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sábado, 13 de mayo de 2023

“Yo le pediré al Padre que les envíe el Espíritu de la Verdad”

 


Jesús en la Sinagoga

(Domingo VI - TP - Ciclo A – 2023)

“Yo le pediré al Padre que les envíe el Espíritu de la Verdad” (Jn 14, 15-21). Antes de pasar de este mundo al otro, antes de sufrir su Pasión, su Crucifixión y su Muerte, Jesús revela que resucitará y que una vez resucitado, “le pedirá al Padre que les envíe el Espíritu de la Verdad”. En esta frase Jesús revela dos elementos sobre los cuales es necesario reflexionar, puesto que tienen relación directa con nuestra fe católica y con nuestro ser cristiano. Por un lado, revela la constitución íntima de Dios, como Uno y Trino: Él ya había revelado que Él era la Segunda Persona de la Trinidad, el Hijo, Dios Hijo, y ahora revela que en Dios hay una Tercera Persona, la Persona del Espíritu Santo; por otro lado, el Espíritu, además de ser el Divino Amor que une eternamente en el Amor Divino al Padre y al Hijo, es además el “Espíritu de la Verdad”, y esto en contraposición con el espíritu de la mentira, propia del Ángel caído, Satanás, quien es el “Padre de la mentira”. Es decir, Jesús revela que en Dios hay Tres Personas y que la Persona Tercera, el Espíritu Santo, es el “Espíritu de la Verdad”. La Verdad y la Mentira se auto-excluyen mutuamente; no pueden existir ambas al mismo tiempo y bajo el mismo aspecto: o algo es verdad, o algo es mentira, ya que una verdad a medias o una mentira a medias, es siempre una mentira completa. Así se auto-excluyen el Espíritu de Dios, el Espíritu Santo, que es “Espíritu de la Verdad”, con el espíritu demoníaco, que el espíritu de la mentira, el espíritu de la tríada satánica formada por Satanás, por el Falso Profeta y por la Bestia. El Espíritu de la Trinidad es la Verdad, mientras que el espíritu de la tríada satánica es la mentira.

El Espíritu enviado por Cristo, en unión con su Padre, a la Iglesia, es “Espíritu de Verdad”, de ahí que en la Iglesia no puede haber jamás error alguno en su doctrina, puesto que el error no es verdad y por lo tanto la Iglesia, si miente, dejaría de ser ipso facto la Esposa Mística del Cordero. Una Iglesia falsa, que proclama la mentira en vez de la verdad, no puede nunca ser la Iglesia Verdadera del Único Dios Verdadero. El Espíritu Santo se caracteriza entonces, no solo por ser el Divino Amor, sino por ser la Verdad en Sí misma, la Verdad Increada, de ahí que tanto la Iglesia como los bautizados que aman a Cristo y poseen su Espíritu, el Espíritu de la Verdad, se reconozcan entre sí por decir siempre la verdad y por no mentir jamás. Es tan opuesto al Espíritu de Dios la mentira, que es una falta grave y tan grave, que está sancionada en la Ley de Dios, en sus Mandamientos: “No mentirás y no levantarás falso testimonio”. El pecado de la mentira -cuyos primos hermanos son, por así decirlo, la calumnia y la maledicencia- es tan grave, que cierra las puertas del Reino de los cielos a los mentirosos. En el Apocalipsis se nombra a una serie de grupos de pecadores impenitentes que no entrarán en el Cielo: “(no entrarán en el Cielo) los que se embriagan, los hechiceros, los idólatras, los cobardes, los impuros, los que aman y practican la mentira” (cfr. Ap 22, 15). Es por esto que Santo Tomás de Aquino decía que prefería creer que una vaca vuela, antes que creer que un religioso estaba mintiendo. Y San Ignacio de Loyola decía que jamás había que decir una mentira, aún si de esa mentira dependiera la subsistencia del mundo entero. El cristiano que miente no solo demuestra que no tiene en sí al Espíritu Santo, que es el “Espíritu de la Verdad”, lo cual ya es grave, sino que demuestra algo todavía más grave y es que está asociado y participa de la mentira del Padre de la mentira, Satanás, el Ángel caído. Jesús llama a Satanás “Padre de la mentira” y la razón por la que Satanás es el Padre de la mentira es porque es el primer mentiroso, es la primera creatura, de entre las creaturas inteligentes creadas por Dios, el ángel y el hombre -dicho sea de paso, los extra-terrestres no existen, y la ufología es una secta ocultista que promueve la adoración de demonios bajo la pantalla encubierta de seres de otros planetas-, en decir una mentira y esa mentira le costó el perder el Cielo para siempre. Satanás dijo la primera mentira al decir, sacrílegamente: “Yo soy dios” y como Dios no puede soportar la mentira ni al mentiroso que miente a sabiendas y explícitamente, envió a San Miguel Arcángel para que expulsara del Reino de los cielos, para siempre, al Demonio y es por eso que San Miguel Arcángel, ante la mentira de Satanás de auto-proclamarse dios, San Miguel Arcángel, bajo las órdenes de la Trinidad, exclama con voz potente: “¿Quién como Dios? ¡Nadie como Dios!” y es en ese momento cuando, según el Apocalipsis, se entabla una "batalla en el Cielo" entre los Ángeles de Dios y los ángeles apóstatas, siendo estos expulsados definitivamente del Cielo. La razón de la victoria de San Miguel Arcángel no es solo la omnipotencia de Dios, sino la naturaleza misma de la Verdad de Dios, que en sí misma y por sí misma, es superior a la mentira. La lucha entre los ángeles, seres inteligentes caracterizados por ser solo espíritu, sin materia, no se lleva a cabo con armas materiales, sino con el intelecto y esta es la razón de la victoria de San Miguel Arcángel sobre Satanás y sus ángeles apóstatas, porque la Verdad Absoluta, Total y Plena, es siempre superior a la mentira.

