son unidos a Cristo y su misterio salvífico por medio de la gracia y así se hacen partícipes del misterio de la unión esponsal, mística, celestial y sobrenatural, que existe en el Matrimonio Primordial, que es el de Cristo Esposo con la Iglesia Esposa. A partir de Cristo, los esposos ya no se unen con el solo amor humano, sino que este amor humano es hecho partícipe, por la gracia del sacramento del matrimonio, del Amor Divino y así como el Amor Divino une inseparablemente, en el Amor, a Cristo con la Iglesia, así los esposos cristianos, unidos sacramentalmente en matrimonio, reciben también este Amor Divino que los une y los une de tal manera, que solo la muerte los puede separar.

“Que no separe el hombre lo que Dios ha unido”. Al unirse por el sacramento del matrimonio, los esposos son hechos partícipes de la unión esponsal mística entre Cristo Esposo y la Iglesia Esposa y es de esta unión –“admirable misterio”, dice la Escritura-, de donde reciben todas las características de su matrimonio, como la fecundidad, la fidelidad y sobre todo, la unidad y la indisolubilidad. El gran problema de los esposos cristianos que se divorcian, es que no han entendido que esta separación no es posible, porque están unidos en el Amor de Cristo, que los hace ser, con la fuerza divina y no ya con la fuerza humana, “una sola carne” y que por lo tanto están unidos por la fuerza del Divino Amor, el Espíritu Santo. Esto es lo que quiere decir Jesús cuando dice: “Que no separe el hombre lo que Dios ha unido”.

 

jueves, 24 de febrero de 2022

“Tendrá recompensa el que dé un vaso de agua en nombre de Cristo”

 


“Tendrá recompensa el que dé un vaso de agua en nombre de Cristo” (Mc 9, 41-50). Llaman la atención estas palabras de Jesús: ¿sólo por dar un vaso de agua, quien lo haga tendrá recompensa? La clave para entender lo que dice Jesús, es comprender la diferencia que hay entre la mera filantropía y la obra de misericordia realizada en nombre de Cristo y por amor a Cristo. En la filantropía -practicada, entre otras sectas, por la Masonería-, la acción “buena” se realiza en nombre del hombre y con la sola voluntad del hombre y siempre, sin excepción, es para recibir el aplauso, el elogio, la alabanza, del resto de los hombres. Es decir, en la filantropía, sólo hay un deseo egoísta de ser alabado y ensalzado por los hombres, por parte de quien realiza el acto bueno. Esta acción, originada en el hombre y destinada al hombre, no tiene trascendencia de eternidad, en el sentido de que no tiene valor para la vida eterna. Toda su recompensa radica en el aplauso vacío que el hombre tributa al hombre por su acción filantrópica.

Por el contrario, en la obra de misericordia, que consiste en realizar una obra material o espiritual en favor del prójimo, lo que lleva a realizar esta obra de misericordia es la gracia santificante y la gracia santificante, que hace participar del Amor de Dios Trino, no se origina en el corazón humano, sino en el Corazón de Dios y es por esto que esta acción adquiere trascendencia y valor de eternidad: porque se origina en el Amor de Dios, que es eterno y porque se dirige a Dios, en su eternidad, al ser realizada en nombre de Cristo y por el nombre de Cristo.

“Tendrá recompensa el que dé un vaso de agua en nombre de Cristo”. No es lo mismo filantropía que caridad cristiana; la filantropía no conduce al cielo ni tiene valor para la vida eterna, en cambio, las obras de misericordia, corporales o espirituales, como el simple hecho de dar un vaso de agua en nombre de Cristo, tienen valor eterno y abren las puertas del cielo.

Fiesta de la Cátedra de san Pedro

 



Esta fiesta litúrgica toma su nombre de la silla de madera que se cree fue utilizada por san Pedro, primer Obispo de Roma y Papa. La cátedra o silla de san Pedro fue donada por el rey Carlos II el Calvo, nieto de Carlomagno e hijo del rey Luis I el Piadoso, de Francia, en el año 354. Esta silla se conserva en la Basílica de San Pedro del Vaticano. Ahora bien, la silla de San Pedro tiene un gran significado simbólico y espiritual y es que la silla representa el lugar desde donde los obispos enseñan la doctrina y los dogmas de fe revelados por el Hombre-Dios Jesucristo; por esto mismo, simboliza el magisterio de Pedro y de todos cuantos le siguieron en la cátedra, es decir todos los Papas que se sucedieron, desde Pedro en adelante, hasta el actual Papa.

Por último, el significado de la silla de San Pedro tiene otro simbolismo y es que el hecho de que la Iglesia venere y se una a la Cátedra de Pedro, significa que la Iglesia adhiere, con la mente, el corazón y el espíritu, a las enseñanzas del Hombre-Dios Jesucristo, contenidas en el Credo, en los Mandamientos, en los Dogmas, en el Magisterio de veinte siglos de la Iglesia Católica.

