Mostrando entradas con la etiqueta Adviento. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Adviento. Mostrar todas las entradas

martes, 10 de diciembre de 2024

“El Mesías los bautizará con Espíritu Santo..."

 


(Domingo III - TA - Ciclo C - 2024 – 2025)

         “El Mesías los bautizará con Espíritu Santo (…) tiene en su mano la horca para reunir su trigo en el granero y quemar la paja en una hoguera que no se apaga” (Lc 3, 10-18). Una de las características principales del Adviento es la penitencia; sin embargo, en el tercer Domingo de Adviento, la Iglesia hace un paréntesis en la penitencia, para dar rienda suelta a la alegría, en vistas a la próxima Venida de su Mesías. Este hecho se ve reflejado en las lecturas elegidas para la liturgia de la Palabra: el Profeta, el Salmista y el Apóstol llaman, a Israel primero y al Pueblo de Dios después, a la alegría, a “estar alegres”: “Alégrate hija de Sión, grita de gozo Israel, regocíjate y disfruta con todo tu ser, hija de Jerusalén”; en el Salmo se dice: “Gritad jubilosos, habitantes de Sión, porque es grande en medio de ti el Santo de Israel” y en Filipenses: “Alegraos siempre en el Señor”. ¿Cuál es la razón de esta alegría y de qué alegría se trata? Se trata de una alegría que no es de origen natural, humano, ni siquiera de origen angelical: la razón de la alegría está en la descripción que hace Juan el Bautista acerca del origen del Mesías; es un origen divino, porque mientras el Bautista bautiza “con agua”, el Mesías que viene, que es Dios, bautiza “con Espíritu Santo y fuego”. Ésta es la razón de la alegría de la Iglesia: el que viene para Navidad no es un hombre más entre tantos, tampoco es un hombre santo, ni siquiera el más santo entre los santos, sino el Hombre-Dios, que es la Santidad Increada en Sí misma, y es por eso que tiene el poder de salvar a los que creen en Él –“reunir su trigo en el granero”- y tiene el poder para arrojar en el Infierno a los que rechazan su gracia y salvación –“quemar la paja en una hoguera que no se apaga”-. Entonces, el Mesías será un Hombre-Dios y no un hombre simplemente y ésa es la razón de la alegría de la Iglesia en este tercer Domingo de Adviento. Si fuera un simple hombre, no habría esperanza alguna de salvación y no habría motivo alguno de alegría.

         Es muy importante distinguir entre el bautismo del Bautista y el bautismo de Jesús, ya que el primero no quita el pecado, mientras que el bautismo de Jesús no solo quita el pecado del alma con su Sangre Preciosísima, sino que además la hace partícipe de la vida divina del Ser divino de la Santísima Trinidad. Esto se debe a que Cristo es Dios y es la razón, como dijimos, de la alegría de la Iglesia en la Navidad, porque el Niño que nace en el Portal de Belén no es un niño más entre tantos, sino el Niño Dios, Dios hecho Niño sin dejar de ser Dios Hijo en Persona. El Nacimiento de Dios Niño en Belén inunda a la Iglesia Católica de una alegría sobrenatural, celestial, divina, porque ese Niño que es Dios es la misma Alegría Increada, es decir, de Él brota la Alegría verdadera y toda alegría buena y santa brota de Él como de su Fuente y ninguna alegría que no sea buena y santa no tiene ningún otro origen que el Niño de Belén. A esta alegría se refiere Santa Teresa de los Andes cuando dice que “Dios es Alegría infinita” y también Santo Tomás cuando dice que “Dios es Alegría Eterna” y es esta alegría, eterna e infinita, la que el Niño de Belén comunica a la Iglesia y la que la Iglesia comunica al mundo en Navidad.

Pero también, además de la alegría, en Navidad, resplandece sobre la Iglesia el resplandor y el fulgor de la luz divina y eterna del Niño Dios porque el Niño Dios, en cuanto Dios, es Luz divina y eterna. Por esta razón la Iglesia Católica no solo comunica al mundo la Alegría de Dios sino también la Luz de la gloria de Dios, porque sobre Ella resplandece con resplandor eterno la Luz divina del Verbo de Dios que es Cristo que nace en Belén; así, en Navidad resplandece para la Iglesia, el fulgor esplendoroso de la luz eterna de la gloria de Dios y también amanece para ella el resplandor de la alegría divina. Así exclama con alegría a la Iglesia el Profeta: “¡Levántate y resplandece, que tu luz ha llegado! ¡La gloria del Señor brilla sobre ti! Mira, las tinieblas cubren la tierra, y una densa oscuridad se cierne sobre los pueblos. Pero la aurora del Señor brillará sobre ti” (cfr. Is 60, 1-2). La Iglesia se cubre con el resplandor de la luz de la gloria divina, porque el Niño que nace en Belén es la Gloria Increada de Dios Trino y esa gloria es luz y luz eterna, que hace resplandecer a la Iglesia con el esplendor de la Trinidad y es esa luz divina y eterna la que la Iglesia comunica a los hombres de buena voluntad en Navidad.

Nosotros, los hijos de la Iglesia, Parafraseando al Profeta Isaías, contemplando el Nacimiento del Niño Dios, decimos: “¡Levántate, resplandece y brilla con luz eterna, Esposa del Cordero de Dios! ¡Revístete de la gloria divina, porque ha nacido Aquel que es la Majestad Increada, el Esplendor de la gloria del Padre! ¡Levántate, Jerusalén y alégrate, porque el Mesías te brindará su luz, su paz y su alegría!”.

Entonces, en el tercer Domingo de Adviento, la Iglesia Católica vive, con anticipación, la alegría celestial que desde el Pesebre de Belén el Niño Dios le comunica con su virginal y glorioso Nacimiento. En Navidad, la Iglesia Católica se alegra con el milagroso Nacimiento del Niño Dios porque Él es la Alegría Increada y la Luz Eterna y hace brillar sobre ella su luz divina porque el Niño de Belén es la Luz Increada, es la luz de Dios, Luz que es una Luz Viva, que da la vida divina trinitaria y santifica al alma a la que ilumina, porque le comunica la Vida divina de la Trinidad. Es por esto que nosotros, los integrantes del Nuevo Pueblo Elegido, nos alegramos en Navidad: porque ha nacido en Belén el Hijo de Dios Padre encarnado, que es la Luz Divina y Eterna y la Alegría Increada en sí misma y que nos comunica de su Luz y de su Alegría en cada Comunión Eucarística.

 


martes, 26 de noviembre de 2024

Adviento, tiempo de preparación para el encuentro con el Señor Jesús que vino, que viene y que vendrá

 


(Domingo I - TA - Ciclo C – 2024- 2025)

En las cuatro semanas previas a Navidad, la Iglesia Católica ingresa en un tiempo litúrgico llamado “Adviento”, palabra que viene del latín “ad-ventus” y que significa “venir”, “llegar”, “venida”-; este tiempo litúrgico es un tiempo de gracia especial cuyo objetivo final es nuestra preparación espiritual para el encuentro personal con Cristo; ahora bien, este encuentro personal se da bajo dos aspectos diferentes en el Adviento. Es por esta razón que, de las cuatro semanas previas a la Navidad, no todas las semanas del Adviento se dedican a la Navidad: las dos primeras semanas se dedican a meditar sobre la Venida Final del Señor al fin de los tiempos, es decir, se dedican a meditar en su Segunda Venida en la gloria[1]; con relación a las dos últimas semanas, estas sí están dedicadas a meditar sobre la Navidad, es decir, están dedicadas a meditar sobre la Encarnación del Verbo de Dios por obra del Espíritu Santo en el seno de María Santísima y su Nacimiento virginal en Belén, Nacimiento virginal por el cual inicia su misterio pascual de redención de toda la humanidad.

