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miércoles, 31 de julio de 2024

“Trabajen, no por el alimento perecedero, sino por el que permanece hasta la Vida eterna”


 

(Domingo XVIII - TO - Ciclo B - 2024)

“Trabajen, no por el alimento perecedero, sino por el que permanece hasta la Vida eterna” (Jn 6, 24-35). Jesús realiza el milagro de la multiplicación de panes y peces y la multitud, habiendo saciado su apetito corporal y habiéndose dado cuenta del prodigio obrado por Jesús, comienza a buscarlo para proclamarlo como rey. Pero Jesús, que no ha venido desde el seno del Padre al seno de la Virgen Madre para encarnarse y cumplir su misterio pascual de Muerte y Resurrección, solamente para saciar el hambre corporal de la humanidad y mucho menos para ser coronado como rey de la tierra, no permite ser coronado por la multitud. El objetivo de la Encarnación del Verbo de Dios, de su ingreso desde la eternidad en el tiempo y en el espacio de la humanidad, es otro muy distinto: no es el de dar pan material ni carne de pescado, sino Pan de Vida Eterna y Carne de Cordero asada en el Fuego del Espíritu Santo, la Sagrada Eucaristía, que es Él mismo, el Alimento celestial Vivo que contiene en Sí mismo la Vida divina de la Trinidad y comunica la Vida Eterna a quien lo consume en estado de gracia, con fe, con piedad y con amor. Mucho menos ha venido Jesús para ser coronado como rey terrenal, porque Él no necesita ser coronado rey por nadie, ya que Él es Rey de cielos y tierra desde toda la eternidad tanto por derecho propio, como por naturaleza y por conquista.

Jesús sabe que la muchedumbre no ha entendido que el signo de la multiplicación de panes y peces es únicamente el ser un anticipo y una pre-figuración de un prodigio infinitamente más grandioso, el de la multiplicación sacramental del Pan de Vida Eterna y de la Carde del Cordero de Dios, que es su Cuerpo y su Carne glorificados y ocultos en las especies eucarísticas. Jesús se da cuenta que la multitud quiere proclamarlo rey solo porque han satisfecho su apetito corporal, pero no por el signo en sí mismo, que es anticipo del Banquete celestial, el Banquete del Reino de los cielos, la Sagrada Eucaristía. Eso explica sus palabras, en las que corrige la intención de la muchedumbre: “Ustedes me buscan, pero no porque vieron signos, sino porque han comido pan hasta saciarse”. Les dice claramente que quieren nombrarlo rey porque quieren asegurar sus provisiones, porque quieren asegurar sus estómagos, quieren asegurar que no van a pasar hambre corporal de ahora en adelante, pero no lo buscan porque llegaron a entrever la prefiguración del signo del Pan de Vida eterna, que alimenta esencialmente el alma con la substancia divina, con la substancia de la Trinidad. Lo buscan porque les sació el hambre del cuerpo, pero no porque hayan entendido que era un signo que anunciaba la Eucaristía.

Es verdad que el Hombre-Dios Jesucristo tiene la capacidad más que suficiente para terminar con el hambre de toda la humanidad de todos los tiempos en menos de un segundo, porque es Dios, pero ese no es su objetivo; eso lo deja Él como tarea para el hombre, para que el hombre demuestre su amor por su hermano, para que sea el hombre quien, en vez de dedicarse a oprimir con dictaduras comunistas a sus hermanos, se dedique a saciar el hambre de su hermano y así demuestre su solidaridad; Jesús quiere saciar un hambre que el hombre no puede saciar y es el hambre de Dios y ese hambre el hombre no lo puede saciar porque es un hambre infinita, es el hambre del espíritu, es hambre de Amor Divino, de paz, de justicia, de misericordia, de alegría verdadera, de gloria, de felicidad sin fin, es el hambre de Dios. Es un hambre que todo hombre que viene a este mundo la trae consigo, aunque crea o no crea en Dios y Dios la sacia con sobreabundancia con el Don de Sí mismo por medio del Pan de Vida Eterna, el Pan Vivo bajado del cielo, el Verdadero Maná celestial, donado por el Padre en el peregrinar del Nuevo Pueblo de Dios hacia la Jerusalén celestial en el desierto de la vida; Dios sacia el hambre de Dios que posee el hombre mediante el Don de la Carne del Cordero de Dios, asada en el Fuego del Espíritu Santo, el Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, envuelto en las llamas del Divino Amor. Es esta la razón por la que Jesús le dice a la muchedumbre -y nos dice a nosotros, por lo tanto, ya que sus palabras eternas atraviesan el tiempo y el espacio y llegan a todos los hombres-, que “trabajen, no por el alimento que perece, sino por el alimento eterno”: “Trabajen, no por el alimento perecedero, sino por el que permanece hasta la Vida eterna, el que les dará el Hijo del hombre”. Y ese “alimento que permanece hasta la vida eterna” no es otro que la Sagrada Eucaristía, el Verdadero Maná celestial, el Pan Vivo bajado del cielo y es por esto que el llamado de Jesús es a trabajar en su Iglesia, la Única Iglesia de Jesús, la Iglesia Católica, por la Eucaristía y para la Eucaristía. De esta manera, Nuestro Señor Jesucristo eleva el alma del hombre, despegándola de su mirada puramente terrena, material, mundana, pasional, horizontal, en la que solo piensa en satisfacer su apetito corporal y a cambio le propone trabajar por el pan, sí, pero por un Pan que no es de la tierra sino del cielo, un Pan que da Vida, una Vida nueva, desconocida, porque es la Vida de la Trinidad, la Vida Divina de Dios Uno y Trino, la Vida del Cordero de Dios, un Pan que les dará Él, un Pan que es su Carne, un Pan que es Carne de Cordero, la Sagrada Eucaristía.