La silla de Pedro, en este sentido, representa al Magisterio de la Iglesia, que es a su vez la expresión veraz y autoritativa de la Revelación Única y Verdadera del Hombre-Dios Jesucristo, Segunda Persona de la Trinidad, Dios Hijo encarnado.

Quienes aman la Verdad y la Unidad, se alegran por la silla de Pedro, símbolo de la Verdad y la Unidad de la Esposa Mística del Cordero, Cristo Jesús, la Iglesia Católica.

sábado, 19 de febrero de 2022

“Amen a sus enemigos”

 


(Domingo VII - TO - Ciclo C – 2022)

          “Amen a sus enemigos” (Lc 6, 27-38). El mandato de Jesús de amar al enemigo es una prueba de que el amor en el que se funda la religión que Él crea, la religión católica, es de origen divino y no humano. Es verdad que, entre los humanos, al menos entre aquellos que más humanidad poseen, hay acciones concretas de sensibilidad y de trato justo hacia el enemigo, sobre todo al enemigo vencido, como por ejemplo, curar sus heridas, proporcionarle agua, alimentos, un lugar para reposar, etc. Es decir, entre los hombres, incluso entre aquellos hombres que se encuentran en guerra, existe un mínimo de sentido de humanidad que, en virtud de esta misma humanidad, proporcionan a sus enemigos un trato llamado precisamente “humanitario”, porque concede a su enemigo los auxilios mínimos necesarios que el enemigo vencido necesita.

          Ahora bien, el mandato de Jesús no se refiere a estas acciones humanitarias, puesto que es algo que supera infinitamente a una mera obra de humanidad, desde el momento en que el Amor con el cual Jesús pide “amar al enemigo”, no surge del corazón humano sino, podemos decir así, del mismo Corazón de Dios Trinidad. El Amor con el que se debe cumplir el mandato de Jesús de amar al enemigo no surge de nuestra humanidad, de nuestros corazones humanos, sino que proviene del mismo Dios Uno y Trino, porque es el Amor que es la Tercera Persona de la Trinidad, el Espíritu Santo. En otras palabras, el cristiano debe amar a su prójimo con el mismo Amor trinitario, con el mismo Amor con el cual el Padre ama al Hijo desde la eternidad y el Hijo al Padre, también desde la eternidad y ese Amor se llama “Espíritu Santo”.

          El amor a los enemigos se aplica plenamente al prójimo que, por algún motivo circunstancial, se considera como “enemigo personal”; por ejemplo, es nuestro enemigo quien nos calumnia, quien nos difama, quien nos insulta, maldice, persigue, hace el mal de cualquier forma, nos desea el mal, etc. A todos estos prójimos, considerados enemigos, el cristiano no debe responder jamás con el mal, sino devolviendo bien por mal; no debe jamás dejar crecer en sí mismo el sentimiento de enojo, rencor, venganza y mucho menos odio: el cristiano debe recordar y llevar siempre grabada a fuego, en su mente y en su corazón, la Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo, por la cual Él nos perdonó a nosotros, que éramos sus enemigos a causa del pecado, al precio de su Preciosísima Sangre derramada en la cruz y, teniendo en la mente y en el corazón el Santo Sacrificio de Nuestro Señor, que pidió perdón al Padre por nosotros –“Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”-, así el cristiano debe imitar a Jesucristo y, en nombre de Cristo, jamás en nombre propio, perdonar al prójimo que es su enemigo y lo ofende de alguna manera. Sólo así el cristiano cumplirá el mandato de Jesús de perdonar al enemigo, porque no solo imitará a Jesús que nos perdonó desde la cruz, sino que participará de su propio perdón, que es el perdón del Padre a la humanidad. El cristiano que no perdona, no solo no es buen cristiano, sino que puede decirse que es un soberbio y un orgulloso y que con su pecado de rencor y venganza, de soberbia y orgullo, se hace partícipe del pecado de Satanás en el cielo, cuyo pecado capital, que le valió la expulsión del cielo, fue la soberbia y el orgullo.

          Ahora bien, hay que aclarar el hecho de que como cristianos debamos amar al enemigo, no significa que debamos permitir, a nuestros enemigos, en nombre del amor cristiano, que el enemigo profane el nombre de Dios o que agreda a la Patria o a la Familia: en estos casos, el mandato del amor al enemigo se mantiene, pero de modo personal, es decir, al enemigo considerado como prójimo y como ser humano, pero el mandato no exime, al cristiano, al católico, de defender el honor de Dios cuando es mancillado, o de defender a la Patria y a la Familia cuando estas son atacadas.