Entonces, en síntesis, la Iglesia dispone que haya un tiempo especial, el Adviento, para participar del misterio de Cristo, y en este tiempo el alma se concentra en la espera de Aquel que Vino, que Viene y que Vendrá. El Adviento es entonces tiempo de preparación espiritual, o mejor dicho, de una doble preparación espiritual para el encuentro con Cristo bajo un doble aspecto: una primera preparación es para conmemorar la Navidad, es decir, el misterio de la Primera Venida de Jesús en la humildad del Portal de Belén; la segunda preparación del Adviento es para la Segunda Venida del Señor Jesús en la gloria. Esto explica, por ejemplo, que el Evangelio elegido por la Iglesia para este Primer Domingo de Adviento -Lucas (21,25-28.34-36)- se refiera a la Segunda Venida del Señor Jesús y no al Nacimiento del Señor: “Habrá signos en el sol y la luna y las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes, perplejas por el estruendo del mar y el oleaje, desfalleciendo los hombres por el miedo y la ansiedad ante lo que se le viene encima al mundo, pues las potencias del cielo serán sacudidas. Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube, con gran poder y gloria”.

Ahora bien, hay algo muy importante a tener en cuenta desde un inicio y es que el Adviento, como en los otros tiempos litúrgicos, no son solo meras conmemoraciones o representaciones memoriales, es decir, no son solo “recuerdos” de la memoria de lo que pasó realmente efectivamente en el tiempo y en la historia hace dos mil años: misteriosamente, por el misterio de la liturgia eucarística, tanto el Adviento como los otros tiempos litúrgicos, son una “participación” del misterio de Cristo, que en el caso del Adviento será, de su Segunda Venida, en las dos primeras semanas, y de su Nacimiento virginal, en las dos últimas semanas. Esto es muy importante para tener en cuenta, porque no es lo mismo solamente “conmemorar” o “recordar”, que el de “conmemorar” o “recordar” y, además, “participar”, por medio de la acción litúrgica, ya que esta, dirigida por el Espíritu Santo, nos introduce en otra “dimensión”, por así decirlo, aunque no sea la palabra adecuada y es la del Cuerpo Místico de Cristo, que obra en conformidad con la Cabeza que es Cristo y también con el Corazón del Cuerpo Místico, que es la Virgen Santísima.

Ahora bien, puesto que entre la Primera Venida que ocurrió en el pasado y la Segunda Venida que ocurrirá en el futuro, hay una Venida Intermedia, esto es, el Arribo o la Llegada de Jesús por el Sacramento de la Eucaristía al alma, que ocurre en el presente, en cada Santa Misa, podemos decir que el Adviento es también tiempo de preparación espiritual para esta Venida Intermedia, el Arribo de Jesús al alma a través del misterio de la Eucaristía. Por el Adviento rememoramos y participamos entonces del pasado, vivimos el presente y nos preparamos para el encuentro futuro con Cristo.

Entonces, resumiendo, por el período litúrgico del Adviento, que por el latín significa “llegada” o “venida”, nos preparamos espiritualmente para el encuentro personal con Nuestro Señor Jesucristo principalmente en sus dos Llegadas o Venidas: la Primera Venida, en Belén ocurrida en el pasado y la Segunda Venida en la gloria, en el Día del Juicio Final, que ocurrirá en el futuro. Y a estas dos Llegadas, debemos agregarle una Tercera, que es la que podríamos llamar “Llegada Eucarística” o “Llegada Intermedia”, que ocurre en el presente, la cual generalmente pasa desapercibida, pero que sucede realmente en cada Santa Misa, de manera que cada Santa Misa es un “Adviento”, una “Llegada” misteriosa desde los cielos hasta el pan y el vino que Nuestro Señor Jesucristo convierte en su Cuerpo y en su Sangre y para este maravilloso “Adviento Eucarístico”, también debemos prepararnos espiritualmente y con mucha mayor razón, porque si el Primero, el de Belén ya sucedió hace dos mil años y el Segundo, el del Día del Juicio Final, sucederá en algún momento, conocido sólo por Dios Padre, éste “Adviento Eucarístico”, sucede en cada Santa Misa, por lo que no podemos decir que, o no estábamos presentes, como en Belén, o no sabemos si estaremos en esta vida mortal, como en el Día del Juicio Final, puesto que en la Santa Misa, que es donde sucede este “Adviento Eucarístico”, estamos presentes, en cuerpo y alma y asistimos y somos espectadores y partícipes privilegiados, por la gracia, del más grande y maravilloso milagro jamás realizado por la Santísima Trinidad, el “Adviento Eucarístico”.

Por último, algo que debemos preguntarnos es cómo debemos vivir espiritualmente el Adviento y puesto que se trata de un encuentro personal con Cristo, la respuesta la tenemos en el Evangelio, en la parábola del siervo diligente y bueno y el siervo perezoso y malo. El siervo diligente y bueno espera a su señor con ropa de trabajo -símbolo de las obras de misericordia-, con su lámpara encendida -símbolo de una fe viva y operante- y en paz con los demás -símbolo de humildad y de paz en el corazón, lo cual se obtiene con la gracia santificante, con la oración como el Rosario y con la Santa Misa; el siervo perezoso y malo, por el contrario, no espera a su señor, símbolo de que no ama a Jesucristo, se emborracha -ama los placeres carnales-, golpea a los demás -la violencia y la discordia son señales claras de la presencia del espíritu demoníaco, de Satanás- y su lámpara está apagada, porque no cree, ni espera, ni adora, ni ama a Nuestro Señor Jesucristo.

En nuestro libre albedrío está el vivir el Adviento como el siervo perezoso y malo o como el siervo diligente y bueno que en lo más profundo de su corazón espera la Llegada de su Señor y dice: “¡Ven, Señor Jesús!” (Ap 22, 20).

 

 


jueves, 7 de diciembre de 2023

“Una voz grita en el desierto: «Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos”

 


(Domingo II - TA – Ciclo B - 2022 - 2023)

                  “Una voz grita en el desierto: «Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos” (Mc 1, 1-8). En el Evangelio se cita al Profeta Isaías quien anuncia la Venida del Señor, Venida para la cual los hombres deben “allanar sus senderos”. Podemos preguntarnos de qué se trata, puesto que es obvio que esta tarea, la de “allanar senderos”, es de orden esencialmente espiritual.

         Podríamos decir que, espiritualmente hablando, nuestras almas han quedado impedidas, a causa del pecado original y luego a causa de la concupiscencia, de recibir al Señor Jesús que viene a nuestro encuentro, para nuestra salvación. De esta manera, nuestras almas, en vez de ser senderos amplios, llanos, espaciosos, por los cuales se puede transitar con facilidad y por eso mismo esperar al Señor Jesús que viene; en vez de ser un sendero recto por el cual pueda el Señor con facilidad venir a mí para salvarme, mi alma, o mi sendero, es un camino sinuoso, que dobla indistintamente a derecha o izquierda, dejándose llevar por novedades doctrinales falsas, erróneas, heterodoxas, heréticas; es también un camino o sendero que por tramos asciende y por tramos desciende, significando el ascenso los pecados como el orgullo, la soberbia, la vanagloria, que nos lleva querer prescindir de Dios; significando a su vez el camino o sendero en descenso la pereza corporal y la pereza espiritual o acedia, raíz de toda clase de pecado. Estas son las razones entonces por las que el Profeta Isaías nos advierte de la imperiosa necesidad de “allanar los senderos”, a fin de que el Señor Jesús, que viene a juzgar a la humanidad, nos encuentre fácilmente y no escondidos detrás de nuestros pecados, vicios y miserias.

