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jueves, 7 de marzo de 2024

“No he venido a abrogar la ley, sino a perfeccionarla”

 


“No he venido a abrogar la ley, sino a perfeccionarla” (Mt 5, 17-19). Puesto que Jesús ha venido a fundar un nuevo movimiento religioso -que es la Iglesia Católica-, y es nuevo en relación al movimiento religioso existente, la religión judía, se ve en la obligación de explicar cuál es su posición en relación con la ley mosaica: Él “no ha venido a abrogarla, sino a perfeccionarla” y no podría ser de otra manera, puesto que Él es el Legislador Divino que ha sancionado primero, la primera parte de la Ley Divina, a través de Moisés y ahora, a través de Él mismo en Persona, viene a sancionar la segunda parte de esa misma Ley Divina y por eso es que no ha venido a abrogarla, a suprimirla, sino ha darle su pleno cumplimiento, ha venido para perfeccionarla, para hacerla perfecta. Este “perfeccionamiento” no se limita a los dos ejemplos que da Jesús –“no matarás” y “no cometerás adulterio”-, sino a toda la Ley, a toda la voluntad de Dios expresada en el orden antiguo y por eso dice “la Ley y los Profetas”[1].

Con los ejemplos que Jesús da -que se extienden a todos los Mandamientos-, Jesús quiere demostrar que el orden moral antiguo no pasará, sino que surgirá a una nueva vida, que le será infundida con un nuevo espíritu. Es decir, no se inventarán nuevos mandamientos, sino que, a los mismos mandamientos, se les infundirá un nuevo espíritu, el espíritu de Cristo, por medio de la gracia santificante. Esto se ejemplifica con el mandamiento de “No matar”, tal como el mismo Jesús lo explica: si antes, para ser justos ante Dios, bastaba con el hecho de “no matar”, literalmente, es decir, con no cometer un homicidio, ahora, a partir de Jesús, ya no es suficiente con eso, porque el solo hecho de desear venganza o de guardar rencor contra el prójimo, es susceptible de castigo y esto porque por la gracia santificante, concedida por los sacramentos, el alma está ante la Presencia de la Trinidad de manera análoga a como los ángeles y santos lo están en el Cielo. En otras palabras, un ligero mal pensamiento o sentimiento de hostilidad hacia el prójimo, es un pensamiento proclamado delante de Dios, que es Bondad y Justicia infinitas y que por lo tanto, no tolera a los injustos e hipócritas que mientras claman misericordia para sí mismos, no son capaces de guardar la más mínima misericordia para con el prójimo, ni siquiera con el pensamiento.

A partir de Jesús, la observancia de los mandamientos en el Amor de Dios será mucho más rigurosa, tanto, que no pasará ante la Justicia Divina ni la letra más pequeña, la “i”, ni tampoco una coma, pues todo, hasta el más mínimo pensamiento, será purificado por el Fuego purificador del Divino Amor. Esto es lo que quiere decir Jesús cuando dice que “ha venido a perfeccionar” a la Ley de Dios; es una perfección en el Amor, tanto hacia Dios como hacia el prójimo: “Sean misericordiosos, como vuestro Padre es misericordioso” (Lc 6, 36).



[1] Cfr. B. Orchard et al., Verbum Dei. Comentario a la Sagrada Escritura, Tomo III, Editorial Herder, Barcelona 1957, 685.

martes, 13 de octubre de 2015

“¡Así son ustedes, fariseos, purifican la copa y el plato por fuera, pero por dentro están llenos de voracidad y perfidia!”


“¡Así son ustedes, fariseos, purifican la copa y el plato por fuera, pero por dentro están llenos de voracidad y perfidia!” (cfr. Lc 11, 37-41). Al ir a comer a casa de un fariseo, Jesús se sienta a la mesa pero no se lava las manos antes de la comida, lo cual lo escandaliza al fariseo: Jesús, un rabbí, un maestro, ha cometido una falta legal. Es decir, la ley mandaba purificar las copas, los platos y los utensillos, además de lavar las propias manos, para que el alimento no quedara “impuro”. Sin embargo, como puede advertirse, la prescripción legal permitía, a lo sumo, consumir alimentos en condiciones higiénicas, pero no impedía la impureza del corazón, que es lo que Jesús reprocha al fariseo: “¡Así son ustedes, fariseos, purifican la copa y el plato por fuera, pero por dentro están llenos de voracidad y perfidia!”.
Es decir, si es importante ingerir alimentos en condiciones higiénicas –“puros”, según el término legal-, es mucho más importante consumir los alimentos con un corazón puro, con un corazón libre de codicia, de perfidia, de rapiña, de “voracidad y perfidia”, como lo señala Jesús. Dicho en otros términos, de nada le sirve al hombre cumplir con los preceptos legales que mandan purificar elementos puramente externos, incluidas las manos, si su corazón, cuando se sienta a comer, arde por la rabia, el enojo, el rencor, la venganza, la lujuria, la perfidia, la codicia, la avaricia. Jesús, que es Dios, ve el corazón del hombre, ve el estado del corazón del hombre, si está puro o no, si está limpio o no, si está en paz con Dios y con el prójimo o no, y eso es lo que a Él le importa, no si la vajilla está más o menos limpia. Y lo que purifica al corazón del hombre, lo que lo hace verdaderamente puro, limpio, santo, agradable a Dios, es la gracia santificante. Lo que da paz al hombre no es la condición higiénica de los utensillos, sino el estado de su corazón, si está purificado por la gracia o no.

“¡Así son ustedes, fariseos, purifican la copa y el plato por fuera, pero por dentro están llenos de voracidad y perfidia!”. Al acercarnos a la Mesa celestial, el Banquete servido por Dios Padre, en el que nos alimentamos con el manjar celestial, la Eucaristía, nuestro corazón no sólo no debe tener la más mínima traza de voracidad o de perfidia, sino que tiene que estar purificado por la gracia santificante e inhabitado por el Amor de Dios, el Espíritu Santo.

martes, 25 de marzo de 2014

“No he venido a abolir la Ley, sino a dar cumplimiento”

 
“No he venido a abolir la Ley, sino a dar cumplimiento” (Mt 5, 17-19). Lo que nos quiere decir Jesús es que no basta con un cumplimiento meramente exterior de la Ley de Dios; no basta con decir: “cumplo con los Mandamientos”, sino que se debe cumplirlos con el corazón, interiormente y en verdad. Jesús ha venido a traernos la gracia santificante, para que podamos cumplir con la Ley Nueva, en “espíritu y en verdad”, y no meramente de modo exterior y superficial. De nada vale cumplir un mandamiento divino, observándolo exteriormente, si en el alma, en el corazón del hombre, hay otra cosa totalmente opuesta. De nada vale el ayuno de un viernes, por ejemplo, si se guarda rencor hacia un prójimo. Es la gracia santificante la que nos permite el verdadero cumplimiento de la Ley, el cumplimiento “en espíritu y en verdad”, porque nos une al Espíritu de Dios y así nos sustrae del peligroso engaño del fariseísmo, verdadero cáncer de la religión, que se conforma con un cumplimiento meramente extrínseco de los preceptos religiosos.

“No he venido a abolir la Ley, sino a dar cumplimiento”. Como cristianos, debemos siempre, permanentemente, pedir la asistencia del Espíritu Santo, para no caer en el fariseísmo, que es el principal enemigo de nuestra propia salvación.