          “Amen a sus enemigos”. Si queremos cumplir el mandato de Cristo, de amar al enemigo, al prójimo que nos ha injuriado, insultado, agredido, difamado, no podemos nunca encontrar ese amor en nosotros mismos, porque no lo vamos a encontrar. Para poder cumplir el mandato de Jesús y amar a nuestros enemigos como Cristo nos amó, hasta la muerte de cruz, es necesario ir a buscar ese Amor, el Amor del Espíritu Santo, que se encuentra en el Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús.

“¡Apártate de Mí, Satanás!”

 


El Demonio se hace adorar por los idólatras y blasfemos miembros de la Masonería, bajo el nombre de "Baphomet", una de cuyas características es la bisexualidad.

“¡Apártate de Mí, Satanás!” (Mc 8, 27-33). Esta dura reprensión de Jesús está dirigida nada menos que a su Vicario, el Papa, Pedro. La razón es que Pedro, cuando Jesús les revela su misterio salvífico de Muerte y Resurrección, que indefectiblemente debe pasar por la Cruz y el Calvario, Pedro se opone a la Cruz, la rechaza y se opone a los planes de Jesús. La razón de la dura reacción de Jesús es que, si por la Cruz los hombres se salvan porque así la Sangre de Cristo abre las puertas del Reino de los cielos, sin el sacrificio de la Cruz, los hombres no tienen ninguna posibilidad de salvación. Que todos los hombres se salven, por medio del sacrificio de Jesús en la Cruz, es la voluntad y el deseo de Dios Padre; que ningún hombre se salve y que todos rechacen la salvación de la Cruz y se condenen del infierno, es la voluntad y el deseo de Satanás, el Padre de la mentira, la Serpiente Antigua, el Enemigo de Dios y de los hombres. Es por esta razón que Jesús reprende duramente a Pedro, que está claramente influenciado por Satanás al rechazar la Cruz y también a Satanás, que es quien influye sobre Pedro para que este, aun siendo el Vicario de Cristo, se oponga a los planes salvíficos de Jesucristo.

“¡Apártate de Mí, Satanás!”. El durísimo reproche de Jesús se dirige no solo a Pedro, sino a todo aquel cristiano que piense que se puede alcanzar el Cielo sin la Cruz; se dirige a todo aquel que piensa que se puede entrar en el Reino de Dios sin pasar por la Puerta Estrecha, que es la Santa Cruz de Jesús. Por lo tanto, debemos estar muy atentos para rechazar en nosotros cualquier pensamiento, de origen humano y satánico, que nos lleve a rechazar la Cruz. Al mismo tiempo, debemos abrazar la Santa Cruz con todas nuestras fuerzas, porque la Santa Cruz de Jesús es el Único camino que conduce al Reino de Dios.

“No se dejen llevar de la levadura de los fariseos”

 


“No se dejen llevar de la levadura de los fariseos” (Mt 16. 5-23). El consejo de Jesús a sus discípulos se entiende en su sentido sobrenatural, cuando se comprende qué quiere decir Jesús con “levadura”: la “levadura”, espiritual y simbólicamente, es la soberbia y el orgullo. Así como la levadura fermenta la masa y hace que ésta se hinche e infle, aumentando su tamaño, así la soberbia y el orgullo, actuando sobre el alma, hacen que ésta se hinche y se infle, creyéndose ser más de lo que es, una simple creatura que, por añadidura, es pecado, como lo dicen los santos: “Somos nada más pecado”.

El pecado de soberbia es de especial gravedad porque además de ser el origen de muchos otros pecados, la soberbia hace que el alma sea partícipe del pecado capital del demonio en el cielo, que fue precisamente la soberbia, al pretender, irracionalmente, ser más que Dios.

El soberbio es partícipe y cómplice de modo particular del demonio y su pecado y es por eso que merece la advertencia por parte de Jesús, de que rectifique su camino hacia la dirección opuesta, que es la humildad: “Aprended de Mí, que soy manso y humilde de corazón”.

Al pecado de soberbia se le opone entonces la virtud de la humildad, porque con esta virtud el alma se asemeja al Sagrado Corazón de Jesús, que es “manso y humilde”.

Pidamos por lo tanto la gracia de evitar a toda costa el pecado de soberbia y pidamos también la gracia de participar de la humildad de los Sagrados Corazones de Jesús y María.

viernes, 18 de febrero de 2022

“El ciego estaba curado y veía con toda claridad”

 


“El ciego estaba curado y veía con toda claridad” (Mc 8, 22-26). Jesús cura a un ciego, utilizando su omnipotencia divina y demostrando así que Él es Dios Hijo encarnado.