         Este “allanamiento de los senderos”, este “allanamiento del alma”, es una tarea imposible de llevar por el alma misma, de modo que necesitamos de la gracia santificante y como la Virgen es la Mediadora de todas las gracias, son las gracias que Ella nos concede, de parte de su Hijo Jesús, las que nos permitirán realizar la tarea de prepararnos para el Día del Juicio Final, en donde seremos interrogados, juzgados y sentenciados por todas nuestras obras, buenas y malas, pequeñas y grandes, sin que nada escape en absoluto a la Divina Justicia.

         La tarea espiritual de “allanar los senderos”, de preparar el alma para el encuentro con el Señor en el Día del Juicio Final, es realizada, ante todo, por lo que dijimos, por la Virgen Santísima, quien obra en nuestras almas, así como lo hace una madre que ama hasta el extremo a sus hijos, aunque también es cierto que, de nuestra parte, debemos aportar el querer ser ayudados por la Virgen y el dejar que la Virgen nos ayude.

         Así, mientras rezamos el Santo Rosario, por ejemplo, que es cuando la Virgen obra en silencio en nuestros corazones, modelándolos como Divina Alfarera para configurarlos según los Sagrados Corazones de Jesús y María, Nuestra Madre del cielo, por la gracia de su Hijo, convierte nuestros corazones de piedra en corazones de carne, abiertos a la acción iluminante y divinizante de la gracia, liberándonos del egoísmo, que hace girar todo a nuestro alrededor, cuando somos nosotros los que debemos girar alrededor de Jesús Eucaristía, así como los planetas giran alrededor del sol; la Virgen también nos libra de la enfermedad espiritual de la aridez, fruto y consecuencia en gran medida de nuestra frialdad, tibieza, descuido, hacia la Presencia Sacramental de su Hijo Jesús en la Eucaristía.

         La Virgen nos forma en el alma, proyectando en lo más profundo de nuestro ser al Verdadero Cristo, el Hombre-Dios y haciendo surgir en nosotros el deseo de imitarlo en sus infinitas virtudes, como la pureza, la caridad, la humildad, la mansedumbre, el amor a Dios y al prójimo hasta la muerte de cruz[1].

         También nos forma la Virgen en el cuerpo, recordándonos que fue convertido en templo del Espíritu Santo en el Bautismo sacramental y concediéndonos el deseo de conservarlo puro, inmaculado, sin mancha de pecado, para que el corazón sea altar y sagrario de Jesús Eucaristía.

         Nos enseñan los santos como San Luis María Grignon de Montfort que, así como el Salvador vino por Primera Vez, en la humildad del Pesebre, por medio de María, así también vendrá por Segunda Vez, en el esplendor de su gloria, por medio de María Santísima, en el sentido de que será Ella quien, en lo secreto, preparará a los corazones de sus hijos, por la gracia, para el Encuentro con Jesús.

         Por esta razón, antes de decir, “¡Ven, Señor Jesús!”, debemos dirigirle a la Virgen esta oración: “¡Ven, María Santísima, ven a nuestros corazones y obra en ellos para convertirlos en sagrarios vivientes de tu Hijo, Jesús Eucaristía, que viene a nuestro encuentro!”.

 



[1] Cfr. Stefano Gobbi, A los Sacerdotes, hijos predilectos de la Santísima Virgen María, Centro Diocesano Medios de Comunicación Social, Editorial Nuestra Señora de Fátima, Avellaneda, Argentina 842-843.

sábado, 2 de diciembre de 2023

Adviento, tiempo de gracia para el encuentro personal con Cristo que viene

 


(Domingo I - TA - Ciclo - 2022 – 2023)

El Adviento -que viene del latín “ad-venio”, que quiere decir, “venir”, “llegar”-, que tiene una duración aproximada de cuatro semanas, es un período de gracia que nos ayuda a prepararnos espiritualmente para dos eventos caracterizados por el encuentro personal con Cristo. Para esta preparación tenemos un total de cuatro semanas de tiempo, porque esto es lo que dura el tiempo litúrgico del Adviento, cuatro semanas, las cuatro previas a Navidad, aunque no todas están dedicadas a meditar sobre la Navidad; las dos primeras semanas, están dedicadas a meditar sobre la venida final del Señor en el fin de los tiempos[1]; las dos últimas semanas sí están dedicadas a meditar acerca de la Encarnación del Verbo de Dios por obra del Espíritu Santo en el seno de María Santísima y su Nacimiento virginal en Belén, iniciando así su misterio pascual con el cual habría de redimir a toda la humanidad. Ahora bien, hay que tener en cuenta, desde un inicio, que el Adviento, como en los otros tiempos litúrgicos, no son solo meras conmemoraciones o representaciones memoriales, es decir, no son solo “recuerdos” de lo sucedido efectivamente en el tiempo y en la historia hace dos mil años sino que, misteriosamente, por el misterio de la liturgia eucarística, tanto el Adviento como los otros tiempos litúrgicos, son una “participación” del misterio de Cristo, en este caso, de su Segunda Venida, en las dos primeras semanas, y de su Nacimiento virginal, en las dos últimas semanas. Esto es importante tener en cuenta, porque de ninguna manera es lo mismo el solo hecho de “conmemorar” o “recordar”, que el de “conmemorar” o “recordar” y, además, “participar”, por medio de la acción litúrgica, ya que esta, dirigida por el Espíritu Santo, nos introduce en otra “dimensión”, por así decirlo, aunque no sea la palabra adecuada y es la del Cuerpo Místico de Cristo, obrando en conformidad con la Cabeza, que es Cristo y además con el Cuello y el Corazón del Cuerpo Místico, que es la Virgen Santísima.

Entonces, resumiendo, por el período litúrgico del Adviento, que por el latín significa “llegada” o “venida”, nos preparamos espiritualmente para el encuentro personal con Nuestro Señor Jesucristo en sus dos Llegadas o Venidas: la Primera Venida, en Belén y la Segunda Venida en la gloria, en el Día del Juicio Final. A estas dos Llegadas, deberíamos agregarle una Tercera, que es la que podríamos llamar “Llegada Eucarística” o “Llegada Intermedia”, la cual generalmente pasa desapercibida, pero que sucede realmente en cada Santa Misa, de manera que cada Santa Misa es un “Adviento”, una “Llegada” misteriosa desde los cielos hasta el pan y el vino que Nuestro Señor Jesucristo convierte en su Cuerpo y en su Sangre y para este maravilloso “Adviento Eucarístico”, también debemos prepararnos espiritualmente, porque si el Primero, el de Belén ya sucedió hace dos mil años y el Segundo, el del Día del Juicio Final, sucederá en algún momento, conocido sólo por Dios Padre, éste “Adviento Eucarístico”, sucede en cada Santa Misa, de modo que no podemos decir que, o no estábamos presentes, como en Belén, o no sabemos si estaremos en esta vida mortal, como en el Día del Juicio Final, puesto que en la Santa Misa, que es donde sucede este “Adviento Eucarístico”, estamos presentes, en cuerpo y alma y asistimos y somos espectadores y partícipes privilegiados, por la gracia, del más grande y maravilloso milagro jamás realizado por la Santísima Trinidad, el “Adviento Eucarístico”.

Por último, algo que debemos preguntarnos es cómo debemos vivir espiritualmente el Adviento y puesto que se trata de un encuentro personal con Cristo, la respuesta la tenemos en el Evangelio, en la parábola del siervo diligente y bueno y el siervo perezoso y malo. El siervo diligente y bueno espera a su señor con ropa de trabajo -símbolo de las obras de misericordia-, con su lámpara encendida -símbolo de una fe viva y operante- y en paz con los demás -símbolo de humildad y de paz en el corazón, lo cual se obtiene con la gracia santificante, con la oración como el Rosario y con la Santa Misa; el siervo perezoso y malo, por el contrario, no espera a su señor, símbolo de que no ama a Jesucristo, se emborracha -ama los placeres carnales-, golpea a los demás -la violencia y la discordia son señales claras de la presencia del espíritu demoníaco, de Satanás- y su lámpara está apagada, porque no cree, ni espera, ni adora, ni ama a Nuestro Señor Jesucristo.