“Yo le pediré al Padre que les envíe el Espíritu de la Verdad”. Si queremos saber a quién servimos en nuestro corazón, si a Dios Uno y Trino o a Satanás, revisemos los Mandamientos, sobre todo el que dice: “No mentirás” y ahí sabremos si servimos al Padre de la mentira, Satanás, o al Espíritu de la Verdad, el Espíritu Santo. Pidamos la gracia de servir al Espíritu de Dios, el Espíritu de la Verdad.


viernes, 19 de noviembre de 2021

“Cuando vean que sucedan estas cosas, sepan que el Reino de Dios está cerca”

 


“Cuando vean que sucedan estas cosas, sepan que el Reino de Dios está cerca” (Lc 21, 29-33). Jesús profetiza acerca de dos eventos futuros: la destrucción del templo y de Jerusalén y su Segunda Venida en la gloria. El primer evento será local y los discípulos tendrán tiempo para huir en dirección opuesta al lugar en donde sucederá, para poder ponerse a salvo y ocurrirá en un momento determinado: “antes de que pase esta generación”. Esto ocurrió efectivamente en el año 70 d. C., luego de que las tropas del emperador romano sitiaran y luego arrasaran a Jerusalén y al templo. El segundo evento, su Segunda Venida en la gloria, no tiene un tiempo determinado, puesto que “nadie sabe ni la hora ni el día, excepto el Padre” y será un evento universal, pues comparecerá toda la humanidad ante Cristo, quien vendrá como Justo y Eterno Juez, para conducir a los buenos al Reino de los cielos y para condenar a los malos al Infierno eterno; al ser universal, de este evento nadie podrá “escapar”, por así decir, puesto que será el Juicio Final para toda la humanidad en general y para cada ser humano en particular.