Y ahora sí, al final del diálogo, la multitud comienza a entender qué es lo que Jesús quiere decirles; entienden que deben trabajar no solo para ganar el pan el terreno, como dice el Génesis –“Ganarás el pan con el sudor de tu frente”, por eso la pereza es pecado mortal-, sino que ahora entienden que deben trabajar para obrar según la voluntad de Dios: “Ellos le preguntaron: “¿Qué debemos hacer para realizar las obras de Dios?”. Jesús les respondió: “La obra de Dios es que ustedes crean en aquel que Él ha enviado”. Sin embargo, aunque están cerca de la verdad, todavía creen que el verdadero maná es el que comieron sus padres en el desierto; no están convencidos del Pan de Vida eterna que Jesús quiere darles y por eso le exigen obras a Jesús: “¿Qué signos haces para que veamos y creamos en ti? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como dice la Escritura: Les dio de comer el pan bajado del cielo”. Los judíos creían erróneamente que el maná del desierto era el verdadero maná; esto le da ocasión a Jesús para revelarse y auto-proclamarse como Pan Vivo bajado del cielo, como el Verdadero Maná bajado del cielo, enviado por el Padre: “Jesús respondió: “Les aseguro que no es Moisés el que les dio el pan del cielo; mi Padre les da el verdadero pan del cielo; porque el pan de Dios es el que desciende del cielo y da Vida al mundo”. Jesús les dice que el signo que ellos piden es Él mismo; Él es el Verdadero Maná bajado del cielo, enviado por el Padre y que todo el que coma de ese Pan tendrá la Vida eterna”. Y es aquí cuando la multitud, iluminada por la gracia, entiende que hay un Pan, que no es el terreno, sino celestial, que da una vida nueva, que es la Vida eterna y ese Pan el que le pide a Jesús: “Señor, danos siempre de ese pan”. Jesús les responde asegurándoles que siempre tendrán ese Pan, que es un Pan que da la Vida eterna y que ese Pan es Él en la Eucaristía y que el coma de ese Pan saciará por completo su hambre de Dios y la sed de Amor divino que hay en el alma de todo hombre: “Jesús les respondió: “Yo soy el pan de Vida. El que viene a mí jamás tendrá hambre; el que cree en mí jamás tendrá sed”.         Así como la muchedumbre del Evangelio entendió que lo importante en esta vida no es el pan que sacia el hambre del cuerpo, sino el Pan que sacia el hambre de Dios, el Pan de Vida Eterna, el Pan Vivo que baja del cielo, la Sagrada Eucaristía, le digamos nosotros a Jesús: “Jesús, Pan de Vida Eterna, danos siempre el Pan Vivo bajado del cielo, tu Cuerpo y tu Sangre en la Eucaristía; que nunca nos falte el Pan del altar, la Sagrada Eucaristía, que satisface nuestra hambre de Dios y sacia nuestra sed del Divino Amor”.


miércoles, 17 de abril de 2024

“Yo Soy el Pan de Vida”

 





“Yo Soy el Pan de Vida” (Jn 6, 30-35). Le piden a Jesús un signo para que crean en Él y como prueba, traen al recuerdo el maná bajado del cielo, al que ellos le llaman “el pan bajado del cielo”. Gracias a este maná, dicen, sus antepasados pudieron alimentarse y así atravesar el desierto hasta llegar a la Tierra Prometida. Los judíos están convencidos de que ese maná, recibido cuando Moisés los guiaba por el desierto, es el verdadero y único maná bajado del cielo.

Pero Jesús los saca del error en el que se encuentran: el verdadero maná no es el que les dio Moisés; el verdadero Pan de vida no es lo que comieron sus antepasados en el desierto; el Verdadero Pan bajado del cielo es Él mismo, que entregará su Cuerpo y su Sangre glorificados, una vez atravesado el misterio pascual, oculto en lo que parece pan pero no es pan, sino Él en Persona, con su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad y este Verdadero Maná, este Verdadero Pan bajado del cielo, que es un don del Padre y no de Moisés, es la Sagrada Eucaristía. Esto es lo que quiere decir Jesús cuando les dice: “No es Moisés el que les dio el pan del cielo; es mi Padre quien les da el Verdadero Pan del cielo”.