En nuestro libre albedrío está el vivir el Adviento como el siervo perezoso y malo o como el siervo diligente y bueno que en lo más profundo de su corazón espera la Llegada de su Señor y dice: “¡Ven, Señor Jesús!”.

 

martes, 22 de noviembre de 2022

Adviento, tiempo de gracia para el encuentro personal con Cristo Jesús

 


(Domingo I - TA - Adviento - Ciclo A - 2022 – 2023)

          El Adviento, que tiene una duración aproximada de cuatro semanas, es un período de preparación espiritual para dos eventos: en las dos primeras semanas, la Segunda Venida de Jesús, y en las dos últimas semanas[1], de preparación para la conmemoración y participación de la Natividad de Nuestro Señor Jesucristo.

Etimológicamente, la palabra adviento proviene del latín adventus, que significa “llegada” o “venida”; de manera que en este período litúrgico se hace referencia a las dos Llegadas o Venidas de Nuestro Señor Jesucristo: la Primera Venida, en Belén y la Segunda Venida en la gloria[2], en el Día del Juicio Final.

Entonces, debido a su significado, el Adviento es una época o momento de gracia para la Iglesia Católica, en la cual la característica principal es la preparación espiritual para el encuentro personal con Cristo, ya sea en su Segunda Venida en la gloria o bien en la participación del misterio de la Primera Venida en Belén.

¿Cómo vivir espiritualmente el Adviento?

Lo primero a tener en cuenta es que es preparación para un encuentro personal con Cristo Dios, por lo cual, conviene tener en la mente y en el corazón la parábola del siervo que espera a su señor, el cual habrá de regresar en la hora menos pensada. Nuestra actitud espiritual en Adviento debe ser la del siervo que espera a su señor con la túnica ceñida -señal de actividad espiritual, de oración y de obras de misericordia- y con la lámpara encendida -la lámpara es símbolo de la fe, la luz, alimentada con el aceite de la gracia santificante-; esto quiere decir que debemos hacer oración -principalmente el Santo Rosario y la Adoración Eucarística-, frecuentar los Sacramentos -sobre todo la Confesión Sacramental y la Sagrada Eucaristía- y obrar obras de misericordia. De esta manera, seremos como el siervo de la parábola, que espera atento y vigilante la llegada de su señor, es decir, estaremos preparados para la Segunda Venida del Señor en la gloria. Esta es la forma de vivir el Adviento en su primera parte, las dos primeras semanas.

Para las dos últimas semanas del Adviento, la Iglesia nos recomienda prepararnos para la conmemoración y participación del Nacimiento del Señor, mediante el ayuno, la penitencia, las obras de misericordia, la observancia de los Diez Mandamientos y el vivir en estado de gracia. Para esto, debemos tener en cuenta lo siguiente: no se trata solo de una simple conmemoración o recuerdo del Nacimiento de Nuestro Señor, sino que se trata de una “participación” misteriosa en ese Nacimiento, a través del misterio de la liturgia eucarística de la Santa Misa, porque si bien la Santa Misa es la renovación incruenta y sacramental del Santo Sacrificio de la Cruz en el Calvario, en la Santa Misa también se hacen presentes las otras etapas de la Vida de Nuestro Señor Jesucristo, como la Encarnación y su Nacimiento por obra del Espíritu Santo. En otras palabras, por medio de la Santa Misa, nos hacemos presentes, misteriosamente, en el momento mismo del Nacimiento de Nuestro Señor en una humilde gruta de Belén, de ahí la importancia de la asistencia a la Santa Misa y de ahí el hecho de que, sin la Santa Misa de Nochebuena, la Navidad no tiene sentido. Solo por la participación en la Santa Misa de Nochebuena, no solo recordamos el Nacimiento de Nuestro Señor, sino que nos hacemos misteriosamente presentes en el momento en el que Nuestro Señora Jesucristo nacía, milagrosa y virginalmente, en la gruta de Belén.

 

 

 

domingo, 21 de noviembre de 2021

Adviento, tiempo de preparación para el encuentro con el Señor Jesús y para participar, por el misterio de la liturgia, de su Primera Venida

 


(Domingo I - TA - Ciclo C - 2021 – 2022)

         La Iglesia inicia un nuevo ciclo litúrgico con el comienzo del tiempo del Adviento. El color propio de ese tiempo es el morado, símbolo de penitencia y es el equivalente al año nuevo civil; es, por así decir, el “año nuevo” eclesiástico. Pero esto no es lo más importante del Adviento: lo más importantes es que se trata de un tiempo de gracia especial, que nos prepara espiritualmente para dos eventos: por un lado, para participar, por medio del misterio de la liturgia eucarística, de la Primera Venida del Redentor y por otro lado, para prepararnos, espiritualmente, para su Segunda Venida en la gloria de Nuestro Señor Jesucristo. El Adviento es, en esencia, un tiempo especial de gracia para que nos preparemos, como Iglesia y como bautizados, para estas dos Venidas de Jesús.

         El Adviento es entonces, esencialmente un tiempo de preparación para el encuentro personal con Jesús en la Segunda Venida, su venida en gloria, que sucederá en el Día del Juicio Final –y también en el día de nuestro Juicio Particular- y es tiempo de preparación para participar de la Primera Venida, su Venida en carne, en una gruta de Belén. Las dos primeras semanas del Adviento están dedicadas para meditar y reflexionar acerca de la Segunda Venida de Jesucristo, y es por eso que debemos detenernos brevemente en su consideración: por un lado, en su realidad y verdad: los cristianos católicos creemos que el Mesías ya vino por Primera Vez en Belén y creemos que ha de venir, por Segunda Vez, en la gloria. Es decir, a diferencia de los judíos, que todavía están esperando la venida del Mesías –en realidad ya vino, pero ellos lo negaron y lo crucificaron-, nosotros creemos que ya vino, murió en la cruz, resucitó y está en el Cielo y en la Eucaristía y ha de volver al fin del tiempo, en el Día del Juicio Final. El otro aspecto que debemos considerar acerca de la Segunda Venida es en qué es lo que sucederá cuando Él venga glorificado: no vendrá como el Jesús Misericordioso, dulce y paciente, que nos espera con amor que nos decidamos a convertirnos: vendrá como Justo Juez y todos habremos de comparecer ante Él y a cada uno de nosotros, Nuestro Señor nos pedirá cuentas acerca de si hicimos fructificar o no los talentos que Él nos dio. En ese Día, Jesús nos pedirá cuentas sobre los dones -naturales y sobrenaturales-, talentos y gracias que Él nos concedió, como por ejemplo, el ser, en la concepción y luego la vida y la existencia; nos pedirá cuentas de los dones sobrenaturales que nos concedió, empezando por el Bautismo, que nos convirtió en hijos adoptivos de Dios; nos pedirá cuentas de cada Eucaristía recibida; nos pedirá cuentas de la Confirmación, que nos convirtió en templos del Espíritu Santo; nos pedirá cuentas de las confesiones sacramentales recibidas. En el Día del Juicio Final, Nuestro Señor Jesucristo nos pedirá cuentas sobre cómo usamos estos bienes, si los hicimos fructificar en frutos de santidad, o si los enterramos, sin dar frutos de santidad, como el servidor malo y perezoso de la parábola de los talentos. En relación a los dones sobrenaturales recibidos, un ejemplo puede ser la Comunión Eucarística y así Jesús nos dirá: “En cada Comunión, Yo te di mi Corazón; en cada Comunión, Yo te di mi Amor, el Espíritu Santo. ¿Fuiste capaz de devolver ese amor en obras de misericordia?”. Y así, con cada talento, con cada don, con cada sacramento recbido. Por esto mismo, es que debemos, en estas dos primeras semanas de Adviento, reflexionar acerca de la realidad y la verdad de la Segunda  Venida y también reflexionar en cuáles son los dones y talentos que Jesús nos concedió y luego, decidirnos a ponerlos en práctica, si aún no lo hicimos, para así empezar a dar frutos de santidad, con lo cual podremos comparecer con el corazón en paz y el alma en gracia ante el Justo Juez.