Si bien Jesús no da una fecha para su Segunda Venida, sí da las señales que la precederán: “se oscurecerán el sol y la luna, los astros caerán”, habrá guerras, terremotos, tempestades, pestes, hambrunas, aparecerán falsos mesías, falsos cristos y, finalmente, precederá inmediatamente su Segunda Venida la última persecución sangrienta contra la Iglesia –anunciada en el número 675 del Catecismo- y la “abominación de la desolación”, es decir, la supresión del Santo Sacrificio del Altar, la Santa Misa, con la aparición del Anticristo, su auto-proclamación como Cristo y la entronización de un ídolo demoníaco, todo lo cual “conmoverá el cimiento de la fe” de muchos bautizados, provocando la apostasía de una gran cantidad de fieles. La apostasía hará que los fieles dejen de adorar a Cristo en la Eucaristía y dejen de adorar a la Santísima Trinidad, para adorar al Anticristo y a la tríada satánica: la Bestia –la Masonería-, el Dragón rojo del Apocalipsis –el Comunismo, que se implantará en todo el mundo como un Estado Comunista Universal, que es en eso en lo que consiste el Nuevo Orden Mundial anticristiano- y el Anticristo, cuyo camino al poder y al trono pontificio será allanado por el Falso Profeta.

“Cuando vean que sucedan estas cosas, sepan que el Reino de Dios está cerca”. Sólo la oración –sobre todo el Santo Rosario-, la Adoración Eucarística, la Conversión Eucarística, la frecuencia de la Confesión sacramental, la Comunión en gracia, con fe, devoción, piedad y amor, nos darán la luz divina suficiente para discernir la proximidad del Reino de los cielos y la inminencia del Día de la Ira de Dios.

domingo, 7 de febrero de 2021

“Curaba a la gente y expulsaba demonios (…) predicaba y expulsaba demonios”

 


(Domingo V - TO - Ciclo B  2021)

          “Curaba a la gente y expulsaba demonios (…) predicaba y expulsaba demonios” (cfr. Mc 1, 29-39). De entre todas las actividades de Jesús relatadas por el Evangelio, hay una que se repite con frecuencia y es la de “expulsar demonios”. Esto tiene varios significados: por un lado, forma parte de nuestra fe católica creer en la existencia del demonio y en su accionar en medio de los hombres; por otra parte, revela que Jesús es Dios encarnado, porque sólo Dios tiene el poder necesario para expulsar, con el solo poder de su voz, al demonio de un cuerpo al que ha poseído; por otra parte, revela que, aunque Jesús haya realizado exorcismos y expulsado demonios, la presencia y actividad de los demonios no ha cesado ni disminuido, sino que, por el contrario, se ha ido intensificando cada vez más y lo irá haciendo cada vez más intensa a medida que la humanidad se acerque al reinado del Anticristo, el cual precederá al Día del Juicio Final. Entonces, lejos de disminuir y mucho menos de cesar la actividad demoníaca, ésta irá en aumento con el correr del tiempo, intensificándose cada vez más hasta lograr su objetivo, que es la instauración del reino de Satanás en medio de los hombres. La actividad demoníaca está encaminada a lograr dos objetivos: el provocar la condena eterna en el Infierno de la mayor cantidad posible de almas y el instaurar, en la tierra, el reino de las tinieblas, en contraposición al Reino de Dios.