El Verdadero Pan del cielo es entonces la Eucaristía, porque el maná que recibió el Pueblo Elegido en el desierto era un pan material, milagroso, sí, porque venía del cielo, pero era solo pan; en cambio la Eucaristía viene del cielo, viene del seno del Padre y es el Verdadero Maná bajado del cielo, porque contiene el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad del Hijo del Padre Eterno, Nuestro Señor Jesucristo. Además, el maná que recibieron a través de Moisés les permitió atravesar el desierto terreno, para llegar a la Jerusalén terrenal, alimentando sus cuerpos y evitando así que fallezcan de hambre; en el caso de la Eucaristía, el Pan bajado del cielo, enviado por el Padre, alimenta principalmente el alma, para evitar que el alma desfallezca ante las tribulaciones de la vida y concede al alma una participación en la fortaleza divina, que le permite atravesar el desierto del tiempo y de la historia humana para llegar, no a la Jerusalén terrena, sino a la Jerusalén celestial.

Si queremos atravesar el desierto de la vida con la fortaleza, la serenidad, la alegría y la paz del mismo Jesucristo, para así llegar a la Jerusalén celestial, hagamos entonces el propósito de alimentarnos del Verdadero y Único Maná celestial, el Pan Vivo bajado del cielo, la Sagrada Eucaristía.


viernes, 23 de julio de 2021

“Es mi Padre quien os da el Verdadero Pan del cielo”

 


(Domingo XVIII - TO - Ciclo B – 2021)

“Es mi Padre quien os da el Verdadero Pan del cielo” (Jn 6, 24-35). Los judíos le cuestionan a Jesús su consejo de creer en Él, que es a quien “Dios ha enviado” y esta resistencia se debe a que están convencidos de que Moisés es más grande que Jesús y por eso le dicen a Jesús que Moisés les dio a comer “el pan del cielo”, el maná del desierto. Es decir, ponen como argumento para no seguirlo a Jesús el hecho de que en su travesía por el desierto, bajo el mando de Moisés, él les dio el maná del desierto. En contraposición a esta creencia, de que Moisés hizo un prodigio dándoles el maná del cielo y que por eso es más grande que Jesús, Jesús les dice que “no fue Moisés quien les dio el verdadero pan del cielo”, sino Dios Padre, porque Dios Padre les da la Carne y la Sangre del Cordero de Dios, la Eucaristía: “Es mi Padre quien os da el Verdadero Pan del cielo”. Con esto, Jesús demuestra que no sólo es más grande que Moisés porque hizo un milagro mayor, sino que Él es el Milagro en sí mismo, porque Él es el “Verdadero Pan del cielo”. Los judíos estaban equivocados al pensar que el maná que ellos recibieron en el desierto era el Verdadero Pan del cielo: el maná del desierto era sólo figura y anticipo del Verdadero Pan del cielo, el Maná Verdadero, el Cuerpo y la Sangre del Cordero de Dios, Jesús Eucaristía.

Para comprender más las palabras de Jesús, debemos considerar que así como los hebreos fueron elegidos como Pueblo –por eso se llama “Pueblo Elegido”- para proclamar la existencia de un Dios Uno ante los pueblos paganos de la antigüedad, así nosotros, a partir de Cristo, somos el “Nuevo Pueblo Elegido”, que hemos sido elegidos para proclamar la existencia de Dios Uno y Trino. Esto nos permite comprender que, al igual que el Pueblo Elegido, que peregrinó en el desierto hasta llegar a la Ciudad Santa, Jerusalén, también nosotros, como Nuevo Pueblo Elegido, peregrinamos en el desierto de la historia y de la vida humana para llegar a la Ciudad Santa, que no es la Jerusalén terrestre, sino la Jerusalén celestial, y al igual que el Pueblo Elegido, que fue alimentado en su peregrinar por el maná bajado del cielo, así también nosotros somos alimentados en el espíritu por el Verdadero Pan bajado del cielo, el Verdadero Maná, la Sagrada Eucaristía, el Cuerpo y la Sangre de Jesús, que es el alimento espiritual por excelencia. La Eucaristía es alimento super-substancial, porque nos alimenta con la substancia de la Trinidad y por eso es el Verdadero Maná bajado del cielo; ahora bien, también puede la Eucaristía alimentar el cuerpo y la prueba son los santos que, a lo largo de la historia de la Iglesia, se han alimentado solamente de la Eucaristía, sin necesidad de consumir alimento material, terreno y si bien esto es algo extraordinario, porque lo más común es que necesitemos el alimento corporal, la Eucaristía, siendo alimento esencialmente espiritual, puede también saciar el cuerpo, además del alma.