         Ahora bien, dijimos que el Adviento es tiempo de prepararnos para participar, por medio del misterio de la liturgia eucarística, de la Primera Venida de Jesús, en el Pesebre de Belén, en la Noche de Navidad, que es algo más profundo y misterioso que simplemente decir que “nos preparamos para Navidad”. Las dos últimas semanas de Adviento, están dedicadas a esta preparación y la forma de hacerlo es meditar en la Encarnación del Verbo por obra del Espíritu Santo y en su Nacimiento virginal en Belén, pero también meditar en el hecho de que por el misterio de la liturgia eucarística, somos hechos partícipes, de modo misterioso y sobrenatural, de este evento, el de la Encarnación del Verbo y su Nacimiento milagroso y virginal en el Portal de Belén. En otras palabras, no solo debemos meditar en la Primera Venida, sino que debemos tener presente que, por la Eucaristía, participamos del evento de la Encarnación y Nacimiento virginal del Verbo de Dios y es para esto para lo cual debemos prepararnos, pidiendo la gracia y la asistencia del Espíritu Santo, porque sólo con su luz divina podemos al menos contemplar estos sagrados misterios. Aprovechemos entonces el tiempo litúrgico del Adviento, para preparar nuestros corazones para el encuentro definitivo con Jesús en el Juicio Final y para participar, por el misterio de la liturgia, de su Primera Venida en Belén.

 


martes, 1 de diciembre de 2020

Adviento es tiempo de preparación para el encuentro con el Señor Jesucristo

 


(Domingo II - TA - Ciclo B - 2020 – 2021)

         Adviento es tiempo de preparación para el encuentro con el Señor Jesucristo, tanto en su Segunda Venida gloriosa en los cielos, como en su Primera Venida en la humildad en Belén. Para estas dos Venidas del Señor es que hemos de prepararnos en Adviento y para saber cómo hemos de prepararnos, debemos saber cómo son las Dos Venidas de Nuestro Señor, por eso, vamos a hacer una breve comparación entre ambas Venidas. 

       En la Primera Venida, en Belén, Jesús vino en la humildad de la carne, una carne que debía aparecer como glorificada, pero cuya gloria Él ocultó para poder padecer la Pasión y así apareció ante los ojos de los hombres, en su Primera Venida, como un Niño más entre tantos, y luego como un Hombre más entre tantos, siendo como era el Niño Dios y el Hombre-Dios; en la Segunda Venida, vendrá con su Humanidad resucitada y glorificada, porque el esplendor de la gloria del Padre, que poseía desde la eternidad, será manifiesto a los ojos de todos los hombres y así todos reconocerán, en Jesús resucitado y glorificado, al Rey de la humanidad y al Juez Supremo y Eterno.

En la Primera Venida, Jesús vino indefenso, como un Niño recién nacido, que buscó refugio en los brazos de su Madre Santísima, la Virgen María y padeció todas las necesidades por las que atraviesa un niño humano, en todas las etapas de su crecimiento, hasta la madurez; en la Segunda Venida, Jesús vendrá en la plenitud perfecta de la edad, glorificado, no ya indefenso, sino al mando de miríadas y miríadas de ángeles de luz, con San Miguel a la cabeza del Ejército celestial, para dar combate y vencer al Príncipe de las tinieblas, a los ángeles caídos y a los hombres malvados que al Ángel caído se asociaron.

En la Primera Venida, Jesús, que a la vista de todos parecía un hombre más como tantos, nació en la humildad de un Pesebre y sólo se enteraron de su Nacimiento milagroso su Madre, su Padre adoptivo, San José, los Pastores y los Ángeles, sin que el resto del mundo tuviera noticia de que había salvado el Redentor de los hombres; ya de adulto y luego de cumplir su Predicación Pública de la Buena Noticia, fue traicionado cobardemente, fue apresado vilmente, fue abandonado por sus amigos y Apóstoles, fue acusado falsamente, fue condenado a muerte injustamente, fue expulsado de la Ciudad Santa con la Cruz a cuestas y murió crucificado en el Calvario; en la Segunda Venida, no vendrá como un hombre más entre tantos, sino como el Hombre-Dios, resucitado y glorificado, al mando del Ejército celestial, que derrotará para siempre al Pecado, al Demonio y a la Muerte, arrojándolos al lago de azufre que arde por la eternidad, junto a los ángeles caídos y a los hombres impenitentes; será visto por todos los hombres de todos los tiempos, ya que toda la humanidad comparecerá ante Él, desde Adán y Eva hasta el último hombre que haya nacido en el Último Día; si antes fue juzgado y condenado injustamente, ahora será Él quien se presentará, no como el Dulce Jesús Misericordioso, sino como el Justo Juez, implacable, que dará a cada uno lo que cada uno se mereció libremente con sus obras: a los buenos el Reino de los cielos, a los malos el Infierno eterno.

Si en la Primera Venida el Rey Eterno ingresó en el tiempo humano para dar comienzo a la plenitud de los tiempos, los tiempos en que se habría de anunciar la Salvación y Redención a los hombres por su Sacrificio en Cruz, en la Segunda Venida ingresará en el tiempo y en la historia de los hombres, desde la eternidad, para dar fin al tiempo y a la historia humanas, dando por finalizado este tiempo, esta tierra y estos cielos materiales y terrenos, que están bajo el poder del Príncipe de las tinieblas, para inaugurar “los nuevos cielos y la nueva tierra” y la eternidad divina, dando por finalizado el tiempo de la Redención e iniciando el tiempo del Amor eterno para los bienaventurados que vivieron en gracia y cumplieron sus Mandamientos e iniciando también el tiempo sin fin del castigo eterno para los ángeles rebeldes y los hombres impenitentes.

Si en la Primera Venida los Ángeles de Dios cantaron, alegres, por el Nacimiento del Salvador: “Paz en la tierra a los hombres de Buena Voluntad”, porque el Nacimiento del Redentor inició una era de paz en las almas humanas, paz concedida por la gracia divina de su Sagrado Corazón, en la Segunda Venida los Ángeles temblarán ante la Ira de Dios, pues será llamado “Día de la Ira Divina”, ya que Dios vendrá para poner fin a las iniquidades y maldades de los hombres que no aceptaron su paz y su gracia y colmaron la tierra de maldades y perversidades.

Si en la Primera Venida aconsejó con dulces palabras que obráramos la Misericordia, corporal y espiritual, para con nuestros prójimos más necesitados, para que así obtengamos misericordia, sin juzgarnos si lo hacíamos o no, en la Segunda Venida pedirá cuenta de cada talento concedido, dando a los que obraron la Misericordia el Reino de su Padre y enviando al Infierno eterno a los que enterraron sus talentos, negándose a obrar el Bien, obrando el Mal y siendo inmisericordiosos para con sus prójimos, cumpliendo así sus palabras: “El que dio misericordia, recibirá misericordia; el que negó la misericordia, no recibirá misericordia”.