          Probablemente hoy no se vean posesos por la calle, como sucedía en el Evangelio, pero esto no quiere decir que la actividad demoníaca esté ausente o en disminución: todo lo contrario, podemos decir que en nuestros días, la actividad del demonio es tal vez la más intensa de toda la historia de la humanidad y esto se puede comprobar por la inmensa cantidad de males de todo tipo que se han abatido sobre la humanidad, males que son ante todo de tipo morales y espirituales, además de males físicos como la actual pandemia. Algunos de los males que podemos enumerar y que certifican la intensa actividad demoníaca son: el avance, prácticamente sin freno, de la cultura de la muerte, que promueve el aborto como derecho humano, algo que ha alcanzado ya niveles planetarios; la legislación de la eutanasia, de modo de terminar con la vida del paciente terminal; la proclamación de los pecados contra la naturaleza como “derechos humanos”, a través de la Organización de las Naciones Unidas, por medio de la difusión de la ideología de género y de otras ideologías que atentan contra la naturaleza humana y que están en abierta contradicción con los Mandamientos de Dios y los Preceptos de la Iglesia; la difusión, a través de los medios masivos de comunicación, de una mentalidad atea, materialista, agnóstica, relativista, consumista, hedonista, que busca instaurar la falsa idea de que esta tierra debe convertirse en un paraíso terrenal, con el goce y disfrute de las pasiones, el único paraíso para el hombre; el ocultamiento o silenciamiento de ideologías “intrínsecamente perversas”, como la ideología comunista, que es esencialmente atea y anti-cristiana y que con sus genocidios demuestra su origen satánico y su colaboración directa con el reinado del Anticristo (dicho sea de paso, la actual pandemia se atribuye a un virus de diseño de laboratorio, proveniente de un laboratorio perteneciente al Partido Comunista Chino, con lo que la actual pandemia se debe sumar a la larga lista de crímenes contra la humanidad cometidos por el comunismo a lo largo de la historia); la difusión masiva de las herejías, blasfemias, sacrilegios y errores de todo tipo de la secta planetaria Nueva Era, secta ocultista y luciferina, considerada como la religión del Anticristo, puesto que propicia todo lo que es contrario a Cristo. Todos estos elementos, junto a muchos otros más, nos muestran que la actividad demoníaca es la más intensa, en nuestros días, que en toda la historia de la humanidad, lo cual hace suponer que está cercano el reinado del Anticristo, junto al Falso Profeta y a la Bestia, nombrados y descriptos en el Apocalipsis.

          “Curaba a la gente y expulsaba demonios (…) predicaba y expulsaba demonios”. No se trata de atribuir todo lo malo que sucede al demonio, puesto que el hombre, contaminado por el pecado original, obra el mal, la mayoría de las veces, sin necesidad de la intervención del demonio. Sin embargo, es necesario discernir el “signo de los tiempos”, como nos dice Jesús y lo que comprobamos es esto: que la actividad demoníaca es tan intensa en nuestros días, que pareciera que está pronto a instaurarse el reinado del Anticristo. Ahora bien, si esto es cierto, es cierto también que nada debemos temer si estamos con Cristo, si vivimos en gracia, si recibimos los Sacramentos, si nos aferramos a la Cruz y si nos cubre el manto celeste y blanco de la Inmaculada Concepción. Es la Iglesia la que continúa la tarea del Hombre-Dios de “deshacer las obras del diablo” y, por otro lado, es una promesa del mismo Jesús, que nunca falla, de que “las puertas del Infierno no prevalecerán contra la Iglesia”. Por eso, aunque las tinieblas parezcan invadirlo todo, debemos acudir a la Fuente de la Luz Increada y divina, Jesús Eucaristía y, postrándonos en adoración ante su Presencia sacramental, implorar su asistencia en estos tiempos de tinieblas.

 

viernes, 13 de noviembre de 2015

"Verán venir al Hijo de hombre sobre una nube, lleno de poder y de gloria"


(Domingo XXXIII – TO - Ciclo B – 2015)

