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viernes, 9 de enero de 2015

Fiesta del Bautismo del Señor



(Ciclo B – 2015)

“Yo los he bautizado a ustedes con agua, pero él los bautizará con el Espíritu Santo” (Mc 1, 7-11). Celebramos la Fiesta del Bautismo del Señor, Aquel de quien el Bautista anticipa que bautizará “con el Espíritu Santo”. En la Fiesta misma, hay algo que llama la atención y que nos lleva a reflexionar: Jesús, el que ha de bautizar “con el Espíritu Santo”, se bautiza a su vez en el Jordán y en este hecho radica la pregunta que nos hacemos: Jesús se bautiza, pero resulta que Jesús no necesitaba ser bautizado y de ninguna manera y bajo ninguna condición, puesto que Él era Dios Hijo y por lo tanto, la santidad personificada en sí misma; en otras palabras, el bautismo se administra a quienes necesitan ser purificados de sus pecados y si Jesús no solo no tenía ningún pecado de ninguna clase, sino que era la santidad personificada, al ser Él Dios Tres veces santo, la pregunta es: ¿por qué razón se bautiza Jesús? ¿Es sólo para dar ejemplo moral de lo que debe hacer todo hombre, es decir, es solo para señalar el camino de la docilidad hacia el bautismo? Podría ser, pero no es, ni mucho menos, el sentido místico, real y sobrenatural del bautismo de Jesús. ¿Cuál es el sentido místico, real y sobrenatural de su bautismo? Jesús se deja bautizar en el Jordán, sumergiéndose en el río, porque al haber asumido Él, Dios Hijo, en unidad de persona, a la humanidad, en la inmersión en el Jordán, está sumergiendo a toda la humanidad unida a Él por los sacramentos y la está haciendo ser partícipe de su misterio pascual de Muerte y Resurrección; la está asociando a su muerte, simbolizada en la inmersión, para hacerla participar luego de su Resurrección en unión con Él, simbolizada en su emerger del Jordán[1]. El bautismo de Jesús no es entonces una mera enseñanza moral de cómo debemos ser dóciles a nuestro propio bautismo: es la incorporación mística, real, sobrenatural, de todo bautizado, a su misterio pascual de Muerte y Resurrección, de manera tal que en su inmersión quedamos incorporados realmente a su Muerte en cruz, todos los bautizados, y en su emerger del Jordán, quedamos incorporados realmente a su Resurrección, ocurrida el Domingo de Resurrección.
Este es el significado del bautismo sacramental, y la razón de porqué el bautismo sacramental nos quita el pecado original: porque nos sumerge, místicamente, con Jesús en el Jordán y nos hace participar, místicamente también, de su muerte en la cruz, simbolizada en la inmersión, y nos hace participar de la Resurrección, simbolizada en el emerger de Jesucristo de las aguas del Jordán. Al ser bautizados sacramentalmente, quedamos incorporados al misterio pascual del Hombre-Dios Jesucristo, misterio de Muerte y Resurrección, misterio por el cual recibimos la gracia santificante, se nos quita el pecado y somos adoptados como hijos por Dios, es decir, somos incorporados y hechos partícipes de su Muerte, ocurrida el Viernes Santo y somos incorporados y hechos partícipes también de su Resurrección, ocurrida el Domingo de Resurrección.
Y a su vez, cuando un niño –o un adulto- es bautizado, es sumergido mística, real y sobrenaturalmente –de un modo misterioso, pero real-, no junto a Cristo, sino en Cristo en el Jordán, porque ha sido incorporado a Él y es también, en Él, hecho emerger de las aguas del Jordán, también misteriosa pero realmente, de modo que el que se bautiza es hecho partícipe, en el acto, de la plenitud de gracias que se derivan del sacrificio y muerte en cruz de Jesús y de su posterior Resurrección. De esta manera, por el bautismo, se nos abren las puertas del paraíso, que en la tierra es la participación a la vida trinitaria por medio de la gracia santificante y, en la otra vida, es la bienaventuranza en la gloria.
El Evangelio del Bautismo del Señor nos descubre, entonces, los admirables secretos sobrenaturales que se esconden en el Sacramento del Bautismo, el que recibimos el feliz día en el que fuimos bautizados, y nos ayuda por lo tanto no solo a no banalizar nuestra condición de cristianos, sino a profundizar cada vez más en el maravilloso misterio y la altísima dignidad que significa ser hijos adoptivos de Dios, hermanos de Cristo y herederos del cielo, títulos todos adquiridos gratuitamente cuando fuimos bautizados y nos conduce, por lo tanto, a empeñarnos en una vida de santidad que sea acorde a la gracia recibida el día de nuestro bautismo, lo cual implica, en primer lugar, detestar el pecado con todas las fuerzas del ser, vivir en estado de gracia santificante y estar dispuestos a perder la vida antes de cometer un pecado mortal o venial deliberado –lo cual, por otra parte, es lo que decimos a Jesús en la oración de arrepentimiento del Sacramento de la Penitencia: “...antes querría haber muerto, que haberos ofendido”- y obrar las obras de misericordia corporales y espirituales, de acuerdo a nuestras posibilidades, según nuestro estado de vida.
“Yo los he bautizado a ustedes con agua, pero él los bautizará con el Espíritu Santo”. Si esto hacemos, nuestros corazones se convertirán en otros tantos nidos de gracia, de luz y de amor, en los que anidará la Dulce Paloma del Espíritu Santo, y desde ellos, el Espíritu Santo emanará su Amor, el cual se traducirá en paciencia, sacrificio, castidad, alegría, amor de caridad para con los más necesitados, y así el mundo, al ver las obras de misericordia de los bautizados, podrá decir que los cristianos fueron bautizados no con agua, sino el con Amor de Dios, con “Espíritu Santo y fuego” (Mt 3, 11).