Preparémonos entonces para la Segunda Venida del Señor, para la Parusía, obrando la misericordia corporal y espiritual para con nuestros prójimos, para que seamos dignos de recibir misericordia el Día de la Ira de Dios y así seamos conducidos al Reino de los cielos, en donde comenzaremos a vivir una Nueva Vida, la vida de los hijos de Dios en la eternidad.

sábado, 21 de noviembre de 2020

Adviento, tiempo de preparación para la Segunda Venida y para el Nacimiento en Navidad

 


(Domingo I - TA - Ciclo B - 2020 – 2021)

         La Iglesia inicia un nuevo año litúrgico, con un tiempo especial llamado “Adviento”, cuya duración comprende los primeros cuatro domingos antes de Navidad. ¿Qué significado tiene el Adviento? Para saberlo, debemos comenzar por la etimología de la palabra: “Adviento” viene del latín “ad-venio”, que quiere decir “venir, llegar”. Aquí tenemos una primera aproximación al significado de Adviento: es un tiempo de espera; la Iglesia espera a Alguien que llega. ¿Quién es ese “Alguien”? Es Nuestro Señor Jesucristo. Entonces, el Adviento es un tiempo en el que la Iglesia espera la Llegada del Señor. ¿De qué Llegada se trata? Se trata de una doble Llegada: de su Segunda Venida en la gloria y de su Nacimiento en Belén. Por esta razón, el Adviento “está dividido en dos partes: las primeras dos semanas sirven para meditar sobre la venida final del Señor, cuando ocurra el fin del mundo; mientras que las dos siguientes sirven para reflexionar concretamente sobre el nacimiento de Jesús y su irrupción en la historia del hombre en Navidad”[1]. En definitiva, el Adviento es un tiempo de preparación para la Venida del Señor: al fin de los tiempos y para Navidad. En las dos primeras semanas, meditamos sobre su Segunda Venida en la gloria, al fin del mundo; en las dos últimas semanas, meditamos en su Primera Venida en Belén. Ahora bien, no se trata sólo de meditar, sino de poner en práctica lo que meditamos, que es el prepararnos para el encuentro personal con el Señor que viene. Para esta doble Venida del Señor, la Iglesia nos pide que nos preparemos, para su encuentro personal, por medio del ayuno, la oración y la práctica de las obras de misericordia, de manera tal de que, cuando el Señor llegue, seamos capaces de entregarle nuestros talentos duplicados, como sucede en la parábola de los talentos.

         En Adviento, entonces, nos preparamos para encontrarnos personalmente con el Señor, en su Segunda Venida, y para participar, por medio del misterio de la liturgia, de su Primera Venida, en Navidad. Ahora bien, hay una “tercera venida”, intermedia entre la Primera y la Segunda y para esta también debemos estar preparados, con el alma gracia. Esta Tercera Venida o Venida Intermedia es la que realiza Nuestro Señor cada vez en la Santa Misa, al bajar de los cielos y quedarse en la Eucaristía, por medio de la consagración del pan y del vino. Para esta Venida también debemos prepararnos; toda Misa es una Llegada de Nuestro Señor, que baja del Cielo para quedarse en la Eucaristía y así ingresar a nuestros corazones. Toda Misa, por lo tanto, es un Adviento, una espera de su Llegada Eucarística, primero sobre el altar y luego en nuestros corazones y para eso debemos prepararnos, viviendo en gracia y esperándolo con el corazón lleno de gracia y de amor.

martes, 17 de diciembre de 2019

“Irá delante del Señor para convertir los corazones”



“Irá delante del Señor para convertir los corazones” (Lc 1, 5-25). El Ángel del Señor le anuncia a Zacarías el próximo nacimiento de su Hijo, el Bautista, y describe su misión: ir delante del Señor para convertir los corazones. Ésta es la misión principal y esencial del Bautista; para esta misión fue concebido y ungido con el Espíritu Santo: para ser el Precursor del Mesías, para anunciar a los hombres que el Redentor de los hombres está por llegar y que por lo tanto es necesario convertir el corazón. Desde el pecado original, el corazón del hombre está apegado a las cosas terrenas: el Mesías viene no sólo para despegarlos de ellas, sino para conducir a los hombres al Reino de los cielos. Pero para el encuentro entre los hombres y el Mesías, Cristo Jesús, los hombres deben haber iniciado un camino de conversión, al menos moral; una conversión por la cual rechacen las cosas bajas de este mundo y tiendan a las cosas del cielo, porque el Mesías viene del cielo y viene para llevarnos al cielo. Nadie que esté apegado a las cosas bajas de este mundo puede seguir al Mesías, Cristo Jesús, que nace como Niño en Belén, de ahí la imperiosa necesidad de la conversión de los corazones que habrá de predicar el Bautista.
          De la misma manera, la Iglesia predica la conversión de los corazones en el desierto del mundo, para que los hombres, despegados de este mundo y sus vanas atracciones, estén en condiciones de seguir al Mesías por el camino real de la Cruz, camino que conduce directamente al cielo.
          El tiempo de Adviento es tiempo de preparación de los corazones para el encuentro de Cristo que viene como Niño en Belén, que viene en cada Eucaristía y que habrá de venir al fin de los tiempos, para poner fin a este mundo caduco y perenne y dar comienzo a la eternidad, a su Reino de los cielos. Para este encuentro con Cristo que viene como Niño en Belén, es que la Iglesia dispone el tiempo de Adviento, como tiempo de gracia para preparar el corazón para el encuentro con el Niño Dios, Cristo Jesús.

lunes, 9 de diciembre de 2019

“¿A quién compararé esta generación?”




“¿A quién compararé esta generación?” (Mt 11, 16-19). Jesús se queja “de esta generación” –es decir, de la humanidad entera- porque se compara a jóvenes que están en la plaza y, ya sea que se entonen lamentos fúnebres o cánticos de alegría, permanecen indiferentes, abúlicos y apáticos, sin sumarse ni a los lamentos, ni a los cantos de alegría. Dice así el Evangelio: “En aquel tiempo, dijo Jesús al gentío: “¿A quién compararé esta generación?”. Se asemeja a unos niños sentados en la plaza, que gritan diciendo: “Hemos tocado la flauta, y no habéis bailado; hemos entonado lamentaciones, y no habéis llorado”. Luego, continúa Jesús: “Porque vino Juan, que ni comía ni bebía, y dicen: “Tiene un demonio”. Vino el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen: “Ahí tenéis a un comilón y borracho, amigo de publicanos y pecadores”. Es decir, la “generación actual” o más bien la humanidad, es como aquellos que criticaron sea a Juan el Bautista, que predicaba el ayuno y la penitencia –lamentaciones-, sea a Jesús, que “comía con pecadores” –sentido de la alegría del banquete-. Ya sea que se predique el ayuno o que se siente a la mesa con los pecadores, esta generación encontrará siempre un pretexto para esquivar el camino que Dios le está trazando en ese momento. Porque cuando Juan predicaba el ayuno, era para recibir al Mesías; cuando Jesús se sentaba a la mesa con los pecadores, era para traer a esa casa la alegría de la salvación, como sucedió con Zaqueo: tanto el ayuno como la comida, eran caminos de Dios. Sin embargo, para estos tales, ni uno ni otro camino de Dios les son agradables y es la razón por la cual permanecen abúlicos, apáticos e indiferentes, sea al anuncio de penitencia del Bautista, sea al anuncio de perdón y alegría de Jesús. Prefieren vivir encerrados en su propio mundo sin buscar la conversión; un mundo que es, por añadidura, un mundo de pecado, antes que seguir el camino que Dios les traza en determinado momento. Son los que siempre buscan pretextos para no asistir a Misa, para no cumplir los Mandamientos, para no hacer obras de misericordia; en definitiva, son los que siempre buscan pretextos para no creer.
          “¿A quién compararé esta generación?”. ¿De qué lado estamos nosotros? Porque a nosotros también se nos piden en Adviento el ayuno y la misericordia, para recibir al Niño Dios que viene para Navidad, para que así luego nos alegremos con el manjar del cielo, el Pan Vivo bajado del cielo, el Cuerpo de Jesús resucitado. ¿De qué lado estamos? ¿Somos como esos jóvenes apáticos del Evangelio, que buscan hacer su voluntad, o más bien tratamos de cumplir el camino que Dios traza a cada momento para nosotros, para ir al encuentro con Él?