         “En aquellos días, el sol se oscurecerá, los astros se conmoverán (…) Verán venir al Hijo de hombre sobre una nube, lleno de poder y de gloria. Y Él enviará a sus ángeles para que congreguen a los elegidos desde los cuatro puntos cardinales” (Mc 13, 24-32). Jesús anuncia el Día del Juicio Final, Día en el que Él, como Justo y Eterno Juez, juzgará a la Humanidad dando a cada lo que ha merecido con sus obras: a los buenos, el cielo, a los malos, el infierno. Según el Catecismo de la Iglesia Católica el Juicio Final “consistirá en la sentencia de vida bienaventurada o de condena eterna que el Señor Jesús, retornando como Juez de vivos y muertos, emitirá respecto “de los justos y de los pecadores” (Hech 24, 15), reunidos todos juntos delante de sí. Tras el Juicio Final, el cuerpo resucitado participará de la retribución que el alma ha recibido en el juicio particular”[1].
         Pero antes del Día del Juicio Final, tiene que venir Él en su Segunda Venida y antes de esto, tienen que darse otros eventos escatológicos, como una guerra generalizada entre todas las naciones de la tierra –una especie de Tercera Guerra Mundial-, pestes, hambrunas, desorden, caos social universal, anarquía, desaparición del dinero y colapso económico mundial, entre otras cosas, todo lo cual preparará el terreno para la asunción del Anticristo como gobernante mundial. Cuando surja el Anticristo, detendrá la guerra generalizada y los conflictos, dando una falsa paz y así se erigirá como Autoridad Mundial, como “Señor del mundo”. Ayudará a la tarea del reconocimiento mundial del Anticristo el Falso Profeta, un hombre que aparentará ser religioso e incluso santo, pero siguiendo las órdenes de Satanás, actuará en contra de la Iglesia buscando su completa destrucción: “Y vi otra bestia que subía de la tierra; tenía dos cuernos semejantes a los de un cordero y hablaba como un dragón” (Ap 13, 11). El Falso Profeta será un hombre muy astuto, que trabajará para que el Anticristo sea entronizado como Señor del mundo. Recién luego del reinado del Anticristo, que durará tres años, Nuestro Señor vendrá por Segunda Vez e instaurará un reinado de paz por mil años[2], al encadenar en el infierno a Satanás, al Anticristo y al Falso profeta. Es decir, antes de que Nuestro Señor Jesucristo llegue “sobre una nube, lleno de poder y de gloria” para juzgar a las naciones, el Anticristo -que actuará bajo las órdenes directas de Satanás y estará poseído por éste-, tiene que asumir el control de las naciones, ayudado por el Falso Profeta. El Anticristo será aclamado por la casi totalidad de los hombres porque –dice el Catecismo- “dará una solución aparente” a los problemas de la humanidad, pero al precio de la “apostasía de la verdad”. El Anticristo aparentará, en un primer momento, ser un gobernante comprensivo, amable, e incluso misericordioso, pero al cabo de tres años de reinado, mostrará su verdadero rostro de gobernante totalitario y dictatorial dando inicio a la última persecución sangrienta contra la Iglesia. Además de la tribulación que significa la persecución física, también en ese tiempo, según enseña el Catecismo, la Iglesia será sometida a una prueba, la prueba más grande desde su creación, y es de orden espiritual, porque la Iglesia será probada en la fe: “Antes del advenimiento de Cristo, la Iglesia deberá pasar por una prueba final que sacudirá la fe de numerosos creyentes. La persecución que acompaña a su peregrinación sobre la tierra desvelará el “misterio de iniquidad” bajo la forma de una impostura religiosa que proporcionará a los hombres una solución aparente a sus problemas mediante el precio de la apostasía de la verdad. La impostura religiosa suprema es la del Anticristo, es decir, la de un pseudo-mesianismo en que el hombre se glorifica a sí mismo colocándose en el lugar de Dios y de su Mesías venido en la carne”[3]. Muy probablemente esta “prueba en la fe” de la que nos habla el Catecismo, sea la supresión del Santo Sacrificio del altar, la Eucaristía, pues el Anticristo, para instalarse como Señor del mundo, necesita quitar de en medio al Rey de reyes, Jesús, que está en la Eucaristía.
         “En aquellos días, el sol se oscurecerá, los astros se conmoverán (…) Verán venir al Hijo de hombre sobre una nube, lleno de poder y de gloria. Y Él enviará a sus ángeles para que congreguen a los elegidos desde los cuatro puntos cardinales”. Gobierno del Anticristo, prueba de fe, supresión de la Santa Misa y persecución a la Iglesia, oscuridad espiritual por todo el mundo, cataclismos cósmicos: ése es el panorama mundial y de la Iglesia para los tiempos inmediatamente anteriores a la Segunda Venida de Nuestro Señor.
El mismo Jesucristo glorioso, que vendrá sobre las nubes del cielo lleno de poder y gloria para juzgar a las naciones, se encuentra, oculto bajo el velo sacramental, en la Eucaristía. Adorémoslo en su Presencia Eucarística, amémoslo, por encima de toda tribulación; permanezcamos frente al sagrario, vivamos en gracia y rechacemos el mal, y así estaremos preparados para el encuentro definitivo con Él, cara a cara, ya sea el día de nuestra propia muerte seguida del Juicio Particular, ya sea el Día de su Segunda Venida, si nos toca estar vivos para presenciarlo.




