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viernes, 2 de junio de 2023

“Nunca jamás coma nadie de ti”


 

         “Nunca jamás coma nadie de ti” (Mt 11, 11-26). Jesús maldice la higuera. Jesús tiene hambre y se dirige a una higuera frondosa, llena de hojas verdes, pero sin ningún fruto. Acto seguido, maldice a la higuera sin fruto y esta, al día siguiente, amanece seca. Esta acción de Jesús tiene varias enseñanzas. El hecho de maldecir a la higuera y el rápido marchitamiento de esta, tienen la intención, por parte de Jesús, de fijar en las mentes y corazones de sus discípulos algo que ellos no podían percibir inmediatamente[1]. La lección principal del suceso es que quienes no llegan a producir el fruto de obras buenas, los frutos que Cristo desea, serán castigados, pues la misericordia divina tiene un límite y es el tiempo de esta vida terrena. Si al término de la vida terrena el alma no ha producido frutos de santidad, ya no podrá producirlos nunca más en la otra vida, pues significa que está condenada para siempre. La lección se aplica en primer lugar a los judíos, que, al no responder a su llamado, al rechazarlo a Él como al Mesías, no pueden producir frutos de santidad, pues no poseen la gracia santificante que concede Cristo. Pero también es aplicable en cualquier tiempo y de modo especial a los cristianos, que son cristianos solo de nombre, pero que no practican la religión, porque consideran a la religión y a sus sacramentos, a sus dogmas y a sus mandamientos, como algo pasado de moda o algo inútil para la vida de todos los días.

         La rapidez con la que se seca la higuera, es una muestra del poder de Jesús, que como sacerdote puede bendecir y también maldecir, poder que se transmite a los sacerdotes ministeriales. Esto significa que el sacerdote ministerial también puede maldecir, pues quien hace lo más, que es bendecir, puede hacer lo menos, que es maldecir. La maldición sacerdotal es más fuerte que cualquier maldición que puedan invocar las brujas y brujos e incluso hasta los demonios del Infierno, aunque esta maldición debe estar justificada, como el ataque sin piedad a Dios, a la Patria y a la Familia.

         La maldición de la higuera sin frutos era necesaria para que sus discípulos se dieran cuenta de su poder divino, poder utilizado en este caso para castigar, como anticipo del poder de la Divina Justicia que castiga para siempre al impenitente en el Infierno. También es necesaria para que los discípulos sepan que Dios castiga con la maldición, en la otra vida principalmente, a quienes profanen el Nombre de Dios, la Patria o la Familia.



[1] Cfr. B. Orchard et al., Verbum Dei. Comentario a la Sagrada Escritura, Tomo III, Editorial Herder, Barcelona 1957, 528 ss.

viernes, 29 de mayo de 2015

“Que nadie más coma de tus frutos”


“Que nadie más coma de tus frutos” (Mc 11, 11-25). La escena evangélica retrata a Jesús, quien  ve a lo lejos una higuera frondosa y piensa que tiene frutos, aunque no es la época. Se acerca para deleitarse con algún higo, pero al observar más de cerca, se da cuenta que, a pesar de lo frondoso de las hojas, la higuera no posee frutos, y maldice a la higuera estéril. Jesús maldice la higuera que tenía hojas y que por lo tanto, debía tener frutos, aunque no fuera la época. Finalmente, la higuera maldecida por Jesús, se seca al otro día (cfr. Mc 11, 12-14. 20-21). La higuera con hojas frondosas, pero sin frutos, simboliza las almas que aparentan, exteriormente, a los ojos de los hombres, ser buenas, pero que a los ojos de Dios, que ve en lo profundo del corazón, no dan frutos de santidad, porque no han erradicado el pecado de sus corazones y no han dejado arraigar la gracia. Son aquellas personas que, a los ojos de los hombres, parecen buenas y santas, pero que, a los ojos de Dios, carecen de toda bondad y santidad, porque no permiten que la gracia arraigue en lo profundo de su ser.

La lección del Evangelio nos enseña que podemos engañar a los hombres, pero que eso de nada sirve, porque es imposible engañar a Dios, quien escruta los corazones hasta lo más profundo: si no damos frutos de santidad, de nada nos valdrá, el Día del Juicio Final, el haber aparentado ser hombres de frondosa pero estéril bondad, pues permaneceremos, para siempre, como la higuera maldecida por Jesús. Es necesario, por lo tanto, dejar arraigar la gracia, para que ésta, circulando como savia vital, nos haga dar abundantes frutos de santidad: longanimidad, paciencia, magnanimidad, caridad, y así Jesús pueda sentirse realmente deleitado con nuestra vida unida a la suya.