jueves, 5 de diciembre de 2019

“Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos; Y toda carne verá la salvación de Dios”



(Domingo II - TA - Ciclo C - 2019 - 2020)

“Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos; Y toda carne verá la salvación de Dios” (cfr. Lc 3, 1-6). Juan el Bautista predica en el desierto la conversión de los corazones, para que estos estén preparados para la Primera Llegada del Mesías sobre la tierra. El Bautista sabe que el hombre está contaminado espiritualmente por el pecado original y que por esta razón necesita imperiosamente convertirse, es decir, convertirse de su concupiscencia y desprenderse de su apego a las cosas bajas de la tierra y el mundo, porque sólo así estará en condiciones de recibir al Mesías que Viene desde lo alto.
Para incitar a la conversión cita al Profeta Isaías, en el pasaje en donde el Profeta hace uso de la imagen de caminos torcidos que deben ser enderezados, de colinas que deben ser abajadas y de valles que deben ser rellenados. No se trata de un mero recurso poético, ya que cada una de estas figuras, tomadas de la naturaleza, hace referencia a una realidad sobrenatural.
De esta manera, por ejemplo, el enderezar los caminos torcidos significa que los corazones humanos, retorcidos por el pecado, deben volverse rectos por la gracia, haciendo además penitencia y obras de caridad; las colinas que deben ser abajadas significan el orgullo humano que se yergue entre el alma y Dios, que debe ser abatido, para que así el hombre, hecho humilde, pueda encontrarse con su Salvador, que es manso y humilde de corazón; rellenar los valles quiere decir elevar el alma, que por el pecado se hunde en las cosas del mundo y así, por la gracia, subir con el espíritu a las cosas del cielo. El elevarse del alma por la gracia implica hacer frente, combatir y extirpar –con la ayuda de la gracia- nuestras pasiones y concupiscencias, que convierten al hombre en algo más cercano al animal que al ángel; por último, convertir lo escabroso en llano significa no solo combatir contra nuestras malas inclinaciones, sino ante todo buscar de adquirir virtudes, no por las virtudes en sí mismas, sino porque las virtudes son las expresiones, a través de la naturaleza humana, de las infinitas perfecciones del Ser divino trinitario; esto quiere decir que en Adviento debemos buscar de adquirir alguna virtud, como modo de participar de las infinitas perfecciones del Ser divino de Dios Uno y Trino.
“Y toda carne verá la salvación de Dios”. Ante todo, esta expresión hace referencia a que la salvación es universal, es decir, está destinada a todo hombre de cualquier tiempo, raza, edad, condición social; significa también que cualquier hombre que haya recibido la gracia de la conversión y que con sinceridad haya respondido a la misma, verá la salvación de Dios, salvación que viene para los hombres en forma de Niño Dios, en forma de Dios hecho Niño sin dejar de ser Dios. En su Primera Venida, el Salvador viene a nosotros como Niño, siendo Dios, para que nosotros nos hagamos niños por la gracia y Dios por participación. El Niño Dios que viene en Belén es Cristo Dios, el Cordero de Dios que baja del cielo en Belén, Casa de Pan, para que nosotros, unidos a Él por el Pan de Vida eterna, seamos llevados en Espíritu al cielo, el seno de Dios Padre. El Hombre-Dios viene en Belén para llevarnos al cielo, en espíritu, por medio del Pan de Vida eterna, la Eucaristía; al fin de los tiempos, vendrá por Segunda Vez, para juzgarnos según nuestras obras y, si lo merecemos, habrá de llevarnos al cielo eterno, en donde Él reina con el Padre por siempre. El Adviento es el tiempo de gracia que Dios nos concede para que, por la gracia y la misericordia, nos preparemos para el encuentro personal con Cristo Dios, que Vino en Belén, Viene en cada Eucaristía y ha de Venir al fin de los tiempos para dar fin a la historia humana y dar comienzo a la eternidad del Reino de Dios.


jueves, 28 de noviembre de 2019

Adviento, tiempo de preparación para el encuentro con Cristo



(Domingo I - TA - Ciclo A - 2019 - 2020)

En el primer Domingo de Adviento, la Iglesia comienza un nuevo ciclo litúrgico, de manera equivalente a como la sociedad civil, al finalizar el año viejo, comienza un año nuevo. Es decir, finaliza un ciclo y comienza otro, aunque a diferencia de la sociedad civil, cuyo tiempo puede ser representado por una línea del tiempo, una línea horizontal, en la Iglesia se grafica con un círculo, que es símbolo de la eternidad. En el caso de la Iglesia, a diferencia de la sociedad civil, hay algo mucho más profundo que un simple cambio de fechas: se trata de la celebración de un misterio sobrenatural, celestial: por medio del tiempo litúrgico, la Iglesia participa del misterio salvífico del Hombre-Dios Jesucristo, misterio que va más allá de la capacidad de comprensión de la creatura.
Este misterio de Jesús sobrepasa la capacidad de comprensión de la creatura racional porque se trata de la Segunda Persona de la Trinidad encarnada en María Santísima, encarnación que se prolonga en la Eucaristía; es el misterio del Hombre-Dios que Vino en Belén por primera vez, viene cada vez en la Santa Misa en el tiempo de la Iglesia y ha de venir al fin de los tiempos para juzgar a todos los hombres.
El Adviento es un tiempo especial de gracia mediante el cual la Iglesia se prepara para participar del misterio de Cristo, por lo que se trata de un tiempo de preparación y espera a Cristo que Vino, que Viene y que Vendrá. El Adviento es por lo tanto un tiempo de doble preparación espiritual para que el alma se encuentre con Cristo: una primera preparación es para la conmemoración y celebración del misterio de la Primera Venida de Jesucristo en Belén, que es en lo que consiste la Navidad; la segunda preparación del Adviento es para la Segunda Venida del Señor Jesús en la gloria.
Pero entre la Primera y la Segunda Venida de Jesús hay una Venida Intermedia que se verifica cada vez en la Santa Misa: Jesús baja del cielo para continuar y prolongar su Encarnación en la Eucaristía, por lo que se puede decir que el Adviento es tiempo de preparación también para esta Venida Intermedia, la Venida de Jesús al altar, a la Eucaristía.
Por el Adviento entonces, el alma se prepara para participar, por el misterio de la liturgia, de la Primera Venida en Belén, al tiempo que se prepara para esperar la Segunda Venida en la gloria del Rey de cielos y tierra, que vendrá para juzgar a vivos y muertos al fin del tiempo; por último, en Adviento el alma se prepara para recibir espiritualmente a Aquel que viene cada vez en la Santa Misa, en el misterio de la Eucaristía. Entonces, más que doble preparación, el Adviento es el tiempo litúrgico por el que el alma se prepara para un triple encuentro con Cristo: para Navidad, al fin de los tiempos y en cada comunión eucarística. Es para este triple encuentro que el alma debe estar “vigilante y atenta”, con la lámpara encendida de la fe” y con las manos llenas de obras de misericordia, para encontrase con Aquel que Vino en el Portal de Belén, que Viene en cada Hostia y que Vendrá al fin del mundo, Dios Hijo encarnado.
La esencia del Adviento es el estar preparados para encontrarnos personalmente con el Cordero de Dios, Cristo Jesús –que Vino, que Viene y que Vendrá-. Esto es lo que explica la siguiente oración de la Iglesia ambrosiana en el fin del año litúrgico: “Nuestros años y nuestros días van declinando hacia su fin. Porque todavía es tiempo, corrijámonos para alabanza de Cristo. Están encendidas nuestras lámparas, porque el Juez excelso viene a juzgar a las naciones. Alleluia, alleluia”[1]. “Nuestros años y nuestros días van declinando hacia su fin”, es decir, el tiempo terreno transcurre y cada segundo que pasa es un segundo menos que nos separa de la eternidad y por lo tanto del encuentro con Cristo que Vendrá como Justo Juez y es para este encuentro que la Iglesia dispone un tiempo especial de gracia, el Adviento, para que el espíritu esté preparado para el momento más importante de la vida, que es la muerte y el encuentro personal con Cristo Jesús.
Estar en estado de gracia es el mejor –y único- modo para el alma, para encontrarse con Dios Hijo, Aquel que Vino en Belén, Viene en cada Eucaristía y ha de Venir al fin de los tiempos. Para este encuentro con Cristo, para que nos preparemos adecuadamente para encontrarnos con Cristo, es que la Iglesia dispone de este tiempo especial de gracia que es el Adviento[2]. Y es la razón por la cual la Iglesia reza así en el inicio del Adviento, para prepararnos para el encuentro con Cristo: “Despierta en tus fieles el deseo de prepararse a la venida de Cristo por la práctica de las buenas obras, para que, colocados un día a su derecha, merezcan poseer el reino celestial”[3].