La curación que hace Jesús es real, es decir, el ciego tenía una verdadera incapacidad visual -no sabemos si congénita o adquirida, como en otros casos de ciegos de nacimiento que sí están consignados en el Evangelio-; más allá de esto, lo cierto es que el hombre estaba verdaderamente privado de la vista y luego es curado milagrosamente por Jesús.

Ahora bien, este milagro corporal, real, por el cual el ciego recupera la vista, además del significado en sí mismo, esto es, que el no vidente recupera la visión, tiene también un significado espiritual: en el ciego estamos representados todos los seres humanos que, a causa del pecado original, somos como ciegos espirituales, en el sentido de que no podemos ver, espiritualmente hablando, la voluntad de Dios, expresada en los Mandamientos y tampoco podemos ver los misterios salvíficos de la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo.

En este sentido, la curación del ciego es símbolo de la gracia santificante de Cristo, que cura nuestra ceguera espiritual y nos ilumina, concediéndonos la facultad de contemplar la voluntad de Dios y de participar de los misterios de la salvación.

La gracia santificante nos concede entonces la vista espiritual, que nos hace ver la voluntad de Dios y los misterios de la salvación de Cristo, librándonos de la ceguera espiritual.

sábado, 12 de febrero de 2022

Jesús proclama las “bienaventuranzas” y los “ayes”

 


(Domingo VI - TO - Ciclo C – 2022)

          Jesús proclama lo que se conocen como las “bienaventuranzas” y los “ayes” (cfr. Lc 6, 17. 20-26). Como sus nombres lo indican, las bienaventuranzas son estados de dicha y alegría, mientras que los ayes son lamentos dirigidos a quienes poseen una condición de extrema desgracia. Lo que se debe considerar es que las bienaventuranzas y los ayes no dependen de situaciones o de hechos terrenos o humanos, sino de la unión con Cristo en la cruz, es decir, dependen de si el alma está unida a Cristo crucificado o si no lo está. En otras palabras, se puede decir bienaventurado aquel que está crucificado con Cristo, aunque humanamente, a los ojos de los hombres, atraviese grandes tribulaciones o sufra desgracias; por el contrario, se puede decir que es destinataria de los ayes de Jesús toda aquella alma que aquí, en la tierra, rechaza la cruz de Jesús y se separa de Él, de manera tal de no compartir su crucifixión en el Calvario. Estos últimos son aquellos a quienes, humanamente hablando, aun cuando hacen el mal, parece que en todo negocio que emprenden les va bien, porque tienen éxito, son aplaudidos por los hombres, son reconocidos por el mundo, reciben los vanos honores que los hombres se conceden unos a otros. Parecen afortunados a los ojos de los hombres, pero ante los ojos de Dios, son desafortunados y desgraciados, al punto de merecer compasión por parte de Dios, quien ve anticipadamente su futuro de eterna condenación, siendo por esto merecedores de los ayes de Jesús.

          Consideremos entonces brevemente las bienaventuranzas. Jesús dice: “Dichosos ustedes los pobres, porque de ustedes es el Reino de Dios”: Jesús se refiere a quien es pobre, pero no con la pobreza material, sino con la pobreza de la cruz, que es distinta: en la cruz, Cristo es pobre materialmente, porque solo tiene la corona de espinas, un paño con el que cubrir su humanidad, los clavos de hierro que traspasan sus manos y pies y el mismo madero de la cruz. Es a esta cruz a la que se refiere Jesús y puede poseer esta pobreza tanto quien no tiene nada materialmente hablando, como quien posee abundante riqueza material, pero está desprendido de ella y por lo tanto, es pobre desde el punto de vista espiritual.

“Dichosos ustedes los que ahora tienen hambre, porque serán saciados”. Jesús en la cruz tiene hambre, pero no solo corporal, porque no ha ingerido alimento ni bebida alguna desde su detención el Jueves Santo por la noche, sino que ante todo tiene hambre de amor por las almas; desea inflamar en su amor, que es el Amor de Dios, a todas las almas de todos los hombres y es en eso en lo que consiste su hambre espiritual y esta hambre será saciada cuando Él, elevado a lo alto en la cruz, atraiga a toda la humanidad a su Sagrado Corazón, con la fuerza del Espíritu Santo, el Amor de Dios.

“Dichosos ustedes los que lloran ahora, porque al fin reirán”. En la cruz, Cristo llora, al ver el destino de eterna condenación de la humanidad, pero ese llanto se convertirá en lágrimas de alegría cuando Él, muriendo en la cruz y luego resucitando, derrote para siempre a los tres grandes enemigos de la humanidad, el demonio, la muerte y el pecado. Quien está unido a Cristo en la cruz, participa de su dolor y de su llanto en esta tierra, pero luego participa de su alegría eterna en el Reino de los cielos.