            “Es mi Padre quien os da el Verdadero Pan del cielo”, les dice Jesús a los judíos; nosotros, parafraseando a Jesús, podemos decir: “Es la Iglesia Católica, la Esposa Mística del Cordero de Dios, la que nos da el Verdadero Pan del cielo, el Maná Verdadero, el Pan Vivo bajado del cielo, que contiene la substancia humana divinizada y el Ser divino trinitario del Hijo de Dios, Jesús en la Eucaristía”. Con el alma en estado de gracia, alimentémonos con la Eucaristía en nuestro peregrinar en el tiempo hacia la eternidad de la Patria celestial -la Jerusalén del cielo, cuya Lámpara es el Cordero-, alimentémonos con la Sagrada Eucaristía, el Cuerpo y la Sangre de Jesús, el Verdadero Maná bajado del cielo.


jueves, 15 de abril de 2021

“Yo soy el pan de vida”


 

“Yo soy el pan de vida” (cfr. Jn 6, 30-35). Los judíos le preguntan a Jesús cuáles son las obras que Él hace, para que crean en Él y ponen, como ejemplo de obrar divino, el maná milagroso del desierto que les dio Moisés. Jesús les replica que no fue Moisés quien les dio el maná del desierto, sino su Padre del cielo; pero además les revela algo que no podrían ni siquiera imaginar: el Verdadero Pan del cielo, el Verdadero Maná bajado del cielo, no es el que les dio Moisés en el desierto, sino que es Él en Persona: “Yo Soy el Pan de vida”. Además de revelarles que Él es el Verdadero Maná bajado del cielo, enviado por el Padre, Jesús les revela qué es lo que contiene este Pan y qué es lo que da este Pan: la Vida eterna. Y para resaltar esta idea, les recuerda que quienes comieron el maná en tiempos de Moisés, murieron, pero a diferencia de ellos, quienes coman de este Pan de Vida eterna, que es Él en Persona, con su Ser divino trinitario y su substancia divina, tendrá aquello que tiene Él, que es la Vida divina, la Vida eterna de la Santísima Trinidad y por esto, quien coma de este Pan Eucarístico, “no tendrá hambre” de Dios, porque su hambre de Dios será extracolmada por este Pan celestial; quien coma de este Pan divino no tendrá más sed de Dios, porque su sed de Dios será apagada al beber la Sangre del Cordero, el Vino de la Alianza Nueva y Eterna, la Sagrada Eucaristía.

“Yo soy el pan de vida”. Hasta tanto no recibimos el Pan de Vida eterna, la Sagrada Eucaristía, el Cuerpo y la Sangre de Jesús, no tenemos vida eterna en nosotros. Sólo cuando recibimos, en estado de gracia, el Verdadero Maná del cielo, la Hostia consagrada, solo entonces tenemos vida eterna en nosotros y se sacian la sed de Dios y su Amor que nuestras almas poseen.

 

 


viernes, 24 de abril de 2020

“Es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo”




“Es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo” (Jn 6, 30-35). En el diálogo entablado con Jesús, los hebreos le preguntan acerca de las señas o signos que hace Él “para que crean” en Él. Argumentan que fue Moisés quien hizo un signo en el desierto, dándoles a comer el maná en el desierto. Para ellos, éste, el maná, es el signo dado por Dios para que crean en Moisés; de esta manera, poseen el argumento para permanecer en el Antiguo Testamento y no aceptar la Buena Nueva de Jesús. Pero lo que ellos no han entendido es que el maná del desierto era en realidad una prefiguración del verdadero Maná, el Pan Vivo bajado del Cielo. Para sacarlos de este error, es que Jesús les dice: “En verdad, en verdad os digo: no fue Moisés quien os dio pan del cielo, sino que es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo”. En la última frase está la razón por la cual el “verdadero pan del cielo”, no es el maná que les dio Moisés -Dios a través de Moisés-, sino el Pan que Dios les dará a través de Jesús: “El Pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo”, dos acciones que estaban ausentes en el maná del desierto. En efecto, el verdadero Maná es el que da Dios Padre porque “baja del cielo”, no del cielo cosmológico, sino del Cielo sobrenatural, en donde se encuentra el Reino de Dios; por otra parte, el verdadero Maná “da vida al mundo”, cosa que no hacía el maná del desierto, porque este “dar la vida al mundo”, significa que da la vida de Dios Uno y Trino a las almas que habitan en este mundo. Por estas razones, el verdadero Maná no es el que les dio Moisés, un pan bajado del cielo pero que no alimentaba el alma sino el cuerpo y no concedía la vida de Dios; el verdadero Maná es la Eucaristía, que baja del Cielo -el seno de Dios Padre- y da “la vida al mundo”, esto es, la Eucaristía concede la vida trinitaria al alma humana.
“Es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo”. Parafraseando a Jesús, podemos decir que “es la Iglesia la que da el verdadero Pan del cielo”, la Divina Eucaristía, y ninguna otra iglesia en el mundo es capaz de hacerlo. Por lo tanto, mientras peregrinamos en el desierto de esta vida hacia la Jerusalén celestial, procuremos siempre alimentar nuestras almas con el “verdadero Maná”, el Pan de Vida eterna, la Eucaristía.

martes, 7 de mayo de 2019

“¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?”



“¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?” (Jn 6, 52-59). Ante el discurso del Pan de Vida, en el que Jesús afirma que Él es el verdadero Maná bajado del cielo y que quien coma de este Pan que es su Cuerpo tendrá la vida eterna, los judíos se escandalizan y se dicen entre sí: “¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?”. Es decir, los judíos, que escuchan sin fe en las palabras de Jesús y desconociendo su misterio pascual de muerte y resurrección, piensan que Jesús los está invitando a una especie de canibalismo, al invitarlos a “comer su carne” para tener “vida eterna”: “¿Cómo puede este darnos a comer su carne?”. No pueden entender las palabras de Jesús, porque las escuchan sólo con los oídos del cuerpo y porque las analizan sólo con su simple razón humana, sin la luz de la gracia. Sólo a la luz de la gracia se pueden comprender las palabras de Jesús: Él no está invitando a que coman su Cuerpo y beban su Sangre ahora, antes de cumplir su misterio pascual de muerte y resurrección, sino que los está invitando a que coman su Cuerpo y beban su Sangre después de haber pasado por la Pasión, Muerte y Resurrección. Sólo después de morir en la cruz, su Cuerpo será glorificado el Domingo de Resurrección y así se convertirá, en la Eucaristía, en donde este Cuerpo glorioso está Presente, en Pan de Vida eterna y en bebida de eterna salvación.
“¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?”. Las dudas e incredulidad de los judíos se repiten entre muchos católicos, cuando la Iglesia con el Catecismo y el Magisterio afirman que la Eucaristía es el Pan de Vida eterna y la Carne del Cordero de Dios, que concede la vida eterna a quienes la consumen. Muchos, parafraseando a los judíos y repitiendo su incredulidad, dicen: “¿Cómo puede ser que la Eucaristía sea el Cuerpo y la Sangre de Jesús? ¿Acaso no es nada más que un poco de pan bendecido?”. El católico que esto dice, lo dice porque no tiene fe en las palabras de Jesús ni en las enseñanzas de la Iglesia, que nos dicen que la Eucaristía no es un pan bendecido, sino el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo. Cuando comulgamos la Eucaristía, no llevamos a la boca un trocito de pan bendecido: consumimos verdaderamente el Pan Vivo bajado del cielo, el Cuerpo resucitado y glorioso del Señor Jesús y comemos la Carne del Cordero de Dios, que nos comunica la vida eterna. Quien no cree esto, se aparta de la fe católica.

jueves, 4 de mayo de 2017

“El pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo”

     

       “El pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo” (Jn 6, 44-51). Mientras los israelitas pensaban que sus padres habían recibido el pan del cielo, el maná del desierto, Jesús revela que ése no era “el verdadero pan del cielo”, porque ellos comieron el maná en el desierto y murieron; por el contrario, Jesús revela que Él dará ahora un pan nuevo, desconocido para el hombre; un pan que contiene en sí la Vida eterna y que el coma de este pan, no morirá: “Sus padres, en el desierto, comieron el maná y murieron. Pero este es el pan que desciende del cielo, para que aquel que lo coma no muera”. A diferencia del Pueblo Elegido, que recibió sí un maná bajado del cielo, pero igualmente murieron, porque este era solo figura del que habría de venir, Jesús promete ahora el Verdadero Maná bajado del cielo, que al dar la Vida eterna a quien lo consuma, no sólo impedirá que muera, sino que tendrá “la Vida eterna”, esto es, la vida misma de Dios Trino.
         “El pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo”. ¿Qué es este pan que dará Jesucristo? Es su Carne, una vez que sea glorificada, cuando atraviese y cumpla su misterio pascual de Muerte y Resurrección. Así como su Carne mortal encierra la Vida Increada porque Él es Dios Hijo encarnado, así el Pan que Él dará será un Pan Vivo, que vive con la Vida misma Increada de Dios, porque ese Pan es Él, Cristo Dios, encarnado en el seno virgen de María y que prolonga su Encarnación en la Eucaristía. Él es, en la Eucaristía, con su Cuerpo glorificado y oculto bajo las apariencias de pan, el pan que es carne y que da la vida de Dios al alma: “El pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo”. Jesús, Dios Hijo encarnado, Espíritu Purísimo y Dios consubstancial al Padre, que por esto mismo posee la Vida divina, por cuanto Él es la Vida Increada, se hace carne y se dona a su Iglesia bajo apariencia de pan, y así es el Pan de Vida eterna y el Pan Vivo bajado del cielo, que comunica la vida eterna a quien lo consume con fe y con amor: “Yo soy el pan de Vida. Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo”.