[1] Miss. Ambros., Último Domingo antes del Adviento: Transitorium; en Odo Casel, Misterio de la Cruz, Ediciones Guadarrama, Madrid2 1964, 189.
[2] Odo Casel, Misterio de la Cruz, Ediciones Guadarrama, Madrid2 1964, 189.
[3] Cfr. Liturgia de las Horas, I Vísperas, http://www.liturgiadelashoras.com.ar/

domingo, 2 de diciembre de 2018

"Verán al Hijo del hombre venir en una nube, con gran poder y gloria"



(Domingo I - TA  Ciclo C - 2018 – 2019)

Con el Primer Domingo de Adviento, la Iglesia comienza un nuevo ciclo litúrgico, por lo que es el equivalente al fin del año civil: finaliza un año –un ciclo litúrgico- y comienza otro año –otro ciclo litúrgico-.  La sociedad civil y la Iglesia coinciden entonces en que ambos finalizan un período de tiempo y comienzan otro. Pero en el caso de la Iglesia, hay algo más, mucho más profundo e insondable, que en el caso de la sociedad civil, porque mientras en esta se trata simplemente de un cambio en la numeración que indica el tiempo transcurrido y por transcurrir, sin otra significación, en la Iglesia tiene otro significado: a través del tiempo litúrgico, participa de un misterio que sobrepasa la capacidad de comprensión de la creatura infinitas veces más que cielo supera a la tierra. Este misterio, del cual la Iglesia participa cada vez que inicia un nuevo año litúrgico y que sobrepasa infinitamente nuestra capacidad de comprensión, es el misterio de Cristo[1], el Hombre-Dios, la Segunda Persona de la Trinidad encarnada en el seno de María Virgen –y que prolonga su Encarnación en el seno virgen de la Iglesia, el altar eucarístico-, que Vino por primera vez en Belén, que Viene en el tiempo de la Iglesia y que Vendrá al fin de los tiempos para juzgar a la humanidad. Para participar del misterio de Cristo, es que la Iglesia dispone que haya un tiempo especial, el Adviento, en el cual el alma se concentra en la espera de Aquel que Vino, que Viene y que Vendrá. El Adviento es entonces tiempo de preparación espiritual, o más bien, de una doble preparación espiritual, para el encuentro con Cristo: una primera preparación es para la conmemoración y celebración del misterio de la Primera Venida de Jesús en la humildad del Portal de Belén, es decir, la Navidad; la segunda preparación del Adviento es para la Segunda Venida del Señor Jesús en la gloria. Esto explica que el Evangelio elegido por la Iglesia para este Primer Domingo de Adviento -Lucas (21,25-28.34-36)- se refiera a la Segunda Venida del Señor Jesús: “Habrá signos en el sol y la luna y las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes, perplejas por el estruendo del mar y el oleaje, desfalleciendo los hombres por el miedo y la ansiedad ante lo que se le viene encima al mundo, pues las potencias del cielo serán sacudidas. Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube, con gran poder y gloria”.
Ahora bien, puesto que entre la Primera y la Segunda Venida hay una Venida Intermedia, esto es, el Arribo o la Llegada de Jesús por el Sacramento de la Eucaristía al alma, podemos decir que el Adviento es también tiempo de preparación espiritual para esta Venida Intermedia, el Arribo de Jesús al alma a través del misterio de la Eucaristía.
El Adviento entonces, es preparación espiritual para participar del misterio del Nacimiento –por el misterio de la liturgia- de Aquel que Vino por primera vez, en el Portal de Belén; del misterio de Aquel que Vendrá por Segunda y definitiva vez, en la gloria, para juzgar a vivos y muertos; del misterio de Aquel que Viene al alma en cada Comunión Eucarística. Adviento es tiempo por lo tanto de una triple preparación espiritual del alma. Puesto que Aquel que Vino en Belén, que Viene en cada Eucaristía y que Vendrá al fin de los tiempos es Dios Hijo encarnado, el alma debe estar no solo “atenta y vigilante”, con “la lámpara de la fe encendida”, sino que el alma debe estar reluciente, esplendorosa, brillante, por la gracia santificante.
Estar preparados para el encuentro personal con Cristo, el Hombre-Dios –que Vino, que Viene y que Vendrá- es el sello característico del Adviento. En la iglesia ambrosiana se canta así al terminar el año litúrgico: “Nuestros años y nuestros días van declinando hacia su fin. Porque todavía es tiempo, corrijámonos para alabanza de Cristo. Están encendidas nuestras lámparas, porque el Juez excelso viene a juzgar a las naciones. Alleluia, alleluia”[2]. El tiempo va pasando y la eternidad se acerca[3]: cada día, cada hora, cada segundo que pasa, es un día menos, una hora menos, un segundo menos, que nos separa de la eternidad, del encuentro personal, cara a cara, con el Justo y Supremo Juez, Cristo Jesús. Es para este encuentro que la Iglesia dispone un tiempo especial, el Adviento, a fin de que el alma esté lista y preparada, para cuando llegue el momento más importante de esta vida, que es paradójicamente la muerte, porque por la muerte se deja esta vida terrena y se ingresa en la vida eterna.
“Estad, pues, despiertos en todo tiempo, pidiendo que (…) podáis manteneros en pie ante el Hijo del hombre (…) Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación. Tened cuidado de vosotros, no sea que se emboten vuestros corazones con juergas, borracheras y las inquietudes de la vida, y se os eche encima de repente aquel día; porque caerá como un lazo sobre todos los habitantes de la tierra”. La única manera en la que el alma está dignamente preparada para recibir al Hijo del hombre, que Vino en el Portal de Belén, que Viene en cada Eucaristía y que Vendrá al fin del mundo, es tener su alma en estado de gracia santificante. Para que el alma deje de estar en pecado y comience a vivir en estado de gracia, es que la Iglesia dispone el tiempo de gracia al que le da el nombre de “Adviento”. Prepararnos para la Venida de Cristo, éste es el deseo de la Iglesia para sus hijos en Adviento y es por eso que, al inicio del Adviento, dice así, dirigiéndose a Dios: “Despierta en tus fieles el deseo de prepararse a la venida de Cristo por la práctica de las buenas obras, para que, colocados un día a su derecha, merezcan poseer el reino celestial”[4].



[1] Cfr. Odo Casel, Il mistero del culto cristiano, Ediciones Borla, Roma4 1960, 109.
[2] Miss. Ambros., Último Domingo antes del Adviento: Transitorium; en Odo Casel, Misterio de la Cruz, Ediciones Guadarrama, Madrid2 1964, 189.
[3] Odo Casel, Misterio de la Cruz, Ediciones Guadarrama, Madrid2 1964, 189.
[4] Cfr. Liturgia de las Horas, I Vísperas, http://www.liturgiadelashoras.com.ar/