“Dichosos serán ustedes cuando los hombres los aborrezcan y los expulsen de entre ellos, y cuando los insulten y maldigan por causa del Hijo del hombre. Alégrense ese día y salten de gozo, porque su recompensa será grande en el cielo. Pues así trataron sus padres a los profetas”. En la cruz, Cristo es aborrecido, insultado y maldecido por quienes odian la cruz, que es la salvación de los hombres. Ahora bien, esa persecución del mundo hacia Cristo y sus discípulos es motivo de alegría y gozo, porque es señal de eterna salvación y de predestinación al Reino de los cielos.

Luego, vienen los ayes, es decir, las desdichas: “Pero, ¡ay de ustedes, los ricos, porque ya tienen ahora su consuelo!”. Jesús no se refiere sobre todo a los ricos materialmente, aunque también están comprendidos, sino que los ricos, que ya tienen su consuelo y que por eso son desdichados, son los ricos espirituales, es decir, aquellos que en su soberbia creen ser ricos porque se creen auto-suficientes, sin necesidad de Dios y su salvación; en el momento de pasar de esta vida a la otra, se darán cuenta de su extrema pobreza, porque sus fueras humanas serán inútiles ante el Juicio de Dios y así se lamentarán el haber prescindido, en esta vida, de la Misericordia Divina.

“¡Ay de ustedes, los que se hartan ahora, porque después tendrán hambre!”. Se refiere a quienes, olvidando a Dios, se hartan con los placeres del mundo -para lo cual no hay que ser rico materialmente hablando-, porque luego, en la otra vida, padecerán hambre de Dios por toda la eternidad.

“¡Ay de ustedes, los que ríen ahora, porque llorarán de pena!”. Quienes ríen en el mundo, despreocupadamente, sin preocuparse mínimamente, ni por Dios ni por el prójimo y ríen porque pasan esta vida de fiesta en fiesta, llorarán amargamente de pena y dolor cuando comprueben que lo que vivieron estaba vacío de Dios y lleno de un mundo sin Dios.

“¡Ay de ustedes, cuando todo el mundo los alabe, porque de ese modo trataron sus padres a los falsos profetas!”. El mundo alaba, glorifica, ensalza, a todo aquel que niegue a Dios y a su Mesías, Cristo Jesús. Cuanto más sea negado Jesucristo como Salvador de la humanidad, tanto más los hombres ensalzan y elogian a los negadores de Cristo, tanto más reconocimiento mundano reciben, tanta más glorificación del mundo son acreedores. Sin embargo, la negación de Cristo como Redentor universal de la humanidad es una característica de los falsos profetas, de los profetas que no son profetas de Cristo, sino del Anticristo. Es merecedor de los ayes de Cristo quien, colocándose voluntariamente de lado de los profetas del Anticristo, niegan al verdadero Cristo y persiguen a la Verdadera y Única Iglesia de Dios, la Iglesia Católica.

Bienaventurados entonces quienes están crucificados con Cristo en el Calvario, porque su destino es la alegría eterna en el Reino de los cielos; ay de aquellos que, renegando de Cristo y su cruz, aplauden desde el mundo, junto con los demonios, a la crucifixión de Cristo, porque están destinados a la eterna condenación.

jueves, 10 de febrero de 2022

“Es del corazón del hombre de donde salen toda clase de cosas malas”

 


“Es del corazón del hombre de donde salen toda clase de cosas malas” (Mt 15, 19). Jesús corrige un grave error de los fariseos, quienes pensaban que bastaba con la purificación legal de manos y de utensillos, para que el hombre quedara purificado.

Jesús corrige este error, haciéndoles ver que el espíritu humano no se contamina con cosas externas, sino que es del propio corazón del hombre de donde sale todo el mal que el hombre hace.

Esto se debe a que el pecado original provocó una herida interior en los más profundo del ser del hombre, no sólo privándolo de la gracia, sino además inclinándolo al mal. Es entonces a causa del pecado original que el hombre se inclina por el mal y no por elementos externos.

De esto se deduce que el hombre, para quedar purificado, necesita de la gracia santificante que se dona por los sacramentos y no le sirve de nada, para quitar el pecado, la higiene de las manos o de los utensillos, como sostenían los fariseos.

Purifiquemos nuestras almas en el Sacramento de la Confesión y seremos agradables ante la Presencia de la Trinidad.

“Dejan de lado los Mandamientos de Dios para seguir las tradiciones de los hombres”

 


“Dejan de lado los Mandamientos de Dios para seguir las tradiciones de los hombres” (Mc 7, 8-13). Jesús critica duramente a los fariseos, pero no por las medidas de higiene, como la purificación de manos, vajillas y elementos de bronce, sino porque los fariseos habían pervertido de tal manera la religión verdadera, que hacían consistir la religión en prácticas puramente humanas, surgidas de la mente humana y no de la mente de Dios.

