El Cordero viene al encuentro de los hombres revestido de las apariencias sacramentales del pan y del vino


“Éste es el Cordero de Dios” (cfr. Jn 1, 29-34). Al ver acercarse
a Jesús, Juan el Bautista lo señala y dice: “Éste es el Cordero
de Dios”. La expresión “cordero de Dios” no era
desconocida para los judíos: hasta entonces, en pascua se sacrificaban
corderos para Dios, y por eso los judíos conocían al
cordero de Dios: el “cordero de Dios”, para los judíos, era el
cordero que iba a ser sacrificado en el templo. La expresión de
Juan introduce un cambio radical en la concepción que los judíos
tenían sobre el cordero de Dios: al decir Juan que Jesús es
“el Cordero de Dios”, está diciendo, de modo implícito, que
los que hasta entonces se consideraban “corderos de Dios”,
los corderos del templo, eran solo figura de este Cordero, que
es el verdadero Cordero de Dios, de quien todos los demás
eran solo una sombra.
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Juan el Bautista señala entonces a Jesús como al verdadero
Cordero, pero en Jesús no hay solo un nuevo nombre: según
el testimonio de Juan, Jesús es el Cordero que quitará el pecado
del mundo, y es el que bautizará con el Espíritu (cfr. Jn
1, 29-34), y esto lo hará cuando sea sacrificado en el ara de la
cruz, cuando su muerte inocente aplaque la ira divina, y
cuando su sangre pura y santa sea derramada sobre la humanidad.
Los judíos conocían el sacrificio del cordero, pero el sacrificio
de los corderos en el templo eran una figura del Verdadero
sacrificio del Verdadero Cordero. Esos corderos eran
simples creaturas, inocentes en la inocencia de su animalidad,
y eran sacrificados en el templo para expiar por los pecados
y para pedir a Dios ayuda y protección. En el Éxodo, Moisés
esparce ritualmente sobre el pueblo la sangre de los animales
sacrificados (cfr. Éx 24, 8), para simbolizar que la pureza e inocencia
de ese cordero sacrificado limpiaba al pueblo de sus
maldades y de sus pecados. Sin embargo, esto era solo simbólico,
ya que de ninguna manera la sangre de un animal, aún
cuando se tratase de un animal, digamos así, inocente como
el cordero, podía quitar los pecados de los hombres y mucho
menos conceder la santidad divina.
Ahora, el verdadero Cordero, Jesucristo, quitará los pecados
de los hombres pormedio de su sacrificio en el altar de la
cruz, derramando su sangre inmaculada e inocente sobre las
almas humanas, quitará así, de una vez para siempre, los pecados
de los hombres y,muchomás que eso, al ser derramada
su sangre, que es la sangre del Hombre-Dios, sobre los hombres,
les concederá la pureza y la santidad divina.
Pero hay algo más que hace el Cordero de Dios: no solo
quita los pecados delmundo, sino que bautiza con el Espíritu
Santo: en el mismo momento en el que su sangre inocente se
Adoremos al Cordero
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derrama desde su Corazón traspasado en la cruz, en ese
mismo momento, se produce la efusión del Espíritu Santo
sobre las almas, bautizándolas con el Fuego del Amor divino,
fuego que purifica –así como el oro se acrisola por el fuego(1)-
y da vida –así como elmundo recibe vida del sol-, sólo que no
es vida natural la que transmite el Espíritu de Dios derramado
desde el Corazón abierto del Salvador en la cruz, sino la vida
eterna de Dios Uno y Trino. Este es el bautismo en el Espíritu
del cual habla Juan: es un bautismo en el fuego divino, que
purifica y santifica a las almas en las cuales comienza a inhabitar.
“Éste es el Cordero de Dios”. La acción y la presencia del
Cordero divino no se detienen en el tiempo, continúanmisteriosamente
y continuarán hasta el fin de los tiempos: así como
Juan el Bautista señalaba a Jesús, Cordero de Dios, que venía
al encuentro de los hombres en el desierto, revestido de una
naturaleza humana, así la Iglesia Católica señala a Jesús, Cordero
de Dios(2) , que viene al encuentro de los hombres en el
desierto delmundo, revestido de las apariencias sacramentales
del pan y del vino.