         La Eucaristía es el Verdadero Maná bajado del cielo, el Pan Vivo que contiene la Carne del Cordero, que nos dona la vida misma de Dios Trino en cada comunión eucarística, alimentando nuestras almas en nuestro peregrinar, por el desierto del mundo y de la historia humana, hacia la Jerusalén celestial.

martes, 12 de abril de 2016

“Yo soy el pan de Vida”


“Yo soy el pan de Vida” (Jn 6, 30-35). Ante la afirmación de los judíos de que sus padres habían recibido de Moisés el “pan bajado del cielo”, Jesús les responde diciendo que el verdadero maná no es el que les dio Moisés, sino el que da su Padre -“mi Padre les da el verdadero pan del cielo”- y a continuación les revela que Él en Persona es ese verdadero pan del cielo: “Yo Soy el Pan de Vida”. Aun siendo de origen celestial y divino, el maná recibido en el desierto por mediación de Moisés era solo una figura del Verdadero Maná, Jesús, el Hijo de Dios: el maná del desierto sólo alimentaba el cuerpo, para una vida terrena y sólo permitía atravesar el desierto de arena para llegar a la Jerusalén celestial; el Verdadero Maná, el Cuerpo y la Sangre de Jesús resucitado en la Eucaristía, alimenta el alma, para la vida eterna, y es el que permite atravesar el desierto de la vida en dirección a la Jerusalén celestial, la Ciudad Santa del Reino de los cielos, en donde reina, majestuoso, el Cordero de Dios. Jesús en la Eucaristía es el Pan de Vida eterna, el verdadero Pan bajado del cielo, que nos concede la vida misma del Ser trinitario divino, la vida eterna, que nos permite vivir, en anticipo, ya desde el desierto de esta vida temporal, la vida de la gloria que habremos de vivir, por su Misericordia, en el Reino celestial.


miércoles, 17 de abril de 2013

“Yo Soy el Pan Vivo bajado del cielo”



“Yo Soy el Pan Vivo bajado del cielo” (Jn 6, 44-51). En su discurso del Pan de Vida, Jesús se atribuye el nombre de “Pan”, pero se diferencia claramente del “pan” o “maná del desierto: “Sus padres, en el desierto, comieron el maná y murieron”. En cambio, el que coma de este Pan, que es su carne, la carne del Cordero de Dios, no solo no morirá sino que vivirá eternamente: “El que coma de este pan vivirá eternamente”, y la razón es que este Pan, que es su Cuerpo, su Carne gloriosa y resucitada, contiene la vida misma del Ser trinitario, la vida misma de Dios Trino, que es la vida también de Jesús en cuanto Hombre-Dios: “el pan que Yo daré es mi carne para la Vida del mundo”.
Los israelitas en el desierto comían el maná y morían porque este, si bien tenía un origen celestial, por cuanto era Yahvéh quien lo creaba de la nada para proporcionárselos, y si bien era un alimento espiritual en el sentido de que provenía del amor de Yahvéh, era ante todo un alimento para el cuerpo y su acción se limitaba a servir de sustento a la vida terrena y corpórea. Al impedir que el Pueblo Elegido muriera de hambre, el maná del desierto fortalecía a los israelitas, permitiéndoles hacer frente a las alimañas del desierto, las serpientes venenosas, los escorpiones y las arañas, y les permitía, de esta manera, que alcanzaran la Tierra Prometida, la Jerusalén celestial. Sin embargo, debido a que era un alimento que sustentaba sólo la vida corpórea, los israelitas comieron de este pan pero murieron.
Este es el motivo por el cual Jesús les dice que ese maná no era el verdadero maná, porque solo era figura del Verdadero Maná del cielo, la Eucaristía, el Pan Vivo bajado del cielo, que es Él mismo. Él sí concede Vida eterna, porque no alimenta el cuerpo con substancias perecederas, como el maná del desierto, sino al alma y con la Vida eterna, con su vida misma, que es la vida de Dios Trino.
El que come de este Maná que es la Eucaristía, tiene Vida eterna, porque la substancia con la que alimenta es la substancia de Dios, que es Vida Increada y es su misma Eternidad. El que come de este Pan, que es la Carne del Cordero de Dios, asada en el fuego del Espíritu Santo, recibe por participación la Vida divina de Dios Hijo, y Dios Hijo le comunica de tal manera de su vida, que el que consume este pan “ya no es él, sino Cristo Jesús quien vive en Él”. Si el pan del desierto se asimilaba al organismo que lo consumía, el que consume el Pan Vivo bajado del cielo, la Eucaristía, es asimilado por el Espíritu Santo en el Cuerpo de Cristo, pasando a ser “un solo cuerpo y un solo espíritu” con Cristo Jesús.
Si el pan del desierto permitió al Pueblo Elegido no desfallecer de hambre en su peregrinar por el desierto, y le dio fuerzas para combatir a las alimañas, las serpientes, los escorpiones y las arañas, para que pudieran llegar sanos y salvos a la Jerusalén terrena, el Pan Vivo bajado del cielo, que alimenta con la substancia misma de Dios, permite no desfallecer a causa del hambre de Dios que toda alma humana posee, porque la sobre-alimenta con abundancia con esta substancia divina; al mismo tiempo, la Eucaristía le concede fuerzas para combatir a los seres espirituales de la oscuridad, las entidades demoníacas, las alimañas espirituales que asaltan al hombre en su peregrinar por el desierto de la vida. De esta manera, la Eucaristía permite al alma que se alimenta de ella, alcanzar la Patria celestial, la Jerusalén del cielo, en donde “no habrá más hambre ni sed”, porque el Cordero la alimentará con su Amor por toda la eternidad.
“Yo Soy el Pan Vivo bajado del cielo (…) el que coma de este Pan vivirá eternamente”. El cristiano que se alimenta del manjar substancial de la Eucaristía posee ya, desde esta vida, en germen, la Vida eterna, Vida que se desplegará en toda su infinita plenitud al traspasar los umbrales de la muerte terrena.