Así, habían olvidado la esencia de la religión, que es el amor a Dios y al prójimo como a uno mismo y la habían cambiado por ritos inventados por ellos mismos.

De esa manera, para los fariseos era más importante la purificación de manos y utensillos, antes que el culto a Dios y el amor al prójimo, incluidos los padres.

“Dejan de lado los Mandamientos de Dios para seguir las tradiciones humanas”. También a nosotros nos puede suceder que olvidemos la esencia de la religión, que es la adoración a Cristo Eucaristía y la misericordia para con el prójimo y la cambiemos por ideologías humanas, como el ecologismo, la migración, el pobrismo, la justicia social y toda clase de falsedades ideológicas como estas. No caigamos en el error de los fariseos; no nos preocupemos tanto por el alcohol en gel y pidamos la gracia de no olvidar nunca que la esencia de la religión es la adoración al Cordero de Dios, Cristo Eucaristía y el amor al prójimo.

sábado, 5 de febrero de 2022

“Lleva la barca mar adentro y echen sus redes para pescar”

 


(Domingo V - TO - Ciclo C – 2022)

“Lleva la barca mar adentro y echen sus redes para pescar” (Lc 5, 1-11). En este episodio del Evangelio se destacan numerosos elementos sobrenaturales, ocultos en los eventos naturales que en él suceden. Para poder desentrañar a los elementos sobrenaturales, veamos qué es lo que sucede naturalmente. En el Evangelio se relata que Pedro había estado con sus ayudantes pescando durante toda la noche y sin embargo, a pesar del esfuerzo realizado, no habían logrado pescar nada. Es esto lo que Pedro le dice a Jesús: “Maestro, hemos trabajado toda la noche y no hemos pescado nada”. En efecto, Pedro y los demás pescadores a sus órdenes, se habían pasado toda la noche tratando de obtener pescados, pero no habían podido pescar absolutamente nada. Esto es lo que se conoce como la “pesca infructuosa”. Sin embargo, ahí no termina el episodio, porque Jesús le ordena a Pedro que, no obstante el haber fracasado en su intento de pescar, ingrese mar adentro y arroje igualmente las redes. Pedro, llevado por la palabra de Jesús, obedece y hace lo que Jesús le dice y, para sorpresa de todos, obtienen una cantidad de peces tan abundantes, que las dos barcas incluso corrían el peligro de hundirse, debido a la cantidad de peces. Esto último es lo que se conoce como “primera pesca milagrosa”.