[1] Cfr. Compendio, n. 214.
[2] Se trata del “Milenio espiritual”, sostenido por muchos santos, teólogos y doctores de la Iglesia, además de ser defendido por el Papa Juan Pablo II (cfr. Audiencia general del 14 de febrero de 2001 y la del 15 de noviembre de 1980); también el entonces Cardenal Ratzinger lo sostiene (cfr. entrevista al periodista Vittorio Messori, de la revista “Gesú”, noviembre de 1984). Hay que diferenciarlo de los milenarismos prohibidos, que son los milenarismos carnal –llamado Quilianismo-, milenarismo mitigado y los milenarismos seculares, propiciados respectivamente por el socialismo y el comunismo, el milenarismo gnóstico de la Nueva Era y el milenarismo del Nuevo Orden Mundial; cfr. CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA, arts. 676-677.
[3] CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA, n. 675.

domingo, 25 de mayo de 2014

“Cuando venga el Paráclito, el Espíritu que Yo les enviaré desde el Padre, dará testimonio de Mí”


“Cuando venga el Paráclito, el Espíritu que Yo les enviaré desde el Padre, dará testimonio de Mí” (Jn 15 26- 16, 6. 4). Luego de morir en la cruz y resucitar, Jesús ascenderá al cielo y desde allí enviará, junto al Padre, al Paráclito, al Espíritu Santo, el Espíritu de la Verdad, que “dará testimonio de Jesús”. Esto será de vital importancia para la Iglesia de Jesucristo, sobre todo hacia el final de los tiempos, cuando surja el Anticristo, porque el Anticristo se presentará con toda clase de engaños y de falsos milagros, que confundirán incluso a los elegidos. El Anticristo engañará de tal forma a los hombres, que todos creerán que es Cristo, y cuando se manifieste, modificará la ley de Cristo y los Mandamientos acomodándolos a las necesidades y conveniencias de los hombres y lo hará de tal manera, que todos estarán convencidos que es el mismo Cristo en Persona quien lo está haciendo. Es por esto que la función del Espíritu Santo, enviado por Cristo y el Padre, el Espíritu de la Verdad, será la de iluminar las conciencias del pequeño rebaño remanente, el cual de esta forma será preservado del engañado y será advertido acerca del Falso Profeta, del Anticristo y de la Bestia, quienes tomarán posesión de la Iglesia de Cristo. Solo quienes estén en gracia, estarán inhabitados por el Espíritu Santo y solo quienes estén inhabitados por el Espíritu Santo, serán capaces de advertir el engaño, pero así mismo, serán, como dice Jesús, “echados de las sinagogas”, es decir, de las Iglesias, e incluso, serán perseguidos a muerte, y los que les den muerte, creerán dar “culto a Dios” con sus muertes, porque pensarán que están dando muerte a apóstatas, cuando en realidad, estarán dando muerte a mártires, a los verdaderos seguidores y adoradores del Cordero de Dios.

“Cuando venga el Paráclito, el Espíritu que Yo les enviaré desde el Padre, dará testimonio de Mí”. El mundo contemporáneo vive en las tinieblas, unas tinieblas que amenazan a la Iglesia y que por alguna grieta ha entrado en la Iglesia, según la denuncia del futuro beato Pablo VI: “A través de una grieta, ha entrado el humo de Satanás en el templo de Dios”. A estas densas y siniestras tinieblas vivientes del Infierno, que impiden la visión de Dios a las almas, solo las pueden vencer la Luz Increada del Espíritu Santo, el Paráclito, enviado por el Padre y el Hijo.