lunes, 15 de abril de 2013

“No Moisés, sino mi Padre, les da el verdadero Pan del cielo, la Eucaristía”


       “No Moisés, sino mi Padre, les da el verdadero Pan del cielo” (Jn 6, 30-35). Los israelitas creían que el maná que ellos comieron en el desierto era el verdadero maná: “Nuestros padres comieron el maná en el desierto”. Pensaban esto porque gracias a este alimento celestial, habían sido capaces de atravesar el desierto sin desfallecer de hambre para así alcanzar la Tierra Prometida, la ciudad de Jerusalén.

       Era un alimento celestial por su origen, porque la substancia de la cual estaba compuesto este pan, no provenía de manos humanas; provenía directamente de Yahvéh, quien de esa manera alimentaba a su Pueblo impidiendo no sólo la muerte por inanición, sino ante todo conservándoles la vida y fortaleciendo sus cuerpos para que pudieran llegar al destinado tan ansiado.

      Pero el maná del desierto, siendo con todo un alimento puramente material, que fortalecía principalmente el cuerpo, era en un cierto sentido también un alimento espiritual, porque los israelitas sabían que el maná provenía del Amor de Yahvéh, quien movido precisamente por este amor, los alimentaba de un modo tan maravilloso.

       Ahora bien, comparado con la abundante cantidad y el sabor de los refinados manjares con los que se deleitaban en Egipto –ollas y ollas de cebollas y carnes asadas-, el maná era más bien insípido, pero los israelitas sabían que los alimentos de Egipto, sabrosos y abundantes, eran alimentos de esclavitud, mientras que el maná era el alimento de la libertad.

        Sin embargo, a pesar de todas estas maravillas acerca del maná, Jesús les dice que ese no era el “verdadero maná”, porque era solo una figura del Verdadero Maná, el Pan de Vida eterna, la Eucaristía.

        La Eucaristía es el Verdadero Maná bajado del cielo, porque por ella el Nuevo Pueblo Elegido, los bautizados en la Iglesia Católica, son capaces de atravesar, no un desierto terreno, sino el desierto de la vida, y sin desfallecer del hambre de Dios, porque sus almas son alimentadas con la substancia misma de la divinidad. Alimentados y fortalecidos con un manjar tan substancial, se vuelven capaces de alcanzar la Jerusalén celestial, la Patria del cielo.

         El Verdadero Maná, la Eucaristía, es un alimento celestial por su origen, porque proviene de Dios Trino, pero es celestial también porque la substancia con la cual alimenta a las almas no está hecha por creatura alguna, porque se trata de la substancia humana glorificada del Hombre-Dios y de la Substancia Increada y el Acto de Ser de Dios Trino.

          Este alimento celestial alimenta a las almas, impidiéndoles morir porque las protege del pecado pero, ante todo, le concede una nueva vida, la Vida eterna del Hombre-Dios Jesucristo, y junto con esta vida eterna, les es concedida a las almas su misma fortaleza, la fortaleza con la cual el Hombre-Dios subió a la Cruz, con lo cual los que se alimentan con este Pan celestial se vuelven capaces de atravesar el desierto de la vida, en donde acechan las alimañas del desierto, los ángeles caídos, para llegar incólumes e invictos a la Patria celestial.

          Este es un maná que viene directamente del Amor de Dios, quien no puede soportar el ver a sus hijos desfallecer de hambre –el verdadero conocimiento y amor de Dios revelados en Cristo Jesús- y les envía este alimento, haciéndolo llover en el altar eucarístico para concederles este Pan Vivo, de un modo tan maravilloso y prodigioso, que dejan sin palabras a los mismos ángeles.

           Al igual que el maná del desierto, que comparado con los manjares de la tierra resultaba insípido, así también este Verdadero Maná que es la Eucaristía resulta insípido o poco sabroso a los sentidos, porque se trata de apariencias de pan sin levadura que saben a pan sin levadura, y dice San Ignacio que el pan no es un manjar, pero las carnes asadas y los manjares terrenos con los que se lo compara a este Pan del cielo representan a las pasiones sin control y por lo tanto al pecado, mientras que la Eucaristía es el alimento de los hijos de Dios, que son libres como es libre su Padre Dios.