[1] Cfr. X. León-Dufour, Vocabulario de Teología Bíblica, Editorial Herder, Barcelona 1993, voz “Bautismo”, 117ss.

domingo, 24 de marzo de 2013

Lunes Santo



(Ciclo C - 2013)
         “A los pobres los tendrán siempre con vosotros, pero a Mí no me tendrán siempre” (Jn 12, 1-11). María Magdalena rompe un frasco de “perfume de nardo puro, de mucho precio”, y con él unge los pies de Jesús. Ante el gesto de María Magdalena, Judas Iscariote protesta ante Jesús, quejándose por el aparente derroche que significa usar el perfume de es manera, en vez de venderlo y dar el dinero a los pobres. Jesús responde aprobando el gesto de María Magdalena: “Déjala. Ella tenía reservado este perfume para el día de mi sepultura. A los pobres los tendrán siempre con vosotros, pero a Mí no me tendréis siempre”.
         Con su respuesta, Jesús desenmascara las verdaderas intenciones de Judas Iscariote: no le interesan los pobres, como él fingidamente lo declama, sino que desea que se venda el perfume porque, sabiendo que es muy costoso, obtendrá dinero en cantidad, al que luego robará, porque “era ladrón” y “robaba lo que se ponía en la bolsa”. Fingiendo interesarse por los pobres y por las enseñanzas de Jesús, que predicaba la pobreza, Judas codicia en realidad el dinero, y el dinero mal habido, porque roba lo que estaba destinado precisamente a los pobres. Judas finge vivir la pobreza, pero en realidad ama el dinero. Con su respuesta, Jesús también saca a la luz las piadosas intenciones de María Magdalena: al usar un perfume caro y costoso para ungir los pies de Jesús, María Magdalena no está faltando a la pobreza, sino que está cumpliendo con el deber de piedad debido a Dios, ya que unge los pies de Jesús anticipándose y profetizando su próxima muerte en Cruz. Lejos de reprochar a María Magdalena, Jesús entonces aprueba que se use un costoso perfume, al ser utilizado en la unción de sus pies como anticipo profético de su Muerte redentora, y desaprueba la falsa solicitud de Judas Iscariote por los pobres.
Con este episodio, Jesús nos enseña la verdadera pobreza de la Iglesia y nos previene contra las ideologías que utilizan al pobre y a la pobreza para instrumentar a la Iglesia a sus fines ideológicos anti-cristianos: lo que se destina al culto litúrgico, no puede ser de mala calidad, y no es falta de pobreza utilizar lo mejor que el hombre pueda obtener con su industria, porque se  trata del culto debido a Dios, que es Creador, Redentor y Santificador. La liturgia, sobre todo la liturgia eucarística, debe brillar por su esplendor y por su riqueza, porque se trata de acciones dirigidas en honor a Dios Uno y Trino. Así, no es falta de pobreza usar, por ejemplo, cálices o elementos litúrgicos de material costoso, ni tampoco es faltar a la pobreza tener en el templo imágenes, esculturas, columnas, del mejor material. Por el contrario, usar elementos de mala calidad, so pretexto de la pobreza, es faltar a la virtud de la piedad y al culto debido a Dios, a quien debemos lo mejor, sea en el campo material o espiritual.
Con respecto a nosotros, sin embargo, sí cabe la pobreza, pero la verdadera pobreza, la pobreza santa de la Cruz, que consiste no en no tener nada –aunque a algunos, como a San Francisco de Asís, Dios les pida despojarse de todo lo material-, sino en no tener el corazón apegado a los bienes terrenos. Hay casos de santos, como Pier Giorgio Frassatti, que no renunciaron a sus bienes, pero con ellos ayudaron a los pobres, dando todo lo que tenían.
La pobreza santa, la pobreza de la Cruz, la que estamos llamados a vivir, se aprende contemplando a Cristo crucificado: no desear más bienes terrenos que los que nos lleven al Cielo –una Cruz de madera, una corona de espinas, tres clavos de hierro-, y acumular tesoros, pero tesoros espirituales, que se acumulan en el cielo, los tesoros con los que pagaremos nuestra entrada en el cielo: las obras de misericordia, corporales y espirituales, un corazón contrito y humillado, y la Comuniones Eucarísticas hechas con fe, amor y piedad, y almacenadas y custodiadas en el corazón, con avidez mayor a la del avaro que atesora monedas de oro en su caja fuerte.