Como podemos ver, hay dos situaciones que se encuentran en los opuestos: por un lado, la pesca infructuosa, llevada a cabo en la noche y bajo la guía de Pedro, en la que no se obtiene nada y por otro, la llamada “pesca milagrosa”, en la que, bajo las órdenes de Jesús, se obtiene una cantidad impensada de peces. Para poder desentrañar el significado sobrenatural, celestial, divino, que se encuentra en este episodio, es necesario reemplazar los elementos naturales que en el episodio aparecen, por los elementos sobrenaturales. Así, por ejemplo, en la pesca infructuosa, quien guía la pesca es Pedro y no Jesús; la pesca se lleva a cabo en la noche y la noche significa oscuridad, pero sobre todo oscuridad espiritual, una oscuridad causada por la ausencia de Jesús, que es Luz Eterna; la Barca de Pedro es la Iglesia Católica, que en la pesca infructuosa no está bajo el mando de Jesús, mientras que en la pesca milagrosa sí lo está; el mar es el mundo y también la historia y el tiempo de la humanidad; los peces, objeto de la actividad pesquera, son las almas de los seres humanos, quienes deben ingresar en la Barca de Pedro, es decir, la Iglesia Católica; la noche, que es cuando se lleva a cabo la pesca infructuosa, es la historia de la humanidad sin Dios y como Dios es Luz Eterna, al no tener a Dios, la humanidad se encuentra envuelta en una triple tiniebla: la tinieblas del pecado, de la muerte y las tinieblas vivientes, los demonios y son estas tinieblas en parte las causantes de que los peces no encuentren a la Barca de Pedro; el trabajo afanoso de Pedro y sus ayudantes, durante toda la noche, en la pesca infructuosa, significa la desvirtuación del trabajo apostólico de la Iglesia, que debe dirigirse a salvar almas, es decir, a hacer ingresar a los hombres a la Iglesia Católica, para que estos puedan salvarse, el hecho de que ningún hombre ingrese en la Iglesia, a pesar de los esfuerzos de Pedro y sus ayudantes, significa que la Iglesia emprende labores que nada tienen que ver con la salvación de las almas, además de predicar elementos extraños a la Palabra de Cristo, como el ecologismo, la ayuda meramente social, la ausencia de la predicación de la necesidad de salvar el alma, la ausencia de la predicación de la peligrosidad del pecado, sobre todo el pecado mortal y la ausencia de la predicación de la necesidad de la gracia santificante de Cristo, como requisito indispensable para salvar el alma. Por último, en la pesca milagrosa, llevada a cabo bajo la dirección y las órdenes de Jesús, el significado es totalmente distinto: la pesca obtiene frutos porque quien dirige la Barca de Pedro, la Iglesia Católica, es el Hombre-Dios Jesucristo, con el Espíritu Santo y es Él quien llama a las almas para que ingresen en la Barca de Pedro, la Iglesia Católica; la abundancia de peces de la pesca milagrosa significan los hombres que han recibido, interiormente, la gracia de la conversión, por obra de Jesucristo y del Espíritu Santo y es así cómo han ingresado a la Iglesia Católica, porque se han dado cuenta de que necesitan salvar sus almas. Un último significado que podemos ver en este episodio es la actitud de Pedro: cuando Pedro obra por su cuenta, de noche, sin la guía de Cristo y el Espíritu Santo, toda la acción de la Iglesia es inútil, porque ningún hombre ingresa en la Iglesia Católica para salvar su alma; en cambio, cuando Pedro, dejando de lado sus razonamientos humanos y sometiéndose y humillándose él mismo con sus pensamientos humanos, al pensar y querer del Hombre-Dios Jesucristo, es entonces cuando la situación cambia y los hombres ingresan en masa en la Iglesia Católica, porque toman conciencia de que deben salvar sus almas de la eterna condenación, además de darse cuenta de que Jesucristo les abre las puertas del Cielo por medio de su sacrificio en la cruz. El ingreso de los hombres en la Barca de Pedro se debe entonces a la acción de Cristo y del Espíritu, que por medio de Pedro, anuncian a los hombres el Evangelio de la salvación, Evangelio que consiste en luchar contra las pasiones para evitar la eterna condenación y salvar el alma ingresando en el Reino de los cielos, un anuncio sobrenatural, celestial y divino, que nada tiene que ver ni con la inexistente justicia social ni con la ecología, ni con la migración, ni con la curación meramente corporal.

“Lleva la barca mar adentro y echen sus redes para pescar”. El episodio de la pesca infructuosa primero y milagrosa después, nos enseña claramente que la Iglesia, cuando es conducida solo por hombres, propaga un mensaje falso, de salvación intramundana, en la que la salud del cuerpo y la alimentación corporal importan más que la salvación del alma y el alimento del alma, lo cual conduce al abandono de la Iglesia por parte de los hombres; nos enseña también que cuando la Iglesia, bajo el mando de Cristo y el Espíritu Santo, predica la necesidad imperiosa de alimentar el alma con el Cuerpo y la Sangre de Cristo, para salvar el alma de la eterna condenación y así alcanzar el Reino de los cielos, los hombres escuchan la voz del Buen Pastor Jesucristo e ingresan en la Iglesia y es eso lo que representa la pesca milagrosa.

 

jueves, 3 de febrero de 2022

Fiesta de la Presentación del Señor

 



          La Fiesta litúrgica de la Presentación del Señor se origina en el cumplimiento de la ley de Moisés que María Santísima y San José realizan a los cuarenta días de nacido el Señor Jesús y también en las palabras que San Simeón pronuncia, inspirado por el Espíritu Santo. En efecto, era costumbre de los hebreos que a los cuarenta días de nacido el primogénito, éste fuera llevado al templo para ser consagrado al Señor; además, era el tiempo necesario para que la mujer, que había dado a luz, quedara purificada luego del parto. Ahora bien, ni Jesús necesitaba ser presentado o consagrado a Dios, puesto que Él mismo es Dios Hijo en Persona, ni tampoco la Virgen necesitaba ser purificada, puesto que su parto había sido virginal y milagroso: la Virgen y San José acuden al templo para cumplir exteriormente con la ley de Moisés, ley que habría de ser abrogada por la Nueva Ley de la caridad del Niño Dios.