            Estas son las razones por las cuales Jesús les dice, a los israelitas y a nosotros: “No Moisés, sino mi Padre, les da el verdadero Pan del cielo, la Eucaristía”.

sábado, 4 de agosto de 2012

Yo Soy el Pan de Vida. El que viene a Mí jamás tendrá hambre; el que cree en Mí jamás tendrá sed



(Domingo XVIII – TO – Ciclo B – 2012)
         “Yo Soy el Pan de Vida. El que viene a Mí jamás tendrá hambre; el que cree en Mí jamás tendrá sed” (Jn 6, 24-35). Jesús se revela como el Pan de Vida, y dice que quien coma de ese pan, que es su Cuerpo, jamás tendrá hambre, y quien crea en Él, jamás tendrá sed. Pareciera entonces que quien recibe la comunión sacramental, no debería volver a experimentar ni hambre ni sed, pero es de experiencia de todos los días que, aun cuando comulgamos, debemos alimentarnos e hidratarnos, puesto que, de otro modo, moriríamos de hambre y de sed en poco tiempo.
         ¿Por qué entonces Jesús dice que, siendo Él el Pan de Vida, es decir, siendo Él la Eucaristía, quien coma de ese Pan no tendrá hambre ni sed?
         Porque es verdad que quien se alimenta de la Eucaristía, ya no necesita más alimento material, ni tampoco necesita beber líquidos para mantenerse vivo, porque est tanta y tan grande la gracia recibida de la Eucaristía, que esta sola basta para alimentar el alma con la substancia divina, y como el alma se extra-sacia de tan exquisito alimento, le comunica de su abundancia al cuerpo, y éste, así colmado con la substancia de Dios, no experimenta necesidad de alimento material alguno. Es esto lo que sucede en los casos documentados en la Iglesia, de santos y místicos que se alimentaron durante años solamente de la Eucaristía: Marta Robin, Teresa Newman, Alejandrina María da Costa, Santa Catalina de Siena, y muchos otros más.
Pero no es el caso común y corriente nuestro, y la razón está en nosotros mismos, ya que al comulgar, y al hacerlo tan distraídamente, no damos lugar a que la gracia divina actúe y deposite en nuestras almas todos los dones celestiales que cada comunión sacramental trae consigo. Es así que, aún cuando comulguemos todos los días, y hasta dos veces al día, nosotros mismos nos hacemos refractarios a los dones divinos.
Es esta saciedad corporal es la que habla Jesús cuando dice que el que se alimente de su Cuerpo y de su Sangre, no tendrá hambre ni sed: la saciedad que experimentaron los místicos que durante años se alimentaron de la Eucaristía, y no tuvieron necesidad alguna de ningún alimento natural.
Pero hay además otra saciedad a la cual hace referencia Jesús, y es la saciedad del espíritu: el espíritu humano, creado por Dios a su imagen y semejanza, y por lo tanto con capacidad de conocer la Verdad y de amar, pero apartado de Él por el pecado original, tiene una sed insaciable, que no puede ser apagada con ningún alimento material, ni con ningún bien creado, de Amor y de Verdad, y esta sed insaciable sólo la da Dios, y como Dios se ha encarnado en la Eucaristía para donarse como alimento celestial, como Pan de Vida eterna, sólo en la Eucaristía encuentra el hombre la satisfacción de su hambre y sed de Amor y de Verdad.
A esta otra saciedad hace referencia Jesús, y es por eso que les hace ver a los israelitas que el maná del desierto, el que les dio Moisés, no es el verdadero pan bajado del cielo, porque ese maná, si bien era milagroso, no dejaba de ser material, y quien lo comía, moría irremediablemente. Es Jesús el verdadero Pan bajado del cielo, que alimenta no con harina de trigo y agua, para el sostén del cuerpo y la saciedad del hambre corporal, sino que es el Pan del Cielo que alimenta con la substancia divina del Hombre-Dios, con la substancia misma del Ser divino, para el sostén del alma y la saciedad del hambre espiritual que de Dios tiene todo ser humano.
Así como los israelitas fueron alimentados en su paso por el desierto, hasta llegar a la Tierra Prometida, con el maná, el pan milagroso dado por Yahvéh, así también el Nuevo Pueblo de Dios, que peregrina por el desierto de la historia y de la vida humana hacia la Jerusalén Celestial, es alimentado por Dios Padre con el Verdadero Maná, la Eucaristía, el Verdadero Pan bajado del cielo, que alimenta al alma con la substancia misma de Dios, extra-colmándola de luz, de paz, de gracia, de Amor y de verdad divina.
Y al igual que sucede con el cuerpo, que al recibir el pan material recibe también el sustento que le permite conservar la vida, así también el alma, al recibir la Eucaristía, recibe el sustento que le da una nueva vida, la vida de la gracia. Se cumple así lo que dice la Escritura: “Dejad que el Espíritu renueve vuestra mentalidad, vestíos de la nueva condición humana, creada a imagen de Dios: justicia y santidad verdadera”.
Este es el resultado, en el alma, de aquel que se alimenta del Pan de Vida eterna, la Eucaristía: la transformación en una nueva criatura, en una criatura que vive en la santidad, en la verdad, en la justicia y en el amor de Dios.
De esto se ve también el grave error de quienes, despreciando la Eucaristía por los manjares de la tierra, y por los bienes materiales, privan a sus almas de lo único que puede proporcionarles la paz, la alegría, el amor: el Cuerpo y la Sangre, el Alma y la Divinidad, de Jesús de Nazareth, el Hombre-Dios.