          Lo que sucede a continuación del ingreso de la Virgen y de San José en el templo, no tiene explicación humana: cuando ingresan, se encuentran con San Simeón y son las palabras de San Simeón las que no tienen explicación humana, sino divina. Cuando lo toma entre sus brazos, San Simeón dice que el Niño Dios es “luz para iluminar a las naciones paganas y gloria del Pueblo de Israel”. Esto no es algo que habitualmente se dice, cuando alguien recibe entre sus brazos a un niño recién nacido: lo habitual es que se diga que está sano, que se pregunte su nombre, cuánto tiempo tiene, etc., pero no es habitual que se diga que ese niño es “luz”. Ahora bien, esto lo dice San Simeón porque el anciano, que había sido llevado por el Espíritu Santo al templo, es iluminado también por el Espíritu Santo, en el momento de recibir al Niño y es de esta manera que lo puede contemplar en la luminosidad divina del Ser divino trinitario del Niño Dios. En otras palabras, San Simeón ve, en el Niño Dios, la luz divina trinitaria que emana del Acto de Ser divino del Niño Dios y por eso lo llama “luz de las naciones paganas” y “gloria de Israel”. Esto último también significa luz, porque en el lenguaje bíblico, la gloria de Dios es la luz de Dios; entones, San Simeón está diciendo que el Niño Dios es “luz de Dios, luz eterna”, que habrá de iluminar tanto a los paganos como al Pueblo Elegido. Y como Luz Eterna, el Niño Dios derrotará a las tinieblas del pecado, de la muerte y a las tinieblas vivientes, los demonios, que envuelven a la humanidad desde Adán y Eva.

          Por esta razón, debemos implorar, suplicar, a la Virgen, la Madre de Dios, la Madre de la Luz Eterna, que así como fue Ella la que llevó a su Hijo al templo para que iluminara al Anciano Simeón, así también sea Ella quien lleve a su Hijo Jesús Eucaristía a todos los hombres que no lo conocen, para que así también ellos sean iluminados por la Luz Eterna que emana del Cristo Eucarístico.

“Se admiraban de las palabras de gracia que salían de Él (…) todos en la sinagoga se pusieron furiosos y quisieron despeñarlo”


 

(Domingo IV - TO - Ciclo C - 2022)

          “Se admiraban de las palabras de gracia que salían de Él (…) todos en la sinagoga se pusieron furiosos y quisieron despeñarlo” (Lc 4, 21-30). Es llamativo el cambio radical de actitud de los asistentes a la sinagoga en relación a Jesús. Cuando Jesús comienza a analizar el pasaje de la Biblia que acababa de leer, los asistentes de la sinagoga quedan “asombrados” por la sabiduría que escuchan de labios de Jesús; pero instantes después, todos cambian de ánimo y del asombro pasan al repudio, a la ira y al deseo explícito de asesinar a Jesús. ¿Qué es lo que determina este cambio en los asistentes a la sinagoga? Lo que los enfurece son los ejemplos que da Jesús, sobre los profetas Elías y Eliseo: así como estos profetas no fueron enviados al Pueblo Elegido, sino a paganos, para que ellos también conocieran al Único Dios verdadero, así Jesús, que es el Mesías, no es enviado solo al Pueblo Elegido, a los judíos, sino también a las naciones paganas, para que las naciones paganas salgan de la oscuridad espiritual en las que están envueltas y conozcan la gracia de la liberación de Dios Hijo encarnado, el Mesías, Jesús de Nazareth. Es decir, lo que enfurece a los judíos -y no tendrían porqué enfurecerse- es que Jesús les dice que Él, que es el Mesías, ha venido a traer la liberación del pecado, del demonio y de la muerte, no solo al Pueblo Elegido, sino también a los gentiles, a aquellos que no forman parte del Pueblo Elegido. Esto es así porque en la voluntad santísima de la Trinidad, Dios Uno y Trino quiere que todos los hombres sean salvados, no solo el Pueblo Elegido, no solo los judíos y para que todos los hombres sean salvados, el Mesías debe extender su misión salvífica a toda la humanidad y no solo a los que formaban parte del hasta entonces Pueblo de Dios. No se entiende el enojo de los judíos, sino es por un profundo orgullo -solo ellos quieren ser los destinatarios de la salvación que trae el Mesías- y por un profundo desprecio por la salvación eterna de las almas de quienes no pertenecen a la raza hebrea. Si ellos amaran a Dios verdaderamente, amarían su voluntad y su voluntad es que todos los hombres se salven y si amaran a Dios, amarían a los hombres sólo porque Dios los ama y así desearían que el Mesías sea conocido, amado y adorado por toda la humanidad.

          No repitamos el error del Pueblo Elegido; nosotros somos el Nuevo Pueblo Elegido, pero no hemos sido elegidos por nuestros dones, que no tenemos, sino que hemos sido elegidos para transmitir al mundo sin Dios que Cristo Eucaristía es el Mesías de Dios Trino que ha venido para salvarnos del demonio, del pecado y de la muerte y para llevarnos al Reino de los cielos, al fin de nuestra vida terrena. Éste es el mensaje que de parte de la Trinidad debemos transmitir a nuestros hermanos, los hombres de toda la tierra.